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Polémicas sobre China

Notas críticas a los textos de los compañeros Heller y Brunetto

Polémicas sobre China

Notas críticas a los textos de los compañeros Heller y Brunetto

En sus “Apuntes para una caracterización de China”[1], el compañero Pablo Heller (PH) rechaza la categorización de China como un “imperialismo en construcción o formación” y, más aún, que ésta sea ya una potencia “imperialista” a secas. El compañero Luis Brunetto ha publicado un texto llamado “Sobre el carácter de la sociedad china”[2] que defiende la tesis de que China “es un país capitalista avanzado e imperialista”. En mi caso, en “De dónde viene y adónde va China”[3] he rescatado la categorización de Au Loong Yu de que China es un imperialismo en formación —aunque criticando su posición frente a la cuestión de Taiwán— y la he integrado como parte de una caracterización de conjunto, que fueron sintetizadas en nueve tesis que rematan el texto.

Volcadas las distintas elaboraciones, la confrontación polémica entre las mismas es el único método para clarificar las divergencias y arribar, o no, a conclusiones comunes. En el presente trabajo me propongo avanzar en esa tarea. Me detendré especialmente a analizar los “Apuntes” de Heller, polemizando con lo que considero sus principales déficit y problemas. En un único capítulo abordaré  las tesis de Brunetto.

La categorización de China en el concierto mundial

Los “Apuntes” de Heller carecen de una categorización de China en torno al lugar que hoy ocupa el gigante asiático en la jerarquía del capitalismo mundial. Aunque PH caracteriza que el régimen social chino sería un “capitalismo de Estado sui géneris” y rescata la categorización de Au Loong Yu de China como un “capitalismo burocrático”, esas categorías refieren al carácter del régimen social y político chino, es decir, a cómo se desarrolla y estructura el capitalismo en el gigante asiático, pero no al lugar en el que se ubica China en el concierto internacional. En mi texto, también avanzo en una caracterización del propio régimen chino categorizándolo como un “capitalismo de Estado bajo control burocrático”. Podemos afirmar que existe entre las tres definiciones mencionadas una gran semejanza, en tanto todas refieren a la preponderancia de la burocracia del PCCh como vehículo de la restauración, garante e impulsora de relaciones sociales de producción capitalistas y, al mismo tiempo, defensora del papel del Estado como actor central en el proceso económico y político.

Sin embargo, como ya señalamos, existe un vacío en los “Apuntes” de Heller sobre la clasificación de  China en el status del capitalismo internacional. Es cierto que PH, en sus conclusiones, luego de señalar que China mantiene “semejanzas” con “formaciones atrasadas y dependientes” reconoce que el gigante asiático también tiene “puntos de contacto” con países “imperialistas”. Pero es evidente que el acento en los “Apuntes” de Heller está colocado en mostrar el atraso, la dependencia y las dificultades que enfrenta China y no la dinámica de su desarrollo y los puntos fuertes que ha logrado, que han colocado en debate si juega o no un rol imperialista. Los “Apuntes” omiten aspectos de enorme relevancia que ubican a China en el podio de la jerarquía del capitalismo mundial y que le otorgan una capacidad distintiva y sustancial en la puja entre potencias. En íntima relación y entrelazamiento con lo anterior, los “Apuntes” no aprecian el desarrollo de China desde un punto de vista histórico, es decir, mostrando la dinámica de la evolución del gigante asiático.

Un tridente estratégico ausente   

Como ya señalamos, indicadores cuantitativos sustanciales, que constituyen un poderoso tridente en poder de China,  han sido relativa o totalmente soslayados por los “Apuntes” de PH. Nos referimos al hecho de que China se haya transformado en el principal socio comercial del mundo, en el tercer país con mayor stock de inversión extranjera directa saliente (exportación de capitales) y en el tercer principal país acreedor de otros estados. El hilo conductor de este tridente es la Iniciativa de la Franja y la Ruta. En el capítulo II (específicamente en los ítems 3 y 4) de mi texto “De dónde viene y adónde va China” desenvuelvo en profundidad la dinámica del desarrollo de ese tridente. 

Veamos lo que dicen los “Apuntes” de PH sobre el desarrollo comercial de China:

“El gigante asiático experimentó un desarrollo prodigioso en los últimos 25 años. Ha pasado a ser la principal potencia manufacturera y la segunda economía del mundo en términos de PBI y a conquistar un liderazgo del comercio mundial. China se destaca con empresas del top 100 global por capitalización: en tecnología, consumo, y banca. En este último caso, tiene los 4 bancos como mayores activos a nivel global. Al menos una decena de compañías están en este ranking, entre las que figuran Alibaba y Tencent. En la lista de los 3.028 millonarios que publica la revista Forbes, 450 son chinos. Al mismo tiempo ha desarrollado una política de expansión económica a nivel mundial con la llamada Ruta de la Seda, la cual no solo se circunscribe a exportación de productos, sino también de capital y que engloba inversiones directas y préstamos. El desembarco de China se registra en la periferia, en primer lugar, en Asia, en África, donde ha tenido un desarrollo veloz y también en América Latina. Estos son algunos de los elementos que son tomados en consideración para plantear que China sería un país imperialista”. (Pág 13 edición impresa EDM n° 62)

Como se ve, el reconocimiento de que China ha conquistado un liderazgo en el comercio mundial está dicho de pasada, pero no existe ninguna integración de ese elemento en una caracterización de conjunto. Sin embargo, es claro que el problema del desarrollo comercial de China ocupa un lugar estratégico. Lo prueba el hecho de que Estados Unidos intenta superar su declinación histórica impulsando, justamente, una guerra comercial. El país del “capitalismo de libre mercado” se ha transformado en el principal impulsor del proteccionismo y los aranceles. En cambio, el país gobernado por el Partido Comunista se ha transformado, a escala planetaria, en el principal impulsor de los tratados de libre comercio, ya que necesita colocar en el mercado mundial su gigantesca masa de producción manufacturera, que representa alrededor del 30% de la producción mundial. En la víspera de la reciente cumbre entre Xi y Trump en Corea del Sur, China amplió el tratado de libre comercio con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), un mercado compuesto por más de 2 mil millones de personas. Los TLC impulsados por China en América Latina han inundado los países latinoamericanos de productos manufacturados a cambio de materias primas. Un botón de muestra de la fortaleza alcanzada por China, gracias a su poderío industrial y a su desarrollo comercial, es lo sucedido en nuestro propio país en los últimos meses. En el mismo momento en el cual se ha reforzado como nunca antes el sometimiento de la Argentina al imperialismo yanqui —con el rescate del Tesoro norteamericano y su injerencismo abierto y descarado— China se transformó en nuestro principal socio comercial. Asistimos a la situación ridícula de que los dólares otorgados por el imperialismo para evitar la quiebra del fisco argentino y rescatar al gobierno de Milei fueron a financiar, en gran medida, las importaciones chinas a través de las aplicaciones de Temu y Shein. Habrá que ver hasta cuando dura esta situación de la mano del nuevo acuerdo comercial firmado por Milei con el gobierno de Trump. Pero de por sí es una muestra del poderío alcanzado por el gigante asiático y las dificultades que el imperialismo yanqui afronta para sobreponerse a China, incluso allí donde los gobiernos son completamente fieles a los lineamientos norteamericanos.

