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El arte y la cultura según Trotsky y según Rousseau: semejanzas y diferencias

Ponencia presentada al III Evento Internacional León Trotsky

En su Discurso sobre las ciencias y las artes (1750), el filósofo ginebrino Jean-Jacques Rousseau denunció que aquellas nacen legitimando el poder (1). Con un enfoque corrosivo, deploraba que, “hijas del ocio, lo nutren a su vez” (2). Esta concepción desató poco menos que un escándalo en la Francia educada de la época, pero sirvió para problematizar los orígenes del arte, que, en un sentido profesional, exige cierto nivel de desarrollo económico y social para su aparición.

Más de 150 años después, en su artículo “Cultura y socialismo” (1926), el revolucionario ruso León Trotsky explicaba que “dado que en su esencia la cultura es un fenómeno sociohistórico y que la sociedad histórica ha sido y continúa siendo una sociedad de clases, la cultura se convierte en el principal instrumento de la opresión de clase” (3).

¿Fue la única coincidencia entre estos dos grandes personajes? Y, en todo caso, ¿en qué se diferenciaban sus posturas sobre el tema?

Una crítica naturalista del arte

El filósofo ginebrino no ahorraba calificativos en su escrito acerca de las artes. Les atribuía un “origen mezquino” (4), paralelo a la corrupción de las almas (5); las calificaba, igual que las ciencias, como “perniciosas para los pueblos” (6), sostenía que “hacen más daño a las costumbres que bien a la sociedad” (7) y que deberían estar reducidas a un selecto número de consejeros del príncipe. Llevando la polémica a su extremo, aseguraba que “la Edad de Oro de cada pueblo ha sido la de su ignorancia” (8).

Para entender el significado de estas críticas, hay que hacer algunas referencias generales a los primeros textos de Rousseau. El ginebrino expuso una mirada idílica del hombre primitivo, “natural”, y se propuso rastrear de qué manera lo fue pervirtiendo la civilización. Así, ese primer hombre, hipotético, era autónomo, apagaba su sed en el primer arroyo que encontraba, y “no tenía noción de lo tuyo y lo mío, ni verdadera idea de justicia” (9). En esas condiciones, existía no más que un arte y técnica rudimentaria que “perecía con su inventor” y, por tanto, no daba lugar a un progreso acumulativo (10).

¿Cómo se llega desde allí al hombre civilizado, que para Rousseau es un hombre enfermo y envilecido? A tal efecto, esbozó una cadena de razonamientos teóricos. Rousseau arribó a la conclusión de que ciertas adversidades del ambiente (lo cual no se concilia del todo con el punto de partida de su análisis) empujaron a ese primer hombre a agruparse con sus semejantes, al principio con propósitos circunscriptos, luego de manera permanente. Se trata del germen del sedentarismo, de la familia y de la sociedad. Hasta cierto nivel, Rousseau no considera a la industria un mal, pero equipara el desarrollo de la agricultura y la metalurgia poco menos que con la perdición del género humano (11). Cuando ya no estamos en presencia del hombre solitario que se autoabastece, sino de grandes proyectos que requieren el concurso de una multitud de seres humanos, comienza también, para Rousseau, la dependencia, la propiedad, la esclavitud y la explotación (12). Este proceso, en la óptica del ginebrino, no era inexorable sino accidental, aunque sí pensaba que la “perfectibilidad” del hombre, que lo distingue de los animales y había hecho aquello posible, era la fuente de sus desgracias y lo transformaba en un tirano de sí mismo y de la naturaleza (13).

Con la riqueza y la desigualdad social aparecían también, para el autor del Emilio, el lujo y el ocio, al menos de una capa social, y como correlato de ello, las artes y las ciencias. Y, para el naturalista Rousseau, el lujo y el ocio eran los peores vicios humanos. El lujo “corrompe al rico que lo disfruta y al pobre que lo anhela” (14), decía.

