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Declinación imperial, expansionismo y gobierno fascista: el cóctel explosivo de Trump 2.0

El discurso inaugural de Donald Trump para su segundo periodo como presidente norteamericano abordó un tema que ya marcó su primera presidencia: la declinación de Estados Unidos como potencia central y la necesidad de recuperar su grandeza. La potencia de las proclamas de Trump de una “nueva era dorada” no surgieron entonces de su originalidad, sino  de que, a diferencia de su primer periodo, hace 8 años, ahora está reuniendo los elementos para largar una ofensiva en regla, con independencia de los resultados que logre con eso y las contradicciones que deberá atravesar.

El primer periodo de Trump estuvo marcado por las reiteradas crisis en su intento de imponer un régimen de poder personal. Su gabinete, su partido, su clase social se encontraban sistemáticamente divididos frente a su intento de concentrar el poder. Esta división no se reducía a un problema de los métodos que Trump pretende usar para llegar a sus objetivos. Expresa una divergencia de cuál es el objetivo a perseguir. El contraste con el gobierno intermedio de Biden permite juzgar con mucha claridad las coincidencias y diferencias de enfoque entre ambas fracciones de la burguesía norteamericana. 

Estados Unidos se ha colocado como cabeza de un sistema de relaciones internacionales que llevaron reiteradamente a declarar hace décadas que habían logrado un triunfo final y definitivo. Con el colapso de la Unión Soviética y su bloque internacional, el patrón del dólar como moneda internacional llegó hasta el último rincón del globo. Emitiendo dólares (que no están atados a ningún depósito de respaldo desde la crisis de 1971), emitiendo deuda norteamericana y forzando su compra, siendo la fuerza decisiva de los organismos financieros internacionales, siendo la fuerza decisiva de las alianzas militares y los organismos multilaterales, la posición de EEUU como potencia imperialista dominante aparece completamente atrincherada. 

Y sin embargo…

Su participación en el PBI mundial viene cayendo. Ha retrocedido indudablemente en términos geopolíticos en años recientes, debiendo retroceder de países donde había tenido tropas instaladas por muchos años, como Irak, Siria y Afganistán. Ha caído el desarrollo de su productividad, que aunque ha repuntado frente a Europa y Japón se mantiene más bajo que India y China y que los propio EEUU previos a la pandemia. Se ha combinado la emisión estatal creciente para rescatar a las empresas privadas de sus deudas millonarias y los quiebres planteados en 2008 y 2020, con el creciente gasto militar para sostener y participar en la guerra de Ucrania, la ofensiva Israelí y la militarización de la zona naval frente a China. Aunque han evitado la caída directa en una recesión, al mismo tiempo han generado una inflación y un ajuste contra las condiciones de vida de las masas que fue muy sentida y que impactó fuertemente en la caída de la popularidad del gobierno de Joe Biden.

Dos estrategias en la burguesía imperialista norteamericana 

Aunque ninguna nación tiene una potencia militar comparable con la de EEUU ni tiene posibilidad de reemplazarla de su lugar de dominación institucional, estos retrocesos son muy palpables. Trump ha identificado en su discurso las causas del declive en la desindustrialización del país y en una globalización de sus intereses que pretenden movilizar a su favor a potencias que al mismo tiempo aparecen como rivales empresariales en la disputa por los mercados. La conciencia sin disimulo de esta decadencia de la hegemonía norteamericana es el plus que ha distinguido a Trump de sus rivales.

Le ha sumado una amplia demagogia tendiente al fascismo que ubica a las conquistas de los movimientos de masas de las últimas décadas (derechos de las mujeres, de las minorías raciales y sexuales, sindicales, regulaciones ambientales) como un freno al crecimiento económico y un lastre para el desarrollo de la nación. Ubica a los demócratas pero también a la Unión Europea como centro de estas regulaciones. Y le ha agregado una agitación racista de pánico sobre los inmigrantes, pintándolos de criminales, locos e incluso de ¡comerse las mascotas de los norteamericanos!

También, sin duda, plantea una estrategia internacional divergente a los Demócratas. Aunque ambos coinciden en la hostilidad con China (Biden mantuvo y amplió las tarifas proteccionistas contra China que instaló el primer gobierno de Trump), Trump insiste en la posibilidad de llegar a un acuerdo con Putin para aislar a China y trata a la UE como los rivales más peligrosos, considerando que el gasto militar para proteger la UE es completamente parasitario. 

