El movimiento socialista en Argentina


Sobre el libro El movimiento socialista argentino de José Ratzer (Ed. Agora, Buenos Aires, 1981). Publicado en Internacionalismo n° 6, enero/abril de 1983


 


El recientemente fallecido José Ratzer intentó en su trabajo póstumo escribir una historia del socialismo y el comunismo argentinos. La obra quedó inconclusa: abarca desde los primeros grupos socialistas (fines de 1880 e inicios del 90), hasta la escisión entre socialistas reformistas e internacionalistas (los que luego crearán el Partido Comunista), en 1918. En el último capítulo hay algunas referencias más que breves a grupos socialistas posteriores. Las tres décadas estudiadas son, con todo, claves en la formación de las organizaciones obreras (políticas y sindicales) en Argentina.


 


Cómo no se debe escribir una historia del socialismo


 


Ratzertiene un parámetro para escribir la historia del Partido Socialista, y lo anuncia de entrada: “el naciente partido de la clase obrera tenía ante sí una tarea que consiste en la realización de la más universal de las leyes del socialismo científico: integrar las leyes del marxismo-leninismo con la realidad nacional, con la revolución que las trabas específicas, peculiares, de nuestro país, hacían surgir de las grandes masas explotadas” (1). En función de ello, las luchas y las corrientes internas del PS serán catalogadas según se acerquen o no a ese objetivo, colocado 'a posteriori por el historiador. Establecida la “línea justa" (marxismo leninismo), que para Ratzer existe -aun acabada- a lo largo de toda la historia del PS, las otras serán tachadas sucesivamente de “derechista", "ultraizquierdista”, “revisionista”, etc., según su ubicación frente a la línea correcta. Según las referencias bibliográficas del autor, esa línea se concretaría plenamente sólo con los actuales grupos maoístas -en especial el PCR- y no sería otra que la de una revolución antifeudal, agraria y antimonopolista, realizada mediante la alianza del proletariado y los explotados con la burguesía nacional.


 


La historia, así, deja de ser la historia de clases y hombres concretos en situaciones concretas, y de sus ideas en relación con esas situaciones, para convertirse en la realización progresiva de la “idea correcta” (el "marxismo leninismo” en su versión chinófila). Idealismo puro: los hombres y las organizaciones son apenas los instrumentos de la realización de la “idea absoluta". La historia no sería más que el doloroso proceso de exteriorización de la “idea”. ¿Y cuándo ésta lo consigue (lo cual, según Ratzer, ya se ha producido)? Es este tipo de esquema idealista el que hizo exclamar a Marx que, "según esta gente, ha habido, historia, pero ya no la hay".


 


Las ideas, pues, no tienen una relación de origen o desenvolvimiento con los hechos, sino que se anteponen a éstos. Este método idealista lleva a Ratzer a cometer un primer error, grande como una casa, y que su propio método le oculta: atribuirle al PS (según él, fundado en 1892) el objetivo del "leninismo"… ¡¡¡en una época en que Lenin recién iniciaba su carrera política!!!


 


La reducción de la historia del movimiento obrero a la lucha de la "línea justa" contra las “desviaciones" fue el procedimiento usado por el stalinismo para deformar la historia en función de las necesidades de la burocracia dominante en la URSS: la existencia de una “línea absolutamente justa", que atraviesa victoriosa e invariable los hechos, era necesaria para designar en Stalin a la encarnación viviente de esa línea, y justificar su dominio omnímodo sobre la URSS y los partidos comunistas. Desde luego, como entre la línea ultraizquierdista del “tercer período”, la línea de capitulación frente a la burguesía imperialista "democrática" de los Frentes Populares, y la línea del pacto con Hitler, no había nada en común (salvo poner a salvo los intereses de la burocracia, lo que es inconfesable), la "historia" tuvo que sufrir mil deformaciones para presentarla como diferentes etapas de la realización de la misma “línea". No importa si Ratzer se propuso o no tal cosa al adoptar la misma “metodología": lo concreto es que ella lo conduce a una deformación de la historia del socialismo, donde ora se ocultan hechos esenciales, ora se agregan datos inexistentes.


 


La fundación del Partido Socialista (o Juan B. Justo, precursor del revisionismo mundial)


 


Según Ratzer, el PS no fue fundado en 1896 (como comúnmente se acepta), sino en 1892, fecha desde la cual existe una Agrupación Socialista, dirigida por Germán Ave Lallemant, encarnación del marxismo en la década del 90. 1892-96 serían años de lucha entre la corriente marxista y el "revisionismo” bersteiniano encabezado por Juan B. Justo, el que triunfa en el Congreso de 1896: el aceptar esta última fecha implica adaptarse a la deformación histórica perpetrada por el revisionismo.


