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Un año de guerra imperialista

El 24 de febrero se cumple un año del comienzo de la guerra. ¿Qué análisis y pronóstico se pueden hacer? Lo primero que puede afirmarse es que no solo no se avizora un final cercano sino que marchamos a un agravamiento.

Se calcula que desde el inicio de las hostilidades han muerto 100.000 soldados rusos y otro tanto ocurre con Ucrania, lo que proporcionalmente es superior si tenemos presente que tiene apenas un cuarto de la población que Rusia. Pero todo indica que vamos a una etapa aún más brutal de la guerra. El ritmo de bajas de ambos bandos ha ido en aumento. Se calcula que Rusia está perdiendo en las últimas semanas alrededor de 1.000 hombres por día, lo cual no tiene precedentes, y ese salto se está registrando en las tropas ucranianas. Los pronósticos afirman que esta tendencia va a ir en ascenso.

Se ha abierto una carrera contra reloj entre el envío de tanques y misiles occidentales al frente y la inminente ofensiva general rusa, que tendría como objetivo prioritario la conquista de todo el Dombás.

El envío de tanques más modernos, los conocidos Leopards y Abrams por parte de Alemania y Estados Unidos, respectivamente, representa un salto en la ayuda suministrada hasta ahora. Recordemos que Biden había prometido que no iba a suministrar armamento sofisticado que pudiera impactar en territorio ruso.

Es oportuno tener presente recientes declaraciones del presidente del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, quien anunció el compromiso de EE.UU. y la Otan de “pasar a la ofensiva para liberar el territorio ucraniano ocupado por Rusia”. Según EE.UU., esto incluye todo el Dombás y la península de Crimea (WSWS, 22/1).

La línea que por ahora la Casa Blanca se resiste a trasponer es la entrega de aviones. Sin embargo, no se descarta un cambio de actitud, como ya ocurrió con otros reclamos.

En cuestión de semanas o meses, la Casa Blanca termina haciendo lo que había descartado.

Como lo comentó Yuriy Sak, asesor del ministro de Defensa ucraniano Oleksiy Reznikov, a Reuters: “No querían darnos artillería pesada, luego lo hicieron No querían darnos sistemas Hirmas, luego lo hicieron. No querían darnos tanques, ahora nos dan tanques. Fuera de las armas nucleares, no queda nada que no podríamos conseguir” (ídem).

Sobre este patrón, el New York Times publicó: “Si se sigue el mismo guión, la renuencia del Gobierno de Biden a suministrar aviones podría ser temporal” (New York Times, 18/1).

Mientras se desmiente el envío de aviones, lo cierto es que los preparativos ya están en marcha. Lockheed Martin ya aumentó la producción de aviones F-16. Los pilotos de caza ucranianos ya han empezado a entrenarse en Estados Unidos, probablemente con el F-16.

Importa señalar que esta clase de aviones son una pieza clave frente a la perspectiva de una guerra nuclear, ya que las bombas empeladas en este tipo de caza bombardero serían las primeros en explotar.

A partir de la llegada de los tanques pero con más razón en caso de que se concrete el envío de aviones, ya se habla del desembarco de empresas contratistas para garantizar el mantenimiento, transporte y suministro de armamento, cuyo personal debería instalarse en territorio ucraniano. Esto pone sobre el tapete la protección de ese personal y, de un modo general, de todo el circuito de abastecimiento, lo cual, a su vez, obligaría a un desplazamiento de fuerzas militares de los países de la Otan. Esto va a incrementar, a su turno, las presiones para la creación de una zona de exclusión que oficie de escudo frente a los ataques rusos y si esto no fuera suficiente, que la Otan despliegue tropas directamente en suelo ucraniano. Por lo pronto, la Otan ha dispuesto desde el inicio del conflicto la ampliación de la fuerza de acción rápida que asciende ya a 400.000 efectivos. Por su parte EEUU ha desplazado a una parte de su tropa de elite -la brigada 101 aerotransportada- que se encuentra en Rumania a 4 km de la frontera con Ucrania, un hecho sin precedentes desde la Segunda Guerra mundial.

