Dónde se encuentra hoy el movimiento sindical norteamericano


En los últimos meses, la clase obrera norteamericana ha librado batallas sindicales de gran magnitud.


 


La victoria de los Teamsters, el sindicato de camioneros, contra la UPS, en agosto de 1997, y la huelga de dos meses de los obreros de la UAW (United Auto Workers, el sindicato de la industria automotriz) de Flint, contra la General Motors, fueron las mayores luchas obreras en los Estados Unidos en los últimos treinta años. Por el número de obreros empeñados en la lucha, por la tenacidad de su combate, por enfrentar a grandes patronales de dimensiones mundiales, y por tener como reivindicaciones fundamentales la lucha contra la precarización del trabajo, estas luchas despertaron la simpatía y el apoyo de amplios sectores trabajadores.


 


Las huelgas de la GM, según un vocero liberal del imperialismo, "parecen pertenecer menos a la década de los 90 que a una era pasada, cuando los poderosos sindicatos ponían de rodillas a los poderosos gigantes industriales de los Estados Unidos y las titánicas batallas sindicales atraían mucha atención (cuando) políticos, ejecutivos y millones de norteamericanos seguían cada detalle de esos conflictos () Traen a la memoria los días de gloria de los sindicatos de la década del 50 y del 60 (porque) el sindicato ha hecho una demostración de fuerza raramente vista en nuestros días: ha cerrado a una gran compañía, y ha descalabrado a un verdadero coloso que por mucho tiempo simbolizó el poder industrial de los Estados Unidos" (1). No se trata de una opinión aislada. Para un vocero de los especuladores de Wall Street, "volvimos a los 50" (2). Refiriéndose a la huelga de la UPS, un observador sindical señala que "la mayoría de los huelguistas jamás había estado en un piquete, jamás persiguió un camión u hostilizó a un rompehuelga. Pero me parecieron muy semejantes a sus abuelos y bisabuelos que cambiaron al movimiento sindical en la década del 30" (3). Estas impresiones y observaciones personales, que provienen tanto de la burguesía como de las filas sindicales, están señalando la nueva etapa que está recorriendo el movimiento sindical norteamericano.


 


Estas grandes luchas son la expresión más visible de un proceso que recorre a amplios sectores de la clase obrera norteamericana y de su activismo y que se expresa en luchas parciales, en campañas de organización (afiliación a los sindicatos) y en distintos reagrupamientos antiburocráticos. El propósito de este trabajo es pasar revista a este proceso.


 


El fin de la era Reagan


 


El reaganismo fue el intento más serio, más profundo y más prolongado de reacción política en un cuadro democrático llevado adelante por el imperialismo norteamericano.


 


Para el movimiento obrero norteamericano significó millones de despidos, reducción de salarios, flexibilización, liquidación de conquistas sociales y concentración de la riqueza nacional en manos de los explotadores. Bajo Reagan se acentuó la tendencia declinante de las afiliaciones sindicales iniciada en la década del 70: apenas el 10% de los obreros industriales norteamericanos estaban afiliados a un sindicato a fines de la década del 80. Aunque en el sector estatal la tasa de afiliación trepaba al 25%, en el Sur y en las pequeñas empresas era infinitamente menor (por debajo del 5%).


 


A mediados de la década del 90, sin embargo, esta ofensiva capitalista contra el movimiento sindical daba síntomas de agotamiento.


 


Un primer indicio, de carácter indirecto, fue la renovación de la dirección de la AFL-CIO, la central sindical norteamericana, en octubre de 1995. Por primera vez en décadas, no hubo lista única y la burocracia debió dilucidar sus divergencias por medio de una votación. La nueva dirección renovadora encabezada por John Sweeney, del sindicato de empleados de servicio (SEIU) era una fracción de la vieja burocracia sindical que se presentaba con un discurso militante, organizativo y confrontativo.


 


El antecedente inmediato de la renovación en la AFL-CIO fue la victoria de los reformistas en el sindicato de los Teamsters, el mayor de los Estados Unidos. Un frente entre la burocracia de izquierda y una agrupación de bases de carácter democratizante y centroizquierdista el TDU, Teamsters por un Sindicato Democrático había derrotado en las elecciones de 1991 a la vieja burocracia ligada a la mafia. Junto con los mineros y los empleados de servicios, los Teamsters fueron los principales impulsores de la reforma de la central sindical.


 


La agresividad, especialmente verbal, que mostraba esa nueva dirección de la AFL-CIO tenía por objeto revertir el agudo retroceso de los sindicatos, tanto en términos de afiliación como de influencia ante los poderes del Estado, en particular frente al partido demócrata. "Que una fracción de la vieja burocracia se viera obligada a entrar en choque con sus viejos compañeros, a presentarse como renovadora, a utilizar un lenguaje combativo, y a declararse partidaria de los métodos de confrontación, resalta todavía más claramente el fracaso de su política en los últimos veinte años y el giro a que se ve obligada para frenar su retroceso" (4).


 


Este reformismo tenía, también, un evidente lado reaccionario pues, según comentaba por ese entonces un diario extranjero, "obedece a la necesidad de combatir las nuevas formas de sindicalismo sindicatos asociativos, coordinadoras que han aparecido por fuera de las estructuras tradicionales" (5) como una respuesta al "creciente descontento y resentimiento entre los trabajadores" como consecuencia del retroceso de sus salarios y conquistas (6).


 


Un segundo síntoma del agotamiento de la época reaganista en el movimiento obrero fue la fundación, en junio de 1996, de un partido el Labor Party (LP) que pretendía basarse en los sindicatos.


 


A pesar de una larga campaña de preparación, el LP sólo logró agrupar a un sector minoritario de los sindicatos, que representa poco más del 10% de los 16 millones de afiliados de la AFL-CIO; amén de numerosos sindicatos locales, sólo unos pocos grandes sindicatos nacionales adhirieron al LP: petroleros, químicos y energía atómica (OCAW); electricidad (UEW); mantenimiento de las vías férreas (BMWE); estibadores (ILWU) y empleados del gobierno (FGE). El nuevo partido estableció un programa extremadamente vago en cuanto a comprometerse prácticamente en las luchas por las reivindicaciones que defiende como el derecho al trabajo, la indemnización por despido, el derecho de huelga o el salario mínimo. Menos, todavía, intentó, no digamos ya enfrentar sino, al menos, delimitarse, del capital norteamericano en tanto imperialismo.