En octubre pasado las exportaciones chinas cayeron, por primera vez desde la segunda asunción de Trump, un 1,1% en su comparación interanual. Pero desde enero a septiembre, en pleno desarrollo de la guerra comercial con Estados Unidos, las exportaciones crecieron todos los meses. El gran receptor del redireccionamiento de las exportaciones chinas fueron los países del sudeste asiático y, en menor medida, países de África, Europa y América Latina. Pero China no solo se ha transformado en el principal socio comercial del mundo, también ha demostrado tener una espalda significativa para afrontar la arremetida norteamericana en la guerra comercial. En “De dónde viene y adónde va China” anticipé esa posición de fortaleza del gigante asiático cuando señalé lo siguiente:

“...China ha mostrado tener un arma muy eficiente en la guerra comercial: su dominio mundial de la producción (70 %) y refinado (90 %) de tierras raras, que son fundamentales para la fabricación de vehículos eléctricos, turbinas eólicas, teléfonos inteligentes, computadoras, equipos médicos, y, muy importante, sistemas de defensa. Recordemos que poco después de que Pekín anunciara nuevas restricciones a la exportación de minerales de tierras raras y los imanes especializados que estos producen, la industria automotriz mundial advirtió sobre una escasez que podría obligar al cierre de fábricas”. (Pág. 71 edición impresa EDM n° 62)

Lo apuntado en mi texto quedó rápidamente confirmado. Como señalo en este artículo de Prensa Obrera, que es recogido por el informe internacional aprobado por el CC de principios de noviembre, China logra imponer una tregua —en la cumbre entre Xi y Trump del 30 de octubre pasado— por su posición de liderazgo en la producción y refinación de tierras raras. La posición de fuerza conquistada por China fue puesta de relieve por numerosos medios del imperialismo occidental, que insistieron con que Pekín está ganando la guerra comercial: The Economist, Financial Times y The New York Times. Por otra parte, las posteriores declaraciones del secretario del Tesoro norteamericano, Bessent, de que EE.UU. podría acabar con el dominio de Pekín de las tierras raras en apenas 12 o 24 meses, acaban de ser fuertemente cuestionadas, por no decir desmentidas, por numerosos expertos[4].  Pero a pesar de la centralidad de las tierras raras en el control de las cadenas de suministro mundial y de que éstas ya habían sido utilizadas por China en abril de este año como respuesta a la ofensiva arancelaria de Trump, en los “Apuntes” de Heller las palabras “tierras raras” ni siquiera figuran. Se trata de una omisión gruesa de los “Apuntes”.

Veamos ahora lo que dicen los “Apuntes” de PH sobre la exportación de capitales chinos:

“Las exportaciones de capitales de China hacia las economías capitalistas avanzadas tradicionales son marginales (en el caso de Estados Unidos representa apenas el 2 % de producto bruto). La gravitación que tienen las grandes multinacionales en el país asiático no se reproduce en la dirección contraria. Esto esclarece los términos en que se desenvuelve en la actualidad las relaciones de dominación y dependencia en el escenario internacional.

La exportación de capitales ha ido creciendo, pero se concentra en los países de la periferia. Inicialmente, China logró comprar algunas empresas imperialistas como la italiana Pirelli (parcial) o la suiza Syngenta, pero este avance fue bloqueado por el veto por los estados imperialistas, lo cual habla que una reconfiguración del imperialismo solo puede ser violenta”. (Pág. 26 y 27 edición impresa EDM n° 62)

En primer lugar, es importante aclarar que no es correcto señalar que la inversión extranjera directa (IED) china en Estados Unidos represente el 2 % del PIB yanqui. La información es errónea, tanto si realizamos la comparación con el stock de IED como si contemplamos el flujo de IED anual (en este último caso la proporción se reduciría muchísimo más). La participación del stock de IED china en el PBI de EE.UU. en 2023 representa apenas el 0,24%. Sin embargo, si contemplamos la relación inversa, es decir, la participación del stock de IED norteamericana en el PIB chino, también constatamos que es relativamente baja, alcanzando apenas un 0,71%[5]. Desarrollando una serie histórica quedaría en evidencia que lo que avanza es una tendencia al desacople entre ambas potencias. El pico más alto de stock IED china en EE.UU., en porcentaje de PBI, fue un 0,36% en 2016; mientras que el pico más alto de stock IED estadounidense en China fue un 0,9% en 2011. En 2022 el flujo de IED china en EE.UU. directamente fue negativo, reflejando un proceso de desinversión. Esto, a pesar de que de 2005 a 2024 el principal destino de las inversiones chinas, tras pasar por intermediarios como Hong Kong, fue Estados Unidos, seguido por Australia, Gran Bretaña, Brasil y Canadá[6].

Pero el déficit más importante de los “Apuntes” en torno a la cuestión de la exportación de capitales es otro: no integran en su análisis el exponencial crecimiento de la IED china, que pasó de representar en el año 2000 apenas el 0,37 % del stock global de IED saliente a representar el 7,15% en 2024. Este crecimiento contrastó con el desplome de la IED yanqui, británica y francesa. Al día de hoy, China se ha colocado como el tercer país con mayor stock de IED saliente del mundo, solo por detrás de Estados Unidos y Países Bajos. Es decir, la exportación de capitales chinos supera a la exportaciones de capitales británicos, alemanes, franceses, japoneses e italianos. Los bloqueos de los estados imperialistas al copamiento de empresas como Pirelli o Syngenta por parte de capitales chinos, citados por los “Apuntes”, no debe hacernos perder de vista la dinámica fundamental: mientras la presencia de las inversiones chinas se ha expandido significativamente en África, Asia y América Latina, el peso relativo del imperialismo francés e inglés en la inversión extranjera directa en el llamado Sur global se ha reducido en los últimos 20 años. Esa dinámica muestra que China está poniendo en discusión una cuestión fundamental: cuál va a ser la potencia capitalista que juegue el papel predominante en los países periféricos o semicoloniales.