Escalada y guerra nuclear

Esta escalada se da en momentos en que recrudece la ofensiva económica, diplomática y militar contra China. En palabras del Secretario General de la Otan, es allí donde se proyecta como el “mayor desafío”. En este contexto, la guerra de Ucrania es un tiro por elevación contra el gigante asiático. Las represalias comerciales estadounidenses se han incrementado bajo Biden, empezando por la ampliación de las barreras impuestas a la industria tecnológica de Pekín y en particular el acceso y producción de los semiconductores, un insumo clave en este sector. En la hipótesis de conflictos del Pentágono figura en primer lugar el país asiático y hasta algunos de sus miembros han arriesgado las posibilidades de una guerra para el 2025.

El Secretario de Estado norteamericano viene de visitar Corea del Sur en los últimos días de enero, ratificando su alianza militar. El Secretario de Defensa estadounidense estuvo en Filipinas ampliando los acuerdos militares. La flota norteamericana sigue operando en el estrecho de Taiwán, para respaldar la decisión de retirar el reconocimiento de la isla como parte de la República Popular. EEUU ha ampliado sus acuerdos militares con las principales potencias regionales con la mira puesta en un enfrentamiento. Por la magnitud y el poderío de los actores en pugna, el conflicto en el Pacifico supera al conflicto de Ucrania.

Hasta el día de hoy no hay ninguna certeza de que el globo chino que fuera derribado se tratara de un artefacto destinado al espionaje. Más bien lo que arrecian son las dudas ya que los globos se han vuelto anacrónicos para esta tarea cuando los satélites y aviones pueden cumplir esa función con mucho más eficacia. Los organismos especializados estadounidenses en la materia hasta ahora se han remitido a señalar que están en la etapa de investigación. A renglón seguido, se han detectado y derribado otros objetos no identificados. Hasta ahora, no hay ninguna evidencia que tengan conexión con China y menos aún que estén reservados a un uso militar y/o de espionaje. Esto no ha sido un impedimento para que se monte una gigantesca campaña publicitaria que es funcional al intento de crear un clima de histeria en la opinión pública contra la amenaza china.

El conflicto se va extendiendo fuera de Occidente. Irán, proveedor de drones y misiles de Rusia, sufrió a finales de enero un ataque a sus instalaciones de fabricación de dichos sistemas de armas. Pero seguidamente, el gobierno israelí anunció que analiza romper su neutralidad en el conflicto para dotar a Ucrania de armamento. “La visita de Olaf Scholtz, el Jefe de Gobierno alemán, a Chile, Argentina y Brasil, pidiendo a estos países que entreguen su armamento de origen soviético y sus Leopard a Ucrania -que fue rechazado-, muestra un intento de extender el conflicto a América Latina, que ya había anticipado días atrás la Comandante Sur de los Estados Unidos, Laura Richardson, al solicitar sin éxito lo mismo” (La Nación).

Esta escalda potencia la amenaza de una guerra nuclear. En respuesta a la ofensiva de la Otan que apunta a una derrota en regla de Rusia, Dimitri Medvédev, vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia, escribió una breve declaración en Telegram: “La derrota de una potencia nuclear en una guerra convencional puede provocar el estallido de una guerra nuclear. Las potencias nucleares no pierden los grandes conflictos de los que depende su futuro” (WSWS, 22/1). Moscú ha vuelto a reequipar sus submarinos con cargas nucleares, algo que no ocurrió en las últimas tres décadas

Pero mientras Occidente no se priva de acusar y responsabilizar a Putin de una posible hecatombe nuclear, la Otan encubre sus avances en esa dirección, inclusive para dar el primer zarpazo y golpear primero.

Preparativos de ambos bandos

En lo inmediato, el refuerzo que está haciendo la Otan apunta a provocar un vuelco favorable en la guerra, que se encuentra empantanada, sin que ninguna de las partes en conflicto pueda sacar una ventaja decisiva. La situación actual tiene bastante semejanza con la guerra de trincheras que dominó el escenario de la Primera Guerra Mundial. Asistimos a una confrontación desgastante en que Kiev, más allá de algunas contraofensivas parciales exitosas, no ha logrado recuperar el territorio perdido pero tampoco Moscú ha podido consolidar sus avances.

Rusia estaría preparando una nueva ofensiva, una vez que culmine el durísimo y gélido invierno que prácticamente inhabilita el desplazamiento de tanques y material bélico pesado.

