La crisis mundial. Estado de situación


Los últimos meses no han sido avaros en acontecimientos demostrativos de la agudización de la crisis mundial, entendida como el “momento en que la descomposición de conjunto del capitalismo (sistema mundial) adquiere la forma de crisis políticas y revoluciones, y que integra a los Estados obreros burocratizados, ya vinculados a la circulación económica mundial, y a la burocracia como una agencia del imperialismo mundial en el seno de los estados obreros” (l).


 


La crisis ha alcanzado al régimen político norteamericano. Esto va mucho más allá de las desventuras electorales de Bush, ya que se manifiesta en la impotencia del conjunto de las instituciones del Estado para hacer frente a la crisis económica y en las tendencias a la explosión social (Los Ángeles). De igual modo, las instituciones internacionales se muestran paralizadas frente a la crisis monetaria y a la seguidilla de crisis políticas en Europa; al hundimiento del tratado de “unidad europea” de Maastricht; y a la tendencia a la guerra comercial mundial. Cuanto más necesita el imperialismo una mano fuerte y segura para enfrentar la crisis mundial, a la descomposición del Estado en los países del Este, al agotamiento de los regímenes democratizantes latinoamericanos y al ascenso huelguístico en sus propios países, la crisis política golpea el corazón de los regímenes políticos imperialistas.


 


— Estados Unidos


 


La derrota de Bush fue el registro electoral, extremadamente tardío, del fracaso del “reaganismo”, la tentativa más profunda y persistente de contrarrevolución en un cuadro democrático llevada adelante por la burguesía norteamericana desde el maccartismo en la década del ’50.


 


En el plano interno, el “reaganismo” significó un brutal intento de afirmación del capital contra el trabajo. A partir de la derrota de la huelga de controladores aéreos, al inicio de su mandato, Reagan llevó adelante una violenta política de reducción de los salarios (directos e indirectos), de “flexibilización laboral”, de concentración de la riqueza y de desindicalización. Así, mientras que “en 1980, el salario medio industrial era 60% superior al de Japón; hoy es 10% inferior”(2) hoy, ¡casi la quinta parte de la fuerza laboral ocupada no supera la “línea de pobreza"!; el 25% de la fuerza laboral norteamericana, unos 35 millones de individuos, tiene contratos de trabajo temporario, cobra salarios un 40% inferiores a los de los trabajadores efectivos y carece de cobertura médica y jubilatoria; 35 millones de personas, un 14% de la población, viven por debajo de la “línea de pobreza”, sin techo, sin servicios médicos y alimentándose gracias a la asistencia pública, mientras el 1% más rico de sus ingresos; la destrucción de la educación pública ha creado una masa de 25 millones de analfabetos; el sistema hospitalario está en ruinas. La crisis económica ha sacado a la luz toda la resaca “re-aganista”, “pero la tasa de pobreza y otros varios indicadores de desigualdad social —advertía hace ya un año “The Washington Post” — son mayores que lo que el ciclo económico podría explicar” (3). Junto con el ataque al movimiento obrero, el “reaganismo” se caracterizó por un ataque en toda la línea a los llamados “derechos civiles” y a las conquistas democráticas de la mujer, la juventud y las minorías étnicas y sexuales.


 


En el plano externo, y bajo la excusa de la lucha contra “el imperio del mal”, el “reaganismo” intentó restablecer la hegemonía mundial del imperialismo norteamericano y de la burguesía mundial, golpeada por la derrota en Vietnam y las victorias de la revolución en Irán y Nicaragua. Reagan armó a la “contra” nicaragüense, llevó a Irak a la guerra contra Irán, exacerbó el militarismo con el despliegue de los misiles Pershing en Europa y con la promocionada “guerra de las galaxias” y exigió que las burguesías europea y, fundamentalmente, japonesa financiaran la “fiesta americana” reflejada en el crecimiento desenfrenado del déficit fiscal.


 


Este intento de reafirmación de la burguesía norteamericana sobre “su” proletariado y “sus” aliados chocó con los límites insalvables que presentan las tendencias dominantes del capitalismo. Pese al aumento de la superexplotación obrera, la tasa media de ganancia del capital norteamericano se derrumbó del 18 al 8% (4); la recesión lleva ya dos años sin encontrar “la luz al final del túnel”. Los sectores claves de la economía están al borde de la quiebra: un reciente informe señala que “el 10% de los bancos del país, incluidos algunos de los más grandes, están en problemas” y que “1179 bancos son funcionalmente insolventes” (5); la General Motors está en bancarrota después de acumular pérdidas por 7.000 millones de dólares en los últimos dos años y pronosticar pérdidas de otros 2.300 millones para 1992 (6)); la General Dynamics, el mayor pulpo armamentista, deberá deshacerse de ramas enteras de su producción para escapar a la quiebra; la Me Donell Douglas debió vender parte de sus activos a inversores de Taiwán para conseguir “fondos frescos”. La crisis de las industrias automotriz y armamentista es enormemente significativa porque ambas constituyeron, luego de la Segunda Guerra Mundial, los principales pivotes de la expansión económica norteamericana. El agotamiento de este ciclo no ha encontrado sustituto: ahí está para probarlo la caída de la IBM, obligada a liquidar el 40% de su capacidad productiva.


 


La amenaza de huelga ferroviaria nacional de mayo de 1991, la prolongada huelga de la Eastern, la seguidilla de huelgas en las plantas de la GM y la amenaza de una “batalla general” el año próximo cuando deba discutirse la renovación del contrato, la “ola de huelgas del verano” (docentes, aerolíneas, empleados municipales), el desplazamiento de la vieja dirección ligada a la mafia por una dirección “centroizquierdista” en el sindicato de camioneros, uno de los más importantes del país, y, finalmente, la “pueblada” de Los Angeles, desnudan un ascenso de las luchas populares que no se presentaba desde fines de 1960. La sublevación de Los Ángeles fue un síntoma inconfundible de la poderosa descomposición, no ya social sino política, de los Estados Unidos. Las “instituciones” de la “democracia” —la justicia, el parlamento y todos los niveles del ejecutivo, desde la Casa Blanca hasta el gobierno municipal, los partidos políticos y hasta las iglesias— asistieron impotentes a un descontento que debió tomar el camino obligado de la sublevación; un índice de la total falta de autoridad de las instituciones sobre las masas.


 


El “reaganismo” culminó su experiencia con el crack de Wall Street de 1987 y la agudización de la guerra comercial, que pusieron en evidencia que las burguesías rivales se negaban a “pagar la fiesta” y que muchas veces encontraban los medios para resistirse. Hoy, “Estados Unidos necesita desesperadamente exportar para que la gente vuelva a trabajar” (7), es decir que todavía necesita hacerlo a expensas de sus rivales. El postrer intento de reforzar al imperialismo yanki mediante la guerra del Golfo acentuó su tendencia declinante, porque solo pudo partir a la batalla gracias al financiamiento de los sauditas, japoneses y alemanes, lo cual agravó el retroceso de la burguesía norteamericana, ya que, por ejemplo, la financiación japonesa de la guerra del Golfo provocó un… aumento de las exportaciones japonesas a Estados Unidos.


 


Este fracaso, que no es el de un “modelo” sino el de un régimen social, plantea una crisis política de enormes dimensiones y la necesidad de un giro político. El carácter empírico, caótico y forzado de este giro político se manifiesta en la debilidad política de origen de Clinton, el hombre llamado a conducirlo. No es una figura nacional; era incluso uno de los segundones del partido demócrata, gobernador del Estado más pobre del país, que accedió a la candidatura presidencial sólo porque ninguno de los “grandes”del partido demócrata quería sufrir lo que parecía una segura derrota, a manos del “yencedor” de Saddam Hussein. Otra característica de Clinton, que no contribuye a pintarlo como un “piloto de tormentas”o “innovador”, es que pertenece al ala derecha de su partido y que cuenta también con el respaldo mayoritario de los grandes capitalistas que hasta hace poco sostenían a Bush. La “abrumadoramente republicana” Cámara de Comercio, el lobby capitalista más poderoso de los EE.UU., “ofreció una sorprendentemente positiva visión del avance de sus intereses en el comercio, en la tecnología y en la economía bajo una administración demócrata encabezada por Clinton” (8).


 


“Los cien días de Clinton”


 


La amplitud de la crisis ha llevado a la prensa a suponer que los primeros cien días de Clinton en la presidencia podrían llegar a ser similares a los famosos “cien días de Roosevelt”, en 1933, cuando el capitalismo norteamericano enfrentó un cataclismo del que no se recuperó sino con su entrada en la Segunda Guerra Mundial.


