Panorama mundial

La prensa internacional abordó con bastante perplejidad el giro que registró la confrontación entre los Estados Unidos y Corea del Norte, que pasó de la amenaza de un bombardeo nuclear de parte de Donald Trump a una ‘reunión de paz’ en Singapur – de características bufonescas. Los comentarios ulteriores acerca de este viraje fueron igualmente ambiguos, tanto por parte de los protagonistas como de los observadores. Las conclusiones que se dieron a conocer apuntaron a una perspectiva de negociaciones prolongadas sobre la “desnuclearización de la península coreana” – una fórmula gelatinosa que no aclara si se refiere a Corea del Norte o involucra también a las bases norteamericanas en Corea del Sur. De otro lado, Trump aseguró que las sanciones económicas contra el régimen de Kim Jong-un continuarían hasta alcanzar los objetivos de una desarme nuclear completo de Norcorea. Enseguida, sin embargo, anunció una suspensión de los ensayos militares conjuntos con Surcorea y Japón. Por último, si esto fuera posible, la prensa norteamericana denunció que el centro de investigación nuclear de Corea del Norte había sido promovido. ¿Existe una tendencia a la guerra o solamente asistimos a una política de extorsiones y violencias que pretenden, por el contrario, evitarla?

Una versión atribuye el encuentro Trump-Kim a un éxito de las sanciones económicas adoptadas contra Corea del Norte en forma conjunta por Estados Unidos, China, Rusia y otras potencias. Una fracción minoritaria de la burocracia de China habría planteado incluso apoyar una acción militar para frenar el plan atómico de Kim – según reportó en varias ocasiones el Financial Times. Evidencias circunstanciales aportadas por los medios de comunicación, señalaron una caída casi completa del comercio inter-fronterizo entre China y Corea del Norte en este período, que se revirtió en vísperas de las tratativas Trump-Kim. De acuerdo a otro enfoque, Trump y el chino Xi Jinp-pin se vieron obligados a transitar la vía diplomática, una vez que concluyeron que Norcorea había conquistado un status nuclear irreversible, que solamente podía ser contenido. La iniciativa del presidente de Corea del Sur, al invitar al Norte a asistir a los Juegos Olímpicos en Seúl, se realizó con el asentimiento de todas las partes en disputa. El centro-izquierda surcoreano retomaba de este modo una política que había fracasado dos décadas antes, a pesar de avances considerables en materia apertura comercial por parte de Corea del Norte, incluido el establecimiento de “zonas económicas” para la inversión extranjera. La iniciativa del surcoreano Kim Moon cuenta con un elevado consentimiento en el Sur. Esa operación puso de manifiesto los intereses sociales de la burocracia gobernante norteña, a favor de emprender el camino capitalista adoptado por la burocracia de China hacia finales de la década de los 70 del siglo pasado. La estrategia de Corea del Norte – al menos la que se expone en forma oficial -, es alcanzar una reunificación del conjunto del país, bajo la forma política de una confederación asentada en bases y perspectivas sociales similares. Sería una variante del régimen “un país, dos sistemas”, que inició China con Hong Kong y que marcó el principio de transformación capitalista del estado chino.

Para evitar perderse en las conjeturas diplomáticas es necesario analizar a las fuerzas en presencia en su conjunto. La crisis capitalista mundial y de la acentuación extraordinaria de las rivalidades económicas y políticas ha acelerado ha puesto de manifiesto un impasse en la política mundial que reclama un desenlace.

La relevancia de la cuestión nuclear norcoreana tiene que ver con su status social ambiguo en la política mundial. Pakistán o la India, por caso, son estados que no enfrentan extorsiones en materia nuclear, simplemente porque son capitalistas y porque, en su momento, fueron utilizados como contrapeso a una China cuyo régimen social era la propiedad estatizada. Irán, aunque diferente, se encuentra proscripta en materia nuclear desde la Revolución de 1979, no lo había sido con anterioridad, bajo el régimen del Sha. Irán se encuentra enfrentado con el estado sionista, que es la pieza estratégica del imperialismo, no solamente en el Medio Oriente. Es claro, sin embargo, que el imperialismo norteamericano ha impuesto límites al desarrollo atómico militar de las potencias que son sus aliadas, en función de hacer respetar su hegemonía mundial. El status atómico de China fue tolerado o alentado antes de la transición al capitalismo, para explotar el enfrentamiento ruso-chino, que se desató en la década del 60. Durante un largo período, Corea del Norte contó con la protección militar de la República Popular China. La única ‘paridad nuclear’ que tuvo que tolerar EEUU ha sido con la ex Unión Soviética.

La disputa nuclear acerca de Corea del Norte tiene que ver, por lo tanto con la contradicción entre su status social y político, por un lado, y la economía y política mundiales, por el otro.

En el cuadro mundial presente, sin embargo, la adopción de un ‘camino chino’, por parte de Corea del Norte, está condicionada por la disputa económica creciente entre Estados Unidos y China. Una ‘apertura’ coreana bajo la batuta de China, significaría, en primer lugar, un relegamiento de Japón y, en segundo lugar, un crecimiento de la influencia de China en la economía y la política de Corea del Sur. No hace falta decir que se trata de una salida inadmisible para el imperialismo norteamericano. Es Japón, precisamente, el que lleva la delantera en la oposición a un entendimiento con Kim Jong-un. En sentido contrario, el establecimiento de una ‘relación especial’ entre el régimen norcoreano y Trump, sería intolerable para China; el Pentágono no ha dejado de incrementar las operaciones militares y de espionaje contra China. Las críticas de la burguesía norteamericana al acercamiento entre Trump y el régimen norcoreano, condicionan las negociaciones a la posibilidad de un segundo mandato para Trump, y se han convertido por eso en campo de disputa política interna  en EE.UU. Trump no ha levantado las sanciones a Corea del Norte – lo contrario de lo que viene haciendo China, que de hecho ha liberado el comercio inter-frontera y provocado, de paso, una súbita especulación inmobiliaria en esa zona y una reactivación de la economía más allá de la frontera. La ofensiva norteamericana contra China, en las últimas semanas, con una escalada arancelaria que amenaza alcanzar los u$S200 mil millones, tiene en vista también el propósito de imponer una ‘pax americana’ en la península de Corea. Japón no ha tenido otra opción que jugarse con Trump.  Se asiste a una partida de cinco, con Japón y Corea del Sur, y hasta de seis – Rusia -, que comparte frontera con Corea del Norte. Putin no dejará de presentar su propia factura en estas negociaciones – como la anulación de las sanciones que sufre por la ocupación de Crimea, o para contrarrestar el intento de Trump de reemplazar el gas de Rusia para Europa, y en especial Alemania, con el gas no convencional que se encuentra en aumento en Texas. A medida que se va tirando del ovillo, aparecen todos los conflictos de la crisis mundial y todos sus protagonistas. El problema no es “el hombre-cohete”, como Trump bautizó a Kim Jong un, sino el conjunto de choques y rivalidades internacionales de un capitalismo en bancarrota.