Ya como un adelanto de lo que se viene, fuentes rusas señalan que ya han empezado a lograr algunos éxitos militares en el este ucraniano, en especial en la región de Donetsk, escenario de los combates más cruentos entre rusos y ucranianos en los últimos meses. “En la actualidad – según el ministro de Defensa ruso- se están desarrollando exitosamente las acciones militares en la zona de Ugledar (Vuhledar) y Artiomovsk (Bajmut)”. El ministro destacó la “liberación” en Donetsk y la región sureña de Zaporizhzhia de localidades como Soledar, que son fundamentales para el asalto a Bajmut (El País, 7/2).

La inteligencia británica descartó, sin embargo, una ofensiva general rusa y precisó que el objetivo de la actual fase de la conocida como “operación militar especial” será “casi con seguridad” la captura de toda la región de Donetsk.

En su opinión, los lentos avances rusos en el frente responden a que Moscú carece de la munición y las unidades necesarias para lanzar “ofensivas exitosas”, y pone en duda que Rusia pueda movilizar las tropas necesarias para dar un golpe sobre la mesa “en las próximas semanas”, como informó el diario Financial Times.

El ruso Ígor Guirkin, antiguo oficial de la policía secreta que lideró la sublevación armada prorrusa en el Donbas (2014), también se mostró “escéptico” sobre la posible ofensiva rusa y desaconsejó su comienzo.

“Yo conozco más o menos el estado de nuestras tropas y entiendo que éstas pueden defenderse. Pueden atacar en algún sitio, pero no (lanzar) una ofensiva. Puede acabar aún peor que antes de la escalada”, opinó

Desde la propia vereda rusa, se escuchan voces que confirman esta apreciación.

El jefe del grupo de mercenarios rusos Wagner, Yevgeny Prigozhin, “ha estimado que Moscú podría tardar hasta dos años en controlar todo el territorio de Lugansk y Donetsk, en el este de Ucrania, cuya captura es para Rusia un objetivo clave de la guerra” (El País, 12/2). O sea, la perspectiva más probable es una prolongación de la guerra en el tiempo y un escenario más cruel y atroz del que ya existe.

Rusia

Algunos analistas advierten que la ofensiva está llamada a fracasar si no incluye también la movilización no sólo de más hombres, sino de la economía y la industria nacional.

Las sanciones occidentales sobre el petróleo ruso empiezan a sacudir los cimientos de la economía y las finanzas públicas del país. Los ingresos públicos derivados de la venta de energía cayeron en enero un 46% respecto al mismo mes del año anterior, hasta marcar su menor nivel desde la pandemia, según el Ministerio de Finanzas de Rusia. A ese desplome en las entradas de caja del Kremlin se suma el gasto voraz de la guerra: la confluencia de ambos factores ha llevado al gigante euroasiático a registrar su mayor déficit fiscal para un enero desde el derrumbamiento de la Unión Soviética, en 1991 (ídem, 11/2).

El déficit ruso alcanzó los 1,76 billones de rublos en el primer mes del año, unos 22.400 millones de euros. En enero, los ingresos totales —no solo los energéticos— se hundieron más de un 35% interanual, y los gastos se dispararon casi un 59% por la voracidad de su maquinaria bélica en Ucrania.

En diciembre, el último dato disponible antes que Moscú estableciera un hermetismo total sobre los datos estadísticos, tanto el comercio minorista como la producción industrial —dos indicadores mucho más ilustrativos de la evolución real de la economía— sufrieron contracciones no vistas desde la pandemia.

El 5 de diciembre, la Unión Europea (UE) se cerró por completo a las importaciones de petróleo ruso y sus aliados del G-7 —liderados por Estados Unidos— impusieron un precio máximo al petróleo ruso que navíos y aseguradoras pueden transportar sin ser sancionados. La primera medida ha dejado a Rusia sin su principal mercado. La segunda ha trastocado por completo la logística necesaria para la operativa de su principal fuente de recursos. El principal efecto ha sido que las petroleras rusas están teniendo que vender con descuentos de hasta el 50%, al tener que asumir los enormes gastos del transporte del crudo en esas nuevas y penosas condiciones.