Continuemos, finalmente, con la otra pata del tridente: el lugar de China como Estado acreedor y su lucha por proyectar al yuan como moneda internacional. Sobre esta cuestión los “Apuntes” de PH no dicen absolutamente nada. En cambio, en “De dónde viene y adónde va China” señalo lo siguiente:

“De la mano de este crecimiento del comercio y las inversiones, China ha desarrollado una intensa política crediticia que lo ha colocado como el tercer mayor Estado acreedor del mundo, solo por detrás de Alemania y Japón. A modo de ejemplo, entre 2000 y 2020, los organismos financieros estatales chinos prestaron 160 mil millones de dólares a los gobiernos africanos, y entre 2007 y 2020 la financiación china para infraestructura en África subsahariana fue 2,5 veces superior a la de todas las demás instituciones bilaterales en conjunto. En 2020 los préstamos chinos representaron el 17% del total de la deuda pública en África subsahariana, según la Iniciativa de Investigación China-África de la Universidad Johns Hopkins en Washington, D.C. Esta cifra superó a la de todos los demás acreedores oficiales bilaterales combinados, aunque fue inferior a la del Banco Mundial (19%) o los tenedores de bonos comerciales (30%). En un primer período la mayor parte de los préstamos chinos iban a proyectos de infraestructura, que buscaban reforzar la capacidad de explotar los recursos naturales de los países receptores. Esto que vale para África también vale para Asia y América Latina”. (Pág. 72 edición impresa EDM n° 62)

Seguidamente, recojo la investigación realizada por Eric Toussaint en una serie de artículos donde demuestra el carácter confiscatorio y usurario de la política crediticia de China, que nada tiene que envidiarles a los organismos de créditos internacionales como el FMI o el Banco Mundial. A su vez, en mi texto, señalo que esa política crediticia, que incluye los SWAP, está inscripta en su tentativa de poner en marcha su propia moneda de circulación internacional aunque, por el momento, solo el 3,3 % de los pagos internacionales se realicen en yuanes y el 2,3 % de las reservas globales de divisas de los bancos centrales se encuentren en moneda china. Señalo, a su vez, que el yuan por el momento está lejos de amenazar al dólar, por el dominio geopolítico y militar de EE.UU., porque enfrenta el obstáculo de que no es completamente convertible en el mercado de capitales, y porque China necesita mantener su competitividad comercial (un yuan barato), pero para proyectar internacionalmente a su moneda es necesario que ésta pueda funcionar como reserva de valor (un yuan estable y fuerte, con baja volatilidad y convertibilidad plena).

Pero veamos lo que señala un artículo de The Economist publicado el 10 de septiembre pasado, apenas un mes después de que fueran publicados los artículos sobre China en la revista EDM. El artículo se titula “China está abandonando el dólar a toda velocidad. Los funcionarios creen que el yuan finalmente ha alcanzado la madurez” y grafica esa dinámica abundando con datos. Muestra que China impulsó que una parte creciente de su comercio se facture en yuanes: más del 30% del comercio de bienes y servicios ya se hace en su propia moneda (contra el 14% en 2019). A su vez, más del 50% de todos sus cobros transfronterizos (incluyendo flujos financieros) se liquidan en yuanes, frente a menos del 1% en 2010. Desde mayo, los reguladores ordenaron a los grandes bancos que al menos el 40% de los préstamos de “facilitación del comercio” (trade-facilitation lending) se concedan en yuanes. Tras las sanciones a Rusia en 2022, los bancos chinos trasladaron casi todos sus nuevos préstamos externos del dólar al yuan, cuando antes solo un 15% de esos créditos estaba denominado en yuanes. Esto triplicó el stock de deuda externa en yuan. China ha otorgado 4,5 billones de yuanes (el equivalente a 630.000 millones de dólares) en líneas de swap a 32 bancos centrales, creando una especie de “red de seguridad financiera” alternativa que garantiza acceso al yuan en caso de crisis. El sistema CIPS ya cuenta con más de 1.700 bancos adheridos en todo el mundo (un tercio más que antes de la guerra de Ucrania). Los volúmenes de transacción en CIPS crecieron un 43% en 2024, hasta 175 billones de yuanes (el equivalente a 24 billones de dólares). China impulsa el uso de mBridge, una plataforma de pagos transfronterizos desarrollada junto a otros bancos centrales, para realizar operaciones fuera de los canales dominados por EE.UU. El gobierno chino fomenta también la deuda en yuanes fuera de China: Hungría emitió unos 5.000 millones de yuanes en “panda bonds”, la mayor emisión soberana en yuanes dentro del país hasta la fecha; empresas energéticas rusas fueron habilitadas a emitir deuda en yuanes; Kenia podría convertir parte de su deuda en dólares con China a yuanes; y Brasil evalúa una nueva emisión en esta moneda.

Como se puede ver, sin dejar de enfrentar obstáculos y contradicciones severas, China está dando pasos importantes en su lucha por proyectar su propia moneda. El artículo de The Economist observa que “incluso después de que Estados Unidos se convirtiera en la mayor economía del mundo, el dólar tardó décadas en alcanzar el dominio. En comparación, China está logrando un progreso sorprendentemente rápido”. La observación es interesante, porque efectivamente Estados Unidos se transformó en la primera economía del mundo en 1870, pero recién logró transformar al dólar en una moneda fuerte en el marco de la Primera Guerra Mundial y se coronó como moneda de reserva mundial en 1944 con los Acuerdos de Bretton Woods, con la Segunda Guerra Mundial ya prácticamente definida en favor de los Aliados. De hecho, la inserción internacional del yuan en el comercio, las finanzas y las reservas hoy es mayor que la que tenía el dólar antes de la Primera Guerra Mundial, cuando la libra esterlina concentraba de manera mucho más excluyente la función de moneda mundial. Eso no evitó que en 1916 Lenin categorizara a EE.UU. como país imperialista. Obviamente, los últimos 110 años no han pasado en vano. Es una verdad de perogrullo señalar que las transiciones que se operan en el proceso mundial de ningún modo pueden ser réplicas del pasado y que la  actual transición no será la excepción. Efectivamente, el desenlace está abierto. Con esa afirmación no nos referimos exclusivamente al desenlace de la puja entre las potencias en pugna, sino también al papel que jugarán las masas en el proceso histórico. Pero las características que ya ha reunido China, como segunda economía del mundo, como principal potencia manufacturera, como principal socio comercial, como tercer mayor exportador de capitales, como tercer Estado acreedor, y como segunda o tercera potencia militar del mundo, alcanzan para definirlo como un imperialismo en proceso de construcción.

