Reproducimos a continuación la ponencia presentada en la mesa «Trotsky y la economía soviética» del III Evento Internacional León Trotsky, realizado en Buenos Aires en octubre de 2024.
Milei basa su «batalla cultural» en combatir toda intervención económica del Estado como una «política socialista» (aunque en la práctica se sirve de ella). El terreno fue allanado por la identificación que hicieron gobiernos nacionalistas como el de Chávez o Evo Morales con el socialismo -«del siglo XXI»-, y buena parte de la izquierda latinoamericana que apoyó esas experiencias. Incluso, esa confusión es alimentada por la caracterización de «ola neoliberal» a la emergencia de gobiernos de ofensiva abierta contra los trabajadores y el pueblo. Así, el socialismo sería equivalente a injerencia del Estado en la economía, y el espectro político se ordenaría de derecha a izquierda según se profese menor a mayor intervencionismo (el «Estado presente»). Despejar esta distorsión requiere, como punto de partida, distinguir qué clase social es la que ejerce el poder, ya que hablamos de regímenes sociales y no de la ideología de los gobernantes. Para diferenciar al socialismo del estatismo burgués vale reflexionar sobre el papel que le toca al Estado obrero en la economía de transición al socialismo, y en ese sentido nos propusimos rescatar algunas claves de la elaboración de Trotsky sobre la Unión Soviética en su lucha contra el stalinismo.
El socialismo no es equivalente ni al estatismo ni a las estatizaciones. La intervención dirigista en la economía y las nacionalizaciones sólo pueden identificarse como socialistas si son emprendidas por un gobierno de trabajadores y apuntan a la expropiación del capital, si están dirigidas a superar las relaciones capitalistas de producción y reproducción social. El punto es que la revolución socialista, entendida como la toma del poder por la clase trabajadora, es simplemente el inicio de la transición. Lenin y Trotsky asumieron abiertamente que la vigencia de las relaciones de mercado no se anularía con un simple dirigismo estatal. El socialismo es la superación tanto del mercado como del Estado. La existencia de ambos está dada por una necesidad histórica, por la vigencia de la ley del valor como rectora de la producción social, y solo agotarán su papel histórico junto con ella. La abolición de la propiedad privada de los principales medios sociales de producción es solo el primer paso, y no hace más que plantear la cuestión.
El problema es muy complejo, y no buscamos hacer un repaso histórico minucioso del devenir de la revolución rusa. Lo que apuntaremos es que, contra el sentido común burgués de reducir la lucha de clases a una pugna entre «modelos» económicos -determinados por el grado de intervención estatal-, la experiencia de la URSS muestra que incluso un Estado obrero debe afrontar los cambiantes desafíos que se le plantean con intervenciones económicas también distintas.
Al mismo tiempo, consignas como la nacionalización de la banca, del comercio exterior, o de ramas estratégicas, pueden abonar la idea de que los socialistas somos estatistas extremos si se plantean como medidas aisladas, y no como parte de un programa dirigido a promover la intervención de la clase obrera para pelear por sus propios intereses y a orientarla hacia la lucha por su propio poder. Las estatizaciones burguesas, aún aquellas progresivas, pretenden siempre servir a un ciclo de acumulación de capital.1Redistribuyendo una parte de la renta nacional hacia un fondo de industrialización; con infraestructura necesaria para la producción y el transporte; brindando servicios públicos que abaratan la fuerza de trabajo y garantizan su reproducción con determinada calificación y productividad; otorgando créditos que fomentan la inversión, la construcción y el consumo. Eso cuando no son simplemente rescates al capital.
Trotsky estaba en México cuando Lázaro Cárdenas expropió las compañías petroleras y los ferrocarriles llamando a establecer un «control obrero». Era un choque con el imperialismo, ante el cual el gobierno mexicano buscaba apoyo en los trabajadores. El fundador de la IV Internacional planteó que había que recoger el guante, incluso en el caso que la representación obrera estuviera en minoría dentro de la administración de las empresas nacionalizadas; precisamente porque no se trataba de hacer de sostén al Estado burgués ni de ingresar al gobierno, sino de que «la participación en el manejo de una cierta rama de la industria brinda una amplia oportunidad de oposición política». Un «control obrero», o al menos una suerte de veeduría, permitía denunciar las limitaciones a esa experiencia por el rumbo económico general y enfrentar el boicot capitalista. Así, por ejemplo, los trabajadores «del sabotaje bancario extraerán la conclusión de que es necesario expropiar a los bancos y establecer un solo banco nacional, que llevaría la contabilidad de toda la economía (…) cuestión indisolublemente ligada a la conquista del poder por la clase trabajadora». Trotsky concebía posibilidades revolucionarias sólo si «basándose en sus posiciones en ramas industriales de excepcional importancia, los obreros llevan el ataque contra todas las fuerzas del capital y el Estado burgués».2Trotsky, L. «La industria nacionalizada y la administración obrera», en Escritos Latinoamericanos; CEIP, Buenos Aires, 2000. Es el arte de las consignas transicionales, cuyo punto de partida es comprender que el socialismo no es equivalente a una suma de estatizaciones.
