Trotsky y Gramsci


Sobre la batalla de Gramsci contra Bórdiga (1) ya se ha escrito mucho. Sobre la influencia ejercida por Trotsky en su formación, mucho menos. Los motivos de esto último, fácilmente comprensibles, serán brevemente mencionados en las páginas siguientes. Sin embargo, frente a la tendencia, actualmente predominante entre los intelectuales de izquierda en Italia, de privar a Gramsci, cada vez más, de sus trazos marxistas y revolucionarios, no es poca cosa conseguir explicar qué llevó a Trotsky y a Gramsci a coincidir en la esencia de sus posiciones políticas en algunos de los momentos políticos cruciales del período post-Lenin. La obligación de intentar ofrecer una explicación a ese hecho, indiscutible aunque fragmentario y contradictorio, no deriva, sin embargo, de meras exigencias filológicas o especulativas.


 


Deriva de otro hecho histórico, con el cual se puede estar de acuerdo o no, pero que no se puede ignorar: la formación, dentro del movimiento obrero italiano de los años '30, de una corriente organizada, que no sólo basaba su programa político en la esencia de las contribuciones de Trotsky y Gramsci sobre Italia sino que ‘además’ reivindicó explícitamente a esos dos revolucionarios durante toda su existencia. Esa corriente, que se formó dentro del grupo dirigente comunista, compuesta por compañeros que habían vivido desde el inicio la trayectoria del PCI (Partido Comunista de Italia), expulsada del partido, luego reorganizada autónomamente fuera del partido, era la NOI (Nueva Oposición Italiana), que tenía su Boletín como órgano político.


 


Hay quien impugna la coherencia de esta reivindicación ideológica de la NOI, basándose en ésta o aquella posición de Gramsci, en tal o cual cita de sus Cuadernos de la Cárcel(2). Pero en general olvidan un deber elemental para quien se reivindica marxista: explicar en términos históricos cómo fue posible la existencia de una corriente organizada fuera del PCI que inspiraba su acción política en esa reivindicación común (de Trotsky y Gramsci), y sobre todo por qué fue necesario que lo hiciera durante todo el período de los años 30. Solamente a la luz de esta explicación histórica es que la discusión teórica, con base en los textos, se podrá volver verdaderamente útil y actual, y no un mero ejercicio académico.


 


En los últimos años, aumentó el número de publicaciones que ofrecen un cuadro exhaustivo respecto del debate sobre el 'viraje' (la llamada svolta) y que plantean en su verdadera luz la batalla y la expulsión de ‘los tres' (3) reparando una grave injusticia histórica que fuera cometida con ellos ante el movimiento obrero italiano. Ahora sin embargo, es preciso esclarecer lo que vino después de esa expulsión. ‘Los tres' no desaparecieron después de ser expulsados ni consideraron agotada su función histórica; por el contrario, dieron continuidad a su lucha con renovada energía, aunque con pobres resultados. El Boletín es la prueba concreta de ese esfuerzo. Además, el Boletín nos ofrece, a posteriori, la posibilidad de evaluar la justeza de fondo de sus análisis y propuestas. Y provee un nuevo estímulo para el debate. ¿Será posible que la reivindicación del legado de Trotsky y, en parle, de Gramsci, haya sido completamente ajena a la justeza de sus análisis y posiciones? Obviamente, no.


 


Entonces, vamos a intentar entender mejor la formación de sus pensamientos, por qué caminos y experiencias llegaron a esas conclusiones, y lo que permanece vivo hoy que podamos utilizarlo en el presente. Tal vez a nivel de método, si no de contenido. Pero, para eso, tenemos que volver un poco en el tiempo. Por lo menos hasta los inflama dos debates del Tercer y Cuarto congresos de la Internacional, que vieron surgir las primeras fracturas graves entre la dirección comunista italiana y los dirigentes de la revolución rusa.


 


La cuestión italiana en la época de la Marcha sobre Roma


 


El 22 de noviembre de 1922, Lenin dictó a Trotsky (telefónicamente) el siguiente mensaje: “En cuanto a Bórdiga, aconsejo vivamente aprobarla pro puesta (de Trotsky) de enviar a los delegados italianos una carta de nuestro Comité Central y de recomendar con gran insistencia la táctica que usted indica. En caso contrario, sus acciones serán extremadamente perjudiciales, en el futuro, para los comunistas italianos".


 


En qué consistía la táctica ‘indicada’ por Trotsky y cómo sería ’perjudicial’, no sólo para el futuro sino también en lo inmediato, su no aplicación por la mayoría de la dirección del PCI, ya es historia conocida para quien esté familiarizado con los términos de la divergencia que explotó entre las direcciones del PCI y de la Internacional Comunista en 1922, y que prosiguió después hasta el desplazamiento de la dirección bordiguista original. El propio Trotsky recuerda, en 1931, la incapacidad de la dirección italiana para enfrentar el ascenso del fascismo, con la excepción, únicamente, de Gramsci. En un fragmento famoso, publicado por primera vez en italiano en el n° 7 del Boletín de la NOI, Trotsky resumió así los errores provocados por la inexperiencia de la dirección del PCI en la época de la ’Marcha sobre Roma’


 


(4). "El Partido Comunista Italiano surgió casi contemporáneamente con el fascismo. Pero las mismas condiciones de reflujo revolucionario que llevaron al fascismo al poder son obstáculos al desenvolvimiento del Partido Comunista. El Partido no se dio cuenta de las proporciones del peligro fascista; se embaló en las ilusiones revolucionarias; fue inflexiblemente hostil a la política de frente único; en una palabra, sufrió todas las enfermedades infantiles. No es de extrañar; sólo tenía dos años de vida. Para él, el fascismo representaba tan sólo la ‘reacción capitalista'. El Partido Comunista Italiano no supo discernir la verdadera fisonomía del fascismo, derivada de la movilización de la pequeñoburguesía contra el proletariado. Según las informaciones que recibí de compañeros italianos, el Partido Comunista Italiano, con excepción de Gramsci, no admitía la menor posibilidad de la toma del poder por el fascismo. Además, no se debe olvidar que el fascismo italiano era, en la época, un fenómeno nuevo, que estaba apenas en proceso de formación. Deducir sus trazos específicos no habría sido fácil ni siquiera para un partido más experimentado".


 


En el mismo texto, sin embargo, Trotsky recordaba que no había justificación posible para quien, como Togliatti (5) y la nueva dirección stalinista del PCI, se disponía a repetir el mismo error en Alemania, cuando Hitler iniciaba su ascenso al poder:


 


“Los comunistas italianos, más que nadie, deberían elevar su propia voz de advertencia. Pero Stalin y Manuilski (6) los obligan a abjurar de las enseñanzas más importantes de su propia derrota. Es bien conocido el perseverante servilismo con el cual Ercoli se apresuró a adherir a las posiciones del social-fascismo, esto es, a las posiciones de la espera pasiva de la victoria fascista en Alemania” (ibídem).


 


En 1931, el nazismo aún no había triunfado en Alemania, y la batalla de Trotsky y de la Oposición de Izquierda Internacional —incluso de la sección italiana— se concentraba en la última tentativa por corregir la orientación de la Internacional Comunista stalinizada, antes que sucediera lo peor. El período cubierto por el Boletín de la Oposición Comunista Italiana reproduce enteramente esta última y desesperada tentativa, y representa el más directo testimonio político e histórico de la posibilidad que había, para la Internacional, de combatir al nazismo en ascenso, valiéndose, tanto como fuera posible, de la experiencia extraída de los errores italianos; pero no se prestó oídos —como se sabe— ni a Trotsky, ni a Gramsci, ni a los "compañeros italianos” mencionados por Trotsky, y que sabemos eran ni más ni menos que los principales redactores de aquel Boletín.


 


La táctica ‘indicada' por Trotsky y por la mayoría de la dirección de la Internacional Comunista a la delegación italiana en noviembre de 1922, fue la de frente único con otras organizaciones del movimiento obrero, comenzando por los reformistas, que cargaban con la principal responsabilidad por el ascenso de Mussolini y que se ilusionaban con la posibilidad de una convivencia entre el fascismo y las organizaciones obreras legales, de una conciliación entre el gran capital y el programa mínimo de reivindicaciones de la clase trabajadora. A la delegación bordiguista, que afirmaba erróneamente la equivalencia dictatorial de la democracia burguesa y del fascismo, la Internacional le respondía, en 1922 absteniéndose de las cuestiones de análisis, pero interviniendo pesadamente en las cuestiones organizativas, preocupación ésta que demostraba que una instintiva señal de alarma ya encontraba eco en las paredes del Cuarto Congreso. La recomendación de Lenin y Trotsky ya reproducida, muestra también que los dos principales dirigentes bolcheviques comenzaban a temer consecuencias mucho más graves si no se cambiase la orientación de la dirección italiana, aunque el motivo principal y contingente de sus preocupaciones fuese el de la fusión entre el joven partido y el PSI maximalista.


 


Como se sabe, la propuesta de Trotsky tuvo continuación. Dos días después del mensaje telefónico de Lenin, la delegación italiana se encontró ante una carta del Comité Central del Partido Comunista Ruso, firmada por Lenin, Trotsky, Zinoviev, Radek y Bujarin, prácticamente imponiendo la fusión con el PSI. Bórdiga acepta esta imposición por disciplina, pero mantiene su posición.


En esos mismos días, en Italia, Mussolini completaba su golpe, dándole ropaje legal en el parlamento. Se iniciaba en el país el terror fascista, con la masacre de Turín (noviembre de 1922), los asaltos a las redacciones y a los locales del movimiento obrero, la prisión de los principales dirigentes del PCI y del PSI a fin de impedir la reorganización del partido votada en Moscú. En la nueva y dramática situación creada, las responsabilidades de una dirección revolucionaria no podían limitarse al ámbito “organizativo", a la solución de las "viejas" cuestiones que habían quedado abiertas en la escisión de Livorno (8) y en el Congreso de Roma, ni la discusión abstracta sobre la interpretación literal de la fórmula de gobierno obrero. Todas las divergencias surgidas en esos campos tenían que ser redireccionadas hacia problemas de análisis bastante más sustanciales: el análisis del período y las posibilidades de retomar la ofensiva obrera a partir de la crisis revolucionaria que se preanunciaba en Alemania: el papel de la URSS como baluarte del movimiento obrero pero cuyo destino estaba indisolublemente ligado al de la perspectiva revolucionaria internacional; el papel de la Internacional Comunista y, en particular, la relación entre la orientación estratégica general de la Internacional y la articulación táctica que cada partido tenía el derecho o el deber de elaborar; la relación entre la retirada parcial realizada en la URSS con la Nep, la disolución de los partidos y la prohibición de las fracciones en el PCR, y la perspectiva revolucionaria internacional, de la cual era parte integrante el propio proceso, ya iniciado, de transición al socialismo; el análisis del nuevo fenómeno surgido en Italia bajo el nombre de fascismo y su potencialidad para cumplir las tareas indispensables a un ulterior desenvolvimiento capitalista del país; las tareas generales de la revolución en Italia, a la luz de la nueva situación y de la necesidad de una hegemonía proletaria para garantizar una salida socialista a esta lucha; la táctica del frente único y cómo adaptar a Italia la fórmula bolchevique de “combatir a Kornilov sin apoyar a Kerenski”; el programa de reivindicaciones democráticas y transitorias que permitirían a la clase obrera italiana constituir el más amplio frente de alianzas contra el fascismo, sin entregar el poder a ningún ala, 'más democrática’, de la burguesía; y, a la luz de todo esto, la cuestión del partido revolucionario como expresión y organizador general de la clase, como destacamento de vanguardia interno al movimiento de masas y profundamente ligado a éstas.