Volviendo al texto de Heller, podemos extraer algunas  primeras conclusiones. Que los “Apuntes” omitan: a) el extraordinario desarrollo comercial de China y el poder de fuego que logró en el control de las cadenas de suministro a través del dominio de las “tierras raras”; b) el crecimiento exponencial de la exportación de capitales chinos, que ha colocado a China como el tercer país con mayor stock de IED saliente; c) que China se ha transformado en el tercer Estado acreedor de otros países y que está dando pasos significativos para proyectar al yuan como moneda internacional; refleja un problema metodológico severo de los “Apuntes” de PH.

Subestimación del problema militar y del desarrollo chino en la materia

Es evidente que el problema militar ocupa, al momento de caracterizar el status de un país en el capitalismo global, un lugar destacadísimo. Pero veamos qué dicen los “Apuntes” en torno a este problema crucial:

“China tiene una presencia militar internacional limitada, especialmente si se la compara con potencias imperialistas tradicionales como Estados Unidos. Sin embargo, está en expansión. En la última década ha comenzado a desarrollar una estrategia militar de proyección exterior. Esto está relacionado con una estrategia defensiva, si tenemos en cuenta que China viene soportando un belicismo creciente de las metrópolis imperialistas, empezando por Estados Unidos. Pero, por otra parte, va asomando una estrategia ofensiva para respaldar su política expansionista y blindar sus intereses económicos globales, como la Ruta de la Seda y sus inversiones en Asia, África y América Latina, que están presididas, como señalamos, por la lógica de mercado y de la acumulación capitalista.

A diferencia de lo que ocurre con las metrópolis capitalistas tradicionales, la influencia económica de China no se traduce por ahora en una sujeción política y militar de los países de la periferia con los cuales se vincula. Aunque viene haciendo avances en su capacidad militar es limitada comparada con los bloques imperialistas hegemónicos. La función de gendarme internacional está reservada a estos últimos. Mientras Estados Unidos cuenta con 750 bases militares en el mundo, China tiene una sola base en Yibuti, en el cuerno de África, y los proyectos de construcción de nuevas bases que tiene en la gatera son a cuentagotas y tienen, por ahora un final incierto”. (Pág. 38 y 39 edición impresa EDM n° 62)

Aunque los “Apuntes” rescatan la dinámica de desarrollo militar de la República Popular, pasan por alto que China ya se encuentra posicionada como la tercera potencia militar del planeta y disputando el segundo lugar con Rusia. Esto significa que ha superado a potencias militares como Francia y Gran Bretaña, ni hablar de Alemania o Italia. Los “Apuntes” también pasan por alto que el segundo mayor gasto militar del mundo lo realiza el Estado chino, tanto en dólares nominales como en capacidad real de compra, solo por debajo del gasto norteamericano, y que dispone de la marina de guerra más numerosa del planeta. Antes de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos estaba, en términos militares relativos, más “atrasado” respecto a las grandes potencias de su época que lo que está China hoy respecto a las principales potencias militares actuales. En el desfile militar protagonizado por China a principios de septiembre, a 80 años de la victoria china contra la invasión japonesa, Pekín hizo una demostración contundente de su poderío militar. En el desfile se hicieron visibles láseres, armas hipersónicas, supersónicas y autónomas; en los nuevos drones y equipos anti-drones resaltaron tecnologías que podrían ser vitales en cualquier guerra futura por Taiwán; y por primera vez demostró, públicamente, su capacidad de lanzar ojivas nucleares desde tierra, mar y aire[7].

El ascenso de China como potencia militar no puede separarse de su transformación en la principal potencia manufacturera del mundo y en un actor central en el control de cadenas de suministro estratégicas. La capacidad de producir, en su propio territorio, acero, electrónica, baterías y, sobre todo, insumos críticos como las tierras raras, le proporciona a su complejo militar-industrial una sólida base material. Este dominio no sólo garantiza el abastecimiento de su propio aparato militar, sino que se traduce en una palanca geopolítica sobre aquellos estados cuya industria de defensa depende de estos insumos.

Es completamente cierto que de ningún modo los bloques de una potencial guerra mundial ya estarían definidos de antemano. Con la guerra en Ucrania y la voladura terrorista de los Nord Stream,  el imperialismo norteamericano logró romper la dependencia energética de Europa, en particular de Alemania, respecto a Rusia. Así, Estados Unidos logró someter a Europa a los dictados norteamericanos y a incrementar la dependencia europea del GNL norteamericano. Pero la contrapartida de todo esto fue una mayor asociación de Rusia con China. La participación de Putin y Kim en el desfile militar de Pekín, mandatarios de dos potencias militares con armamento nuclear, no es un hecho menor. La estrategia de Trump, de cerrar un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania, dejando completamente de lado a la Unión Europea, apunta a meter una cuña en el acercamiento entre Rusia y China y, al mismo tiempo, concentrar todas las energías del imperialismo yanqui en el objetivo contener y, a su turno, someter al gigante asiático. En el reparto de Ucrania que pretende tejer con Putin, Trump reclama para Estados Unidos el acceso y dominio de las tierras raras, algo que, como ya señalamos más arriba, representa una cuestión fundamental para el control de las cadenas de suministro. Es cierto que un acuerdo entre EE.UU. y Rusia sería un golpe para China, pero también es cierto que podría significar una crisis de fondo con Europa y el fin de la OTAN. Lo dicho: los bloques entre las distintas potencias no están definidos de antemano. Los realineamientos y cambios producidos en la víspera de la Segunda Guerra Mundial, es una experiencia histórica a tener en cuenta. Por eso es relevante la valoración concreta del poderío militar alcanzado por cada potencia.  

