En agosto, varios meses antes de conseguir el triunfo del 61% que rompió el techo salarial del gobierno, hicimos un balance parcial de la lucha del Garrahan. Para ese entonces ya se había ganado la atención del país. Contabilizamos más de tres meses de huelgas y movilizaciones, y aún no salíamos del asombro tras realizar la marcha más importante que se haya hecho en la historia del hospital, un 17 de julio, con más de treinta mil personas que se dirigieron del Congreso a Plaza de Mayo. Una movilización colmada de trabajadores del hospital, familiares, junto con grandes columnas sindicales, piqueteras y de sectores que se movilizaron por su cuenta, demostraba que el conflicto no paraba de crecer. Sin embargo, más allá del alcance que había adquirido la lucha del hospital, aún no había resultados concretos para sus trabajadores.
En ese momento balanceamos que la lucha había realizado enormes aportes. El Garrahan era una “bala que le entró” al gobierno, haciendo que sus campañas de desprestigio a los trabajadores quedaran en el vacío. Esto no sólo era relevante para nuestros propios compañeros, sino que era una bocanada de aire fresco para el conjunto de la clase trabajadora. Muchos sectores se acercaban al hospital dando su solidaridad, y al mismo tiempo buscando en este conflicto un punto de apoyo para sus propias luchas. Sin dudas, la lectura de que si “gana el Garrahan, ganamos todos” fue calando hondo en un sector importante del movimiento obrero.
Para ese momento de primer balance, en medio de la desorientación reinante en el movimiento obrero, la huelga del hospital ya había impuesto un importante norte en dos terrenos que están íntegramente vinculados: el reivindicativo y el metodológico. Cuando se hablaba del Garrahan no se limitaba a una defensa en abstracto a la salud pública, sino que era evidente para todo el mundo el pliego de consignas que llevaban adelante sus trabajadores, teniendo como principal reclamo el Salario Mínimo Igual a la Canasta Familiar, misma consigna que articuló el reclamo en la huelga del 2005, como describimos en la parte II de esta seguidilla de notas sobre el hospital. Este como otros reclamos se llevó a cabo bajo una misma metodología: asambleas de todos los trabajadores (sin importar afiliación, turno, sector o profesión) que deliberaban frente al vaciamiento, la miseria presupuestaria y las renuncias; paros que permitían desarrollar un duro conflicto puertas adentro del hospital; y marchas que buscaban movilizar el enorme apoyo comunitario conquistado hasta el momento. Al mismo tiempo, los contrastes entre la lucha del Garrahan y el comportamiento adoptado por las burocracias sindicales, en sus distintas variantes, resultó insoslayable. La vieja máxima que plantea que en una ofensiva del enemigo “quien lucha puede ganar o perder, pero quien no lo hace pierde seguro”, cobra aún más relevancia si los que lucharon además de hacerlo obtuvieron un triunfo.
Más allá de la crónica que completarán los sucesos que van desde agosto a la conquista del 61% del mes de noviembre, estos últimos párrafos buscan introducir dos elementos decisivos que se quieren balancear. ¿Cuáles fueron las particularidades de la huelga? ¿Qué relevancia tuvo su dirección? ¿Qué choques hubo con las burocracias sindicales a lo largo del conflicto? ¿Qué discusiones internas se dieron con el resto de las corrientes de izquierda?
La Ley como resultado de la lucha, su incumplimiento y el triunfazo de noviembre
Tras la gran movilización a Plaza de Mayo, la moral de los trabajadores se revitalizó. La marcha de julio no fue una marcha más. La movilización combinó la fuerza de las medidas de los trabajadores del hospital con la simpatía general que la población asumió con esta lucha. Una gran campaña política puso en agenda la enorme movilización que, más allá de los sectores combativos del movimiento obrero, piquetero y los jubilados que siempre acompañan, sumó a sectores de la burocracia sindical y el peronismo.
Si bien la lucha del Garrahan incomodaba a dirigentes sindicales y políticos patronales al demostrar que sí se puede enfrentar al gobierno, ninguno de ellos quería quedar por fuera de la foto. La legitimidad de la lucha del Garrahan desmentía su derrotismo, pero al mismo tiempo presionaba a los burócratas para dar su apoyo y convocar, así sea limitadamente, a mover sus propios aparatos. El sector de burócratas cegetistas agrupados en la Confederación del Transporte, junto con la UTEP, fue parte de la movilización, mientras que el sector kicillofista del Foro de Salud, encabezado por el ministro de salud provincial, Kreplak, junto con la dirección kirchnerista de la CICOP, quisieron copar directamente la movilización. La maniobra fue completamente desbaratada bajo argumentos elementales: quienes quieren encabezar la movilización del Garrahan en contra de salarios de 900 mil pesos, son los mismos que en la provincia de Buenos Aires defienden salarios incluso inferiores. La marcha no sólo es contra el gobierno de Milei, sino a favor de la lucha de los trabajadores, no de quienes apuestan a la pasividad e integración con los gobiernos provinciales.