 


Sobre esos problemas, la opinión más lúcida era la de Trotsky, que no compartía la visión unilateralmente optimista de la izquierda y que, particularmente para Italia, consideraba la victoria de Mussolini como un poderoso factor de alteración de la situación europea. En un artículo que escribió polemizando con un exponente de la izquierda austríaca, sobre el estado del movimiento de clase en Europa en diciembre de 1922, esbozó dos perspectivas posibles para la situación italiana, de las cuales la historia demostraría exacta en líneas generales— la segunda. Este texto es de fundamental importancia, no sólo por las sugestiones tácticas que acompañan el análisis, sino también para percibir el evidente eslabón de continuidad que liga esas posiciones de Trotsky sobre Italia con el contenido de la batalla que Gramsci aceptará conducir, sobre aquellas posiciones, exactamente un año después. Una comparación entre ese artículo y las cartas de Gramsci de Viena confirma esa continuidad:


Para poner en evidencia desde el comienzo lo que tiene de mecánica la concepción de Friedlander tomemos el ejemplo de Italia, donde la contrarrevolución está en su apogeo. ¿Cuál es el diagnóstico político que se puede hacer para Italia? Suponiendo que Mussolini se mantenga en el poder por un período de tiempo suficiente para permitir que los trabajadores de la ciudad y del campo se reagrupen contra él, recuperen la confianza perdida en su fuerza de clase y se unan en torno al Partido Comunista; no es imposible que el régimen de Mussolini sea directamente barrido por la dictadura del proletariado. Pero existe otro desenlace probable contrario a ése. Si el régimen de Mussolini choca con las contradicciones internas de su propia base social y contra las dificultades de la situación interna e internacional, antes de que el proletariado italiano llegue a la situación en que se encontraba en setiembre de 1920 —pero esta vez, bajo una dirección revolucionaria fuerte y decidida—, es evidente que asistiremos, de nuevo, en Italia, a la instauración de un régimen intermedio, un régimen de fraseología e impotencia, un ministerio Nitti o Turatti (9), o hasta Nitti-Turatti, en una palabra, un régimen análogo al de Kerensky y que, por su inevitable y patético fracaso, abrirá el camino al proletariado revolucionario. Esa segunda hipótesis, no menos verosímil que la primera, ¿acaso implica revisar el programa y la táctica de los comunistas italianos? Absolutamente.” (10).


 


De todas maneras, eran ésos los problemas que se planteaban ante la débil dirección del PCI, perseguida por los fascistas; ésos eran los problemas planteados al movimiento obrero internacional, que en los años siguientes pagaría cara la derrota italiana. Eran ésos, finalmente, los problemas planteados a la Internacional Comunista, que después del Cuarto Congreso, se encaminaba por la ruta de la declinación. En efecto, ya no sería posible, en el ámbito de la Internacional, una discusión serena, democrática y científica de la cuestión italiana, y las vicisitudes del PCI irían a mezclarse con las de la lucha fraccional desencadenada por el stalinismo en ascenso. Con la desaparición de Lenin del escenario político, en marzo de 1923, la clase obrera perdía su más preciosa guía en la lucha contra la degeneración promovida por Stalin en el primer Estado Obrero y en la Internacional. Trotsky, que dudo en emprender una ofensiva a fondo contra Stalin cuando le fue propuesta por Lenin, mantendría esa misma actitud durante casi todo el año 1923, pero en octubre de aquel año decidiría finalmente emprender der la lucha. A partir de ese momento, los términos de la batalla italiana se mezclarían estrechamente a las vicisitudes de la Internacional y de la Oposición de Izquierda.


 


’Nuevo Curso’


 


Se puede situar el inicio de la batalla de la Oposición de Izquierda en Rusia en la carta que Trotsky envió al Comité  Central el 8 de octubre de 1923, criticando la línea de la mayoría del Buró Político; en la carta-declaración "de los 46", centrada sobre todo en la necesidad de reestablecer la democracia dentro del Partido; en la serie de escritos de Trotsky, parcialmente publicados en Pravda, de fines de 1923 a inicios de 1924 y recolectados bajo el título de Nuevo Curso, pero que cubren un arco más amplio de problemas relativos a la construcción del socialismo en la URSS, a problemas de la fase de transición, a caracterizaciones del significado de la Nep, a conceptos de organización. Gramsci asiste en Moscú a los primeros embates de la lucha de la oposición, pero sólo podrá leer los artículos de Trotsky en Viena, entre enero y febrero de 1924.


 


Los contenidos de la batalla abierta con el Nuevo Curso han sido reiteradamente comentados y ya en la época causaron profunda impresión, en primer lugar al propio Gramscl, que en sus cartas de 1924 retoma integralmente algunos conceptos y hasta incluso formulaciones completas. Esto es particularmente evidente en las cuestiones relativas a la organización del partido, a las células de fábrica y a los peligros de la burocratización del aparato (ver más adelante las formulaciones de Gramsci).


 


Sin embargo, Gramsci no capta plenamente la esencia de la batalla abierta con el Nuevo Curso. Considera que la denuncia de la burocratización, hecha por Trotsky, se refiere fundamentalmente al funcionamiento del aparato y de su composición social, pero no comprende la relación de tales aspectos externos con las opciones políticas del partido, o sea, con los nuevos intereses sociales que el partido ruso comenzaba a expresar, después de haber derrotado a la burguesía, pero en una fase de reflujo de la clase obrera. Ese reflujo, representado provisoriamente por la Nep, estaba siendo irremisiblemente transformado en el predominio de una nueva capa social: la burocracia. “La burocratización — denunciaba Trotsky— es un fenómeno esencialmente nuevo, que nace de las nuevas tareas, de las nuevas funciones, de las nuevas dificultades y de los nuevos errores del partido". Trotsky aconsejaba “no fundir al partido con el aparato burocrático del Estado, a fin de impedir que el partido también quede expuesto al riesgo de la degeneración burocrática". Una nueva burguesía se estaba desenvolviendo a la sombra de la Nep, y “esa nueva burguesía no se limita a ser un intermediario comercial; en cierta medida, asume también el papel de organización de la producción”. De allí, para Trotsky, la exigencia de volver a la democracia de los soviets, para aplastar a la nueva capa social en formación. “La burocratización es un fenómeno social, pues consiste en un sistema de administración de los hombres y las cosas”. La planificación centralizada, pero sometida al control y a la verificación de las instancias productivas de base, al control de los trabajadores, permitirá vencer ese peligro y volver al camino de Octubre. En esa perspectiva debía orientarse el renacimiento obrero del partido y la vuelta al sistema de células de fábrica. La batalla por la democracia obrera no era, por lo tanto, un fin en sí sino que debía estar vinculada a aquellas opciones precisas en el camino de la construcción del socialismo.


 


Como se sabe, el sentido de la batalla de Trotsky sería instrumentalizado. La ‘proletarización’ del partido, imple- mentada por la dirección stalinizada, sólo serviría para diluir todavía más el debate en el interior del aparato y para preparar una mejor correlación de fuerzas para la contraofensiva de la burocracia.


 


Gramsci no comprende plenamente el alcance de la batalla de Trotsky en defensa de la naturaleza obrera del Estado soviético, pero en un primer momento se alinea instintivamente con ella, persuadido sobre todo de los aspectos que pudieran tener reflejos inmediatos en la batalla entablada en Italia. Su formación, venida del Ordine Nuovo (11), lo llevaba necesariamente a apoyar los contenidos de la batalla de Trotsky, aunque fuese, al mismo tiempo, un obstáculo para desarrollar estos contenidos hasta sus últimas consecuencias. Pero en esa época, a fines de 1923, era suficiente para decidir, en Italia, la vuelta a las masas, la corrección de la línea del partido y la adopción de un programa en la mejor tradición del leninismo.


 


El inicio de la batalla de los dos revolucionarios —Trotsky y Gramsci— fue sincronizado sólo aparentemente. Para ambos, comenzó a fines de 1923, después de un período de reflexión más o menos prolongado, pero en contextos políticos y frente a adversarios tan diferentes, al punto de hacer que la coincidencia en sus contenidos no tuviese consecuencias prácticas inmediatas; al contrario, dieron origen a una profunda incomprensión. Trotsky luchaba en Rusia contra una dirección política centrista que, en 1923, se estaba desbarrancando rápidamente hacia la derecha, que ejercía el poder en un Estado obrero en vías de degeneración y que expresaba los intereses de una nueva capa social en ascenso, la burocracia. Al contrario, Gramsci luchaba en Italia contra una mayoría cuyo extremismo e intransigencia sectarios él mismo compartiera a fondo, que no expresaba los intereses de conjunto de la clase obrera italiana y cuya tarea todavía era conquistar influencia de masas en el proletariado, pero en una fase de profunda desmoralización de la clase obrera y de retirada bajo los golpes del fascismo. Una fase, por lo tanto, en que los peligros aparentemente sólo venían del extremismo de Bórdiga y que, al contrario, era mucho más propicia a los desvíos de derecha, de tipo reformista y colaboracionista. 


 


Gramsci comprende con mucho atraso la justeza de las posiciones de Trotsky sobre Italia y sólo acepta llevarlas a la práctica en un período en que la batalla de Trotsky ya no podía limitarse a cuestiones de orientación para éste o aquel país, sino que asumía alcance internacional: de defensa de la democracia obrera en la URSS y de regeneración de la Internacional Comunista en el mundo. Gramsci continuará luchando tenazmente, hasta 1926 e incluso después, por el programa italiano más correcto, aquel elaborado algunos años antes por el propio Trotsky, valiéndose de la contribución de Lenin y de lo mejor de la experiencia bolchevique; pero asumirá posiciones graves y despreciables en relación a la lucha más general de la Oposición de Izquierda. Como nuevo dirigente del PCI y como su figura de mayor prestigio, tiene su parte de responsabilidad en la stalinización del partido, por la equiparación de las posiciones de Bórdiga y de Trotsky y por la confusión, que durante todo un período existió, entre los comunistas italianos sobre el verdadero sentido de la Oposición de Izquierda.


 


Dicho esto, no se debe cometer el error opuesto a aquél de quienes quieren presentar a Gramsci como exponente de una línea revolucionaria de principio al fin, como la encarnación de Trotsky en Italia (como hicieran Maitán y Corvisieri). Pero tampoco se debe liquidar a Gramsci como un perpetuo 'centrista', y sí, en la compleja articulación de sus posiciones, captar: 1) las contradicciones con que Gramsci se apartó de las posiciones de Trotsky, cómo ese alejamiento se dio esencialmente en la forma, en los alineamientos, y no en las cuestiones de contenido de la revolución en Italia hasta 1926; 2) la convergencia objetiva entre los dos revolucionarios en las cuestiones de principio (en particular, la cuestión del partido, de la revolución permanente, del rechazo al 'socialismo en un solo país') y también en cuestiones específicas de política internacional (tales como Alemania, la táctica en Francia en 1923, el giro del 'social-fascismo', la línea aventurera del ‘tercer período‘): 3) más importante que todo, porque no se restringe al ámbito teórico y sí tiene relevancia práctica efectiva en la historia del movimiento obrero italiano, cómo del gramscismo pudo emerger un componente revolucionario que fue capaz de rehacer la fusión entre el patrimonio de Gramsci y la batalla de Trotsky, calificándose plenamente para la construcción de la Cuarta Internacional.


