Ver primera parte aquí.
La revolución palestina
El fuerte golpe que el sionismo asestó al nacionalismo árabe en la Guerra de los Seis Días, contra lo que suponían en ese entonces, terminaría siendo el preludio de la revolución palestina. Las organizaciones que se habían formado bajo el influjo del ascenso de la lucha antiimperialista extrajeron la conclusión de que debían tomar una iniciativa propia, armas en mano. Era la hora de los fedayines.
La cuestión palestina había mutado su situación. Aquella necesidad intrínseca que empujaba a Israel al expansionismo, en la búsqueda de dotarse de una base económica propia y reducir la dependencia de los aportes del exterior, presionaba también por incorporar a una masa de trabajadores árabes. Con la ocupación de Cisjordania y Gaza el sionismo dejó de concentrarse en la apropiación del territorio y la expulsión de los palestinos para pasar a explotarlos. Esa integración económica del más de un millón de habitantes de los territorios ocupados no trajo aparejados derechos políticos: estos quedaban bajo la ley marcial del ejército de Israel.
La incorporación de un amplio sector de trabajadores árabes, como resultado del intento del capitalismo israelí de valerse por sí mismo, tenía como resultado una mayor presión para la explotación de los trabajadores judíos. Para eso era clave el rol de la Histadrut como bloqueo a toda solidaridad entre ambos. La central sindical era fuertemente vertical: recaudaba directamente las cuotas de todos los afiliados del país y después giraba lo correspondiente a los sindicatos y seccionales, una herramienta de firme regimentación de la clase obrera israelí. Era también la principal patronal, propietaria de industrias, bancos, la mayor constructora de Israel; además de que contaba con el único seguro de salud a escala nacional.
Prácticamente los únicos dentro de Israel que se pronunciaron contra la ocupación de los territorios palestinos en 1967 fueron los militantes de Matzpen. Eso hizo que la posición de esta organización de izquierda tuviera mucha repercusión, aunque fuera muy pequeña en cantidad de miembros. Matzpen planteaba una «desionización de Israel» como paso necesario para el acercamiento con el mundo árabe y para una revolución socialista, y sostenía que la principal debilidad de las fuerzas antiimperialistas era su dirección nacionalista. Luego ayudaron a crear los Panteras Negras israelíes, un grupo de jóvenes judíos mizrajíes de ascendencia norteafricana y oriental que luchaban contra la discriminación.
Serían las organizaciones combativas palestinas las que iban a alterar todo este status quo. Bajo las consignas de la creación de un Estado palestino y el retorno de los refugiados a sus tierras, desde la década del ’50 habían ido surgiendo agrupamientos políticos que para esta época se transformarían en actores decisivos. Un grupo de refugiados de izquierda fundó en 1951 en la Universidad Americana de Beirut el Movimiento Nacionalista Árabe (MNA), bajo el liderazgo del estudiante de medicina George Habasche; mientras que para 1959 se organizaba Al Fatah, alrededor de la revista Filastinuna («Nuestra Palestina»), compuesta mayormente por jóvenes estudiantes y trabajadores, cuyo principal dirigente era Yasser Arafat. Estas dos iban a ser las corrientes más importantes que en 1964 confluyeron en el nacimiento de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
Al momento de su fundación la OLP aglutinó a las fuerzas árabes propalestinas, aún bajo la influencia de Nasser, por iniciativa de la Liga Árabe y en un congreso inaugurado por el rey Hussein de Jordania. En su programa se definía que lucharía por una Palestina laica, democrática y no racista, lo cual implicaba destruir al Estado sionista.1Luego se definiría a los judíos como parte integrante del futuro Estado palestino, con los mismos derechos que los cristianos y los musulmanes. En 1969 el sexto Consejo Nacional Palestino resolvió una política de tolerancia religiosa que incluía los derechos culturales y nacionales de los judíos de Israel, y más adelante el octavo CNP ratificaría que la lucha armada del pueblo palestino no estaba dirigida contra los judíos ni por motivos raciales ni por religiosos. Exigía el derecho al regreso de todos los desplazados, y rechazaba el planteo de los «dos estados» porque significaba convalidar la usurpación. Los siguientes acontecimientos iban a propiciar un fuerte viraje a la izquierda.
Uno de los aspectos de ese viraje fue la disconformidad con la monarquía jordana por su indiferencia ante el ataque de tropas sionistas a la población palestina, en el marco de una serie de operaciones militares en el valle del Jordán para barrer las organizaciones palestinas. En noviembre de 1966 hubo manifestaciones en Nablus, Ramallah y Jerusalén para protestar contra esa inacción. Paralelamente, en los campamentos de refugiados se fueron erigiendo centros de organización política, social y militar de la lucha palestina, que progresivamente reemplazarían a las Naciones Unidas en la administración y servicios básicos dentro de los mismos.
Comenzaría una afluencia de jóvenes a las organizaciones que luchaban por la liberación de Palestina y una radicalización de sus métodos y programas. Se reformó la carta orgánica de la OLP incorporando tres artículos que hacían hincapié en la necesidad de librar una guerra popular de liberación y en la necesidad de la independencia de la OLP respecto a los gobiernos panárabes.2Pappé, Historia de la Palestina…; pág. 274. Quien llevó más lejos esta conclusión fue George Habasche, cuya organización impulsó la constitución en diciembre de 1967 del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), aglutinando a varios grupos guerrilleros revolucionarios.3Documento fundacional del Frente Popular para la Liberación de Palestina, diciembre de 1967.
Esa radicalización se convirtió en un ascenso revolucionario especialmente cuando se expresó en el campo de batalla. El 21 de marzo de 1968 fue derrotado el ejército sionista por la guerrilla palestina, al resistir el ataque al campamento jordano de Al Karameh. Según la apasionante reconstrucción de los hechos que hace Rodolfo Walsh en La revolución palestina, en base a entrevistas a miembros de Fatah que participaron en ellos, esa batalla tendría enormes consecuencias. En este campamento de refugiados creado después de 1948, cuyo nombre árabe es «dignidad», como en tantos otros funcionaba una base de organización de la lucha palestina. «El gobierno de Jordania quería echarnos, pero no se atrevía. Los israelíes empezaron a fastidiarse. Al fin planearon una operación de represalia en gran escala para aplastarnos. Concentraron 15.000 soldados, con tanques».4Walsh, La revolución…; pág. 41. Pero la fuerza militar que había arrollado a los ejércitos de Egipto y Siria terminó sufriendo una dura derrota ante la guerrilla, que resistió durante todo el día en las trincheras que había cavado hasta que se quebró la pasividad del ejército jordano, que había permanecido expectante, se sumó a combatir junto a los palestinos y finalmente las tropas sionistas debieron huir.
La autoridad política de las organizaciones de la OLP se fortaleció enormemente con la victoria ante la ofensiva israelí. Atrajeron a miles de jóvenes y dieron un salto como dirección política que se proponía que el pueblo palestino tuviera su propio gobierno. Los fedayines pasaron a controlar los campamentos de refugiados, formalmente bajo la administración de la UNRWA (Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina). Crearon el Samed, inicialmente concebido como un sistema asistencial para las familias de los luchadores caídos, que en poco tiempo pasó a atender el problema del desempleo tanto en el Líbano como en Cisjordania y la Franja de Gaza. Algo similar ocurrió con la Media Luna Roja, un servicio hospitalario y ambulatorio que pronto incluyó a los talleres que producían artículos de consumo doméstico.5Pappé, Historia de la Palestina…, pág. 272 y 273. Desde los campos de refugiados que progresivamente quedaban bajo su poder y la afluencia de jóvenes de las ciudades, se redoblaron las acciones guerrilleras. La revolución palestina estaba en marcha.
A principios de 1969 se sucedieron hechos políticos significativos. Yasser Arafat fue elegido presidente de la OLP, lo cual cristalizaba una dirección política propia y una mayor autonomía respecto de los gobiernos de la Liga Árabe. Al Fatah sería desde entonces la cabeza del reagrupamiento de las fuerzas palestinas. Dentro de estas, en simultáneo, las corrientes de la izquierda revolucionaria se esforzaban por adoptar definiciones políticas y organizativas ante los desafíos que planteaba la nueva situación, y atraían a agrupaciones más pequeñas.