Finalmente, estos sectores tuvieron que encolumnarse detrás del Garrahan, bajo reivindicaciones claras que exigían un Salario Igual a la Canasta Familiar y un documento que se delimitaba no sólo de la “motosierra” de Milei, sino de las burocracias que le colaboran y los gobiernos provinciales que igualmente ajustan la salud. Como dijimos: la marcha fue un éxito. El conflicto se consolidó nacionalmente al involucrar a un sector amplio que apoyaba las denuncias y los reclamos al gobierno. Pocos días después de la movilización, se realizó una gran reunión en el auditorio de ATE con el objetivo de coordinar con el resto de los sectores que estaban en pie de lucha contra Milei e incentivar a otros a que lo hicieran. La burocracia, consciente del problema que esto significaba, se ausentó.
La lucha parió la Ley, el gobierno la vetó, la lucha lo derrotó
Para el mes de agosto la huelga del Garrahan se daba a la par con otros reclamos que venían en ascenso y que acaparaban la atención y respaldo popular, como la lucha contra los ajustes en discapacidad, la incansable movilización de los miércoles de los jubilados alrededor del Congreso, junto con nuevas réplicas de lucha universitaria, aunque contenidas por los rectores, funcionarios y burócratas. La legitimidad de estas causas nacionales dejaba al gobierno en posiciones minoritarias. Los trolls centers oficialistas, los impresentables twiteros de Milei, quedaban en soledad en la defensa del “ajuste” y la “motosierra” en estas áreas. El repudio estaba tan generalizado que hasta los medios de comunicación, por más patronales y libertarios que fueran, esbozaban ciertas críticas al gobierno y sus manejos.
Al mismo tiempo, los escándalos de corrupción del gobierno tiraban por la borda la supuesta política de «auditorías», diseñada para desviar la atención sobre la política de ajuste oficial. La trama corrupta del gobierno en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), con participación de Spagnolo, los Menem y Karina Milei, dejó al desnudo el carácter que tenían los encargados de las auditorías en discapacidad y, en general, en salud. La crisis de la adulteración del fentanilo, con más de cien muertos, también golpeó al gobierno y al ministro Lugones, principal ejecutor de los millonarios negociados entre el Estado y los grandes laboratorios.
Fue en ese momento, el de mayor crisis de la camarilla libertaria, que los roces con otros sectores patronales se incrementaron. Tras una colaboración decisiva en ambas cámaras del Congreso, tanto los radicales, los peronistas, como otros bloques patronales que se venían poniendo la “peluca” sin disimulo, se valieron de ciertas causas populares para dar lugar a su demagogia electoral, al mismo tiempo que se mostraban presurosos a evacuar un barco que parecía naufragar. Mientras Milei denunciaba que querían desestabilizarlo, la propia oposición patronal remarcaba el camino recorrido de conjunto en lo sustancial del ajuste. Fue así que el Congreso tuvo que dar tratamiento a la Ley de Emergencia Pediátrica, que si bien no expresaba el reclamo explícitamente discutido por la asamblea del Garrahan, recogía gran parte de sus demandas.
Sin dudas era progresivo su tratamiento en el Congreso, aportando en sus artículos retrotraer el salario a los niveles de noviembre de 2023, la vuelta atrás con el decreto que transformaba las residencias en becas y un mayor presupuesto en los centros de atención pediátrica. Mientras los jubilados recibían la espalda de los diputados en un proyecto de ley que incrementaba miserablemente las jubilaciones, muchos de estos legisladores respaldaron en ambas cámaras la Ley de Emergencia Pediátrica. Presurosos a desviar y así desarticular la lucha, algunos sectores pedían suspender o limitar las medidas de fuerza a la espera de la labor parlamentaria. Contraria a esta orientación, los trabajadores en Asamblea definieron movilizarse en agosto, en el marco de importantes paros que contaron con el apoyo popular que se había manifestado semanas atrás.
La aprobación de las leyes se dio por amplia mayoría, quedando incluso los diputados y senadores libertarios solo con el apoyo parcial de algunos de sus socios del PRO. Radicales y peronistas, adeptos a «no afectar la gobernabilidad libertaria», alzaron su mano a favor de las tres leyes de financiamiento universitario, discapacidad y pediátrica. Inmediatamente, el gobierno anunció el veto de estas leyes, a pesar de que no era el mejor momento para sostener los vetos en el Congreso. Un gobierno envuelto en hechos de corrupción, que sufrió su primera gran derrota electoral en las anticipadas elecciones legislativas de la provincia de Buenos Aires, no pudo tener los votos necesarios para confirmar los vetos del ejecutivo.