 


Si todo esto fuera cierto, estaríamos ante un hecho extraordinario: en nuestra atrasada Argentina, el revisionismo se habría desarrollado y cristalizado antes que en Europa, y aun antes de que se manifestara en el país donde se acuñó la palabra (Alemania). En efecto, las primeras manifestaciones (al menos públicas) de la corriente que será llamada "revisionista" fueron los artículos de Bernstein publicados a partir de 1896 en "Die Neue Zeit”. Por la falta de información, lo que debió ser llamado "revisionismo justista" fue llamado "bernsteiniano" (Ratzer, para no complicar las cosas, hace una concesión a esta última terminología) y tuvo su origen en nuestras pampas.


 


Si Ratzer hubiese pensado en esto, habría caído en la cuenta de que estamos produciendo una revolución en la historiografía del movimiento obrero mundial. Pero en realidad, todo no pasa de una fábula, destinada a adaptar los hechos a un esquema preexistente. Según nuestro autor, a partir de 1896, la dirección justista se apodera férreamente del PS y sólo será puesta en minoría en 1918 (escisión del PSI, futuro PC). Esto ya no es un error, sino una deformación directa. J. B. Justo estuvo en minoría en el Congreso de 1896, y quien lo colocó en esta situación no fue la corriente de Lallemant, sino otra (que Ratzer no menciona) encabezada por José Ingenieros y Leopoldo Lugones. La discusión fue alrededor del proyecto de programa, para cuya parte final Justo propuso: “Que mientras la burguesía respete los actuales derechos políticos, esa fuerza (la del proletariado organizado) consistiría en la aptitud del pueblo para la acción política y la asociación libre. "Que éste es el camino por el cual la clase obrera puede llegar al poder político y el único que la puede preparar para practicar con resultado otro método de acción si las circunstancias se lo imponen" (2).


 


La enmienda de Ingenieros y Lugones sostenía: “Que mientras la burguesía respete los actuales derechos políticos y los amplíe por medio del sufragio universal, el uso de estos derechos y la organización de resistencia de la clase trabajadora serán los medios de agitación, propaganda y mejoramiento que servirán para preparar esa fuerza. Que por este camino el proletariado podrá llegar al poder político, constituirá esa fuerza, y se formará una conciencia de clase que le servirá para practicar con resultado otro método de acción cuando las circunstancias lo hagan conveniente" (3).


 


Es esta última moción la que triunfó en el Congreso. Justo recién conseguirá hacer suprimir el último párrafo durante el IIo Congreso (en 1898). La divergencia se planteaba en torno al “parlamentarismo” de Justo, un electoralismo que, en las condiciones del Estado oligárquico (voto calificado, fraude, marginamiento de extranjeros y analfabetos), aparecía como una vía muy poblemática para hacer progresar al partido obrero. No es casual que los anarquistas, que serán mayoritarios en las organizaciones gremiales, hayan hecho de esto uno de sus blancos en su lucha contra el PS. Tampoco lo es que Ingenieros haya pretendido posteriormente tender un puente entre socialistas y anarquistas. Era la época en que la UCR practicaba la "abstención revolucionaria contra el fraude oligárquico. La moción de Ingenieros, sin descartar la lucha electoral, ponía el acento en la “organización de la resistencia” de los trabajadores. Justo ya planteaba el esquema evolucionista, que lo llevó a imaginar la transformación del país sin intervención de la lucha de clases: despreciaba el conflicto de clase encerrado en la oposición entre la política criolla' (el radicalismo) y la oligarquía, y se planteaba una democratización y reforma progresivas del estado oligárquico, a la sombra de las cuales el PS podría alcanzar un rol similar al de sus pares europeos (4).


 


Ratzer pasa por encima de todo esto, preocupado que está en encontrar un mítico enfrentamiento entre “marxistas-leninistas" y “revisionistas”. Le reprocha a Justo el no tener en cuenta las "peculiaridades nacionales", pero es Ratzer quien no las tiene en cuenta, cuando pretende trasponer para el PS argentino un enfrentamiento según las mismas líneas que el que se desarrollaría en los PS europeos. Como prueba del enfrentamiento, se transcriben unas líneas escritas por Lallemant, en 'Die Neue Zeit', 13 años después del Congreso, en las que Justo es enjuiciado como revisionista (que constituye, sin duda una reflexión “a posteriori” de Lallemant sobre la conducta de Justo). Lo que es inadmisible es que tales líneas pretenden documentar un choque marxismo-revisionismo en 1892-96.