¿Bolcheviques Market Friendly? La retirada hacia la NEP
La revolución rusa planteó problemas muy diferentes. En la Unión Soviética «la revolución victoriosa no es solamente una bandera, un programa, un conjunto de instituciones políticas; es también un sistema de relaciones sociales».3Y agregaba: «Sus dirigentes han traicionado la revolución de octubre pero no la han derrumbado, y la revolución tiene una gran capacidad de resistencia que coincide con las nuevas relaciones de propiedad, con la fuerza viva del proletariado». Trotsky, L. La revolución traicionada; Ediciones del Sol, México, 1969; pág. 206. Un nuevo tipo histórico de Estado había sido alumbrado por la clase obrera, pero la existencia misma de un aparato estatal expresaba la continuidad de antagonismos sociales, y significaba también la vigencia última de las leyes del mercado como rectoras de la producción.
Tanto es así que, a poco de andar, el estatismo generalizado que se había impuesto al principio como una necesidad terminó convirtiéndose en un torniquete que amenazaba con estrangular la economía soviética. Hubo que dar un paso atrás y recurrir a las normas del reparto burgués: al salario por productividad, al comercio, a una moneda estable.
Ocurrió así. Durante los primeros años de la revolución fueron expropiadas casi la totalidad de las empresas privadas. Eran los tiempos del «comunismo de guerra». Todo el tejido productivo fue puesto a disposición de las exigencias del frente de batalla con las potencias imperialistas y de la guerra civil.
En su informe al IV congreso de la Internacional Comunista, a fines de 1922, explicaba Trotsky: «La expropiación total, no solamente de la gran y mediana burguesía sino también de la pequeña burguesía urbana y rural, no ha sido una medida económica racional sino políticamente necesaria» para «romper la resistencia de la contrarrevolución y salvaguardar el poder de los soviets». «La guerra imperialista ya había obligado a abolir el comercio libre de granos y a adoptar el sistema del monopolio. Habiendo destruido, bajo la presión de las necesidades de la guerra civil, todas las organizaciones del capital comercial, el Estado obrero (…) se vio obligado a reemplazar el aparato comercial destruido por un aparato de Estado basado en la requisa forzada del excedente de las explotaciones campesinas».4Trotsky, L. «Tesis sobre la NEP y las perspectivas de la revolución mundial», informe al IV Congreso de la Internacional Comunista (1 de diciembre de 1922).
Más sintéticamente, diría, «el comunismo de guerra era una reglamentación del consumo en una fortaleza asediada». Pero lo que había sido fundamental para preservar el poder iba a convertirse muy temprano en una amenaza.
Con la derrota de las revoluciones en el resto de Europa y Asia, el gobierno obrero tuvo que afrontar los desafíos que planteaba la transición al socialismo no en el marco de una transformación internacional sino conminado en un «eslabón débil» del capitalismo mundial. Tras el triunfo en la guerra civil, el agotamiento productivo imponía la necesidad de una «retirada política en el frente económico». En 1921 se dio paso a la Nueva Política Económica (NEP), que implicaba el «renacimiento del mercado y de sus métodos e instituciones» con el objetivo de reanimar la economía soviética, no solo salvando del hambre sino mejorando el nivel de vida del pueblo trabajador que había hecho la revolución.
«El Estado soviético pasó de los métodos del comunismo de guerra a los del mercado. Reemplazó la requisa de excedente por el impuesto en especie, permitiéndoles a los campesinos la venta con absoluta libertad de sus excedentes en el mercado; se reimplantó la circulación monetaria y se tomaron medidas para estabilizar el rublo; las empresas de la industria de Estado se colocaron en el mismo nivel comercial y los salarios se pusieron en relación con la cualificación y el rendimiento; se alquilaron a plazo cerrado un gran número de pequeñas y medianas empresas industriales a empresarios privados».5La revolución traicionada…; pág. 58. Pero lo que había sido encarado como respuesta a un cuadro excepcional, como una «corta tregua», se convirtió en toda una época de la historia. Veamos entonces las causas y consecuencias del restablecimiento de: 1) el salario, 2) las relaciones comerciales con el campo, 3) la moneda, 4) el comercio exterior.
El salario y las normas burguesas de reparto
En su libro La revolución traicionada Trotsky detalló cómo quedó rápidamente refutada la aspiración inicial de los bolcheviques de pasar del comunismo de guerra a la organización de toda la producción y distribución de manera planificada, «al verdadero comunismo».6Un error, decía, «inexplicable si se olvidara que todos los cálculos se fundaban en esa época en una próxima victoria de la revolución en Occidente». En los primeros años de la URSS «la producción no cesaba de bajar y eso no se debía solamente a las consecuencias funestas de las hostilidades, sino también a la desaparición del estímulo del interés individual entre los productores».7ídem, pág. 28.
Las cartas de víveres y las tarjetas del pan no fueron la base para pasar a la norma comunista según la cual cada quien trabaja acorde a sus capacidades y recibe en función de sus necesidades. Para eso hacía falta una reconstrucción y reconversión productiva de toda la federación de repúblicas soviéticas; y a la vez eso, digamos, exigía pagarle al ingeniero como ingeniero, al agrónomo como agrónomo, y así. ¿De qué otra forma podría estimularse el desarrollo de las fuerzas productivas para mejorar el nivel de vida y no caer ante las potencias imperialistas? La recuperación del incentivo individual a la producción no podría ser otra cosa que la vuelta al salario, es decir a las normas burguesas de remuneración del trabajo, al reparto de bienes según la cantidad y calidad del trabajo individual.
