Se cumplen 80 años desde la finalización de la segunda guerra mundial. Esta se inició formalmente con la invasión alemana a Polonia el 1° de septiembre de 1939 y finalizó -en Europa- el 7 de mayo de 1945, al firmarse un tratado en Reims (Francia). Antes había caído Berlín a manos del Ejército Rojo: el 1° de mayo la bandera nazi fue arrojada desde la cúpula de la Cancillería alemana e izada, en su lugar, la bandera roja de la Unión Soviética.
La Argentina también se encontraba entonces en las filas de los países “aliados” vencedores.
Pero… la Argentina decreto la guerra a los países del Eje fascista recién el 27 de marzo de 1945, a escasas semanas de la derrota definitiva del III Reich y del suicidio de Hitler. El Japón anunciaría su rendición a fines de agosto y en Italia se rendían las últimas tropas alemanas, que actuaban aún en el norte, el 2 de mayo (Mussolini había sido capturado y fusilado por los partisanos el 28 de abril).
Argentina “participó” de la guerra –que costó unos 80 millones de víctimas a nivel mundial- sin disparar un solo tiro, ni tener bajas.
El imperialismo yanqui en la guerra
A fines de 1941, Japón atacó sorpresivamente la base aeronaval yanqui de Pearl Harbor (en Hawai, EEUU) infligiendo un importante golpe a su flota. Esto llevó a que el gobierno de Franklin D. Roosevelt, declarara formalmente la guerra al Imperio del Sol Naciente y la hiciera extensiva también a los países del Eje: Alemania e Italia.
Hasta ese momento, se trataba de una guerra interimperialista, donde se enfrentaban los imperialismos dominantes (Francia y Gran Bretaña) contra los nuevos imperialismos (Alemania, Italia, Japón) aspirantes a desplazarlos y obtener el control mundial.
El ataque japonés cambió drásticamente la política de neutralidad que había declarado el gobierno yanqui en el inicio de la guerra mundial.
Una “neutralidad” conveniente. Porque el imperialismo norteamericano -que venía desarrollándose desde el siglo 19, pero tomó gran envión a fines de la primera guerra mundial- había adoptado una posición “aislacionista”, esperando que los imperialismos foráneos se agotaran mutuamente en la guerra, para entonces poder irrumpir. Gran Bretaña presionaba al gobierno yanqui para que interviniera a su lado contra el avance del Eje; pero éste, sólo ofrecía ayuda para burlar el bloqueo marítimo nazi contra Gran Bretaña, resistiéndose a participar militarmente.
Japón quería desplazar al imperialismo occidental -particularmente al británico y francés (también holandés en Indonesia, etc.)- que tenían colonias directas en Asia y Oceanía. Había invadido Corea y China y se estaba extendiendo hacia Vietnam, Singapur, etc. Las derrotas sufridas por Gran Bretaña, debilitada por luchar en Europa contra el avance nazi y la caída de Francia, hacían promisorio su avance. Pero el ejército nipón era consciente que su objetivo de “Asia para los asiáticos (japoneses)” y el dominio del Pacífico, tendría la oposición de los EEUU. El imperialismo yanqui ya había decretado el boicot a la venta de petróleo e importantes materias primas a Japón y se preparaba activamente para intervenir en la guerra contra el avance japonés. La declaración de guerra a fines de 1941 a Japón se extendió a Alemania e Italia.
La alineación de América Latina
Junto a este choque de intereses con Japón, los yanquis venían actuando para desplazar al imperialismo británico de América Latina. Gran Bretaña había salido muy debilitada de la primera guerra mundial y EEUU trataba de avanzar sobre el dominio y la influencia inglesa en América Latina. La competencia entre monopolios e imperialismos, una ley ineludible del régimen capitalista, se manifestaba vivamente. Los yanquis avanzaban, los británicos retrocedían, pero se defendían para mantener sus cotos de influencia.
Washington venía promoviendo “Conferencias Panamericanas” para tratar de subordinar a las repúblicas de América Latina a su influencia política, apoyándose en su creciente peso comercial y sus inversiones financieras y en la amenaza potencial de sus cañoneras. En esas “Conferencias” se votaba una política de neutralidad, pero… preparando una acción conjunta, si alguno de los integrantes americanos fuera agredido por una potencia extracontinental.