Un porcentaje elevado de la población de Corea del Sur vuelve a apoyar una perspectiva de acuerdo con el Norte e incluso una reunificación en determinadas condiciones. En caso de prospere la transición ‘china’ de Corea del Norte y una reunificación condicional, los trabajadores del norte deberán enfrentar las carestías y desigualdades crecientes de una privatización de la economía y de su propia reconversión en fuerza de trabajo. La unidad capitalista de la península afectará aún más los derechos laborales de los trabajadores del Sur. Esta perspectiva plantea la necesidad de la unión de los obreros de Corea, con un programa propio. La clase obrera tiene planteada frente a si una lucha internacional para que el destino nacional coreano sea decidido por los trabajadores.  La lucha por la autodeterminación nacional de Corea, sobre la base de la preservación de conquistas sociales y una Asamblea Constituyente Libre y Soberna, convertirá al proletariado de la península en una fuerza decisiva, y será un puente hacia los trabajadores de China y Japón. Las clases y burocracias dominantes de la región son altamente conscientes del ‘peligro’ que representaría un desmadre de las ‘negociaciones’ y una intervención de las masas. Oculto por parte de los medios, es el principal factor histórico en presencia.

Medio Oriente

Mientras en Asia-Pacífico se diseña un escenario bélico potencial de proporciones gigantescas y, asimismo, de desafíos revolucionarios, la guerra en el Medio Oriente crece en magnitud y opera como un ensayo general de una perspectiva de guerra para el mundo en su conjunto.

La consolidación relativa del eje Putin-Bashar al Assad-Irán en Siria ha sido respondida por una escalada militar del estado sionista, que incluye a Gaza y Líbano. Las masacres en Gaza responden al objetivo de larga de data de erradicar a la población palestina; el gobierno sionista ha rechazado en forma oficial la salida de “dos estados”. También se ha producido un agravamiento colosal de la guerra y las masacres en Yemen, de parte de Arabia Saudita y Estados Unidos. El desconocimiento, por parte de Trump, del acuerdo de “los seis” (Rusia, Alemania, Francia, China, Gran Bretaña, USA), que impone un techo al desarrollo nuclear de Irán, ha creado una crisis en las relaciones económicas y política de EE.UU y la Unión Europea. Trump, reclama que la Guardia Revolucionaria de Irán, Hizbollah y otras fuerzas chiitas se retiren de Siria y dejen de apoyar a sus aliados en Yemen. Exige, asimismo, interferir en el acuerdo Rusia-Turquía-Iran para acerca de la salida político-constitucional en Siria. Trump y Netanyahu denuncian la intención del régimen iraní de imponer una ‘zona de influencia’ que se extendería desde Teherán al Mediterráneo. De este modo buscan justificar una guerra que asiente una dominación política y militar de Usa, Israel y Arabia Saudita en la región. La Unión Europea, por su lado, junto a China y Rusia, reclama a Teherán que ceda a las exigencias norteamericanas, con el pretexto de salvar el acuerdo nuclear y que cesen las sanciones económicas. La aceptación de esta suerte de ultimátum se convertiría, sin duda, en el primer paso de la debacle del régimen iraní, acosado también por la burguesía nativa, duramente golpeada por el bloqueo internacional de la economía.

Publicaciones notorias, como The Economist y Financial Times, han caracterizado que Trump ha emprendido una política de ‘regime change’, o sea acabar con el régimen político iraní – lo que, en última instancia, significa un ataque militar. El reforzamiento de las sanciones económicas, por parte de Trump, ha vuelto a convertir a Irán en un terreno de disputa contra las compañías, especialmente, de Europa, que habían aprovechado la firma del tratado para invertir macizamente en la explotación petrolera, que se encuentra obsoleta en aspectos fundamentales. El veto norteamericano a empresas como Total, ha puesto de manifiesto la dominación del sistema monetario centrado en el dólar sobre el conjunto de la economía mundial. De promotor de un ‘comercio global’, en la posguerra, se ha convertido en su traba principal. Las previsiones acerca de una transición del dólar al yuan, como eje del sistema monetario internacional, forman parte de las ilusiones pacifistas. Todas las transiciones monetarias, desde el florín holandés en adelante, han atravesado guerras internacionales. De todos modos, la Bolsa de Shangai ha sido la más golpeada por la actual guerra financiera.

En contraste con esta ofensiva contra Irán y Europa, ha seguido avanzando la alianza precaria tejida entre Siria, Turquía y Rusia, para imponer, en sus propios términos, la llamada “salida política” a la guerra en Siria. Turquía colisiona con el resto de la Otan y en especial con Estados Unidos, por su política de erradicar al movimiento kurdo del territorio kurdo del norte de Siria. En medio de esta guerra se percibe un acuerdo no escrito que divide a Siria, por un lado en zonas de control por parte de Turquía, en el norte, Israel en el sur, y el llamado “territorio fértil” para Bashar al Assad. La autodeterminación nacional que esgrimen los ‘nacionales y populares’ en casi todo el mundo, para justificar su apoyo al régimen masacrador de Siria, es un mero relato. Los acuerdos de Astrana, por un lado, entre Erdogan, Rohani y Putin, y los establecidos entre Putin y Netanyahu, por el otro,, no dejan dudas sobre el arreglo de partición precaria de Siria, encubierta con la fraseología de la “salida política”.

