La crisis italiana


La crisis virtual del gobierno de Berlusconi refleja, en su indudable especificidad nacional, la crisis general de la política dominante en Europa, sobre el fondo del estancamiento económico, del retome de la lucha de clases, de las movilizaciones contra la guerra.


 


Crisis capitalista y crisis del “berlusconismo”


 


El gobierno de Berlusconi, constituido en el 2001 bajo la onda del desastre de la larga experiencia del centroizquierda, se ha fundado sobre un bloque social heterogéneo y contradictorio: de un lado la pequeña y mediana empresa, industrial y comercial, del norte de Italia, verdadera base material de Forza Italia, partido del primer ministro; del otro lado, un amplio sector de la pequeña burguesía meridional, de jubilados pobres, de empleados públicos estatales y paraestatales, particularmente concentrados en el sur de Italia y ampliamente representados en ANyUDC.


 


El proyecto de Berlusconi era consolidar un eje privilegiado con la Liga (determinante en los colegios electorales del norte) gracias a una amplia satisfacción de los reclamos liberales, antisindicales y “federalistas” de la pequeña y mediana empresa septentrional; y al mismo tiempo, de salvaguardar la hegemonía sobre amplios estratos del pueblo meridional y de los jubilados gracias a la dádiva de concesiones populistas (aumento de las jubilaciones mínimas, etcétera).


 


Pero la crisis capitalista italiana y europea ha reducido verticalmente el espacio de maniobra del gobierno en cuanto a la distribución de los recursos. Berlusconi había profetizado públicamente un aumento anual del 3 al 4% del PBI durante cinco años consecutivos. El estancamiento europeo, por el contrario, le ha reservado a Italia un crecimiento muy poco superior a cero. En este cuadro, la mediación interna en un bloque social tan contradictorio se ha hecho, día tras día, más difícil. Los contrastes políticos entre la Liga, por una parte, y la AN y UDC, por el otro, se han profundizado progresivamente. El intento de Berlusconi de contornear la parálisis de la coalición con la acentuación de poses populistas y “bonapartistas” en una relación directa con el “pueblo elector” se enfrentaba con la imposibilidad material de hacer frente a las promesas realizadas. Y por lo tanto agravaba el desgaste de la imagen de Berlusconi.


 


El ascenso de la lucha


 


Pero, por sobre todo, el gobierno encontraba dificultades crecientes en el plano de la lucha de clases.


A partir de la segunda mitad del 2001, Italia fue atravesada por una consistente reanudación de las movilizaciones de masas. Una movilización de composición diversa marcada por sujetos diversos, pero también con una dinámica de influenciamiento recíproco y propagación: un movimiento antiglobalización de una amplitud única en Europa, a partir de la gran manifestación de Génova del 2001; un movimiento de la clase obrera fuertemente caracterizado por la aparición sobre el terreno de una joven generación de trabajadores capaz de imponentes demostraciones callejeras (febrero de 2002), entre las mayores de la posguerra; un movimiento contra la guerra de Irak de grandes proporciones que en los hechos envolvía a amplios sectores de la clase obrera, de la juventud, y que de algún modo encontraba el sentimiento favorable de la mayoría de la opinión pública. Estos distintos movimientos se caracterizaban progresivamente por un sentimiento común: la aversión al gobierno Berlusconi, el reclamo de su caída. La burocracia sindical y el conjunto de la izquierda italiana, ambos subordinados al centro liberal del Olivo (Prodi-D’Alema), han privado conscientemente a esta ola de movilizaciones de una plataforma reivindicativa unificadora y de un desenlace radical, evitando cuidadosamente una verdadera prueba de fuerza con el propio gobierno en el momento de su impopularidad creciente.


 


Pero, ciertamente, estas movilizaciones han concurrido a reforzar un clima social hostil al gobierno. En este cuadro y bajo el peso de la crisis económica, el llamado “Pacto por Italia” firmado por Berlusconi con los sectores más moderados de la burocracia sindical (CSIL y UIL) con el objeto de marginalizar y aislar a la CGIL, entraba rápidamente en crisis. La ruptura de hecho entre Berlusconi y la CSIL y el fracaso de la línea de hundimiento anti-CGIL concurrían a su vez a ampliar el espacio de iniciativa y movilización de significativos sectores de la clase, favoreciendo la radicalización: la victoria obrera en la Fiat de Melfi después de veinte días de huelga indefinida ha representado, al respecto, un ejemplo central.