Debido a su visión romántica de los orígenes humanos y su crítica de la civilización, este “primer Rousseau”, por así llamarlo, que dista bastante del autor de El Contrato Social (1762), fue caricaturizado por sus adversarios como un promotor de que el hombre volviera a caminar sobre cuatro patas. El autor, sin embargo, sostenía que se había limitado a enjuiciar, sin hacer prescripciones. Porque, para el ginebrino, ese estado salvaje era irrecuperable (15). Y afirmaba: “me he limitado a exponer el mal, que otros busquen el remedio” (16).

Si estos primeros trabajos de Rousseau tienen el mérito de explorar el origen histórico-social de los vicios humanos (a diferencia, por caso, del pesimismo antropológico de Thomas Hobbes, que los considera inherentes a la naturaleza humana), y de advertir acerca de los males asociados a la propiedad privada y la sociedad de clases, el defecto de los mismos es, claro, su craso naturalismo, que parte de una distorsión de la propia vida primitiva, que poco puede haber tenido de bucólica o envidiable. 

La presunta existencia real de ese “buen salvaje”, aislado y autosatisfecho, fue objeto de una severa crítica por parte de Marx en la Introducción a la crítica de la economía política (1857), donde el padre del socialismo científico sostuvo que no se puede concebir al hombre concreto, histórico, real, sino en contacto con sus semejantes, produciendo ya su vida en común. El “buen salvaje”, como otras “robinsonadas” del siglo XVIII, no se corresponde con los albores de la humanidad, dice Marx, sino que es una noción teórica que encuentra su caldo de cultivo en la disgregación de los lazos feudales y el desarrollo de la sociedad capitalista, con sus individuos aparentemente independientes entre sí (17). 

La visión marxista de Trotsky

Al igual que Rousseau, Trotsky asoció el surgimiento del arte con cierto nivel del desarrollo económico. Al menos en un sentido profesional, con un grupo social que puede dedicarse específicamente a esos menesteres, “el arte necesita bienestar, abundancia incluso”, decía en la introducción de Literatura y Revolución (18).

Tomando los textos del fundador de la Cuarta Internacional sobre la cuestión, podemos hablar de una doble dependencia del arte. En primer lugar, como función social del hombre. El arte sirve a la sociedad: educa a los individuos, expresa estados anímicos, etc., y se corresponde con cada época histórica; cada clase dominante creó su propia cultura y su propio arte, que fue la prevaleciente en el período de su dominio (19).

En un segundo sentido, Trotsky se refirió a la dependencia material de los artistas, abierta en el mecenazgo cortesano y más disimulada en la sociedad capitalista. Un artículo de 1910 analiza cómo la clase dominante rusa recluta a su servicio a las distintas capas de la inteliguentsia, entendida como los distintos géneros de profesiones intelectuales (20). 

Hasta aquí, hay alguna afinidad con ese planteo rousseauniano de que las artes nacen legitimando el poder. Pero, a diferencia de Rousseau, que considera al arte pernicioso y lo reserva a un grupo selecto de asesores del príncipe gobernante, Trotsky cree que puede jugar también un papel para la liberación humana, y le otorga un papel relevante en el proceso revolucionario posterior a 1917. Así, defiende una cultura de masas, universal, popular, que parte de la alfabetización masiva, la formación de corresponsales obreros, el desarrollo del cine y, más en general, la expansión del nivel cultural del pueblo trabajador (21).

Una parte considerable de ese trabajo consiste, en opinión de Trotsky, en la asimilación crítica de la cultura precedente. En el capítulo VII de Literatura y Revolución, por ejemplo, lleva a cabo una defensa encendida de los clásicos, frente a concepciones vulgares que los consideraban perimidos con el triunfo del socialismo. “Lo que Shakespeare, Goethe, Pushkin y Dostoievsky dieron al obrero es ante todo una imagen más compleja de la personalidad, de sus pasiones y sentimientos, una conciencia más profunda de sus fuerzas interiores, una percepción más nítida de su subconsciente (…) en última instancia, el obrero encontrará en ellos un enriquecimiento”. En el caso de algunos de estos grandes artistas (Trotsky citaba el ejemplo de Dante Alighieri), su genio consiste en que la profundidad de su visión los hace erigirse, hasta cierto punto, por encima de los prejuicios de su época, y por eso mantienen su vigencia (22).