 


El primer aspecto es la desocupación. Aunque las estadísticas oficiales hablan de un 8% de desocupados, no computan a aquéllos que han dejado de buscar empleo, produciendo una discrepancia estadística con la sumatoria de la desocupación en cada Estado (9). En esas perspectivas se inscriben: 1,5 millones de despidos en la industria de armamentos, la GM anunció 73.000 y la IBM 25.000. El empleo en la construcción se ha derrumbado y se adjudica al tratado de libre comercio con México una “fuga” de miles de puestos de trabajo.


 


En consecuencia la tasa real de desocupación actual es del 12%. Aunque inferior a la de la crisis del ‘30 (del 25%), responde a una caída de la producción del 1 al 3%, en tanto que la del ’30 fue provocada por una caída de la producción del 30%. Es decir que no sería necesario llegar a los extremos económicos del ‘30 para alcanzar su mismo nivel de explosividad social.


 


El déficit fiscal está fuera de control… pese a la existencia de una legislación específicamente votada para reducirlo a un máximo de 500.000 millones en el plazo de cinco años. “Pero desde que se adoptó el paquete, las proyecciones oficiales del déficit entre 1991 y 1995 se han incrementado en un 70%, hasta 1,3 billones de dólares”(10). El descontrol presupuestario es una prueba palmaria de la impotencia del régimen político, agravada por las consecuencias dislocadoras que este déficit tiene sobre el comercio mundial.


 


El déficit federal supera los 300.000 millones de dólares, pero si se le agregan los Estados, las municipalidades y las empresas avaladas por el Estado (defensa, investigación de punta, etc.) supera el billón al año. La deuda pública acumulada es de cuatro billones de dólares (¡cuatro millones de millones!).


 


El déficit comercial crece año tras año reflejando este peso del parasitismo económico del capitalismo norteamericano. La pretensión de reducirlo debe registrar este parasitismo en una desvalorización del dólar, lo que no sería más que una forma de desvalorizar la deuda externa de Estado Unidos, en poder de ingleses, japoneses … y argentinos, brasileños, peruanos que fueron forzados a recibir decenas de miles de millones de dólares bajo la forma de capital golondrina o financiación de “privatizaciones”. La política de “dólar barato” y de tasas negativas de interés, ha llevado a los inversores externos a huir del dólar, y de los depósitos en los bancos norteamericanos, agudizando la crisis de financiación de la deuda pública y obligando a la Reserva Federal a emitir moneda para la compra de títulos públicos. El déficit fiscal ha pasado entonces a financiarse crecientemente con emisión monetaria. A principios de noviembre, se podía constatar que “la Reserva Federal está imprimiendo tanta moneda que no hay manera de que los precios financieros bajen” (11).


 


La situación de los bancos es considerada explosiva. A mediados de diciembre entrará en vigor una ley que al exigirles una mayor proporción de capital propio con relación a sus deudas, obligará a dejar de operar a 80 ó 100 bancos, lo que ocasionaría pérdidas de entre 30 y 90.000 millones (12). A fines de octubre se produjo la quiebra del First City Bankcorp de Texas, la octava más grande de la historia bancaria del país. El Citibank, el mayor banco norteamericano, después de acumular enormes pérdidas por préstamos incobrables a los especuladores inmobiliarios y bursátiles, está al borde de la quiebra según filtraciones a la prensa de parte de los reguladores bancarios, el Citi no lograría reunir los requerimientos de capital fijados por las leyes bancarias. Su quiebra podría ser “la gran noticia de fin de año” (13).


 


Los pronósticos de una quiebra bancaria generalizada parecieran estar en contradicción, sin embargo, con las ganancias “récord” que han obtenido los bancos en el tercer trimestre de 1992. Esas ganancias provienen de la reducción de las tasas de interés impulsada por la Reserva Federal (banco central) lo que ha permitido a los bancos aumentar excepcionalmente sus márgenes dé intermediación, desplumandose especialmente a los consumidores y propiciando una fuga de capitales hacia mercados con intereses más altos (Alemania, por ejemplo, o América Latina). El propio titular de la Reserva Federal, Alan Greenspan, reconoció que la reducción de las tasas de interés fue “un esfuerzo para intentar asistir a los bancos para que aumenten sus posiciones de capital” (14). Pero pese a esta “mejora", enormemente costosa para toda la economía, “el problema de los bancos es todavía preocupante” (15), esto por la sencilla razón de que “han dejado de ganar dinero como bancos” (16) y dependen enteramente de la “plata dulce” que les entrega la Reserva Federal: “necesitamos 18 meses más de tasas bajas” confiesa un banquero (17). Un alza de la tasa de interés, y el consiguiente achicamiento de los márgenes banca-ríos, llevaría a la lona a los “1179 bancos funcionalmente insolventes” (18), y a alguno más.


Este cuadro no da aún una idea acabada de la explosividad de la situación norteamericana. California, el Estado más poblado e industrialmente más poderoso, se ha quedado sin presupuesto y paga sus obligaciones con bonos. La desocupación trepa al 20% y concentra la mayoría de las industrias, como la armamentista, la aeronáutica o la de la computación, que están al borde de la quiebra; el 25% de los trabajadores de la construcción ha sido despedido. Uno de cada cuatro bancos en California pierde dinero y sus carteras de préstamos incobrables son un 50% superior a la media nacional de los bancos (19). El sur de California — ¡Los Ángeles!— concentra la mayor masa de pobres del país. California —como Nueva York— es un gigantesco polvorín social… lo que explica que la “ansiedad” de la burguesía norteamericana sea mucho más profunda que lo que emergería de las simples cifras.


 


La ley general que explica esta gigantesca crisis es el agotamiento de los recursos económicos, políticos e internacionales de que se valió el capitalismo, después de la segunda guerra mundial, para contrarrestar la tendencia histórica a la caída de la tasa de beneficios en toda la economía mundial. Esto está indicando que la masa del capital existente es excesiva con relación a la plusvalía que logra extraerle a los trabajadores, pero por sobre todo que no existe una salida que no sacuda, como ya lo está haciendo, todo el ordenamiento mundial de la posguerra.


 


La función de la crisis es, por cierto, eliminar, por una parte, una gran parte del capital “sobrante” y, por otra, reestructurar las condiciones sociales y políticas del proceso de explotación de los trabajadores. Pero la escala con que deberían operarse uno y otro aspecto de la crisis no tienen parangón en la historia. La llamada “reestructuración del capital”, efectuada en la última década y media no han servido para superar esta crisis — al revés, por primera vez se está entrando en una fase de deflación— (los precios tienden a caer por debajo del costo de producción) y de depresión (a la caída de la producción se suma la liquidación de los activos o capital constante invertido. Ocurre que, en una gran parte, los métodos empleados hasta ahora para enfrentar la crisis, han acentuado las características básicas del desequilibrio que esta crisis supone. La financiación, por ejemplo, de esas “reestructuraciones” (o mejor liquidaciones) industriales por medio del endeudamiento bancario; o el salvataje estatal de grupos en quiebra mediante el recurso de la deuda pública; o la sobrevalorización de las Bolsas y del mercado inmobiliario, a través de políticas monetarias y cambiarias que incentivaban la especulación (cuando no, directamente, a través del crimen organizado); y, en definitiva, el financiamiento inflacionario de guerras y masacres; todo esto, en definitiva, ha aumentado, en lugar de disminuir, la masa de capital y en especial su componente ficticio, acentuando la crisis en el curso de la misma crisis.


 


El subsidio masivo al gran capital en quiebra deberá agudizar violentamente la crisis fiscal, en tanto que una guerra comercial y financiera con Europa y Japón plantearía un retiro masivo de los inversores externos de la financiación del déficit público norteamericano… y una emisión monetaria descomunal. Por otra parte, una política de subsidios digitada desde el gobierno agudizaría la división de la burguesía norteamericana en torno a la monopolización de las prebendas, provocando una enorme tensión en todo el régimen político.


 


Un sector fundamental de la burguesía está decididamente en contra de cualquier “paquete fiscal” que obre como reactivador económico. “Los banqueros no están entusiasmados frente a los proyectos de estímulo de Clinton” (20), esto porque el aumento consiguiente de las tasas de interés reduciría drásticamente la rentabilidad de los bancos y provocaría el derrumbe de la Bolsa. Se diseña aquí un enfrentamiento entre el capital específicamente bancario y el industrial, dos sectores que, dentro del capital norteamericano se encuentran relativamente diferenciados. Pero “el paisaje bancario está hoy totalmente desquiciado” (21): un aumento en la tasa de interés podría mandar a la lona al 10% de los bancos, y obligaría a “Clinton a manejar una sucesión de quiebras” (22). Además, los banqueros “temen que un estímulo fiscal después de un déficit fiscal récord no podría más que derrumbar el mercado de bonos del Tesoro y repercutir sobre el valor de los bonos que ellos han comprado” (23).