 


La clase dominante apunta al Olivo


 


Este desarrollo de la movilización social incidió progresivamente en el distanciamiento progresivo de las clases dominantes frente al gobierno de Berlusconi. Las grandes empresas y los grandes bancos italianos ya no se identificaban más en el recién llegado Berlusconi y en sus negocios privados. Pero, inicialmente, la promesa de una estabilidad política duradera los había orientado hacia un compromiso con Berlusconi en una lógica de control y supervisión de su conducta: la inserción del ministro Ruggero, hombre de la Fiat, en el Ministerio del Exterior respondía exactamente a este fin. Su papel era el de representar al gran capital dentro de una coalición que le era largamente extraña, y al mismo tiempo, garantizar la credibilidad europeísta del gobierno ante el capital financiero y las instituciones de la UE. Este compromiso, sin embargo, tuvo una vida breve. El eje central entre la Liga y Berlusconi en la coalición de gobierno, junto a las presiones antieuropeístas que se derivaban, marginaron al hombre de la Fiat forzándolo a renunciar. A su vez, la ruptura del compromiso entre Berlusconi y la Fiat fue el inicio de un proceso más vasto de reubicación política de los poderes fuertes que hoy llega a su conclusión. La gran empresa, bajo la guía de la Fiat, ha reconquistado la hegemonía en la Confindustria, sustrayéndola a la precedente gestión de un clan de pequeños industriales filo-berlusconianos (D’Amato) e imponiendo un representante directo (Luca di Mon-tezemolo). Bankitalia y el conjunto de los grandes bancos del norte y del centro de Italia (Banca Intesa, Unicredito, San Paolo, Monte del Paschi…) han acentuado su propia orientación anti-berlusconiana y recompuesto una alianza con las grandes empresas industriales, empujados de un lado por su directa implicación en la crisis empresarial de la Fiat y, del otro, por el común rechazo de la pose populista de Berlusconi a favor de los ahorristas en ocasión de la quiebra de Parmalat y Cirio. La Confcommercio, inicialmente gran sostenedora del gobierno, critica a Berlusconi por la fracasada reducción fiscal prometida y, consecuentemente, por “la crisis del consumo”. El conjunto de estas fuerzas se mueven hoy en dirección al Olivo y su alternancia de gobierno, a la que le reclaman: a) una política dictada por los intereses generales del imperialismo italiano, a partir de un fuerte relanzamiento del sostén económico a las grandes empresas financiado con un “nuevo rigor pre-puestario”; b) una política exterior marcada por la prioridad de la integración europea y, en ella, de una lógica de competencia-cogestión con el imperialismo norteamericano; c) la recomposición de la concertación con la CGIL sobre el plano sindical para apagar la mecha de las luchas y favorecer el retorno de la paz social.


 


La elección de Romano Prodi como líder de un futuro gobierno del Olivo es la elección del principal garante de la gran industria y de la banca ante el capital italiano y europeo.


 


Las contradicciones de la alternancia olivista


 


Este diseño de alternancia impulsado por el gran capital encierra fuertes contradicciones. La apuesta de clase de la gran burguesía en una perspectiva de gobierno Prodi está motivada por cuestiones exactamente opuestas a las razones de fondo que han marcado por tres años a la movilización popular contra Berlusconi.


 


En el plano económico-social, el imperialismo italiano tiene la exigencia central de remontar la cuesta de una declinación de competitividad en el mercado mundial en sectores decisivos. Este es el reclamo dominante y obsesivo de la gran prensa burguesa hoy en Italia. Y esta es la razón de la crítica abierta de los grandes burgueses a Berlusconi por su campaña demagógico-electoralista de reducción de los impuestos, en nombre del reclamo alternativo de expansión de la inversión pública en investigación tecnológica, sostén a las exportaciones y desarrollo de la productividad. Pero este programa gran burgués se enfrenta con un nivel excepcional, sin variación en los hechos, de endeudamiento público, y con una crisis presupuestaria estatal agravada en estos años política berlusconiana. Esto significa que su realización exige un costo social ulterior, relevante para los trabajadores y las masas populares, ya gravadas por décadas de sacrificios; y, además, en la fase del despertar de sus luchas y movilizaciones. A los trabajadores que se movilizaron contra la reforma jubilatoria de Berlusconi o en defensa de la salud pública, se les deberá exigir no sólo la salvaguardia de aquella “reforma” sino también, probablemente, un nuevo sacrificio en jubilaciones y salud. A los trabajadores y a los jóvenes que se movilizaron contra la llamada “ley 30”, fuente de precarización salvaje, se les deberá exigir no sólo preservar la sustancia de esa ley, en nombre de la exigencia primaria de la competitividad, sino sufrir el deterioro del propio contrato nacional de trabajo, a favor de la flexibilidad contractual. No por casualidad ya hoy dirigentes de primer plano del centro del Olivo preanuncian estas opciones futuras. Y ya hoy este anuncio suscita escándalo en el pueblo de izquierda y un abierto rechazo en la base militante de sus partidos y de la CGIL. Exigir a los trabajadores que hagan de conejillos a una alternancia patronal enderezada contra ellos no será una tarea fácil ni para los liberales ni para las direcciones burocráticas del movimiento obrero.