 


Ratzer, por otro lado, no menciona un detalle que sí figuraba en un anterior libro suyo (“Los marxistas argentinos del 90"): que la fundación del PS en 1896 resultó de un acuerdo entre los diferentes grupos socialistas (la “Agrupación” de Lallemant; Justo; el “Centro Socialista Universitario" de Ingenieros; etc.).


 


En la dirección elegida en 1896 coexisten el “revisionista Justo", el “marxista" Lallemant, Ingenieros y otros. Si la fundación del PS, en 1896, es sólo una maniobra del "revisionismo”, forzoso es reconocer que los “marxistas" de ese entonces no se dieron cuenta. La defensa apasionada de éstos por Ratzer no debe llamar a engaños. Se les atribuye un combate mítico, se los disculpa piadosamente por ciertas flaquezas en el curso de éste, en fin, se los transforma en instrumentos inconscientes de las ideas actuales de Ratzer (o mejor, del PCR). La vida desapareció, quedó el esquema.


 


¿ Qué era el imperialismo en la Argentina de fin de siglo?


 


Ratzer disculpa a los primeros socialistas y a los “marxistas del 90" el carecer de una teoría del imperialismo (ésta recién aparece con Lenin en 1916), lo que les impidió elevarse a la altura de la “Idea”. “Era virtualmente imposible por entonces elaborar una teoría más o menos amplia de liberación nacional en dichos países a la luz del marxismo" (5).


 


Sin embargo, al caracterizar el “revisionismo” de Justo, sostiene como uno de sus rasgos básicos que “el imperialismo como clave de nuestra época, está ausente de sus análisis” (6).


 


Pero así como no hay que juzgar a las personas por lo que dicen de sí mismas, tampoco hay que hacerlo por lo que no dicen.


 


El atraso nacional estaba presente, de hecho, en Justo, cuando señalaba que al PS argentino le correspondía una doble tarea: a la vez la de “partido radical” —democratizante, en un país donde la democracia burguesa no existía— y “socialista" — defensor del proletariado. Otra cosa es el programa que se propuso para superarlo: “a diferencia (de los PS europeos) pretendemos sustentar todo lo que hay de sano y viable en las formas fundamentales de la sociedad capitalista” (19/6/1913). Lo "sano” para Justo, era el capital extranjero (más avanzado), cuyo ingreso proponía, controlado por el Estado.


 


Cuál era el status de la Argentina frente al imperialismo a fines del siglo pasado? La crisis del imperio español había llevado a las clases dominantes del Virreinato a plantearse la independencia política. La creación de un Estado Nacional independiente, luego de las guerras civiles, se concreta a partir de la centralización alrededor de Buenos Aires oprimida por la dictadura de Rosas. Las tentativas inglesas por colonizar la futura Argentina, o al menos las provincias del Litoral, fueron rechazadas por la burguesía argentina. El más lejano antecedente fueron las invasiones de 1806-07, pero ya en plena independencia se produjeron los bloqueos inglés y anglo-francés de 1838 y 1846. El rechazo de éstos obligó a aceptar a la Corona inglesa el status de Argentina: productora de materias primas y consumidora de manufacturas de Inglaterra (lueqo de capitales) sí, pero no colonia inglesa que renuncie a su soberanía nacional. La cuestión no dejó de estar planteada, y durante la crisis del ’90, cuando Argentina se encontró insolvente para pagar los préstamos ingleses, se volvió a barajar en Inglaterra el uso de las cañoneras para instaurar un control permanente sobre nuestra Aduana. La “solución” se descartó, pero la crisis tuvo una resolución proimperialista, pues el gobierno oligárquico enajenó la riqueza nacional para pagar la deuda (hambreando de tal modo a las masas explotadas, que es como una de las consecuencias de esta crisis que fue creado el PS). La crisis del '90 fue la primera en nuestro país que se resolvió con métodos típicamente capitalistas: caída de la tasa de ganancia, caída del salario real de los trabajadores.