El veto fue rechazado por un mayor número de diputados que los que habían votado favorablemente semanas atrás. Siendo esta la cámara donde se presumía que los votos iban a estar más ajustados, el Garrahan y las universidades coparon las inmediaciones del congreso, despertando el amplio apoyo de la población. La victoria de los trabajadores fue un revés para el gobierno. Era un buen momento para continuar golpeando a la política del gobierno. Atentos a esto, sectores políticos patronales, que iban desde los rectores a las propias burocracias sindicales y estudiantiles, vieron el daño que se estaba produciendo en el gobierno de Milei y apostaron nuevamente a la «gobernabilidad». Para el tratamiento del veto en el senado sólo participaron los trabajadores del Garrahan y los sindicatos combativos de la universidad, con AGD-UBA a la cabeza.
El bono, el 61% y la aplicación de la Ley
Frente a una huelga que no aflojaba, con paros y movilizaciones semanales, debates asamblearios en los que se discutía cómo incrementar las medidas de fuerza, cómo articular con otros sectores en lucha, y ante la inminente derrota parlamentaria del veto, el gobierno terminó anunciando un bono de $450.000 para los trabajadores asistenciales y $350.000 para «logística» (maestras, administrativos, mantenimiento, entre otros) durante cuatro meses. Como a principios de año, cuando se consiguió un ítem de 15% de aumento al básico, este fue un nuevo triunfo parcial de la lucha. Los trabajadores denunciaron la discrecionalidad del pago, diferenciado entre los trabajadores asistenciales y aquellos que no lo eran, pero celebrando al mismo tiempo una primera conquista, importante, pero que de ninguna manera iba a resolver el conflicto.
Días antes se conoció la suma de cuarenta mil millones de pesos en Recursos Genuinos (dinero proveniente, mayoritariamente, del pago de Obras Sociales) que la dirección del hospital tenía guardada en una cuenta del Banco Nación. Si bien su publicidad enardeció a los trabajadores en huelga, fueron nuevamente las medidas de éstos lo que hizo que el gobierno otorgará un primer reconocimiento salarial por la vía del bono. Atentos al dinero existente en cuentas de inversión, se resolvió en la asamblea del 19 de septiembre un paro de 48 horas con movilizaciones a la dirección para el martes y miércoles siguientes. Pocas horas antes de iniciarse la medida, el hospital anunció el pago del bono, interesado en que la medida de fuerza se termine diluyendo. Por el contrario, el paro contó con una importante adhesión, celebrando la importancia del triunfo conquistado pero al mismo tiempo reclamando un aumento al básico tal como se venía reclamando e incluía la Ley.
El gobierno intentó disimular su derrota en el Congreso y al mismo tiempo, con sus medios afines, plantear que el problema del Garrahan ya estaba solucionado. Tras los anuncios del bono, el Consejo de Administración renovó su conducción sumando a César Avellaneda, ex director de enfermería, como nuevo miembro. Si el objetivo era descomprimir la lucha en enfermería, que para ese entonces venían parando masivamente, la pretensión se desvaneció a los pocos días. Bajo la conducción política de Mariano Pirozzo, nefasto funcionario mileista que asumió la dirección médica con un prontuario personal de vaciamiento y más de 200 despidos en el Hospital Bonaparte, se llevaron adelante los primeros descuentos. Enfocados en maestras e instrumentadoras, pero sobre todo en la enfermería a la que Avellaneda decía representar. Una conclusión más de la huelga que permitía clarificar a algún iluso o desprevenido: la única corporación que defienden los funcionarios es la patronal, no los intereses de la enfermería ni de ningún colectivo en particular.
Los descuentos habían sido anunciados meses atrás, antes de la gran movilización a Plaza de Mayo, pero recién pudieron aplicarse en el mes de octubre. Al mismo tiempo, los aplicaron sólo sobre dos días de huelga (un número muy inferior a las medidas de fuerza realizadas) y con el resguardo de haber recibido los trabajadores el pago de un bono que superaba el valor de los descuentos. Es decir, si bien la patronal actuó, lo hizo de forma “medida”, ya que el conflicto estaba lejos de culminar y persistía el temor de encender aún más la ira de los trabajadores.
Mientras tanto, el frente de lucha interna organizado en la Asamblea General mostraba ciertas fisuras, propias del desgaste que se venía evidenciando en una lucha de larga duración. Mientras los Autoconvocados venían retrocediendo en su participación desde hacía algunas semanas, la Asociación de Profesionales, orientada más a una intervención mediática y haciendo prevalecer las acciones puertas afuera del hospital, de carácter «simbólico» y pretendidamente «disruptivo», se resistía a la continuidad de los paros. En un cuadro complejo, con la conquista parcial del bono, la sanción de la ley y los descuentos que pasaban de ser una amenaza a algo concreto, la voluntad a luchar aún estaba en pie.