 


Lo mismo sobre la política exterior. El imperialismo italiano, en la última década, ha reforzado su exposición económica y militar tanto en los Balcanes como en Medio Oriente. Tanto más, cuanto que en el cuadro de su crisis de competitividad sobre el mercado mundial exige consolidar esta presencia exterior como un precioso factor de contrapeso, capaz de reforzar su papel de negociación en la propia Unión Europea y, a través de la UE, frente al imperialismo norteamericano. Por esto, el gran capital italiano reivindica una gestión multilateral de la política internacional y de la crisis iraquí, como mejor escudo protector de sus propias inversiones e intereses (Ente Nazionali di Idrocarburi, ENI). Paralelamente, apunta a un reforzamiento estratégico de la propia presencia en la industria aeroespacial y en su proceso de concentración internacional (punto de fuerza del polo imperialista de la UE) junto a un neto incremento de los gastos militares, ligado, por otra parte, a la establecida profesionalización del ejército. No por nada el programa de Romano Prodi prevé explícitamente un aumento del presupuesto militar italiano, dentro de la reivindicación de la “potencia europea”.


 


Pero la realización de este programa implica no sólo la paralela reducción posterior de los gastos sociales como fuente de autofinanciamiento, sino también un abierto desafío al sentido común de vastos sectores de trabajadores y de jóvenes que se movilizaron en estos años contra el militarismo italiano y contra la elección neocolonial de Berlusconi.


 


No será fácil exigir a un movimiento marcado por una sensibilidad pacifista, incluso elemental, que sostenga un gobierno del Olivo que mantenga y financie fuerzas militares de ocupación en Irak, en Afganistán y en los Balcanes, incluso en conexión con una victoria de Kerry en los Estados Unidos.


 


Independencia de clase y alternativa socialista


 


Por esto, la consigna de la independencia de clase del movimiento obrero, de los movimientos de lucha de estos años respecto del centro liberal del Olivo, es más actual que nunca.


 


La ruptura con el centro del Olivo no sólo es necesaria para liberar la más amplia y radical movilización contra Berlusconi y producir su caída. Es necesaria para defender la autonomía de la clase obrera con relación al imperialismo italiano y cada uno de sus gobiernos, en función de una perspectiva alternativa anticapitalista y de clase.


 


Esta perspectiva tiene, más que nunca, una validez europea. El objetivo de una “Europa social y de paz” en el ámbito capitalista -tan caro al “Partido de la Izquierda Europea”- es desmentido, día tras día, por la experiencia de los hechos. En todas partes los gobiernos burgueses de centroderecha o de centroizquierda gestionan la política de ataque a las condiciones obreras y populares dentro de la morsa de la crisis capitalista continental.


En todas partes, bajo gobiernos de cualquier color, se amplían los gastos militares, se profesionalizan los ejércitos, maduran nuevas ambiciones imperialistas.


 


En todas partes se profundiza la crisis de consenso de la clase dominante europea liberando una reanudación de luchas y movilizaciones, de dinámica desigual y contradictoria, pero marcado por una nueva potencialidad.


Sólo una perspectiva anticapitalista y socialista por el poder de los trabajadores y las trabajadoras puede dar una respuesta coherente a esta potencialidad radical.


 


Por esto, Progetto Comunista desarrolla la campaña por un polo autónomo no sólo en el PRC sino también en todos los movimientos de lucha y en sus organizaciones de masas, como bandera de reagrupamiento de una vanguardia obrera y juvenil que no acepta subordinarse a los industriales y banqueros olivistas y a sus intereses coloniales.


 

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