Se realizó al mismo tiempo el segundo congreso del FPLP, en el cual buscaron precisar el programa y el carácter de la organización, que había ganado notoriedad internacional a partir del secuestro de aviones de la compañía aérea israelí El Al para negociar la liberación de presos políticos. Su estrategia, elaborada bajo la influencia de Mao y la revolución vietnamita, fue definida como una «guerra de guerrillas al principio y se desarrollará en la dirección de la guerra de liberación popular prolongada que asegurará el triunfo final sobre la superioridad tecnológica y militar del enemigo».6Estrategia para la Liberación de Palestina, Ediciones Lenguas Extranjeras, París, 2022. Concibió a la revolución palestina como fusionada con la revolución árabe, pero con una comprensión etapista acerca de su dinámica, determinando que las tareas eran las de una «fase de liberación nacional» o «nacional democrática». Esta definición refería en abstracto a la pelea contra el imperialismo, pero sin ninguna formulación de cuáles eran las tareas concretas de la revolución. Por eso a pesar de reiterar que la clase obrera y el campesinado eran el «material básico de la revolución», no presentó un programa de las reivindicaciones propias de estas clases, que las impulsara a ponerse al frente de la lucha. Tampoco se propuso el desarrollo de organizaciones de trabajadores, más que la propia milicia, por lo que en los hechos no lograba superar su carácter de dirección pequeñoburguesa revolucionaria.
Este problema fue planteado en forma explícita en los documentos del FPLP, pero sin encontrar el camino para su solución. La repetición de términos abstractos acerca del carácter de clase del partido que debía liderar la revolución reducía este asunto estratégico a una cuestión de definiciones ideológicas, en lugar de juzgarlo por el contenido real de su programa. Incluso habiendo cuestionado el carácter pequeñoburgués del nasserismo, no logró formular reivindicaciones y una perspectiva que impulsara a las masas árabes a la acción, superando a su dirección, para sacar conclusions sobre los límites de la política nacionalista en base a la experiencia de la lucha. El programa era reducido a una declaración ideológica de objetivos y la defensa de métodos radicales, sin más norte que la misma guerra de liberación. Eso justamente revela que no superaba el carácter pequeñoburgués de una dirección militar desligada de la movilización y organización de los trabajadores en cuanto clase.7En sus propios documentos, analizaban que: «La pequeña burguesía palestina ha levantado la bandera de la lucha armada y la dirige hoy, y el hecho de que no esté en el poder la hace más revolucionaria que la pequeña burguesía árabe que está decidida a preservar sus intereses y a permanecer en el poder evitando la larga y concluyente lucha con el campo contrario». Y sobre su propia organización concebía su carácter de organización pequeñoburguesa, como prolongación espontánea del Movimiento Nacionalista Árabe. Lo que no pudo resolver en la acción política, intentó suplirlo con la magnitud de sus acciones guerrilleras.
En parte, esto sería señalado por la escisión que se consumó en ese mismo momento. Bajo el liderazgo de Naif Hawatmeh, también en febrero de 1969, tomaba forma el Frente Democrático de Liberación de Palestina (FDLP). Definiéndose igualmente como marxista-leninista, criticó el puro declaracionismo, las «acciones exteriores» (atentados, secuestros de aviones) y las acciones guerrilleras escindidas de la lucha de las masas y la organización política en las ciudades. Siguiendo esa línea, llegaría luego a la formulación de la necesidad de una «intifada popular total», expresando más una estrategia insurreccional. Sin embargo, a pesar de una crítica correcta a la estrategia del FPLP, mantuvo su concepción de la «naturaleza de la revolución durante la etapa de liberación nacional» y culminó en una orientación de conciliación de clases en nombre de la unidad nacional, asegurando que la «conformación de un frente unido que abarque a todas las clases nacionales constituye una de las tareas fundamentales ante la revolución».8Para un repaso del programa del FDLP, aunque condescendiente, ver: Suleiman, Fahd; La izquierda Palestina revolucionaria: tres décadas de experiencia de lucha (1969-1999), Frente Democrático para la Liberación de Palestina.
La movilización de las masas palestinas se abría paso de todas formas. En las manifestaciones populares de febrero y marzo de 1969 fue la primera vez que se utilizó la palabra «intifada» para aludir a un momento de revuelta palestina. Comenzó con una marcha de más de 3.000 personas convocada por fuerzas políticas, sindicatos, profesionales y agrupamientos feministas que partió de la mezquita Al Aqsa, en Jerusalén, y resistió a piedrazos la represión del ejército israelí. Esa movilización, en la que se destacó una gran participación de mujeres, sentó el inicio de la colaboración entre las fuerzas activas de la resistencia en Cisjordania y la Franja de Gaza.
Era un fenómeno de alcance regional. En abril y mayo de ese año los obreros y campesinos libaneses frustraron la ofensiva lanzada por la burguesía comercial y financiera maronita que pretendía barrer a la guerrilla palestina del sur del país. La fallida embestida de las milicias fascistas era una consecuencia de la presión del sionismo, que meses antes había ejecutado un ataque al aeropuerto de Beirut, detonando catorce aviones como represalía por los secuestros de vuelos internacionales que practicaba el FPLP. Era un anticipo de que las convulsiones sociales que alimentaba la revolución palestina habían cruzado el límite que tolerarían las burguesías árabes.
Había madurado una situación de doble poder, tanto contra el régimen confesional del Líbano como contra la monarquía hachemita de Hussein. En Jordania los ataques sionistas a las bases de la guerrilla palestina habían ido obligando a los fedayines a adentrarse cada vez más en el territorio hasta instalarse en la propia capital, Amán. El crecimiento sostenido de las organizaciones palestinas y su rol como autogobierno de una población palestina que abarcaba a un amplio porcentaje de la población del reino hacía de la OLP prácticamente a un Estado dentro del propio Estado de Jordania. A la revolución palestina se le planteó entonces el problema del poder y el derrocamiento de los gobiernos árabes, pero su dirección no se había preparado para ese combate.
Por sus relaciones políticas y sus líneas de abastecimiento, y por sus vínculos con la burguesía palestina, Al Fatah se oponía a enfrentar a los regímenes árabes. Pero incluso el FPLP, en su incapacidad de formular un programa de reorganización social y su indefinición sobre el carácter de clase del Estado por el que luchaba, carecía de un planteo que pudiera unificar a las masas palestinas con la población jordana contra la monarquía. Esta se asentaba en una economía semifeudal con antagonismos sociales muy agudos, lo que ofrecía un vasto terreno de reivindicaciones comunes, desde el acceso a la tierra a derechos políticos y empleo. Las acciones armadas del FPLP no apuntaban a un derrocamiento revolucionario de Hussein, sino que se limitaron a presionarlo para arrancar concesiones. Los acuerdos, claro está, sólo podían ser inestables.
La guerrilla palestina era un obstáculo a los planes del imperialismo yanqui, decidido a estabilizar la situación regional poniendo fin al enfrentamiento entre Israel y los países árabes. En su favor explotaría que desde la ocupación de territorios por Israel en la Guerra de los Seis Días cada Estado árabe se centró en negociar sus intereses particulares en detrimento del pueblo palestino. Hacia mediados de 1970 se firma un cese al fuego, y los gobiernos de Egipto y Jordania aceptan el «Plan Rogers» del secretario de Estado norteamericano, basado en la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU: implicaba un reconocimiento del Estado de Israel y una tregua en la que se discutiría el futuro de los territorios ocupados por el sionismo. El objetivo estadounidense era lograr el establecimiento de lazas económicos entre Israel y Jordania, imponer un bloqueo político y militar a los gobiernos izquierdistas de Siria e Irak, y consolidar un gobierno de los banqueros en el Líbano.
El imperialismo y el sionismo lograron así cercar a los fedayines, y con ese aval el rey Hussein preparó la contrarrevolución. Ya desde febrero de 1970 la monarquía jordana había impuesto restricciones de movimiento a la guerrilla palestina y una prohibición de portación de armas en la capital, lo cual agudizó la crisis con la OLP. Las tensiones seguirían escalando hasta la embestida que pasó a la historia con el nombre de Septiembre Negro.9«La derrota de la guerrilla palestina», Política Obrera n°76, octubre de 1970.