El carácter estratégico de esta divergencia, como lo hemos marcado reiteradamente, fue subrayado por el hecho de que fueron las amenazas del presidente magnate al gobierno ucraniano de recortar el gasto militar, lo que llevaron a los Demócratas y a funcionarios clave del Pentágono y el Departamento de Estado a promover el primer juicio político de Trump. Se trata por un lado de una divergencia de la estrategia para defender y reforzar el rol de potencia imperialista dominante de Estados Unidos, por otro una divergencia sobre los métodos para llevarlo adelante. Trump ha mostrado con toda claridad la pretensión de pasar por encima de la institucionalidad y los acuerdos bipartidistas que han regulado la vida política norteamericana luego de la guerra de secesión hace un siglo y medio, instituyendo un régimen de poder personal y un régimen de represión interna reforzada. Ese intento fue derrotado por una verdadera rebelión popular contra la policía racista en 2020. 

La negativa del mando del ejército a reprimir en ese momento selló la suerte del primer gobierno de Trump y expresó cabalmente esta divergencia en sus filas. El general Mark Milley a cargo de las tropas en ese momento expresó al jubilarse no que fuese infame usar al ejército para reprimir, si no que si el congreso no lo votaba, él no respondía a las órdenes personales de un presidente. En el acto de su jubilación Milley se reivindicó “juramos a servir por la constitución, no a un individuo, un tirano o un pichón de dictador”. Trump había llamado -en su momento desde sus redes sociales- a ejecutarlo por traidor. Para subrayar el problema estratégico del mando único en las fuerzas represivas, el primer acto del nuevo Secretario de Defensa de Trump en su segundo gobierno, Pete Hegseth, ha sido abrir una investigación contra Milley para quitarle su rango militar. 

Sus oponentes dentro de la clase dominante norteamericana se han opuesto a esta concentración de poder, pero no desde el punto de vista de los intereses de las masas o los pueblos oprimidos. Han mantenido a la policía asesina de minorías raciales y al complejo carcelario monstruoso, han multiplicado las guerras en el exterior. 

En términos de régimen interno, Trump, junto a toda la ola de fuerzas políticos y gobiernos ultraderechistas de los años recientes, tiene un mensaje claro. La modificación de las relaciones de fuerza internas en la sociedad necesita métodos de militarización y guerra civil. Y la posibilidad de disputar militarmente a nivel internacional necesita la posibilidad de movilizar a su población como soldados. Solo así podría EEUU pasar por encima del método de las misiones militares multilaterales, que más o menos hace pasar sus decisiones militares por el tamiz de sus aliados de la OTAN. En una sociedad donde la conscripción obligatoria se dejó de lado luego de la oposición de masas a la guerra en Vietnam y la derrota militar allí, significa revertir esa derrota histórica y poder imponer una militarización mucho mayor de la sociedad. 

Es fácil captar que el eje elegido por Trump para esta militarización en el nuevo periodo de gobierno ha sido el de la inmigración, descripta como una invasión con fines criminales. No importa aquí el hecho de que la expulsión de una masa de trabajadores inmigrantes sea impráctica, quizás imposible, y un golpe a la economía norteamericana. No se trata de conveniencia económica directa. Si no de una agitación política que permita justificar redadas policiales indiscriminadas de parte de fuerzas federales. Y en todo caso, la fracción migrante de la fuerza laboral que persista, lo hará bajo condiciones de explotación reforzadas por los avances represivos. 

La base social del segundo Trump y la madre de todas las burbujas

El ascenso electoral de Trump contra la herida presentación electoral Demócrata fue ganando progresivamente un mayor apoyo entre la burguesía norteamericana. Las promesas de desregulación y permisos de fusión han ido sumando a los capitalistas de los distintos sectores a apoyarlo y generado alzas de acciones festejando por anticipado los beneficios que cosecharán. La presencia de Elon Musk, el empresario más rico del mundo, no solo como parte de la camarilla de Trump sino con un cargo en su gabinete diseñado especialmente para él es la punta de lanza de este realineamiento del gran capital. Mark Zuckerberg de Meta-Facebook cambió sus políticas de control y filtrado de fake news en la semana de asunción de Trump, para destacar su cambio de alineamiento. Numerosos cargos estratégicos están cubiertos por la “mafia de PayPal”, que ha pasado en distintos momentos por la empresa de Peter Thiel, otro de los magnates que se anotaron temprano en el apoyo a Trump. 