La superación de esta contradicción pasaba por la lucha por el rendimiento del trabajo. En función de esa tarea, Trotsky apuntaba que ya Marx había previsto que la continuidad del derecho burgués sería inevitable en la primera fase del comunismo, porque «el derecho jamás puede elevarse por encima del régimen económico», y que Lenin lo completó señalando que como «el derecho no es nada sin un aparato de coerción que imponga sus normas (…) subsiste el Estado burgués, aunque sin burguesía». Así, resultaba entonces que el Estado que se impone como tarea la transformación socialista de la sociedad se ve obligado a defender la desigualdad.8ídem, págs. 54 y 55. Esa era la base objetiva del doble carácter de la burocracia que se enquistó en el poder: defensora de la propiedad socializada frente a la contrarrevolución porque de eso dependía su existencia, pero al mismo tiempo gendarme para reglamentar la desigualdad en el consumo de las masas. La necesidad de los métodos capitalistas de retribución del trabajo creaba a la vez las condiciones para que la fracción dirigente trocara su dominio político en privilegios materiales, y la nueva casta burocrática se consolidara como capa social.
Entonces, caracterizaba Trotsky, «dos tendencias opuestas se desarrollan en el seno del régimen. Al desarrollar las fuerzas productivas -al contrario del capitalismo estancado-, ha creado los fundamentos económicos del socialismo. Al llevar al extremo -con su complacencia para los dirigentes– las normas burguesas de reparto, prepara la restauración capitalista».9ídem, pág. 201.
Esa tensión planteaba un problema clave en la organización de los trabajadores. El fin del comunismo de guerra y el reparto estatal de alimentos puso en primer plano la cuestión salarial, y con ella la necesidad de la independencia de los sindicatos respecto del Estado, contra el nombramiento de dirigentes funcionarios y su estatización. En este punto fue Lenin quien tempranamente observó que el rol de los sindicatos seguiría siendo «defender los intereses materiales y espirituales de la clase obrera» ante el «Estado obrero con una deformación burocrática», contra la posición inicial de Trotsky (y Bujarin) de que solo debían actuar como órganos para la participación de las masas trabajadoras en la organización de la producción.10Lenin, V. I. «Sobre los sindicatos, el momento actual y los errores del camarada Trotsky», en Obras Completas tomo 42, Editorial Progreso, Moscú, 1986.
El tema se hizo más agudo hacia fines de la década del ’20, cuando el Primer Plan Quinquenal relevó a la NEP y la orientación del buró hegemonizado por Stalin pasó a concentrarse en promover indiscriminadamente el aumento de la producción. El principal recurso para incrementar el rendimiento del trabajo fue la reinstauración del trabajo a destajo. En ese marco surgió el llamado «movimiento Stajanov», básicamente dedicado a promover la intensificación de los ritmos de producción y la prolongación de la jornada laboral combinando la agitación, el ejemplo personal, los premios y las presiones administrativas. Trotsky, que llamaba las cosas por su nombre, reconocía que se trataba de un método capitalista en el cual los obreros ejercen violencia sobre sí mismos para cobrar más. Aún cuando no cuestionara su necesidad en el marco de la lucha por un mayor rendimiento, rechazó la definición de Stalin que hacía del estajanovismo un principio socialista: al contrario, la transición del socialismo al comunismo empezaría por la «abolición del trabajo a destajo como una herencia de la barbarie».
Más allá de algunos éxitos puntuales, el aumento del rendimiento medio del trabajo no podía derivar de esfuerzos individuales sino de la reorganización general de la producción y de las relaciones entre las empresas estatales, y de elevar el conocimiento técnico de millones de obreras y obreros; pero esas tareas estaban en contradicción con la dirección burocrática.11ídem, págs. 77 y 78. En el programa que defendió entonces la Oposición de Izquierda dicho reordenamiento debía ir en paralelo a una política de inversiones y desarrollo industrial, con el objetivo de ir superando el recurso de la superexplotación de la mano de obra. El mayor rendimiento del trabajo, alcanzado gracias al progreso de las fuerzas productivas -y ya no del agotamiento de los músculos y los nervios del trabajador-, debía dar lugar a una progresiva reducción de la jornada laboral. En definitiva, «el socialismo no podría justificarse por la simple supresión de la explotación; es necesario que asegure a la sociedad mayor economía de tiempo que el capitalismo», condición sin la cual estaría «desprovisto de porvenir».12ídem, pág. 73. La dinámica para superar el régimen burgués del salario, en términos hipotéticos, sería la siguiente:
Si traducimos, para expresarnos mejor, las relaciones socialistas en términos de la Bolsa, los ciudadanos serían los accionistas de una empresa que poseyera las riquezas del país. El carácter colectivo de la propiedad supone un reparto «igualitario» de las acciones y por lo tanto un derecho a dividendos iguales para todos los «accionistas». Los ciudadanos, sin embargo, participan en la empresa como accionistas y como productores. En la fase inferior del comunismo, que hemos llamado socialismo, la remuneración del trabajo se hace aún según las normas burguesas, es decir, de acuerdo con la calificación del trabajo, su intensidad, etc.
Los ingresos teóricos de un ciudadano se forman, pues, de dos partes, a – b, el dividendo más el salario. Mientras más desarrollada es la técnica y la organización económica está más perfeccionada, mayor será la importancia del factor a con relación a b; y será menor la influencia ejercida sobre la condición material por las diferencias individuales del trabajo.13El hecho de que las diferencias de salario en la URSS no sean menores sino mayores que en los países capitalistas nos impone la conclusión de que las acciones están repartidas desigualmente y que los ingresos de los ciudadanos implican, al mismo tiempo que un salario desigual, una desigualdad en el reparto de los dividendos. ídem, págs. 197 y 198.