 


De Viena a Roma


 


Así como la decisión de Trotsky fue madurando por mucho tiempo antes de asumir el carácter de enfrentamiento abierto con la fracción de Stalin-Zinoviev-Kamenev, algo parecido ocurrió con Gramsci. Sólo en enero de 1924 decidió romper oficialmente con la dirección mayoritaria italiana, negándose a firmar el manifiesto preparado por Bórdiga y suscripto por Togliatti, Terracini y Scoccimarro, con el cual se pondría en discusión la táctica propuesta por la Internacional Comunista para Italia, particularmente sobre las cuestiones de la fusión con el PSI y del frente único. Ya mencionamos el hecho de que la coincidencia en el tiempo de esas dos luchas —idénticas en su sustancia e inspiración— tenía que ajustar las cuentas con las diferentes posturas políticas de los dos revolucionarios. Trotsky, frente al gradual desvío hacia la derecha de la troíka (12), frente al evidente fenómeno de la burocratización del partido, que minaba los fundamentos de la democracia proletaria, y después de la trágica experiencia del oportunismo ‘zinovíevtista' en Alemania, se colocaba a la izquierda de la dirección del PCR, y de ese modo encarnaba las exigencias auténticas del proletariado ruso. Gramsci, obligado a enfrentar el extremismo izquierdista de Bórdiga, frente al abstencionismo sectario en relación a las masas y frente a la renuncia a trabajar por la unificación, en la lucha, de las corrientes proletarias italianas, se colocaba en una posición de "centro" —pero no centrista— en relación a la dirección mayoritaria ultraizquierdista, pero también en relación a la minoría oportunista de derecha (Tasca), la cual, en Italia, a pesar de ser poco relevante, representaba objetivamente la encarnación de la línea de derecha de la dirección rusa e internacional.


Después de un año y medio en Moscú, en los últimos meses en estrecho contacto con el trabajo del Comité Ejecutivo de la Internacional, Gramsci viaja a fin de noviembre de 1923 y se instala en Viena, a comienzos de diciembre, en el mismo momento en que estalla la lucha entre las dos fracciones del PCR. 


Teniendo todavía bien presente el papel de Trotsky en la revolución rusa y en la dirección de la Internacional Comunista, le escribe a su mujer, el 13 de enero de 1924, pidiendo mayores informaciones sobre la lucha en curso y limitándose a definir como “irresponsable y peligroso" el ataque público lanzado por Stalin contra Trotsky (13). Un mes después (19 de febrero), habiendo recibido las informaciones solicitadas y habiendo leído los artículos de Trotsky publicados desde diciembre en Pravda, Gramsci se alinea decididamente a favor de éste, en términos que no pueden dejar margen a dudas, sobre todo porque están corroborados por un balance histórico de las posiciones de Trotsky. Esa carta (14) fue famosa en Italia por motivos que trataremos más adelante. 


Introduciendo sus planteamientos de un giro político en Italia, Gramsci hace un análisis de la situación de la Internacional, para refutar el error de Urbani (Terracini), según el cual el grupo de Stalin estaría desplazándose hacia la izquierda y no hacia la derecha como ocurría en realidad. “En lo que respecta a Rusia, siempre supe que, en la topografía de las fracciones y tendencias, Radek, Trotsky y Bujarin ocupaban una posición de izquierda; Zinoviev, Kamenev y Stalin, una posición de derecha, en tanto Lenin quedaba en el centro y jugaba el papel político de árbitro en toda situación". Las divergencias no eran novedad, recuerda Gramsci:


 


“Se sabe que ya en 1903 Trotsky pensaba que en Rusia se podría dar una revolución obrera y socialista, en tanto los bolcheviques pretendían apenas establecer una dictadura política del proletariado en alianza con los campesinos, que sirviese de envoltura al desarrollo del capitalismo, el cual no debería ser minado en su estructura económica".


 


Gramsci recuerda aún la adhesión de Lenin a las tesis de la revolución permanente en 1917, y la feliz reunión de los dos revolucionarios dentro del partido bolchevique, a pesar de las resistencias del centro interno, formado por los actuales dirigentes del partido:


 


“Se sabe que, en noviembre de 1917, mientras Lenin y la mayoría del partido habían pasado a la concepción de Trotsky y pretendían meterse no sólo con el gobierno político sino también con el industrial, Zinoviev y Kamenev permanecieron en la opinión tradicional del partido: querían un gobierno de coalición revolucionaria con los mencheviques y social-revolucionarios, y por eso salieron del Comité Central del partido, publicando declaraciones y artículos en periódicos no bolcheviques, y por poco no llegaron a la ruptura".


 


En qué medida Gramsci hacía cuestión de defender la continuidad del pensamiento leninista y de Trotsky sobre la teoría de la ‘revolución permanente’, lo sabemos por la batalla de Gramsci que estamos intentando reconstruir y también por varias menciones suyas. Baste aquí la resumida en la carta a Scoccimarro en ese mismo período (5 de enero de 1924), donde Gramsci observa “cómo en la realidad el fascismo planteó a Italia un dilema bien crudo y cortante: el de la revolución en permanencia y de la imposibilidad, no sólo de mudar la forma del Estado sino hasta simplemente de cambiar de gobierno, a no ser por la fuerza armada". “En la polémica recientemente planteada en Rusia — continúa Gramsci en su carta del 9 de febrero— se revela que Trotsky y la oposición en general, en vista de la prolongada ausencia de Lenin de la dirección del partido, están seriamente preocupados con una vuelta a la vieja mentalidad, que sería mortal para la revolución. Al reivindicar una mayor intervención del elemento obrero en la vida del partido y la disminución de los poderes de la burocracia, en el fondo quieren garantizar el carácter socialista y obrero de la revolución e impedir que se llegue lentamente a aquella dictadura democrática, envoltura de un capitalismo en desenvolvimiento, que era el programa de Zinoviev y otros aún en noviembre de 1917. Me parece que ésta es la situación en el partido ruso, que es mucho más complicada y más sustancial de lo que Urbani entrevé; la única novedad es el pasaje de Bujarin al grupo de Zinoviev, Kamenev y Stalin” (diferenciado del autor, NdeT).


 


También en la cuestión alemana, que después de los acontecimientos de octubre de aquel año (15) era el centro del debate en la Internacional Comunista, Gramsci asume una posición de defensa de la Oposición de Izquierda rusa, sobre la cual, en la época, Zinoviev intentó hacer recaer las responsabilidades por la derrota. Responsabilidades que, por el contrario, cabían en gran parte a las vacilaciones del propio Zinoviev. Gramsci, —que compartía el análisis de la situación alemana como objetivamente revolucionaria— absuelve a Zinoviev de cualquier responsabilidad, se opone a su tentativa de atribuirle a Trotsky la culpa por el putsch de Hamburgo: “Sí hubo errores, fueron cometidos por los alemanes. Los compañeros rusos, esto es, Radek y Trotsky, se equivocaron al creer en los milagros de Brandler y compañía, pero de hecho, también en ese caso, su posición no fue de derecha sino más bien de izquierda, tanto que terminaron siendo acusados de golpismo”.


Esa carta de Gramsci, tan llena de opiniones favorables a la Oposición de Izquierda, termina con una clara advertencia a los compañeros de la dirección, excesivamente sumergidos en el horizonte estrecho de las divisiones en Italia: “Consideré oportuno extenderme un poco en este asunto, porque es necesario tener una orientación bastante clara en este campo”.


 


En enero-febrero de 1924, la decisión de Gramsci de lanzar una ofensiva contra la dirección extremista italiana ya era irrevocable. En las cartas de Viena, habla de un “gran viraje histórico del movimiento comunista italiano”. En la carta del 9 de febrero declara: "Pienso que llegó el momento de dar al partido una orientación diferente de la que recibió hasta ahora. Está comenzando una nueva fase en la historia, no sólo de nuestro partido, sino también de nuestro país".


 


El primer paso de Gramsci consiste en negarse a firmar el manifiesto del grupo Bórdiga, Togliatti, Terracini, Scoccimarro. En eso, al comienzo, queda aislado con el más fiel colaborador de su línea política en los años posteriores de su prisión (16). El resto de la dirección italiana, sólo unos meses después, entendería el sentido de la batalla que se iniciaba. El primer punto en el que Gramsci intenta acreditarse es el de la concepción del partido.


 


“Tengo otra concepción del partido, de su función, de las relaciones que se deben establecer entre el partido y las masas sin partido; entre el partido y la población en general” (5 de enero). “En el partido italiano se creó un verdadero distanciamiento entre las masas y los dirigentes”. “No se concibe el partido como resultado de un proceso dialéctico, donde convergen el movimiento espontáneo de las masas revolucionarias y la voluntad organizativa y dirigente del centro…”. “Falta en el partido una actividad orgánica de agitación y propaganda". "Se formaron, en rebeldía del centro, puestos de infección oportunista. Y éstos tenían su reflejo en el grupo parlamentario y, después, de forma más orgánica, en la minoría".


 


En la carta del 9 de febrero, Gramsci reproduce, en escala italiana, las mismas amargas y profundas críticas que Trotsky y ‘los 46’ habían formulado en Rusia a la burocratización del PCR. El partido no se puede separar de las masas, no puede renunciar a la “formación de células de fábrica”, repite Gramsci, sin renunciar a su verdadera naturaleza de organizador de la vanguardia obrera. No puede imponer su voluntad de arriba hacia abajo, sino que debe someterse continuamente al control de las instancias de base, del movimiento, del proletariado. En la huella de la 'proletarización' reivindicada en Rusia por la Oposición de Izquierda, Gramsci plantea un problema análogo para Italia y señala los sectores más descuidados por la actividad del partido en Italia: el proletariado de Milán, los trabajadores marítimos, los ferroviarios, además del problema decisivo del Mezzogiorno (la región sur, más atrasada) (carta cit., p. 200-1).


 


En el fondo, es el Gramsci del Ordine Nuovo, de los consejos obreros, el adepto de la mejor tradición bolchevique y del Octubre de los Soviets, quien propone llevar la estéril discusión sobre la fusión o no con el PSI, de vuelta al terreno de la agitación obrera concreta, de donde fue desviada por el sectarismo de la mayoría. No hay el menor trazo de espontaneísimo en la posición de Gramsci (17), como no lo había en Trotsky cuando recordaba que es justamente el proceso dialéctico entre el movimiento espontáneo de las masas y la centralidad organizativa del partido lo que produce auténticos cuadros proletarios, 'especialistas' de la agita-ción, en las palabras del propio Gramsci.


 


Esa posición de Gramsci sobre el partido, contrapuesta en Italia al sectarismo de Bórdiga y en Rusia al burocratismo de Stalin, se vuelve en los años siguientes, un caballito de batalla de la Oposición de Izquierda en Italia. En el Boletín de la NOI se encuentra, como tema constante, recurrir a las masas, a las necesidades reales de las masas, al movimiento de masas efectivamente existente en Italia, como piedra de toque de cualquier política revolucionaria. Este es un motivo suficiente para rechazar el “viraje" decidido en Moscú sin ninguna verificación en la realidad italiana, para rechazar el intento de hacer una única amalgama de los trabajadores socialdemócratas con el movimiento fascista. Y, en nombre de esa concepción, los oposicionistas proseguirán en la lucha por la democracia interna, por el centralismo democrático, ya iniciada por Trotsky en oposición a Stalin. Este será uno de los elementos de continuidad decisivos entre la lucha de Gramsci en 1924/26 y la de la NOI en la década del '30.


 


Otro elemento de continuidad decisivo será el tema de la ‘revolución permanente', recordada por Gramsci en ese período, no tanto en la polémica con Bórdiga, que formalmente aceptaba esa estructura metodológica, sino más en la polémica con la minoría de Tasca, oportunista de derecha y auténtica precursora, en Italia, del ‘viraje’ de Togliatti hacia los frentes populares. Sobre el frente único proletario se habla en el programa de Gramsci y en el de la Oposición de Izquierda, en abierta contraposición a las perspectivas de los bloques con fuerzas burguesas, cualquiera sea su orientación política. Esto, sin embargo, sin caer en el extremismo (de Bórdiga en los años 20, de Stalin y Togliatti después del 'viraje‘), que tendía a presentar a la burguesía como un único bloque reaccionario, sin contradicciones internas que pudieran ser explotadas por el proletariado.