Luego de Pearl Harbor y de la declaración de guerra yanqui al Eje, se convocó a la III Conferencia Latinoamericana de Cancilleres en Río de Janeiro para mediados de enero de 1942. Antes, el 2 de enero, Roosevelt y Churchill, firmaban la llamada Carta del Atlántico, constituyendo un frente guerrerista común. En la reunión de Río de Janeiro que se realizó a partir del 15 de enero, los EEUU intentaron que todos los países latinoamericanos firmaran un documento uniéndose a los aliados (romper relaciones diplomáticas y comerciales con las potencias del Eje, declarar la guerra, etc.).
Argentina, se negó a romper con su política de neutralidad. (Similar actitud adoptó el gobierno chileno).
Comenzó entonces una fuerte presión diplomática, política y económica yanqui contra el gobierno argentino.
Una “neutralidad” pro británica
Es de hacer notar que Gran Bretaña alentó, bajo cuerda, el neutralismo del gobierno argentino. Los EEUU venían aprovechando la lucha contra el fascismo como factor de penetración en los países latinoamericanos, desplazando la influencia británica. La “resistencia” argentina, estaba apoyada por los poderosos intereses con que se había entrelazado el imperio inglés con sectores dominantes de la Argentina. No olvidemos que a raíz de la crisis mundial, en 1933 se había firmado el Pacto Roca-Runciman, por el cual Argentina se subordinaba comercialmente a Gran Bretaña, a cambio de que esta siguiera aceptando recibir exportaciones de las carnes argentinas. Pero el estallido de la guerra y el bloqueo (con decisivo peso de los submarinos) declarado por Alemania contra Inglaterra, le dio un vuelo más importante. Los ingleses necesitaban que la Argentina se mantuviera “neutral” para garantizar que siguieran llegando los embarques de las carnes y granos para alimentar a sus ejércitos y población. El 40% de la carne que consumía Gran Bretaña provenía de la Argentina.
La clase burguesa argentina, sus partidos e incluso las fuerzas armadas, se dividían entre “aliadófilos” y “neutralistas”. Entre estos últimos estaban, lógicamente, sectores partidarios de apoyar a Alemania e Italia.
El capital germano venía avanzando, hasta la guerra, comercialmente y en la radicación de inversiones, pero era bastante menor aún a la presencia británica y yanqui.
Gran Bretaña alentaba el “neutralismo” argentino que garantizaba el comercio de alimentos (en su mayoría fiado); EEUU presionaba abiertamente para que Argentina se plegara a la guerra. Sectores “nacionalistas” argentinos, incluyendo a parte considerable de sus mandos militares, tenían posiciones antiyanquis (y muchos habían coqueteado con el fascismo español, italiano y germano). Esto facilitaba la acusación yanqui de fascistas al régimen militar que se instaló con el golpe militar de 1943, en cuyas filas se encontraba Perón.
La oposición “democrática”
Se organizó una oposición “democrática” reclamando la ruptura de relaciones con los países del Eje y la declaración de guerra.
El Partido Comunista argentino (PCA) había sido neutralista incluso denunciado la guerra como imperialista. Acompañaba el pacto firmado entre Ribbentrop (Hitler) y Molotov (Stalin) y denunciaba al imperialismo británico. Pero su posición sufrió un giro drástico, cuando el 22 de junio de 1941, Hitler lanzó una invasión directa contra la URSS. Pasó a levantar, siguiendo la orientación internacional stalinista, la necesidad de que el gobierno argentino se alineara directamente con los “aliados” en defensa de la “democracia”. El PCA tenía influencia en algunos importantes sindicatos. Con este cambio de posición, las luchas sindicales en empresas británicas radicadas en Argentina disminuyó drásticamente. Un hecho anecdótico, pero de trascendencia histórica: la gran huelga que llevaban adelante los obreros de los frigoríficos (ingleses y yanquis) en 1943. Perón hace traer en avión, desde la Patagonia, al dirigente comunista Peter que estaba preso, quien levantara la huelga en una Asamblea General. El PC no quería dejar “sin carne” a los ejércitos aliados. La desmoralización cunde entre los activistas sindicales por esta traición. Lo que sumado a la represión y regimentación llevada adelante por Perón, será la base para crear un “nuevo” sindicato de la carne, desplazando al PC.
Las burguesías nacionales de los países semicoloniales
Las burguesías nacionales de los países coloniales y semicoloniales, tratan de usar las rivalidades y conflictos imperialistas, para apoyarse en ventajas que puede ofrecer un imperialismo contra otro. Oprimidas por la penetración imperialista, estas burguesías no se animan a encarar una lucha consecuente contra esta dominación imperialista y por una real liberación nacional, porque temen desencadenar una vasta movilización de las masas trabajadoras y explotadas de su país, que amenace con avanzar hacia una revolución socialista que ponga en cuestión la propia existencia de la burguesía “nacional”.