 


En la concepción de sus organizadores, la formación del LP fue una medida extrema para enfrentar la pérdida de influencia de las direcciones sindicales en el partido demócrata. John Sturdevant, presidente de la Federación de Empleados del Gobierno y uno de los dos miembros de la Ejecutiva de la AFL-CIO, afiliado al LP, resaltó que "la fundación del Labor Party no tiene por objeto crear una alternativa al sistema bipartidista sino presionar al partido demócrata. Esta organización podría (ser) una suerte de contrapeso del Consejo de Dirección demócrata, que está volcado hacia la derecha" (7). Por esa razón, el LP se negó a presentar candidatos independientes en las elecciones de 1996 y dio libertad a sus afiliados para votar y hacer campaña por Clinton. Con esto, la izquierda de la burocracia pretendía tender un puente hacia el oficialismo sindical, que realizó un fenomenal esfuerzo mensurable en 35 millones de dólares y el desvío de varios miles de rentados sindicales para impulsar la campaña de los candidatos electorales demócratas.


 


La idea de que la burocracia pueda lograr, mediante la creación de un grupo de presión dentro del partido demócrata, recuperar la influencia perdida en el Congreso y la Casa Blanca es una ilusión. Su inevitable fracaso plantea, a término, la posibilidad de una ruptura real de una sección del movimiento sindical con el partido demócrata. En este punto radica la importancia sintomática de este partido.


 


El síntoma más importante de que la época del reaganismo había llegado a su fin fue el reanimamiento de las luchas sindicales. En 1996, las estadísticas de huelga, aunque todavía muy bajas, crecieron por primera vez en muchos años; el número de huelgas de más de 1.000 trabajadores pasó de 195 (en 1995) a 237 (en 1996). En algunos casos, las huelgas adquirieron una dureza excepcional, como la de los trabajadores de la UAW contra la Caterpillar, la de los trabajadores de la prensa de Detroit, la de los trabajadores de la Bridgestone en Dekatur, o la huelga de los obreros de la UAW en Dayton contra la GM.


 


En todos los casos, se trataba de luchas parciales, empresa por empresa y aún planta por planta; la iniciativa, por regla general, la tuvo la patronal, que pretendía liquidar conquistas obtenidas. En la mayoría de los casos, los trabajadores no lograron detener la producción, ya que la ley autoriza a las patronales a contratar rompehuelgas; las leyes antisindicales no permiten a los trabajadores hostilizar a los carneros, montar piquetes de masas u ocupar las plantas; están prohibidas las huelgas generales y las huelgas de solidaridad. Frente a tamañas dificultades, el crecimiento del número de huelgas estaba mostrando que una fracción decisiva del movimiento obrero norteamericano ya no aceptaba pasivamente estas limitaciones represivas.


 


Los resultados de estas luchas fueron ambiguos, Algunas terminaron en derrotas (Caterpillar, Detroit); en otras, aunque los obreros lograron poner ciertos límites, no lograron quebrar, de conjunto, la ofensiva patronal (Dayton). En esto cabe una especial responsabilidad a la burocracia sindical que, habiendo subido con la consigna de organizar a los desorganizados, en realidad desorganizó a los organizados durante las luchas.


 


En la huelga contra la GM en Dayton, por ejemplo, "la burocracia del gremio automotor incentivó que 300 huelguistas carnerearan para producir frenos para Chrysler y para Isuzu, no para GM" (8). Un activista de la UAW entrevistado por la revista Labor Notes, que refleja el punto de vista de las direcciones reformistas ligadas al LP, denunciaba en estos términos la política derrotista de la burocracia: "Esto (la flexibilización y la tercerización) es un problema nacional, pero la dirección nacional del sindicato ha dejado a los (sindicatos) locales que luchen de a uno por vez. Así no funciona" (9).


 


La huelga de la prensa de Detroit había tenido un inicio prometedor: el 80% de los trabajadores adhirió a la huelga; se instalaron piquetes de masas de cientos y hasta de mil trabajadores y simpatizantes para impedir la salida de los diarios de la planta de impresión. En esos primeros días, los piquetes sostuvieron verdaderas batallas con la policía que intentó desalojarlos. A las pocas semanas, los dirigentes de los principales sindicatos envueltos en la huelga aceptaron una resolución de la Junta Nacional de Relaciones Laborales que prohibía a los piquetes hostigar a los carneros o retrasar la distribución de los diarios. Más papista que el Papa, la burocracia anunció que no defendería a los huelguistas en caso de que fueran detenidos por violar esa resolución. Ese fue el inicio de la derrota.


 


Es de destacar que la burocracia reformista de los Teamsters, cuyos afiliados constituían la mayoría de los huelguistas, no se diferenció en este conflicto de la burocracia tradicional. En las vísperas de las elecciones nacionales de los Teamsters, su presidente Ron Carey decidió dejar el manejo de la huelga en manos de los sindicatos locales, dirigidos por la burocracia tradicional, para no quedar pegado a una huelga potencialmente derrotada (10).


 


En la mayoría de los conflictos, y especialmente en aquellos que fueron más obstinadamente seguidos por los trabajadores, se destacaron agrupamientos de activistas independientes.


 


En Detroit, el Unity Victory Caucus (UVC, Junta Unidad y Victoria), fue lanzado por los trabajadores de prensa en huelga en octubre de 1995 y representó el más alto nivel de organización de las bases sindicales durante la lucha. Su programa planteaba la democracia sindical en el manejo de la huelga y el desconocimiento de las resoluciones de la Junta Nacional de Relaciones Laborales que prohibía la formación de piquetes de masas para enfrentar a los rompehuelgas y frenar la distribución de los diarios; reclamaban a la AFL-CIO la declaración de una huelga general de 24 horas en la ciudad y la convocatoria a una marcha nacional del movimiento sindical. Partidarios del UVC se presentaron, sin éxito, en las elecciones del sindicato de periodistas y, exitosamente, en el sindicato de tipógrafos.


 


En la huelga de la planta de frenos de la GM en Dayton, que paralizó por varias semanas las operaciones de la empresa en América del Norte, "el conflicto contó con una serie de jóvenes activistas de base con vínculos a la izquierda" (11).