 


Tal como lo hará la NOI en el análisis del movimiento ‘Giustizia e Liberta', negándose a considerarlo igual al fascismo, pero incluyéndolo en el campo de la contrarrevolución democrática, y también, sin renunciar a indicar los aspectos específicos de sus componentes, Gramsci propone, en 1924, un análisis análogo de la realidad italiana. En la carta del 1o de marzo a Scoccimarro y Togliatti, Gramsci observa que se dejó de lado el análisis de las fuerzas burguesas y pequeñoburguesas, de los partidos Popular y Republicano, de la “democracia social del Mezzogiorno”, de las corrientes ligadas a Natta y Améndola, etc. Propone hacer “una distinción entre el fascismo y las fuerzas burguesas tradicionales que no se dejan 'ocupar': —o Corriere Stampa—, los bancos —el estado mayor—, la Confederación General de la Industria”. Son conocidas las elaboraciones posteriores de Gramsci sobre esa propuesta de análisis, en el texto sobre La Cuestión Meridional y en los Cuadernos; y podemos leer en el Boletín las actualizaciones de esas caracterizaciones, a la luz de los análisis del contexto capitalista internacional propuestos por Trotsky, incluso después de su expulsión de la URSS. No tiene nada en común con la amalgama confusionista y obtusa de la teoría del 'socialfascismo', de la ‘caída inminente del capitalismo', del ‘tercer período', difundida por Stalin, y recogida en Italia por Togliatti, Longo, Secchia, Ravera, Grieco, Scoccimarro, etc.


 


Un tercer elemento de la propuesta de Gramsci, a la cual solamente la NOI dará continuidad en Italia, es la lúcida previsión de la dinámica de la lucha de clases del período intermedio y del poder de atracción todavía intenso del reformismo. Ya respondiendo, con varios años de anticipación, a la célebre alternativa inmediata del viraje impuesto por Stalin, “fascismo o dictadura del proletariado”, Gramsci declara, en febrero de 1924:


 


“Es un poco una cuestión de opinión si un ascenso proletario sólo puede y se debe dar en beneficio de nuestro partido. Pienso, al contrario, que si hubiera un ascenso del movimiento, nuestro partido aún sería minoritario, que la mayoría de la clase obrera iría con los reformistas y que los burgueses democráticos liberales todavía tendrán mucho que decir”.


 


Conceptos análogos, seis años después, le costarían la expulsión del Partido a Tresso, Leonetti, Ravazzoli, Recchia, Bavasano y, con algunos matices, Silone; el aislamiento en la prisión a Gramsci y Terracini, y la acusación de agente del imperialismo a Trotsky.


 


En el Boletín y en el programa de la NOI publicado en él, se habla mucho de la imposibilidad, en Italia, de pasar inmediatamente del fascismo a la dictadura del proletariado, sin un período intermedio de experiencia y de superación de la democracia burguesa por las masas, dirigidas por la clase obrera, desde el momento en que ésta supiera incluir en su programa para el socialismo la defensa de las libertades democráticas. También esa perspectiva, que en el Boletín asume el nombre de “fase transitoria”, “período de transición" (que no se confunde con la “transición al socialismo" después de la toma del poder), encuentra un firme defensor en Gramsci, que se pronunció de la misma manera, hablando de “fases suplementarias", “fases intermedias”, "proceso de transición", en perfecta coherencia con el análisis del fascismo que elaborará en otros textos y con su atención constante al problema del Mezzogiorno.


"Que la situación es activamente revolucionaria, no tengo dudas, y por lo tanto que, dentro de cierto espacio de tiempo, nuestro partido tendrá consigo la mayoría; pero incluso en ese período no necesariamente largo cronológicamente, será ciertamente denso de fases, que debemos prever con cierta exactitud para poder movernos y no caer en errores que prolongarían la experiencia del proletariado”.


 


Es la primera vez que en Italia se habla claramente de la necesidad de luchar por reivindicaciones democráticas y transitorias, por parte del proletariado empeñado en la lucha por el socialismo en un país dictatorial; las ilusiones democráticas de las masas, que recibieran nuevo impulso con la instauración del régimen autoritario fascista, no pueden ser ignoradas, así como tampoco se puede ignorar el poder de atracción que tendrá, por toda una fase, el programa exclusivamente democrático de los reformistas socialdemócratas y de los "burgueses democráticos liberales". La lucha por las libertades democráticas debe ser incluida en el programa de la revolución socialista italiana, insistirán Gramsci, el NOI y Trotsky. Este último desenvolvería a fondo esa posición clásica del bolchevismo sea criticando la consigna de la "asamblea republicana basada en los comités obreros y campesinos" para Italia, sea en el Programa de Transición de 1938. La vinculación de las reivindicaciones democráticas con el programa transitorio de la clase obrera es, hasta hoy, un misterio para las direcciones comunistas de origen stalinizado.


 


Ese nuevo enfoque programático de Gramsci, expresa- do claramente en la primavera de 1924, desenvuelto amplia- mente en las Tesis de Lyon, y después abandonado para siempre por la dirección de Togliatti, lleva en 1924 a plantear la táctica del frente único entre organizaciones obreras (¡y sólo entre éstas!) como opción obligatoria inmediata, en torno de la cual se puede articular todo el programa. Abandonada en la época del ‘socialfascismo', por razones ‘extremistas', después transformada en la teoría de los frentes populares, de los bloques con las corrientes 'progresistas', de la burguesía, la táctica del frente único obrero, sobre la cual Gramsci desencadena la lucha interna en 1924, desaparecerá para siempre del programa del PCI; con eso, se destruye uno de los puntos de apoyo de la concepción de Gramsci sobre la lucha antifascista y revolucionaria, y la última contribución positiva elaborada por la Internacional Comunista para el movimiento obrero internacional antes de su degeneración stalinista. En Italia, sólo la NOI asumirá esa bandera, en las columnas de su Boletín. Entonces en 1924, en el momento de su oposición, Gramsci esboza los puntos básicos del nuevo programa revolucionario, apoyándose en la autoridad de la Internacional Comunista todavía no enteramente stalinizada en la experiencia bolchevique y en las sugestiones de  Trotsky que como vimos, fueron decisivas en la maduración  de Gramsci en Moscú (18) y de las cuales él mismo nos dará un eco en octubre de 1926, en el auge de la ofensiva de Stalin, al citar el difamado nombre de Trotsky como uno de los que "contribuyeron poderosamente a educarnos para la  revolución (que) algunas veces nos corregían muy enérgica y severamente, (que) estuvieron entre nuestros maestros". Los puntos decisivos desenvueltos por Gramsci en la  lucha de oposición a la dirección mayoritaria del PCI son los  mismos que constituyen, en los años 30, la plataforma NOI: la democratización del partido y la búsqueda de una  democratización del partido y la búsqueda de una relación real con las masas; la teoría de la ‘revolución permanente‘ aplicada a la realidad específica italiana, donde la existencia de la cuestión meridional y el atraso campesino imponen determinadas tareas al proletariado, en el camino de la revolución proletaria, que no pueden ser mecánica- mente asimilada a las de otros países, una vez que la ley del desenvolvimiento desigual tuvo consecuencias sociales y políticas peculiares; el análisis de las contradicciones interburguesas y su utilización a favor de los obreros; la comprensión de la necesidad de hacer que el proletariado asuma también el programa de las reivindicaciones democráticas y comprensión de la inevitabilidad de fases transitorias o suplementarias”; la aplicación de la táctica del frente único entre organizaciones obreras; la comprensión del poder de atracción del reformismo y la necesidad de tomarlo en cuenta.


 


Ese programa, que Gramsci hace triunfar en el PCI contra la derecha y la extrema izquierda, explica uno de los fenómenos más característicos del movimiento obrero internacional: la demora en la degeneración del Partido Comunista italiano, en comparación con otros partidos europeos, y también las dificultades con que se produjo esa degeneración. Mientras, en la segunda mitad de la década del 20, las direcciones comunistas pasaban integralmente a las posi-ciones de la Internacional Comunista stalinizada, o sea, mientras ocurría la stalinización de los partidos comunistas, bajo la presión de Moscú y de los elementos oportunistas locales, el PC italiano —aunque sin comprometerse, sin embargo en el plano internacional— continuará luchando en Italia, mientras le fue posible (1926, leyes de excepción) por un programa inspirado en los principios fundamentales del marxismo revolucionario.


El pasaje a la clandestinidad completa, la prisión de Gramsci (19), la grave derrota del movimiento obrero italiano, representada por la victoria definitiva del fascismo, y el contexto internacional de reflujo, harán que la degeneración stalinista ocurra, sí, pero en el centro dirigente en el exterior, con retraso en relación al resto de Europa, fuera del control de los trabajadores más consientes, y no sin provocar fracturas graves, como la formación de una fracción revolucionaria en la cúpula del partido, representada justamente por la NOI, expresión de la continuidad del pensamiento de Gramsci y adhiriendo a la Oposición de Izquierda Internacional.


 


Nada semejante ocurrió en 1930 en los otros partidos europeos, donde las corrientes revolucionarias ya habían sido liquidadas, no sólo a nivel de dirección sino también como fracciones internas, antes de 1926/7. Haber retardado ese proceso en Italia, haber armado suficientemente a algunos dirigentes del partido para oponerse a la degeneración comandada por Stalin, constituye, para nosotros, el mayor mérito histórico de Gramsci, independientemente de las evoluciones específicas y personales que su pensamiento pueda haber sufrido en la prisión y de los errores que cometió durante todo el período de existencia del PCI antes de 1924, y hasta después de esa fecha. En su acción victoriosa de 1924 a 1926 contra la derecha y la ultraizquierda, saludamos la principal contribución política dada por un comunista italiano a la elaboración del programa revolucionario, a la experiencia histórica del proletariado mundial.


 


Que Gramsci haya perdido y el stalinismo haya vencido, llevando en Italia, con el fin del fascismo, a la reconstrucción de un Estado capitalista, antítesis evidente de los ideales por los cuales Gramsci llamaba a luchar al PCI en 1924, no nos parece el criterio decisivo para pronunciarnos sobre las posiciones de Gramsci, ni para proponer, de hecho, su liquidación. Dado que la lucha de clases continúa, el problema todavía está abierto y la perspectiva revolucionaria por la cual Gramsci combatió todavía permanece actual.


 


La “cuestión Trotsky”


 


Como vimos, no puede haber dudas sobre la adhesión convencida de Gramsci a las posiciones generales de Trotsky, en el momento del inicio de su combate contra la mayoría italiana, en 1924. No es sorpresivo, cuando se piensa que el combate de Trotsky no era otra cosa que la defensa del patrimonio legado por Lenin, sea en el terreno de la construcción del socialismo en la URSS, de la lucha contra los procesos que liquidaban la democracia proletaria, sea en el terreno, estrechamente vinculado al primero, de la táctica internacional para la extensión de la revolución. Gramsci sale entonces de Moscú, a fines del año 1923, plenamente convencido de la validez de la teoría de la ‘revolución permanente’ (que él mismo citó —como vimos— en los términos convencionales de la época), de la necesidad de evitar los desvíos burocráticos estableciendo una vinculación "dialéctica" entre las masas y el aparato del partido, de la naturaleza específica del fascismo como forma de dominación burguesa, de la necesidad del frente único sólo con los partidos obreros, y en un terreno más contingente, pero fundamental en la época, sobre el carácter objetivamente revolucionario de la situación que se abriera en Alemania en 1923. Esas posiciones son manifestadas con máxima claridad en febrero de 1924.


 


En el bienio crucial de 1924/26, sin embargo, no expresará con la misma claridad su adhesión a las posiciones de Trotsky, al que mostrará, no ya como el mayor dirigente de la revolución rusa después de Lenin, y sí como simple exponente de una fracción —peor aún, minoritaria— dentro del PCR. Gramsci continúa defendiendo, sustancialmente, las posiciones de Trotsky, pero no se alinea con él en el combate decisivo en curso en el movimiento obrero internacional. Esta fue la profunda limitación de la acción de Gramsci, cuyas consecuencias pueden ser sentidas hasta hoy en el movimiento obrero italiano. ¿Cuáles son las razones de ese comportamiento ambiguo del gran revolucionario, además de la polémica con Bórdiga y del hecho material representado por su detención y por el aislamiento del período de prisión?