Es correcta la reflexión de los “Apuntes” cuando señala el carácter defensivo de la estrategia militar china ante el belicismo creciente de las potencias imperialistas, pero que va asomando una estrategia ofensiva de parte de China con el objetivo de custodiar su política expansionista y blindar sus intereses comerciales. Efectivamente, China se encuentra relativamente cercada por acuerdos militares, como el QUAD (Estados Unidos, Japón, India y Australia), que se enfoca en la cooperación multilateral en áreas como la seguridad marítima, infraestructura y tecnología, y el AUKUS (Australia, Reino Unido y Estados Unidos), una alianza más específica y militarizada, centrada en la transferencia de tecnología para que Australia desarrolle submarinos de propulsión nuclear. Taiwán opera como un peón y una punta de lanza del imperialismo yanqui en el primer cordón de islas del pacífico frente a China. Por el mar de China Meridional y el estrecho de Malaca circula alrededor del 25% del comercio mundial. Un bloqueo del estrecho de Malaca pondría seriamente en riesgo el abastecimiento de energía de China desde Oriente Medio, dado que buena parte de sus importaciones de petróleo y GNL pasan por esa ruta. De ahí la iniciativa china de poner en marcha el acuerdo Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), que le ofrece a Pekín la posibilidad de conectar el oeste del país (Xinjiang) con el puerto de Gwadar en Pakistán, permitiéndole una salida estratégica al Mar Arábigo y reducir su dependencia del estrecho de Malaca. A su vez, Taiwán actúa como un tapón para la proyección de China en el océano pacífico. De ahí la importancia que China le da al control de Taiwán y por eso también reclama la soberanía del mar de China Meridional en base a “línea de los nueve puntos”, que colisiona con los intereses de Filipinas, Vietnam, Malasia, Brunéi, Indonesia y, obviamente, Taiwán.

Sobre la impugnación a la categorización de China como “imperialismo en formación”

Para refutar los planteos que sostienen que China es un “imperialismo emergente” o en “formación”, PH sostiene lo siguiente:

“sería engañoso utilizar como vara exclusivamente al país que lidera el ranking de naciones imperialistas, en este caso, Estados Unidos y al constatar que no hay equivalencia entre éste y China, excluirla del círculo de naciones imperialistas. Esto es metodológicamente erróneo. La ley del desarrollo desigual y combinado rige y se extiende a los propios países imperialistas y en este sentido, es lógico y natural que haya diferencias entre las propias naciones que revistan esa condición. Pero, hay diferencias y diferencias. En lo que se refiere a parámetros claves, como el PBI per cápita, productividad laboral, transferencia de plusvalía, control y dirección del estado, lugar que ocupa la burguesía nativa, hay una brecha cualitativa. El país asiático está en una sintonía diferente no sólo con Estados Unidos sino respecto a todos los países que se identifican como imperialistas o se encuentran dentro del pelotón de las naciones capitalistas avanzadas”. (Pág 36 y 37 edición impresa EDM n° 62)

“... los obstáculos con que tropieza China no se circunscriben al atraso ni a sus resabios coloniales. Lo que está en juego y en discusión es la totalidad de su estructura social que engloba las relaciones entre todas las clases y los actores y fuerzas sociales en presencia en la vida del país. La China actual es una organización social dominada por contradicciones muy agudas que no están resueltas y son las que deben dirimirse: como el rol determinante que cumple el estado, el papel subordinado de la burguesía, el lugar del imperialismo que sigue teniendo un peso gravitante y pugna por colocar a China bajo su tutela económica y política y la clase obrera, que se erige como una amenaza potencial en la escena política del país”. (Pág. 44 edición impresa EDM n° 62)

Hay dos aspectos cuantitativos que los “Apuntes” de PH recogen para cuestionar que China esté constituyéndose como una potencia imperialista. Uno es su baja productividad laboral y el otro son los distintos cuestionamientos que existen a que China sea receptor de valor en el comercio internacional (transferencia de plusvalía). En el punto 1) capítulo II de  “De dónde viene y adónde va China” (páginas 57, 58, 59 y 60 edición impresa EDM n° 62) le doy cierto desarrollo a estos problemas. Por ende, a pesar de ser problemas relevantes, los pasaré por alto en este texto para concentrarme en lo que Heller entiende como el principal factor por el cual sería incorrecto categorizar a China como un imperialismo en construcción: a saber, que “el rol determinante del Estado” y el “papel subordinado de la burguesía” —los factores que nos han llevado a categorizar al régimen chino, tanto a Heller como a mí, como un “capitalismo de Estado sui géneris” o “capitalismo de Estado bajo control burocrático”— son cuestiones que deben ser superadas por China para poder erigirse como “país imperialista en formación”. A mi modo de ver, se trata de un preconcepto que conduce a una tesis equivocada.

El “capitalismo de Estado bajo control burocrático” ha sido lo que le ha permitido a China evitar ser colonizada y desmembrada por el imperialismo yanqui o europeo y proyectarse como una potencia económica. Es evidente que el desembarco masivo del capital imperialista, que progresó sensiblemente de la mano de la “reforma y la apertura” iniciada por Deng Xiaoping, fue la palanca que permitió la proyección de China y de una parte de su burguesía. El punto de apoyo de esa palanca fue el Estado chino, que concentró en sus manos resortes estratégicos del proceso económico: un sistema financiero relativamente más cerrado al capital especulativo y empresas públicas estatales que sostienen el control de la energía, las telecomunicaciones, la defensa y la infraestructura. A su vez, estableció ciertos grados de planificación económica a través de los planes quinquenales y, de esa manera, logró absorber un desarrollo tecnológico de punta (know-how) que la colocó en el podio de la puja tecnológica mundial. Apuntemos, de pasada, que otra omisión gruesa del texto de Heller es que el plan Made In China 2025 no haya sido siquiera mencionado. Pues los progresos logrados por China en el curso de los últimos diez años —reduciendo la dependencia del país de la tecnología extranjera e impulsando su innovación y competitividad global en industrias estratégicas— han sido sustanciales. Asimismo, las subvenciones del Estado a distintos sectores industriales le ha permitido a los capitales chinos de distintas ramas superar en competitividad a los capitales del resto del mundo, algo que es permanentemente cuestionado por la Unión Europea y el gobierno norteamericano.

