¿Otra vez las coordinadoras?

Sobre nuestra intervención en el movimiento obrero

La propuesta de declaración que Altamira presentó a la Conferencia Electoral, rechazada ampliamente por el voto de los delegados, volvió a insistir con la consigna de coordinadoras fabriles; incluso esta vez presentándolas como una tarea central. Decía: “llamamos también a formar coordinadoras de delegados de bases en todos los distritos industriales, para combatir los despidos masivos y cierres de empresas, como la tarea más urgente del momento actual”.


El tema ya fue abordado en diversos documentos. La objeción básica es que la “materia prima” de las coordinadoras -los cuerpos de delegados y comisiones internas, con autonomía de la burocracia y capacidad de movilización- prácticamente no existe; los que reúnen esos requisitos se cuentan con los dedos de una mano. El plenario de delegados gráficos, para citar un ejemplo que conozco bien, es la retaguardia del gremio y el principal apoyo de la directiva.


La idea, más modesta, de “coordinar las luchas”, es decir de reunir fábricas en conflicto con el fin de tomar alguna iniciativa común, aunque fuera mínima, tampoco prosperó (lo intentamos en torno de AGR y luego de Interpack).


La otra “variante” de coordinación, que no tiene nada que ver con lo que intentamos, son las convocatorias del PTS, consistentes en juntar despedidos de algunas empresas, sin mayor representatividad, para hacer “visibles los conflictos” -y al PTS- desentendiéndose de lo que ocurre en la base. Aunque tenga visos de farsa, detrás de esto hay una concepción: el movimiento obrero ha entrado en una etapa de retroceso (el fin del sindicalismo de base) y sólo existe margen para acciones de propaganda.


La cuestión de las coordinadoras (y la coordinación) remite, entonces, a la caracterización del movimiento obrero; que resiste, que lucha y pone un límite a la embestida capitalista pero no logra salir de una fase defensiva. Planteado de otro modo, la pregunta es: ¿por qué la clase obrera, que demostró gran predisposición a defender sus conquistas, no ha podido romper el cerco de la burocracia sindical, fragmentada y desprestigiada?


Recesión y cambios “estructurales”


Hay varios factores que confluyen. Uno es el que señala el documento político: la recesión ejerce una presión económica que desorganiza y retrae a la clase obrera. La crisis industrial no agudiza necesariamente la lucha de clases. Lo que se agudiza es la ofensiva patronal, mientras que la reacción obrera está condicionada (como afirma Néstor Pitrola en su respuesta a Altamira) a la presencia de tendencias combativas. La voluntad de lucha da paso al conflicto donde existen direcciones determinadas a organizarla o liderarla.


El otro factor es estructural. Los cambios en los procesos de trabajo que se vienen desenvolviendo desde hace dos décadas, en especial en algunas áreas de la economía (la industria automotriz, las telecomunicaciones, etc.) están transformando la estructura y conformación de la clase obrera. La reforma laboral no es otra cosa que una adecuación normativa a esta realidad desigual y un intento de generalizarla e imponer una reorganización integral de las relaciones capitalistas.


La multifunción, la tercerización, la “convergencia” o los sistemas de celdas, no son cosas nuevas, pero progresaron significativamente en los últimos años junto con el trabajo autónomo o independiente (“uberización”); uno de los aspectos de la reforma más caros a las patronales, cuya regulación la CGT discute en este momento. La incapacidad del macrismo para avanzar ordenadamente -señaló el economista liberal Carlos Melconian- obligaba a las patronales a imponerla “de facto”.


En los lugares de trabajo, en “la frontera” donde se produce el choque físico con el capital y donde se forja en gran medida la relación de fuerzas entre las clases, este avance capitalista produjo una pérdida de control de los procesos de producción y del espacio, es decir un salto en el disciplinamiento de los trabajadores, que tiene repercusiones directas en los medios de lucha. De conjunto, atravesamos un momento de debilidad de los organismos de base.