 


Diferente de Bórdiga, que representaba en la experiencia del comunismo italiano, el máximo de vinculación a la gran tradición del marxismo internacional, y que por lo tanto, en la elaboración política, partía de una concepción teórica, en primer lugar—cuando no exclusivamente—, internacional, el pensamiento de Gramsci era el producto más modesto, pero no por eso menos eficaz en ciertas fases y sobre ciertos problemas, de una reflexión anterior sobre los problemas de Italia. El desenvolvimiento desigual del capitalismo en el país, el peso del atraso económico y cultural, el peso peculiar del anarquismo y después del anarco-sindicalismo en la tradición del movimiento obrero italiano, el carácter explosivo que asumieron los episodios más significativos de la lucha de clases, además de su incidencia real en el contexto europeo, parecían a Gramsci los elementos más dignos de ser tomados en consideración, independientemente de la posibilidad de ofrecerles un ropaje sistemático completo, en la tradición clásica de los grandes pensadores marxistas. Bórdiga, por el contrario, plasmaba su pensamiento en aquellos modelos, aunque sin poder reproducir la misma amplitud y profundidad. De otro lado estaba el Gramsci de las poblaciones desposeídas del Mezzogiorno, el Gramsci de los consejos de fábrica, el Gramsci de Livorno y el Gramsci de la apasionada discusión con Trotsky sobre la cuestión italiana (y no sobre las grandes cuestiones de la Internacional Comunista, como los enfrentamientos de Bordiga con el gran revolucionario ruso) (20).


 


Dos temperamentos diferentes, producto de dos experiencias culturales diferentes, que sólo alcanzaron un momento de síntesis superior en la fase de ruptura con el reformismo italiano y de adhesión a la experiencia bolchevique, para después volver a separarse primero gradualmente luego violentamente- hasta que la represión fascista volviera irreversible la división, matando a Gramsci y neutralizando a Bórdiga. Esas diferencias -que no deben ser vistas mecánicamente como expresión de dos programas alternativos en el ámbito del comunismo italiano, sino sólo como dos maneras diferentes de traducir en términos italianos el gran mensaje de Octubre- hicieron que, en los años 20 las divergencias tácticas sobre la cuestión italiana se mezclaran desordenadamente (y muchas veces, intencionadamente) con los grandes debates de la Internacional, provocando a veces divergencias verdaderas y, otras veces, artificiales.


 


Gramsci sustentó abiertamente las posiciones de Trotsky, cuando Bórdiga se callaba, mientras no vio ninguna contradicción entre las orientaciones de la Internacional y las necesidades de la revolución en Italia. Cuando Bórdiga se aproximó a la Oposición de Izquierda rusa, por convicción en el plano internacional y por conveniencia en relación a la táctica y al análisis italiano, Gramsci se distancio del 'personaje‘ Trotsky haciéndole criticas formales y absolutamente superficiales, pero sin renegar de la esencia de las posiciones expresadas en 1924. Aún hoy, los exegetas del PCI – en el fondo, empeñados en un proceso de revisión del pensamiento de Gramsci que permita establecer una continuidad con la herencia de Togliatti- encuentran notables dificultades con el periodo 1924/26, esto es, en el período en que Gramsci estuvo más próximo de las posiciones del marxismo revolucionario. A falta de algún planteamiento claro de Gramsci renegando, durante ese bienio, de los principios programáticos expresados en 1924 (y coincidentes, en líneas generales, con los de Trotsky), están obliga- dos a desviar la atención, del debate entonces acalorado en la URSS, hacia el dogma del ‘socialismo en un solo país’, hacia el comité anglo-ruso, hacia las cuestiones de la 'actitud‘ de las 'fracciones’ hacia el tema de la ‘unidad del partido' hacia las 'responsabilidades', y así sucesivamente.


 


Así la ‘cuestión Trotsky‘, que fue vista por Bórdiga en su verdadera luz internacional y considerada tan importante, al punto de oscurecer las graves divergencias sobre táctica y sobre Italia le pareció a Gramsci, en 1925, una maniobra divisionista peligrosa para el debate en el PCI, en una ulterior fuente de divisiones en el partido, en el momento en que se requería el máximo de unidad para retomar la ofensiva comunista en Italia. El propio Gramsci, además, pone en claro la exigencia política de nacionalizar el debate italiano después de haber pagado todos los precios de los ‘virajes’ de las intrigas e interferencias de la Internacional reasumiendo en términos precisos y simétricos la principal diferencia entre sus posiciones y las de Bórdiga: “Amadeo se coloca desde el punto de vista de una minoría internacional- nosotros debemos colocarnos desde el punto de vista de una mayoría nacional” (21).


 


En marzo de 1924, escribiendo a Terracini y pidiéndole información sobre el choque entre Trotsky y la dirección del PCR, Gramsci pondrá en claro, todavía más, sus temores sobre los efectos que ese choque en la cúpula rusa podría tener para Italia:


 


“Me gustaría tener informaciones al respecto, y tu opinión. De cualquier manera, estoy cada vez más firme en esta convicción: que precisamos trabajar, nosotros, en nuestro país, para construir un partido fuerte, política y organizativamente bien instrumentado y resistente con un bagaje de ideas generales bien claras y bien firmes en las conciencias individuales, de modo que sea imposible su disgregación a cada golpe de esas cuestiones que van a surgir cada vez más numerosas y peligrosas, con el desenvolvimiento del movimiento revolucionario. Sobre esos problemas sería tal vez oportuno que conversemos largamente, entre nosotros, para estar en condiciones de resolverlos de a uno por vez, cuando se presenten, con espíritu de conjunto y seguros de tener el apoyo de todo el grupo” (diferenciado del autor).


 


Esos temores de Gramsci son comprensibles pero injustificables, para quien crea en la imposibilidad de construir un partido revolucionario nacional, aislado —incluso temporariamente— de un programa mundial de la revolución y de los acontecimientos cruciales que permiten elaborar y enriquecer ese programa. En el fondo, es justamente el fin de la dictadura del proletariado en la URSS y la stalinización de la Internacional Comunista y no el exceso de debate sobre las cuestiones internacionales lo que derrumba la orientación dada por Gramsci al PCI y permiten su transformación en un partido primeramente sectario, después reformista. Los peores temores de Gramsci se cumplieron pero no por culpa del internacionalismo de Bórdiga, sino como consecuencia del nacionalismo de Stalin.


 


Las sospechas de Gramsci sobre la posibilidad de instrumentalización de esa cuestión dentro del partido italiano sin embargo, tenían fundamento. Eso quedó claro en febrero de 1925, cuando fue aprobada una moción sobre la ‘bolchevización’ de los partidos comunistas, donde, en términos todavía cautelosos, se alertaba contra cualquier tentativa, por parte de los elementos de la izquierda ligada a Bórdiga, de reabrir la discusión sobre el caso Trotsky. Al contrario, Bórdiga escribe, en esa misma ocasión, un famoso perfil del gran revolucionario ruso, atribuyéndose a sí mismo, en Italia el valor y el prestigio del gran combate que la Oposición de Izquierda Internacional iniciara ya a fines de 1923. Era evidente el uso instrumental hecho, por ambas partes, de la división dentro del PCR.


 


El informe de Gramsci al Comité Central, que debía tratar de la ruptura ocurrida en Rusia, es bastante significativo de su actitud. Dos tercios de las referencias a la cuestión de cómo debería ser redactada la moción son apreciaciones sobre las analogías entre el ‘caso Trotsky' y el ‘caso Bórdiga', sobre las enseñanzas para Italia, sobre los peligros de las actitudes como la de Trotsky para la unidad del partido, y él tercio restante, es de denuncia de las posiciones erróneamente atribuidas a Trotsky sobre el ’súper-imperialismo’, que ya mencionamos, y del ‘socialismo en un solo país’. Transcribimos ahora este último trecho, que nos parece muy significativo, por ser la única ‘diferenciación’ política sustancial por parte de Gramsci que un año antes recogiera calurosamente toda su contribución teórica. Es inútil decir que, más allá de todos los "cambios de posición” que el propio Spriano (22) reconoce, este texto viene a confirmar la profunda adhesión de Gramsci a la teoría de la ‘revolución permanente’ y al rechazo al nuevo dogma del ‘socialismo en un sólo país':


 


"Rechazamos esas previsiones (las del ’súper-capitalismo‘, erróneamente atribuidas a Trotsky, nota del autor) que, postergando la revolución por tiempo indeterminado, cambiarían toda la táctica de la Internacional Comunista, que debería volver a la acción de propaganda y agitación entre las masas. Y cambiarían también la táctica del Estado ruso, pues si la revolución europea estuviera postergada por toda una fase histórica, esto es, si la clase obrera rusa no pudiera, por un largo tiempo, contar con el apoyo del proletariado de otros países, es evidente que la revolución rusa se deberá modificar".


 


En mayo de 1924, Stalin asumirá esa misma posición, en la primera edición de los Principios del Leninismo, el fragmento que ya se hizo famoso por haber sido expurgado de todas las ediciones siguientes, y que tal vez, en la época, pueda haber contribuido al equívoco cometido por Gramsci. Antes de revelar su propia vocación nacionalista, Stalin escribía:


 


“¿Es posible obtener la victoria definitiva del socialismo en un solo país, sin los esfuerzos en el mismo sentido de los proletarios de algunos países adelantados? No; no es posible. Para derrocar a la burguesía es suficiente el esfuerzo de un sólo país. Eso es lo que nos demuestra la historia de nuestra revolución. Para la victoria definitiva del socialismo, sobre todo en un país campesino como Rusia, no es suficiente; para eso son necesarios los esfuerzos de los proletariados de algunos países avanzados” (Principios del Leninismo, primera y última edición integral, mayo de 1924).


 


Cuando, a fines de 1925, Zinoviev y Kamenev también rompen con Stalin y con la derecha y se unen a las filas de la izquierda, bajo la dirección de Trotsky, la cautela instintiva de Gramsci sobre el método de las “excomuniones” se vuelve todavía más fuerte, y de hecho la ‘cuestión Trotsky’ desaparece del debate del PCI, dando lugar a una intensificación del combate contra Bórdiga.


 


Así se verifica la paradoja italiana. Mientras Gramsci, preparado y estimulado por la influencia de Trotsky en el período moscovita, consigue imponer a la dirección comunista el programa y la línea que concordara con el gran revolucionario ruso, equivocándose apenas en la cuestión de la Asamblea Republicana basada en los comités obreros y campesinos (un error debido a la confusión entre objetivos democráticos y organismos de tipo soviético, pero aun así, un error de extremismo según el propio Trotsky), Bórdiga se vuelve, por cierto tiempo, el principal exponente de la Oposición de Izquierda en Italia.


Gramsci no contribuyó muy activamente —a diferencia de Scoccimarro— en la batalla contra el ‘trotskismo’, pero es suya la responsabilidad, en primer lugar, por la adopción de ese término en Italia, como también es suya la responsabilidad por la amalgama que se hizo entre las posiciones de Bórdiga y las de Trotsky. Suya es la responsabilidad por la moción votada en homenaje a la ‘bolchevización’ promovida por Stalin y, también, por el estado de desarme teórico en que el partido, de conjunto, quedará después de su prisión, frente a las nuevas y demenciales instrucciones de la Internacional Comunista stalinizada. Hablar también de estas limitaciones y errores del revolucionario sardo —por otra parte hombre ajeno, por formación y características sicológicas, a la brutalidad vulgar del stalinismo—en nada reduce la complejidad de ese personaje, que otros, antes que nosotros, trajeran a la luz. Así podemos ponerlo en su verdadero lugar en la historia, sin arriesgarnos a caer—en la tentativa de librar a Gramsci de la enorme acumulación de falsificaciones bajo la cual fue sepultado por la tradición stalinista— en el error opuesto de la hagiografía antistalinista. Gramsci no fue stalinista en sus posiciones de fondo, fue por otra parte antistalinista incluso en el período más difícil de su vida, en la prisión, pero tiene su parte de responsabilidad por la degeneración del PCI, por no haber querido vincular las caracterizaciones de fondo de su programa para Italia con la batalla que Trotsky y la Oposición de Izquierda estaban desarrollando a escala internacional. Al querer atenerse a una dimensión nacional, cometió un grave error de perspectiva, y las consecuencias de este error todavía recaen sobre el movimiento obrero italiano.