En el afán de cohesionar su frente interno, luego del golpe militar de 2016, Erdogan ha desatado otros conflictos internacionales, fuera de Siria e Irak, por ejemplo en relación a la explotación gasífera en las costas de Chipre, donde disputan asimismo Grecia e Israel. Tsipras (el ex ‘amigo’ de los palestinos) ha llegado a un acuerdo con Netanyahu. La cuestión chipriota vuelve a enfrentar a Turquía con Grecia. Las revoluciones árabes de 2011 pusieron de manifiesto la inviabilidad definitiva de los regímenes políticos que emergieron en el Medio Oriente, luego de las derrotas sufridas en las dos últimas guerras con Israel. La crisis económica mundial vuelve a golpear a Egipto, Irán, Jordania, Turquía, y también a la petrolera Arabia Saudita Las ilusiones, de parte de la burguesía ‘islámica’ de la Anatolia turca, de forjar una hegemonía propia en el territorio del ex Imperio Otomano, han quedado fulminadas. Es imposible trazar un pronóstico para el Medio Oriente sin integrar la desintegración del régimen de Erdogan al escenario en su conjunto.

El conflicto centrado en la guerra en Siria, se ha alargado al choque entre Arabia Saudita y Qatar, cuya causa oficial es la explotación conjunta de los yacimientos de gas del Golfo Pérsico, que el emirato desarrolla con Irán. Los Sauditas han llegado a planificar una invasión de su vecino con un ejército mercenario, que detuvieron ante la oposición del Pentagono.  EEUU ha evitado alinearse de modo oficial con el reino saudita en este punto, e incluso presiona por un arreglo. A cambio exige un cese del apoyo de Qatar a Hamas, en Gaza.  Erdogan apoya a los qataríes y ha destacado una fuerza militar para apoyar al Emir de Qatar. Pompeo trata de desarticular el conflicto que crece día a día. Un eventual ataque a Iran sería un conflicto regional varias veces la magnitud del de Siria

Es notoria, sin embargo, la tendencia a la desintegración política del régimen saudita, que se ha manifestado en la purga desatada por el nuevo gobierno Mohammed bin Salam contra jeques del reino. La caída del precio internacional del petróleo, hace dos años, dejó al desnudo la vulnerabilidad de la economía petrolera saudita, con déficits fiscales en aumento y un crecimiento imparable de la deuda pública – y, por sobre todo, del desempleo. De aquí emergen los planes de ofertar un porcentaje del monopolio petrolero Aramco en los mercados bursátiles y proceder a una improbable “diversificación de la economía”. La intención de poner en venta una parte de Aramco ha desatado una disputa fuerte entre la City de Londres y el New York Exchange. La pelea por la injerencia y un control eventual de esta compañía gigantesca, podría golpear al conjunto del mercado petrolero. El acercamiento de Arabia Saudita a Rusia e incluso a China (principal importador internacional de combustibles), no es ajeno a este impasse insoluble de la monarquía saudita. La postergación de la anunciada venta en oferta pública de Aramco durante 2018, es la resultante de los enfrentamientos en el reino. Una participación privada pondría al descubierto la corrupción que envuelve a su directorio y las prebendas de los jeques. Las últimas noticias dicen que la venta de acciones será en la bolsa de Arabia Saudita – el Tadawul Exchange.

La academia y el periodismo político tienden a magnificar la solidez del estado sionista, en contraste con las crisis de sus llamados ‘enemigos históricos”. Netanyahu no ha podido evitar, sin embargo, el ingreso ‘exitoso’ de Rusia al escenario de Siria, el avance del chiismo pro-iraní (con independencia de la crisis imparable del régimen de los ayatollas), la ruptura de su alianza histórica con Turquía y, por último y más importante, la desintegración precisamente de todos sus estado vecinos, e incluso la irrupción revolucionaria de masas en varios de ellos. La crisis del viejo régimen en Medio Oriente aparece como un respiro que el sionismo confunde con viabilidad, cuando es todo lo contrario, porque el sionismo no puede llenar el vacío de ese hundimiento. La alternativa de la guerra generalizada es simplemente una pesadilla para la población judía. Esto explica los repetidos pronunciamientos del aparato de seguridad del estado sionista y de ex jefes del ejército, contrarios a la política de expansión de los asentamientos coloniales y la sistemática expulsión de los árabes palestinos. La limitación histórica del sionismo no va a ser salvada por una alianza con Trump – solamente puede precipitar un derrumbe.

Las movilizaciones populares en Irán y Túnez, a principios de año, en especial de los obreros de las fábricas de todas las magnitudes, e incluso las huelgas metalúrgicas parciales en Turquía (en general victoriosas), ponen de manifiesto que los golpes contrarrevolucionarios y la represión no han puesto fin a la tendencia a la rebelión popular. En este cuadro, las consignas históricas de la IV Internacional tienen aún más vigencia que en el pasado; nos referimos a la Federación Socialista de Medio Oriente, a través de la revolución proletaria. Las llamadas divisiones étnicas son esencialmente de carácter político, no tienen la entidad que le asignan las sectas confesionales. Serán superadas por alianzas de los explotados dirigidas por la clase obrera, sobre una base y una perspectiva internacionalista. Esa Federación Socialista hará viable el desmantelamiento del estado sionista y la efectivización del derecho al retorno del pueblo palestino.

La transición a una crisis mundial de mayor escala

La economía mundial ha ingresado en una etapa de enfrentamientos comerciales y financieros sin precedentes. Es una consecuencia del desarrollo que ha tenido la crisis desde la bancarrota internacional de 2007/8. Sobresalen, en esta nueva fase, las represalias entre las principales potencias. Se manifiesta una reversión de flujos financieros que afecta al conjunto de la economía mundial, no solamente a las llamadas ‘economías emergentes’. La ‘normalización’ de la política monetaria ha llegado demasiado tarde para contener el derrumbe de las deudas pública sy el endeudamiento extraordinario de bancos y compañías industriales.   Una acentuación de la guerra económica, principalmente financiera, en este último caso podría derribar a varios regímenes políticos y crear situaciones revolucionarias.