La reciente entrada en vigor del veto europeo a los derivados petroleros rusos —en el que el diésel ocupa un lugar muy destacado— amenaza con dar un golpe adicional a sus ingresos energéticos. Cuando, a diferencia del crudo, Rusia no está consiguiendo encontrar tantos compradores adicionales de estos productos.

Pese al daño grave y creciente sobre la economía rusa, no se ha derrumbado como algunos predijeron en un primer momento. Aun así, “el golpe está siendo sustancial”. Las previsiones preguerra apuntaban a un crecimiento económico del 3% el año pasado, y este acabó siendo del -3%: “Son seis puntos de diferencia, y eso que en el PIB está incluida la producción de armas, que, por supuesto, es irrelevante desde el punto de vista de la calidad de vida” (ídem).

Esta situación está obligando al Kremlin a echar mano de varias cartas guardadas.

A mediados de enero, el Banco Central ruso empezó a vender yuanes de sus reservas por una nueva regla presupuestaria que obliga a compensar así las menores entradas de dinero por el petróleo cuando el precio de éste se hunde.

La segunda carta de la que han echado mano consiste en exprimir a sus empresas: Rusia cerró el año pasado con un déficit del 2,3% del PIB, pero la brecha habría sido mucho mayor de no haber sacado 1,2 billones de rublos (12.000 millones de euros) de la caja del monopolio gasista Gazprom. Pero no ha sido suficiente: el Kremlin acaba de plantear una “contribución voluntaria” por parte de las compañías. En otras palabras, los márgenes de maniobra se achican y las tensiones se agrandan. Habrá que ver hasta qué punto se puede seguir ejerciendo esta presión económica.

En este contexto, no hay que olvidar que en sectores del pueblo, antes de la incursión militar, ya anidaba un sentimiento bastante difundido de descontento a partir de un deterioro de las condiciones de vida que venía sufriendo la población pero, por sobre todas las cosas, por la creciente desigualdad, en que se veía el enriquecimiento obsceno que venía siendo acaparado por la oligarquía rusa y un pequeño sector de la clase media, mientras la sanidad y los servicios sociales sufrían nuevos recortes de gastos. Un ejemplo de ello fue la reforma de las pensiones de 2018, contra la cual hubo un fuerte movimiento de oposición. El descontento está presente al punto que “incluso se ha convertido en un problema para los planes de guerra del gobierno ruso, porque no puede movilizar a la gente para el ejército. La gente simplemente no luchará por este régimen. Nadie quiere hacer ningún sacrificio por él, porque sus jerarcas son odiados por todo el mundo” (entrevista a Boris Kagarlitsky, Nueva Sociedad, Septiembre–Octubre 2022).

Kagarlitsky -prestigiado analista ruso de izquierda- sostiene que estos factores están entre las principales razones que precipitaron la decisión del Putin, utilizándola como cortina de humo y desvío del malhumor popular creciente y creando “una situación que justifique un estado de emergencia en el cual los que están en el poder puedan pasar por encima de cualquier obstáculo institucional o constitucional” (ídem).

Importa señalar que en los cálculos originales de Moscú la invasión sería una operación de corta duración. No podían imaginar que un año después se encontrarían en guerra sin siquiera consolidar la conquista del este ucraniano. Pero ahora es difícil dar un paso atrás, porque esto podría precipitar el derrumbe del régimen. Aunque todavía Putin aún mantiene el control de la situación, los reveses militares han socavado su imagen de infalibilidad. Putin ha exacerbado los sentimientos patrioteros y chauvinistas y a partir de ello ha conseguido arrastrar a un sector de la población, pero paradójicamente ha quedado crecientemente acorralado por el nacionalismo más reaccionario, dispuesto a pasarle factura en caso de que el Kremlin pretenda arribar a un acuerdo en el marco de una mesa de negociaciones.

Luego hay que tener en cuenta que “del otro lado, hay un sentimiento antiguerra muy fuerte, aunque esté muy reprimido. El gobierno está atrapado entre la espada y la pared, porque tienes un sentimiento antiguerra muy fuerte y tienes un movimiento proguerra, militarista y chauvinista y que se volverá opositor en el mismo momento en que el régimen llegue a un acuerdo. El peor escenario para Putin –y no está excluido que en algún momento esto pueda suceder, en particular si Rusia es derrotada militarmente– es que estas fuerzas, que son muy diferentes y se oponen entre sí en cada uno de los temas, podrían de repente atacar al régimen simultáneamente desde lados opuestos (ídem).