 


La debilidad de estos agrupamientos de activistas radica, antes que en su inexperiencia, en su confianza en la burocracia. Su política consiste en presionarla para empujarla a la lucha, no en presentarse a sí mismos como una alternativa de dirección frente a la burocracia sindical. El UVC de Detroit, por ejemplo, "tenía una considerable influencia en el invierno 95/96 y evitó que la huelga fuera vendida en ese momento. Pero, en última instancia, el UVC fracasó en presentarse a sí mismo como una dirección alternativa en los sindicatos en huelga () los dirigentes del UVC enfatizaron repetidamente que ellos no tenían diferencias estratégicas con el Consejo y que no eran una dirección alternativa. En un sentido, el costado de la unidad del UVC se opuso al de la victoria" (12).


 


Lo mismo puede decirse de la conducta del TDU. Teamsters for a Democratic Union es el mayor agrupamiento de bases en el movimiento sindical norteamericano: reúne alrededor de 10.000 militantes en todo el país y fue el principal sostén del candidato renovador Ron Carey cuando éste derrotó a la burocracia tradicional en 1991. Tiene su base principal en Detroit y podría haber jugado un papel fundamental en la huelga de la prensa, pero se subordinó a la decisión de Carey de abstenerse en esa lucha fundamental. 


 


En este cuadro, se van produciendo una serie de victorias y de casi victorias de los agrupamientos reformistas en las elecciones sindicales, en lo que un miembro prominente del ala izquierda de esta corriente renovadora define como "una amplia rebelión dentro de los sindicatos" (13). Entre las más significativas se cuentan las victorias de los reformistas en el Sindicato de Mantenimiento de Vías Férreas (de 50.000 miembros) o la Asociación de Empleados del Estado de California (de 40.000 miembros) y las victorias de los partidarios del TDU en las elecciones locales de los Teamsters en Washington, Rock Island, Minneapolis y Forest Hill. En el muy importante gremio del transporte público de Nueva York (Transport Workers Union, Local 100) "los conservadores robaron las elecciones de diciembre de 1997" (14), que luego fueron anuladas. En las que celebraron posteriormente, aunque los reformistas obtuvieron una muy amplia mayoría entre los trabajadores de los subterráneos, perdieron por un margen muy estrecho ante la burocracia tradicional.


 


La victoria más importante de los reformistas en este período fue la reelección de Ron Carey al frente de los Teamsters. Carey, con el apoyo del TDU, derrotó a un frente único de la vieja burocracia encabezado por Jim Hoffa (h), hijo del líder histórico del sindicato. En 1996, la campaña electoral de Carey se basó menos en la movilización de la base sindical que la de 1991, lo que se manifestó en una mayor abstención electoral. En el balance de aquella elección, sosteníamos que "el resultado de la elección de los camioneros constituye una derrota para la vieja burocracia; pero es también, por su elevadísima abstención, una advertencia para la actual dirección" (15). Los peligros encerrados en esta advertencia no tardarían en manifestarse.


 


En el plano de la organización de los desorganizados, el movimiento sindical alternó algunas victorias la principal, la afiliación de los 10.000 trabajadores administrativos de la US Airways con importantes derrotas, como la del sindicato textil (UNITE) en las fábricas del sur del país, donde no pudo superar la presión de las patronales sobre los trabajadores (la mayoría, mujeres inmigrantes). En este terreno, la burocracia de la UAW sufrió un fracaso estratégico, ya que no pudo penetrar en las fábricas de las empresas extranjeras, principalmente japonesas, radicadas en el sur del país. En este fracaso, se pueden advertir también las señales de la política de la burocracia de subordinación al partido demócrata. Una agresiva campaña de organización en el Sur significaba pasar por encima de las normas de reconocimiento de la Junta Nacional de Relaciones Laborales e ir a la huelga contra las empresas que se niegan a reconocer a los sindicatos lo que hubiera puesto a los sindicatos en la oposición del partido demócrata, cuyo control sobre el gobierno federal depende de su control del llamado sólido Sur, a través de sus gobernadores y de su amplio bloque de diputados y senadores.


 


La gran victoria de los Teamsters contra la UPS


 


En agosto de 1997, después de dos semanas de huelga, los Teamsters obtuvieron una gran victoria contra la UPS, la mayor empresa de distribución de correspondencia en los Estados Unidos. Fue la primera gran victoria sindical nacional después de dos décadas caracterizadas por grandes derrotas y algunas pocas victorias parciales.


 


El corazón de la huelga fueron los piquetes, que bloquearon los más de 2.000 depósitos de la empresa en todos el país y paralizaron sus operaciones. La mayoría de los trabajadores en los piquetes contaba con menos de treinta años.


 


La huelga recibió un enorme respaldo popular, el cual "galvanizó a los huelguistas en los piquetes e impulsó a la empresa a realizar grandes concesiones" (16). La amplitud del apoyo a la huelga obedeció al hecho de que las reivindicaciones de los camioneros igualdad de pago para todos los trabajadores, estabilidad laboral, basta de precarización tocaron el nervio de una población trabajadora agobiada y agotada después de una década de reestructuraciones, reducción de los costos laborales, tercerizaciones y proliferación de los empleos basura.


 


Bajo esta presión, la patronal debió ceder en casi todos los puntos en disputa: conversión de los trabajadores de tiempo parcial en trabajadores de tiempo completo, aumento de salarios, mantenimiento de la caja jubilatoria de los Teamsters.


 


La victoria de los Teamsters fue un verdadero shock para la burguesía norteamericana, porque derrumbó la tesis de que las tercerizaciones y la precarización laboral habían terminado con el movimiento sindical. Como lo señaló en aquellos momentos un vocero de los financistas norteamericanos, "la huelga (de la UPS) parece ir contra el punto de vista convencional de que la inseguridad laboral está frenando a los trabajadores para reclamar mayores salarios y beneficios" (17).