 


Así, es fácil hoy para los ‘revisores' de Gramsci citar algunos extractos de sus Cuadernos, que van en un sentido bien diferente de aquel más sustancial que reconstruimos aquí. En otra vertiente, los opositores del reformismo por la izquierda juzgan poder usar la famosa correspondencia de 1926 para demostrar la coherencia del hombre político, que en verdad, no existió. Bastaría notar la total ausencia de referencias a las cuestiones programáticas precisas en aquel cambio de cartas para percibirla superficialidad de las críticas que Gramsci hacía a la dirección de Stalin (en la primera carta) y al propio Togliatti, en la segunda. ¡Sin embargo, se trataba de problemas decisivos para la historia futura del movimiento obrero, y la arbitrariedad cometida por Togliatti en Moscú, al no presentar oficialmente la carta escrita por Gramsci en nombre del Buró Político, no era poca cosa!


 


Es cierto que en la carta de Gramsci, en nombre del Buró Político italiano, dirigida al Comité Central del PCUS, de octubre de 1926, había también opiniones muy críticas al rumbo tomado por la fracción de Stalin y Bujarin: “ruptura del grupo central leninista", “disgregación y lenta agonía de la dictadura del proletariado”; posibilidad de “catástrofe de la Revolución" y, en términos velados más significativos a la luz de lo que expusimos hasta ahora, un enésimo llamado a la necesidad de no encerrarse en una perspectiva rusa, una referencia velada al dogma del socialismo en un solo país: “Pero ustedes hoy están destruyendo la obra que hicieran, están degradando y corriendo el riesgo de anular la función dirigente que el PC de la URSS había conquistado por impulso de Lenin; nos parece que la pasión violenta de las cuestiones rusas os está haciendo perder de vista los aspectos internacionales de las propias cuestiones rusas, a olvidar que sus deberes de militantes rusos sólo pueden y deben ser ejercidos en el cuadro de los intereses del proletariado internacional”.


 


Teniendo en mente la violentísima polémica que se desató sobre el “socialismo en un solo país”, el significado de la advertencia de Gramsci no puede dejar lugar a dudas. Sin embargo, la carta declaraba adhesión, de conjunto, a las posiciones de la fracción de Stalin en contradicción con la afirmación de que el Buró Político expresaba “una opinión partidaria apenas en lo tocante a las cuestiones estrictamente disciplinarias de las fracciones".


 


Tal vez haya sido esa duda de la carta de Gramsci, ese homenaje formal a las posiciones de la fracción stalinista, pero sin responder efectivamente el programa con el cual esa fracción estaba infligiendo los últimos golpes decisivos a la democracia obrera de tipo soviético, lo que le dio a Togliatti el coraje para cometer la grave falta que todos conocen: la de no presentar oficialmente la carta, impidiendo así que pudiera tener cualquier efecto, por mínimo que fuese, en la atmósfera de linchamiento que se creara contra las oposiciones. En efecto, los pocos meses que pasara en Moscú le habían dado a Togliatti la convicción de que el alineamiento con la fracción de Stalin sólo podía ser acrítico y total.


 


Tiene razón T. Perlini cuando critica a Corvisieri y otros defensores de la Oposición de Izquierda por haber instrumentalizado la carta de Gramsci, queriendo hallar divergencias políticas de fondo, donde no las había. Como prueba ulterior, basta comparar la claridad con que Gramsci defendía las posiciones de Trotsky en febrero de 1924 y el tono apresurado con que las rechaza en octubre de 1926. Pero el origen de ese error remonta más atrás en el tiempo. Debe buscarse sobre todo en el miedo con que Togliatti recibió aquella carta en Moscú, entreviendo en ella los gérmenes terribles de una oposición al stalinismo.


 


En efecto, fue él mismo quien respondió a Gramsci, el 18 de octubre, acusándolo diversas veces de pesimismo en relación al Estado obrero ruso, llegando incluso a afirmar que “su pesimismo da la impresión de que usted no considera enteramente acertada la línea del partido comunista de la Unión Soviética. En la práctica, Togliatti fue el primero en ver, en la carta de Gramsci, el peligro de una futura aproximación a las posiciones de la oposición, y después ayudó a crear el mito de aquella carta (intentando mantenerla escondida hasta 1964) y de la posterior respuesta de Gramsci, que sólo apareció milagrosamente en 1970. En octubre, Togliatti pedía a Gramsci un pronunciamiento más claro sobre los planteos políticos de la fracción Stalin-Bujarin, que fuese más allá del acuerdo en las cuestiones disciplinarias, justamente porque no ignoraba lo que pretendemos demostrar hasta aquí: que Gramsci continuaba aceptando, en las cuestiones de principio y en las cuestiones fundamentales de orientación política para Italia, las posiciones leninistas, que en 1926 ya se habían convertido en ‘trotskistas’ debido a la lucha de fracciones en la cúpula del PCUS. Togliatti, por lo tanto, era el primero en no creer las declaraciones formales de lealtad a la dirección de Stalin, porque veía en ellas una contradicción explícita con las posiciones programáticas de Gramsci. Nosotros pensamos que Togliatti tenía razón en alimentar esos miedos respecto de Gramsci, pero también creemos que su respuesta a las tentativas de mantener secreta aquella correspondencia contribuyeron a crear el mito de la oposición de Gramsci a fines de 1926.


Es verdad que la respuesta de Gramsci a Togliatti, del 26 de octubre de 1926, está llena de referencias pesadas al modo de pensar y de actuar de este último. “Su carta me parece abstracta y esquemática por demás en sus razonamientos” … “Por esta razón, ese razonamiento suyo me dio una pésima impresión”… “Por eso ninguna frase hecha nos va a disuadir de la convicción de que estamos en la línea cierta, en la línea leninista, en la manera de considerar la cuestión rusa… y los problemas de organización internacional” … "Su observación es, por lo tanto, inocua y sin valor”… “Lamento sinceramente que nuestra carta no haya sido entendida por usted a primera vista, y que usted a partir de mi carta personal, no haya procurado entender mejor” … "Todo su razonamiento está viciado de ‘burocratismo’… Son juicios drásticos, por otra parte coherentes con el juicio igualmente negativo —como recordamos anteriormente— que Gramsci tenía de Togliatti en la época en que éste se alineara con Bórdiga. Pero yendo más allá de la forma y viendo el contenido de la carta, se ve que no dejaba dudas sobre la fidelidad de Gramsci a la dirección mayoritaria del PCUS y hasta reforzaba la dosis contra los oposicionistas, de los cuales llegaba a decir que “encarnaban todos los viejos preconceptos del corporativismo de clase y del sindicalismo". No, decididamente no se puede trazar una línea de continuidad entre el combate de Gramsci en Viena y en Italia, entre 1924/26, y las posiciones que asume en el debate internacional, particularmente a fines de 1926. Sería una operación artificial, que además de prestar un mal servicio a Gramsci, sería una rendición en los contenidos de su combate revolucionario que viven hasta hoy, y que entonces revivieran en las posiciones de la NOI y de la Oposición de Izquierda italiana.


 


La dura carta de Gramsci a Togliatti es del 26 de octubre de 1926. Cinco días después, ocurre el atentado de Zamboni contra Mussolini y se dictan las leyes liberticidas. El 8 de noviembre, Gramsci es apresado y no recuperará la libertad hasta su muerte. La represión fascista hizo que quedasen sin respuesta todos los interrogantes con respecto a la probable evolución de Gramsci en relación a los opositores internacionales del stalinismo. Pero a partir de esa ruptura violenta en la vida política de Gramsci es que hoy el reformismo espera poder sacar ventaja en su obra de revisionismo de la contribución marxista del gran revolucionario sardo y en su continuidad ideológica. En este proceso precisará, sin embargo, desmantelar definitivamente cualquier posibilidad de evaluar las Tesis de Lyon y la decisiva contribución de Gramsci, contenida en las mismas, contraponiéndolas a la elaboración de los Cuadernos de la Cárcel. El salto de calidad entre estos dos momentos de reflexión de Gramsci indudablemente existe, pero es sólo un criterio político lo que puede llevar a dar más valor a un momento que a otro. Y los intelectuales reformistas ya hicieron su elección, hace tiempo.


 


Las Tesis de Lyon y el viraje


 


En enero de 1926 se realizó, en Lyon, el Tercer Congreso del PCI. Las Tesis de Lyon son el documento más precioso de ese Congreso. Nosotros consideramos, y la NOI reafirmará eso, claramente, en los años siguientes, que en aquellas Tesis inspiradas por Gramsci y adoptadas por el partido, hay mucho más que simples contribuciones de Trotsky: en ellas se refleja, en verdad, por última vez en la vida de un partido comunista, lo mejor de la tradición bolchevique, el patrimonio de Octubre y de la Internacional Comunista revolucionaria de los cuatro primeros Congresos, la experiencia del proletariado mundial aplicada a la situación específica de Italia. Para Gramsci, se trata apenas de una extensión de todos los temas señalados y embrionariamente tratados al comienzo de 1924. Pero su importancia va más allá del momento específico, señalando los métodos de lucha para todo un período, el camino para abatir al fascismo y pasar al socialismo en Italia. Las Tesis de Lyon revivirían en las posiciones de Tresso, Leonetti y Ravazzolí en la dirección del PCI, provocando su expulsión; y después en la resolución de la NOI (julio de 1932) sobre "Las perspectivas de la revolución italiana”, publicada en el número 10 del Boletín. Pero algunos señalamientos de método de esas Tesis se mantienen plenamente válidos hasta hoy para quien observe una perspectiva revolucionaria.


 


En el período en que, en Rusia, el stalinismo desmantelaba el último baluarte de la dictadura del proletariado, representado por la Oposición de Izquierda, contraria a la línea de Bujarin, a los prolongadores de la NEP, a la burocratización del partido; en el momento en que se esbozaba en China, una repetición de la colaboración de clases ya realizada por el stalinismo en la cuestión del Comité Anglo-Ruso (cuando los obreros de un país estratégico vieron, por primera vez, pasar los intereses diplomáticos de la URSS por encima de su propia lucha), las Tesis de Lyon reconfirmaban plenamente el carácter proletario de la lucha socialista.


 


“Las fuerzas motrices de la revolución italiana son, en orden de importancia, las siguientes: 1) la clase obrera y el proletariado agrícola; 2) los campesinos del Mezzogiorno y de las islas y los campesinos de otras partes de Italia”. El análisis del desenvolvimiento del capitalismo italiano y de sus contradicciones no postergaba la perspectiva socialista para una fase ulterior, diferente de la fase caracterizada por la lucha contra el fascismo; por el contrario, señalaba el comienzo de la dictadura del proletariado como coronamiento lógico de la lucha obrera por un programa de objetivos democráticos y transitorios. Las Tesis de Lyon reafirmaban así un principio que jamás fuera puesto en discusión mientras Lenin estuvo vivo, el principio de la revolución permanente —contrapuesto al de la revolución por etapas—, según el cual no existe solución de continuidad entre la lucha por las reivindicaciones democráticas e inmediatas y la lucha general por el socialismo. Sin ceder al fácil esquematismo del "marxismo vulgar”, como diría Trotsky refiriéndose a los adeptos a Bórdiga, las Tesis de Lyon, afirmaban con todas las letras, que no es posible ninguna fase intermedia estable y duradera entre la lucha por la democracia y la lucha por el socialismo, entre la dictadura de la burguesía y la dictadura del proletariado.