 


La clase dominante argentina había completado la colonización de su territorio interno y había ingresado plenamente al circuito capitalista mundial. Todo esto fue advertido por Justo, que planteó —y en esto consiste su mérito histórico— la necesidad de un partido obrero, como consecuencia de este desarrollo capitalista. También fue advertido por los marxistas como Lallemant, quienes fueron más precisos al indicar la acción depredadora del capital extranjero y su asociación con la oligarquía nativa. Quienes siguieron sin verlo, ochenta años más adelante, fueron Ratzer y sus amigos, quienes reprocharon piadosamente a Lallemant el calificar al latifundio oligárquico como una forma capitalista parasitaria (7), mientras que el descubrimiento de los stalinistas de un siglo después es que se trata del feudalismo, como modo de producción dominante en nuestro país (en aquel libro, Ratzer suscribía sin reparos la “crítica" a Lallemant realizada por el economista del PC, Jaime Fuchs).


 


Estudiando estas características, y muchas otras, desde un punto de vista mundial, fue que Lenin llegó veinte años más tarde a una caracterización global de la época del capital financiero. En su forma más abstracta, el capital unifica al mundo bajo su égida, y subordina e integra a todas las otras formas de producción. En los países atrasados, justamente, aprovecha las formas de producción arcaicas para obtener superganancias (basadas en el desnivel del desarrollo de las fuerzas productivas), para lo cual se asocia con las clases más retrógradas. Esto significa que el capital ha cumplido el ciclo histórico en que tenía alguna función progresiva: de ahora en más, su función es enteramente reaccionaria. La consecuencia fundamental es la división del mundo en naciones opresoras y oprimidas, incluyendo entre éstas no sólo a las colonias, sino también a países que gozan de independencia política formal, “pero que en realidad se hallan envueltos en las redes de la dependencia financiera y diplomática". Como ejemplo de estas últimas, Lenin escogió justamente a la Argentina: “casi una colonia comercial inglesa… los capitales ingleses invertidos en la Argentina, ascendían (en 1909) a 8.750 millones de francos. No es difícil imaginar qué sólidos vínculos establece el capital financiero —y su fiel “amiga", la diplomacia— de Inglaterra con la burguesía argentina, con los círculos que controlan toda la vida económica y política de ese país” (8). La crisis del ’90 no fue sino la expresión aguda de esa dependencia financiera y sujeción política.


 


Justo no podía ni acercarse a estas conclusiones, pues para él el capital cumplía en todo tiempo una función progresiva. Una ruptura en su desarrollo, una etapa en que el capital negase el desarrollo de las fuerzas productivas, estaban excluidas, pues para Justo, la evolución era un proceso que no conocía rupturas.


 


Justo, pese a ser el primer traductor de Marx al castellano, sostuvo siempre esta concepción: es por esto que asimilarlo puramente al “revisionismo bernsteiniano" es pura comodidad. Bernstein pretendió "revisar” algunos aspectos del marxismo (lo que lo condujo a negarsus conclusiones revolucionarias). Justo, en cambio, nunca se proclamó marxista, decía inspirarse en la "ciencia positiva de la evolución". Poco después de terminar su famosa traducción, Justo escribió un trabajo oponiendo el “realismo ingenuo" al materialismo dialéctico: sostenía que el materialismo no es más que el sentido común, y la dialéctica un mero juego de palabras que había llegado a confundir al propio Marx, haciéndole prever "revoluciones proletarias" en 1848. Más tarde (en “Teoría y práctica de la historia") describió a la teoría de la plusvalía como un “artificio”; la ley del valor “es un artificioso esfuerzo por demostrar que la igualdad A igual B es una desigualdad” ("El realismo ingenuo"). Justo no "revisó” algunos aspectos del marxismo, sino que lo negó de plano: sólo coincidía con Marx en la necesidad de construir un partido obrero.


Para ese partido, Justo planteó un “programa mínimo de defensa de la clase obrera”. Mejores salarios y condiciones de trabajo, intercambio con el exterior (productos más baratos) y moneda fuerte: a eso se reducía el programa justista. Se colocó, no desde el punto de vista de los intereses históricos de la clase obrera (liquidación del capitalismo), sino desde el punto de vista de los intereses inmediatos del consumo obrero. Por eso desplegó gran energía en la organización de cooperativas obreras (en lo que se parece no a Bernstein, sino a Lasalle). Formalmente, se lo puede asimilar al revisionismo (“el movimiento lo es todo, el objetivo final no es nada”). Pero se trataría del revisionismo de un país capitalista atrasado, en el que se sufre —como decía Marx— “no tanto las consecuencias del desarrollo capitalista, sino la ausencia de ese desarrollo”. Por eso Justo insistió en que su posición era enteramente original dentro del movimiento socialista internacional, pues ponía el acento no tanto en las reformas sociales, sino en el desarrollo del "capitalismo sano" contra el "capitalismo espúreo" (el parasitismo de la oligarquía). Justo no podría ser antiimperialista (imperialismo = fase superior del capitalismo) porque no era anticapitalista.