 


Por distintos motivos también la OCDE, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, que agrupa a las 24 mayores economías del mundo, “advierte a Clinton sobre el aumento del déficit” (24). Una política de aumento del déficit fiscal, de las tasas de interés y de la inflación llevaría inevitablemente a una guerra comercial con Europa y Japón, a una dislocación todavía mayor del mercado mundial y a una creciente *regulación” interna (estatismo). La OCDE recomienda que “si la economía sigue estancada en 1993, Clinton debería reducir aún más las tasas de interés”, es decir, seguir… ¡la política de Bush! que acaba de ser desautorizada. “Reclamamos a Clinton —editorializa Business Week (25)— mantener su promesa… (y) resistir las presiones en favor de un gran paquete de estímulo fiscal, cumpliendo su promesa de recortar 100.000 puestos en el servicio federal (empleados públicos)… (ya que) a menos que la economía realmente se desbarranque no habría mucha urgencia en implementar un paquete de estímulo fiscal”. Business Week teme que una política que reduzca el desempleo provoque luchas sindicales crecientes, en un cuadro de enormes “cuentas pendientes” con la burguesía. Exige 100.000 despidos, no reducir la desocupación.


 


Crisis política


 


Clinton aún no ha asumido la presidencia y ya enfrenta su primera crisis alrededor de la designación de los principales cargos económicos y financieros de su gabinete y la definición de su política económica. The Wall Street Journal (26), sacó el lenguaje de la advertencia para decir que “es posible que sus acciones en los próximos dos meses y medio (antes de asumir) tengan mayores consecuencias que muchas de las que tome como presidente”. Los “mercados financieros” le están exigiendo el nombramiento de sus propios hombres en los puestos económicos claves. Su principal candidato es Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal bajo Reagan, a quien querrían ver en la Secretaría del Tesoro. “La desgracia puede caer sobre Clinton si intenta deshacerse del actual presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, antes de la expiración de su mandato en 1996. Es extremadamente importante que Clinton diga que no tiene ninguna intención de meterse con la Reserva Federal” (27). El lenguaje es de amenazas. Un viejo asesor de Reagan, Martin Feldstein, reclama incluso que “la reducción del déficit a largo plazo tenga una garantía legislativa rigurosa” (28).


The Wall Street (29) no vacila en admitir que Clinton es rehén de un puñado de especuladores “que no han sido elegidos y que incluso son desconocidos para el gran público. Pero los grandes inversores en bonos del Tesoro alrededor del mundo han ganado un poder sin precedentes, incluso quizás un poder de veto, sobre la política económica norteamericana”


 


El principal sostén de Clinton son las empresas industriales más comprometidas por la recesión, como la IBM y el conjunto de la industria de la computación, las industrias armamentistas o las aeronáuticas. Para Le Monde (30), “la nueva administración amenaza no tolerar que los consumidores e inversores soporten todavía durante largo tiempo márgenes de intermediación financiera elevados para permitir que los bancos salgan a flote”. Es visible un violento enfrentamiento en el interior de la burguesía yanqui que hará temblar al régimen político de la potencia imperialista más poderosa del planeta.


 


Los caminos que pueden conducir a la crisis son diversos. Reagan y luego Bush llevaron a cabo un verdadero copamiento del poder judicial al punto que, según Richard Brookhisher, editor de la derechista Revista Nacional, “el mayor logro doméstico de Bush ha sido su designación de jueces” (31). La batalla por el copamiento del poder judicial se puso en evidencia en la cerrada defensa que hizo Bush del nombramiento del derechista Clarence Thomas a pesar de las públicas acusaciones de Añita Hill, su ex empleada, de haberla sometido a “acoso sexual".


 


La justicia, dominada por los elementos reaganianos, es la que va a intervenir precisamente en una etapa que se caracteriza por el crecimiento de las luchas por la recuperación de los “derechos ci-viles” liquidados judicialmente bajo el reaganismo. Clinton ha anunciado, por ejemplo, que anulará la prohibición para el ingreso de homosexuales a las fuerzas armadas, establecida por Reagan. Se abre pues una etapa de choques políticos entre el poder judicial —un poder decisivo, ya que a través de sus “interpretaciones” es el que verdaderamente dicta las leyes— y los poderes legislativo y ejecutivo, y aún de choques del poder judicial con las propias masas. No hay que olvidar que un fallo judicial desató la “pueblada” de Los Angeles ni tampoco que en ocasión de las recientes huelgas docentes, la justicia las declaró ilegales y encarceló a decenas de huelguistas. La crisis política gana en amplitud y se extiende a todos los poderes del Estado.


 


Las elecciones han puesto al desnudo la magnitud y profundidad de la crisis —política y económica— del capitalismo norteamericano, pero no le han brindado ninguna herramienta al régimen político para superarla. La “nueva etapa” no será de “paz social” ni de “reconstrucción” sino de acentuada lucha de clases.


 


II — Alemania


 


El gobierno alemán reconoció recientemente algo que los pronósticos y los indicadores económicos venían anunciando desde hace rato: que Alemania había entrado en una recesión. La declaración puso fin a la última esperanza de encontrar una “locomotora” capaz de sacar a la economía mundial de la depresión.


 


El producto bruto volvió a caer en el segundo trimestre del año… pero más cayeron el producto industrial y las órdenes de compra a la industria. En consecuencia, “la industria está utilizando cada vez más trabajadores de jomada reducida… (que) aumentaron un 60% entre agosto y setiembre, especialmente en las industrias de maquinaria eléctrica y automotrices” (32). La reducción de la jornada no es más que la antesala de los despidos masivos: Mercedes Benz, Porsche y Volkswagen anunciaron, en conjunto, 24.000 despidos para los próximos meses. En las industrias claves —automotrices, electrónicos— el desempleo llega al 13%, el doble de la media nacional.


Todos los economistas identifican a la “recesión europea” como un “villano” que fue desencadenado por la “reunificación” alemana. ¡Pero la anexión de la ex-RDA fue un gigantesco incentivo para la producción europea! “El aumento masivo de las importaciones alemanas después de la unificación —señala el informe mensual de setiembre del Commerzbank— incentivó significativamente el crecimiento económico en todo el resto de Europa y aún continúa sosteniendo la demanda”. Efectivamente, por primera vez en décadas, Alemania tuvo un saldo comercial negativo. La recesión alemana es un síntoma de la profundidad de la crisis capitalista.


 


Con la recesión alemana, “el financiamiento de su unificación no puede asegurarse por medio del crecimiento” (33). Pero las cosas fueron exactamente al revés: el crecimiento alemán de los últimos años se debió a la excepcional demanda subsidiada creada por la anexión de la RDA. Como lo reconoce el ex canciller Helmuth Scmidt, “la aparentemente generosa conversión uno por uno (del marco oriental por el occidental) fue uno de los motivos del rápido derrumbe de la economía de Alemania Oriental, la causa por la que el Este cayó en grandes demandas financieras y el sector público alemán debió recurrir al préstamo”(34). El “1 por 1” —una gigantesca revaluación del marco oriental—fue, en realidad, uno de los negociados más grandes de la historia, una enorme operación de “plata dulce” mediante la cual la burguesía occidental destruyó a un potencial competidor y elevó la demanda para su industria gracias a los subsidios del Estado.


¿Dónde está el supuesto “costo” de la anexión para los capitalistas? “El llamado 'costo' de la unificación, en realidad, está expresando dos cuestiones fundamentales: de un lado* la falta de pujanza, el envejecimiento o la descomunal crisis del capitalismo mundial, y, del otro, los métodos de destrucción económica que inevitablemente ha tenido que imponer para encarar la 'unificación1. Todo esto importa, porque demuestra los límites insalvables de la penetración capitalista en el Este y su tendencia a generalizar las condiciones revolucionarias al este y al oeste de Europa” (35).