Los economistas burgueses presentan el desenvolvimiento de la crisis como un fenómeno “macroeconómico”, que atañe a desequilibrios de cuentas públicas y balance de pagos. Como lo muestra la caída de las inversiones a nivel mundial, hay una crisis de la tasa de beneficio anticipada. A espaldas de los derrumbes “macroeconómicos” y del fracaso de las políticas económicas, opera la ley fundamental del capitalismo, que es la tendencia a la desvalorización del capital invertido. La pretensión de superar este límite mediante una valorización ficticia, amplia el alcance del desplome subsiguiente: las rentas consumen las ganancias industriales – los dividendos se están pagando por medio de préstamos.  La crisis mundial es un método anárquico de reestructuración de las relaciones sociales de producción, que han entrado en una contradicción cada vez más explosiva con el desarrollo de las fuerzas productivas. Acentúa la lucha de clases y la tendencia a la guerra, de un lado, y a la revolución, del otro.

Existe una tendencia al repliegue nacional, que no es más que la evidencia que el Estado es el recurso último del capital frente a la bancarrota. Pero la crisis que el rescate capitalista provoca en los estados nacionales, solamente puede ser resuelta en la arena de la rivalidad internacional. De aquí deriva la tendencia al fascismo y a la guerra. Las medidas proteccionistas que ha disparado el régimen de Trump apuntan en un sentido inverso al de un amurallamiento del mercado interno. Tanto frente a México y Canadá, como frente a la Unión Europea y la zona euro, y muy especialmente, claro, frente a China, el gobierno norteamericano pretende, por un lado, imponer un mayor acceso de sus capitales, y por sobre todo bloquear el desarrollo de sus rivales. Se ha agotado, relativamente, la etapa de ganancias extraordinarias ofrecidas por la integración al mercado mundial de Rusia y China – los rendimientos de la ‘globalización’ son decrecientes.

La camarilla de Trump exige, nada menos, que China ponga un límite al desarrollo de la escala de valor de su industria, que amenaza quebrar el monopolio que tiene Estados Unidos en el campo de los semi-conductores – el núcleo de la tecnología moderna (“China 2025”). Exige, también, que se ponga un techo a la expansión de la llamada ‘ruta de la seda’, que es un plan de infraestructuras a lo largo del territorio que une a China con Europa, a través de diversos corredores. Son los mismos que la Unión Europea planificó en la década de 80/90, sin éxito. Al plantear estas exigencias en términos de seguridad nacional, Trump ha oficializado una política de guerra contra la República China. La cuestión de Corea del Norte, como ya ha sido dicho, se encuentra entrelazada con la evolución de este conflicto estratégico. No menor es la importancia del choque con Europa, donde cada vez son más claras las ventajas decrecientes de la zona euro – el vano intento de la burguesía europea de crear una moneda de reserva competidora del dólar. El derrumbe de Grecia, el Brexit, ahora la crisis italiana y más en general el crecimiento de las tendencias al repliegue nacional de la ultra-derecha de Europa, constituyen evidencias claras de una ralentización o directamente caída de la tasa de beneficio capitalista, a pesar de la gigantesca destrucción de derechos sociales que se ha producido especialmente en Europa.

El desenvolvimiento de la crisis mundial ha desatado un choque de fuerzas sociales al interior de la burguesía mundial, y especialmente de la burguesía norteamericana. La burocracia restauracionista de China y la clase capitalista que se ha desenvuelto con esa restauración no tienen los medios para construir un imperialismo nuevo – “en un solo país”. Enfrentan, y esto a corto plazo, el estallido de una crisis financiera, que ya tuvo su primera explosión entre 2014 y 2015. Esa crisis sobrevuela como consecuencia de una gigantesca especulación inmobiliaria; su financiamiento por bancos ‘desregulados’, que se encuentran en estado de insolvencia; una exceso de capacidad instalada en industrias saturadas; una inmovilización gigantesca de capital en bonos del Tesoro norteamericano y de otros países. Al lado de sus planes de ‘expansión’, la burocracia china ha desenvuelto otros planes – lograr la asistencia del sistema financiero internacional para venir al rescate de las finanzas de China.

No hay que olvidar que la restauración del capitalismo en China, no importa cuán importante sea su territorio y en especial su población o su potencial de desarrollo, tiene lugar con los métodos del capitalismo decadente y senil – el capitalismo de los monopolios y de un capital ficticio gigantesco. Los grandes proyectos de China enfrentan sus propios límites. Esto explica los reiterados intentos del gobierno de producir una reforma bancaria y bursátil de largo aliento, que atraiga el financiamiento internacional de sus objetivos – tanto tecnológicos como de infraestructura. Una parte, probablemente mayoritaria, del capital mundial, sería propugna asociarse, en sus propios términos, a esos objetivos, y no de bloquearlos, como ha venido ocurriendo desde los inicios de la restauración capitalista. Lo demuestra la asociación de varios países al Banco del Bric (Brasil, Rusia, India, China), y al Banco de Infraestructura montado por China, del cual se han excluido solamente EE.UU y Japón – incluso antes del ascenso de Trump. Es cierto, de todos modos, que tampoco esa ‘vía’ podría cancelar la tendencia a la rivalidad por la repartición de los beneficios y, en última instancia, la tendencia a sus rendimientos decrecientes. Mientras Trump se dedica a amenazar a todo el mundo por medio de tuits, en el mercado mundial tienen lugar acuerdos, todos los días, entre empresas internacionales y chinas. El objetivo es entrar en los mercados de mayor valor en China e incluso reunir el capital necesario para ello por medio de asociaciones. Francia y Alemania, en los años recientes, han procurado, sin embargo, bloquear la asociación de capitales chinos, con la consigna “defendamos nuestros campeones nacionales”. Por otro lado, se esfuerzan para que China abra aún más sus mercados a las inversiones europeas.