Para Trotsky, diremos por último, no se trataba de crear una cultura proletaria dominante, como hubo una cultura esclavista o una cultura burguesa, ya que la clase obrera no tiene aspiraciones de dominio sobre otras clases sociales sino que busca librarse del yugo capitalista. La transición a una sociedad comunista, sin clases sociales, implica también el desarrollo de una cultura genuinamente universal (23).

Cuando el arte ataque

Como comentario final, frente a los peligros que se cernían sobre el mundo en 1938, Trotsky dejó en una carta a una publicación norteamericana una exhortación de estremecedora vigencia cuyo tramo final queremos compartir: “El arte, la cultura y la política requieren una nueva perspectiva. Sin ella la humanidad dejará de progresar. Nunca antes la humanidad había tenido ante ella perspectivas tan amenazadoras y catastróficas como hoy (…) En la era de guerra y revoluciones que se avecina, todo el mundo tiene que dar una respuesta: los filósofos, los poetas y los artistas, al igual que los simples mortales” (24).

Eso será, parafraseando al “flaco” Spinetta, “cuando el arte ataque”. 


Citas

(1) Jean-Jacques ROUSSEAU, “Discurso sobre las ciencias y las artes” [1750], en Rousseau (Madrid, Gredos, 2011). El ginebrino dice en el comienzo de la primera parte: “la necesidad elevó los tronos; las ciencias y las artes los han consolidado” (p.13).

(2) Ibidem, p.23

(3) TROTSKY, León. “Cultura y socialismo” [1926]. La edición consultada para este trabajo es la del CEIP León Trotsky (https://ceip.org.ar/Cultura-y-socialismo-5295). 

(4) ROUSSEAU, Ibidem, p. 22

(5) Ibidem, p. 15

(6) “Carta de J.J. Rousseau sobre la refutación de su discurso por M. Gautier, profesor de matemáticas y de historia, y miembro de la Real Academia de Bellas Letras de Nancy”, en Rousseau (Madrid, Gredos, 2011), p.43

(7) “Respuesta al rey de Polonia, duque de Lorena, observaciones de Juan Jacobo Rousseau, ciudadano de Ginebra, sobre la respuesta a su discurso”, en Rousseau(Madrid, Gredos, 2011), p.51

(8) “Ultima respuesta de J.J. Rousseau”, en Rousseau(Madrid, Gredos, 2011), p.76

(9) “Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres” [1754], en Rousseau (Madrid, Gredos, 2011), pp. 143 y 165.

(10) Ibidem, p. 168

(11) Ibidem, p. 178

(12) Idem

(13) Ibidem, pp. 150-151

(14) “Respuesta al rey de Polonia…”, pp. 64-65

(15) Ibidem, p.69

(16) “Ultima respuesta…”, p.94

(17) MARX, Karl. Introducción general a la crítica de la economía política [1857] (Córdoba, Cuadernos Pasado y Presente, 1973), pp. 3-4.

(18) TROTSKY, León. Literatura y revolución [1924]. La edición consultada para este trabajo es la del portal Marxists.org (https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1920s/literatura/indice2.htm)

(19) Ibidem, capítulo 5.

(20) TROTSKY, León. “La inteliguentsia y el socialismo” [1910], en Sobre arte y cultura (Madrid, Alianza, 1973), pp. 41 y ss. En este artículo, Trotsky también examina los virajes históricos que pueden conducir a un acercamiento de algunas capas de la intelectualidad a la causa socialista, pero no es el propósito de esta ponencia abordar la cuestión de los artistas y la revolución.

(21) TROTSKY, León. Literatura y revolución, cap. 6.

(22) Ibidem, cap. 7

(23) Ibidem, cap. 6

(24) TROTSKY, León. “El arte y la revolución”, en Sobre arte y cultura (Madrid, Alianza, 1973), pp. 208-09. Es una carta a la redacción de PartisanReview escrita en Coyoacán, México.

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