 


Estos “límites insalvables de la penetración capitalista en el Este” que señalábamos hace ya dos años, en medio de la “eufora capitalista” que siguió a la anexión, saltaron rápidamente al primer plano. La “fiesta de la unificación” pasó: destruyó a Alemania oriental dejando una “resaca” monumental, el déficit presupuestario, que alcanza los 300.000 millones de dólares, a los que habría que sumarle una cifra similar de los “fondos especiales”, que se encargaban de la privatización de las empresas orientales “que han sido deliberadamente mantenidos fuera del presupuesto” (36). En realidad, lejos de “penetrar”, los capitalistas alemanes se “fugan” ahora del Este: recientemente, Mercedes Benz y la papelera Hotzmann —dos pulpos gigantescos— decidieron posponer indefinidamente sus planes de inversión en el Este; otro gigante industrial —la Krupp—rechazó hacerse cargo de la mayor acería oriental… a pesar de las ofertas de “ayuda” de Bonn y del estado de Brandemburgo. El “retiro” de la burguesía de Alemania oriental pone en evidencia el verdadero carácter de la anexión de la ex RDA: una monumental operación de “take over” o de “adquisición hostil”, una típica operación especulativa mediante la cual un capitalista toma el control de un competidor “débil”, lo desmembra, vende sus equipos por separado, se apodera de sus clientes, proveedores y fuentes de materias primas y, de esta manera, realiza rápidas ganancias para luego mandar al competidor a la quiebra. Esto es lo que ha hecho la burguesía alemana, con el subsidio del Estado: una operación especulativa a la escala de todo un país, el más industrializado de Europa del Este (ahora, el más des-industrializado).


 


A la hora de pagar la cuenta, la burguesía alemana ataca a los trabajadores: se han aumentado los impuestos a la nafta y al consumo, el desempleo en el Este es sencillamente brutal y, al mismo tiempo, Kohl lanza la exigencia de un “pacto social” con los partidos, los patrones y los sindicatos, cuyo punto principal de discusión es la “contención salarial” (37). Rápidamente, los trabajadores alemanes han debido aprender que las leyes del capital están por encima de las constituciones o, como dijo un funcionario oficial, “es más fácil afirmar los derechos en un boom que en una recesión”.


 


Las masas del “este” y del “oeste” enfrentan un problema común, que las fuerza a una acción común: la destrucción de sus conquistas sociales históricas. “La 'tragedia' irremediable del capitalismo mundial, decía Prensa Obrera hace poco, es que la ‘caída’ del ‘Comunismo' tuvo lugar sin que antes hubieran sido liquidados los derechos democráticos y de organización de las masas de occidente, y de que fuera la voluntad de conseguir estos derechos lo que obró en muchos casos para que las masas del este marcharan hacia el derrocamiento de la burocracia stalinista. La imposibilidad para el capitalismo de satisfacer estas aspiraciones, en conjunción con su necesidad de acabar con las conquistas del proletariado occidental, era un dato harto suficiente para pronosticar la gigantesca crisis actual y es harto suficiente para prever que adquirirá características revolucionarias en un plazo no muy lejano” (38). Es precisamente la necesidad para el capital alemán de liquidar las libertades democráticas y de organización de las masas lo que lleva al gobierno de Kohl a mostrar “una extremadamente débil acción” —según la expresión del escritor judío Ralph Giordano— contra las bandas de neonazis que aterrorizan a los trabajadores extranjeros, a los judíos y a los activistas de izquierda, y a reclamar la declaración del “estado de emergencia nacional” con el pretexto de combatir el ingreso récord de refugiados, y el otorgamiento de poderes constitucionales excepcionales.


 


La recesión, el desempleo, los impuestazos al consumo y el apañamiento de las bandas de neo-nazis han liquidado el “capital politizo” de Kohl. Como Bush, que se fue a la lona un año después de la guerra del Golfo, la crisis capitalista hunde a Kohl apenas dos años después de su “hora de gloria”. Esto explica que The Financial Times (39) afirme que Kohl no tiene como evitar la necesidad de cierto grado de entendimiento con los social-demócratas … sin cuya aprobación será imposible la necesaria reestructuración del sistema financiero y el acuerdo con los sindicatos”. Los social-demócratas ya han dado un paso importante en este camino al aceptar la propuesta de Kohl de una enmienda constitucional que liquidará el derecho de asilo.


 


El “consejo” del ultraconservador The Financial Times, el mismo diario que sorprendió a la Citi londinense en abril “recomendando” votar a los laboristas británicos contra Mayor, revela que la burguesía imperialista necesita la colaboración directa y abierta de las burocracias obreras para estabilizar los regímenes políticos en crisis, otro síntoma inocultable de la envergadura de la crisis mundial.


 


DI — La guerra comercial y el hundimiento de Maastricht


 


1992 debía haber sido, según los anuncios, el año de la “unidad de Europa” pero terminó convirtiéndose, por obra de la crisis capitalista, en el año del dislocamiento europeo. A mediados de setiembre se produjo una violenta corrida cambiaría contra las “monedas débiles” (la libra esterlina, la lira italiana, la peseta, las monedas escandinavas), que liquidó las reservas de los bancos centrales de toda Europa; ocasionó en apenas dos días pérdidas a los fiscos por 6.000 millones de dólares, que fueron embolsados por un puñado de especuladores internacionales y que deberán ser sufragados por los contribuyentes; llevaron a la devaluación de la mitad de las monedas europeas y provocaron la salida de Italia y de Gran Bretaña del


 


“Sistema Monetario Europeo


 


Prensa Obrera previó, con diez meses de antelación, la "cadena devaluatoria” europea. “(La devaluación de la moneda finlandesa fue) una medida que tomó por sorpresa (al menos eso es lo que se dice) a todo el mundo. La importancia de la devaluación finlandesa reside en que en la Europa actual no se devalúa; se procura aplicar la ‘terapia’ cavalliana de tajar costos’ aún si ello provoca depresión económica. Quizás la devaluación de Helsinki no sea, entonces, un hecho aislado, sino que preanuncie el comienzo de una ola devaluatoria, que bien podría arrancar por Francia o por Italia— ambos con monstruosos déficits fiscales. (…) Una cadena de devaluaciones dislocaría el comercio internacional” (40).


 


La creciente disparidad de las cotizaciones del dólar y del marco alemán, entre las cuales quedaron atrapadas todas las monedas europeas, provocó una fuga de capitales que abandonaron precipitadamente sus colocaciones en “monedas débiles”.


 


El dólar viene declinando desde 1985, pero Bush le dio un impulso desenfrenado al reducir las tasas de interés. Esa política le fue impuesta por la propia crisis. La declinación del dólar está pulverizando su status de “señorazgo” (privilegio de emisión de moneda, en este caso con aceptación internacional) (41). Un colapso de este “señorazgo” fracturaría al mercado internacional en áreas monetarias, como ocurría antes de la segunda guerra mundial. El descalabro europeo está, si no directamente alentado por el imperialismo norteamericano, al menos acicateado por éste, para que un bloque económico en el viejo continente no rivalice con el “Merconorte” y la “Iniciativa de las Américas”, y sirva más bien para impulsar una colonización económica, controlada por Estados Unidos, de Europa del este y de la ex URSS. El caos monetario europeo devuelve al dólar su condición de “refugio esto no solamente alentaría la'fuga de capitales europeos hacia Estados Unidos sino que serviría por sobre todo para “armonizar” las políticas económicas europeas a las condiciones del capital norteamericano.


 


El “supermarco”, por su parte, parecería representar la fortaleza de la economía alemana. Pero la llamada “inflación subyacente” de Alemania es la más alta de los últimos cuarenta años, como resultado de una constante emisión monetaria con destino fiscal. El marco se desvaloriza en el mercado interno, lo que más temprano que tarde deberá reflejarse en el mercado internacional. Antes de la anexión de la RDA, Alemania propulsaba su hegemonía europea, pero el vasto operativo de colonización financiera de Europa Oriental (y la presión hacia el intervencionismo militar en Yugoslavia) serían reveladores de un creciente desplazamiento hacia otra variante, explícitamente alemana, que se vería favorecida por la cadena de devaluaciones en relación al marco. En Alemania, los diarios y los políticos se declaman cada vez más abiertamente partidarios de formar, una “zona del marco” que sirva para la colonización crediticia de Europa oriental. Para esto tendrá que superar la contradicción que representa su elevada deuda pública y su explosivo déficit presupuestario, y el choque que esta variante le ocasionaría con EE.UU.


 


Las políticas de Estados Unidos y Alemania tienen algo en común: producen un reforzamiento comercial de los Estados Unidos (dólar bajo) y un reforzamiento financiero de Alemania (marco fuerte, capaz de servir como unidad de cuenta) lo que a su vez lleva al choque del primero con Japón y del segundo con Francia y Gran Bretaña. Alemania se queda con el monopolio del crédito comercial en Europa, en especial en relación con Europa oriental y la ex URSS. Estamos asistiendo, entonces, a un acuerdo coyuntural (y a un enfrentamiento a mediano plazo) entre Estados Unidos y Alemania, que deberá provocar un reajuste completo de las relaciones internacionales.