Fue así que se resolvió una nueva medida de fuerza para el 21 de octubre, ratificando en la Asamblea General lo que se discutía en los distintos sectores y turnos. Sin el mismo vigor, pero dando muestras y voluntad de luchar, se definió un nuevo paro, días antes de la elección legislativa nacional del 26 de octubre, exigiendo junto con los sectores de discapacidad y los gremios combativos de la docencia universitaria la aplicación de la leyes ratificadas cuatro veces en el Congreso. El gobierno amenazaba con incumplir y en cualquier caso dirimir en el terreno judicial, hasta el momento amistoso para los libertarios, su definitiva aplicación. El gobierno lo sabía, los trabajadores del Garrahan no iban a tirar la toalla.
El sorpresivo resultado electoral con el triunfo libertario, chantaje e involucramiento de Trump mediante, golpeó tanto a los activistas como al conjunto de un movimiento que mostraba signos de cansancio. Los nuevos descuentos se conocieron a los pocos días, llegando a sumas superiores a $500.000 para muchos trabajadores. La bronca se hizo sentir y, más allá de todo, los trabajadores de una u otra manera sostenían la discusión en torno a cómo continuar. El Fondo de Lucha había cumplido un papel fundamental el mes anterior, devolviendo la totalidad del descuento a aquellos compañeros que lo solicitaron, y si bien ahora los montos eran mucho mayores y el número de solicitantes también, había margen para cubrir parte de los descuentos. Una vez más, los trabajadores apelaban a un histórico método de lucha, una lección del pasado que había sido recuperada en la huelga del 2005, veinte años atrás.
Del mismo modo que fue una sorpresa el resultado electoral, no podemos engañarnos: el incremento del 61% sorprendió a muchos trabajadores en lucha. Sin esperarlo, la Junta Interna de ATE convocó una asamblea general, ante la negativa de la Asociación de Profesionales de impulsar una instancia de deliberación colectiva. Dividirse en un momento sensible, ante la mayor ofensiva a la huelga con descuentos elevadísimos, cayó muy mal en el activismo. Tan sólo unas horas antes del inicio de la asamblea se hizo público un whatsapp oficial de la dirección hospitalaria anunciando el histórico aumento del salario al básico. Seguramente, temían que en la Asamblea se votará retomar un plan de acción en contra de los descuentos, reabriendo el conflicto. Sin dudas, sabían que los trabajadores no íbamos a abandonar la lucha. En un mismo comunicado donde se anunciaba el 61%, el Consejo ratificaba que los bonos estipulados por cuatro meses se iban a abonar de forma fija al salario de los trabajadores. Una mezcla de desahogo y alegría primó en el hospital. Compañeros felicitándose unos con otros, intervenciones triunfales de los oradores que ratificaron el camino recorrido, y una noticia que recorrió el país: ¡los trabajadores del Garrahan obtuvieron un triunfazo!
Los días siguientes fueron movidos. El Consejo de Administración y Pirozzo iniciaron sumarios a 44 trabajadores (en su mayoría delegados de ATE, miembros de la dirección de APyT y activistas) el mismo día que se depositó el 61% de aumento retroactivo al mes de octubre. Sin embargo, y más allá de que la lucha contra los sumarios continuará, las conclusiones del triunfo no pudieron ser opacadas. El aumento del 61% no sólo es un blanco sobre negro frente al magro 1% o 2% del gobierno y la siempre obediente lapicera de la burocracia sindical, sino que respondió a una lucha por un reclamo preciso de los trabajadores: recuperar lo perdido frente a la inflación a lo largo de un año y medio, e incluso más, sumando el ítem fijo ($450.000/$350.000). El aumento significó a gran parte de los trabajadores alcanzar y superar el monto de la canasta familiar, duplicando el salario de las categorías más bajas.
¿Cómo se consiguió y quién lo hizo?
Como en cualquier otra lucha, las conclusiones que se extraen de la misma son materia de discusión entre las partes involucradas. Los balances son una parte decisiva del conflicto, permitiendo verificar si una vez culminada la lucha se está en una misma o en una situación distinta al momento anterior a iniciarse, remarcando las responsabilidades y los alcances que ésta tuvo. Muchas veces, al calor de la propia intervención se descuidan las conclusiones políticas que surgen de un conflicto, dejando así los trabajadores el terreno despejado para que la patronal y sus socios puedan imponer su propio balance, por más ridículo o mentiroso que este resulte.
Fue la patronal la primera gran interesada en imponer conclusiones a los trabajadores. Como el 61% debía estar completamente escindido de la lucha que lo consiguió, la patronal diseñó un relato en donde el incremento fue el producto de la «espera y el acomodo de las finanzas hospitalarias». Es decir, habría sido el resultado de una buena gestión. Ni dentro ni fuera del hospital se tomó como mínimamente serio este relato. En paralelo, la patronal aplicó sanciones prácticas a algunos de los luchadores más destacados como un medio para perseguirlos y disciplinar al conjunto, pero también para condicionar las propias conclusiones políticas del conflicto.