Desde ya, la lucha por recuperar cuerpos de delegados y comisiones internas sigue siendo clave. ¡Es lo que hacemos todos los días! Lo que llamamos la “transición” (el surgimiento de un nuevo activismo, clasista, que pugna por la conquista de los sindicatos), aunque a ritmo más lento, continúa; incluso los retrocesos o derrotas fueron compensados, en algunos casos, con nuevas posiciones (Inti).


El ejemplo reciente de la planta marplatense Textilana revela la potencialidad de la situación: una fábrica hiper-regimentada, donde el retroceso del activismo nos condenó al aislamiento por mucho tiempo. Nuestras denuncias -en soledad- sobre los atropellos de la patronal confluyeron con el hartazgo general y cuando estalló la huelga (por un mensaje anónimo), nuestro liderazgo fue determinante para llevarla al triunfo. Lo que los trabajadores reclaman ahora es pasar a la disputa por la seccional de la Asociación Obrera Textil.


Un historiador afirma que “a partir de la derrota de la ola huelguística de 1959-60, las comisiones internas perdieron centralidad y autonomía”, pero… resurgieron con fuerza una década después. La clase obrera argentina ha demostrado una gran capacidad de organización, ¿encontrará nuevas formas o un ascenso revitalizará a las comisiones internas, las renovará y les dará nuevas funciones (y, por lo tanto, se crearán las condiciones, entonces sí, para el surgimiento de coordinadoras)? Tal vez, ambas cosas. Después de todo, ninguna clase inventa todo de cero cada vez.


El tercer factor es que el debilitamiento “por abajo” tiene un reflejo en la conciencia porque mina la confianza en la acción directa y fomenta ilusiones, en este caso, en la salida electoral. El “hay 2019” no prendió sólo por un acierto publicitario. La contención de los aparatos, tal como señala la resolución de la conferencia, se mezcla con la adhesión de vastos sectores obreros a políticas de conciliación de clase: los compañeros de Neuquén mencionaron el ejemplo de la asamblea petrolera multitudinaria, convocada por el senador nacional y secretario general del gremio Guillermo Pereyra; no para luchar sino para llamar a votar al MPN. La derrota de los ’70 fue producto, en última instancia, del sometimiento político de la vanguardia a la JTP y Montoneros.


La dificultad de los trabajadores para oponer una resistencia aislada a los golpes patronales suscita la búsqueda de un eje general -es decir, político. La burocracia, que actúa a cuenta de la oposición patronal, la canaliza hacia el recambio electoral (“hay 2019”, “Chau Macri”, etc.). Pero por cualquier fisura -y la burocracia, dividida, ofrece muchas- se puede colar una irrupción obrera, como ocurrió el 14 y 18 de diciembre de 2017. En aquellas jornadas hubo pocas fábricas movilizadas de manera organizada, la mayoría eran contingentes de activistas y trabajadores, encolumnados en sus sindicatos, junto a una masa importante sin identificación. Algo similar ocurre en las marchas convocadas por el frente sindical opositor 21F contra los tarifazos.


Nadie es más consciente de esto que la CGT de los Héctor Daer, Luis Barrionuevo y compañía. Por eso esquivan el paro e incluso la movilización. Al escribir esto fracasaba, una vez más, la reunión del Concejo Directivo de la CGT, que debe resolver sobre la marcha del 4 de abril. Los diarios dicen que además de la preocupación por no alterar la negociación por los fondos de las obras sociales y el rechazo de la “mesa sindical Lavagna Presidente 2019” a un acto con Moyano, hay un temor pampa a un desborde: “el efecto atril”.


Consignas


Entiendo que el llamado a formar coordinadoras no encontraría un eco y es equivocado. Más aún, expresado a modo de ultimátum (“la tarea más urgente”) se convertiría en un obstáculo en nuestra agitación.


Las consignas son las palancas para mover a la clase obrera, para lanzarla a la acción. Las masas no aprenden leyendo libros, sino mediante su movilización y las lecciones que extraen de ella por la acción política del partido. Sobre este aspecto del debate también se ha escrito mucho.