 


Japón tampoco ha sido ajeno a la conmoción económica internacional, y más aún está sufriendo “la más demoledora deflación en los ’90" (42). Las acciones de la Bolsa de Tokyo han perdido el 60% de su valor en los últimos dos años pero aún se las considera “sobrevaluadas” (43). Los bancos acumulan préstamos hipotecarios incobrables por  155.000 millones de dólares y otros 340.000 millones en operaciones de alto riesgo en el sector financiero. “En los próximos meses es posible que Japón vea grandes bancarrotas y quizás también el rescate forzoso de uno o dos grandes bancos” y se calcula que “el costo per cápita para los contribuyentes japoneses (del salvataje de los bancos) podría igualar e incluso superar el costo del salvataje de las compañías de ahorro y préstamo en los Estados Unidos”, que le costó entre 500.000 y un billón de dólares a los contribuyentes norteamericanos (44). El pasaje de la inflación de activos de los "80 (la Bolsa llegó a 40.000 puntos) a la deflación de los '90 (cayó a 12.000 puntos), eliminó una vasta demanda derivada del capital ficticio y provocó un desplome industrial. La crisis alteró sustancialmente los movimientos del capital japonés en el mercado mundial: durante la década pasada Japón financió el endeudamiento de sus competidores, en particular EE.UU., pero desde 1991, por el contrario, la tendencia es a la repatriación de capitales; Japón ha pasado a convertirse en una gigantesca “aspiradora” de capitales que desestabiliza los mercados financieros de todo el mundo. La creación de beneficios ficticios, como medio de contrarrestar el descenso de la tasa de ganancia, ha agotado sus posibilidades, provocando un desplome industrial en Japón.


 


La conmoción monetaria de setiembre tuvo consecuencias devastadoras para Gran Bretaña e Italia.


 


Major se vio obligado a devaluar la libra en medio de una “dramática” fuga de capitales: en un sólo día “desaparecieron” 17.000 millones de dólares, la mitad de las reservas del Banco de Inglaterra (45). “Como consecuencia de la devaluación, la política anti—inflacionaria está en ruinas” afirmó “The Guardian” (46). Major se ha quedado sin política frente a la crisis. Pero la devaluación no frenó ni la caída de la libra ni la fuga de capitales; ni siquiera sirvió para fomenta^ las exportaciones: “los mercados del continente experimentan una notable contracción”, según Kevin Gardiner, un economista del banco mercantil S. G. Warburg. “La caída de las exportaciones—concluyó—va a seguir constituyendo la principal amenaza para la recuperación de Gran Bretaña” (47).


 


El panorama económico en Gran Bretaña es de depresión. El derrumbe de los valores bursátiles e inmobiliarios, el 40% en dos años, ha llevado a la ruina a los cuatro mayores bancos británicos, a la aseguradora Lloyds y a la mayor constructora del país, la Olympia. Hoy, un millón de británicos de clase media tienen viviendas cuyo valor es inferior al de los créditos que tomaron para comprarlas; casi el 20% de los créditos hipotecarios son incobrables; las empresas están “altamente endeudadas” (48) pero “no tienen los medios para refinanciar (sus deudas)” (49). La recesión, que comenzó hace ya 30 meses, se ha convertido en depresión, con la quiebra de decenas de miles de pequeñas y medianas empresas e incluso de algunos grandes pulpos como la fabricante de autopartes Luckas. El producto bruto británico es hoy un 5% menor que hace dos años y las perspectivas son negras: la desocupación alcanza hoy a casi 3 millones de trabajadores (10% de la población activa) y se pronostica su aumento ininterrumpido hasta 1994 (3,5 millones de parados, 16% de la población activa) (50) aunque “los expertos afirman que no bajará de 2,5 millones hasta el fin del decenio” (51).


 


El thatcherismo agravó todos los males del capitalismo británico; esto es lo que deja en claro su agotamiento. Esto define naturalmente la amplitud de la crisis política. A mediados de noviembre se desató un escándalo por las denuncias de ventas ilegales de armas a Irak —en la que están implicados Major, otros ministros y el hijo de Margaret Thatcher—; a mediados de octubre, Major se vio forzado a recular de su anuncio de cerrar las minas de carbón ante la rebelión popular y el “amotinamiento” de su propio partido conservador; a mitad de setiembre, el “caos financiero” hería gravemente al gobierno. Todo esto sucede apenas pocos meses después de la victoria conservadora en las elecciones generales. En abril, la prensa conservadora atribuía la victoria de Major al “espíritu conservador del pueblo” y a la “inexistencia” de la oposición laborista. Pero estas “ventajas” no alcanzaron, antes, para evitar la caída de la Thatcher, y ahora el derrumbe del gobierno de Major y la “muerte política” de Michael Heseltine, actual ministro de Energía, a quien se sindicaba como próximo líder conservador. En aquella oportunidad, “The Sunday Times” (52) escribía exultante que “Londres parece ser un oasis de estabilidad política”, … lo había confundido un espejismo. Ahora está claro por qué el ultra-conservador Financial Times llamó en abril a votar por los laboristas.


 


Estas crisis políticas pusieron el clavo final en el cajón del thatcherismo, que había comenzado a derrumbarse con la caída de los valores bursátiles e inmobiliarios y la expropiación de millones de británicos de clase media que creyeron en el mito del “capitalismo popular” y terminaron sin ahorros y desalojados por no poder pagar sus hipotecas. La crisis minera ha golpeado ahora a las privatizaciones, el corazón de la “revolución conservadora La “reconversión industrial”, presentada durante años como la “solución”, ha terminado convirtiéndose en la causa de la crisis. Esto explica que los conservadores reclamen hoy el mantenimiento, y aún el subsidio, para la minería estatal. En la reacción de los conservadores, como en el recule del gobierno, “hay mucho de pánico” (53), porque, según Patrick Worsnip, de la agencia Reuter, “el conservadurismo quedó finalmente exprimido” (54).El agotamiento del “thatcherismo”, como el del “reaganismo”, se produce después de haber aplicado a fondo sus “soluciones” hasta el hartazgo…


 


En Italia, la caída de la lira y la fuga de capitales, precipitadas por la crisis fiscal, puso al país al borde deja hiperinflación, el derrumbe del sistema financiero y la cesación de pagos. “La situación es tan delicada —afirma The Wall Street Journal (55) — que nerviosos banqueros en Londres y en París están dibujando paralelos entre la Italia de hoy y el México de una década atrás, al comienzo de la crisis de la deuda externa”.


 


La salida capitalista a esta crisis es la guerra contra las masas: al día siguiente de la devaluación de la lira, el gobierno de Amato lanzó un violentísimo paquete de aumento de impuestos al consumo, reducción de gastos sociales, elevación de la edad jubilatoria, congelamiento de los salarios y jubilaciones, despido de empleados públicos y privatizaciones en masa. Ya en julio, el gobierno había exigido a los sindicatos la supresión de la escala móvil de salarios y la aceptación del congelamiento salarial por tres años. “La gravísima situación económica —dice un corresponsal en Roma (56)— había sugerido a los dirigentes de las tres centrales (una stalinista, otra socialista y la tercera demo-cristiana) dar su apoyo a las medidas dictadas por el gobierno en julio”. El acuerdo fue violentamente rechazado por las bases y se convirtió en “sublevación popular” cuando el gobierno lanzó el paquetazo de setiembre. Una de las características más notorias de este enorme movimiento de lucha —huelgas regionales, municipales, por gremio y por rama, manifestaciones de masas en todo el país— es que surgió espontáneamente, al margen de las direcciones burocráticas y adquirió, de entrada, un carácter marcadamente antiburocrático.


 


“El crecimiento de la deuda —advierte Giorgio La Malfa, dirigente del Partido Republicano— pone en riesgo la seguridad democrática”, es decir al Estado capitalista. La burguesía reclama la reforma del régimen político y un “gobierno de salvación nacional”, porque el centro gubernamental ha desaparecido y se asiste a una creciente dislocación, algo que se pone de manifiesto en cada una de las elecciones regionales. La Democracia Cristiana está en ruinas, arrasada por el repudio popular al “paquetazo” y por los escándalos de corrupción. Con respecto al PS, “los hechos simplemente lo han cancelado” (57). ¿Pero hay sustituto al gobierno DC-PS? El ascenso de la “Liga lombarda”—una agrupación regionalista que realiza una violenta demagogia antipartidos y proclama la necesidad de la secesión del norte “rico” del sur “pobre” y de la “Roma corrupta”— “amenaza la trama misma del sistema político” (58) porque “pone en riego la unidad nacional… al cuestionar el pacto fundacional del Estado” y hasta podría llevar a Italia a una “perspectiva yugoslava”. La crisis capitalista no sólo ha convertido en ruinas al régimen político sino que también amenaza destruir la obra histórica de la burguesía, el Estado unificado.