El 17 de ese mes Hussein ordenó a un ejército de miles de efectivos destruir las bases guerrilleras en Amán y desplegó tanques tanto en el centro de la ciudad como en los campos de refugiados de la periferia. Ante la resistencia de los fedayines, las localidades del norte fueron bombardeadas por la artillería pesada al día siguiente. Según las crónicas, ningún barrio de la capital jordana salió ileso.
El único de los gobiernos árabes que actuó frente a esta masacre fue el del Baas en Siria. El 20 de septiembre envió blindados al norte de Jordania en apoyo de la guerrilla palestina, obligando al ejército de Hussein a luchar en dos frentes. El imperialismo yanqui amenazó con invadir y ubicó en posición de desembarco a la VI flota. La respuesta de la burocracia de la URSS fue presionar al gobierno sirio a retroceder, advirtiendo que no intervendría en un choque con Estados Unidos. Esta fallida intervención precipitaría una crisis política en Siria que terminó con el derrocamiento de Salah Jedid por Hafez Al-Assad, hasta entonces su ministro de Defensa, poniendo fin a la fase radical del nacionalismo sirio.
La masacre de Amán y la guerra civil en que fue derrotada la guerrilla palestina dejó unos 30.000 muertos, según estimaciones. Fue una verdadera contrarrevolución, que si bien no puso fin a la lucha revolucionaria del pueblo palestino si cambió las condiciones, al aislar políticamente a los fedayines y desplazar a la izquierda del Baas en Siria. Para julio de 1971 terminaría de ser expulsada la OLP de Jordania.10«Septiembre Negro» sería luego el nombre adoptado por la organización que en represalia asesinó al primer ministro jordano Wasfi Tall en El Cairo, y el 5 de septiembre de 1972 secuestró en la villa olímpica de Múnich a atletas israelíes para intercambiarlos por más de 200 prisioneros palestinos, pero la intervención de los servicios de seguridad alemanes se saldó con la muerte de los nueve atletas y cinco secuestradores. El epicentro de la actividad guerrillera se desplazó entonces al Líbano, lo cual debilitó sus lazos con la comunidad palestina que vivía bajo ocupación israelí en Cisjordania y en la Franja de Gaza.11Pappé, Historia de la Palestina…, págs. 275 y 276.
La derrota de la revolución palestina trazaba un balance crudo de los límites de su dirección política, incluida su ala izquierda de inspiración maoísta, que no logró ofrecer una orientación alternativa a la de Fatah. Fue una responsabilidad de la política de la burocracia china, de limitarse a la presión armada y actos terroristas en lugar de promover la revolución social contra el régimen de Hussein. Esto, agravado por la criminal línea de «coexistencia pacífica» del estalinismo con el imperialismo. Se asestó un nuevo golpe a la revolución árabe, pero no estaba dicha la última palabra.
La guerra civil libanesa y la traición de las burguesías árabes
La contrarrevolución del Septiembre Negro expulsó a la OLP de sus bases más seguras, pero no despejó las tensiones sociales en torno a la cuestión palestina. Aún en un nuevo escenario, tras la muerte de Nasser y la instauración del régimen bonapartista de Al Assad en Siria, seguía siendo una olla a presión, tanto en los territorios bajo ocupación israelí como en el Líbano.
En primer lugar, la cantidad de refugiados seguía creciendo. En 1972 se registraron un millón y medio de personas en esa situación, repartidos entre campos situados en Palestina, Jordania, Siria y Líbano. Una década después alcanzaría los dos millones. A la par se había vuelto significativo el peso económico de los trabajadores palestinos en Israel: para mediados de la década del ’70 entre los que eran ciudadanos israelíes y los habitantes de los territorios ocupados representaban la mitad de la fuerza de trabajo empleada en la construcción y la agricultura, y casi una cuarta parte de la de la industria. Para los trabajadores de Cisjordania y Gaza la principal salida laboral era la construcción en Israel, afrontando un trato denigrante y una superexplotación laboral, pasando por los retenes militares sionistas y por «mercados de esclavos».12Pappé, Historia de la Palestina…, pág. 287.
Los choques regionales tampoco se habían resuelto. En octubre de 1973 se libraría la Guerra del Yom Kippur, llamada así por la fecha religiosa judía en que se inició un ataque conjunto de Egipto y Siria. Los combates dejaron miles de bajas israelíes y expusieron fallas en los sistemas de inteligencia del sionismo, lo cual tuvo consecuencias políticas. Las críticas al gobierno de Israel fueron creciendo, alimentadas también por la alta inflación, y en 1974 hubo movilizaciones importantes ante el fallo del Tribunal Supremo que responsabilizó a las Fuerzas de Defensa de Israel por la falta de alerta sobre el ataque egipcio. En el fondo, la crisis ponía de manifiesto para los propios israelíes que la forma del Estado de Israel no era ni siquiera la expresión de su población, sino de la burguesía judía mundial asimilada al imperialismo.
Con todo, los sucesos decisivos del período iban a jugarse en la guerra civil libanesa. El país del cedro era sacudido por un ascenso de las luchas populares, y en particular por el amplio frente de organizaciones combativas y de izquierda que confluían en el Movimiento Nacional, que peleaba por el fin del sistema político sectario confesional y por reformas económicas. Este proceso de movilización popular y crecimiento de las organizaciones de izquierda13Entre las nuevas organizaciones de izquierda radicales estaban la Organización de Socialistas Libaneses fundada en 1969 y un año más tarde la Organización de Acción Comunista del Líbano por antiguos militantes del Movimiento Nacionalista Árabe maoístas y trotskistas. fue soldando una unidad con las bases de la guerrilla palestina, aún a pesar de la dirección de ésta.
Ya cuando, el 10 de abril de 1973, comandos israelíes asesinaron en Beirut a tres líderes de la OLP (Kamal Nasser, Kamal Adwan y Abu Youssef Najjar), una multitud de palestinos y libaneses asistió a los funerales. Esa confluencia era intolerable para el régimen sectario de la elite de cristianos maronitas, que un mes después inició una ofensiva de las Fuerzas Armadas libanesas contra las bases palestinas. Los combates irían escalando hasta desatar una guerra civil abierta.
Según rememora Fawwaz Traboulsi en una serie de entrevistas brindadas a The Real News Network,14Realizadas por Paul Jay. Ver parte 4. los dirigentes de la OLP no estaban dispuestos a impulsar esa unión con el Movimiento Nacional libanés. Es que eso chocaba de frente con su política de ganarse el reconocimiento oficial de los Estados árabes primero y de las Naciones Unidas después, como «único y legítimo representante del pueblo palestino»; meta que concretó en 1975. Previo a eso tuvo que abandonar la consigna de la lucha por una Palestina única, laica y democrática, para arrimarse al planteo de una «autonomía» de los enclaves palestinos. En junio de 1974 el Consejo Nacional Palestino, «parlamento en el exilio» de la OLP, actualizó su Programa de Diez Puntos incorporando por primera vez el objetivo de «establecer una autoridad nacional combatiente independiente para el pueblo en cada parte del territorio palestino que sea liberada».15Esta concesión había sido favorecida por el «Programa Escalonado» adoptado por el FDLP, que planteaba erigir una autoridad nacional sobre toda parte del territorio que fuera liberada.
Como destaca la aguda crónica de la revolución libanesa realizada en tiempo real por A. Ayoub y publicada en Internacionalismo n°5,16Ayoub, A.; «La lucha de la liberación nacional Palestina y la revolución libanesa», Internacionalismo n°5, 1982. la política de la dirección de la OLP de «no intervención en los asuntos internos de los países árabes» fue superada por la izquierda libanesa y las bases palestinas, que probaron su fuerza. El intento de formación de un gobierno militar fue quebrado por una huelga general, defendida con barricadas, y el Estado quedó deshecho. El ejército enviado por la derecha de la Falange Libanesa para reprimir se quebró y muchos soldados se pasaron de bando. La mayor parte del territorio del Líbano quedaba en poder de las fuerzas palestinas y la izquierda libanesa unidas.
En las zonas que quedaron bajo control de las milicias del Movimiento Nacional se crearon comités locales para atender las necesidades cotidianas. Ante el colapso de la estructura estatal, tomó el camino que ya estaba desarrollando la OLP en los campamentos palestinos, con formas de autogobierno, escuelas y un sistema de salud propios.
