Las luchas en Italia


En abril de este año los trabajadores de una de las fábricas más importantes del grupo automovilístico Fiat (la de Melfi, en el sur de Italia, “vidriera” de la flexibilidad, disciplina y bajos salarios) ingresaban en una lucha para equiparar sus condiciones salariales y normativas a las de los otros establecimientos de la Fiat, y con una huelga extendida de 21 días lograron obtener una victoria sustancial. La importancia de esta lucha se puede entender si se toma en cuenta que en Italia la forma de lucha de la huelga prolongada se había dejado de lado desde casi medio siglo atrás. Fue, justamente, entre fines de los años ‘50 y el comienzo de los años ‘60 que la burocracia sindical, incluyendo a su componente de “izquierda”, elaboró una estrategia basada en el concepto de las “huelgas articuladas”, como el único instrumento de lucha sindical. Incluso en el período de crisis social y política del 1968-76, que se desarrolló hasta la existencia de una situación pre-revolucionaria, las grandes luchas por los convenios se basaban en conflictos largos, articulados sobre la base de 20 horas de huelga al mes, acompañados en algunos momentos de huelgas generales de 24 horas, imponentes, pero siempre como expresión de una política de presión y no de confrontación.


 


Sólo nosotros, trotskistas consecuentes -en la época una pequeña minoría-, señalamos la necesidad de desarrollar formas de lucha unitarias y a ultranza. Esto sin negar la validez del uso de luchas articuladas, en particular bajo las formas radicalizadas que asumían en la época, logrando por momentos verdaderos descalabros de la producción e importantes conquistas económicas por parte de los trabajadores, a pesar de la política de contención de la burocracia sindical y la “izquierda”. Demostrábamos, de todas formas, cómo este tipo de luchas limitaban el valor y el impacto político de la movilización de la clase. En todo caso podían alcanzar resultados positivos generales en el terreno reivindicativo, en tanto existían en la época los márgenes económicos para el capital como para permitirle, bajo la presión de la lucha, dar concesiones a la clase obrera.


 


El desarrollo de la crisis económica y social del capitalismo a mediados de los años ‘70 no sólo ha reducido ese margen sino que ha conducido al capital y a sus diversos gobiernos (en Italia, predominantemente de centroizquierda) a desarrollar contraofensivas contra las masas que recuperaron largamente las concesiones de las décadas de la posguerra. Por esto la necesidad de luchas unitarias y a ultranza para derrotar la ofensiva patronal se ha hecho cada vez más evidente.


 


Todavía hoy los únicos que señalan la necesidad de tales formas de lucha han sido los compañeros de Progetto Comunista, contra todas las otras fuerzas y corrientes de la izquierda política y sindical. Ha sido la vanguardia de la clase la que maduró la necesidad de trascender las viejas y tradicionales formas de lucha. Es cierto que en la lucha de la Fiat de Melfi ha habido una presencia significativa de nuestra corriente política (el círculo de fábrica del Partido de la Refundación Comunista, del que formamos parte, y que posee varios delegados sindicales en la CGIL, votó por mayoría nuestras tesis en el pasado congreso del partido y su secretario es militante de nuestra organización), pero sería una operación incorrecta atribuir a nuestra influencia, por supuesto positiva, la opción de miles de trabajadores. Opción que se encuadra en una situación más amplia, en la que la temática de la lucha a ultranza había ya emergido -a fines del 2003- en la lucha de los trabajadores del transporte urbano, que en forma independiente de cualquier organización sindical se lanzaron a la lucha contra un convenio basura. También en este caso nuestra intervención había alcanzado algunos éxitos parciales en situaciones importantes (Venecia, Génova), aunque la dispersión de las categorías en las diversas ciudades y los diferentes niveles de movilización entre ellas no permitieron que la hipótesis de la huelga prolongada se desarrollara realmente, y las movilizaciones se cerraron con una derrota parcial. Derrota que de todas formas no ha impedido que la lucha de los trabajadores del transporte local se muestre como un ejemplo para amplios sectores de la clase y ponga a la orden del día formas de lucha radicales.