Esa concepción, que atraviesa el conjunto de las Tesis, está sintéticamente resumida en la Tesis 43:


 


"Esas soluciones intermedias no pueden ser todas previstas, porque en todos los casos deben estar adaptadas a la realidad. Deben sin embargo permitir que se construya un puente para las consignas del partido, y debe quedar cada vez más evidente para las masas que su eventual realización se resolvería en una aceleración del proceso revolucionario y en un inicio de luchas más profundas".


 


La misma formulación, en términos casi idénticos, resurgía algunos años después en el texto de Trotsky, que más que ningún otro, indica las consecuencias metodológicas de la teoría de la revolución permanente:


 


“Es necesario, en el proceso de las luchas cotidianas, ayudar a las masas a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa socialista de la revolución. Este puente debe incluir un sistema de reivindicaciones transitorias, que parta de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera y conduzca, invariablemente, a una única y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado" (23).


 


Los mismos conceptos y los mismos señalamientos metodológicos pueden encontrarse en los documentos de la NOI y en particular, en aquella resolución de julio de 1932, que puede ser considerada, con justicia, como la actualización programática de las Tesis de Lyon en Italia y la última expresión del marxismo revolucionario italiano antes de la guerra. La línea de continuidad entre las posiciones de Gramsci en 1926 y las de la NOI puede encontrarse, entonces, en la insistencia sobre la necesidad de que el proletariado asuma como suyo el programa de defensa de las libertades democráticas, insertándolo en el programa socialista, a fin de "transformar los movimientos 'revolucionarios democráticos’ en movimientos obreros revolucionarios y socialistas" (Tesis 39 bis) . En la agitación, la consigna central de “gobierno obrero y campesino" debe ser entendida, apenas como una fórmula transitoria hacia la dictadura del proletariado.


 


"En ese sentido es una fórmula de agitación, pero no corresponde a una fase real de desenvolvimiento histórico, a no ser de la misma forma que las soluciones intermedias mencionadas en el punto anterior. En efecto, su realización sólo puede ser concebida por el partido como el inicio de una lucha revolucionaria directa, esto es, de la guerra civil dirigida por el proletariado, en alianza con los campesinos, para conquistar el poder”. "El partido podría ser llevado a graves desvíos en relación a su tarea de guía de la revolución en caso de que interpretase al gobierno obrero y campesino como correspondiente a una fase real de lucha por el poder, es decir, si considerase que esta consigna indica la posibilidad de que el problema del Estado sea resuelto, en el interés de la clase obrera, de otra manera que no fuera la dictadura del proletariado" (Tesis 44).


 


Concuerda, obviamente, con la insistencia en la necesidad de la táctica de frente único para arrancarles a los reformistas y a las fuerzas democráticas pequeñoburguesas, la hegemonía de las masas populares en la lucha contra el fascismo. Lucha contra las ilusiones pacifistas (Tesis 21), actividad en los organismos de masas, en primer lugar en los sindicatos pero, en perspectiva, también en los comités obreros y campesinos (Tesis 41 y 39). Llamado explícito a la táctica de los bolcheviques en las jornadas de agosto, cuando opusieron Kerensky y a Kornilov, sin apoyar políticamente a Kerensky (esa formulación, citada en la Tesis 43, se volverá a encontrar repetidamente en las páginas del Boletín y, evidentemente, en toda la prensa de la Oposición de Izquierda Internacional). Finalmente, el análisis de los partidos ‘democráticos', presente en la Tesis 42, será desenvuelto en el Boletín, particularmente en lo que se refiere al movimiento ‘Giustizía e Liberta’, sin caer en el extremismo infantil del ‘tercer período’, pero sin el oportunismo de la época de la Resistencia y de los Comités de Liberación Nacional. Otras analogías significativas pueden extraerse de una lectura comparada de las Tesis de Lyon y de los principales documentos contenidos en el Boletín.


 


Ya no se puede alimentar ninguna duda sobre la ruptura programática que el ‘viraje’ de la dirección stalinista italiana representó, en relación a la esencia de las Tesis de Lyon. Lo mismo vale en cuanto a la corrección de las propuestas planteadas por Tresso, Leonetti, Ravazzoli, Teresa, Rocchia y otros compañeros, en el momento de su expulsión. Sobre esa cuestión, ya fueron publicados todos los principales documentos, ya fueron escritos análisis rigurosos, y la propia dirección del PCI, desde el comienzo de los años 60, tuvo que comenzar a admitir sus responsabilidades. Pero, como el prestigio de aparato vale más que la verdad histórica, no se desea ir a fondo en la investigación de esas responsabilidades, y sobre todo, no se desea reconocer haber abierto el camino para Hitler en Alemania, con la política del ‘tercer período', además de haber provocado la destrucción de importantes organizaciones comunistas — como la italiana— que después tuvieron que ser reconstruidas desde cero. Claro. Longo (24) continúa repitiéndose a sí mismo que tenía razón en aquella época, y tiene plena libertad para continuar repitiendo eso para los pocos que todavía ignoran la simple relación de los hechos, pero desde la época en que Leonetti reabrió el debate en Rinascita Sarda hasta hoy, las contribuciones históricas que confirman la justeza de las posiciones de la NOI se multiplicaron, obligando hasta a los stalinistas más empedernidos a ser diplomáticamente reticentes. Por orden cronológico, el último que dio su contribución para establecer la verdad histórica fue U. Terracini. Más vale tarde que nunca.


 


En el Boletín no hay ninguna referencia al debate sobre el ‘viraje’ y a los hechos de la expulsión, a no ser de pasada, hablando del caso Silone. Este es, sin dudas, uno de sus mayores méritos, demostración de que sus redactores querían intervenir en temas de actualidad política, no con base en recriminaciones del pasado, y sí mirando hacia la perspectiva de la caída del fascismo y de la revolución. El Boletín, en la práctica, esclarece al lector italiano, que ahora ya tiene oportunidad de conocer la dinámica de los acontecimientos que llevaron a la expulsión de "los tres”, qué fue lo que “los tres” continuaron haciendo y escribiendo después de expulsados. Qué relaciones quisieron mantener con el PCI, sobre qué acontecimientos internacionales concentraron la atención, cómo veían la situación en Italia, qué relaciones mantenían con Trotsky y la Oposición de Izquierda y, finalmente pero no por eso menos relevante, en qué ambiente político y cultural se movían esos revolucionarios italianos de la década del 30, empeñados en combatir en dos frentes, contra la burguesía y contra el stalinismo. A veces, hasta detalles aparentemente irrelevantes del Boletín iluminan el mundo, hasta hoy poco conocido, de los militantes antifascistas y antistalinistas a los que el fascismo, junto con las direcciones del movimiento obrero y democrático, obligaron a elegir París como centro de residencia y acción.


 


La 'paradoja italiana’ —que en 1924/26 ya viera a Gramsci en acuerdo sustancial con las posiciones de Trotsky, pero contrapuesto a él en el alineamiento internacional- prosigue, en cierto sentido, también en el período de prisión. Los Cuadernos, incluso en la versión no censurada y científicamente correcta, están llenos de referencias a “Lev Davidovitch” (Trotsky) y a la teoría de la ‘revolución permanente', decididamente hostiles al gran revolucionario ruso y a sus ideas. Pero en los Cuadernos se encuentra, como tema constante, una de las más absurdas caricaturas que se hicieran a la posición de Trotsky, la de identificarlo con el jacobinismo del ‘48, e incluso, con tendencias bonapartistas. Además de eso, en la contraposición entre “guerra de movimiento o de maniobra” o “guerra de posiciones”, Gramsci hace una simplificación arbitraria del debate que estalló, en esa época, en el movimiento obrero internacional, perdiendo completamente de vista lo que él mismo defendiera sobre la necesidad de no encerrarse en las fronteras rusas, bajo pena de acabar con el proceso revolucionario iniciado en Octubre. Atribuyendo a Trotsky las posiciones de la súper-industrialización y de adepto a la teoría del choque frontal e inmediato, justamente en los años 1930/32, que asistían al extremo de esas posiciones en la acción de la dirección comandada por Stalin, Gramsci no hacía más que confirmar su confusión en relación a los términos reales de la cuestión.


 


En el comienzo de estos Cuadernos, se encuentra la siguiente aprobación a la teoría de la revolución permanente, que todavía hace eco a las posiciones sostenidas por Gramsci desde la época del Ordine Nuovo: “Se puede decir que la mediación dialéctica entre los dos principios indicados en el inicio de estas notas es el concepto de la revolución permanente”. Los dos principios eran que ninguna sociedad se propone las tareas para cuya solución aún no existen las condiciones necesarias y suficientes, y que ninguna sociedad cae si antes no ha desenvuelto todas las formas de vida que están implícitas en sus relaciones. No es el caso de entrar en el mérito de esas posiciones que, aisladas de un discurso más general sobre las características del capitalismo y de la lucha de clases que se da en su interior, pueden abrir el camino para mecánicas interpretaciones evolucionistas. Lo que se debe notar aquí es el contraste entre esta última confesión de estima y cómo sucesivamente denostar a esa misma teoría como "jacobinismo del '48”, incapaz de percibir la diferencia entre una situación de ascenso del movimiento obrero y una de reflujo.


 


Ya que el propio Gramsci no hace una crítica de las posiciones que defendiera hasta el momento de su prisión, y particularmente de su concreción programática en las Tesis de Lyon, no le queda al investigador otro camino que reconocer una profunda fractura sobre esta cuestión, entre el Gramsci de la prisión y el Gramsci de la dirección del PCI.


 


Incluso en prisión, sin embargo, el proceso es contradictorio. A pesar de la gravedad de las posiciones que asumió en relación a Trotsky y a su propio pasado, Gramsci acaba compartiendo, de 1930 a 1932, una orientación para Italia que coincidía con la de la Oposición de Izquierda y era absolutamente opuesta a la dirección stalinista italiana e internacional. Gramsci no fue stalinista ni en prisión. Sobre eso no puede haber dudas, después de la publicación del informe de Athos Lisa, después de la publicación del testimonio de su hermano Gennaro, revelado por G. Fiori, y de otros testimonios menores de personas que consiguieron aproximarse a él en el período de la prisión, y que demostraron ampliamente la oposición de Gramsci al ‘viraje’, a la teoría del ‘social-fascismo’, a la expulsión de ’los tres’, y sobre todo a la línea sectaria de la dirección italiana, que tendía a simplificar el proceso de derrocamiento del fascismo, excluyendo toda posibilidad de un intermedio democrático, de un ‘período de transición’ entre la dictadura fascista y la del proletariado.


 


Gramsci planteaba la consigna de Constituyente (que, como sabemos, planteó como hipótesis desde marzo de 1924), sin conocer exactamente las posiciones de ’los tres’, sin que ’los tres’ conocieran sus posiciones en el momento y sin que Trotsky estuviese al tanto de sus reflexiones en el presidio de Turín. Esa significativa coincidencia de posiciones entre revolucionarios residentes en situaciones tan diversas, pero todos ellos ligados —directa o indirectamente— a las formulaciones de principio de las Tesis de Lyon, viene a confirmar, una vez más, los elementos de una inspiración teórica común, incluso en el ámbito limitado de una opción táctica para Italia.


 


La posición de ’los tres' sobre la naturaleza del fascismo fue sintetizada en la carta a Trotsky del 5 de mayo de 1930, en los siguientes términos:


“A nuestro modo de ver, el fascismo, desde su origen, debe ser interpretado como el conjunto de métodos que, en la situación particular de Italia, la burguesía italiana fue obligada a adoptar para defenderse de la onda revolucionaria de las masas, para resolver ciertos problemas inherentes a su reorganización interna y para volver más segura su posición de clase dominante. En suma, puede decirse que el fascismo (italiano) es sólo el método particular de dominación al cual la burguesía italiana, en su actual fase imperialista, fue obligada a recurrir para asegurar su dominación”.