 


Después de la huelga, los voceros de la burguesía norteamericana advirtieron sobre las "perspectivas inflacionarias" que se abrían como consecuencia de la victoria de los trabajadores. El temor patronal a la generalización de un movimiento reivindicativo traducía, según Stephen Roach, jefe de los economistas del banco Morgan Stanley, la percepción de que la recuperación económica norteamericana "floreció sólo porque las corporaciones norteamericanas aplicaron una inflexible presión sobre la fuerza de trabajo". Para el banquero, "no hay una pizca de evidencia macroeconómica que apoye la popular noción de una significativa mejora en la productividad norteamericana el peso de la evidencia está crecientemente en favor de una recuperación producida por la presión sobre los trabajadores ha habido un dramático realineamiento de la distribución del ingreso en 1996, los beneficios fueron los más altos de los últimos 28 años mientras que la participación de los asalariados en el ingreso cayó muy por debajo de lo alcanzado en la década del 80" (18).


 


El movimiento sindical volvió a aparecer como un factor sensible para la marcha de la economía: un movimiento reivindicativo de proporciones podía amenazar la continuidad de una recuperación. En estas condiciones, la política de las organizaciones obreras volvía a adquirir una relevancia nacional.


 


La burocracia vio en la victoria sobre la UPS el fruto de su política de lobby sobre el Congreso y la Casa Blanca. Para las direcciones sindicales, la victoria no fue la obra de los trabajadores galvanizados en los piquetes y del respaldo popular que obtuvieron, sino de la resistencia de Clinton a dictar el arbitraje que le reclamaban la patronal y decenas de gobernadores y diputados. Con esto, la burocracia esterilizó las enormes perspectivas que abría la victoria de los camioneros, tanto en términos de lucha reivindicativa como campañas de organización sindical.


 


En su balance de la huelga, Prensa Obrera señalaba que "contradictoriamente, la victoria de los trabajadores de la UPS reforzará la subordinación de la burocracia a la política imperialista democrática y debilitará el movimiento dentro de la propia burocracia hacia la formación del Labor Party. Se trata de un camino a ninguna parte, que a término provocará nuevas derrotas y profundizará la crisis del movimiento sindical" (19).


 


Apenas dos días después de la victoria de los camioneros sobre la UPS, el temor a una generalización de los movimientos huelguísticos llevó a Clinton a decretar la suspensión de la huelga ferroviaria que debía comenzar pocos días después. La política oficial de la burocracia no tardó en mostrar que era un callejón sin salida.


 


La huelga de la UPS mostró la extrema tensión social existente en los Estados Unidos y los grandes esfuerzos de su movimiento obrero para imponer un límite decisivo a la flexibilización y a la pérdida de conquistas, pero no logró alterar la correlación de fuerzas al interior del movimiento sindical ni la política de sus direcciones.


 


La crisis en el sindicato de los camioneros


 


Apenas cinco días después de la victoria de los Teamsters sobre la UPS, la justicia anuló las elecciones sindicales de diciembre de 1996, en las que los reformistas derrotaron a la burocracia tradicional, e intervino el sindicato hasta la realización de nuevas elecciones. La justicia actuó a requerimiento de Jim Hoffa, que encabezaba la lista derrotada, quien acusó a los asesores rentados de la dirección de Carey de montar un esquema financiero con el objeto de desviar fondos sindicales hacia la campaña del oficialismo.


 


La anulación de las elecciones tuvo el indisimulable propósito de enfriar al movimiento sindical, revigorizado por la victoria contra la UPS. A pocas horas de la suspensión por decreto de la huelga ferroviaria, esta nueva intervención del Estado norteamericano contra los sindicatos demostraba el fracaso de la política de la burocracia.


 


El llamado esquema financiero puso en evidencia el papel jugado por los asesores externos en el movimiento sindical. Según la revista Labor Notes, estos asesores "editan sus periódicos, organizan sus convenciones, asesoran a sus dirigentes, dirigen sus campañas de publicidad y despilfarran millones en políticos que, justamente, emplean a muchas de las mismas firmas de asesores" (20). Actúan, en los hechos, como la verdadera dirección de los sindicatos, sin ningún control político o financiero de la base y aún de la propia dirección, reforzando todavía más la aguda burocratización de los sindicatos norteamericanos.


 


Que esto haya ocurrido con una dirección que es el mayor representante del reformismo sindical, retrata las enormes e insalvables limitaciones de la burocracia reformista. Pero también revela las limitaciones de los agrupamientos antiburocráticos que como el TDU depositan su confianza en estas direcciones. Aunque fue el principal motor de la movilización que llevó a la victoria de los reformistas en las elecciones nacionales, en numerosos sindicatos locales y en la huelga contra la UPS, el TDU no dirigía el sindicato de los camioneros, lo que dejó en manos de su aliado Carey.


 


No se trata de reivindicar la superioridad moral y militante de los activistas de base sobre los consultores externos, como lo hace buena parte de la izquierda sindical norteamericana. Importa señalar la raíz política del escándalo, que no es otra que la subordinación política de las direcciones sindicales al partido demócrata. Estos consultores son un puente financiero y político entre los burócratas sindicales y los legisladores y políticos demócratas. El esquema consistía en la donación de fondos del sindicato a las campañas de determinados candidatos demócratas, que luego retornaban como donaciones privadas a los fondos de campaña de Carey. Aquí también, la función crea el órgano: una deformación tan monstruosa es la consecuencia necesaria de una política que tiene como eje el lobby parlamentario en Washington.


 


La crisis que envuelve a los Teamsters es, antes que nada, una crisis de las relaciones entre la burocracia sindical y el partido demócrata. "Es hora de deshacerse de los asesores externos", concluye Labor Notes (21), pero para hacerlo, la vanguardia sindical debe destruir todas las relaciones sociales y políticas que atan los sindicatos al Estado, ya que son ellas las que han convertido a los asesores en la verdadera dirección de los sindicatos.


 


Las elecciones para la renovación de la dirección de los Teamsters se realizarán en septiembre; por disposición judicial, Carey no puede presentarse como candidato. Para esas elecciones, el TDU respalda la candidatura de otro burócrata reformista, Tom Leedham, uno de los vicepresidentes de la dirección de Carey.


 


La nominación de Leedham, situado políticamente más a la izquierda que Carey, fracturó el campo reformista. El "ala más conservadora" (22) de la dirección de Carey, encabezada por su tesorero Tom Server, se ha lanzado a conformar una tercera lista, con el único objetivo de debilitar a Leedham y al TDU. Más directamente, quince presidentes de sindicatos locales que en el pasado respaldaron a Carey se han pasado a apoyar a Hoffa. La crisis desatada por las relaciones entre la dirección de los camioneros y los demócratas ha abierto la posibilidad de que la podrida burocracia mafiosa recupere el gremio, algo que parecía impensable algunos meses atrás.