Ucrania

El gobierno ucraniano está sintiendo también los efectos de la guerra. Kiev ha tenido que admitir públicamente que se encuentra en una situación militar muy precaria. Y que las fuerzas rusas han retomado la iniciativa en algunas de las zonas en disputa, en particular en la lucha por Bajmut. Zelensky se quejó públicamente de que el “espíritu de lucha” de la población había disminuido notablemente. Su gobierno ha redoblado los esfuerzos para reprimir a los “desertores” y hay indicios de que hombres de todo el país están siendo reclutados a la fuerza por el ejército desde las calles.

Un año de guerra y el desgaste que trae aparejado están haciendo mella en la unidad del gobierno, y empiezan a ampliarse las grietas y divisiones.

El jefe de la fracción parlamentaria del gobernante Partido de los Servidores del Pueblo, Davyd Arajmia, anunció que Oleksandr Reznikov, ministro de Defensa de Ucrania, dimitiría. Reznikov se ha visto implicado en un gran escándalo de corrupción en el que se ha denunciado que altos funcionarios aceptaron sobornos masivos. Funcionarios del Ministerio de Defensa han sido acusados de adquirir alimentos para los militares a precios masivamente inflados. La destitución oficial de Reznikov no se ha producido, aunque algunos medios informan de que el Parlamento ucraniano votará al respecto (WSWS, 8/2).

En el marco del escándalo de corrupción, el Servicio Secreto Ucraniano (SBU) también ha realizado redadas en los domicilios del oligarca Ihor Kolomoisky y del exministro del Interior Arsen Avakov, famoso por sus vínculos con el neonazi Batallón Azov.

Estos episodios sin duda han puesto de manifiesto el saqueo que lleva adelante la oligarquía ucraniana, al mismo tiempo que la guerra intestina reinante entre las diversas camarillas y cliques que manejan los hilos del aparato estatal. La lucha contra la “corrupción” ha sido un método usual para ajustar cuentas y conflictos políticos dentro de la clase dominante atravesados por la intervención de las potencias imperialistas.

La purga del aparato estatal que se está desarrollando ahora es la mayor desde el comienzo de la guerra. También hay informes de importantes tensiones en el seno de la administración de Zelensky y el gobernante Partido de los Servidores del Pueblo, así como entre Zelensky y el jefe del Estado Mayor del ejército, Valery Zaluzhnyi, quien se postula como posible rival de Zelensky en las elecciones presidenciales de 2024. El jefe militar es un abierto admirador del colaborador nazi y asesino de masas fascista ucraniano Stepan Bandera y ha sido fotografiado en repetidas ocasiones en demostraciones de la extrema derecha.

Como telón de fondo, está la verdadera masacre social que está provocando la guerra.

“Más de 8 millones de personas han huido del país desde el comienzo de la guerra y varios millones de los que quedan viven en territorios controlados por Rusia. La inmensa mayoría de la población activa, que ya era la más pobre de Europa antes de la guerra, está ahora completamente empobrecida. Según las últimas cifras del Programa Mundial de Alimentos, casi uno de cada cuatro niños (22,4%) sufre desnutrición crónica y 12,8 millones de ucranianos que aún viven en el país solo tienen un ‘consumo insuficiente de alimentos’” (ídem).

Cada vez más, la suerte del régimen de Kiev depende de su alineamiento con las potencias imperialistas. Pero la integración de Ucrania a la UE está lejos de ser una panacea. La admisión da la UE requiere el acuerdo de todos sus miembros y puede demorar años. Pero, además, no implica una mejora para el pueblo. Más bien, está sujeta a un ajuste, pues los países que la integran están sometidos a una estricta disciplina fiscal, lo que implica severas medidas de austeridad. Los estados del este, empezando por Bulgaria y Rumania, son un testimonio de ello, con salarios rezagados, condiciones precarias de trabajo e índices de pobreza pronunciados.