Otro blanco importantísimo de la ofensiva de Trump es la zona euro, y en especial Alemania, a la que acusa de acumular un superávit comercial inadmisible. Trump, un agente de las petroleras, quiere imponer el ingreso del gas no convencional norteamericano en Europa, que hasta ahora se ha alimentado de África del Norte y Rusia. Se trata de un conflicto capitalista de envergadura, con alcances en los alineamientos políticos internacionales. El régimen de la Alianza Atlántica, impuesto después de la última guerra, está amenazado de explosión. Trump ha declarado que cualquier intento de Europa para dotarse de una fuerza militar independiente, sería considerado ‘causus belli’. La crisis italiana y el cambio político de frente que tuvo lugar en Italia en las últimas elecciones, inauguran una nueva fase de la desintegración de la UE y la zona euro. Así lo demuestra su impacto en Alemania, donde tambalea el gobierno de Merkel, ya golpeado por el rechazo que obtuvo en las últimas elecciones. A diferencia de Grecia y, naturalmente, del Brexit, Italia tiene en carpeta un ‘plan B’, que prevé la circulación de una moneda paralela al euro, que seguiría operando como unidad de cuenta de activos y patrimonios financieros, para reemplazarla en el momento oportuno, y poner fin a la unidad monetaria de la zona. La crisis mundial viene demoliendo, sin piedad, todo el edificio ‘institucional’ montado por el imperialismo, y ha abierto las venas de una disolución del mercado mundial.

El aspecto singular de esta crisis es la división que ha suscitado en la burguesía norteamericana, lo que en Argentina se bautizaría como “la gran grieta”. La oposición a Trump no deja de remachar sus contradicciones ‘mercantilistas’ – por ejemplo, que una ‘nivelación’ del comercio con China perjudicaría las exportaciones a Estados Unidos, por parte de compañías norteamericanas instaladas allí. En oposición al ‘equilibrio’ del balance comercial, reclaman atender al balance de pagos, donde se registra un superávit marcado a favor de USA, en concepto de repatriación de dividendos, intereses y diversos servicios en el exterior. Analistas destacados subrayan que EEUU no tiene la capacidad de producción para atender a la diferencia de u$s350 mil millones que se necesitaría para corregir el déficit comercial con China. Estas diferencias de enfoque dejan traslucir el desierto industrial que ha creado, en Estados Unidos, la internacionalización del capital norteamericano y su conversión en la etapa última de la escala de valor desde las naciones con fuerza de trabajo más barata; la dimensión colosal de su capital ficticio ha hipertrofiado su desarrollo industrial. Los rendimientos decrecientes de la ‘globalización’ para el capital norteamericano se entrelazan con la obsolescencia en que ha sido dejada la infraestructura y gran parte de la industria, en Estados Unidos, donde el deterioro social es creciente. Los trabajadores de Europa y Estados Unidos han sido los más golpeados, relativamente, por la ‘globalización’. La incompatibilidad entre la forma del estado nacional, por un lado, y la economía mundial, por el otro, ha alcanzado un grado explosivo sin precedentes.

Aunque los analistas financieros destacan que la guerra económica que se ha desatado, no ha afectado aún a los mercados financieros, la reversión del “rally alcista” de la deuda pública y del mercado accionario es evidente desde diciembre pasado.

La tasa de interés del bono a diez años del Tesoro de Estados Unidos, ha subido en dos años del piso de 1.30% a 3.1%. El apalancamiento con este bono, que se usa como garantía de deuda por parte de los bancos, ha comenzado bajar, para evitar el riesgo de pérdidas extraordinarias.

Esta es la evolución de la tasa de interés del bono de 2 años de Italia – de una tasa negativa -0.25% anual a 0.50% anual. El derrumbe de los bonos es una señal de que los ‘mercados’ consideran que la deuda pública de Italia, de casi dos billones y medio de euros ha entrado en zona de ‘defol’.

Al mercado de acciones de los países desarrollados no le va mejor que a los “emergentes”, no importa la suba de calificación que le otorguen a unos y otros.

Hablar de estabilidad de los mercados financieros es desconocer que es lo que está sucediendo.

Este Índice de Mercados Emergentes, EEM, acumula desde comienzos de año una baja de más de 10%.

Con una secuencia diferente a la crisis del 30, la tendencia a un nuevo colapso es clara. En China, el Banco Central acaba de abrir la canilla de la liquidez para socorrer a las compañías  y bancos insolventes, mientras que Rusia ha debido salir al rescate de varios conglomerados golpeadas por las sanciones de Trump..

La reducción de impuestos impulsada por el gobierno de Trump ha provocado un flujo de dinero hacia los EEUU y creado una cierta iliquidez a nivel internacional, que golpea a los mercados más endeudados. En contrapartida, aumenta la deuda pública norteamericana, para financiar un déficit del Tesoro y de los estados del orden del 6/7% del PBI – que se aproxima al billón y medio de dólares, con tendencia naturalmente creciente. Esta política de reactivación económica constituye un reconocimiento de los límites de los intentos de superar el ciclo recesivo desatado por la crisis de 2007/8, e incluso antes, por la crisis asiática (1997).  La Reserva Federal ha iniciado el repliegue de la financiación monetaria del déficit, para evitar la pulverización del dólar como moneda de reserva internacional. Dado este cuadro general, son muchos los que prevén que las fugas de dinero de varios países ‘emergentes’, como Turquía, Brasil, Argentina y potencialmente México, se conviertan en detonantes de un nuevo colapso financiero generalizado.

Las crisis, los colapsos y las guerras han sido las madres de todas las revoluciones, que no son otra cosa, al fin de cuentas, que la expresión de la rebelión de las fuerzas productivas contra el orden social y político existente. La izquierda, de un modo ampliamente generalizado, ha recurrido al pretexto de que ningún régimen social ni político cae en forma automática, para desarrollar un planteo puramente empírico ante la crisis mundial, y rechazar convertirla en el punto de partida granítico de cualquier estrategia revolucionaria en el período presente. Las revoluciones árabes, las guerras civiles, en unos casos, e imperialistas, en otros, han sido, si no el producto, sí la resultante de la crisis mundial, del mismo modo que el ‘argentinazo’, el derrumbe de las gestiones ‘populistas’ en América Latina, o en tiempo presente, el derrumbe de las gestiones ‘neo-liberales’ y la insurrección en curso en Nicaragua contra un gobierno ‘bolivariano’ sostenido por el imperialismo yanqui.