 


Este análisis del origen del fascismo, ampliamente desenvuelto en la citada carta y después retomada en las páginas del Boletín, se tomaría una elaboración clásica en las filas de la Oposición de Izquierda Internacional, permitiendo la identificación precoz de esas mismas características en un contexto diferente, el de la Alemania del hitlerismo en ascenso. Criticando las posiciones de la mayoría italiana sobre el fascismo, que lo consideraba un movimiento pequeño burgués que sólo llegará a coincidir con el capitalismo después de llegar al poder, "los tres” rechazaban igualmente la consigna oportunista de “gobierno popular", de inspiración bujariniana; y —después del ‘viraje' ultraizquierdista— pasan a defender firmemente toda la temática del "período de transición", que Gramsci retomaba, al mismo tiempo, en prisión, reivindicando directamente el programa de Lyon.


 


Esas posiciones llevan a la NOI a señalar, claramente, como consigna central en la Italia fascista, “Asamblea Constituyente, elegida por sufragio universal igual, directo y secreto, por todos los ciudadanos a partir de los 18 años, de ambos sexos". Esa consigna, formulada al mismo tiempo también por Gramsci, fue calificada por él como la "basura en el ojo" para la línea sectaria de la dirección de Togliatti. Al mismo tiempo también Trotsky la formulaba, por cuenta propia, en su respuesta a la NOI del 14 de mayo de 1930: "No negamos, absolutamente, la fase de transición, con sus exigencias transitorias, incluyendo las exigencias de la democracia. Pero es justamente con la ayuda de esas consignas de transición, por las cuales se llega siempre al camino de la dictadura del proletariado, que la vanguardia comunista deberá conquistar a la clase obrera entera y que ésta deberá unificar, en torno de si, a todas las masas explotadas del país. Y no excluyo aquí ni la eventualidad de una Asamblea Constituyente, que en ciertas circunstancias puede ser impuesta por acontecimientos o, más precisamente, por el proceso de re despertar revolucionario de las masas oprimidas (…).


 


“Si la crisis revolucionaria explotara, por ejemplo, en los próximos meses (bajo el aguijón de la crisis económica, por un lado, y bajo la influencia revolucionaria venida de España), las grandes masas trabajadoras, tanto obreras como campesinas, ciertamente acompañarían sus reivindicaciones económicas con consignas democráticas (tales como libertad de prensa, de organización, sindical, de representación democrática en el parlamento y en los municipios). ¿Eso significa que el partido comunista debe rechazar esas exigencias? Por el contrario, deberá imprimirles un aspecto más osado y lo más categórico posible. Porque no se puede imponer la dictadura del proletariado a las masas populares. No es posible realizarla a no ser conduciendo la batalla —la batalla a fondo— por todas las reivindicaciones, exigencias y necesidades de las masas, y encabezando a esas masas".


 


Esa carta de Trotsky—recuerda Leonetti, muchos años después— fue decisiva para la adopción de una precisa orientación común por la NOI, y las consecuencias de eso son fáciles de verificar en las páginas del Boletín, así como en las principales orientaciones políticas de la NOI hasta su transformación en Liga Comunista Internacionalista, en 1934. Esta comunión de opinión entre Gramsci, “los tres" y Trotsky, sin embargo, no puede dar lugar en la época todas las consecuencias explosivas que contenía: Trotsky estaba exiliado en Prinkipo, Gramsci encerrado e aislado hasta de sus compañeros de partido, y “los tres" se encontraban en París, sin documentos y sin medios financieros para sobrevivir, cortados de la red del partido, sometidos por el stalinismo a todo tipo de vejámenes físicos, morales, y hasta a delaciones a la policía.


 


 


Notas:


1. Bórdiga. Amadeo: fundador del PC italiano. que ya había encabezado la oposición comunista dentro del PS italiano (sección Turín). Después de la formación del PC fue su principal dirigente. Partidario del 'abstencionismo electoral' y opuesto a la actividad parlamentaria, Bórdiga fue uno de los dirigentes de la tendencia internacional de los 'Comunistas de izquierda', contra los que Lenin escribió El izquierdismo. enfermedad infantil del comunismo'. Desplazado de la dirección del PCI en el Congreso de Lyon (1926). Encarcelado por el fascismo en 1926, fue expulsado del PCI en 1930 acusado de trotskista aunque Trotsky rechazó toda posibilidad de un trabajo común con los hordiguistas como consecuencia de sus posiciones sectarias y ultraizquierdistas (NdeT).


2. Cuadernos de la Cárcel: escritos de Gramsci en la cárcel, después de su detención en 1926 (NdeT).


3. ’Los tres': se refiere a Pietro Tresso. Alfonzo Leonetti y Paolo Ravazzoli. dirigentes del PC italiano expulsados en 1930 por oponerse a la política ultraizquierdista del 'tercer periodo' y a la equiparación entre la socialdemocracia y el fascismo.


Después de su expulsión, se integraron a la Oposición de Izquierda. Pietro Tresso participó del Congreso de fundación de la IVo Internacional. Durante la guerra, fue condenado a trabajos forzados por un tribunal militar de Marsella: liberado, junto con lodos los detenidos en la prisión de Puy (Francia), por los partisanos stalinistas. Tresso y otros trotskistas encarcelados fueron encontrados muertos poco después, según todas las evidencias, por los propios partisanos que los habían liberado (NdeT).


4. Marcha sobre Roma: en octubre de 1922. aprovechando el colapso del régimen parlamentario. Mussolini organizó la Marcha sobre Roma, que fue ocupada por 500.000 ‘camisas negras' (fascistas). Con la capital en su poder. Mussolini es nombrado primer ministro por el rey de Italia (NdeT).


5. Togliatti. Palmiro: principal dirigente stalinista del PC italiano desde la década del 30 hasta su muerte, a mediados de la década del 60. Originalmente bujarinista (derechista). Togliatti rápidamente abrazó la fracción staliniana. Residente durante años en Moscú, Togliatti regresó a Italia al finalizar la Segunda Guerra Mundial para hundir la revolución desencadenada por el hundimiento del régimen fascista (NdeT).


6. Manuilski: dirigente de la Internacional Comunista stalinizada (NdeT).


7. Ercoli: seudónimo de Togliatti (NdeT).


8. Escisión en el Congreso del PSI de Livorno, en enero de 1921, y fundación del Partido Comunista de Italia.


9. Turatti. F.: dirigente del Partido Socialista italiano, líder de su ala reformista. Declarado adversario de la Revolución de Octubre. encabezó el ala derechista del PSI durante la escisión del partido en 1922 (NdeT).


10. Trotsky proseguía: "La fragmentación del proletariado no permite que nuestros compañeros de Italia tomen como tarea inmediata el derrocamiento del fascismo por la fuerza armada. Los comunistas italianos deben preparar cuidadosamente los elementos de la próxima lucha armada y desenvolver, en primer lugar, la lucha con amplios métodos políticos. Su tarea inmediata -tarea de inmensa importancia- es introducir en el sector popular y particularmente en el sector obrero, la disgregación de los elementos de sustentación del fascismo y reunir a masas proletarias cada vez más numerosas bajo consignas particulares y generales, defensivas y ofensivas. Mediante una política de iniciativa y flexibilidad, los comunistas italianos pueden acelerar considerablemente la caída del fascismo, y por eso mismo pueden obligar a la burguesía italiana a buscar su salvación, frente a la revolución, en sus santos de izquierda: Nitti y tal vez también, como primer recurso. Turatti. ¿Qué significará para nosotros este cambio? Nada más allá de la continuación de la disgregación del Estado burgués, el crecimiento de las fuerzas ofensivas del proletariado, el desenvolvimiento de nuestra organización de lucha, la creación de condiciones necesarias para la toma del poder". L. Trotsky. “Le tappe della rivoluzione proletaria in Europa", en II Lavoratore, 20 de diciembre de 1922, página 3.


11. Ordine Nuovo: periódico publicado por Gramsci en Turín (NdeT).


12. Troika: se refiere al triunvirato faccional integrado por Zinoviev, Kamenev y Stalin. que dirigía el PCUS (NdeT).


13. 2000 pagine di Gramsci, editado por G. Ferrata. Milán, vol. II, página 29.


14. La carta, dirigida a Togliatti,Terracini y C.. fue incluida en la antología de P. Togliatti. La formazione…. cit.. páginas 186/201. Un óptimo análisis del contenido político expresado en las opiniones de Gramsci. favorables a Trotsky. puede encontrarse en el trabajo de S. Ortaggi, Gramsci e Trotsky. La lettera del 9 febbraio 1924, en Rivista di storia contemporánea. octubre de 1974. páginas 478/503. En realidad, el análisis de Ortaggi va más allá de la simple lectura y enfrenta los problemas aquí tratados.


15. Acontecimientos de 1923 en Alemania: se refiere al fracaso de la revolución alemana de 1923 cuando las direcciones del PC alemán (Brandler) y de la Internacional Comunista (Zinoviev) dejaron pasar una situación revolucionaria sin decidirse a lanzar la consigna de la toma del poder (NdeT).


16. Cf. la carta de Ferri (Leonetti) a Gramsci del 20 de enero y la respuesta de Gramsci del 28 de enero, en La formazione…, páginas 164/6, 182/4.


17. Es lo contrario de lo que intenta demostrar Jean-Marc Piotte, La pensé politique de Gramsci. Paris. 1970, capágina IV, que también procura establecer incongruentes paralelismos entre Gramsci y Mao Tsetung.


18. Esa opinión es compartida, entre otros, por I. Deutscher. que recuerda que "durante su permanencia en Moscú. Gramsci gozó de la confianza de Trotsky". Cf. II profeta disarmato, Milán, 1959. página 607.


19. En noviembre de 1926.


20. La multiplicidad de la experiencia de Gramsci y lo contradictorio de las posiciones que asumió a lo largo de su vida escapan completamente a uno de sus primeros estudiosos en Italia, resultando en una obra crítica sobre el “togliattismo”, pero hagiográfica del “gramscismo". Ver L. Maitán. Attualitá di Gramsci e política comunista. Milán. 1955. En particular, en la página 6 es enunciada la tesis desenvuelta en el resto del libro, según la cual "responder que no existen dos Gramsci, y sí un solo Gramsci … es correcto, pero no es suficiente". Hay una opinión crítica análoga a la de ese ensayo de Maitán en T. Perlini, Gramsci e il gramscismo, Milán. 1974, particularmente en la página 73.


Si pensamos que el propio Maitán presentó al público italiano la figura teórica de Trotsky en los términos que citamos a continuación, se comprende porqué fue difícil, durante mucho tiempo, re-encontrar los elementos de acuerdo entre los dos revolucionarios y el verdadero sentido del combate de Gramsci. En efecto, Maitán afirmaba en 1959: “La ya mencionada proximidad entre Trotsky y los comunistas yugoslavos, ahora debe haber surgido más clara y precisa; a pesar de todo, existen analogías sustanciales en el terreno teórico. Que Kardell, Tito y otros hayan bebido directamente en ciertas páginas de Trotsky, es más que probable”. Cfr. Trotsky oggi. Turín, 1959. Recordando que Maitán apareció durante años como el principal exponente del pensamiento de Trotsky en Italia, es fácil entender que el lector italiano no haya conseguido ver, hasta hace pocos años atrás, ninguna posibilidad de comparación entre ¡un Gramsci lineal, unívoco y todo revolucionario y un Trotsky padre del titoísmo!


21. Carta del 9 de febrero de 1924, cit., página 197.


22. Spriano: historiador oficial (stalinista) del PC italiano.


23. León Trotsky. Programa de Transición (traducción de Elisabeth Marie en la edición de Información Editora. San Pablo, 1989, página 14).


24. Longo, Pietro: stalinista, sucesor de Togliatti en la dirección del stalinismo italiano.


 

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