El conjunto de contradicciones que sacude al régimen político italiano explica el apoyo de la prensa a la creación de un nuevo partido, la “Alianza democrática por la reforma”, “el partido del cual se habló como el único antídoto posible a la acelerada descomposición del cuadro político” (59). La Alianza se proclama como el nuevo “centro político contra la Liga y los partidos”, pero su personal es un rejunte de viudas del PS y la DC. Pero esta “ingeniería política” —montada al calor de la crisis puede llegar “tarde”. Así, el régimen pinochetista, deseado para imponer la restauración del capitalismo en Rusia, podría hacer su “debut europeo” en Italia … para salvar al capital.


Pero la burguesía está aterrorizada, sobre todo, por las enormes huelgas y movilizaciones de masas, que han superado el control de la burocracia staliniana. Como advierte La Malfa con temor, “con la gente en la calle y el terremoto permanente, no está dicho que la última palabra la tengan los legisladores. Después de los girondinos —recuerda— vinieron los jacobinos”… es decir, la revolución.


 


¡Si esto ha pasado en dos "grandes potencias” como Italia y Gran Bretaña, ¡qué será la situación en los “pequeños países” de Europa (Escandinavia, Portugal, España, Irlanda, Grecia, etc.)!


 


“El round de las oleaginosas”


 


El mismo acuerdo coyuntural entre Estados Unidos y Alemania se reprodujo, pocos meses después, en el acuerdo comercial EE.UU.-CEE sobre las oleaginosas. Horas después de su derrota electoral, Bush intimó a la CEE a limitar sus subsidios a la producción de oleaginosas bajo la amenaza de iniciar una escalada de represalias contra las exportaciones europeas a los Estados Unidos. La CEE aceptó las condiciones de Bush con la reticencia de Francia que, “pour la galerie”, anunció que vetará el acuerdo.


 


El violento recule de la CEE en la cuestión de las oleaginosas es todo un símbolo del desmoronamiento del tratado de Maastricht, cuyo propósito era conformar un bloque contra las presiones yanquis. La aceptación del acuerdo por parte de la CEE produjo una nueva conmoción cambiaría europea: en la misma semana que se alcanzó el acuerdo hubo que reunir de urgencia a los ministros de finanzas para contener una nueva corrida, esta vez contra las monedas de España, Francia, Portugal, Dinamarca y Suecia, precisamente los países más perjudicados por el acuerdo. Pero en medio de incontrolables devaluaciones es imposible que Europa pueda mantener una política agrícola común, cualquiera sea ella, esto porque la condición de una política presupuestaria común — el denominado PAC— es el funcionamiento de un sistema monetario coordinado.


 


La principal consecuencia del “round de las oleaginosas” es la ruptura del eje Bonn-París, que era el eje de la unidad europea. Francia quedó aislada y es la principal perdedora porque es el país más dependiente de los subsidios a la agricultura y el más afectado por el proteccionismo norteamericano. El gobierno de Mitterrand está confrontado, además, a una segura derrota electoral en las próximas elecciones legislativas. Según Le Monde (60), esta debilidad podría repercutir en cualquier momento en el mundo financiero, desencadenando un nuevo derrumbe inmobiliario, bursátil y bancario.


 


La crisis monetaria o el “round de las oleaginosas” han servido para demostrar que ninguna burguesía del viejo continente puede, o quiere, prescindir de "su” Estado, o del derecho a manipular su propia moneda. Sólo la soberanía alemana sobre el marco le ha permitido subsidiar a sus capitalistas, un “derecho” al que no pretende renunciar. ¡Pero el mismo "derecho” necesitan sus “aliados” para defenderse de Alemania! La moneda europea única se encuentra, por imperio de la crisis capitalista, condenada a dormir en los archivos por muchos años. El propio gobierno alemán “prometió que el marco no será reemplazado por una moneda común si el parlamento no aprueba la acción, lo que equivale a una 'cláusula de opción de salidas como la que obtuvieron Gran Bretaña y Dinamarca” (61). “Bonn ha creado su propia escapatoria a Maastricht” concluye la información.


 


La "muerte” del tratado de Maastricht, sin embargo, se había prefigurado con mucha anterioridad a la crisis monetaria de setiembre. La "desunión” europea se manifestó abiertamente en ocasión de la guerra del Golfo: Gran Bretaña —la más débil-de las "grandes potencias” europeas— se colocó, desde el vamos, en la primera fila de la intervención militar; Alemania, la más fuerte, se negó obstinadamente a involucrarse en la guerra, mientras Francia, por su parte, partió obligada a la guerra para salvar lo que pudiera, después de haber perdido el mercado de armas irakí y su "influencia” en el Líbano y en el Magreb a manos de los yanquis. Otra expresión flagrante de la “desunión” europea es la guerra de los Balcanes: alemanes y franceses se encuentran en barricadas hostiles: Bonn sostiene a la burocracia croata mientras que París apoya a la serbia.


 


Las oleaginosas son, naturalmente, apenas la punta de un iceberg. La tendencia a la guerra comercial se acentuará porque se alimenta de una crisis de sobreproducción, que en el terreno alimenticio asume dimensiones escandalosas. Europa está parada sobre “montañas de manteca y lagos de leche” y los subsidios comunitarios se destinan en gran medida a financiar el almacenaje de alimentos invendibles, que tarde o temprano habrá que destruir. En ningún otro terreno el parasitismo capitalista es tan visible: mientras hay 1.500 millones de hambrientos en el mundo, Europa destina el 70% de su presupuesto comunitario a impedir la caída de los precios de los excedentes agrícolas y Estados Unidos gasta cifras descomunales en subvencionar a los agricultores para que no cultiven la tierra.


 


“El problema no son las oleaginosas sino la industria” (62). La crisis de las oleaginosas es verdaderamente irrelevante frente al desplome de la General Motors, de la IBM o de la Me Donell Douglas. Por otro lado, Estados Unidos incrementó sus exportaciones a Europa en los últimos años gracias a la política de Reagan de desvalorizar el dólar. Esta tendencia tiende a revertirse desde que estalló la tormenta cambiaría en el viejo continente, porque la fuga de las monedas europeas al “refugio” del dólar está revaluando la moneda norteamericana. En estas condiciones, Estados Unidos necesita lograr fuertes concesiones comerciales para mantener su ofensiva exportadora.


 


La guerra por los “países socialistas”


 


Michel David-Weill, el dueño de la banca de inversiones Lazard Frerés, opina que “tenemos grandes posibilidades de salir (de la depresión)” porque “los países del Este constituirán gigantescos mercados… con millones de nuevos consumidores. Esto constituirá, concluye, una fantástica fuente de crecimiento” (63). Indudablemente la colonización del Este es la gran oportunidad abierta para el capital. Pero aún ésta, deberá provocar primero una acentuación sin precedentes de la crisis mundial, antes de ofrecer una perspectiva.


 


Se trata de un "prospecto” para nada idílico, que asegura la emergencia de enormes crisis políticas, de violentos choques imperialistas y de gigantescas conmociones sociales. En primer lugar porque la “conquista de Rusia”, como la de Polonia o la de la ex-RDA, implicará el desguace de su industria —excedente en el mercado mundial— y, por sobretodo, quebrar la resistencia de los trabajadores. Pero antes, deberá resolverse la cuestión de quien se beneficiará con la re-colonización de la ex-URSS: ¿los alemanes, los japoneses o los yankis? La crisis económica y las tendencias explosivas a la quiebra en todos los países excluyen cualquier posibilidad de un “reparto” pacífico. La lucha interimperialista por el botín de los "países socialistas” está a la orden del día.


 


La pretensión alemana de colonizar financieramente el Este europeo está en la base de la conmoción monetaria europea de setiembre; Estados Unidos y Japón están librando una batalla despiadada por la monopolización de los beneficios de las "reformas” chinas. Un aspecto emblemático de esta guerra inter-imperialista por la colonización de los “países socialistas” es la lucha desatada alrededor del comercio y las inversiones en Cuba.