Fue en el marco de este régimen económico y político, el “capitalismo de Estado bajo control burocrático”, que la burguesía china logró ubicarse como la segunda del mundo en cantidad de milmillonarios, contando con 450 propios de la China continental y 516 si se suman los de Hong Kong, de un total de 3.024 capitalistas que alcanzan esa condición a escala planetaria. Que el Estado aparezca representando más directamente a determinados sectores del capital y colisionando con otros es algo común a todos los países capitalistas. Naturalmente, los choques y crisis interburguesas tienen en cada país sus especificidades. Los “Apuntes” hacen un aporte cuando describen las distintas tendencias y choques que existen al interior de la burguesía china y su relación con el Estado. En las democracias capitalistas occidentales parece completamente impensable asistir a la desaparición de la escena pública de uno de los principales empresarios del país, al menos por unos meses, por haber cuestionado las regulaciones financieras del Estado chino, como sucedió con Jack Ma en China. Es claro y evidente que el dirigismo e intervencionismo del Estado en China es superlativo. Sin embargo, eso no niega el contenido burgués del Estado. El intervencionismo, naturalmente, colisiona con determinado sector capitalista, como ocurrió con Jack Ma y las empresas Fintech, pero beneficia a otro sector capitalista que empalma más directamente con la orientación estratégica del Estado, en ese caso con las empresas orientadas al desarrollo de los semiconductores y la Inteligencia Artificial, como SMCI y Huawei. Otro ejemplo es el intervencionismo del Estado en materia energética. En el marco del 13° Plan Quinquenal (2016-2020), el Estado impulsó a nivel nacional, y en particular en la provincia de Shanxi, cierres forzosos de minas de carbón y presionó a capitalistas privados para que vendieran sus activos a gigantes estatales (como Shenhua Group), a menudo en condiciones ventajosas para el comprador. Paralelamente, se impusieron estrictas regulaciones ambientales que aceleraron este proceso. Como contrapartida, el Estado canalizó subsidios masivos, créditos baratos y compras garantizadas hacia fabricantes de paneles solares (LONGi Green Energy Technology y Jinko Solar), turbinas eólicas (Goldwind) y vehículos eléctricos (BYD).

En de “Dónde viene y adónde va China” sintetizo esta relación compleja entre Estado y burguesía de la siguiente manera:

“La burguesía nacional china, que surge del propio proceso de liberalización dirigido por el PCCh, se mantiene —una parte de ella— plenamente integrada al Estado, a través de su asimilación al Partido Comunista y a la Asamblea Popular Nacional (APN). Son los casos, a modo de ejemplo, de Lei Jun, fundador y CEO de Xiaomi; Wang Chuanfu, CEO de la automotriz BYD; Dong Mingzhu, presidenta de Gree Electric. Todos ellos son actualmente diputados de la APN y miembros del PCCh. Se estima que entre el 10 y el 20% de los diputados de la APN son empresarios. (...) Otro sector de la burguesía se mantiene relativamente al margen, subordinado al Estado y, en muchas ocasiones, en choques y tensiones con él. Esto ha tenido un salto con la llegada de Xi Jiping, que ha avanzado en la constitución de un régimen bonapartista represivo, no sólo contra la clase obrera sino también contra distintos empresarios, bloqueando sus compras externas u obligándolos a vender activos para cortar con la fuga de capitales, como lo hizo contra Wanda Group en 2016. En otros casos, avanzando directamente en arrestos de empresarios y nacionalizando grupos. (...) En su conjunto, el desarrollo de la burguesía china ha estado condicionado y mediado por el aparato del PCCh, que integra y coopta a una parte de ella, y regula —e incluso reprime— a sus elementos más autónomos”. (Pág. 55 y 56 edición impresa EDM n° 62

Pero deducir de esta relación compleja y contradictoria entre el Estado y la burguesía china que la República Popular no sea un “imperialismo en formación”, es negar el lugar concreto que hoy China ya ocupa en el escenario internacional.

Asimismo, hay que tener presente que un régimen de “capitalismo de Estado bajo control burocrático” podría llegar a representar, hasta cierto punto, una ventaja de China en la puja internacional — y no una debilidad. Pues las características bonapartistas y dictatoriales del régimen le otorgan a China una mayor eficiencia para la confrontación con las potencias imperialistas. Justamente, el gobierno de Trump, que encarna la tentativa del imperialismo yanqui de revertir su decadencia histórica derrotando toda resistencia de la clase obrera norteamericana, recrudeciendo su papel opresor en el mundo e intentando someter a China, pretende erigirse como un bonaparte. Incluso, ha llegado a especular abiertamente con su reelección, algo que no se lo permitiría la actual constitución. La Comisión de Revisión Económica y de Seguridad entre EEUU y China — una comisión bipartidista permanente del Congreso norteamericano creada en el año 2000, que produce informes anuales usados para justificar una política de contención u ofensiva económica, tecnológica y militar de Estados Unidos contra China— acaba de plantear la necesidad de una mayor centralización del gobierno norteamericano, entre otras cosas. La sugerencia apunta a poner “fin a las luchas internas para mejorar la capacidad (del gobierno estadounidense) de implementar y monitorear los controles de exportación y perfeccionar la política de sanciones”[8]. La preparación de una potencia para la guerra reclama un mando único y centralizado. Es lo que explica, en cierta medida, la emergencia de gobiernos o figuras ultraderechistas en distintos países. Es por eso que el régimen de partido único, con Xi Jiping como líder bonapartista, aparece como una ventaja comparativa frente a las democracias occidentales, donde reveses electorales pueden poner en crisis toda la estrategia geopolítica de una potencia imperialista. Ya señalamos cómo el triunfo de Trump sobre el Partido Demócrata en 2024 redundó en un giro en la estrategia norteamericana.

No quiere decir esto que el régimen social y político chino no enfrente ningún obstáculo o crisis en su tentativa de transformar a China en una potencia imperialista. Habiendo sido el vehículo para la proyección de China y mostrándose como un régimen eficaz para la pugna internacional con otras potencias, el “capitalismo de Estado bajo control burocrático” podría transformarse en el talón de Aquiles de la República Popular. Desarrollaré esta idea más adelante, pero lo que debe estar claro en este punto es que las contradicciones que enfrenta el régimen y que potencialmente podrían erigirse como mortales no niegan, de ningún modo, lo que China ya es hoy en el escenario mundial.

Hay un último aspecto que resulta importante abordar. Es indudable que el fenómeno chino es un fenómeno completamente original y peculiar. Y aunque todos los fenómenos son, en última instancia, originales, la originalidad del fenómeno chino está dada por el hecho de que China es hoy una potencia capitalista luego de haber sido un país semicolonial, que fue trastocado por una gigantesca revolución que expropió al capital, y que luego de haberse procesado y llevado hasta el final la restauración capitalista se mantiene bajo la tutela de un partido que se sigue denominando como comunista. En el fondo, es esto lo que lleva a una cantidad de compañeros a cuestionar la categorización de China como “imperialismo en formación”. Encontramos aquí el límite objetivo del lenguaje, donde con el objetivo de poder sacar conclusiones nos vemos obligados a categorizar del mismo modo a fenómenos que son originales y, en muchos casos, muy distintos a los otros. ¿O no es expresión de un alto nivel de plasticidad del lenguaje categorizar a Estados Unidos de la misma manera que a Italia?  ¿O categorizar del mismo modo a Argentina y a Kenia, como países semicoloniales? El concepto bonapartismo también es materia de una amplísima utilización. En la tradición del marxismo hemos utilizado la categorización de bonapartismo para describir desde el gobierno de Napoleón Bonaparte, pasando por Luis Bonaparte, Kerenski, Stalin, el segundo gobierno de Cristina Kirchner e incluso el de Javier Milei. En muchos casos, esa categorizaciones fueron acompañadas de distintos aditamentos para colaborar a precisar una caracterización: “bonapartismo tardío”, “bonapartismo sui géneris”, “bonapartismo de derecha”, etc.