 


Justo condenó ocasionalmente al imperialismo, cuando éste se expresó como negación de la independencia formal (Puerto Rico, Nicaragua). Allí, el capitalismo trasponía los límites de lo “sano” y se volvía "espúreo”, pero, a diferencia de América Central (donde los EE.UU. anexaron una parte del territorio mexicano, todo Puerto Rico, y Panamá fue separada de Colombia) y de parte de América del Sur (el imperialismo impulsando la guerra boliviano-paraguaya; la expropiación de un pedazo de territorio de Bolivia y otro de Perú por Chile), en Argentina y los países del Cono Sur, la presencia imperialista no se manifestó a través de tentativas de liquidar la independencia política formal. Pero esto no significa que la Nación no esté oprimida por el imperialismo. Por el contrario, el eje del desarrollo de la burguesía "espúrea” y “parásita” es su asociación con el imperialismo. Es de esta asociación que extrae su fuerza para dirigir al país. Esto fue lo que no vio Justo (que creyó que el ingreso del capital extranjero debilitaría a la oligarquía argentina) y, con contadísimas excepciones, ningún socialista de las primeras décadas de este siglo. A decir verdad, esto no fue advertido por casi ningún socialista en el mundo, con la excepción de los bolcheviques, quienes justamente por eso estuvieron a la cabeza del reagrupamiento revolucionario del proletariado en la nueva fase histórica.


 


Pero quienes están más lejos de verlo son los amigos políticos de Ratzer y los stalinistas en general, para quienes la principal traba al desarrollo de las fuerzas productivas en la Argentina es… el feudalismo. Para los maoístas, el imperialismo es tan etéreo que puede ser, según la camarilla que ocupe el poder, el yanqui o el “soviético": el imperialismo no es la fuerza social y económica dominante, sino apenas una “mano negra" detrás de las disputas políticas. En realidad, están por detrás de Justo, quien al menos había advertido que el capital había subordinado a las otras formas de producción.


 


Justismo y marxismo


 


Si el "revisionismo" en los países europeos expresaba la ideología de una aristocracia obrera proimperialista, que buscaba un 'statu quo’ con la situación existente (en la que participaba de las migajas de la expoliación imperialista practicada por ‘su’ burguesía), queda en pie la cuestión de qué sectores de la clase expresaba el justismo. Ratzer, que lo califica de “revisionismo”, ni se preocupa de la cuestión, y cuando esto no le alcanza tacha a Justo de “liberal-burgués” (lo que es contradictorio con el revisionismo, planteo de los sectores de la aristocracia obrera). Pero no hay que pedir consecuencia a Ratzer, cuya versión de la historia del socialismo es una amasijo de viejas posiciones nacionalistas o stalinistas.


 


Justo planteó un programa de conjunto, y su presencia parece haber sido fundamental para la fundación del PS. Lallemant, que fue ciertamente un marxista, no alcanzó a elaborar un programa alternativo al de Justo, y su presencia en el PS tuvo más características de un ‘outsider’. Esto no empequeñece en nada la relevancia altamente positiva de su labor, amén de participar en el PS, fue el primer socialista argentino que analizó las relaciones entre el capitalismo y el atraso agrario, que advirtió la coexistencia de diversos modos de producción, o sea, el "desarrollo combinado de la gran industria, la manufactura, y la producción agraria familiar (9), y el rol retrógrado del capital imperialista. A fines del siglo pasado, esto revelaba una solidez y profundidad teóricas sorprendentes.


 


Lo que es un abuso es presentarlo como líder de una corriente orgánica marxista, sistemáticamente opuesta al revisionismo. ¿A qué se debe este empeño? Ratzer reivindica como el gran mérito de Lallemant el haber supuestamente planteado una "alianza con la burguesía nacional": Lallemant participó de las listas electorales de la UCR en San Luis, y planteó la necesidad de hacerlo en otras partes. Llegó a sostener que: “el partido radical es hoy el elemento revolucionario en la República Argentina nacido de la crisis económica y encargado de transformar nuestras instituciones políticas en formas estrictamente ajustadas a los intereses capitalistas, aunque en sus filas milita sobre todo la inmensa mayoría de la clase de la pequeño burguesía (…). Si los radicales nos temen y nos miran de reojo, a nosotros nos es muy simpática su lucha en favor de la democracia, aunque no sea más que la democracia burguesa” (10).