Del otro lado de la trinchera construía su propio aparato estatal la burguesía de banqueros, intentando unificar las distintas milicias cristianas, y financiada con sus negocios del narcotráfico y contrabando, entre otros. La balanza se empezaría a inclinar a su favor con la intervención del gobierno de Siria en 1976. El régimen de Al Assad invadió para apoyar a los falangistas, y los respaldó en las masacres de los campamentos de refugiados palestinos de Tel al-Zaatar y Jisr al-Basha.
La actuación del gobierno sirio dejó en evidencia lo reaccionario de la estrategia de Fatah al frente de la OLP, con su oposición a enfrentar a los regímenes árabes, los cuales sí actuaron cuando lo entendieron necesario. A su vez, como destaca Ayoub, la dirección del Movimiento Nacional tampoco había logrado plantear un programa de reconstrucción del Líbano sobre bases socialistas mediante una derrota completa de los falangistas, ni la unidad con las masas sirias contra el régimen de Al Assad.
Tras infringir un golpe a la revolución libanesa, el gobierno sirio no podía apoyar hasta el final la consolidación de un Estado de los falangistas, que rápidamente se le hubiera vuelto en contra. Envuelta en el conflicto, buscó protección acercándose a la burocracia de la URSS. La batuta de la ofensiva sería tomada entonces por el sionismo.
La situación política había cambiado en Israel. En 1977 llegó al poder el Likud, formación política derechista creada años antes por Menachem Begin, quien como miembro del Irgún había participado del sangriento asalto a la aldea de Deir Yassin en 1948. La caída del Mapai, el partido que había gobernado Israel desde su fundación, era el reflejo de la afirmación del ejército israelí como única institución fundamental del Estado sionista, en detrimento incluso de la Histadrut. Al año siguiente Israel ocupó el sur del Líbano y creó un ejército que actuaba bajo su dirección, con el objetivo de asegurar una franja de 30 kilómetros sin presencia de la OLP en la frontera entre ambos países, evitando así operaciones guerrilleras y bombardeos.
Israel había impuesto una «tregua», pero ésta no podía prolongarse mucho. Menos aún ante la creciente movilización palestina en Cisjordania y Gaza, que planteó otro desafío para el sionismo. Como hizo cuando aisló a la OLP antes del Septiembre Negro, otra vez iría preparando las condiciones políticas para una contrarrevolución.
Luego de la muerte de Nasser, en 1970, había llegado al gobierno egipcio Anwar el-Sadat, lo cual supuso un corrimiento político cuyo trasfondo era el giro de la elite militar y la burguesía dependiente del Estado hacia una asociación con el capital europeo y norteamericano. Su régimen estableció una alianza tácita con los Hermanos Musulmanes contra las fuerzas nacionalistas, y perpetró una verdadera traición al pueblo palestino. En 1979 firmó con Israel un tratado de paz en Camp David, por el cual se le devolvía a Egipto la península del Sinaí a cambio de que consintiera con establecer para la Franja de Gaza y Cisjordania una «autonomía» bajo custodia sionista. Sadat sería ejecutado por soldados de su propio ejército en 1981, pero su sucesor Mubarak ratificaría los acuerdos. Los términos pactados iban a servir de paraguas al gobierno del Likud para impulsar los asentamientos de colonos sionistas en los territorios ocupados; plan que fue una creación del ministro de Vivienda, Ariel Sharon, quien se iba a destacar al poco tiempo pero como ministro de Defensa.
Fue en 1982, cuando lanzaron la Operación «Paz en Galilea». El plan era invadir el Líbano y ocupar Beirut con el fin de aniquilar a la OLP e instalar un gobierno del maronita proisraelí Amin Gemayel, de la Falange Libanesa; pero este fue asesinado antes de asumir. La invasión que comenzó en junio, sin embargo, iba a empantanarse ante la resistencia y extenderse por tres meses de combates; para poder dejar apostado a su títere Ejército del Sur del Líbano.
«Lo que fue planeado como el aplastamiento de la OLP y la izquierda libanesa en una semana apelando a todo el poderío del moderno arsenal imperialista para el asesinato masivo, terminó provocando un efecto opuesto: la fuerza moral de la revolución, basada en el pueblo armado, se tradujo en fuerza política y militar, aún luego del duro golpe infligido por una potencia militar superior».17Ayoub, «La lucha de la liberación…» Esa fuerza provenía de que la alianza con el pueblo libanés había dado a los palestinos la libertad para desarrollar su organización política y defenderla con el pueblo en armas.
El carácter revolucionario de esa lucha explica la inacción de los regímenes árabes, incluso ante la ocupación de una capital por parte de Israel. Siria firmó un cese al fuego por separado, y Egipto había ratificado los acuerdos de Camp David (habiéndose concretado la retirada de las fuerzas israelíes del Sinaí apenas cinco semanas antes de la invasión al Líbano). Aún así, la resistencia de Beirut a la avanzada sionista demostró que no es lo mismo enfrentar a un ejército regular que a una sublevación popular.
En apoyo a la resistencia de Beirut hubo movilizaciones y huelgas en Cisjordania y Gaza, incluso con choques con el ejército israelí. A nivel internacional se impulsaron acciones de boicot a Israel, iniciadas por los trabajadores portuarios de Grecia y Australia. En Argentina, aún bajo la dictadura militar, se realizó el 25 de agosto un acto con más de 700 asistentes en el cine Atalaya, convocado por la Comisión de Solidaridad con el Pueblo Palestino y con participación de la Unión de Juventudes por el Socialismo y de Política Obrera (organización antecesora del Partido Obrero).

La invasión del ejército sionista culminó en las masacres de Sabra y Chatila a mediados de septiembre. Crímenes indescriptibles fueron cometidos en masa contra los habitantes de esos campamentos de refugiados, indefensos tras el retiro de la OLP al firmar un acuerdo «garantizado» por la ONU que dejaba la protección a manos de tropas estadounidenses, francesas e italianas; estas oportunamente abandonaron Beirut días antes del 15 de septiembre, cuando se ejecutó la masacre de miles de ancianos, mujeres y niños. Luego esas tropas de la ONU intervendrían en Beirut Oeste para desarmar y arrestar a los militantes de las organizaciones libanesas de izquierda, dejando indemnes a los fascistas de la parte Este.
La atrocidad de las masacres por un lado y la costosa intervención en la guerra civil libanesa abrieron una profunda crisis política en Israel. Begin y Sharon tuvieron que renunciar al gobierno al año siguiente, en un cuadro de descontento en el que además pesaba la inflación y la recesión, ocasionadas en parte por los altos gastos militares. También entonces fue la primera vez que se expresó una mayor oposición interna a la guerra, incluidos movimientos que llamaban a los jóvenes a la objeción de conciencia para no ir a combatir al Líbano, y posteriormente tampoco a servir en Cisjordania y la Franja de Gaza.
Tras la invasión del Líbano el sionismo consiguió expulsar a la OLP y quebrar el ejército que estaba organizando. Fue el aislamiento de la revolución palestina y libanesa respecto de los Estados árabes la condición fundamental de esta nueva derrota. A su vez, el alto costo pagado por Israel, y el derrocamiento del Sha en Irán, inclinaron al imperialismo hacia una política de «normalización», con el sionismo como guardián. Todo este escenario trasladó el centro de gravedad de la política palestina hacia los territorios de Gaza y Cisjordania.
Las intifadas y los Acuerdos de Oslo
Hacia fines de la década de los ’80 los planes del imperialismo apuntaban a la integración de Israel al resto de Oriente Medio, normalizando sus relaciones económicas, políticas y diplomáticas con los Estados árabes y acabando con los boicots. En esa dirección impulsó reformas económicas que apuntaban a la apertura a la inversión extranjera y a garantizar los flujos comerciales, extendiendo la penetración capitalista por toda la región.
Era en parte un reordenamiento al nuevo cuadro que emergió tras la crisis del petróleo. El Medio Oriente dejaría en claro que era un nudo vital en 1973, cuando los países de la OPEP liderados por Arabia Saudita dispusieron un embargo haciendo subir fuertemente los precios y ocasionando un shock financiero. Finalmente los países productores de petróleo arrebataron el control directo sobre los mecanismos de producción y fijación de precios a las petroleras norteamericanas y europeas, aunque éstas siguieron controlando la mayor parte del refinado, transporte y venta. La nacionalización provocó un aumento exponencial de los ingresos por la renta petrolera en manos de los gobiernos de la Península Arábiga y el Golfo Pérsico. En el nuevo equilibrio, para Estados Unidos era clave el reforzamiento del Estado de Israel, y hacer de él una pieza integrada a los circuitos de capitales lubricados por los petrodólares.