Del viraje «hacia el campo» al volantazo de la colectivización
La relación de la dirección stalinista con el sector rural condensaba casi todos los problemas de la interacción con el sector no estatizado de la economía, y por eso marcó con toda violencia los virajes de la burocracia. Con la implementación de la NEP se pasó del garrote a la zanahoria, luego el Primer Plan Quinquenal que le siguió fue más bien una guillotina.
Como mencionamos, al finalizar la guerra civil el intercambio urbano-rural estaba prácticamente roto. «La ciudad pedía trigo y materias primas al campo sin darle a cambio más que las viñetas coloreadas llamadas dinero por una vieja costumbre. El mujik [campesino] enterraba sus reservas y el gobierno enviaba destacamentos de obreros armados para que se apoderaran de los granos».14ídem, pág. 28. Esto había llevado al país al borde del abismo, tanto por la amenaza de hambruna generalizada como por la ruptura que abría en la alianza entre el campesinado y la clase obrera gobernante.
En aquel informe al IV Congreso de la IC al que ya hicimos mención15Ver nota 4., en los comienzos de su implementación, Trotsky decía que «el principal resultado político y económico de la NEP es la seria y sólida alianza con la clase campesina, a la que el libre acceso al mercado le ha servido de impulso para la ampliación e intensificación de su economía (…) Así se crea no solamente un fondo de avituallamiento para el desarrollo industrial de Rusia sino, además, un fondo de mercancías de una extrema importancia para el comercio exterior». Esa exportación era vital porque permitiría crear un fondo para importar avances técnicos e invertir en el progreso de la agricultura y la industria. Para ilustrarlo, retomaba la fórmula de Lenin según la cual el restablecimiento del mercado tenía como uno de sus objetivos fundamentales lograr una «soldadura» basada en la circulación de mercancías entre los campesinos y la industria nacionalizada.16La revolución traicionada…; pág. 29.
Eso exigía que los precios de los productos industriales fueran lo suficientemente razonables como para motivar el intercambio. Al fin y al cabo, la NEP no dejaba de ser una «retirada», y entrañaba peligros muy grandes en la relación con el campesinado, que sintetizaba la tensión entre la propiedad socializada y la propiedad privada de los medios de producción. Trotsky alertó ya en 1923 al XII congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética que el desnivel creciente de los precios entre la agricultura y la industria (el cual ilustró con un diagrama que mostraba un movimiento de «tijeras», en perjuicio de la primera) era lo que amenazaba con romper las relaciones del campo y la ciudad. Advirtió que, si no se revertía el atraso de la industria, incluso los ciclos de buenas cosechas en lugar de aliviar la situación, alimentarían las tendencias capitalistas en el agro, favorecerían al campesino rico dándole la posibilidad de subordinar a los medianos y pequeños productores rurales, incrementarían la dependencia hacia ellos de la economía estatizada en cuanto a provisión de materias primas y alimentos, y «podrían así poner en manos de los elementos capitalistas un instrumento de desorganización de la economía socialista».17Trotsky, L. «Tesis sobre la industria», discurso pronunciado ante el XII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (abril de 1923).
Para afrontar esa tarea la Oposición de Izquierda propuso luego, entre otros puntos, fijar un «empréstito forzoso» en trigo al 10% más rentable de las explotaciones campesinas, abarcando a los agricultores más ricos de las aldeas.18Trotsky, L. Stalin, el gran organizador de derrotas; el Yunque editora, Buenos Aires, 1974; pág. 61. La fracción dirigente, en ese momento con Bujarin como escudero de Stalin, rechazó las propuestas y advertencias de la Oposición, la tildó de «superindustrialista» y afirmó que precipitaría la ruptura por un desproporcionado desarrollo industrial respecto del campo. Se impuso como línea oficial la máxima del «paso de tortuga» en la construcción del socialismo, rumbo que al poco tiempo obligó a una nueva retirada.
En abril de 1925 hubo que reconocer el derecho a alquilar mano de obra y tierras, lo cual significaba la potestad de las clases ricas de la aldea de explotar el trabajo de los pobres del campo. En contraste con la definición que hizo Lenin de la NEP como un paso atrás impuesto por las circunstancias, esta vez la burocracia inventaba la teoría de que por ese camino vendría un progresiva integración del campesino rico en la economía socialista -justo en el momento en que esa medida hacía prever un mayor intercambio de mercancías de los productores agrarios con el Estado.19ídem, págs. 47 y 48. «El campesinado se polarizaba entre el pequeño capitalista y el jornalero. Entre tanto el Estado, desprovisto de mercancías industriales, era eliminado del mercado rural (…) Hasta las mismas empresas socializadas tenían que recurrir, cada vez con mayor frecuencia, a los comerciantes en busca de materias primas».20La revolución traicionada…; pág. 31.
En síntesis, la burocracia stalinista convirtió su política «hacia el campo» en una «hacia el kulak». Al fortalecer al campesino acomodado, acentuó la desproporción con el atraso de la industria y terminó haciendo realidad aquel pronóstico de la Oposición, en la grave crisis del almacenamiento del trigo de 1928.
