Richard Pipes, querellante contra la Revolución Rusa

Richard Pipes, el más prolífico y notorio de una generación de anticomunistas de la Guerra Fría, ha muerto. Autor de veintisiete libros, Pipes también fue consejero en armas nucleares para la CIA y asesor de Ronald Reagan en el Concejo de Seguridad Nacional.

En Vixi: Memoirs of a Non-Belonger (Vixi: Memorias de un desplazado), Pipes intentó presentarse como un inconformista, un forastero. Pipes, sin embargo, era el académico y político privilegiado por antonomasia. Harvard, de donde era graduado y luego profesor, fue el destacado think tank anticomunista durante la Guerra Fría con un nivel de conformidad ideológico que era reflejo de su contraparte soviética patrocinada por el Estado. Los guerreros fríos se movían fácilmente entre los trabajos de inteligencia y los puestos en la academia, incluyendo a Pipes. El director del Centro de Investigaciones Ruso, Abram Bergson, trabajaba para la Oficina de Servicios Estratégicos (precursora de la CIA) y el centro tenía un acuerdo con el FBI y su caza antisubversiva.

La Guerra Fría “recluta a todos y llama a cada uno a asumir su parte” y “el historiador no está más libre de esta obligación que el físico”, imploraba el director de la Asociación Histórica Norteamericana. Pipes como un joven estudiante -y por el resto de su vida- estuvo más que dispuesto a hacer su parte. En uno de sus primeros libros, Social Democracy and the St. Petersburg Labor Movement, 1885-1897 (La Socialdemocracia y el movimiento obrero de San Petersburgo, 1885-1897), Pipes llegó a la asombrosa conclusión de que los trabajadores estaban tan desinteresados en el socialismo que un frustrado Lenin más tarde desarrolló la teoría “no marxista” y “blanquista” de “la revolución desde arriba” de los intelectuales que guiarían la práctica bolchevique más adelante.

El anticomunismo implacable definía a Pipes como un propagandista más que como un historiador. Guerreros fríos más talentosos y honestos ocasionalmente admitían lo obvio, como Robert Conquest, que concedía que los bolcheviques ganaron “la masa de las clases obreras en las ciudades”. A pesar de su feroz anticomunismo, Conquest escribió varios libros dignos de leerse y participó de debates contenciosos con sus oponentes. Pipes, sin embargo, escribía sólo para los conversos ideológicos y rara vez hacía concesiones fácticas que socavaran su misión política. Tampoco Pipes debatió con sus críticos, tales como los historiadores sociales de los ’70 y ’80 que desplazaron a los anticomunistas. Porque habían prestado poca atención a su obra, escribió Pipes en sus memorias, él decidió “devolver la jugada e ignorar su trabajo también”. 1

Habiendo publicado cinco monografías a mediados de los ’70, Pipes era reconocido como la autoridad conservadora más destacada acerca de la Unión Soviética. En 1976, Pipes lideró un grupo de expertos militares y de política extranjera, conocido como el Equipo B para contrarrestar el Equipo A de la CIA en el análisis de la estrategia militar de Unión Soviética y las supuestas amenazas de “golpear primero” que planteaba Estados Unidos. El principal adversario de Pipes no era otro que Henry Kissinger, asesor de John Kennedy durante la campaña para las elecciones de 1960 y propulsor de una ficcional “brecha de misiles” con la Unión Soviética, que ayudaría a impulsar a Kennedy a la victoria.

Kissinger había sido popularmente parodiado en la comedia de Stanley Kubrick de 1964, Dr. Strangelove, Or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb (Dr. Insólito o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba), repleta de referencias a una “brecha del día final” y a una “brecha en pozo de mina” para los sobrevivientes designados en caso de un holocausto nuclear. Pipes afirmaba falsamente que la Unión Soviética en 1970 ya había alcanzado la “paridad” y estaba incrementando su arsenal, mientras Kissinger en 1976 había suavizado su postura, admitiendo que Estados Unidos tenía una ventaja nuclear seis veces superior y apoyaba la Détente (reducción de la tensión). En vez del apaciguamiento o la aniquilación nuclear, Pipes proponía “un camino medio razonable entre estos extremos: una política que requería sangre fría”. Pipes admitía que muchos en la comunidad de la inteligencia veían a sus “guerreros fríos” como “lunáticos peligrosos capaces de encender la Tercera Guerra Mundial”.