Los sumarios, además de castigar a quienes estuvieron al frente de la pelea e intentar dejar un antecedente negativo para que no vuelva a ocurrir, también tienen por objetivo enturbiar el balance colectivo del conflicto. Se ganó, pero… ¿a costa de qué? Lo mismo podría suceder con los descuentos aplicados: buscaban quebrar el conflicto y al mismo tiempo golpear la posibilidad de impulsar luchas en el futuro. Sin embargo, al haberse conseguido un incremento tan importante, ni siquiera se logró que los descuentos a los trabajadores superasen el aumento salarial recibido en ninguno de los tres meses donde hubo descuento de salario. Por lo tanto, el discurso que bastardea la lucha, al menos durante un tiempo, difícilmente pueda imponerse como hubiese querido la patronal.
Otro actor de relevancia que intentó desvincular el triunfo como resultado de la huelga fue la propia burocracia sindical de UPCN. Andrés Rodríguez y su delegación en el Garrahan estuvieron en el podio de la colaboración sindical con el gobierno de Milei. Durante los largos meses que duró el conflicto se encargaron no sólo de boicotear cualquier medida de lucha, sino también de atacar a los sindicatos que estaban al frente de la pelea y al conjunto de los huelguistas, muchos de ellos afiliados propios.
Con el paso de los años, la burocracia ha perdido el temor al ridículo, repitiendo que las conquistas son el resultado del «diálogo». Sin embargo, en esta oportunidad, tuvieron que mantener un perfil más bajo a la hora de arrogarse el logro. La razón es simple: nadie les cree. Al estar tan jugados en combatir las medidas de fuerza es lógico que prefieran una derrota de la huelga, y es en esta dirección que actuaron a lo largo de estos meses. Su estrategia del «diálogo» ni siquiera pudo ser explotada en estos meses, ya que más allá de su servilismo incondicional, la patronal no les dio el lugar de interlocutor burocrático de peso, como a lo largo de otros conflictos.
Asamblea, Paro y Movilización
En fin, la conquista del Garrahan merece un balance preciso que busque jerarquizar correctamente el lugar que tuvieron cada uno de los factores que se pusieron en juego. Las conclusiones de un conflicto como este, sin duda se meten, y así queremos que suceda, en la situación política general. Qué de esta lucha puede generalizarse, qué no. Obviamente, sin hacer un traslado mecánico, entendemos que la intervención de los trabajadores del hospital bien puede elevarse a la necesaria intervención de los trabajadores de nuestro país frente al enorme desafío histórico que representa la lucha contra la Reforma Laboral.
La Asamblea general fue sin dudas el gran órgano de deliberación y resolución de medidas a lo largo del conflicto, emulando así lo sucedido en la gran huelga del 2005. A diferencia de lo que ocurrió hace veinte años, al ser más sectores y no sólo la Junta Interna de ATE quienes estuvieron al frente de la lucha, la tarea fue sintetizar un espacio común de deliberación y resolución de todos. Lograrlo resultó decisivo para definir un plan de lucha y obtener el triunfo.
Si bien la asamblea unitaria está dentro del “abc” de los clasistas, su realización fue el resultado de una batalla política que se viene dando desde hace años. Desde la Junta Interna de ATE siempre se agitó la asamblea unitaria, logrando desde el año pasado (no sin discusiones) su organización conjunta con la Asociación de Profesionales. El otro importante sector que fue parte del movimiento, los Autoconvocados (en su mayoría profesionales), pasaron de descreer en la Asamblea como órgano a lo largo de la lucha del año pasado, a ser convocantes en este 2025. Sin dudas, cada uno de estos sectores experimentó la presión de los activistas, afiliados y el propio movimiento para la realización de estas asambleas.
Las asambleas fueron por demás combativas, imponiéndose la firme convicción de los trabajadores a luchar con inteligencia para discutir qué campaña o medida de fuerza impulsar, tras evaluar las posiciones y debates que las direcciones sindicales y los sectores ponían en discusión. Al mismo tiempo, actuaron como contrapeso de las decisiones unilaterales que se quisieran tomar. Aquellas acciones que se libraron por fuera de lo resuelto en asamblea, carecieron de participación de los propios trabajadores y no superaron la marginalidad. Pero al mismo tiempo, la Asamblea pudo imponerse a aquellos sectores que buscaban desviar el movimiento de lucha a otro terreno.