 


Estas formas, en otros términos, se expresaron a lo largo de los últimos dos años en las luchas de la categoría más importante de la industria, la metalmecánica. Aquí la patronal renovó el convenio laboral cerrando un acuerdo basura con dos de las tres principales confederaciones sindicales italianas, la CISL (católica) y la UIL (con un lejano origen socialdemócrata de derecha), que la Fiom, el sindicato metalmecánico de la CGIL, dirigido por un sector de la “izquierda” sindical, rechazó firmar. Si bien la Fiom representa la mayoría absoluta de los trabajadores del sector (en Italia existe la pluralidad de organizaciones sindicales en cada lugar de trabajo, con libre adhesión), el convenio basura fue homologado, incluso porque la CSIL y la UIL han rechazado cualquier tipo de referendo entre los trabajadores. La respuesta más adecuada habría debido ser la continuidad de la lucha general por otro convenio. Se trataba, sin dudas, de un camino difícil, debido el nivel desigual de combatitividad de la clase, pero debió haberse intentado. Demasiado “nuevo” y radical para una burocracia, aunque sea de “izquierda”.


 


Así, la Fiom ha desarrollado, a partir de su fuerza puntual en fábricas medianas y grandes, luchas reivindicativas para obtener “pre-convenios”, es decir acuerdos por empresa que “anticipan” un hipotético futuro convenio nacional (en realidad, reivindicando la propuesta de convenio de la Fiom). Con una lucha parcializada, pero coordinada y muy radicalizada, que recordó las formas de lucha de los años ‘70 (duros piquetes, bloqueo de mercaderías, etc.), se alcanzaron centenares de acuerdos positivos, en un cuadro que ha hecho hablar no sólo al gobierno, sino también a la CISL y a exponentes liberales del Olivo, de una emergencia de “orden público”.


(Señalamos que la empresa más grande en la que se alcanzó el preconvenio es la Fincantieri, grupo navalmecánico con cerca de 10.000 trabajadores, en la que nuestra organización tiene una presencia significativa, en particular en la planta de Génova; el asunto es tanto más importante por cuanto se trata de un grupo que aún cuenta con participación del Estado, en donde por lo tanto la lucha ha doblegado a los representantes del gobierno.)


 


Los acontecimientos significativos que se operaron en el terreno de la lucha obrera no ocurrieron en un cuadro de aislamiento social; al contrario. En el mismo momento que se desarrollaban la luchas de Melfi, del transporte local y de los metalmecánicos de la Fiom, movilizaciones importantes emergían alrededor de otras cuestiones, desde la lucha contra la guerra imperialista en Irak, hasta aquellas en el terreno ambiental con cortes masivos de rutas y vías. En particular, pocos meses antes de la lucha de Melfi, la región en la que se encuentra, Basilicata, había sido sacudida por una lucha de masas triunfante contra la creación, en la localidad de Scanzano, de un depósito nacional de basura radiactiva, con la movilización de centenares de miles de personas en manifestaciones y cortes de rutas. Por supuesto, esta lucha, en la que participaron muchos trabajadores de Melfi, influyó en el desarrollo de su radicalización. Se procesa una interacción positiva entre sectores y luchas diversas.


 


Aunque con muchas contradicciones (en la mayoría de las categorías de trabajo las burocracias sindicales firmaron, unitariamente, convenios basura sin que se manifestaran reacciones significativas de los trabajadores), el proceso de radicalización del conflicto social en Italia avanza.


 


El problema es darle una perspectiva general y unificadora. Es la batalla que efectivamente llevamos adelante, solos, como AMR Proyecto Comunista. Esto es, alrededor de la reivindicación de la huelga general prolongada sobre un programa que incluya la recomposición salarial, la reducción de la jornada laboral, la abolición de la flexibilidad, la incorporación a planta permanente de los trabajadores precarizados con plenos derechos laborales, un salario social digno para todos los desocupados, la defensa del “Estado social”, y que concluya con la consigna de la expulsión del gobierno antiobrero y antipopular de Berlusconi.


 


Las condiciones objetivas y de potencial disponibilidad de las masas para tal perspectiva están presentes, lo que falta es una dirección consciente, suficientemente fuerte para desarrollar una acción capaz de lograr la realización concreta de esta perspectiva.




El problema de la construcción del partido revolucionario y de la conquista de una hegemonía sobre los sectores de masas sigue siendo la cuestión central. La actual batalla de la sección italiana de la Coordinadora por la Refundación de la IV Internacional va en el sentido de la lucha por la huelga general prolongada y por la independencia de clase respecto del centroizquierda burgués.


 

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