El informe del Equipo B argumentaba que era incorrecto asumir que Moscú pensaba en términos de disuasión nuclear, ya que los líderes soviéticos piensan “primero y sobre todo ofensivamente” y si la guerra se presentaba inminente, ellos estaban listos para “golpear primero”. Incluso la CIA estaba consternada de que el informe no contuviera “datos duros” para solventar este análisis. Incluida en el informe, aunque no se menciona en sus memorias, estaba la afirmación de que aunque no se pudo encontrar evidencia al respecto de “un sistema antisubmarino no acústico”, sin embargo, “ello no quería decir que los soviéticos no pudieran construir uno, a pesar de que aparentaban no contar con el conocimiento técnico necesario”.

“Para resumir, el problema era comprender a una cultura diferente”, comentó Pipes en sus memorias. El equilibrio estratégico estaba determinado “sobre todo por la mentalidad y las intenciones de las personas” que controlaban los arsenales nucleares. Esta evaluación también carecía de pruebas verificables y, en cambio, se basaba en las habilidades telepáticas de Pipes que asumía un régimen soviético inherentemente hostil y agresivo. La escasez de documentación fáctica no impidió que las divagaciones de Pipes influenciaran de hecho la política de Reagan, a pesar de que luego se comprobarán absolutamente falsas. Entrevistas anteriormente clasificadas con ex oficiales soviéticos no arrojaron evidencia alguna “en favor de los argumentos de Richard Pipes” acerca de que los oficiales soviéticos pensaban que “podían ganar” una guerra nuclear, pero en cambio pusieron de manifiesto que “todos los modelos desarrollados por los expertos militares soviéticos tenían un carácter defensivo y asumían un primer ataque de la Otan.”2

En Survival is not Enough (Sobrevivir no es suficiente), Pipes describía “la habilidad única de los regímenes comunistas de imponer un ajustado control sobre sus dominios mientras desestabilizan al enemigo”. Esta noción de los comunistas como maestros manipuladores de las masas no se limitaba a los textos de Pipes acerca de la Revolución Rusa. En octubre de 1983, varios millones de alemanes inundaron las calles de Alemania occidental para repudiar el despliegue del Pershing II y misiles crucero, programado para comenzar ese diciembre. En sus memorias, Pipes recordaba “Moscú lanzó una campaña de propaganda masiva en Europa para frustrar estos despliegues, utilizando para este fin movilizaciones públicas a gran escala que sus agentes organizaron y financiaron”. El vicepresidente Bush “estaba preocupadísimo acerca de la perspectiva de tener que enfrentar muchedumbres anti-americanas”, y Pipes intentó convencerlo que “las muchedumbres eran manipuladas por profesionales de la movilización rentada”.

Como miembro del Concejo de Seguridad Nacional de Reagan, Pipes era considerado como un extremista de derecha en política soviética por proponer “hacer todo lo que esté en nuestro poder para cambiar el sistema, principalmente mediante una política de bloqueo económico y un programa de armamento vigoroso”. De acuerdo con Pipes, “la ofensiva ideológica de Reagan y su reforzamiento militar desestabilizaron a los rusos y les quitaron la confianza, adquirida durante los ’60 y ’70, de que tenían a Estados Unidos contra las cuerdas”.

Esta evaluación en sus memorias nuevamente falla en recalcular su estrategia nuclear a la luz de nueva evidencia soviética, a pesar de que Pipes se congratulara por haber “contribuido a la política exterior que colaboró en derrumbar a la Unión soviética, la fuerza más peligrosa y deshumanizante de la segunda mitad del siglo XX”.

Luego de su incursión en el gobierno, Pipes regresó tiempo completo a Harvard, donde cambió su foco académico desde las relaciones Estados Unidos-Unión Soviética de vuelta hacia la historia rusa. Luego de completar The Russian Revolution (La Revolución Rusa), Pipes se comparó a sí mismo con Chapman, traductor de Homero, “el trabajo para el que nací ya está hecho”. Un ex alumno de Pipes, Peter Kenez, fue menos empático en la que quizá haya sido la crítica más famosa y devastadora sobre un estudio soviético. El abismo político entre los archiconservadores y los liberales en 1991 era todavía bastante palpable. En el curso de la década anterior, la nueva historia social de académicos como Alexander Rabinowitch, Ronald Suny y David Mandel había reemplazado la narrativa simplista de la Guerra Fría y puesto en el centro del proceso revolucionario las acciones y sentimientos de los trabajadores comunes, los campesinos y soldados.