Una Ucrania próspera, en el marco de la UE, es un espejismo. Estamos frente a un saqueo que apunta a apropiarse de los recursos que posee esta nación, como viene ocurriendo con la colonización de toda Europa del Este: mano de obra barata, la codiciada tierra que está siendo acaparada por inversores extranjeros y las materias primas, que, además de carbón y gas, incluyen elementos tan críticos como litio, cobalto, titanio, berilio y elementos de tierras raras, con un valor estimado en más de 7 billones de dólares.

Europa y más allá

El viejo continente tampoco ha quedado indemne. Estas últimas semanas han estallado huelgas en toda Europa en oposición a las severas medidas de austeridad que están aplicando los gobiernos y las grandes empresas, cuyo objetivo es hacer que la clase obrera cargue con el coste de la crisis. Millones se han manifestado en Francia, y medio millón en el Reino Unido.

Los gobiernos europeos han pretendiendo responsabilizar a Rusia por la situación social de sus respectivos países. Más aún, se está procurando justificar los recortes presupuestarios y ataques a las condiciones de vida en nombre de la asistencia a Ucrania. Este chantaje que tuvo su impacto inicial en la opinión pública se vuelve cada vez menos convincente y no están pudiendo detener el descontento que ha empezado a traducirse en huelgas y manifestaciones. El presidente francés Emmanuel Macron ha tratado de echar mano de estos justificativos para intentar acelerar una reforma jubilatoria, un objetivo largamente acariciado por la clase capitalista.

La bancarrota capitalista viene abriéndose paso con anterioridad a la guerra y, agreguemos, antes de la pandemia. Ambas circunstancias han acentuado las tendencias a la recesión y también a la inflación que ya estaban latentes, a partir de una curva descendente y desaceleración de la economía mundial y de la gigantesca emisión monetaria que los estados capitalistas venían ejerciendo en rescate del capital, sometido a severos aprietos económicos y financieros.

Lo que se encubre en los discursos que emanan desde los principales círculos de poder es que las tendencias bélicas responden a una crisis de fondo. La guerra es una tentativa extrema de superar las contradicciones cada vez más pronunciadas y violentas del sistema mundial capitalista. El capital pretende resolver su impasse actual llevando hasta el final el proceso de colonización del exespacio soviético y China. El imperialismo omite la responsabilidad principal que le cabe en la guerra actual, que viene madurando hace varias décadas con la expansión de Occidente en Europa del Este. El imperialismo es quien ha ido creando un cerco económico, político y militar contra Rusia. El conflicto de Ucrania es un eslabón de este proceso.

La guerra, asimismo, ha ido de la mano con la aceleración a un ritmo inusitado de la carrera armamentista. Los gastos armamentistas de las principales economías del mundo han crecido a niveles récord y se han incorporado a esa carrera Alemania y Japón que han entrado en un vertiginoso rearme, luego del desenlace de la Segunda Guerra Mundial. No olvidemos, asimismo, que el armamento es uno de los expedientes clásicos para tratar de contrarrestar las crisis de sobreproducción.

Transcurrido un año, la guerra está lejos de atenuar la crisis capitalista, más bien amenaza convertirse en un bumerán. Estamos en presencia de una catástrofe energética y alimentaria que va de la mano con un creciente dislocamiento y ruptura de la cadena de suministros, que ha echado más leña al fuego a las tendencias inflacionarias y recesivas. Las medidas tomadas hasta ahora por los bancos centrales, empezando por el aumento de la tasa de interés, no han logrado erradicar la inflación, pero han sido suficientes para frenar la economía. Todos los pronósticos de crecimiento de los organismos especializados son a la baja. Con el encarecimiento del crédito y el costo del dinero, asoma con más fuerza el fantasma del default de las empresas capitalistas y de los propios estados.

La crisis capitalista, potenciada ahora por la guerra, se está llevando puestos a los regímenes políticos. El caso más emblemático es el Reino Unido en el que en un lapso de poco tiempo han desfilado en el poder cuatro primeros ministros, sin que hasta ahora se vislumbre una salida. El primer ministro actual está en la cuerda floja y si se convocaran elecciones perdería en manos de los laboristas.