Trump incluso respaldó a Musk y los capos tecnológicos cuando se enfrascó en una polémica online respecto a preservar a migrantes altamente calificados de la política general expulsiva. Varios comentaristas marcan la posibilidad de choques futuros entre esta base de funcionarios-empresarios cuya influencia crece en el mundo Trump y algunos de sus preceptos ideológicos más doctrinarios. Son empresas, como Tesla de Musk, con fuertes intereses e inversiones en China. También están buscando paquetes de subsidios estatales, mientras el discurso viene siendo de recortar el gasto estatal. Aquí también se anotan una primera victoria los empresarios tecnológicos con el anuncio del programa Stargate, un proyecto para avanzar las inversiones en inteligencia artificial que contaría con 500 mil millones de dólares en subsidios del Estado para ponerla en marcha. De conjunto, los magnates de las empresas norteamericanas, muchos de ellos extranjeros, como el sudafricano Musk, valoran el racismo y la política agresiva internacional como forma de una ofensiva para defender los intereses generales de su clase, por encima de las contradicciones que se empiezan a avizorar.

Sin embargo, ¿hay un crecimiento económico real que pueda sostener la exuberancia de la bolsa? Sin dudas ha habido una confluencia entre el momento del boom especulativo de las empresas tecnológicas y su matrimonio político con el nuevo gobierno de Trump. Pero la excepcionalidad del boom de la economía norteamericana festejado por las publicaciones económicas tiene un carácter limitado y contradictorio. Como marca en un reciente artículo Michael Roberts, si bien la productividad y las inversiones crecen a un ritmo mayor que en las economías mucho más planchadas de Japón, Europa y Canadá, lo hacen a un ritmo mucho más lento que en las dos primeras décadas de este siglo. Nunca se recuperó el ritmo luego de la crisis económica de la pandemia.1https://thenextrecession.wordpress.com/2024/12/04/us-economy-an-exceptional-boom-or-a-bubble-to-burst/

Lo más excepcional de la economía norteamericana es lo inflada que está la burbuja especulativa en la Bolsa de Valores. Ruchir Sharma, presidente de Rockefeller International, llamó a este proceso “la madre de todas las burbujas”.2https://www.ft.com/content/49cca8d7-7b6e-47e3-a50c-9557d7c85fc0 Las inversiones al sector tecnológico acicateadas por la expectativa en los saltos de productividad que promete el desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA) han concentrado como nunca las inversiones mundiales en un país y en un sector. Sin embargo, las muestras de que el desarrollo del IA no genera ganancias a la altura de estas inversiones han generado ya dos corridas, en Agosto y recientemente en enero luego de que se conocieran modelos de la empresa china DeepSeek que logra realizar las mismas tareas con muchísimo menos recursos. 

Aunque no ha sido un golpe final, lo de DeepSeek muestra que las tarifas proteccionistas que Trump agita como la gran arma de una guerra económica contra China no son para nada infalibles. Muchos economistas indican que el cierre de la economía norteamericana empujará aún más a un imbricamiento del intercambio entre sus rivales, y una pérdida del peso del comercio norteamericano en la economía mundial. El mercado norteamericano es sin duda grande, y apetecible para las exportaciones de muchos países. Pero no es irremplazable.  

Aunque estas dos corridas no han pinchado el globo especulativo, es claro que pueden repetirse a mayor escala a medida que el carácter infundado del ciclo alcista quede más al descubierto. La especulación fuera de control tiene otro rubro en las criptomonedas. Ya el gobierno Biden habilitó antes de irse nuevas regulaciones que permiten a los fondos de inversión invertir en criptomonedas.3https://prensaobrera.com/internacionales/el-bitcoin-se-dispara-mientras-los-bonos-de-la-deuda-de-estados-unidos-se-hunden La jura de Trump no solo fue festejada con un alza de las criptomonedas sino que esté lanzó una con su nombre en vísperas de la jura e incluyó entre los centenares de criminales amnistiados a Ross Ulbricht, fundador del sitio Silk Road, que funcionaba como una suerte de mercado negro de bienes ilegales a cambio de criptomonedas. 