Nuestra política no puede formularse sino a partir del nivel de conciencia que los trabajadores poseen en un momento dado; el punto de apoyo de esas palancas es la conciencia “presente” de las masas. El Programa de Transición define así la finalidad de nuestra política: “ayudar a las masas, en el proceso de lucha cotidiana, a encontrar el puente entre sus actuales reivindicaciones y el programa de la revolución socialista. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, que, partiendo de las condiciones actuales y de la actual conciencia de las amplias capas obreras, conduzcan a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado”.


Por eso, la Constituyente, un planteo propagandístico, debe ocupar un lugar subordinado, sujeto al ritmo de evolución de la conciencia, hasta que se vuelva actual o sea reemplazada por otra. Cuando se dice que la función de la consigna es ayudar a que surjan los soviets se invierte el problema y se pone de manifiesto un error metodológico. No existe nada en la situación actual de las masas que lleve a suponer que se movilizarán por eso.


Altamira afirma en su segundo texto que “no estamos ante un debate sobre la subjetividad de las masas, sino sobre la pertinencia o no de un planteamiento político de conjunto -Fuera Macri, Constituyente soberana, gobierno de trabajadores- para contribuir a esa subjetividad y preparar una evolución política”. ¡Pero no es posible contribuir a preparar esa evolución ignorando el estado presente de conciencia de los trabajadores!


Elaborar nuestra agitación en base a una especulación sobre el rumbo que podrá seguir la mentalidad de las masas en un futuro (porque “la crisis hará su papel”), cuando ese rumbo no está señalado de antemano sino que depende de una lucha política, significa renunciar a incidir en esa evolución y dejar un ancho campo a los partidos de la burguesía.


De paso, me permito señalar que no encontré entre los defensores de la Constituyente evidencia alguna de que la consigna haya jugado un papel progresivo en la crisis de 2001. Incluso un compañero se propuso demostrar su importancia recordando que en la prueba electoral que tuvo lugar dos meses antes del Argentinazo el resultado fue un fiasco; la consigna fue rechazada por las masas y, aun así -sostiene el compañero- persistimos. Curioso razonamiento. Sugiero revisar aquella experiencia de 2001 con ojo más crítico, antes que utilizarla como prueba de verdad.


Elecciones y movilización


La campaña electoral se desarrollará bajo el impacto de una crisis inmensa; una “bancarrota en la bancarrota” que supone la posibilidad de giros subjetivos y el desplazamiento de la expectativa electoral a las calles; eso afirma la resolución electoral. Nuestro desafío es vincular la campaña con las luchas y desarrollar un programa antagónico al de todas las alternativas capitalistas. El Congreso del FIT que proponemos tiene la finalidad de armar esta intervención.


Pero en un plano más amplio, para capturar esos posibles giros subjetivos y canalizar las “expectativas” -ya en las elecciones o en las calles- necesitamos promover otros canales de participación de nuestra periferia y de sectores de trabajadores o juveniles. En una situación que podría guardar alguna similitud con la Argentina actual, Trotsky promovió la formación de “comités de acción” del Frente Popular francés, para sacudir la parálisis en la lucha de clases que imponía la dirección -el PC y el PS- y llevar el frente único, del voto al campo de la acción. Los comités de enlace españoles, los comités de base del Frente Amplio, son otras experiencias que, más allá de su derrotero político, tuvieron un desarrollo importante.


Los Comités de Apoyo al FIT o a las candidaturas del FIT, que promovimos en el pasado, no tuvieron un desenvolvimiento, pero la situación es otra. Propongo examinar con cuidado la viabilidad, en numerosos frentes sindicales y en el Polo Obrero, de comités de este tipo, para luchar por el voto al FIT y por la preparación práctica por el paro activo, la ocupación ante los despidos y el reparto de horas, el congreso de delegados electos por la base de los sindicatos, etc.; podría ser una ruta de desarrollo en el movimiento obrero trazada desde “afuera de la fábrica”, complementaria con las agrupaciones y la Coordinadora Sindical Clasista.

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