Pero lo más importante es que a partir de las grietas abiertas por este derrumbe se cuelan los trabajadores. Ya no solo se trata de sectores de las barriadas populares, de jóvenes precarizados o de fenómenos como los chalecos amarillos sino que está apareciendo en escena la clase obrera que viene sacudiendo los sindicatos y centrales, que se han visto obligados a romper con la pasividad en que se encontraban. Las tendencias a la huelga general se están abriendo paso desafiando la política de las direcciones sindicales adaptadas al Estado y a los partidos patronales.

Este mismo escenario se traslada a la periferia, donde la acción disolvente de la crisis se expresa incluso con más virulencia. Asistimos a una catástrofe humanitaria que viene haciendo estragos en los hogares de los países emergentes, sometidos al hambre y penurias inauditas y desesperantes que han sido el motor de las explosiones populares. En otras palabras, a un escenario explosivo donde se combinan severas crisis políticas e institucionales, con golpes reaccionarios pero también con enormes estallidos políticos y sociales protagonizados por las masas. Perú es el último eslabón de una sucesión de rebeliones populares que vienen estremeciendo América Latina.

El hecho de que las grandes potencias capitalistas coincidan en apuntar sus cañones contra Rusia y China no implica que se hayan disipado los choques y rivalidades entre ellas. Mientras proclama su voluntad de restablecer sus lazos con sus socios occidentales, dañados bajo el mandato de Trump, Washington no se ha privado de tratar de meter su cuña en Europa y someterla a su tutela. Las presiones estadounidenses han estado dirigidas desde hace mucho tiempo a socavar los vínculos económicos de Alemania con Moscú y quebrar la dependencia energética de la nación germana respecto al petróleo ruso. Una vía para favorecer el desembarco de las petroleras norteamericanas, con vistas a transformar a EE.UU. en la principal fuente de abastecimiento de combustibles de Europa.

Estados Unidos ha sido el principal responsable de que no se haya concluido con el gasoducto Nord Stream 2, que unía Rusia con Alemania cuando restaba muy poco para culminar la obra. Por otra parte, ya hay diferentes analistas y hasta figuras que nadie pueda dudar de su filiación, como Jeffrey Sachs, que plantean que EE.UU. ha estado detrás de los atentados que hicieron que el gasoducto Nord Stream 1 quedara afectado en su funcionamiento, de modo de acelerar el distanciamiento alemán con Moscú. Recientemente, la Casa Blanca tuvo que apretar las clavijas para forzar a Alemania a entregar tanques más modernos y sofisticados. La coalición gobernante de la nación germana liderada por Olaf Scholz se dividió en este punto, lo que habla de una división más general de la burguesía. La deliberación de la clase capitalista germana gira en torno al punto que hay que llevar la guerra contra Rusia. Existe el temor fundado de que un involucramiento mayor arrastraría a la Otan a un enfrentamiento directo, sin tapujos, con Rusia, y una de las principales afectadas por su vecindad con el teatro de operaciones sería Alemania. Agreguemos que las disputas entre EE.UU. y Europa giran también en torno a quién es el beneficiario de la colonización de las execonomías estatizadas en la que se está abriendo paso la restauración capitalista.

Comentarios finales

El panorama aquí descripto plantea un agravamiento de la guerra. No solo una intensificación sino su extensión. E incluso el peligro de una guerra nuclear, que asoma como amenaza para la humanidad, solo comparable con la crisis de los misiles en ellos sesenta alrededor de Cuba.

La marcha de la guerra, que ya lleva un año, no deja dudas de que no estamos ante una guerra de liberación nacional sino que Ucrania es una pieza dentro de la estrategia de la Otan de someter a Rusia, y por elevación a China, como parte de la colonización económica y política que se propone el imperialismo. El gobierno de Zelensky es un títere de este objetivo. Esa condición se ha ido reforzando con el correr del conflicto, en el que la ayuda e injerencia de las grandes potencias ha ido creciendo. El paso dado con el envío de los tanques más modernos pero por sobre todo la entrega de aviones que está en la gatera implica un salto en este proceso y despeja definitivamente la ficción acerca de la ausencia de un involucramiento directo de las potencias occidentales.

Esto no ha sido óbice para que mayoritariamente la izquierda mundial siga alineada detrás de la Otan, colocando el eje en la denuncia de la invasión rusa y abogando por su derrota en tanto encubre la responsabilidad de las potencias imperialistas en el conflicto. Esta actitud es unas de las razones que explica que las movilizaciones contra la guerra y la Otan no hayan ido creciendo en amplitud, cuando el conflicto viene escalando en intensidad.