Sin embargo, la economía real de Estados Unidos está lejos de este cuadro de excitación y optimismo. En general, la relación entre la producción industrial y el PBI norteamericano, y en general el consumo per cápita en el país ha caído fuertemente (más allá de altibajos relativos) en los últimos 25 años. Fuera de la tecnología, la energía y las redes sociales, el resto de las ramas de la economía son más bien de caída de las ganancias y endeudamiento. Los niveles de endeudamiento empresarial son muy altos, y más empresas han pedido la quiebra en 2024 que en plena pandemia. Un desinfle categórico de la burbuja podría tener un efecto letal, en un marco de una industria profundamente desinvertida.

Si las alas de empresarios tecnológicos e ideólogos de ultraderecha ya están chocando en el ascenso, se preparan fuertes conflictos cuando el proyecto de Trump deba enfrentar dificultades políticas y económicas. 

El circo del monstruo naranja

En el primer gobierno de Trump los funcionarios tradicionales del Partido Republicano y funcionarios de carrera de distintos organismos fueron en múltiples ocasiones un obstáculo al cambio de forma de gobierno, al intento de conformar un gobierno personal, bonapartista. Trump 2.0 ha venido a barrer con ese elenco tradicional en gran medida, luego de derrotar a sus opositores dentro del partido y trabajar para estructurar un movimiento que le responda enteramente para este nuevo período de gobierno. Algunas figuras conservadoras republicanas, como Marco Rubio, se han alineado con Trump y han sido seleccionadas para el nuevo gabinete. Pero gran parte de los cargos han sido ocupados por outsiders, venidos del noticiero Fox, como el ultraderechista Pete Hegseth a cargo de la defensa, o parias de la política, como Tulsi Gabbard, la ex demócrata con simpatías por Putin y Al Assad que ha colocado en la coordinación de los servicios de inteligencia. 

Hacia adentro del aparato del Estado, se está implementando en gran medida el famoso proyecto 2025, que plantea la precarización de las relaciones laborales en el Estado, el despido en masa de empleados estatales que no respondan políticamente a ellos y el reemplazo por leales a MAGA. Luego de dar por apócrifo al plan en la campaña, Trump ha nombrado a uno de sus arquitectos, Russ Vought, en la estratégica Oficina de Administración y Presupuesto. Desde esta poderosa oficina que coordina el gasto del Estado federal, no solo han cumplido con gran parte de las previsiones del Proyecto 2025, sino que han congelado el conjunto de los gastos nacionales e internacionales hasta nuevo aviso y una revisión caso por caso. Estudian incluso mecanismos de dudosa legalidad (“impoundment”) para hacerse de los fondos que hasta el momento controlaba el Congreso. 

Completan el recompuesto movimiento de Trump su base radicalizada. Los 1500 amnistiados, el día que tomó posesión del cargo, incluyen en primer lugar a los miembros de grupos de choque, milicias y neonazis que intentaron un golpe de Estado el 6 de enero de 2021, pero también policías y militares que han llevado adelante crímenes violentos y asesinatos durante sus funciones y extremistas religiosos que han atacado a clínicas de aborto. Estos movimientos ya actuaron como el intento de grupos de choque en una primera presidencia de Trump, y fracasaron en imponerse en las calles, frente a las movilizaciones enormes contra los asesinatos policiales racistas. La inferencia de que van a un rearme no es rebuscada. El “Shaman de Qanon” uno de los amotinados más visibles con un casco con cuernos en las fotos del 6 de enero posteó en sus redes sociales luego de recibir el perdón presidencial, “Voy a comprar armas, ¡Dios, amo este país!”. 

Racismo y militarización

Es evidente que Trump ha redoblado y llevado mucho más lejos que antes la agitación del problema de la inmigración, así como el de los cupos o beneficios para minorías como grandes elementos de agitación política reaccionaria. Esta agitación sirve para dividir a la clase obrera, facilitando la escalada de los niveles de explotación a los que son sometidas las capas más oprimidas, las minorías raciales y sexuales y sobre todo, en el nivel más golpeado, los inmigrantes indocumentados, que constituyen el 6% de la fuerza laboral norteamericana. 

La criminalización de un porcentaje importante de los trabajadores es un golpe significativo a la clase obrera y sus condiciones de organización. La acción directa de las fuerzas federales para hacer valer las resoluciones del Ejecutivo significan de hecho la militarización de las grandes ciudades del país, lo cual probablemente sea el objetivo más preciso de Trump en estas resoluciones. 