¿Imperialismo consolidado o imperialismo en formación?

El problema fundamental del abordaje de Brunetto es que no saca todas las conclusiones del entrelazamiento del fenómeno chino con el vector ordenador de la situación mundial de las últimas décadas: la tentativa de colonización de China y de Rusia por parte del imperialismo. Correctamente, Brunetto señala lo siguiente:

“Las reformas de Deng abrieron el país al gran capital extranjero un mercado de 1300 millones de habitantes que era una gigantesca válvula de salida a la crisis mundial (...) El capital imperialista aceptó las condiciones de transferencia tecnológica, inversión y reinversión que impuso la burocracia del PCCH aunque sus efectos se le volverían en contra 4 décadas después.” (Páginas 98 y 99 edición impresa EDM n° 62)

Hechas estas observaciones, Brunetto pasa directamente a los parámetros cuantitativos del fenómeno chino. Pero siendo estos aspectos fundamentales y necesarios de ningún modo son suficientes. Es necesario analizar el carácter contradictorio del ascenso chino en su vínculo con todo  el sistema imperialista creado con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial.

Los países imperialistas como Gran Bretaña, Francia, Alemania o Japón, que incluso han quedado por detrás de China en numerosos aspectos cuantitativos, ya cuentan con “su lugar” subordinado en el sistema imperialista mundial comandado por Estados Unidos. El botín que potencialmente debía ser repartido entre las potencias occidentales eran Rusia y China. Es por eso que la emergencia del gigante asiático como potencia económica representa un factor de trastocamiento del sistema imperialista de la posguerra, pues China fue concebida por las potencias occidentales como un banquete a ser devorado, no como un comensal. Por eso es evidente que no hay lugar para que China se “inserte” o “acomode” como “una potencia más” en el sistema imperialista mundial dominado por Estados Unidos. El imperialismo norteamericano está dando muestras de que está dispuesto a cuestionar sus propias normativas e instituciones (la ONU, la OTAN, la OMC, etc.) con el objetivo de evitar su propia declinación histórica, contener el ascenso de China y, a su turno, proceder a someterla y dominarla. Por eso China debe poner en marcha sus propias instituciones económico-financieras, diplomáticas y alianzas militares. Pero en este terreno, por el momento, las limitaciones de las iniciativas Chinas son evidentes. Los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) no ha podido tener una posición de respaldo a Rusia frente a la guerra ruso-ucraniana e India integra junto a Estados Unidos, Japón y Australia el QUAD (Diálogo de Seguridad Cuadrilateral), conocida como la “OTAN - anti China”. A esto se suma el problema de Taiwán que, como ya desarrollamos más arriba, no solo refleja la incapacidad de China de lograr su unidad nacional sino que también oficia como un protectorado del imperialismo yanqui y como una punta de lanza contra China. El problema militar en general, y el cerco en el que se encuentra China en particular, es prácticamente ignorado en el texto de Brunetto. 

Los cuestionamientos de Brunetto a los índices de productividad laboral de la OIT son una verdad a medias. Brunetto acierta en mostrar que es una distorsión señalar que la productividad laboral de China se encuentra por debajo de países como Cuba, Costa Rica, República Dominicana, así como por debajo de la media de África, y en resaltar las tasas de crecimiento de la productividad china en las últimas décadas. Sin embargo, tomar como referencia solo a Macao, Hong Kong y las zonas económicas más industrializadas también es una distorsión. Pues hay que tener presente que más de un tercio de la población china continúa siendo agraria (en torno a 480 millones de personas) y que, de la totalidad de la fuerza de trabajo china —unos 740 millones de trabajadores—, alrededor de un 22 o 23 % sigue empleada en el agro. Pero este sector agrario aporta apenas cerca del 7 % del PBI. Es evidente que está sobre-representación del agro en el empleo hunde la productividad laboral media de China. Se trata de un islote de atraso de China que es insoslayable. Además, la superación de esta situación es en extremo compleja, pues el país ya atraviesa el proceso clásico de crisis capitalista: desaceleración económica, crisis inmobiliaria y una sobreproducción que redunda en una tendencia a la deflación. En estas condiciones, la urbanización de la población agraria podría ser, lejos de una solución, un factor de agudización de la crisis de sobreproducción.

Por otra parte, es necesario retomar el análisis del régimen chino. La emergencia de Xi Jinping como un bonaparte es la expresión del agotamiento del equilibrio “colegiado” pos-Deng. Xi gobierna a través de purgas sucesivas en la cúpula del Estado y del partido (Zhou Yongkang, Ling Jihua, Sun Zhengcai, etc.), y ahora en el propio ejército, con la limpieza de la Fuerza de Cohetes y la caída de varios ministros de Defensa y altos mandos del EPL. Los choques y disciplinamientos de grandes fracciones del capital privado se combinan con una política represiva contra la clase obrera, donde estallan en forma más o menos recurrente conflictos, como en las plantas de Foxconn o en las protestas contra el cero COVID, que obligaron a un giro abrupto de la política sanitaria del gobierno. En el campo, el régimen de “propiedad colectiva” administrado desde arriba facilita expropiaciones de tierras, corruptelas y choques con la población rural, como las recientes protestas contra la cremación obligatoria en Guizhou. Todo esto muestra que el poder de Xi se asienta en un equilibrio inestable, con purgas en la cúpula, disciplinamiento de sectores de la burguesía y una contención represiva de la clase obrera y el campesinado.

En definitiva, el régimen bonapartista de capitalismo de Estado —que fue decisivo para la proyección de la República Popular y que aparece como un régimen eficaz para la pugna internacional con otras potencias—  puede transformarse en el talón de Aquiles de China. Mientras las democracias capitalistas occidentales se han revelado como regímenes relativamente “eficaces” —desde el punto de vista de la preservación de los intereses del capital— para pilotear las crisis políticas, económicas y las irrupciones combativas de las masas, el “capitalismo de Estado bajo control burocrático” chino aún debe demostrarlo. El régimen chino deberá demostrar si será capaz o no de administrar las tensiones con distintas fracciones de la burguesía china, no solo por el intervencionismo estatal, sino también por el desarrollo de la crisis capitalista y una deuda pública gigantesca de los gobiernos locales. A su vez, deberá demostrar si es capaz de contener y canalizar una eventual emergencia masiva y combativa de la clase obrera. El régimen chino, en el marco de las presiones y amenazas crecientes del imperialismo occidental, deberá demostrar esas capacidades antes de poder consolidar a la República Popular como una potencia imperialista.