En un hospital existen distintas corporaciones, y en un conflicto como este que tuvo el respaldo genérico de la enorme mayoría del personal, resulta lógico que las mismas divisiones y jerarquías que se imponen en lo cotidiano, tienden a reproducirse en el movimiento de lucha. Si bien la participación de las jefaturas en las conferencias de prensa y sus denuncias públicas sobre la situación del hospital, no dejan de ser un aporte y un respaldo a valorar, su participación, al mismo tiempo, generó roces internos. Las jefaturas buscaban ser los voceros de la lucha del Garrahan, desplazando al resto de los trabajadores, o incluso intentando subordinarlos. Fue así que en medio de la lucha, los jefes intentaron copar la Asamblea con el objetivo de que se levanten las medidas de fuerza. La maniobra no sólo fue identificada por los trabajadores (jefes que cayeron al momento de la votación sólo para levantar sus manos en contra de los paros), sino que fue derrotada lúcidamente por la Asamblea.
Mientras la APyT se ubicaba, en nombre de «la unidad en la diversidad», como un factor de equilibrio y consenso entre las jefaturas (incluso con coordinaciones de peso) y el resto de los trabajadores, la Junta Interna de ATE se apoyó en la Asamblea de trabajadores como el factor decisivo, a sabiendas de que el conflicto interno (con paros y movilizaciones) iba a generar ciertos cortocircuitos con las jefaturas, quienes cumplen un rol de mando en los sectores de trabajo. La asamblea jugó un rol decisivo para imponer esta última orientación, ya que desde el vamos se constituyó como el espacio de unidad pero de «todos los que quieran luchar», rechazando la participación de aquellos que quisieran bombear la lucha desde adentro.
La Asamblea cumplió un papel fundamental. Tanto para clarificar el lugar de cada uno de los actores y apuntalar la lucha en la intervención directa y democrática de los trabajadores, como para articular la lucha en función de reivindicaciones precisas e íntegramente vinculadas a los intereses de los laburantes (Salario Mínimo Igual a la Canasta Familiar como punto de partida). Así se crearon los anticuerpos necesarios para que el movimiento no quede limitado a una genérica voz que denuncie la calamitosa situación del hospital, ni que puedan imponerse ciertos arribistas, directivos que hasta hace pocos años ejecutaron descuentos a los trabajadores por ir a la huelga.
Unidad para luchar
Sigamos: mucho se habla de la «unidad», pero no siempre se habla de lo mismo o en nombre de ella se puede referir a cosas distintas. La burocracia sindical de ATE, por ejemplo, habla de «unidad contra el ajuste de Milei» para llamar a integrarse a los gobiernos ajustadores peronistas. En el caso del Garrahan, la legitimidad de la huelga hizo que distintos sectores, hostiles a la lucha y que incluso colaboraron abiertamente con Milei, se presenten como abanderados del hospital y la salud pública.
El Congreso, el mayor de los cómplices que tuvo el gobierno hasta el momento y que renueva sus compromisos de cooperación libertaria con el paquete de leyes antiobreras de fin de año, fue muchas veces falsamente presentado como una especie de muralla a la política de Milei. El desvarío surgió a partir de un par de votaciones, entre las que se incluye la Ley de Emergencia Pediátrica. Desde la Junta Interna de ATE, en todo momento, se explicaron dos cosas: la ley se discutía, se aprobaba y se rechazaban los vetos, a partir de la enorme lucha de los trabajadores, con paros y movilizaciones que eran apoyados por el pueblo en la calle. Esta descripción se completaba con una permanente denuncia del rol que habían jugado estos partidos políticos hasta el momento, anulando cualquier expectativa que pudiera surgir en el Congreso y sus miembros.
La fórmula de «unidad en la diversidad», presentada como la clave de nuestro conflicto por la APyT (MST), no sólo buscaba conciliar a todos los sectores puertas adentro del hospital, sino que guardaba un profundo sentido político. El agradecimiento a los diputados que acompañaron la ley, en un frente de partidos políticos de distintos colores y clases, habría sido el pilar que permitió la conquista. Esta fórmula dejó asientos disponibles a gobernadores, intendentes y demás personajes que se horrorizaban con los salarios del Garrahan, pero que en sus propios gobiernos tenían salarios incluso inferiores.
Lo mismo ocurrió con rectores y decanos, burócratas docentes y estudiantiles, al momento de tratarse la Ley de Emergencia Pediátrica y la Ley de Financiamiento Educativo de forma conjunta. Obviamente, no corresponde rechazar acuerdos a la hora de impulsar acciones de lucha, pero muy distinto a esto es embellecer a estas organizaciones que, aprobado el primer rechazo de veto en diputados, se prestaron a desmovilizar, en nombre de no afectar a un gobierno políticamente golpeado en tiempos de corrupción. Incluso, la fórmula de «unidad en la diversidad» tuvo una amplitud particularmente curiosa, desconociendo la relevancia de aquellos sectores combativos como los docentes y no docentes que daban una lucha consecuente contra el gobierno al mismo tiempo que denunciaban a las autoridades y la burocracia por su parálisis y complicidad.