Ante eso, incluso a pesar de su dirección política y en el cuadro de mayor aislamiento, el pueblo palestino mostró que iba a resistir con lo que tuviera a mano, aunque fueran piedras.
La política de la OLP, centrada en lograr un reconocimiento internacional como representante oficial del pueblo palestino, había entrado en un callejón sin salida desde el punto de vista de la lucha por la libertad de Palestina. Esta vía diplomática llevó a Arafat a acuerdos con Hussein desde 1983 para negociar en común con Israel en los términos del «Plan de Fez», es decir, reconocer al Estado de Israel para obtener un reconocimiento recíproco a un Estado palestino en los terriotorios ocupados en la Guerra de los Seis Días. En noviembre de 1988 se ratificó ese rumbo en el Consejo Nacional Palestino reunido en Argel, aceptando al mismo tiempo las resoluciones 242 y 338 de las Naciones Unidas (emitidas tras las guerras de 1967 y 1973, respectivamente) y condenando el terrorismo. Pero los sucesivos fracasos de esas tentativas habían producido una insurrección popular a espaldas de la OLP, cuando estalló en Gaza y Cisjordania lo que ha pasado a la historia como la Primera Intifada.
Esta «guerra de las piedras» fue un levantamiento popular generalizado. La vanguardia de la rebelión fueron los sectores más pobres, con un papel destacado de las mujeres y la juventud. Era un estallido de bronca ante la situación insoportablemente opresiva. Vale la siguiente reflexión de Pappé acerca de la fuerte participación femenina: «Como sus compañeros, las mujeres de los campos de refugiados, de las barriadas de las grandes ciudades y de las aldeas tenían que trabajar en Palestina e Israel. Recibían un salario inferior y en el mercado de trabajo se las trataba peor que a los hombres, mientras que su incorporación al mundo exterior no las había librado de ninguna de las tareas domésticas tradicionales».18Pappé, Historia de la Palestina…, pág. 333.
La intifada comenzó a mediados de diciembre de 1987 con una huelga general que rápidamente se extendió con piquetes y movilizaciones por todas las aldeas y ciudades de los territorios ocupados, y aún a aquellas dentro de Israel. Las tensiones ya se venían expresando en acciones previas, como las manifestaciones en las universidades de Ramallah y Belén o incluso el crecimiento de los atentados individuales contra soldados sionistas. Desatada la rebelión, el primer objetivo fue atacar los pasos fronterizos, apedreando a las tropas israelíes, donde sufrían diariamente la violencia y las vejaciones del ocupante. Varias aldeas quedaron temporalmente liberadas de la presencia de las Fuerzas de Defensa de Israel.
La represión sionista pretendió ser aleccionadora. Fueron asesinados decenas de jóvenes y se procedió a la detención masiva y encarcelamiento con juicios sumarios sin ninguna garantía procesal, aún siendo la mayoría de los apresados apenas adolescentes. El ministro de Defensa a cargo de las represalias era Itzjak Rabin, quien luego como primer ministro de Israel iba a estrechar la mano con Arafat en los Acuerdos de Oslo. Pero no logró detener la generalización de las manifestaciones, huelgas y enfrentamientos. La rebelión recién comenzaba.
Tras expulsar a los ocupantes, se formaron comités populares en los pueblos y barrios palestinos para coordinar la lucha y para organizar los aspectos esenciales de la vida social, como el abastecimiento de alimentos y artículos básicos, o garantizar la educación, asistencia médica y los servicios más elementales.
En paralelo a estos comités locales autónomos se constituyó entre casi todas las formaciones políticas una «dirección unificada», integrada por Fatah, el FPLP, el FDLP y el Partido Comunista de Palestina. Prácticamente la única organización que se ubicó por fuera de esa convergencia fue Hamas, el recién creado Movimiento de la Resistencia Islámica, ya que rechazaba lo que se había convertido en el punto de consenso de las fuerzas palestinas: la creación de un Estado en Cisjordania y Gaza, con el retiro de Israel a sus fronteras previas a la Guerra de los Seis Días. Hamas se fundó al mismo tiempo que iniciaba la Intifada, en diciembre de 1987, a partir de la organización de los Hermanos Musulmanes egipcios, cuya actividad había sido legalizada por la ocupación israelí en 1979; su rápido desarrollo expresaba una crisis de la dirección política palestina que empezaba a ser explotada por tendencias islamistas.

La rebelión se extendió hasta los primeros años de la década del ’90. Esto incluso contra las directivas de la OLP, que llamó a poner fin a la revuelta para negociar una salida con Israel. La lucha no cesó, y la represión tampoco. El reclamo por la libertad de los detenidos se volvió uno de los reclamos centrales de la Intifada. Un hecho ilustrativo fue la huelga de hambre de los 13.000 presos políticos en octubre de 1992. Cómo terminar con el levantamiento popular fue precisamente lo que Arafat negociaba con el gobierno sionista en estricta confidencialidad, incluso sin conocimiento de toda la dirección de Fatah.
Estas «negociaciones de paz» fueron propiciadas por el imperialismo yanqui, que tras la caída de la Unión Soviética y la Guerra del Golfo apuntaba su estrategia a aislar a los gobiernos de Irak e Irán, a la vez que lograr una solución al conflicto palestino-israelí para avanzar en la integración de Israel con el resto de los aliados norteamericanos en la región. Tan serio era para el imperialismo el problema que promovió el ascenso de Rabin como primer ministro sionista, al punto de intervenir durante la propia campaña electoral comprometiéndose a otorgarle los préstamos por 10.000 millones de dólares que le había negado al gobierno del Likud, opuesto a toda negociación con los palestinos.
Estados Unidos necesitaba la «pacificación» del Medio Oriente en el marco del rediseño político de la región tras la invasión de Irak a Kuwait que derivó en la Guerra del Golfo. En esa conflagración, a mediados de 1991 se consumaría una nueva catástrofe para el pueblo palestino: como represalia por el respaldo que la dirección de la OLP brindó al gobierno irakí de Sadam Husein, fueron expulsados de Kuwait a fuerza de persecución y crímenes casi la totalidad de los 400.000 palestinos que hasta entonces constituían una parte esencial de la clase obrera del país, y que como el resto de los migrantes percibían salarios inferiores y carecían de derechos políticos y sindicales -a pesar de su alta capacitación laboral.19La industria petrolera explotaba una forma particular de organización del trabajo, basado en flujos de mano de obra migrante temporal, con la ciudadanía reservada a una minoría de la población. Más del 70% de la población activa en Arabia Saudita, Omán y Bahréin no gozaba de derechos de ciudadanía o residencia permanente; Daher, La cuestión palestina…, pág. 68. En simultáneo a este genocidio, las tropas estadounidense iban a avalar del otro lado las masacres del gobierno de Irak contra kurdos y chiitas. Este imperialismo, verdugo de los pueblos, era el verdadero autor del «proceso de paz».
De espaldas al pueblo movilizado, en negociaciones secretas, la dirección de Fatah firmó con el sionismo los llamados Acuerdos de Oslo. El 13 de septiembre de 1993 Arafat y Rabín se daban la mano frente a Bill Clinton en la Casa Blanca.

Fue en realidad una verdadera capitulación. La OLP reconocía «el derecho a la existencia del Estado de Israel» y se comprometía a garantizar el «cese de la Intifada», que el sionismo no había podido quebrar, a cambio de establecer un gobierno «autónomo» en Gaza y Jericó. Implicaba una renuncia definitiva a la lucha por un Estado palestino independiente, a la vez que evitaba tomar alguna resolución sobre los asentamientos judíos en los territorios palestinos y sobre el retorno de los refugiados.
La «autonomía» de Gaza y Jericó era una farsa. Se formaría un «Consejo Palestino» que no iba a controlar exportaciones e importaciones, ni las fuentes de energía y abastecimiento de agua; ni las fronteras (carecía de una fuerza armada exterior y los accesos los manejaban las Fuerzas de Defensa de Israel); tampoco tendría una moneda propia ni un sistema impositivo más que municipal. Tampoco iba a tener potestad sobre los colonos israelíes, que monopolizaban las tierras más fértiles y las fuentes de agua en Cisjordania, y quedaban bajo la protección del ejército sionista.