 


Para la dirección del PS, en cambio, “Roquistas, mitristas, irigoyenistas y alemnistas son todos lo mismo, si se pelean entre ellos es por apetitos de mando, por motivo de odio o de simpatía personal, por ambiciones mezquinas e inconfesables, no por un programa, ni por una idea" (11).


 


El justismo, incapaz de ver un conflicto de clase, lo sustituía por un “odio personal"; Lallemant postulaba un análisis de clase, en el que la progresividad del radicalismo se restringía, sin embargo, a su planteo de democracia política. Ratzer, en cambio, lo hace el portavoz de una “burguesía nacional antioligárquica y antifeudal”, sin mosquearse por el hecho de que vastos sectores desplazados de la oligarquía apoyaban a la UCR. Lo que entusiasma a Ratzer es que Lallemant haya insinuado (para Ratzer) una disolución del PS en el movimiento de la “burguesía nacional” (no estamos considerando aquí la validez o no de la táctica de Lallemant en San Luis). En esto hay una evolución (o involución) explícita de Ratzer, desde “Los marxistas…”, donde reivindicaba el rol de Justo en la fundación del PS (saludaba, por ejemplo, su posición frente al socialista italiano Ferri, que sostenía que en la Argentina pastoril no había lugar para un partido obrero), hasta el libro que comentamos, donde la fundación del PS en 1896 es apenas una maniobra revisionista, sin progresividad alguna. Lo que Ratzer reivindica en la mítica corriente marxista", es la disolución del partido obrero independiente, y lo que critica en el justismo es precisamente su único aspecto progresivo, a saber, su defensa de una acción política independiente de la clase obrera. Esto se con irma cuando, en el análisis de otras corrientes antijustistas, a er reinvidicará en todas ellas los aspectos contrarios a un partido político de la clase obrera.


 


Otras desviaciones” de la “línea justa”


 


Ratzer comete un error histórico, al meter en la misma bolsa la corriente interna “socialista revolucionaria", encabezada por ingenieros y Lugones, y que se expresó durante 1897 en el periódico “La Montaña", con la escisión de 1898 de la “Federación Obrera Socialista Colectivista".


 


En la corriente de Ingenieros prima la reivindicación de me odos revolucionarios, antirreformistas: el periódico iba fe-c a o ano XXVI de la Comuna de París", y preveía un pronto derrumbe revolucionario del capitalismo.


La Federación” de 1898, formada en base a los centros socialistas de Barracas y el Club de Propaganda Socialista Internacional Alemán, en cambio, acusa a la dirección de haber dado muerte al movimiento económico, para formar en nombre del socialismo un partido político cualquiera" (12).


 


Tampoco se puede calificar simplemente a ésta de “economista (que es lo que hace Ratzer), pues no rechazaba la lucha política. Lo que rechaza es la táctica electoralista de Justo en las condiciones del Estado oligárquico, que niega el voto a la mayoría de la clase obrera (extranjeros), derecho que es necesario arrancar "revolucionariamente”. Si se oponían simplemente a la lucha política, no se entiende por qué casi todos sus miembros vuelven al PS a partir de 1900.


 


Como la mítica “línea justa" parece estar en letargo, será inútil pedirá Ratzer una evaluación de estas luchas internas, una preocupación por saber lo que está en juego, pues "desde luego, ni el grupo disidente, ni la dirección socialista estuvieron en condiciones de adoptar una línea, no digamos justa, sino simplemente que facilitara el avance del partido proletario” (13).


 


Ratzer nos deja encargado imaginar por nuestra cuenta cuál sería esa “línea justa”. Igual liviandad se manifiesta en el tratamiento de la escisión “sindicalista” de 1906, en que toda la culpa es cargada en la dirección, que “santificó la escisión entre el camino electoralista del partido y el de las luchas de los sindicatos” (14), sin que los “sindicalistas” sean culpables de "santificar la escisión entre la lucha sindical y la intervención política del partido". Lo que sí se reivindica es que uno de los dirigentes sindicalistas, Julio Arraga, se haya transformado posteriormente en amigo y consejero del presidente Yrigoyen (otros miembros de esta corriente -Gay, por ejemplo- se transformarán luego en amigos de Perón). La misma hostilidad hacia el PS, y simpatía hacia las supuestas expresiones de la “burguesía nacional", se encuentra en la reivindicación de la trayectoria de Ingenieros posterior a su salida del PS, cuando "no descuidó interponer su influencia para hacer más efectivos los vínculos entre el primer gobierno de Yrigoyen y el movimiento obrero" (15).