El fantasma del hambre sobrevoló la Unión Soviética otra vez, ahora por el acopio del trigo tras tres años de buenas cosechas consecutivas. Hubo que recurrir nuevamente a la coacción para garantizar el abastecimiento de alimentos. Fue la confesión de que la correlación de fuerzas había evolucionado en favor del sector capitalista de la economía. El campesino rico especulaba junto al comerciante de las ciudades, y arrastraba al campesino medio en su descontento hacia el Estado obrero, la industria nacionalizada y las experiencias de cooperación en la agricultura.21Stalin…; pág. 56.
El gobierno procedió con requisas y la expropiación de las reservas de cereales, incluso a los campesinos medios. La medida desincentivó a los productores y eso contrajo los cultivos, lo cual además dejó a una masa de jornaleros agrícolas sin trabajo. En este contexto crítico -y bajo el influjo de la revolución china- se produjo un viraje completo: el gobierno soviético giró hacia la «liquidación del kulak como clase» mediante la colectivización de la agricultura.
En el marco del Primer Plan Quinquenal se forzó el ingreso de los productores agrícolas de a millones en los koljozes, que eran las granjas colectivas, las cuales ni siquiera habían sido equipadas, cuando apenas contaban con herramientas propias de la agricultura parcelaria. La desmoralización se generalizó entre los propios agricultores. La colectivización forzosa tuvo así costos enormes: cayó la cosecha de cereales y mucho más la de los cultivos técnicos; se perdió (por sacrificio o venta) a la mitad del ganado; se cobró millones de vidas humanas entre el hambre, las epidemias y la represión.22La revolución traicionada…; pág. 42.
«La colectivización podía y debía tener un ritmo más razonable y formas mejor calculadas», diría Trotsky,23ídem. aún sosteniendo que la fragmentación extrema de las parcelas -heredada de la expropiación de los grandes dominios feudales por iniciativa de los propios aldeanos, en el curso de la revolución- había convertido en una necesidad vital la reorganización y reunión de las explotaciones agrícolas. Pero los desafíos de avanzar hacia una agricultura socialista no podían resolverse con orientaciones aventureras de la burocracia.
Podría parecer que los zigzag de la casta stalinista carecen de lógica, pero respondían con precisión a los intereses de la burocracia en cada momento y a su instinto de supervivencia. «El apoyo del Estado al campesino acomodado (1923-1928) implicaba un peligro mortal para el porvenir del socialismo. En revancha, la burocracia ayudada por la pequeña burguesía logró maniatar a la vanguardia proletaria y aplastar a la oposición bolchevique. Lo que era ‘error’ desde el punto de vista socialista, era un claro beneficio desde el punto de vista de los intereses de la burocracia. Pero cuando el kulak se hizo amenazante para ella, la burocracia se volvió contra el kulak».24ídem, pág. 224.
Este giro hacia la colectivización, que tomó como propias las advertencias «trotskistas» hasta entonces rechazadas, fue también el resultado de vivas luchas políticas. Hasta fines de 1927, en vísperas del viraje, la Oposición de Izquierda combatía la orientación de la burocracia que llevaba a la hambruna llamando al pueblo a dirigir su lucha contra el campesino rico y los especuladores del campo y la ciudad. Al año siguiente, en su documento al VI Congreso de la IC, Trotsky subrayaba que «si no hubiera habido todo el trabajo precedente de la Oposición, comenzando por la tesis de 1923 y acabando por el llamado de noviembre de 1927, si la Oposición no hubiera establecido de antemano su programa justo y no hubiera sembrado la alarma justificada en las filas del partido y de la clase obrera, la crisis del almacenaje del trigo hubiera precipitado el desenvolvimiento de la orientación de derecha hacia el desencadenamiento de las fuerzas capitalistas».25Stalin…; pág. 52.
La moneda y la inflación
Como vimos, la base para poder estimular el trabajo, tanto en el campo como en la ciudad, era pagar por él. Y para eso había que tener con qué. La cuestión monetaria también fue uno de los puntos críticos, del cual podemos extraer conclusiones importantes que refutan la idea del socialismo como sinónimo de intervención distorsiva sobre los precios y emisión monetaria indiscriminada.
La NEP había implicado por necesidad la estabilización de la moneda, pero la adopción aventurera del Primer Plan Quinquenal volvió a trastocar las bases del sistema financiero. Trotsky criticó entonces la ilusión de la burocracia de poder fijar los precios arbitrariamente, por vía administrativa, con la consecuente emisión monetaria sin respaldo alguno.26La revolución traicionada…; pág. 38. Después que la inflación hiciera estragos quedó claro que el hecho de controlar los principales medios de producción no era una base suficiente para que el Estado digitara el precio de las mercancías. Los precios, finalmente, seguían ordenándose en torno a la ley del valor como fuerza gravitatoria, y eso valía por supuesto para la mercancía-dinero. Fue necesario restaurar el rublo.
Trotsky afirmaba que la estabilización de la moneda requería que las emisiones estén limitadas por razones objetivas en lugar de supeditadas a la voluntad de la burocracia. Incluso afirmaba que con el reanimamiento de las relaciones mercantiles, al finalizar el Primer Plan Quinquenal, «el rublo se revelaba como el medio de una acción de la población sobre los planes económicos, comenzando por la calidad y la cantidad de los artículos de consumo. La economía soviética no podía ser racionalizada de ninguna otra manera».27ídem, pág. 72. En última instancia, la moneda servía también de contrapeso a la arbitrariedad burocrática, al contrastar los planes económicos oficiales con la realidad del mercado.