La invasión que denuncia literalmente no existe, bajo los gobiernos Demócratas hubo deportaciones récord. El enfoque pretende igualar directamente a la inmigración con los carteles de narcotráfico, a los que al mismo tiempo se cataloga de organizaciones terroristas, como estratagema legal para permitir el uso de las fuerzas armadas para las detenciones y deportaciones. 

En los primeros se han acumulado vertiginosamente las disposiciones persecutorias. El rechazo del derecho a permanecer en EEUU para quienes han hecho un pedido de asilo. El cierre de la frontera con México con las fuerzas armadas, planteando una emergencia militar allí. La modificación, flagrantemente inconstitucional, de las ciudadanías por nacimiento en territorio norteamericano. La disposición de expulsar a estudiantes extranjeros que participen de protestas. La deportación masiva de centenares de latinoamericanos a sus países en aviones militares y en condiciones violentas. Las detenciones masivas en muchos puntos del país, incluso sin revisar documentación, sino a grupos grandes de minorías raciales. El último hecho, de extrema gravedad fue la decisión de transformar la cárcel de la base militar de Guantanamo, en Cuba, de trato inhumano contra acusados de terrorismo, en un campo de concentración para inmigrantes con capacidad para 30 mil detenidos. 

Anexionismo imperial

Trump ha leído su triunfo electoral y la crisis política profunda que atraviesan los gobiernos europeos como una oportunidad para salir a abrumarlos y redefinir los términos de su alianza, o romperla. En esta línea está el planteo de anexión de Groenlandia, del canal de Panamá o de Canadá. Aunque no actúe de manera práctica o inmediata en función de estas amenazas, tienen el objetivo político de obligar a una redefinición de la relación con los aliados y de medir la opinión pública frente a la posibilidad de una guerra de anexión en función de los intereses nacionales.  

Hace un siglo, con el ascenso de EEUU frente a las potencias europeas, de palabra se quiso presentar como una renuncia a la ocupación imperialista la instalación de la hipócrita doctrina de “autodeterminación de las naciones” del presidente Woodrow Wilson. Lo que de todas maneras, no impidió que EEUU instale 800 bases militares en 70 países de todos los continentes. Se escuchan intentos de instalar la idea de que la doctrina de Trump es una “vuelta” al imperialismo. Hemos tenido un siglo de dominación imperialista yanki, que no ha pasado ni un año sin estar involucrado en múltiples conflictos militares en el mundo defendiendo sus intereses, incluyendo invasiones directas, apoyo a golpes militares y guerras mediante terceros. Es notable, sin embargo, que retome una idea de anexión territorial directa, citando a McKinley, el presidente que ocupó Hawaii, Filipinas, Puerto Rico y Cuba.

Su política no tiene nada, entonces, de pacifista. Su presión por un cese al fuego en Gaza ha sido un intento de volver a buscar un acuerdo de rediseño de la región de Medio Oriente en función de un choque con China, que necesita un acuerdo con Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Qatar, las dos primeras de las cuales se han vinculado al BRICS. Luego de jactarse de su rol en el cese al fuego, Trump ha empezado a reclamar que la población palestina sea “limpiada” (sic) de Gaza y llevada a países vecinos. Aunque por el momento no logró apoyo de Egipto, ni de Jordania para esto, su rol de sostén del sionismo y enemigo de la causa palestina ha quedado subrayado. 

Tampoco está clara su perspectiva para lograr un acuerdo en Ucrania. Rusia está avanzando diariamente sobre un frente ucraniano verdaderamente en crisis. Trump se había jactado de que terminaría esa guerra en un día, o incluso antes de asumir. Su enviado a la zona habla ahora de que necesitaría 100 días. 

Herr Trump y el problema del fascismo

¿En qué sentido podemos considerar que el programa de gobierno de Trump es fascismo? ¿Qué transformaciones plantea el fascismo?

Parafraseando las características centrales que Trotsky describía respecto al fascismo y nazismo clásico en las décadas de 1920 y 1930 , el fascismo es la movilización de un gobierno al servicio del gran capital y en particular del capital financiero, de la pequeño burguesía, lúmpenes y capas desclasadas de la clase obrera para actuar junto a las fuerzas represivas del Estado y destruir al movimiento obrero y a los sectores combativos de las masas, suspendiendo toda pretensión de libertades democráticas. Esta forma de gobierno profundamente reaccionaria está relacionada a la militarización y la guerra como forma de expansión propuesta para la nación, y es planteada como un recurso contrarrevolucionario, ya que la burguesía prefiere en general el gobierno democrático. ¿Corresponde, entonces, a la situación actual esta forma de gobierno?