 


En esta etapa, Ingenieros es presentado como formando parte, junto a Manuel Ugarte, de una corriente “socialdemócrata nacionalista”. Aquí hay mucha imaginación y poco celo. Si es posible considerar como progresivas las posiciones antiimperialistas y nacionalistas de ambos intelectuales, pues denunciaron la opresión imperialista y dieron a la denuncia proyección continental (llegando a plantear la unidad latinoamericana en la lucha antiimperialista), es gratuito calificarlas de "socialdemócratas". Ni Ugarte ni Ingenieros constituyen una corriente interna del PS: Ingenieros se ha retirado de él a principios de siglo, y Ugarte, expulsado, realiza su labor de denuncia en Europa. En ninguno de los dos hay el planteo de construir un partido obrero: no se supera el límite del antiimperialismo. Como dato anecdótico, anotemos que Ratzer reprocha a Ugarte el haber mantenido "entrevistas y correspondencia con variados gobernantes burgueses". La corriente a la que Ratzer apoyó en vida (PCR) mantuvo, en la medida que pudo, "entrevistas" con un gobierno burgués en particular, y no de los más antiimperialistas: el de Isabel Perón, a cuyo ministro López Rega defendió contra una “conspiración rusa" expresada en… la huelga general de junio y julio de 1975.


 


Una interpretación stalinista del nacimiento del PC


 


La "línea justa" reapare durante la Primera Guerra, con los militantes internacionalistas que defienden las resoluciones de los Congresos Socialistas Internacionales contra la guerra. Cuando la dirección de Justo plantea que Argentina ingrese a la guerra junto con los aliados, estos sectores (el Centro Carlos Marx, la mayoría de las juventudes) la colocan en minoría en un Congreso del PS. Los diputados desobedecen el mandato del Congreso, lo que conduce a la escisión, que da lugar al Partido Socialista Internacional en 1918. Tres años después, el PSI se transformará en PC, sección argentina de la IIIa Internacional.


 


Ratzer aquí poco aporta, pues da como buena la versión del “Esbozo de Historia…” del propio PC, escrito en 1947 (¡sostiene que es confiable porque está escrito en un período de derrota del revisionismo a escala internacional!). La aprueba incluso en el punto en que el esbozo atribuye al PSI la caracterización de la guerra como “interimperialista", lo que no es cierto: "la lucha de naciones contra naciones tiene su entrada en la necesidad capitalista de llevara nuevos mercados la producción confiscada al proletariado de cada país… el derecho y la justicia proclamados como finalidad de la guerra son concepciones engañosas, ya que el verdadero derecho y la verdadera justicia se miden por conquistas positivas que no son para el proletariado las de la guerra como podemos sincerar nuestras luchas futuras en pro de la paz, que será una conquista del derecho socialista y no del derecho burgués"; tal fue la posición del PSI (16)).


 


En cambio, ni el Esbozo ni Ratzer citan la posición del PSI en que ésta capta, esta vez sí, todo el significado de su paso: “La Internacional Socialista… reintegrará a estos socialistas nominales a las filas a las que deben sumarse: las de la burguesía. Vivimos horas decisivas y somos completamente socialistas o somos burgueses. No caben ya compromisos entre los dos términos" (ídem). La “IS" era para el PSI sinónimo de la "nueva" internacional: el carácter revolucionario de la época, la imposibilidad de la coexistencia entre reformistas y revolucionarios, el pasaje del reformismo al campo de la burguesía, están plenamente captados: éste ha sido el gran mérito de los intemacionalistas argentinos.


 


Es interesante saber que en la dirección del PSI, quienes obtienen más votos son Ferliní, Grosso, el chileno Recabarren, Penelón (más de 600); el futuro jerarca stalínista Codovilla es uno de los menos votados (224).


Los únicos aportes de Ratzer son el fruto de su imaginación o, mejor dicho, de su programa actual: “En política concreta se mantenían firmes en la no intervención, con lo cual empalmaban totalmente con la política de Yrigoyen" (17). “(La política del PSI) desplazaba el centro del ataque a Yrigoyen, a alguna forma de entendimiento con él” (18). La única "prueba" que aporta Ratzer es un comentario benévolo hacia el PSI del diario yrigoyenista La Época. Que el PSI buscara el entendimiento es una pura invención retrospectiva.