Sucede que la nacionalización de los medios de producción y del crédito, el monopolio del comercio exterior, la injerencia decisiva en el comercio interior, las restricciones a la herencia, todo eso limitaba la posibilidad de transformar el dinero en capital privado. Pero en cambio permanecían completamente vigentes las restantes funciones del dinero: como unidad de medida del valor y como medio de circulación y de pago.28ídem, pág. 64. Por eso decía Trotsky que «el aumento del rendimiento del trabajo y la mejoría de la calidad de la producción son absolutamente imposibles sin un patrón de medida».29ídem, pág. 65.
Hacia mediados de la década del ’30 la inflación había cedido y las reservas de oro del Banco del Estado se habían multiplicado. La URSS contaba ahora con un respaldo fuerte a su moneda. Aún así, los problemas de fondo no hacían más que salir a la superficie: uno de los imperativos vitales para superar el desquicio inflacionario era la necesidad de conocer los verdaderos precios de costo de la producción soviética. Efectivamente, destacaba Trotsky, «si el rublo soviético tiene un firme apoyo en el desarrollo general de la economía, el precio de costo excesivo es su talón de Aquiles», y respondía a las afirmaciones de la burocracia sentenciando que «no será la unidad monetaria más firme del mundo sino hasta que el rendimiento del trabajo soviético sobrepase al nivel mundial, es decir, cuando habrá que pensar en su muerte».
Enseguida vamos a meternos con la cuestión de la relación con el mercado mundial. Antes, dejemos sentado el sustento teórico de esta comprensión sobre el rol de la moneda:
Los dos problemas, el del Estado y el del dinero, tienen diversos aspectos comunes, pues se reducen ambos a fin de cuentas al problema de los problemas que es el rendimiento del trabajo. La imposición estatal y la imposición monetaria son una herencia de la sociedad dividida en clases, que no puede determinar las relaciones entre los hombres más que apoyándose de fetiches religiosos o laicos, a los que coloca bajo la protección del más temible de todos ellos, el Estado -con un gran cuchillo entre los dientes. En la sociedad comunista, el Estado y el dinero desaparecerán y su agonía progresiva debe comenzar en el régimen soviético. No se podrá hablar de la victoria real del socialismo más que a partir del momento en que el Estado sólo lo sea a medias y en que el dinero comience a perder su poder mágico. Esto significará que el socialismo, liberándose de fetiches capitalistas, comenzará a establecer relaciones sociales más límpidas, más libres y más dignas entre los hombres. (…) El dinero no puede ser ‘abolido’ arbitrariamente, como no podrían ser ‘eliminados’ el Estado y la familia: tienen que agotar antes su misión histórica, perder su significado y desaparecer. El fetichismo y el dinero sólo recibirán el golpe de gracia cuando el crecimiento ininterrumpido de la riqueza social libere a los bípedos de la avaricia por cada minuto suplementario de trabajo y el miedo humillante por la magnitud de sus raciones.30ídem, págs. 63 y 64.
Desarrollo industrial y monopolio del comercio exterior
La superación de los desafíos que se planteaban a la Unión Soviética eran entonces la reducción del precio de costo y el incremento del rendimiento del trabajo, para dejar atrás las normas del reparto burgués del salario por productividad, para equilibrar el intercambio desigual en detrimento del campo, y como única base que podía impedir la restauración capitalista por la presión del imperialismo.
Trotsky nunca perdía de vista el parámetro del mercado mundial, y consideraba a la división internacional del trabajo como la base objetiva del internacionalismo proletario.31Day, Richard B. «Trotsky y Preobrazhensky: la problemática unidad de la Oposición de Izquierda», en En Defensa del Marxismo N° 49, ediciones Rumbos, Buenos Aires, 2017; pág. 212. Si la revolución en Rusia había sido socialista era solamente porque la economía mundial tomada como un conjunto había entrado en la etapa de agotamiento histórico del capitalismo. Esto tenía implicancias muy concretas en la política económica que defendía para la URSS.
El problema no era simplemente promover el desarrollo industrial, sino atender la desproporción entre las diferentes ramas. En un discurso pronunciado en abril de 1923, al que ya nos referimos32Ver nota 17., Trotsky llamaba la atención sobre el atraso de la industria de medios de producción respecto de la de medios de consumo, y afirmaba sobre la NEP que «el problema de las relaciones mutuas entre la industria liviana y la industria pesada no puede ser resuelto en absoluto de acuerdo con la oferta y la demanda, ya que esto llevaría en unos pocos años a la destrucción de la industria pesada, con la perspectiva de su subsiguiente restauración como resultado de la presión del mercado pero sobre la base de la propiedad privada».
Ahondando, notaba que esa desproporción ponía sobre la mesa la cuestión vital del comercio exterior. «El problema de la construcción del socialismo no se resuelve simplemente por la ‘madurez’ o ‘inmadurez’ industrial del país. Esta inmadurez es también desigual. En la URSS ciertas ramos de la industria (más particularmente la construcción de máquinas) son insuficientes para satisfacer las necesidades más elementales del interior; otras, por el contrario, no pueden desarrollarse sin una exportación vasta y creciente (…) Los ramos ‘insuficientes’ no podrán tampoco desarrollarse si los ramos que producen ‘en exceso’ (relativamente) no pueden exportar. (…) esto significa justamente que las fuerzas de producción contemporáneas son incompatibles con las fronteras nacionales».33ídem.