Algunos de los alegatos de Pipes eran tan descabellados, que el lector “quiera leer cierta oración dos veces” porque “quizás el ‘querellante’ se deja llevar simplemente por su propia retórica”. Kenez acertadamente desafía y ridiculiza muchas de las afirmaciones de Pipes: que la ideología bolchevique no es más que un fino velo para personas hambrientas de poder, que las manifestaciones de abril y junio fueron intentos de “golpe” de los bolcheviques, que los bolcheviques iniciaron la Guerra Fría deliberadamente, que el terror rojo era más violento que el terror blanco. Pipes incluso sostenía que el campesinado era y se mantuvo monárquico luego de 1917 sin ofrecer “fuentes para esta afirmación, porque no puede haber ninguna”.

Más problemático que su letanía de distorsiones históricas era el método histórico de Pipes. Su enfoque sobre la Revolución, sugiere Kenez, es ver “cada evento como una consecuencia de la siniestra manipulación de los revolucionarios, lo cual implica que no tiene sentido examinar los puntos de vista y los deseos de la gente común”. Desglosando la evidencia contraria, Pipes “despiadadamente excluye cada tópico y pizca de información” que no sea relevante para la “querella”. Esto significaba que Pipes “no tenía nada para decir de los objetivos emancipadores y la legislación de los bolcheviques…”. Su “odio hacia los revolucionarios es tan grande”, argumenta Kenez, que deja de ser un historiador y “se vuelve, en cambio, un querellante contra los revolucionarios”.

Pipes también atribuía gran poder a la propaganda. Como sugiere Kenez, “Pipes cree que la gente no quiere lo que parece querer, porque sus puntos de vista y por lo tanto sus acciones han sido manipulados por otros”. El enfoque de Pipes es el de “un hombre extremadamente conservador” y las únicas figuras que no son descritas como villanos o tontos en La Revolución Rusa son el General Kornilov y Nicolás II, “remarcables excepciones”, escribe Kenez.

Comentaristas conservadores han descrito incorrectamente a Pipes como el campeón de la democracia -obviamente sin haber leído este libro. La admiración de Pipes por viles señores de la guerra antisemitas no era para nada llamativo y sólo comprensible si se ubicaba su extremo conservadurismo no tan alejado del fascismo. En Communism: A history (Comunismo: una historia), Pipes defendía el apoyo de Estados Unidos en 1973 al golpe de Pinochet contra Allende en Chile, y en abril de 1996, Pipes afirmó en el auditorio de la Universidad de Toronto que “el fascismo italiano no era tan malo”. “Yo viví allí, había mucha opereta y mala arquitectura, pero no era mucho peor que la Polonia que había dejado en 1940”. En su búsqueda de alternativas al bolchevismo, Pipes no hizo el intento torpe de inventar una alternativa “democrática” al poder soviético -se puso abiertamente del lado de las fuerzas de las clases dominantes que se habían involucrado en la represión masiva como una “solución” a la Revolución Rusa.

Antes de la Revolución, el héroe de Pipes, Kornilov, era empático con las Centurias Negras antisemitas y durante la Guerra había hablado incesantemente de colgar “a todos esos Guchkovs y Milyukovs”, pero para agosto de 1917, tenía causa en común con los liberales, ya que ambos querían aniquilar la revolución. La tarde anterior a su intento de golpe, Kornilov dijo a sus generales: “Es tiempo de colgar a los agentes y espías alemanes, Lenin primero que todos” y juró que, si era necesario, “colgar a todos los miembros del Sóviet de los Diputados de Obreros y Soldados”. Pipes afirma que “el país anhelaba autoridad firme” queriendo decir que el deseo de las clases dominante, de ahogar la revolución en sangre, en su mente, representaba los intereses de la nación.

Pipes acusaba a Kerensky por su “negativa a tomar medidas resolutivas contra los bolcheviques” pero, en realidad, esta solución de degolladero sobre la Revolución Rusa estaba destinada a fallar. La mayoría de los obreros se rehusaba al desarme, y las clases dominantes simplemente no tenían suficientes matones en las calles para convertir en realidad sus aspiraciones dictatoriales.

La solución de represión masiva de Kornilov (y Pipes), sin embargo, reflejaba desarrollos reales que apuntalaron la política de los aliados en los años venideros. A pesar de los pronunciamientos acerca de la “democracia”, en diciembre de 1917, el presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson comenzó a enviar millones de dólares a varios fortachones en un intento de instalar “una dictadura militar” -como lo expresó el secretario de Estado Robert Lansing- colaboracionista de los intereses norteamericanos.