 


Una comprobación documental de interés que realiza Ratzer, es que el núcleo marxista del 90, que participó junto a Lallemant de la Agrupación Socialista (Carlos Mauli, el carpintero Müller, etc.) rompe junto a los internacionalistas y participa del PSI y del PC. Para Ratzer es la prueba de que la “línea justa" reemerge victoriosa. Esto último es más dudoso, y por lo menos forzado (el viejo núcleo no tiene un rol dirigente).


 


Más interesante es otra evidencia de una influencia de la tradición "anti-Justo": el programa del PSI retoma literalmente la enmienda victoriosa de Ingenieros y Lugones del I Congreso del PS, que hemos transcripto más arriba (“Historia del socialismo marxista…”, redactado por el Comité Director del PSI en 1919). La tradición anti-reformista parece haber sido la de más peso, lo que quizás explique el predominio de las corrientes "izquierdistas" en los primeros años del PC.


 


Conclusión


 


Para Ratzer, la actividad del PS, desde su fundación hasta la Primera Guerra, no presenta ningún aspecto positivo, esto porque no postula el programa que Ratzer considera correcto: la alianza con la burguesía nacional. Recién al final de la guerra, la "línea justa” vendrá a redimir al socialismo de sus pecados, y no del todo. Pues si el PSI se hubiera ordenado en el sentido que imagina Ratzer, debió haber reivindicado al más nacionalista de los dirigentes socialistas, Alfredo Palacios. Ratzer constata sorprendido que el PSI repudia a Palacios (19) y condena su nacionalismo de igual modo que el reformismo justista.


 


Para aprobar esta tesis, Ratzer no sólo ha deformado los hechos, sino también caído en omisiones mayores. Para él, nada significa que la Argentina haya contado con uno de los pocos partidos obreros estables en Latinoamérica, durante el final del siglo XIX e inicios del presente. Si ese partido fuese pura hechura del revisionismo, o una mera expresión liberal, no se entiende que haya reaccionado mayoritariamente en favor del internacionalismo durante la Primera Guerra. Se trata no sólo de un caso excepcional para un país atrasado, sino también de uno de los pocos casos en el mundo. Los internacionalistas, mal le pese a Ratzer, se forjaron en el PS, y reivindicaron su tradición de independencia obrera como propia. Todo esto basta para contarlos entre las mejores tradiciones del movimiento obrero argentino.


 


La continuidad de este combate, incluida la elucidación programática del problema de la lucha antiimperialista en nuestro país, se vio cortada por la burocratización del PC y la IIIa Internacional operada por el stalinismo. Esta se comprobó en Argentina como en pocos países: el PCA fue un furgón de cola de la reacción antiobrera en 1930,1945,1955 y 1976, sólo por nombrar cuatro crisis importantes.


 


Ratzer no ignora esto, y aunque su libro es inconcluso, deja saber dónde encontró la “línea justa”: "en nuestros países se iba a desarrollar el peronismo, capaz de absorber y desarrollar aspectos reivindicativos de la prédica socialista y empalmarlos con banderas de liberación nacional" (20). El balance puramente negativo y la deformación de la historia del socialismo argentino están al servicio de la disolución política del proletariado en un movimiento burgués —el peronismo— que para Ratzer superó al PS y al PSI.


 


Es una pena que la investigación de Ratzer no sirva sino para recalentar este viejo plato anti-obrero del nacionalismo. El programa stalínista de la alianza estratégica con la burguesía nacional, sin embargo, la conducía inevitablemente a ese resultado.


 


 


 Notas:


 


1. pág. 24.


2. La Vanguardia, 28/6/1896.


3. La Vanguardia, 1/8/1896.


4. Ver artículo en Internacionalismo N° 3, agosto de 1983.


5. pág. 18.


6. pág. 32. ¿En qué quedamos?


7. "Los marxistas argentinos”, pág. 121.


8. “El imperialismo, lase superior del capitalismo”.


9. ver "Los marxistas…”. pág. 115.


10. “Los marxistas…”. pág. 150.


11. La Vanguardia. 29/2/1896.


12. Dardo Cúneo, “Juan B. Justo y las luchas sociales en Argentina”, pág. 195.


13. pág. 44


14. pág. 81.


15. pág. 78.


16. “Historia del socialismo marxista en Argentina".


17. pág. 118.


18. pág. 124.


19. pág. 102


20. pág. 174.


 

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