La principal atribución efectiva del pseudo gobierno de la OLP era el resguardo de la «seguridad interior», con la directiva de crear una policía palestina cuya primera tarea era asegurar el «cese de la Intifada». Con estos elementos caracterizaba ya entonces Luis Oviedo, en un artículo para Prensa Obrera,20Oviedo, Luis; «La capitulación de la OLP», Prensa Obrera n°401, septiembre 1993. que «los ‘acuerdos’, en consecuencia, plantean la perspectiva de una guerra civil palestina en los territorios ‘autónomos’, en particular en la franja de Gaza». Una caracterización certera de los sucesos que se desarrollarían en años posteriores. Esta policía sería utilizada más adelante contra los trabajadores palestinos, como en ocasión de la represión a la enorme huelga de maestros de Gaza y Cisjordania en abril de 1997.
La capitulación de la OLP expresaba los intereses de la burguesía palestina de los territorios ocupados, limitada ya por la presión de los impuestos y las restricciones comerciales sionistas, pero ahogada aún más entre la Intifada y la represión. Para los hombres de negocios ligados a la camarilla de Arafat esa falsa autonomía significaba la perspectiva de un mercado con Israel, Jordania y Egipto. En los hechos esto sería otro factor de empobrecimiento de los trabajadores palestinos, ante la sideral suba de precios impuesta por los monopolios de la comercialización de alimentos, materiales de construcción, tabaco y combustible. El gran ganador era el imperialismo, que avanzó entonces en su plan de integración económica: puso en marcha las Zonas Industriales Calificadas (QIZ), tratados que permitieron a Egipto y Jordania exportar productos a Estados Unidos libres de impuestos siempre que contuvieran insumos israelíes. La traición al pueblo palestino fue perpetrada en función de los intereses de clase de las burguesías árabes.
Aún así, los términos de Oslo no fueron respetados por Israel. El gobierno de Rabin incumplió el retiro de las tropas y bloqueó la concreción de un paso que uniera a Gaza con Cisjordania. Tampoco fueron liberados los miles de presos políticos, como se había comprometido para mayo de 1994. Todavía dos años después estos desarrollarían una nueva huelga de hambre general contra el hacinamiento, las torturas y las inhumanas condiciones de detención.
A comienzos de 1996 se creó la Autoridad Nacional Palestina, en las elecciones que se convocaron luego del Acuerdo de Taba. Firmado en septiembre de 1995 y conocido como los Segundos Acuerdos de Oslo, fue entonces cuando se estableció la demarcación de las zonas en que quedaban divididas los territorios ocupados: un 18% era adjudicado a una zona A donde regiría la «autonomía» palestina; un 21% para una zona B, con administración palestina pero la seguridad a cargo de los israelíes; y el 61% para una zona C controlada en forma directa por las tropas sionistas.
Poco después sería asesinado Rabin por un sionista de ultraderecha. El crimen había sido preparado políticamente por la derecha, los colonos y los ultraortodoxos judíos mediante una larga campaña de agitación política y militar. Fue un virtual golpe de Estado,21Oviedo, Luis; «Golpe de estado en Israel», Prensa Obrera n°472, noviembre 1995. gracias al cual al año siguiente volvería al poder el Likud. Así llegó al gobierno Benjamin Netanyahu.
Los colonos, que estaban a la cabeza de la oposición a los pactos con la dirección palestina y perpetraban incluso ataques fascistas contra la población de los territorios ocupados, habían visto crecer enormemente su poder, al calor de la política del Estado sionista. La primera mitad de la década del ’90 se practicó una confiscación de tierras a gran escala y una expansión sin precedentes de los asentamientos israelíes en zonas palestinas. Entre 1992 y 1996, durante los cuales gobernó el «laborismo» de Rabin y Shimon Peres, la población de colonos judíos creció un 48% en Cisjordania y un 62% en la Franja de Gaza. Luego de los Acuerdos de Oslo prosiguió la expansión de los asentamientos, se construyó el muro de apartheid y se impusieron restricciones a la circulación con puestos militares alrededor de Gaza.
El rechazo popular a esta política iría en ascenso. En oposición a los acuerdos se habían pronunciado el FPLP, el FDLP y Hamas, e incluso hasta miembros de la dirección de Fatah que rompieron tras la firma secreta de semejante capitulación. Sin embargo, luego de realizadas las elecciones y constituida la Autoridad Nacional Palestina los dos partidos de izquierda matizaron su rechazo para incorporarse a ésta en puestos inferiores. El desencanto llevó a muchos activistas a alejarse de esas organizaciones y comprometerse en ONGs, que crecieron fuertemente como espacio de denuncia y resistencia contra la ocupación y la propia Autoridad Palestina, aunque carentes de programa definido y dependientes de la financiación exterior. Sin embargo, quienes capitalizaron en mayor medida el desplazamiento político que dejó la OLP fueron las direcciones islamistas, con apoyo y financiamiento de otros Estados árabes.
La bronca popular ante la continuidad de la colonización sionista dentro de Gaza y Cisjordania, las constantes acciones represivas del ejército israelí y la pérdida de apoyo político de la Autoridad Nacional Palestina terminó en un nuevo estallido. El clima social se había caldeado con el fracaso de la cumbre de Camp David en julio de 2000 promovida por Estados Unidos. A fines de septiembre una chispa encendió la mecha, con la provocación de la visita del criminal de guerra y entonces primer ministro Ariel Sharon a la explanada de la mezquita Al Aqsa en Jerusalén. Al día siguiente, el 29 de septiembre, comenzó la insurrección conocida como la Segunda Intifada, que se extendería hasta 2004.
En un cuadro de debilidad de los partidos de izquierda, fueron Hamas y otras corrientes islámicas quienes se pusieron al frente de la organización de la lucha de las masas, ganando además una mayor influencia ideológica principalmente entre la juventud estudiantil. En este cuadro, esta nueva intifada se caracterizaría algo menos por la movilización popular y más por acciones militares y atentados suicidas.
Respondiendo a la supuesta guerra contra el terrorismo con que el sionismo justificaba su ataques tanto a poblaciones palestinas como a Siria y el Líbano, interesa la declaración emitida por la Liga Obrera Socialista de Palestina en junio de 2003, en que afirma: «Los ataques suicidas palestinos no son el producto del fundamentalismo palestino o de cualquier otra causa ideológica; son la reacción de la población, que vive en un gran campo de concentración, a las condiciones de extrema opresión política y económica. Una causa no poco importante de la degeneración de la lucha palestina -que comenzó como una serie de manifestaciones de masas- en una política de ataques suicidas, es la falta de solidaridad mostrada por las organizaciones obreras de masas de Israel, que nunca condenaron la represión a las masas palestinas por parte del Estado israelí».22«La agresión militar sionista contra Siria y la ‘guerra contra el terrorismo'», Prensa Obrera n°824, junio 2023.
Habiendo tomado partido claramente con los oprimidos contra los opresores, planteaban sí que los ataques suicidas «no pueden poner fin a la ocupación y a la opresión sionista», sobre todo si tenían como resultado el asesinato de civiles inocentes. «Además, están llevando a la liquidación física de toda una generación entera de militantes, cuya dedicación y talento son necesarios para construir una nueva sociedad socialista sobre las ruinas del régimen actual. Sólo la perspectiva estratégica de una Palestina laica y socialista bajo la dirección de las masas árabes y judías puede dar una salida al actual baño de sangre».
Hamas y el islam político
Las direcciones islamistas ganaron su lugar al ponerse al frente de la lucha contra la opresión del Estado sionista. Ocuparon los puestos de combate que había dejado vacante la capitulación de la OLP, cuando las intifadas demostraron que la voluntad popular era continuar peleando por la liberación. De todas maneras, Hamas y la Yihad Islámica eran incapaces de dar una salida a las aspiraciones nacionales y sociales de los trabajadores palestinos, habida cuenta de su subordinación política y financiera a regímenes árabes reaccionarios y enemigos de la causa nacional palestina.