“Derecha, dre”

Uno de los desarrollos políticos más relevantes del período actual ha sido el ascenso de la llamada ‘extrema derecha’ en un número sustancial de países. De un modo general, esta derecha ha formado gobiernos bonapartistas o semi-bonapartistas, de poder personal y parlamentos ficticios. La galería va desde Putin y Xi Jing-pin a Trump y pasa por Erdogan o el egipcio Al Sissi (se ha sumado, recientemente, el saudita Mohammed bin Salman), y se manifiesta por sobre todo en los estados de Europa del este, creciendo en Italia y Alemania. Aunque fuertemente marcada por peculiaridades políticas, nacionales e históricas intransferibles, tiene como hilo conductor el desenvolvimiento de la crisis mundial.

El caso de Putin es emblemático, porque emerge como una salida de los servicios de seguridad del Estado ante la amenaza de desintegración nacional que implicaba la restauración capitalista bajo la batuta de la camarilla de Yeltsin y especialmente los Estados Unidos, y la dirección de los Clinton y la gran banca internacional. El derrumbe de la Bolsa de Moscú y las quiebras bancarias de 1997, en la estela de la crisis del sudeste asiático, enlaza el bonapartismo ruso con la bancarrota capitalista internacional. La promesa de la democracia que esgrimía la restauración capitalista, queda enterrada antes que forme siquiera un embrión.  El bonapartismo putiniano apunta a contener, asimismo, procesos nacionales de autodeterminación y el desarrollo de organizaciones obreras independientes. La impronta bonapartista excluye que se trate de un fenómeno fascista, cuyas huestes han quedado en los márgenes, porque no existe un escenario de guerra civil. El fenómeno de la extrema derecha no debe ser confundido con el fascismo, que es siempre una movilización de masas desclasadas por la misma crisis capitalista, contra el proletariado, con métodos de guerra civil. En condiciones excepcionales concretas, sin embargo, el bonapartismo puede emerger como una breve transición o un puente hacia el fascismo.

Los fenómenos derechistas en Europa oriental tienen una raíz similar al ruso, aunque atenuado, primero, por su integración a la Unión Europea, y acentuado, ulteriormente, por esa misma pertenencia, que fue agravada por el estallido de la crisis de hace una década. Tanto en este caso como en el ruso, la derecha se consolida luego del pasaje por experiencias social-democráticas, que son las que hacen punta con la privatización de la economía y los programas de ajuste. El centro-izquierda termina por ser identificado con la miseria y la pérdida de autonomía nacional – una característica común a todos los procesos de derechización, allí donde no se manifiesta la influencia de un partido revolucionario. Las posibilidades de un renacimiento bolchevique en el área del ex campo socialista, quedaron agotadas, en forma transitoria, por la derrota de las rebeliones obreras en el este y Rusia, en la década de los 70 y 80, y especialmente por el pasaje de la izquierda al campo de la restauración capitalista. No es posible concebir siquiera el desarrollo de una izquierda revolucionaria sin la crítica más implacable al planteo democratizante, que ha encubierto y sigue encubriendo al capital y su política.

A pesar de la acentuada diversidad de los fenómenos bonapartistas y en especial del ascenso de la derecha o “extrema derecha”, la prueba ácida de la derechización política ha tenido por centro a los países que han formado el núcleo de la llamada “unidad europea”. En este sentido, esa derechización aparece en forma temprana como reacción a la llamada pérdida de soberanía nacional y a las crisis que enfrenta, desde el comienzo, la formación de un área económica y política única. Desde la “comunidad del acero”, en el comienzo, al “mercado común” y a la “zona euro”, esa “unidad” ha avanzado a golpes de crisis, que han intensificado sus contradicciones insuperables – a saber, la imposibilidad de una asociación capitalista internacional o “ultraimperialismo”. La tentativa derechista enfrenta, sin embargo, una limitación decisiva, que es la imposibilidad de superar el impasse de la “unidad europea” por medio de un retorno a las viejas fronteras económicas, y por lo tanto políticas, nacionales. La derechización amenaza hacer explotar esa “unidad” desde su centro mismo de gravitación. Esta contradicción insuperable se ha manifestado, con el estallido de la crisis mundial, en Grecia, luego Gran Bretaña y varias veces en Italia. El impasse creciente del Brexit pone en evidencia la precariedad de cualquier tentativa de marcha atrás, incluso para una potencia como Gran Bretaña. Hacia adelante o hacia atrás, la UE y la zona euro se acercan a una implosión de alcance enorme, que tendrá consecuencias revolucionarias o contrarrevolucionarias, en función de las fuerzas en presencia y del contexto internacional. Esta implosión determinara la posibilidad de un fenómeno fascista, no antes; el ascenso de la derecha o ‘extrema derecha’ al gobierno constituye un intento anticipatorio, confinado a “un control de daños”, bajo una forma bonapartista.

El fenómeno derechista más ‘temerario’ es, sin duda, el alemán, con el ascenso de la Afd, la Alternativa por Alemania, que reivindica la tradición del nazismo. De factor de contención del nacionalismo de viejo cuño en Europa y defensor de una identidad política supra-nacional, Alemania podría convertirse en lo contrario. La corriente reaccionaria ha cobrado impulso a partir de los sectores desempleados y empobrecidos de los estados que se encontraban bajo el control stalinista, antes de la ‘unificación’. Gran parte de ellos se han convertido en desclasados. El régimen político ha perdido el apoyo electoral, que ha pasado del 80% a menos del 50, para los dos partidos principales del sistema. Las divergencias sobre la cuestión inmigratoria no son la causa de esta descomposición política, sino apenas el taparrabos de lo fundamental: la desintegración de la UE y la zona euro – una moneda que no ha conseguido el propósito de competir con el dólar como moneda de reserva. El ataque y la represión a los inmigrantes es una herramienta demagógica pre-fascista para desviar la rebelión popular contra la miseria social creciente y la ausencia de salidas. Al final, el gigantesco desplazamiento de masas, desde el Medio Oriente y África del Norte, es la consecuencia de guerras de masacre del capital mundial y sus estados, que no está previsto hacer cesar.