Esta puede tener roces y hasta choques con el imperialismo, pero no es capaz de llevar adelante una movilización antiimperialista consecuente. La Argentina del golpe “nacionalista” se movió en este marco.
Ante la presión yanqui y de las “conferencias panamericanas” colonizadas por el imperialismo, el gobierno argentino termina rompiendo “relaciones diplomáticas” con las potencias del Eje recién a fines de enero de 1944. Pero no les declarará la guerra.
Esta declaración de guerra recién será efectivizada el 27 de marzo de 1945, a pocas semanas de la toma de Berlín por el ejército soviético. En el medio también había sido derrotado el avance japonés en Asia y Oceanía (derrotas de Guadalcanal, Nueva Guinea, etc.). Ante el inevitable derrumbe del Eje fascista, el gobierno argentino, para no quedar aislado diplomática y económicamente y tener posibilidades de participar en la constitución de las Naciones Unidas y las promesas de aportes económicos realizados por el imperialismo yanqui, firmó casi inmediatamente, una semana después, las Actas de Chapultepec: entregó dos submarinos alemanes que se habían entregado en el Puerto de Mar del Plata al gobierno norteamericano, etc.
El gobierno militar aprovechó para confiscar, como es costumbre en épocas de guerra, las empresas alemanas radicadas en la Argentina, valuadas entre 250 y 350 millones de dólares. El gobierno haría un depósito de 100 millones de dólares y terminaría creando a los pocos meses, con todas esas empresas, el consorcio conocido como DINIE. Que con diversas variantes (devoluciones parciales a Alemania en la década del 50, etc.) se mantendría hasta la total privatización en los 60.
Se han lanzado muchas acusaciones de que el golpe de 1943 y sus posteriores gobiernos eran pronazis. Pero ya hemos explicitado el accionar típico de las burguesías de los países semicoloniales que oscilan y negocian entre diferentes imperialismos para encontrar mejores márgenes de desarrollo autónomo.
Se dice que era antisemita y perseguía a los judíos.
Es cierto que a fines de 1938 la Cancillería argentina emite la famosa Circular 11, secreta, que plantea grandes restricciones al ingreso de judíos a la Argentina. En el momento del mayor inicio de la persecución antisemita de los nazis. Hacia la Argentina habían emigrado entre 1918 y 1933 unos 79 mil judíos. Posteriormente, hasta 1943 solo pudieron, en el fragor del holocausto, ingresar unos 24 mil. (Otros 20 mil lo harían en forma ilegal, clandestina). Pero este antisemitismo institucional no era privativo del gobierno argentino. Todos los gobiernos capitalistas cerraron sus fronteras (EEUU en primer lugar) a la migración de judíos que huían del genocidio nazi.
También la propaganda imperialista/stalinista afirmaba que la Argentina post 1945 fue refugio preferido de jerarcas y verdugos nazis. Hay muchas evidencias en ese sentido, que en operativos armados en combinación con la Iglesia Católica, entraron a la Argentina centenares de criminales de guerra nazis (Eichmann, etc.). Pero hasta los yanquis organizaron el salvataje de nazis en Alemania misma (que terminarían reciclados luego en funciones gubernamentales en la República Federal de Alemania, bajo control de los aliados).
La crisis creada por la guerra imperialista era la oportunidad para avanzar en una lucha antiimperialista, expropiando al capital imperialista.
Hay aspectos de la historia que hoy vuelven a repetirse. Estados Unidos viene librando una lucha contra la penetración de China en América Latina y la Argentina. El gobierno de Milei se ha visto obligado a recorrer una dependencia de préstamos financieros (swaps) chinos y de las exportaciones, especialmente agropecuarias, hacia China. Pero Milei quiere alinearse con el imperialismo dirigido por Trump. A diferencia de las décadas de 1930/1940, Estados Unidos no es un imperialismo en ascenso, sino que está resistiendo su declive. Y lo hace como un animal salvaje, amenazando con desarrollar nuevas guerras coloniales e imperialistas. Como en 1945 no estamos ante una lucha entre democracia y autoritarismo, ni entre librecambistas y proteccionistas. Esos son ejes de propaganda usados por los capitalistas para que los trabajadores se encolumnen detrás de sus ejércitos y sirvan de carne de cañón a los intereses imperialistas.
La clase obrera debe organizarse en forma independiente y luchar contra la guerra y la explotación imperialista/capitalista. Por gobiernos de trabajadores. Por la Unidad Socialista de América Latina: ¡Abajo la guerra imperialista!