Sí debe ser destacada la unidad que se generó entre los trabajadores y las familias de los niños que se atienden o se atendieron en nuestro hospital. Más allá de lo emocionante del caso, las madres fueron un pilar de la lucha. Tomando la palabra en defensa de los trabajadores y el hospital, y dando respuestas de clase a cada uno de los embates del gobierno. Mientras los trabajadores denunciamos a la burocracia, las madres hicieron lo propio, dándose el gusto de decirle en su cara a los gremios docentes de la CGT que «hagan algo por los niños, que son hijos de trabajadores».
En el mismo sentido, la unidad se vio fuertemente en las calles. Los sectores combativos, ya sea de la salud y la educación, como los compañeros del Frente de Lucha Piquetero, con una destacada presencia del Polo Obrero, estuvieron presentes en todo momento. Pero incluso, en la gran movilización del 17 de julio, las columnas obreras de camioneros, metalúrgicos, docentes, entre otros, no sólo reflejaron la presión de la burocracia de aparecer, sino el interés de los trabajadores en estar. Sin dudas, fueron parte por lo que representa el Garrahan como institución pediátrica, pero también por ver en el Garrahan la lucha por las mismas reivindicaciones salariales que ellos mismos tienen. Las reuniones, plenarios y cabildos que se llevaron adelante demostraron esto mismo.
Del lado opuesto, y sólo por hablar de la burocracia de nuestro sindicato ATE, la orientación no sólo fue aislar la lucha del Garrahan, sin tomar los paros del hospital como un punto de partida para enfrentar el mismo problema salarial que tienen todos los trabajadores. No se hizo una sola reunión o plenario para tocar el punto, mucho menos una medida de fuerza. La dirección nacional nos llamaba a acatar la conciliación obligatoria y por lo bajo a levantar las medidas «para evitar despidos». La seccional Capital llegó al punto de movilizar en la marcha del Garrahan en la columna kirchnerista con el ministro de salud de la provincia de Buenos Aires, Kreplak, dejando en claro que estaba más preocupada por el armado electoral de septiembre que por el triunfo de la lucha del Garrahan.
La dirección
Muchos factores tuvieron una relevancia en la lucha y posterior triunfo de los trabajadores del Garrahan. Hay quienes vieron en la visibilidad mediática un factor decisivo. Otros vieron en la legitimidad popular del hospital, a partir del cuidado que se hace de los niños con las patologías más severas que se puedan imaginar. Otros, porque vieron jefaturas médicas prestigiosas apoyando públicamente el reclamo. Los famosos que se sumaron a distintas actividades. Etcétera.
Sin dudas, todos estos factores fueron muy relevantes, pero nuestro balance otorga a la intervención de los trabajadores un rol decisivo. Empezando por los residentes y sus paros por tiempo indeterminado, continuando con la participación masiva de profesionales en las movilizaciones, la contundencia del paro en laboratorio, instrumentación quirúrgica, jardín maternal, medicina transfusional, y la rebelión que se vivió en enfermería con paros contundentes en distintas salas y turnos. Sin estos paros y movilizaciones, primero alrededor del hospital y luego a todos los centros del poder político, no se habrían acercado ni los medios de comunicación, ni los famosos, ni los prestigiosos profesionales, ni el enorme acompañamiento de los familiares y el pueblo. Como dijimos, la Asamblea encauzó la lucha bajo el combativo curso de la intervención directa de los trabajadores.
Ahora bien, ¿por qué ocurrió esto en el Garrahan y en otros lugares no? En la enorme mayoría de los lugares de trabajo, la burocracia sindical ejerce una colaboración absoluta con las patronales. Lo hace bloqueando cualquier posibilidad de reunión o asamblea de los trabajadores, o bien creando un estado de desmoralización absoluta que hace que los trabajadores desistan de cualquier intento de organización y lucha. Esto se ve claramente en la intervención de las rancias burocracias cegetistas como en las progresistas burocracias ceteistas.
En el Garrahan la lucha no nació de un repollo. Como se explicó anteriormente, la política de establecer asambleas comunes de todos los sectores surge de una amplia tradición de lucha impulsada por décadas de delegados clasistas, históricamente agrupados en ATE, a los que actualmente se sumaron los compañeros de la APyT. Las progresivas autoconvocatorias que surgieron por fuera de estos gremios, en su momento los médicos, las instrumentadoras e incluso ciertos sectores de enfermería, fueron llamadas a la unidad y a una experiencia común que se terminó condensando en la Asamblea General.