En la vereda opuesta, una minoría de la izquierda, que se concentra en primer lugar en la propia Rusia, apoya la invasión, en nombre de que el régimen ruso, a su modo, está resistiendo al imperialismo. La política de apoyo a Putin priva a la izquierda de explotar a su favor el descontento que se viene registrando en franjas crecientes de la población rusa y permite que la derecha, en especial sus alas más nacionalistas recalcitrantes, levanten cabeza y capitalicen la pérdida del capital político de Putin y su gobierno.

El carácter imperialista de la guerra es incuestionable. No hay ningún interés popular de los trabajadores en juego, que son utilizados como carne de cañón en función de cálculos y apetitos de las elites dirigentes de ambos bandos. Ucrania no encarna una causa nacional y de defensa de la independencia del país ni Rusia es un baluarte de la lucha contra el imperialismo. Putin ha pretendido equiparar la ofensiva actual con la “guerra patriótica” ahora que se cumple un nuevo aniversario de la epopeya soviética librada contra el nazismo. Pero la invasión actual no tiene nada que ver con esa gesta. La camarilla gobernante y los oligarcas que la rodean apuntan a defender su lugar y su tajada en la restauración capitalista. La posibilidad de establecer un modus vivendi en el actual escenario internacional que abriga la burocracia del Kremlin se hace impracticable desde el momento que el imperialismo concibe el proceso de restauración capitalista, bajo su directa tutela y control, sin intermediarios.

Pero, más allá de estas consideraciones, los estragos y privaciones de las masas provocadas por la guerra vienen dejando sus huellas, hacen su trabajo de topo y están haciendo que los trabajadores entren en acción.

Esto pone a la orden del días lo aprobado en el Congreso de Stuttgart de la II Internacional que afirmaba que en caso de estallar la guerra “los obreros de los distintos países y sus representantes en el parlamento deben procurar con todos los medios aprovechar la crisis económica y política provocada por la guerra para agitar a las masas populares y acelerar el hundimiento de la dominación de la clase capitalista” (“La guerra imperialista hoy”, En defensa del Marxismo Nº 59, p.152).La guerra pone en máxima tensión el tejido y la organización social, agita a todas las clases sociales y coloca a prueba la capacidad de los estados para pilotear la crisis .En definitiva, sacude todo y es una fuente para el estallido de crisis políticas nacionales e internacionales, pero también de explosiones sociales. El capitalismo abre las puertas a la guerra pero también a la revolución social.

Este cuadro de situación realza aún más la vigencia y actualidad de una política internacionalista que parte de la premisa de que el enemigo fundamental de cada pueblo está en su propio país. La lucha contra las penurias derivadas de la guerra que está tomando vuelo a través de huelgas y rebeliones debe ir estrechamente unida a la denuncia y movilización contra la guerra imperialista, saliendo al cruce a todo el chantaje y cortina de humo distraccionista que realizan los gobiernos de uno y otro bando para confundir a los trabajador e inhibir y frenar su accionar.

La caracterización de la guerra actual como imperialista está reñida con un alineamiento con uno u otro bando, y tiene implicaciones políticas y prácticas muy claras. Se impone la necesidad de motorizar una campaña internacional que tome en cuenta esta premisa. A la guerra y enfrentamiento fratricida que se alienta entre los pueblos, es necesario oponerle la unidad de los trabajadores, en primer lugar de Europa y en particular de Ucrania y Rusia. Esa batalla tiene que darse en todos los terrenos y también en los campos de batalla, impulsando la confraternización entre los pueblos contra la Otan y su agente local, el gobierno de Zelensky, por un lado, y la burocracia restauracionista rusa, por el otro.

La actual catástrofe, que amenaza a la humanidad con una destrucción masiva, pone sobre el tapete la necesidad de desalojar a los gobiernos responsables de la guerra y abrir el paso a gobiernos de trabajadores, en el marco de la unidad socialista de Europa. Incluida Rusia. Esta tarea está reservada a la clase obrera. Bajo esta perspectiva, llamamos a poner en marcha una campaña internacional de movilización política.


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