El ascenso de la derecha y ‘extrema derecha’ tiene lugar sobre las espaldas de la socialdemocracia y el stalinismo, en Europa, que han retrocedido al nivel de sectas, o que, como en España y Portugal, gobiernan en minoría con el respaldo de maoístas, ‘trotskistas’ e ‘indignados’ (Podemos). El centro-izquierda, la izquierda y la ‘extrema izquierda’, en Europa, han sido los protagonistas activos de la llamada ‘construcción europea’ – unos desde el gobierno, otros ‘críticamente’, o sea en forma hipócrita. La ‘extrema izquierda” europea es, posiblemente, la que más ha degenerado políticamente en todo el mundo. Plantea una “Europa social” o incluso una “Europa socialista”, como una prolongación de la pseudo internacionalización de los estados europeos, y no como la ruptura de la UE y del euro, con la perspectiva de los Estados Unidos Socialistas de Europa, incluyendo a Rusia. La demagogia derechista no enfrenta respuestas revolucionarias sino democratizantes, dejando a las masas sin una perspectiva anticapitalista de combate al fascismo. El hundimiento democratizante ha arrastrado incluso a las derechas tradicionales de Francia, Italia y hasta España (Sarkozy, Berlusconi, Rajoy); la desintegración del sistema político italiano lleva décadas – desde el derrumbe de democristianos y comunistas, y lo mismo ha ocurrido en Francia.

El crecimiento derechista, o sea la desintegración europea, ha dado lugar a desarrollos políticos nuevos; por un lado, a acuerdos políticos de esta derecha con Putin; por otro lado, más importante aún, al cortejo de la derecha ‘anti-europea’ por parte de Trump, que se integra a los ataques que propina a los partidos tradicionales y a la guerra económica que ha desatado contra los países del euro. La guerra económica se convierte en una guerra política. El chovinismo europeo podría ver en Trump un ‘contrapeso’ a la resistencia que ofrece el ‘establishment’ tradicional: en ese caso, cambiaría de un amo colonial atenuado a otro infinitamente más agresivo – llevaría la desintegración de Europa a un paroxismo. Los antagonismos del proceso capitalista hacen inviables una “Internacional” chovinista, pre-fascista, de ‘extrema derecha’, desde Trump a Putin, pasando por Europa, ni qué decir que pueda sumar a Erdogan, a Xi Jing-pin o al norcoreano Kim Jong-un. Lo que deja en claro esta ‘fantasía’, de todos modos, es la tendencia de la burguesía a la reacción política y a la guerra. Además de centro de la bancarrota capitalista internacional, Estados Unidos se ha convertido también en el centro de una salida bonapartista y chovinista a la crisis política profundizada por la crisis mundial. Lo que se puede concluir con seguridad frente a la crisis política desatada en EE.UU por el ascenso de Trump y a la resistencia que le opone un fuerte sector de la burguesía norteamericana, es que un retroceso del bonapartismo norteamericano desembocaría en una contra-tendencia democrática muy transitoria – pues Trump es un resultado de la decadencia de Estados Unidos y de la decadencia de su democracia de contenido imperialista.

La derecha bonapartista ha sido llevada al gobierno, en varios países, como consecuencia de la crisis mundial, pero no ha resuelto, ni siquiera encarado, los problemas sociales creados por esa crisis; a pesar de su virulencia verbal y de la represión policial y de los servicios, están aquejada por un gran inmovilismo. En Hungría o Polonia, ha sido desafiads, en más de una oportunidad, por movilizaciones multitudinarias. Las crisis que las han llevado al gobierno, se encargarán, mediante nuevos estallidos, de sacarla, sea por vías populares o vías más reaccionarias, pero siempre con nuevos choques de clases y nuevas experiencias políticas. Será la oportunidad para que renazcan las tradicionales revolucionarias de esos pueblos. Los socialistas debemos preparar, política y organizativamente, la irrupción de las masas y un desenlace revolucionario.

América Latina

América Latina ha ofrecido, a lo largo de todo el desarrollo de esta crisis mundial, un panorama propio. La crisis mundial ha barrido con sus experiencias bolivarianas o nacionales y populares, y puesto de manifiesto, una vez más y por enésima vez, su incapacidad para llevar a término una tentativa de real autonomía nacional. Desde el debut mismo de la presente crisis, los años setenta, la pobreza se ha multiplicado diez veces, y la miseria social, que añade a la supervivencia precaria la precariedad laboral y la explotación intensificada, a niveles sin precedentes.

La contraofensiva derechista o ‘neo-liberal’, que ha provocado este fracaso, no se ha asentado en ningún país: ni en Argentina, ni en Brasil, ni en Ecuador o Chile. Las elecciones que tendrán lugar en México harán girar el péndulo en un sentido contrario, sin por ello reabrir una perspectiva de independencia nacional. Mientras López Obrador procura apaciguar a los magnates mexicanos, el colapso que amenaza al tratado de comercio con Canadá y Estados Unidos, impulsará una intervención excepcional de todas las clases sociales. México enfrenta la posibilidad de una fragmentación del estado nacional. Luego de una tregua benevolente de parte de los mercados internacionales, la guerra económica internacional y sus derivaciones financieras, han provocado una estampida de capitales hacia el exterior. En Argentina ha dejado planteada la posibilidad de un colapso político y una salida coaligada con el peronismo; en Brasil, la crisis política mostrará toda su amplitud cuando las próximas elecciones dejen al desnudo la ingobernabilidad del país. En ambos países se han producido sacudidas sociales de envergadura; en Argentina la movilización obrera contra la reforma previsional y la femenina por el derecho al aborto, además de numerosas luchas parciales con métodos de ocupación de los lugares de trabajo. En Brasil, además de las luchas parciales, un reciente paro de camioneros, de sindicatos autónomos y de los empresariales, dejó al país al borde del colapso y dio un golpe severo a la ‘desregulación’ petrolera y a la privatización.