 


Es difícil negar, como pretenden hacerlo los mandelianos norteamericanos (23), la descarada intervención estatal en el sindicato de los camioneros. Esto salta a la vista cuando se ve que la justicia permite a Hoffa, un especialista en el lavado de dinero y en el desvío de fondos sindicales, presentarse como candidato, y que se han paralizado silenciosamente las investigaciones sobre el destino de los fondos en otros sindicatos dominados por los derechistas ligados a la mafia, como el Laborers International Union of North America (sindicato de jornaleros).


 


El objeto de esta intervención estatal es poner un límite al movimiento reformista y, por sobre todo, evitar la potencial evolución de algunas de sus fracciones de izquierda hacia el Labor Party. Lo revelan dos hechos. El primero es que los burócratas reformistas más estrechamente ligados al partido demócrata están utilizando la intervención gubernamental para torpedear la candidatura del propio candidato reformista. El segundo es que la derecha republicana no está aprovechando el escándalo de los Teamsters para hacer una gran campaña de agitación antisindical. Donde lo intentó, como en California, fue derrotada. El plebiscito promovido en ese Estado para prohibir las donaciones de fondos sindicales a los partidos políticos fue rechazado y no sólo porque los sindicatos hayan organizado una gran movilización contra su aprobación. Fue rechazado, también, porque para una parte de la burguesía, la prohibición de las donaciones sindicales a los partidos significaría, en los hechos, la ruptura de muchos de los hilos que unen a la burocracia sindical con los demócratas, lo que a la larga reforzaría el peligro de una alternativa política independiente.


 


La crisis en el gremio de los camioneros es una crisis de las relaciones entre la burocracia reformista y el partido demócrata, es decir, una crisis que golpea el corazón de la estrategia política de la burocracia sindical. La subordinación política de esta burocracia al partido demócrata amenaza con destruir la mayor construcción reformista y el mayor agrupamiento antiburocrático, el TDU en todo el movimiento sindical norteamericano. La conclusión de la crisis de los Teamsters es que el punto de partida para la lucha por la auténtica democracia sindical en el movimiento obrero norteamericano es la ruptura política con el partido demócrata, es decir, la ruptura con la burocracia que plantea como estrategia la subordinación de los sindicatos al imperialismo democrático.


 


Las bases se reaniman; la burocracia gira a la derecha


 


La victoria sobre la UPS significó un innegable impulso a las luchas sindicales, que comenzaron a desarrollarse con creciente intensidad en los meses siguientes. Un periódico de la izquierda norteamericana caracteriza la situación creada por este reanimamiento sindical en los siguientes términos: "la resistencia de los trabajadores se acelera () los obreros están hoy volviendo a la lucha en número creciente () la capacidad de las patronales para impedir las acciones defensivas por parte de la clase obrera parecen haberse agotado" (24).


 


En este cuadro, se destacan las huelgas de los choferes del transporte público de Filadelfia contra las pretensiones del intendente demócrata de introducir en el servicio trabajadores de tiempo parcial, con salarios horarios inferiores; la de los obreros de la planta de neumáticos Titan, en Des Moines, la de los mineros del carbón en Pensilvania; la de los Teamsters de la fábrica de cerveza Anheuser-Busch, las movilizaciones de advertencia de los empleados de la aerolínea Northwest e, incluso, la huelga de los jóvenes empleados de la cadena McDonalds en Ohio.


 


Algunas de estas luchas ponen en evidencia las dificultades que enfrenta el movimiento sindical como consecuencia de la política de la burocracia.


 


En febrero, después de una lucha de seis años que terminó en una importante derrota, los trabajadores de Caterpillar, el mayor fabricante mundial de máquinas viales, rechazaron el contrato ofrecido por la empresa y la UAW, hasta que fueran reincorporados 160 huelguistas que estuvieron a la vanguardia del conflicto. En una fábrica derrotada, semejante movimiento de solidaridad con los activistas despedidos es de una enorme significación. Después de cinco meses, la patronal tuvo que ceder, lo que significa, dentro de la derrota, una gran victoria política.


 


El paso atrás de la patronal estuvo influido por un giro en su situación comercial. Durante la mayor parte del conflicto, Caterpillar expandió enormemente sus negocios en todo el mundo, en particular en Asia. Pero la crisis asiática colapsó sus ventas, no sólo por la caída de la demanda en ese continente sino también por la caída de la propia demanda norteamericana (los equipos vendidos con anterioridad en Asia y que ahora resultaban inservibles por la recesión, comenzaron a ser revendidos en los propios Estados Unidos). La dirección de la UAW dejó pasar la oportunidad creada por el reanimamiento de los trabajadores y las dificultades de la empresa para reabrir la discusión del convenio colectivo. Como señala el ya mencionado Kim Moody, "el fracaso del sindicato para sacar ventaja del cambio en la posición internacional de Caterpillar en el último año es la consecuencia de su compromiso con la competitividad de la compañía como estrategia para preservar la base institucional del sindicato" (25).


 


Otra expresión de la política abiertamente patronal de la burocracia de la UAW fue el conflicto desatado en la división Saturno de la General Motors. En esta división, los obreros tienen un convenio colectivo diferenciado del resto de los trabajadores de la GM: cobran salarios un 12% inferiores a los de las restantes plantas, compensados por premios a la producción: "en 1995/96, los premios fueron de unos 10.000 dólares por trabajador. Pero con las ventas en declinación, el premio se redujo a 2.000 dólares en el 97 y este año los trabajadores tienen pocas posibilidades de cobrar algún premio" (26). En consecuencia, en la Saturno se produjo una verdadera "rebelión de los trabajadores de base, donde obreros sin experiencia sindical lucharon contra la empresa, contra los dirigentes del sindicato local y contra la dirección nacional de la UAW para volver al convenio tradicional de GM" (27). Esta rebelión, que fue derrotada sólo cuando la patronal amenazó con 2.700 despidos, estaba mostrando el mar de fondo existente en las grandes plantas automotrices que no tardaría en estallar.