Las direcciones combativas y clasistas son, sin ningún tipo de dudas, un puntal distintivo en el hospital. Esto mismo sucedió en el 2005, esto mismo sucede en el 2025. Al mismo tiempo, esta dirección no se impuso en ningún espacio de forma artificial, sino que emergió consecuentemente y conquistó una autoridad a partir de la política desarrollada en esta etapa. La opinión de aquellos sectores que guardan responsabilidades sindicales tuvo un enorme valor a la hora de conducir la lucha, de definir los momentos para poner el pie en el acelerador o analizar qué medida resultaba más conveniente para recuperar cierta masividad. Sin dirección, un movimiento tan heterogéneo, dividido en turnos, sectores y profesiones, no hubiese tenido la conciencia de avanzar y retroceder todos juntos. Sin dirección, las maniobras y divisiones propuestas por la patronal y el gobierno podrían haber surtido efecto.
Algunas corrientes, en particular el PTS, al iniciarse la lucha intentaron paralelizar el movimiento bajo convocatorias propias que buscaran emular otros espacios reales autoconvocados. Llegando al punto de argumentar la necesidad de tener que elegirse delegados por sector por no verse, supuestamente, todos los compañeros representados en la asamblea. Esta vil maniobra tenía el penoso objetivo de desconocer la dirección real del movimiento, y el lugar de los sindicatos al frente de la pelea. Las alusiones genéricas a los trabajadores del Garrahan que hace el PTS corren en paralelo con el desconocimiento total de los sindicatos en la huelga. Situación aún más grosera al invisibilizar el rol de la Junta Interna de ATE Garrahan. Su presencia con delegados en el gremio al que desconocen como parte decisiva de la lucha, hace de esta situación una paradoja poco común.
Con esto no se busca hacer autobombo alguno. Sin embargo, destacar el lugar de ATE Garrahan a lo largo de la huelga es destacar la importancia que posee la recuperación de los sindicatos para los trabajadores. Destacar la política llevada adelante por ATE significa destacar que lugar tuvieron las discusiones de los propios delegados, antes, durante y luego de la huelga. Así como la intervención directa por paros y movilizaciones tuvieron un enorme valor. Así como las asambleas como ámbito de discusión y resolución son un distintivo de la lucha. Un balance serio del gran triunfo del Garrahan no puede omitir la importancia que tuvo la dirección de la lucha, la cual no fue estrictamente responsabilidad de la Junta Interna de ATE, tanto la APyT como Autoconvocados fueron parte decisiva, pero que tuvo en este sindicato recuperado hace más de veinticinco años la defensa de un método y una política independiente de los trabajadores.
Lo que viene
Esta nota busca resaltar los puntos salientes, primordialmente positivos, que tuvo nuestra lucha. La patronal y el gobierno intentan hacer lo propio, imponiendo conclusiones negativas que surjan de la persecución y los sumarios a los luchadores. Para nosotros esta lucha es un ejemplo de por qué se puede enfrentar y por qué se puede ganar contra el gobierno. Ellos también quieren que el Garrahan sea un ejemplo: si se sale a pelear habrá consecuencias y persecución sobre sus protagonistas.
En cualquier caso, todo indica que vamos a una gran confrontación entre clases sociales, a partir no sólo del ajuste económico bestial que aplica el gobierno, sino también por el nuevo marco legal que busca profundizar la explotación de los trabajadores por el capital. En este cuadro, la lucha del Garrahan estará presente, sea por su cercanía en el tiempo o por los logros obtenidos, e intentamos con este trabajo aportar algunos elementos que derriben los discursos desmoralizadores y paralizantes de la burocracia, y que resalten las potencialidades que posee la intervención independiente de los trabajadores.
Nadie puede pretender que un logro salarial sectorial se compare, en esfuerzos y recursos puestos a disposición por las partes, con una lucha contra la reforma laboral. Sin embargo, la intervención de los trabajadores y sus resultados, es una experiencia que vale la pena resaltar, ya sea en un hospital, una fábrica, una rama laboral o una pueblada municipal. Las reservas de lucha están presentes. Tal vez decir intactas es mucho, la burocracia ha jugado muy a fondo para que la organización colectiva y los sindicatos estén hoy diezmadas: que reine la desconfianza de los trabajadores en sus propias fuerzas. Sin embargo, el gobierno aún no ha impuesto una derrota política a los trabajadores, y la clase capitalista conoce muy bien los peligros que se pueden presentar en un país con múltiples experiencias de revueltas populares.
Las batallas que dirimen si la clase capitalista puede imponer otras relaciones de fuerza a los trabajadores, o si estos finalmente inician un camino de lucha contra el régimen, aún no se llevaron adelante. Esto es un hecho. Quedará en los trabajadores hacer de la huelga del Garrahan la punta de lanza de una gran intervención popular y que no quede en la historia como una experiencia aislada. Nuestro deber es elevar las conclusiones políticas del caso y conseguir que la clase obrera asuma las experiencias sectoriales como propias, que unifique sus fuerzas, desborde el freno de la burocracia sindical, y ponga fin a la política de ajuste de Milei y los gobiernos provinciales.