Trump no abandonará inmediatamente el ropaje democrático por la razón de que el estado federal, ambas cámaras del congreso nacional y la corte suprema están dominados por sus partidarios. No está obligado, ni sería conveniente, en lo inmediato, a renunciar a las formas democráticas, aunque sin dudas su concentración de poder bonapartista pisotea la legalidad de muchas maneras en estos pocos días, y sin duda vamos a asistir a una etapa de judicialización extrema de la vida política en EEUU. 

Tampoco estamos frente a un ascenso revolucionario de la clase obrera, como los que activaron a los movimientos fascistas de entreguerras. Pero sí hemos asistido a una seguidilla internacional de importantes rebeliones populares y luchas de masas, en muchos países del mundo y en los propios EEUU. La rebelión del 2020, probablemente el proceso de movilización más masivo de la historia de ese país, y uno de los más radicalizados, hirió de muerte la salida represiva que el primer gobierno de Trump trató de imponer. Es cierto que la cooptación política de esos procesos de lucha y radicalización por el Partido Demócrata llevaron a una profunda desmoralización bajo el gobierno de Biden, aunque la enorme lucha de solidaridad con Palestina y los importantes conflictos obreros y procesos de sindicalización muestran que hay un proceso vivo de desarrollo de un activismo obrero y popular. Trump tiene claro que, en un punto de la pulseada, la posibilidad de imponer un régimen político represivo de poder personal va a depender del control de la calle, y se prepara en ese sentido. 

La posibilidad de un ciclo fascista promovido desde la principal potencia mundial y financiada por los capitalistas de su sector más de punta no puede ser despreciada. Un ciclo de expansionismo agresivo necesita, como hemos marcado, de un cambio de régimen político interno. EEUU, como las potencias europeas, han perdido hace décadas la posibilidad de movilizar a su población masivamente, forzosamente, como fuerza militar. 

La fascistización y la movilización militar imperialista están íntimamente ligadas. Como lo vemos en la realidad de Israel, no casualmente el modelo que reivindican los gobiernos de ultraderecha del mundo, el odio racista y el apoyo para el trato criminal contra los sectores oprimidos está anclado a las ventajas directas de avance sobre su territorio y riquezas que se ofrece como premio a los que participen. Los que participan de la pelea tendrán derecho a participar de los despojos. 

Claro que el salto al fascismo no es un hecho consumado, sino un componente potencial de la política de Trump. Necesita justamente colocar una derrota histórica a las masas dentro del país y consolidar su expansionismo hacia afuera para poder consolidarse. Las batallas decisivas están todas por delante. 

Como hemos marcado en artículos anteriores, una ofensiva tan profunda merece un debate sobre la herramienta a utilizar para enfrentarla. Los demócratas han intentado hacer uso electoral del pánico frente al fascismo de Trump, para luego participar tranquilamente del paso de mando y hasta garantizar el voto de su presupuesto, que no contaba con el apoyo total de la bancada republicana.

El espectacular fracaso del gobierno de Biden y Harris y toda su trayectoria como una fuerza imperialista, genocida, constructora de un régimen policial racista y opresor los impugna como fuerza que pueda servir para el cambio u oficiar de mal menor. La novedad disruptiva que puede cambiar la realidad política norteamericana es el surgimiento de una alternativa política propia de los trabajadores que canalice el proceso de radicalización de masas que se viene viviendo en el país, de reorganización de la clase obrera en sus lugares de trabajo y de crisis de la cooptación demócrata. 

La prueba de fuego está colocada ahora en enfrentar la ofensiva de despidos, detenciones de inmigrantes y deportaciones con los métodos de la clase obrera. Frente único, ocupaciones, movilizaciones, huelgas. La posibilidad de suprimir el avance fascistoide es derrotarlo en el campo de la acción directa de la lucha de clases. Las marchas contra Trump han sido muy extendidas, pero pequeñas. Esto responde a que solo la izquierda las ha organizado, mientras que los Demócratas han decidido abstenerse, a diferencia de su impulso a las marchas de mujeres que recibieron la primera asunción de Trump. Es de interés estratégico para la clase obrera mundial y los pueblos oprimidos del mundo que se forje en Estados Unidos una vanguardia revolucionaria capaz de enfrentar al matonismo de Trump. Se han reunido en la etapa de luchas previas todas las condiciones para que así suceda.

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