 


Con el telón de fondo de esta seguidilla de huelgas en todo el país, se desarrolló en Nueva York una enorme manifestación de más de 40.000 obreros de la construcción, la más numerosa que se recuerde en muchos años. Los trabajadores protestaban contra la firma de un contrato entre el municipio y una empresa que no emplea obreros sindicalizados.


 


"Hace unos años resultaba inconcebible contratar obreros no sindicalizados en los grandes trabajos públicos. Hoy, la mayoría de los trabajos de construcción, especialmente los de rehabilitación de edificios, son realizados por obreros no sindicalizados" (28). La contratación de obreros no sindicalizados se ha generalizado como palanca para imponer la flexibilización laboral porque, como reconoce el propio diario neoyorkino, "nada de esto fue causado por la competición global".


 


La burocracia del gremio, una de las más reaccionarias de los Estados Unidos, es enteramente responsable del avance patronal. En los primeros años de este siglo, la mayoría de los obreros de la construcción eran de origen irlandés y el sindicato, naturalmente, reflejaba entonces esa composición. Pero cuando la composición étnica del gremio comenzó a cambiar, la burocracia se negó a organizar a los obreros negros, cuya afiliación no era aceptada por el sindicato. "A comienzos de la década del 60, Nueva York vio repetidas manifestaciones de las organizaciones de la comunidad negra que reclamaban que las obras de construcción (es decir, la afiliación al sindicato) fueran abiertas a los trabajadores negros" (29). Los capitalistas se valieron de esa gran masa de trabajadores no sindicalizados (contra su propia voluntad) para liquidar las condiciones laborales de todos los obreros de la construcción: "hoy, la mitad de los aprendices de la construcción pertenecen a minorías étnicas" (30).


 


En la cuenta de la burocracia es necesario cargar, también, el fracaso de la unificación de los dos grandes sindicatos docentes, la NEA (Asociación Nacional de Educadores) y la AFT (Federación de Maestros de Norteamérica). La Asamblea Nacional de delegados de la NEA rechazó abrumadoramente la unificación, defendida por las direcciones de ambos sindicatos como una herramienta para combatir la privatización de la educación y los ataques antisindicales de las autoridades educativas.


 


La unificación que habría creado el mayor sindicato norteamericano, con más de tres millones de miembros fue rechazada por los delegados de la NEA porque los estatutos del sindicato unificado establecían una organización más vertical y menos democrática. Según un delegado presente en la Asamblea, "quizás el motivo más importante (fue) que el nuevo Consejo de Dirección (del sindicato unificado) tendría realmente menos control que la Asamblea de Delegados del NEA sobre la Junta Ejecutiva" (31). Hay también otros motivos. Mientras la AFT está dirigida por la burocracia tradicional, en los últimos años la NEA se movió hacia una posición reformista. "Muchos miembros de la NEA continúa el mismo delegado no sólo perciben a la AFT como más rígida y menos democrática sino también como menos interesada en el programa de derechos civiles, femeninos y de solidaridad internacional (de la NEA) y más dispuesta a hacer concesiones a la reforma educativa en cuestiones como en los exámenes a los docentes y en la revisión de títulos" (32). El rechazo de la unificación, sin embargo, refleja puntos de vista extremadamente contradictorios entre los propios docentes. Como reconoce este mismo delegado, "es innegable que existe en la NEA un fuerte prejuicio contra la afiliación a la AFL-CIO (a la cual está afiliada la AFT) y un estrecho profesionalismo contra la afiliación de los trabajadores manuales (no docentes)", que la AFT sí organiza (33).


 


Bajo el impacto de la victoria de la UPS, el movimiento sindical obtuvo una importante victoria en el terreno de la organización: la afiliación de los 19.000 trabajadores de embarque y venta de pasajes de la United Airlines, la mayor empresa aerocomercial norteamericana. Un especialista calificó esta victoria como "un tremendo salto para el movimiento sindical" (34).


 


Uno de los más significativos esfuerzos de organización no provino de la dirección sindical sino de las propias bases de uno de los sectores más explotados de todo el movimiento obrero: en noviembre pasado, 17.000 de los 35.000 empleados del Programa de Experiencia Laboral (PEL) de Nueva York votaron ser representados sindicalmente por el grupo comunitario ACORN. Como los enrolados en los planes trabajar o en el plan barrios de la Argentina, los participantes del PEL neoyorkino no son considerados trabajadores sino beneficiarios de la seguridad social. Si no trabajan, pierden el subsidio, por una tarea completamente flexibilizada y en condiciones insalubres (35). Por eso su principal reclamo es el establecimiento de un convenio colectivo.


 


Sintomáticamente, en el terreno de la organización, la dirección renovadora de la AFL-CIO sufrió su primera gran crisis política: en junio fue despedido Richard Bessinger, director de las campañas de organización de la central. Su despido es la expresión de una crisis más general en el seno de la burocracia ya que el énfasis en la organización había sido el principal argumento electoral de los renovadores en su lucha por la dirección de la AFL-CIO.


 


Bajo la dirección de Bessinger, en 1997 los sindicatos afiliaron 100.000 trabajadores más que en 1996, pero esto no impidió que el total de sus afiliados cayera en 159.000. Pero según fuentes de la propia dirección de la AFL-CIO, citadas por Labor Notes (36), el despido de Bessinger no obedece a su desempeño como organizador sino a "razones políticas". Bessinger, que pertenece al ala izquierda de los renovadores, había despertado la cerrada oposición de varios dirigentes de la vieja guardia, porque "era muy crítico de las direcciones sindicales" que no ponían empeño en los esfuerzos de organización. "Sweeny (el presidente de la AFL-CIO) estaba bajo fuerte presión para reemplazarlo".


 


A raíz del despido, nos enteramos, siempre por boca del mismo miembro de la dirección de la AFL-CIO, que "(dentro de la central) existe un poderoso bloque de fuerzas que es financiera, filosófica y violentamente opuesto a la organización". Este bloque antisindical impuso el despido de Bessinger y su reemplazo por Kirk Adams, director regional de la AFL-CIO en el Sur (la región con las tasas de afiliación más bajas del país) y ex director de campaña y director político de la gobernadora demócrata de Texas.