Eso se expresaba en la presión que ejercía el capital imperialista. «Si produjéramos a los precios del mercado mundial, continuaríamos bajo su dependencia, pero esta sería infinitamente menos rigurosa que actualmente. Pero, por desgracia, no ocurre así. El monopolio del comercio exterior prueba por sí mismo el carácter peligroso y cruel de nuestra dependencia. La importancia decisiva que tiene ese monopolio para nuestra construcción del socialismo se deriva, precisamente, de la correlación de fuerzas desfavorable para nosotros. Y no se puede olvidar ni por un instante que el monopolio del comercio exterior no hace más que regularizar nuestra correlación con el mercado mundial, pero no la suprime».34Stalin…; pág. 122. En definitiva, el impacto de la ley del valor podía ser controlado por el monopolio estatal del comercio internacional, pero no podía ser negado; por lo cual, los precios y las decisiones de inversión soviéticas debían estar guiadas por una continua referencia a las condiciones prevalecientes en el mercado mundial.35Day. op. cit, pág. 211.
Por eso planteaba Trotsky que hasta que triunfara la revolución en las potencias centrales «tenemos que aminorar sistemáticamente la diferencia entre el rendimiento del trabajo en nuestro país y el de los otros. Mientras más progresemos estaremos menos amenazados por la posible intervención de los precios bajos y, en consecuencia, por la intervención armada».36La revolución traicionada…; pág. 244.
Este punto de vista era opuesto al desarrollo autárquico de la URSS que entonces postuló Stalin. «La dirección, engañada por los resultados del período de reconstitución (1923-1927) que se operó a base de un capital de fundación arrancado a la burguesía, se deslizaba cada vez más hacia la posición del desenvolvimiento aislado (…) desarrolló después, con ayuda de los golpes recibidos por las derrotas internacionales, la teoría del socialismo en un solo país. Se preconizó la ruptura con la economía mundial justo en el momento en que el término del período de reconstitución hacía cada vez más irresistible la necesidad de relacionarse con ella».37Stalin…; pág. 33.
Como rescata Richard Day, para entonces Trotsky hacía una valoración muy precisa del escenario internacional. Pasada la Primera Guerra Mundial y los alzamientos revolucionarios que le sucedieron, hacia mediados de la década del ’20 «las economías de Europa habían reanudado la apropiación de plusvalor, pero eran incapaces de emprender las inversiones correspondientes por carecer de nuevos mercados. La Unión Soviética debería, por lo tanto, suministrar los mercados requeridos a cambio de la importación del capital sobrante de Europa (…) La Europa capitalista y la Rusia socialista serían una unidad de opuestos y su unidad sería dictada por la necesidad de su interacción».38ídem, pág. 204.
El mismo autor resume en forma nítida el planteo que entonces defendiera el líder de la Oposición de Izquierda -en polémica con otros integrantes de la misma, como Preobrazhensky- acerca de cómo salir del laberinto. Los costos prohibitivos del capital fijo de la industria, sobre todo de la industria pesada, obligarían a inmovilizar el escaso capital por unos años y eso amenazaba con asfixiar a la industria liviana y tensar al extremo la relación con el campo. Para evitarlo «la capacidad de importación generada por la venta de granos debería utilizarse para comprar equipamiento de capital barato a los productores extranjeros que atienden al mercado mundial» mientras que «la industria soviética debería especializarse en los tipos más simples de equipamiento que tuvieran la demanda más grande, maximizando la economía a escala disponible dentro del país e importando del exterior los ítems más complejos. De esta forma, los cuellos de botella económicos serían evitados».39ídem, pág. 207.
Este planteo, que bregaba por un estudio preciso de estos problemas e incluso sobre las posibilidades de concretar inversiones extranjeras u obtener créditos internacionales, se diferencia tanto de la política del socialismo en un solo país como del proteccionismo parasitario de los Estados burgueses.40En 1933, cuando la Gran Depresión había incentivado el establecimiento masivo de barreras proteccionistas entre los Estados, Trotsky cuestionaba que «la política de la economía cerrada significa restringir artificialmente aquellas ramas de la industria que pueden fertilizar con éxito la economía y la cultura de otros países. También implica implantar artificialmente industrias que carecen de condiciones favorables para su crecimiento en el territorio nacional. Así, la ficción del autoabastecimiento económico produce un tremendo derroche en ambos sentidos». Ver «El nacionalismo y la economía» en Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición; CEIP, Buenos Aires, 1999. En lugar de promover un blindaje que perjudicara a los consumidores con precios gravosos, una vez que la industria liviana retornó a una condición cercana al pleno empleo Trotsky impulsaba que esta se volviera capaz de «protegerse a sí misma produciendo barato y con alta calidad». «En la economía nacionalizada, la calidad supone la democracia de los productores y los consumidores, la libertad de crítica y de iniciativa, cosas incompatibles con el régimen totalitario del miedo, la mentira y la adulación».41La revolución traicionada…; pág. 227.
La propiedad colectiva y el trabajo social
Las vicisitudes del Estado obrero de la Unión Soviética, vale insistir, muestran que la base social sobre la que se apoyó la burocracia para instaurar un régimen despótico fueron las tendencias capitalistas en el interior y la presión del imperialismo en el exterior. La imposibilidad de construir el socialismo en un solo país fue, paradójicamente, lo que convirtió a la burocracia en una necesidad histórica de la etapa de transición, a la vez que en un obstáculo.