En una era de brutalidad, la violencia de clase contra los Romanovs y los pudientes era particularmente irritante para Pipes, a pesar de que la violencia masiva contra los rusos comunes no lo era. Mientras escribía La Revolución Rusa, “Sentía constante indignación de la duplicidad y brutalidad de los comunistas [quienes] me recordaban una y otra vez a los nazis”. Al escribir sobre la ejecución de la familia del zar, Pipes anotó en su libreta, “Huelo el tufillo del Holocausto (…) las chimeneas de Auschwitz”. Como partidario de los objetivos de guerra de Rusia, Pipes no tenía problemas con las 6.324 muertes diarias durante la guerra ni con el apoyo de Estados Unidos al masivo terror blanco. Como insiste Mike Haynes, “Sin gran asistencia de afuera, estos contrarrevolucionarios no tendrían ni la confianza ni los medios para continuar su guerra”.3

A pesar de que todos sus libros fueron escritos desde una perspectiva de extrema derecha, Pipes, así y todo, fingió objetividad en sus memorias al afirmar que su “metodología histórica es deliberadamente ecléctica [porque] los eventos son impulsados por diversas fuerzas (…) Me acerco a las fuentes con una mente abierta y espero que me guíen. El estudio genuino (…) descansa en la voluntad del historiador de ponderar el tema desde todos los ángulos, y esto lleva tiempo”.

Más precisa es su admisión del punto de vista del “gran hombre” y su desprecio por los rusos comunes. “En mi escritura histórica, mi interés central siempre ha sido determinar la mentalidad de los actores principales y luego demostrar cómo ésta influenció su comportamiento”. El corolario de este método era la “tajante distinción” que Pipes hacía entre “los rusos educados y la población en general”.

Luego de la funesta recepción que obtuvo su libro La Revolución Rusa, el siguiente volumen de Pipes, Russian Under the Bolshevik Regime (Los rusos bajo el régimen bolchevique) fue recibido con mucha menos fanfarria. Los villanos bolcheviques eran demasiado predecibles. El editor de Pipes incluso permitió un alocado ensayo en el medio del texto, Communism, Fascism, and National Socialism (Comunismo, fascismo y nacionalsocialismo), que comparaba los regímenes de Lenin, Mussolini y Hitler. Los héroes nuevamente son Kornilov, quien murió “trágicamente” a causa de un proyectil bolchevique y su reemplazante, Anton Denikin. Pipes se disculpa torpemente por Deniken, quien “combinaba la integridad personal con una profunda devoción a la causa”. Las tropas de Denikin cometerían algunas de las peores atrocidades de la guerra civil, como lo describe Bruce Lincoln, incluyendo la infame matanza de Kiev, en la que judíos indefensos en “enormes edificios de cinco y seis pisos comenzaron a dar alaridos desde la cima hasta el piso”. Asentamientos enteros de judíos siguieron al ejército rojo antes que enfrentarse a la ira de las fuerzas de Denikin.

Muchos de los siguientes libros de Pipes, incluyendo A Concise History of the Russian Revolution (Una breve historia de la Revolución Rusa), The Three “Whys” of the Russian Revolution (Los tres “porqués” de la Revolución Rusa) y The Unknown Lenin: From Secret Archive (El Lenin desconocido: archivos secretos) son esencialmente los mismos aburridos trabajos que se enfocan en su obsesión con Lenin. De hecho, el Lenin de Pipes era todavía muy conocido en 1996, era la encarnación del mal, y Pipes proveyó algunas nuevas citas y notas al pie para probarlo. Su comentario en El Lenin desconocido incluye: “Lenin tenía poco aprecio por la opinión de Trotsky sobre cualquier asunto de importancia”, Lenin “tenía desprecio por los rusos”, trataba “su vasto reino como un principado” y repetía el alegato de que fueron fondos alemanes los que “ayudaron a Lenin a crear una prensa partidaria y una red de células en Rusia, así como su ejército privado (los guardias rojos)”.

Las visitas de Pipes a Moscú en 1991 y 1992 vieron a “los rusos ebrios de libertad” pero, en 1993, la hiperinflación había hecho polvo decenas de millones de pensiones y ahorros en Rusia. Cualquier visitante en Moscú no podía evitar notar cada estación del subterráneo colmada de cientos de personas vendiendo los bienes de sus hogares, libros y mascotas en un intento de sobrevivir al colapso económico. Sin embargo, la preocupación principal de Pipes en sus memorias era un adelanto de las regalías por los derechos de traducción de Russia Under the Old Regime (Rusia bajo el antiguo régimen) “que podrían haber comprado una modesta cabaña en el campo, y ahora alcanzan para sólo dos porciones de pizza”.

“Muchos rusos pensaban que tan pronto como descartaran el comunismo y se declararan demócratas del libre mercado iban a nadar en la riqueza: de hecho, Yeltsin prometió algo así en su llegada al poder”. Pero en cambio, opinaba Pipes “con el colapso del comunismo, toda la red de servicios sociales que tomaban como un hecho se había evaporado y estaban por su cuenta en un mundo desconocido y salvaje”.