 


El Congreso norteamericano aprobó en octubre la llamada “ley Tbrricelli” que refuerza las condiciones del bloqueo comercial sobre Cuba al estipular sanciones a los países que comercien con la isla (afectando especialmente a las empresas norteamericanas radicadas fuera de los Estados Unidos). Durante el debate de la ley, el propio Bush —al igual que Reagan en el pasado— se había manifestado opuesto a restringir el comercio de las subsidiarias de las empresas norteamericanas con Cuba y anunció que vetaría la ley (incluso en diciembre Bush vetó una iniciativa similar, la llamada “iniciativa MackPrecisamente para dificultar el veto, el Congreso incluyó la "ley Tbrricelli” en una "ley ómnibus” sobre el presupuesto de defensa para el año próximo.


 


Fue notoria la "agresiva campaña” para bloquear la ley que montó el lobby que conformaron las empresas que negocian con Cuba, entre ellas pulpos de las dimensiones de Cargill —que monopoliza el comercio del azúcar cubano en el mercado de Londres—, Continental Grain, Johnson and Johnson, Goodyear y Otis. El monto del "comercio cubano” de estos pulpos, perfectamente legal y que cuenta con la autorización del Tesoro norteamericano, pasó de 110 millones de dólares en 1986 a 718 millones en 1991.


 


La integración comercial de Cuba al mercado mundial a través de la intermediación de los pulpos imperialistas se ha desarrollado enormemente en los últimos años a partir de la "desaparición” de la URSS. El principal renglón del comercio exterior cubano, el azúcar, es objeto de una violenta disputa entre un conjunto de "tradings”. La norteamericana Cargill revende en todo el mundo el azúcar cubano desde su filial londinense pero la francesa Denrées et Sucre le ha quitado un bocado fenomenal, el mercado de la antigua ex-URSS, y el pulpo japonés Nissho Iwai, la segunda empresa comercializadora nipona, le ha arrebatado a la Cargill otro bocado sustancioso, el del Lejano Oriente.


 


La tendencia del capital norteamericano a comerciar con Cuba es poderosísima como lo demuestra el seminario sobre “oportunidades de comercio e inversión en Cuba” organizado recientemente en México por la revista "Euromoney”’. Allí concurrieron los representantes de 125 empresas, de las cuales nada menos que 80 —el 75%— eran norteamericanas, entre ellas pulpos de las dimensiones de Procter and Gamble —el mayor productor norteamericano de alimentos—, Phillip Morris y Kodak. “El peor problema para los negocios con Cuba —sintetizó uno de los asistentes al simposio— es el exilio de Miami” (64).


 


La Comunidad Económica Europea —y dentro de ella particularmente la “estrecha aliada” Gran Bretaña— también se ha opuesto violentamente a la “ley Tbrricelli” y advirtió que sus relaciones con Washington podrían sufrir “graves daños” si Bush no veta la ley (65). Otros dos estrechos socios comerciales norteamericanos, Canadá y México — con los cuales Estados Unidos acaba de firmar el tratado del “Merconorte”— anunciaron que proseguirían comerciando normalmente con Cuba.


 


Según la revista londinense “Cuba Business”, citada por el ultra-castrista “The Militant” (66), “existe la sospecha en círculos empresarios europeos que el propósito oculto de la nueva legislación es expulsar del mercado cubano a las empresas no estadounidenses para preparar un eventual reingreso de las empresas norteamericanas. Esta sospecha se sostiene en la selectiva aplicación norteamericana de las actuales reglas del embargo”.


 


¡Pero sucede que el comercio “europeo”, “canadiense” y “mexicano” con Cuba es, básicamente, el comercio de las subsidiarias norteamericanas en esos países! Según voceros de la propia CEE, “la prohibición del comercio de las subsidiarias norteamericanas reduciría en 500 millones de dólares los negocios anuales europeos”… que hoy totalizan 600 millones (67).


 


Todo esto ilustra la clara división del imperialismo respecto de la política frente al régimen castrista. Esto porque para una franja creciente del capital mundial, que comercia con Cuba y que ha realizado inversiones en la isla, “la presencia de Fidel Castro en el gobierno significa ‘estabilidad', “lo que da garantía a las inversiones”, según le confesó al castrista Brecha de Montevideo (68 )uno de los participantes en el simposio organizado por “Euromoney”.


 


Jeffrey Sachs señala que un “liderazgo político fuerte” en los Estados Unidos sería un factor fundamental para evitar una “recaída en el proteccionismo”, es decir una guerra comercial abierta y la dislocación del mercado mundial en “zonas de influencia”. Precisamente, fue el “liderazgo fuerte” norteamericano el que “ordenó”, a su favor naturalmente, el comercio mundial desde el fin de la guerra a través del GATT. Pero el estrecho círculo de las naciones imperialistas, el “G-7”, se ha agotado como un factor de decisiones políticas y lo mismo sucede con el “liderazgo mundial” norteamericano. La emergencia de una guerra comercial, algo prácticamente olvidado desde el fin de la guerra mundial, es la consecuencia inevitable de la completa ruptura de las relaciones políticas entre los Estados imperialistas y, de un modo general, del orden mundial armado por el stalinismo y el imperialismo desde el fin de la segunda guerra mundial.


 


IV —Saqueo del “Tercer Mundo"


 


La crisis capitalista agudiza la necesidad del saqueo financiero y comercial del “Tercer Mundo”. La inversión externa en América Latina ha desaparecido en beneficio de los “capitales golondrinas”, capitales especulativos de muy corto plazo que han convertido a todos los gobiernos latinoamericanos en sus rehenes.


 


Las privatizaciones reducen sólo una parte ínfima del capital “excedente” mundial. Los procedimientos que se utilizan, como la capitalización de los títulos de la deuda (¡Entel!), el saqueo puro (¡YPF!) y la disminución productiva, revelan, precisamente que se trata de un proceso de desvalorización (eliminación) del capital, algo que se pone de manifiesto dos años después del comienzo de las privatizaciones … cuando la mayor parte de las empresas privatizadas están quebradas. Pero a pesar de la catarata de privatizaciones y aún de los supuestos “perdones” y “quitas”, (plan Brady), la deuda externa no ha disminuido sino que, por el contrario, ha aumentado.


Si la crisis mundial ha inviabilizado el acuerdo de Maastricht, ¡qué no hizo con “nuestro” Merco-sur! La presión financiera y comercial norteamericana y los remezones de la guerra comercial con Europa han liquidado al Mercosur, que nunca llegó a constituirse en un mercado común. Las manifestaciones de la agonía del Mercosur son numerosas: el gobierno brasileño subsidia sus exportaciones y su producción agrícola y ha aceptado, en los últimos dos años, las exportaciones de trigo subsidiado norteamericano, todo lo cual está expresamente prohibido por el tratado del Mercosur. Precisamente, uno de los aspectos centrales del acuerdo de integración argentino-brasileño —antecedente inmediato del Mercosur— obligaba a Brasil a comprar cantidades crecientes de trigo argentino.


 


Las medidas unilaterales de Brasil indican que para éste el Mercosur no es una vía de salida a su crisis y no lo puede ser desde el momento en que sus socios comerciales absorben tan sólo el 4% de su comercio exterior. Para Brasil, el Mercosur es tan sólo un mercado auxiliar de provisión de materias primas y fuentes energéticas con vistas a la competencia en el mercado mundial.


 


Pero los socios “sureños" del Brasil también han tomado medidas unilaterales. Argentina, por ejemplo, desde hace tiempo fija cuotas de importación para el papel de Brasil con el objeto de proteger a Celulosa y entre las condiciones para la privatización de Somisa figuraba la protección contra las exportaciones subsidiadas de acero. Por otro lado, mientras Argentina protesta por el subsidio norteamericano al trigo, los ingenios uruguayos denunciaron la venta de azúcar argentina subsidiada al Uruguay. La devaluación que estableció recientemente Cavallo al elevar las barreras aduaneras para proteger a la “industria nacional” de las exportaciones brasileñas, ha sido un golpe de gracia al Mercosur. En Uruguay, los subsidios agrícolas brasileños y la devaluación argentina han abierto una profundísima crisis, porque esfuman, incluso, las posibilidades de los orientales como proveedores de leche y carnes. En Uruguay están apareciendo, cada vez más abiertamente, sectores patronales que reclaman “archivar el Mercosur”.


 


La ausencia de inversiones y de empresas mixtas o binacionales son evidencias de que las burguesías no ven una perspectiva en el mercado  común ni en la formación de un bloque comercial frente al mercado mundial.


 


Las brutales contradicciones de las burguesías del Mercosur, más aún en su etapa de mayor subordinación, económica y política al imperialismo norteamericano y la presión imperialista, exacerbada por la crisis mundial bastaban para caracterizar la inviabilidad de la integración capitalista en Latinoamérica. Esta sólo ha servido para que los monopolios radicados en cada uno de los países y la disparidad de las cotizaciones de sus monedas.