Diferenciando la posición de esta capa social respecto de los políticos capitalistas, Trotsky destacaba que «en el curso de su carrera, la sociedad burguesa ha cambiado muchas veces de regímenes y de castas burocráticas sin modificar por eso sus bases sociales (…) El poder solo podía secundar o estorbar el desarrollo capitalista; las fuerzas productivas, fundadas sobre la propiedad privada y la concurrencia, trabajan por su propia cuenta. Al contrario de esto, en las relaciones de propiedad establecidas por la revolución socialista están indisolublemente ligadas al Estado que las sostiene. El predominio de las tendencias socialistas sobre las tendencias pequeñoburguesas no está asegurado por el automatismo económico –aún estamos lejos de ello- sino por el poder político de la dictadura. Así es que el carácter de la economía depende completamente del poder. La caída del régimen soviético provocaría infaliblemente la de la economía planificada y, por tanto, la liquidación de la propiedad estatizada.42ídem, pág. 203. Cursivas nuestras.
A su vez, la expropiación de la burguesía había convertido al Estado en una suerte de comerciante, industrial y banquero universal, que concentró la posibilidad de explotación del trabajo. Por eso la planificación de la economía debía contrastarse políticamente con la participación real de las masas en la dirección y adaptación del plan, «lo que no se concibe sin democracia soviética». Así, la pulseada se resolvería en definitiva entre las tendencias restauracionistas y la revolución política para reponer el poder a los trabajadores, expulsando a la casta burocrática.
Esa era la clave de la etapa de transición. «Para que la propiedad privada pueda llegar a ser social tiene que pasar ineludiblemente por la estatización, del mismo modo que la oruga para transformarse en mariposa debe pasar por la crisálida. Pero la crisálida no es una mariposa. Millones de crisálidas mueren antes de ser mariposas. La propiedad del Estado no es la de ‘todo el pueblo’ más que en la medida en que desaparecen los privilegios y las distinciones sociales y en que, en consecuencia, el Estado pierde su razón de ser. Dicho de otra manera: la propiedad del Estado se hace socialista a medida que deja de ser propiedad del Estado».43ídem, pág. 195.
La dictadura del proletariado seguía siendo entonces una fase dentro de los dolores de parto de la nueva sociedad. Y, en este punto, para Trotsky los problemas económicos no estaban disociados de los sociales y culturales. Incluso, era partidario de asumir que «aún somos demasiado indigentes y demasiado incultos para establecer relaciones socialistas entre los hombres: nuestros hijos lo harán».44ídem, pág. 129.
Tal vez sea la cuestión de la familia la que mejor condensa esta ligazón, ya que «mientras la sociedad no esté capacitada para asumir las cargas materiales de la familia, la madre no puede desempeñar con éxito una función social».45ídem, pág. 133. En otro de sus escritos, reflexionaba que «la transformación radical de la vida (la emancipación de la mujer de la esclavitud doméstica, la educación pública de los niños, la abolición del constreñimiento económico que pesa sobre el matrimonio, etc.) no avanzará sino a la par de la acumulación social y del predominio creciente de las fuerzas económicas socialistas sobre las del capitalismo». De hecho, «los más mínimos éxitos en el plano de la vida diaria corresponden, por definición, a un alza del nivel de cultura del obrero y de la obrera, que acrecienta en seguida las posibilidades de racionalización de la industria y (…) a su vez abrirá el camino a nuevas conquistas de la colectivización de la vida».46Trotsky, L. Literatura y revolución, Ediciones Crux, Buenos Aires, 1989; págs. 217 y 218.
El alcance de los avances hacia el socialismo no podría medirse entonces únicamente por medio de la contabilidad del progreso productivo en sí, sino en la valoración de su impacto en la sociedad. En ese desarrollo, sostenía, «la técnica inspirará con más fuerza la creación artística, y, más tarde, la contradicción misma entre la técnica y la naturaleza se resolverá en una síntesis superior. (…) La tarea de alimentar y educar a los hijos, que pesa como una rueda de molino sobre la familia actual, dejará de estar en manos de la familia para ser algo social. La mujer saldrá al fin de su situación de semiesclavitud. (…) Se desarrollarán, hasta un punto inconcebible hoy, las experiencias pedagógicas, en una emulación de métodos y sistemas alrededor de los cuales se formarán ‘partidos’ poderosos. El modo de vida comunista no surgirá ciegamente, sino que será edificado conscientemente, será controlado por la razón crítica, será dirigido y rectificado».47ídem, pág. 178.
Es la clave para la superación de la lucha por la supervivencia que desgarra a las sociedades de clases. «Todas las esferas de la vida, como el cultivo de la tierra, la planificación de la vivienda, la construcción de teatros, los métodos pedagógicos, la solución de los problemas científicos, la creación de nuevos estilos, interesarán a todos y cada uno. La gente se dividirá en ‘partidos'» en torno a esos debates, pero éstos «no estarán envenenados por ningún egoísmo de clase o casta. Todo el mundo estará interesado por igual en el éxito de la comunidad. La lucha tendrá un carácter puramente ideológico. En ella no habrá prosecución del propio interés».48ídem, pág. 163.
Así se imbricaban los problemas económicos, políticos y culturales de la transición; cuya resolución requiere toda una etapa de tránsito guiada por el Estado obrero -en el marco de una transformación internacional. En la superación de los antagonismos sociales por la acción revolucionaria de los propios explotados, el socialismo ofrece la única perspectiva para sacarnos de encima el poder despótico del Estado y la tirana indiferencia del mercado.