 


El reemplazo de Bessinger por un hombre estrechamente ligado a la derecha demócrata constituye un innegable "giro a la derecha para la AFL-CIO". La burocracia intenta así ponerle un límite a su propia ala reformista, en la misma línea que lo hacen "los burócratas más conservadores del campo reformista" de los Teamsters en su propio gremio. Uno y otro movimiento están estrechamente ligados: como reconoce el dirigente ya mencionado, "(el despido de Bessinger) fue un movimiento preventivo. Después de todo, Jim Hoffa está casi listo para hacerse cargo de los Teamsters".


 


Este giro derechista, que refuerza la subordinación de los sindicatos al Estado (Hoffa está ligado a la derecha republicana) y debilita al movimiento reformista, es la respuesta de la burocracia al reanimamiento sindical provocado por la victoria de los Teamsters sobre la UPS.


 


En este cuadro de luchas sindicales en ascenso y crisis política de la burocracia, estallan las huelgas en las plantas de la GM en Flint.


 


Por qué no se ganó en Flint


 


Durante dos largos meses, la atención y las simpatías del movimiento sindical norteamericano y de buena parte del mundo estuvieron dirigidas hacia Flint, Michigan. Allí, los obreros de la UAW de las plantas de estampado y de autopartes de la General Motors libraron una feroz batalla contra el pulpo industrial más poderoso del mundo. La huelga, la décima que se registraba en una planta de la GM en los últimos dos años, fue una verdadera rebelión contra la política patronal de reducción de costos mediante el despido de 50.000 trabajadores en los próximos años (después de haber despedido más de 200.000 en las últimas dos décadas), el cierre de plantas, la flexibilización y la tercerización.


 


En dos meses de lucha, los obreros pusieron a la patronal de rodillas: la obligaron a cerrar, por falta de insumos, sus operaciones en toda América del Norte y le provocaron una pérdida cercana a los 3.000 millones de dólares (un 50% más que los beneficios récord que había registrado en el primer trimestre de este año).


 


Sin embargo, pese a la energía de los huelguistas, pese a que la patronal estaba de rodillas, pese a la tendencia a la huelga nacional de los trabajadores de la GM expresada en las abrumadoras votaciones a favor de la huelga en la planta de Dayton y en la División Saturno, la huelga de Flint terminó en una derrota para los trabajadores. La burocracia de la UAW aceptó discutir el cierre de las plantas que pretendía la patronal en ocasión de la renovación del convenio colectivo que tendría lugar en 1999 y aceptó también que no sean reemplazados los obreros que se jubilen, lo que aumentará las presiones flexibilizadoras sobre el plantel obrero. Este último hecho no es para nada menor: en plantas relativamente antiguas como las de Flint, el número de obreros en edad próxima a jubilarse es elevado, lo que implicará una importante reducción de personal. Por último, el acuerdo que llevó al levantamiento de la huelga no pone ningún límite a la política de tercerizaciones.


 


Pese a su enorme esfuerzo, los trabajadores no pudieron ganar porque, desde el principio del conflicto, la burocracia de la UAW buscó un compromiso con la patronal. Por ese motivo, se negó a darle un carácter nacional a la huelga a pesar del evidente carácter nacional de las reivindicaciones en juego y de las abrumadoras votaciones a favor de ir a la huelga de varias plantas de la GM. En una verdadera carnereada, la burocracia nacional de la UAW autorizó a los obreros de la planta de estampado de Mansfield (Ohio) a trabajar con las matrices que la patronal retiró de la planta de Flint. En otras palabras, en lugar de unir a los obreros contra la patronal la primera obligación de un sindicato, la burocracia de la UAW siguió la política antisindical de enfrentar a los obreros de una planta con los de la otra.


 


Después de dos meses de lucha, en los cuales fracasaron todos los intentos patronales de perforar la huelga, la burocracia aceptó un arbitraje cuyo único objetivo era evitar una derrota estrepitosa de la GM a manos de los huelguistas. La política derrotista de la burocracia de la UAW puede sintetizarse en las palabras que su vicepresidente, Richard Shoemaker, pronunció mientras los obreros de base mantenían los piquetes en las puertas de las plantas de Flint: "Nunca le dijimos a la GM que no la ayudaríamos a volverse competitiva" (37).


 


Para la burguesía, sin embargo, lo obtenido por la GM es "pequeño y caro" (38) en vista del enorme costo de la huelga: "la resolución del conflicto más costoso de GM en su historia no le dio al fabricante ni la paz sindical ni las sustanciales ganancias de productividad que se esperaban" (39). Claro que eso lo dicen una vez pasado el susto; apenas quince días antes, el diario londinense sostenía que "GM se arriesga a convertir un problema laboral en una derrota estratégica" (40).


 


A lo largo del conflicto, una parte de la prensa patronal en especial el Business Week criticó los altos costos y los pobres resultados de la política de "guerra a los sindicatos" de la dirección de la GM, oponiéndolos a los beneficios que obtiene la Ford en términos de paz social, eficiencia, y rentabilidad al desarrollar una política de estrecha colaboración con la burocracia de la UAW. En esta dirección, planteaba "un cambio completo en el acuerdo nacional con la UAW" (41).


 


El convenio nacional del 96 que ahora se considera insuficiente para promover la eficiencia de la GM le otorgó entonces enormes ventajas, tales como una garantía de empleo a 95% de su personal pero vigente sólo para sus operaciones rentables y la autorización a reducir personal como consecuencia de mejoras en la productividad. El convenio del 96 le permitió a la GM despedir legalmente a varios miles de trabajadores.


 


Lo significativo es que, bajo el peso de la crisis capitalista, GM no puede cumplir los convenios, ni aún los que permiten una extrema flexibilidad, como el del 96. Lo mismo puede decirse del convenio de la División Saturno, plenamente flexibilizado, establecido a fines de la década del 80. A principios de julio, los obreros de la Saturno votaron ir a la huelga porque la empresa pretendía tercerizar una parte de la producción y despedir trabajadores, desconociendo el convenio que ella misma había impuesto. 


 


La incapacidad de la GM de cumplir los convenios es una consecuencia directa del agravamiento de la crisis mundial y de su propia debilidad: su participación en un mercado que sufre una enorme sobreproducción está cayendo aceleradamente, tiene una enorme capacidad de producción excedente y sus fábricas y automóviles son tecnológicamente anticuados. Sus competidores norteamericanos la amenazan directamente ya sea mediante la adquisición de competidores asiáticos, como Ford; ya sea mediante fusiones, como la Chrysler con Mercedes Benz.