 


El fracaso de la integración capitalista deja en claro que la tarea de la integración latinoamericana ha quedado, por entero, en manos del proletariado del continente.


 


Agotamiento de los regímenes patronales de América Latina


 


La caída de Collor de Mello, el auto-golpe de Fujimori o el hundimiento del gobierno Pérez en Venezuela constituyen un síntoma inconfundible del agotamiento de una experiencia política continental. Los regímenes democratizantes que aparecieron en América Latina en la última década son incapaces de dar cuenta de las contradicciones explosivas del régimen de explotación que sostienen. Sus instituciones políticas no resisten los embates sociales ni los fenomenales sacudones de un capitalismo en completa descomposición. Incluso allí donde han llevado a los explotados a condiciones inenarrables de miseria y elevado como nunca la tasa de explotación y de beneficios, no han logrado reestructurar a la sociedad sobre una base estable que reinicie un desenvolvimiento capitalista. El parasitismo económico crece en forma exponencial, al igual que el saqueo de las masas, pero en la misma medida avanza la crisis política. Una crisis que no sólo es del régimen sino del propio Estado, como lo prueba el hecho de que alcanza a las fuerzas de recambio (armadas y políticas).


 


La conmoción monetaria europea, el fracaso del “conservadurismo anglosajón”, la guerra comercial están poniendo de relieve que el “plan Cavallo” es apenas un castillo de naipes. Después de un año de repetir machaconamente que “se habían terminado las devaluaciones”, hoy la devaluación en Argentina es sólo una cuestión de oportunidad: cómo convertir una medida que expresa la bancarrota oficial en una acción que le sirva al gobierno para desatar un ataque general contra los trabajadores.


 


El peso ha recorrido ya un enorme trecho en el camino de la desvalorización: se devaluó un 40% en relación al índice del costo de vida y recientemente fue devaluado en un 20% para los exportadores. Las tasas de interés por préstamos en pesos están unos 30 o 40 puntos por encima de las tasas internacionales anuales, lo que supone una devaluación del mismo orden. Ya hace varios meses que no entran capitales a corto plazo, que servían para financiar, también a corto plazo, el déficit comercial argentino. En suma, el peso, creado hace menos de un año, ha llegado al fin de su vida útil, en términos de economía capitalista. El “estabilizador” Cavallo logró crear la moneda de menor período de estabilidad de la inestable economía argentina.


 


¿Por qué se hunde el “plan Cavallo”? Simplemente, porque desde el punto de vista de la estabilidad monetaria no fue más que un maquillaje. Cavallo ató el peso a una moneda inflacionaria, el dólar, que es emitido en función de necesidades especulativas del capital norteamericano. No resolvió el problema de la deuda pública sino que lo agravó al darle bonos a todos los acreedores del Estado, reconocer la deuda externa y admitir un nuevo endeudamiento gracias a la garantía ficticia de un dólar fijo. Cuando Cavallo habla de “superávit”, el déficit llega al 15% del PBI, pero la aplicación de la reforma previsional deberá provocar un nuevo aumento del déficit de 35.000 millones de dólares en la próxima década.


 


El plan se hunde fundamentalmente por su incapacidad para hacer frente al derrumbe capitalista mundial. La devaluación en cascada de las monedas más importantes debe llevar a la tumba a las más débiles. El supuesto “punto fuerte” del “plan Cavallo” —la conversión del peso al dólar— se transforma ahora en su talón de Aquiles … porque permite sacarle al Banco Central todas sus reservas. Irlanda, España y Portugal, en cambio, pudieron controlar la “corrida” contra sus monedas, en setiembre pasado, imponiendo un control de cambios, es decir, impidiendo la convertibilidad.


 


El hundimiento del “plan Cavallo” llevará a una importantísima crisis política, cuyo desarrollo ha comenzado hace tiempo, con la derrota electoral oficialista en la Capital Federal, la caída de Grosso a manos de los contratistas y beneficiarios de las privatizaciones y, por sobretodo, el ascenso de las movilizaciones a partir de la gran movilización educativa de principios de año. Fue el propio Cavallo quien reconoció que “si devaluamos, cae el gobierno”. La persistencia de Menem con el tema de la reelección indicaría que está dispuesto a enfrentar la crisis con medidas a lo Fujimori, gobernando por decreto, descubriendo conspiraciones e incluso declarando el estado de sitio. También podría intentar entregar el gobierno a un equipo de banqueros, lo que equivaldría al suicidio del justicialismo. Tampoco hay que descartar la anticipación de las elecciones y hasta un cambio anticipado de gobierno… a la Alfonsín.


 


Fujimori y Collor de Mello: entre estos “polos” se desenvuelve la agonía del régimen de Menem. El hundimiento del “plan” significará una valiosa experiencia para las masas, donde la desperonización podría ir acompañada de una completa desilusión en las salidas capitalistas, que deberá ser cotejada por medio de la lucha.


 


En una de sus definiciones más apretadas y rigurosas, cuando León Trotsky tuvo que definirla vigencia de la Revolución de Octubre, luego de señalar la conciencia de los obreros que la llevaban en su memoria y las relaciones de propiedad que la revolución había creado, añadió como tercer factor “la crisis del capitalismo mundial”. La etapa que estamos viviendo prueba el acierto de este juicio.


 


 


Notas:


(1) Informe Internacional al Vo Congreso del Partido Obrero, En Defensa del marxismo, n° 4.


(2) Time, 9 de noviembre de 1992.


(3) The Washington Post, 6/11/91.


(4) Washington Post, 3/11/91.


(5) La República, l8/ll/92.


(6) Clarín, 27/11/1992.


(7) Time,23/11/1992.


(8) International Heral Tribune, 18/11/92.


(9) Business Week, 2/11/92.


(10) The New York Times, 5/11/91.


(11) The International Herald Tribune, 7/11/92.


(12) La República, 1/11/92.


(13) Le Monde, 30/7/92.


(14) The Wall Street Journal, 30/10/92.


(15) Business Week, 2/11/92.


(16) The Wall Street Journal, 30/10/92.


(17) Business Week,2/11/92.


(18) La República, 1/11/92.


(19) The Economist, 10/10/92.


(20) Le Monde, 10/11/92.


(21) ídem.


(22) ídem.


(23) ídem.


(24 Ambito Financiero, 24/11/92.


(25)Business Week, 16/11/92.


(26) The Wall Street Journal, 5/11/92.


(27) The Wall Street Journal, 6/11/92.


(28) The Wall Street Journal, 19/11/92.


(29) The Wall Street Journal, 6/11/92.


(30) Le Monde, 10/11/92.


(31) The Wall Street Journal, 26/11/92.


(32) The Wall Street Journal, 7/11/92.


(33) Le Monde, 22/10/92.


(34) Financial Times, 22/10/92.


(35) Prensa Obrera N9 315, 11/10/90.


(36) The Wall Street Journal, 15/9/92.


(37) Financial Times, 14/9/92.


(38) Prensa Obrera N9 356, 9/5/92:


(39) The Financial Times, 15/9/92.


(40)Prensa Obrera N9 346, 20/11/92.


(41) The Economist, 2/9/92.


(42) The Wall Street Journal, 7/10/92.


(43)  The Economist,1/10/92.


(44) ídem.


(45)The Militant, 9/10/92.


(46) rep. por The Buenos Aires Herald,2/10/92.


(47) El Cronista, 23/10/92.


(48) The Wall Street Journal, 9/10/92.


(49) Le Nouvel Observateur,15/9.


(50) International Heral Tribune, 16/10/92.


(51) Le Monde, 2/7/92.


(52) The Sundáy Time, 10/5/92.


(53) Ambito Financiero, 22/10/92.


(54) Ambito Financiero, 21/10/92.


(55) The Wall Street Journal, 20/8/92.


(56) El Cronista, 14/10/92.


(57) La Reppublica, 11/10/92.


(58) Patrick Worsnip, de la agencia Reuter, en .Ambito Finaciero, 21/10/92.


(59) La Reppublica, 11/10/92.


(60) Le Monde, 25/10/92.


(61) Internationa Heral Tribune, 9/10/92.


(62) International heral Tribune, 7/11/92.


(63) Le Noveul Observateur, 15/9/92.


(64) Brecha, 16/6/92.


(65) Clarín, 9/10/92.


(66) The Militant, 22/5/9.


(67) Clarín, 9/10/92.


(68) Brecha, 26/6/92


 

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