Las fuerzas del islam político que explotaron a su favor la nueva situación venían desarrollándose en las décadas previas. El derrocamiento del Sha de Persia en 1979, con la revolución liderada por Ruhollah Jomeini que instauró la República Islámica de Irán, inauguró una nueva fase en el mundo árabe y musulmán al reintroducir la religión como eje de la acción política e incluso de la resistencia al imperialismo. El régimen de Teherán fomentó desde entonces movimientos islámicos chiíes en la región. Como contraparte, y como expresión de una creciente rivalidad, Arabia Saudita estimuló fuertemente a los fundamentalistas suníes. El boom petrolero posterior a 1973 permitió a estos gobiernos destinar grandes inversiones al financiamiento de estos movimientos.
Estados Unidos, que como vimos mantenía una alianza estratégica con regímenes reaccionarios y confesionales de la región, fue otro gran impulsor del fundamentalismo islámico. Después de haber apoyado a los movimientos suníes de su aliado saudí, destinó enormes fondos para entrenar y armar a grupos inclusive en Pakistán y en Afganistán, donde apoyó la creación de Al Qaeda contra la Unión Soviética -hasta que se volvió en su contra. Más tarde, el imperialismo yanquí respaldaría la elección de los Hermanos Musulmanes al gobierno de Egipto y en Túnez luego de los levantamientos populares de la Primavera Árabe en 2011.
Las condiciones de opresión y las agresiones militares del sionismo y el imperialismo, y la derrota de los procesos revolucionarios que habían sacudido a los países árabes, fueron el terreno sobre el cual prosperaron estas corrientes. Hezbollah, «el partido de Dios» libanés, se fundó luego de 1982 como consecuencia del impacto los incesantes bombardeos y la invasión sionista sobre la comunidad chiita que habitaba en el sur de ese país. Era la población más numerosa y pobre, convertida en refugiada en los suburbios de Beirut. Esta fuerza, que luego quedaría bajo la órbita de Irán, creció al calor de la lucha contra la ocupación que duró hasta el año 2000. Inicialmente en la resistencia seguía jugando un papel destacado la izquierda, que había constituido el Frente de Resistencia Nacional Libanés, pero saldría diezmada de la guerra civil que recién finalizó en 1990. Hezbollah sería desde entonces la dirección de la resistencia y su mayor fuerza militar.
En el caso de Hamas, en sus orígenes encontramos un apoyo del sionismo, que alentaba el desarrollo de los islamistas y en particular su actividad asistencial como forma de combatir la influencia política de la izquierda y las fuerzas nacionalistas. En 1979, tras firmar los acuerdos con Egipto y Jordania que aislaron a la guerrilla palestina, legalizó también a los Hermanos Musulmanes egipcios dentro de los territorios ocupados. Así se desarrollaría la red de al Mujamma al-Islami en toda la Franja de Gaza. Por eso, estos Hermanos Musulmanes palestinos habían adoptado una actitud de no confrontación con las fuerzas israelíes. La creación de Hamas fue una ruptura con ese compromiso, no casualmente en 1987 al comienzo de la Primera Intifada. Fue por la presión de un sector de las bases del partido que criticaba la falta de resistencia.23En su carta fundacional, emitida el 18 de agosto de 1988, Hamas reconoce su afiliación a los Hermanos Musulmanes y «considera la tierra de Palestina un waaf islámico». En cambio, en la nueva carta de 2017 se define como «movimiento islámico palestino de liberación y resistencia nacional», suprimió el contenido antijudío, y la lucha contra el sionismo se convirtió en el principal objetivo del partido; no menciona ningún vínculo con los Hermanos Musulmanes, y acepta implícitamente una solución temporal de dos estados.
Durante la década del ’90 Hamas experimentó un fuerte crecimiento como principal partido de oposición a los acuerdos con el sionismo, apalancado en el financiamiento de Irán y Qatar. En simultáneo se fortaleció también su aliado Hezbollah, hasta lograr un formidable éxito con la retirada de las tropas israelíes y su sustituto Ejército del Sur del Líbano en el 2000, liberando el 10% del territorio libanés que aún permanecía ocupado. En calidad de principal partido chiíta, es parte de su representación en el parlamento y el gabinete, según el régimen sectario. Su ejército se volvió incluso más poderoso que el regular, como iba a demostrar al derrotar la invasión sionista de 2006.
Hamas había rechazado toda participación política en las instituciones creadas con los Acuerdos de Oslo, como negativa a convalidarlos. Pero su posición cambió tras la segunda intifada, alegando que desde entonces era evidente que los acuerdos habían fracasado. Ahora disputaría con Fatah y Arafat también en el terreno electoral.
En enero 2006 Hamas ganó las elecciones legislativas de la Autoridad Palestina con el 42,9% de los votos, obteniendo 74 de los 132 escaños al parlamento palestino. Canalizó el retroceso de Fatah, ya que la izquierda cosechó votaciones menores (del 4% en el caso del FPLP y del 3% el frente encabezado por el FDLP). El resultado era inaceptable para Israel, que dispuso entonces un bloqueo dirigido a asfixiar económicamente al pueblo palestino y empujó a una catástrofe humanitaria a la población de Gaza, donde Hamas era más fuerte, al punto que el propio enviado de la ONU la calificó como «la mayor prisión a cielo abierto del mundo».
Por mediación de Arabia Saudita, a principios de 2007 se logró consensuar un «gobierno de unidad nacional» de Hamas y Fatah, pero fue boicoteado por el sionismo y Estados Unidos, mientras que la Unión Europea y la ONU convalidaron el bloqueo criminal. Se puso entonces en marcha un golpe de Estado contra Hamas. Este fue derrotado in Gaza, pero Mahmoud Abbas de la AP pudo mantener el dominio sobre Cisjordania, donde desató una cacería de militantes y dirigentes de Hamas, destruyó sus locales y servicios de asistencia, y lo ilegalizó. Desde entonces se cristalizó la división entre los poderes locales de cada uno de estos territorios ocupados.
Luego del bloqueo a Gaza in 2006 Hezbollah lanzó ataques desde el sur de Líbano en solidaridad con la lucha palestina. Un acto que contrastó con la complicidad de los regímenes árabes ante los crímenes de guerra del sionismo. Mayor aún fue su trascendencia porque luego derrotaría el intento de invasión israelí, doblegando a uno de los ejércitos más poderosos del mundo.
Reflexionando sobre estos hechos años después, a la luz de los debates abiertos dentro de la izquierda desde el 7 de octubre de 2023, Pablo Heller escribiría sobre la resistencia palestina y libanesa: «Las divergencias estratégicas no pueden ser la pantalla para sacarle el cuerpo. Es una obligación revolucionaria apoyar incondicionalmente —es decir, bajo su actual dirección— la guerra de liberación libanesa y palestina. Una victoria en esta guerra sería una derrota del imperialismo mundial». Esas diferencias estratégicas con Hamas y Hezbollah derivan de su tendencia a aislar las causas de liberación nacional y a dividir a los explotados, y del yihadismo como mecanismo de regimentación de las masas árabes. Como sea, «el desarrollo de una estrategia y dirección proletaria revolucionaria que abra el paso a una reorganización integral de la región sobre nuevas bases sociales — o sea una Palestina laica, única y socialista en el marco de los Estados Unidos Socialistas de Medio Oriente- no se desarrollará en el campo de la abstención frente a los choques sino participando en el combate real contra los opresores del pueblo palestino y las masas de la región».24Heller, Pablo; «¿Cuál debe ser la posición de la izquierda frente a la estrategia y los métodos de Hamas?», En Defensa del Marxismo, octubre 2023.
La resistencia palestina al genocidio sionista
La historia posterior, más conocida hoy, es la del genocidio al pueblo palestino. Por un lado, el avance incesante de la colonización en Cisjordania y el impulso del gobierno de Israel al armamento de verdaderas bandas de colonos fascistas, en vistas a hacer imposible cualquier enclave autónomo. Por el otro, el bloqueo por aire, tierra y mar que han impuesto al pueblo de Gaza, al cual asediaron con bombardeos e incursiones cada vez más sangrientas, hasta la escalada iniciada tras el 7 de octubre de 2023 luego de la Operación Inundación de Al-Aqsa de la resistencia que rompió el cerco sionista, atacó poblados y tomó rehenes israelíes para reclamar la liberación de los miles de presos políticos palestinos a quienes se les niegan todos sus derechos.
