Italia: Izquierda avala alternativa liberal


Toda la situación italiana puede resumirse en este cuadro de conjunto: cuanto más declina el gobierno de Berlusconi, más avanza el recambio liberal de la Unión empujado por los poderes fuertes de la burguesía.


Cuanto más avanza el recambio liberal, más revela su programa antiobrero y antipopular. Cuanto más descubre su rostro, más necesita este recambio de la cobertura de las izquierdas.


 


La crisis del berlusconismo tiene un carácter estructural y de fondo. Las desprejuiciadas maniobras institucionales y de imagen a las cuales recurre -desde la nueva ley electoral a una ulterior ampliación del propio espacio mediático- son directamente proporcionales a su crisis de consenso en la mayoría real de la sociedad italiana. Es una crisis por abajo y por arriba: por un lado, en los sectores populares pequeñoburgueses empobrecidos por la crisis y en vastas franjas de población pobre del sur; por el otro, en los salones de la burguesía italiana, desde siempre ajenos a los rasgos familiares y de clan del berlusconismo, y mucho más proclives hoy a una solución política de recambio. La combinación de estos factores, con el trasfondo de una sostenida crisis capitalista, parece tornar irreversible la parábola descendente de Berlusconi.


 


Pero la avanzada de la Unión y de su perspectiva de gobierno -por indudable que sea- tiene lugar en un terreno convulsionado por las contradicciones de clase de su propio bloque social: contradicciones que precisamente la crisis económico-social profundiza cada día.


 


La avanzada de la Unión es, desde luego, empujada por el reclamo a coro de la expulsión de Berlusconi, presente en el sentimiento profundo de amplios sectores del pueblo. Es el legado de la larga etapa de los movimientos de lucha contra Berlusconi que se desarrollaron entre 2001 y 2003. Y es el sentimiento que ha impulsado el gran triunfo de Romano Prodi en las elecciones internas de la Unión, signadas por una excepcional participación popular. En otros términos, la avanzada del recambio liberal en torno a Prodi, a la gran industria, a los grandes bancos que lo sostienen, se apoya sobre las clases sociales sometidas y se beneficia de su empuje.


Y, sin embargo, precisamente aquí anida la contradicción. La proximidad del recambio de gobierno de cara a las elecciones de abril de 2006 obliga a Prodi y al Centro liberal a revelar progresivamente su programa real. Y este programa se encuentra en las antípodas de la demanda de cambio de vastas masas y de los movimientos de lucha de estos años: leal colaboración con los Estados Unidos, y “retiro de Irak acordado con los Estados Unidos” en política exterior; “terapia de shock” en materia de saneamiento financiero en política interna. La crisis económica de estancamiento y el calendario de reducción de la deuda pública acordado en Bruselas no dejan grandes márgenes de maniobra al futuro gobierno. Y las mismas experiencias locales de gobierno del centroizquierda -que hoy gobierna en el 75% de las regiones y las ciudades italianas- marcan cada vez más un perfil de “ley y orden” que desafía abiertamente a movimientos juveniles (Bologna) y demandas populares (Piamonte). Por lo tanto, el sentí-, miento, ciertamente dominante, de la expulsión de Berlusconi comienza a convivir, en un segundo plano, con un malhumor y desconfianza creciente respecto al Centro de la Unión. Una desconfianza real, pero aún secundaria a nivel de grandes masas. Y, por el contrario, muy marcada en un ámbito significativo de una amplia vanguardia, social y política, donde ya hoy se traduce en oposición y hostilidad abierta: así es en un sector muy vasto de la base militante del PRC; así es en entornos significativos de la izquierda sindical, de la vanguardia obrera, del movimiento pacifista y antiglobalización.


 


Esta contradicción emergente, a su vez, se refleja en la izquierda italiana: en sus relaciones con la Unión, en su vida interna. Cuanto más emerge la fractura entre el programa capitalista del Centro de comando de la Unión y las exigencias de la base popular, más busca Romano Prodi una cobertura y corresponsabilidad por izquierda.


De un lado, luego de la investidura plebiscitaria de las internas, asegura a los capitalistas que gobernará con pulso firme y “sin mediaciones” las políticas de austeridad. Del otro, se apresura a consolidar el apoyo de los grupos dirigentes de las izquierdas, de las cúpulas de la CGIL y de Fausto Bertinotti, quienes son bien conscientes del propio rol, cada vez más insustituible, de aspirantes a garantes de la futura paz social. El rédito de su posición para la Unión no se funda simplemente en los “números” hoy necesarios para batir electoralmente a Berlusconi. Se funda cada vez más en su futura función de cobertura social de Prodi y de sus programas. Pero cuanto más se acentúa esta subordinación de las izquierdas al Centro liberal de la Unión, más se multiplican las contradicciones y diferenciaciones en su cuerpo organizado y en su base social y militante.


“¿A dónde va la izquierda italiana?” es hoy un interrogante difuso en la preocupación de sectores populares significativos.


 


Progetto Comunista ha asumido como consigna central de su batalla política de masas la ruptura con el Centro de la Unión. Es decir, que la propuesta desafía a toda la izquierda italiana para que rompa con la Unión y se candidatee a luchar por una alternativa anticapitalista. Millones de trabajadores y de jóvenes no han luchado contra Berlusconi para continuar subordinándose a los industriales y a los banqueros de Prodi. Es más: ya hoy la perspectiva misma de un gobierno de concertación con los industriales y los banqueros han puesto en sordina a la oposición de masas a Berlusconi, trabaja para dividirla, para privarla de una plataforma independiente, para desactivar su potencial de explosión. Por esto la ruptura con el Centro de la Unión no es una propuesta “político-ideológica” o de carácter parlamentario-institucional. Es la condición decisiva para relanzar y unificar la oposición de clase a Berlusconi; para derribar a Berlusconi a partir de las razones de los trabajadores y no de los intereses de la Confindustria; para abrir el paso a una alternativa de poder de los trabajadores y de las trabajadoras, que es la única alternativa verdadera.


 


En este cuadro, Progetto Comunista es hoy la única tendencia de la izquierda italiana que reivindica una huelga general prolongada para expulsar a Berlusconi en torno a una plataforma unificadora de los movimientos de lucha. Una consigna que se basa en la experiencia concreta triunfante de formas de lucha por tiempo indeterminado practicadas por sectores obreros y populares en los años pasados (a partir de los 21 días de huelga de la Fiat de Melfi) y apunta a recuperarlas y generalizarlas en dirección de una auténtica prueba de fuerza global contra las clases dominantes.


 


Pero si -como todo hace creer-, las direcciones de la izquierda italiana llegan a subordinar al movimiento obrero a la perspectiva política del recambio Prodi la defensa y el relanzamiento de una oposición comunista y de clase contra el nuevo gobierno se planteará como exigencia irrenunciable. No sólo para los marxistas revolucionarios, sino también para un sector de la vanguardia de clase que ha madurado en las luchas de estos años. La tarea central de los marxistas revolucionarios no es cuidar su quinta, sino dirigirse a esta vanguardia con su programa, a partir de las luchas, para relanzar, sobre bases revolucionarias, la Refundación Comunista. El trotskismo italiano se encuentra en las vísperas de una gran prueba.


 

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