El desmantelamiento de los servicios sociales y el supuesto milagro del mercado, sin embargo, eran difícilmente una estrategia sólo de Yeltsin. De hecho, eran los colegas de Pipes del Harvard Institute for International Development (Instituto Harvard para el Desarrollo Internacional), quienes habían convencido al zar económico de Yeltsin, Anatoly Chubais, de los beneficios de “la terapia de shock”. Era “deseable -escribía el mismísimo Pipes en marzo de 1992- para Rusia continuar desintegrándose hasta que no quede nada de sus estructuras institucionales”. Como muestra Janine Wedel, esta estrategia eliminaba rápidamente “la mayoría de los controles de precios y los subsidios estatales que habían estructurado la vida de los ciudadanos soviéticos durante décadas”. Varios años más tarde, los oligarcas billonarios (y consejeros del Instituto Harvard para el Desarrollo Internacional) se encontraban entre los pocos beneficiarios financieros, mientras que los ciudadanos rusos se enfrentaban a la caída del estándar de vida en tiempos de paz más grande de la historia.4

En mayo de 1993, durante una ponencia en Noruega sobre Communism: The Vanquished Specter (Comunismo: el fantasma derrotado), Pipes alegremente pronunció que el fantasma de Marx y Engels, “que se había conjurado hace un siglo y medio sobre Europa, ha desaparecido de la noche a la mañana”. Nuevamente sugirió que “la bancarrota de la economía nacional, que en otros países traería el desastre, en Rusia tiene un rol positivo”. Esto era porque la gente se vería forzada a “tomar los asuntos en sus propias manos como debe ser si van a adquirir los hábitos de la democracia y el libre comercio”.

Pipes se mantuvo notablemente silencioso acerca del escándalo del Instituto Harvard para el Desarrollo Internacional y su propio “consejo”, recurriendo a un conocido fantasma para culpar de toda la catástrofe. “Aparentemente, con toda mi reputación como ‘guerrero frío’, había subestimado el daño que siete décadas de gobierno comunista pueden causar sobre el país y la psiquis de las personas”.

En 1996, Pipes estaba horrorizado frente al resurgimiento del Partido Comunista, escribiendo en la revista Commentary acerca de “nuestra” decepción de que Rusia no siguiera “el curso irreversible de la occidentalización”, que era ampliamente criticado como rusofóbico. El principal problema, de acuerdo con Pipes, era que “la política cultural de Rusia es hostil para con las instituciones políticas y económicas de occidente” y “hasta que los rusos sean conscientes de lo que deben cambiar en su propia cultura, es improbable que se conviertan en una sociedad ‘normal’”. Esto era lo mejor que Pipes podía ofrecer como explicación del colapso económico que él había alentado. Tan brutales eran los resultados de la transición que decenas de millones de rusos, para entonces, preferían a los stalinistas de siempre antes que “la terapia de shock”, mientras que el lacayo de Harvar, Chubais, era ampliamente reconocido como “el hombre más odiado en Rusia”.5

En un artículo en The Nation, el historiador liberal William Rosenberg apreciaba “el destacado espectro intelectual, el estilo cristalino y la capacidad de reunir una extraordinaria masa de detalles probatorios” del profesor Pipes, pero se quejaba de “una erudición distorsionada por la pasión”. La erudición de Pipes no estaba distorsionada por la pasión sino por su ideología de extrema derecha como apologista de su clase. Rusofóbico, campeón de la violencia masiva contra la Revolución Rusa, admirador de matones antisemitas, más peligroso como chiflado nuclear que el Dr. Insólito y un propulsor de la desintegración económica de Rusia, Richard Pipes fue el intelectual más talentoso que los dirigentes norteamericanos tenían para ofrecer durante la Guerra Fría.

Kevin Murphy es docente e investigador de Historia de Rusia en la Universidad de Massachusetts, Boston. Autor, entre otros libros, de Revolution and Counterrrevolution: clase struggle in a Moscow Metal Factory.

  1. https://www.jacobinmag.com/2016/08/robert-conquest-stalinism-soviet-union-collectivization
  2. https://nsarchive2.gwu.edu/nukevault/ebb285/index.htm
  3. https://www.jacobinmag.com/2017/07/lenin-trotsky-russia-1917-war-wwi 
  4. https://www.thenation.com/article/harvard-boys-do-russia/
  5. https://www.commentarymagazine.com/articles/russias-past-russias-future/

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