El ahogo impuesto a la Franja de Gaza, con la complicidad de Egipto en la frontera y de la ONU a nivel internacional, claro está, no pudo eliminar la lucha del pueblo palestino. Su resistencia es un capítulo heroico de la lucha de los pueblos oprimidos contra un ejército ocupante técnicamente superior, apoyado militar y económicamente por las principales potencias capitalistas. Las Fuerzas de Defensa de Israel no pudieron barrer con la resistencia ni a través del bloqueo genocida ni con las aún más genocidas operaciones de exterminio que desplegaron sobre Gaza en la búsqueda de eliminar las organizaciones de lucha, como Plomo Fundido en diciembre de 2008 y enero de 2009, Margen Protector en 2014, la Operación de los Muros en mayo de 2021, por nombrar solo las de gran escala. Ni en estas condiciones doblegaron a las organizaciones de la resistencia ni a la movilización popular.
Incluso en los últimos años hubo grandes manifestaciones, como la que protagonizaron jóvenes en 2018 y 2019 en la Gran Marcha del Retorno, que se dirigieron hacia el muro de separación con Israel y que fueron violentamente reprimidas. Otro hito fue el 18 de mayo de 2021, mientras Gaza estaba bajo los bombardeos sionistas, cuando un huelga general de los trabajadores palestinos en Israel paralizó las obras de construcción. Sin embargo, la política de Hamas no es el impulso a la movilización popular, e incluso reprimió en ocasiones acciones de lucha.
Este carácter reaccionario de la estrategia de Hamas tuvo una de sus mayores expresiones cuando se opuso y luego reprimió las movilizaciones en Gaza en apoyo a la Primavera Árabe, ese proceso de levantamientos populares que en toda la región barrió con gobiernos que llevaban décadas en el poder, entre ellos en Túnez, Egipto y Siria; que habían traicionado la lucha palestina. Tanto la ANP como Hamas confluyeron en esta política de oponerse a la solidaridad con los pueblos rebeldes de la región, en función de su definición de no intervención en la situación interna de los otros países, que es condición para el apoyo y financiamiento de estos regímenes. Peor aún fue la intervención militar de Hezbollah en Siria en apoyo al régimen de Al Assad, lo cual golpeó su popularidad a nivel regional. Así, las direcciones islamistas aíslan entre sí las fuerzas sociales que para conquistar su liberación requieren de una lucha común. Un triunfo de los alzamientos de la Primavera Árabe hubiera hecho de la región un nuevo escenario para pelear por una Palestina libre.

El genocidio en curso es una consecuencia del callejón sin salida del Estado sionista como gendarme del imperialismo en la región. Detrás de las guerras contra los pueblos árabes sigue estando el interés de Estados Unidos. Esto se aprecia nítidamente en la firma de los Acuerdos de Abraham en 2020, impulsados por Donald Trump para normalizar las relaciones económicas con los regímenes árabes que aún no reconocían a Israel. Inicialmente con Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, poco después con Sudán y Marruecos, estos acuerdos eran abiertamente una vía para alinear a estos países comercial y militarmente con Washington, negociados incluso a cambio de apoyo diplomático norteamericano. En la guerra comercial contra China esta integración es un escalón hacia la formación de un corredor económico que una India, el Golfo Pérsico, Israel y Europa, como contrapeso a la Nueva Ruta de la Seda. Como fue desde sus orígenes, el sionismo sigue siendo un instrumento de la penetración y la injerencia imperialista en el Medio Oriente. Arabia Saudita había entablado conversaciones bilaterales para sumarse a los Acuerdos de Abraham, pero fueron interrumpidas luego del 7 de octubre de 2023. La Operación Inundación de la resistencia palestina tuvo como marco un intento por quebrar este asfixiante aislamiento internacional.
En contrapartida, en el escenario mundial dominado por los choques comerciales y la tendencia a nuevas guerras, en el cuadro de la crisis capitalista y el intento del imperialismo por recomponer su hegemonía, las movilizaciones contra el genocidio de Palestina se convirtieron en uno de los principales fenómenos de radicalización de los trabajadores y la juventud. Movilizaciones de masas en Londres, París, Berlín, Nueva York y decenas de grandes ciudades, desafiando la represión y las prohibiciones. Destacables huelgas generales convocadas en Italia, Grecia y España, especialmente en puertos, almacenes y ferrocarriles para bloquear el envío de armamento y material bélico que es usado en el genocidio. La lucha estudiantil también ha sido formidable, con uno de sus picos en las ocupaciones de Columbia y otras universidades norteamericanas en abril de 2024, a pesar de los arrestos y deportaciones. Además se organizan boicots contra Israel y las más diversas formas de solidaridad con el pueblo palestino. Las banderas palestinas flamean en los grandes eventos deportivos y más aún están presentes en luchas populares por reclamos propios en cada país.
En Argentina la causa palestina ha sido también un parteaguas. Tomada como propia por las organizaciones populares, en movilizaciones estudiantiles y piqueteras; o en las campañas contra la injerencia de Mekorot en la administración del agua, que creció promocionada por los gobiernos peronistas. El peronismo es de hecho el gran ausente en las convocatorias en apoyo al pueblo palestino. Mientras el gobierno derechista de Javier Milei se jacta de su alineamiento con el sionismo y su subordinación al imperialismo yanqui, el Frente de Izquierda es el único sector político que se jugó sin fisuras en defensa de la lucha palestina, lo cual le ha valido la persecución judicial a dirigentes como Vanina Biasi y Alejandro Bodart.
Se desarrollaron también las campañas «no en nuestro nombre» de sectores de la colectividad judía que se pronuncian en todo el mundo contra los crímenes de Israel, dando origen a importantes organizaciones judías antisionistas, como Judíos por Palestina en Argentina. Es un paso muy importante para desenmascarar la naturaleza del sionismo. Para los socialistas, como decía Trotsky, «la cuestión judía está indisolublemente ligada a la completa emancipación de la humanidad. Todo lo demás que se haga en este aspecto sólo puede ser un paliativo y también a menudo un arma de doble filo, como muestra el ejemplo de Palestina». En ese sentido, como apunta Rafael Santos, «los sectores israelíes que quieran romper con su papel de colonialistas al servicio del guerrerismo imperialista deben realizar una política ‘derrotista revolucionaria’: promover la derrota de su propia burguesía, de sus fuerzas armadas, de su Estado y de su alianza con el imperialismo y apoyar el triunfo de la lucha del pueblo palestino».25Santos, Rafael; «El trotskismo frente a la cuestión palestina», ponencia presentada al III Evento Internacional León Trotsky, realizado en Buenos Aires en octubre de 2024; publicada en la web de En Defensa del Marxismo.
La lucha por la liberación de Palestina, aún más, es un punto de reagrupamiento político de fuerzas revolucionarias de todo el mundo. Uno de ellos es la Conferencia de Nápoles realizada en junio de 2025, que favoreció la coordinación internacional de organizaciones socialistas que en sus respectivos países se destacan por su decidida política de apoyo a esta lucha. Su declaración emitida al cumplirse dos años del inicio de la última escalada es concluyente: «El Estado sionista genocida debe ser desmontado piedra a piedra. Es necesario desarmar su ejército, sus colonos armados, su segregación racial, sus cárceles, sus muros, y el aparato de saqueos de recursos y lucro capitalista que, en alianza con el imperialismo occidental, lo sustentan. Y, no menos importante, aplicar el derecho al retorno para los millones expulsados por Israel. Una Palestina única, laica y socialista, en el marco de cambios revolucionarios más amplios en la región, vinculados a una lucha común anticapitalista y socialista de los trabajadores árabes y judíos para sustituir al actual Estado de Israel y derrocar las monarquías y los regímenes reaccionarios».26«La derrota de la barbarie sionista en Gaza es una necesidad urgente para los trabajadores del mundo entero«, octubre 2025, firmada por Liberación Comunista de Grecia, Partido Obrero de Argentina, Partido Socialista de Trabajadores (SEP) de Turquía y Tendencia Internacionalista Revolucionaria de Italia, entre otras organizaciones.
La revolución palestina es así un impulso poderoso de la revolución internacional. Es en ese terreno que encontrará su camino, en la época histórica de agrotamiento del régimen social capitalista que nos lleva a crisis, guerras y revoluciones. Si señalamos críticamente sus organizaciones, programas y estrategias en las distintas etapas es simplemente con el objetivo de extraer las mejores lecciones políticas para esa lucha.
¡Palestina será libre!

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