América Latina atraviesa una etapa que se caracteriza por la descomposición de los regímenes sociales y políticos a lo largo de todo el continente. Esta es una de las peculiaridades del momento político actual.

En Argentina, una inviabilidad del macrismo dejaría planteada, por un lado, la alternativa de una coalición del macrismo y el peronismo; del otro, una coalición del peronismo con el kirchnerismo, que podría aceptar, en el límite, el lugar de segundo violín. Es lo que ocurre también en Brasil, donde el lulismo rechaza un retorno al gobierno por medio de la movilización y la acción directa, y se encuentra empeñado en candidaturas sustitutivas de Lula dentro de un amplio espectro político de la burguesía. Responsables directos de una crisis monumental y entrelazados con la gran burguesía durante su gestión de gobierno – incluidas las coimas y la corrupción -, el kirchnerismo y el lulismo pretenden funcionar como un recurso de salvataje del régimen capitalista de última instancia, con ‘programas’ keynesianos de reactivación de la economía, vía exportaciones. Por ahora la burguesía por ahora les niega ese retorno, y apuesta a que parte de la agenda la tome el ‘neoliberalismo’. Uno y otro han lanzado una campaña frentista – de “unidad democrática” en Brasil y ‘anti-macrista en Argentina, que ganado el respaldo de varios sectores de la izquierda – por caso el Psol, en Brasil. Cualquiera sea el curso que tenga este planteo frentista, su vuelo será corto, dada la envergadura de la crisis y el agotamiento reciente de las experiencias respectivas. El chavismo latinoamericano, en recule, esgrime una amenaza de ascenso o reforzamiento de la derecha, para atacar el planteo de una alternativa independiente de los trabajadores; curiosamente, la derecha hace lo mismo, para evitar nuevos ‘argentinazos’. La pelea política por una caracterización adecuada de la etapa actual en América Latina, es un aspecto fundamental para determinar una política revolucionaria. Tomados todos los elementos en su conjunto, la burguesía ha perdido la iniciativa estratégica y ha pasado, potencialmente, a la izquierda independiente de los bloques capitalistas.

Un resumen adecuado de esta caracterización se refleja en la rebelión popular en Nicaragua, que está asumiendo un carácter insurreccional. El régimen de Ortega, chavista nominal, es un agente directo del FMI y de la gran patronal ‘nica’ y extranjera, que lo han premiado como el mejor alumno de la inversión foránea en América Latina. Combate la rebelión popular con los métodos fascistas de los ‘grupos de tareas’. Las masas en lucha, por cierto, no han llegado a esta situación con una perspectiva política propia, lo cual da margen a las maniobras ‘democráticas’ del empresariado y del clero orteguista, que coquetean con la rebelión. En tanto el pueblo en lucha exige la caída inmediata de la familia Ortega, el clero y la burguesía han aceptado la convocatoria a elecciones adelantadas para mediados del año que viene, o sea la continuidad de la camarilla criminal. Esta es también la posición oficial del Departamento de Estado de Trump y de la secretaría general de la OEA. El flamante sucesor de Raúl Castro en Cuba, también se ha inclinado a este campo contrarrevolucionario. Todo el campo democratizante ‘nica’ apoya salidas ‘negociadas’ o ‘por medio del diálogo’, aceptando la ‘protección’ de las bandas orteguistas hasta que se complete una eventual transición política.

La degeneración contrarrevolucionaria del chavismo continental se aprecia, claro, en Venezuela. Se ha implantado una economía confiscatoria del pueblo, sin visos de salida alternativa, en vista de que China y Rusia condicionan el apoyo a una reforma de la economía a un acuerdo con Washington y al precio de una privatización completa de la cuenca del Orinoco, como ha impuesto, aunque en otras condiciones, Brasil con Petrobrás y el petróleo pre-sal.

La cuestión del poder está planteada para el proletariado y los campesinos en América Latina en términos de etapa. La izquierda asume una posición revolucionaria cuando desarrolla una delimitación política frente al poder del capital, en su sentido más amplio, y prepara políticamente a los obreros más avanzados y al conjunto de la clase en lucha para esta perspectiva. La conquista de espacios electorales por la izquierda revolucionaria, en oposición a lo que sostiene el cretinismo anti-parlamentario, constituye una gran victoria política y ha potenciado la capacidad para desarrollar la conciencia revolucionaria de las masas y la determinación de luchar por el poder mediante la acción directa de los explotados. La contradicción entre la acción parlamentaria, por un lado, y el planteo revolucionario por el poder, por el otro, debe ser resuelto por medio de la propaganda y la agitación, sin concesiones al parlamentarismo.

La etapa a la que ha ingresado América Latina, en el contexto implacable de la crisis mundial, exige una política continental internacionalista y la unidad de acción de las fuerzas revolucionarias. Es necesaria una Conferencia Internacional de la izquierda en América Latina. Se trata de un planteo de método, que sirve para fortalecer la delimitación política con la izquierda democratizante o la centrista, porque se desarrolla en el terreno histórico concreto. Es una delimitación que colabora para desarrollar la comprensión de las perspectivas revolucionarias. Pontificar para los amigos es estéril y desmoralizante. No existe un solo sector de la izquierda latinoamericana que desenvuelva un planteo de poder, frente a la maduración de la crisis económica y política, en los términos de la reciente Conferencia Internacional que un conjunto de partidos cuartainternacionalistas han realizado en Buenos Aires, a principios de abril pasado.

Estamos frente a un Panorama Mundial de características excepcionales, que desafía al conjunto de vanguardia obrera internacional.

3 de junio de 2018

Jorge Altamira es fundador y dirigente nacional del Partido Obrero y de su corriente internacional, la CRCI. Fundó y dirigió Prensa Obrera y esta revista. Autor, entre otros libros, de La estrategia de la izquierda en Argentina, El Argentinazo, el presente como historia y No fue un martes negro más.

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