 


Para enfrentarlos, GM planea sus propias asociaciones. "esto significa Asia" (42): Daewoo (de Corea) y Suzuki e Isuzu (de Japón) podrían ser devoradas por la norteamericana. Pero aunque "la crisis (asiática) le ha creado oportunidades", para que estas adquisiciones sean exitosas GM debe aplastar a sus obreros en Norteamérica. ¿De qué le servirían sus plantas en Seúl si no puede desplazar allí su producción por la resistencia de los obreros norteamericanos?


 


Para los capitalistas, el aumento de la eficiencia (la explotación de los trabajadores) importa sólo como un medio para aumentar la rentabilidad (el beneficio). En el cuadro de la crisis mundial, no importa cuánta eficiencia GM logre arrancarles a sus obreros; la sobreproducción de 30 millones de automóviles y la consiguiente competencia capitalista derrumban los beneficios. Lo prueba el ejemplo de la Nissan, cuya planta es la más eficiente de todas las que operan en los Estados Unidos. Pese a ello, Nissan está en quiebra precisamente porque para ser eficiente se endeudó en gran escala. Los superflexibilizados y no sindicalizados obreros de la Nissan serán, en consecuencia, despedidos en masa porque el problema de la patronal es que ni incluso un re-bajo costo laboral alcanza para enfrentar la crisis capitalista. El mismo problema enfrentan General Motors y las restantes automotrices. Necesitan aún más.


 


En este cuadro, la política de la burocracia sindical de la UAW y de toda la burocracia sindical norteamericana radica en dos ilusiones, a saber: que es posible establecer acuerdos de largo plazo que garanticen la competitividad de las empresas; que puede recuperar la influencia perdida en el partido demócrata.


 


La convención nacional de la UAW celebrada a mediados de julio brinda una radiografía exacta de la política de la burocracia. Allí, mientras la dirección impedía cualquier debate sobre la huelga del Flint "una simple huelga local" el vicepresidente Shoemaker declaraba que "comprendemos las necesidades de las empresas automotrices de aumentar su competitividad".


 


Los principales debates de la convención estuvieron enderezados a discutir la proyectada fusión con los sindicatos siderúrgico (USWA) y de maquinistas (IAM). Los presidentes de estos sindicatos, que estuvieron presentes en la convención, declararon "sus esperanzas de que la fusión sirva para dar mayor peso a los funcionarios sindicales frente a los políticos demócratas" (43). Para dejar en claro esa subordinación política, los convencionales aplaudieron un video de Clinton y recibieron a numerosos políticos y parlamentarios demócratas. La burocracia sindical norteamericana no ha aprendido nada en los últimos veinte años de derrotas y retrocesos (o ha aprendido demasiado en los dos años de lucha).


 


El agravamiento de la crisis mundial plantea el inevitable fracaso de la política de acuerdos para favorecer la competitividad capitalista. Pero un fracaso en este plano será, también, un fracaso de la política de lobby con los demócratas, lo que plantea la emergencia de fracturas, choques y crisis dentro de la burocracia sindical norteamericana. En este cuadro, pueden surgir agrupamientos que se proyecten independientemente en el plano sindical y político.


 


Serán necesarios todavía nuevos choques entre la clase obrera y la burguesía y nuevas convulsiones en el movimiento sindical como consecuencia del inevitable fracaso de la política de la burocracia, para que en la vanguardia sindical norteamericana madure la necesidad de superar definitivamente a la burocracia sindical y a sus aliados demócratas y organizarse en un partido propio.


 


 


 


Notas:


 


1. The New York Times, 20/7/98.


2. Business Week, 27/7/98.


3. Bulletin In Defense of Marxism, septiembre/octubre de 1997.


4. Prensa Obrera, Nº 473 14/11/95.


5. Le Monde, 27/10/95.


6. The Washington Post, 28/10/95.


7. International Workers Bulletin, 26/08/96.


8. Pablo Pozzi, "La clase obrera norteamericana en la era post-Reagan"; en Herramienta Nº4, Invierno 1997.


9. Labor Notes, julio de 1997.


10. Peter Johnson, "Lessons of a Struggle", in Workers Struggle, junio de 1997.


11. Pablo Pozzi, Op. Cit.


12. Peter Johnson, Op. Cit.


13. Kim Moody, "Caterpillar: del rechazo a la ratificación"; en International Viewpoint, junio de 1998. Kim Moody es director de la revista Labor Notes.


14. Idem.


15. Prensa Obrera, n° 525, 2/1/97.


16. The New York Times, 21/08/97.


17. The Wall Street Journal, 23/08/97.


18. The New York Times, 26/8/98.


19. Prensa Obrera, n° 554, 28/8/98


20. Labor Notes, julio de 1997.


21. Idem, julio de 1997.


22. Idem, junio de 1998.


23. "Algunos en la izquierda () denuncian la intervención gubernamental olvidando que no habría habido elecciones directas sin una orden de consentimiento (judicial) y que Carey no podría haber sido elegido como presidente en 1991 () La denuncia de la intervención gubernamental no significa mucho para los afiliados al sindicato". Dianne Feeley, "Teamsters trouble", en International Viewpoint, febrero de 1998.


24. The Militant, 19/5/98 y 13/7/98.


25. Kim Moody, Op. Cit.


26. The Wall Street Journal, 12/3/98.


27. Kim Moody, Op. Cit.


28. The New York Times, 9/7/98.


29. Class Struggle, mayo/junio de 1998.


30. The New York Times, 9/7/98.


31. Labor Notes, agosto de 1998.


32. Idem.


33. Idem.


34. The New York Times, 20/7/98.


35. Ver Luis Oviedo, "La crisis capitalista y la política social de la burguesía"; en En Defensa del Marxismo, n° 20, mayo de 1998.


36. Un "director de acción parlamentaria", cuyo nombre no se da a conocer. Labor Notes, agosto de 1998.


37. Business Week, 13/7/98.


38. Financial Times, 30/7/98.


39. International Herald Tribune, 30/7/98.


40. Financial Times, 16/7/98.


41. Business Week, 13/7/98.


42. Financial Times, 13/6/98.


43. The Militant, 13/7/98.


 

Temas relacionados:

Artículos relacionados

Deja un comentario