Por ende, si contemplamos la dinámica del proceso histórico y político y no sólo los índices cuantitativos, podemos reconocer que China no puede simplemente “insertarse” en el sistema imperialista mundial dominante; que aún no cuenta con instituciones económico-financieras, diplomáticas y alianzas militares sólidas; que se encuentra militarmente cercada por el imperialismo; que aún no logra su unidad nacional; que todo esto se combina con islotes de atraso económico y baja productividad, y que su régimen político aún debe demostrar su capacidad para pilotear las crecientes tensiones sociales y políticas que atraviesan la República Popular. Surge, de esta valoración integral, que China no puede ser categorizada como un “imperialismo consolidado” y que, por el momento, podemos definirla más precisamente como un “imperialismo en formación”.

A modo de síntesis

Los “Apuntes” categorizan a China como un “capitalismo de Estado sui géneris”, algo que da cuenta las características del régimen social y político chino pero no da respuesta a cuál es el lugar de China en la jerarquía del capitalismo mundial. Se trata de un déficit sustancial de los “Apuntes”. Los “Apuntes” cuestionan la categorización de China como “imperialismo en formación”, pero pasan por alto aspectos cuantitativos del desarrollo de China de enorme relevancia: su extraordinario desarrollo comercial y el poder de fuego que logró en el control de las cadenas de suministro a través del dominio de las “tierras raras”; el crecimiento exponencial de su exportación de capitales, colocándose como el tercer país con mayor stock de inversión extranjera directa saliente; que China se ha transformado en el tercer Estado acreedor de otros países y que está dando pasos significativos para proyectar al yuan como moneda internacional. Los “Apuntes” subestiman el desarrollo militar de China, que ya ha pasado a ser la tercera o segunda potencia militar del mundo. Los “Apuntes” colocan el eje de su cuestionamiento a que China sea un “imperialismo en construcción” en su propio régimen social y político, pasando por alto que ese régimen fue, justamente, lo que permitió la proyección de China y de una parte de su burguesía.

Brunetto, que categoriza a China como “imperialista”, pasa por alto el vector ordenador de la situación mundial de las últimas décadas, lo que lo lleva a no contemplar la incapacidad de China para “insertarse” en el actual sistema imperialista como “una potencia más”. A su vez, pasa por alto que China se encuentra cercada militarmente, y que su gran proyección en la economía mundial se combina con fuertes islotes de atraso en su interior. No integra, en su análisis, el carácter potencialmente crítico del régimen político chino para sus aspiraciones imperialistas.


[1] Heller, Pablo: “Apuntes para una caracterización de China” en En Defensa del Marxismo https://revistaedm.com/edm-25-08-10/apuntes-para-una-caracterizacion-de-china/

[2] Brunetto, Luis: “Sobre el carácter de la sociedad china” en En Defensa del Marxismo https://revistaedm.com/edm-25-08-10/sobre-el-caracter-de-la-sociedad-china/

[3] Giachello, Pablo: “De dónde viene y adónde va China” en En Defensa del Marxismo https://revistaedm.com/edm-25-08-10/de-donde-viene-y-adonde-va-chin/

[4] ¿Podrá Estados Unidos romper el dominio de China sobre las tierras raras? Financial Times 10/11/25 (Ver: https://www.ft.com/content/1af222f5-fcbc-4530-bcbf-9f886ed9ecb1)

[5] Todos los datos han sido recolectados de BEA International Data - Direct Investment y de World Economic Outlook Database. El cálculo se realiza dividiendo el stock de IED de china por el PIB nominal de EE.UU. y  el stock de IED de EE.UU. por el PIB nominal de China.

[6] American Enterprise Institute “$2.5 Trillion: 20 Years of China’s Global Investment and Construction”, ver: https://goo.su/X7idna

[7] “Láseres, misiles hipersónicos y la «tríada nuclear»: China muestra su poderío militar” Financial Times 3/9/25  https://www.ft.com/content/ac2f48f2-6faa-4ecd-af58-bc2665fbe427

[8] “US government needs overhaul to compete with China, panel says” Financial Times 18/11/25 https://www.ft.com/content/854259de-09f6-4676-a4d7-2042866d7c4c

En sus “Apuntes para una caracterización de China”[1], el compañero Pablo Heller (PH) rechaza la categorización de China como un “imperialismo en construcción o formación” y, más aún, que ésta sea ya una potencia “imperialista” a secas. El compañero Luis Brunetto ha publicado un texto llamado “Sobre el carácter de la sociedad china”[2] que defiende la tesis de que China “es un país capitalista avanzado e imperialista”. En mi caso, en “De dónde viene y adónde va China”[3] he rescatado la categorización de Au Loong Yu de que China es un imperialismo en formación —aunque criticando su posición frente a la cuestión de Taiwán— y la he integrado como parte de una caracterización de conjunto, que fueron sintetizadas en nueve tesis que rematan el texto.

Volcadas las distintas elaboraciones, la confrontación polémica entre las mismas es el único método para clarificar las divergencias y arribar, o no, a conclusiones comunes. En el presente trabajo me propongo avanzar en esa tarea. Me detendré especialmente a analizar los “Apuntes” de Heller, polemizando con lo que considero sus principales déficit y problemas. En un único capítulo abordaré  las tesis de Brunetto.

La categorización de China en el concierto mundial

Los “Apuntes” de Heller carecen de una categorización de China en torno al lugar que hoy ocupa el gigante asiático en la jerarquía del capitalismo mundial. Aunque PH caracteriza que el régimen social chino sería un “capitalismo de Estado sui géneris” y rescata la categorización de Au Loong Yu de China como un “capitalismo burocrático”, esas categorías refieren al carácter del régimen social y político chino, es decir, a cómo se desarrolla y estructura el capitalismo en el gigante asiático, pero no al lugar en el que se ubica China en el concierto internacional. En mi texto, también avanzo en una caracterización del propio régimen chino categorizándolo como un “capitalismo de Estado bajo control burocrático”. Podemos afirmar que existe entre las tres definiciones mencionadas una gran semejanza, en tanto todas refieren a la preponderancia de la burocracia del PCCh como vehículo de la restauración, garante e impulsora de relaciones sociales de producción capitalistas y, al mismo tiempo, defensora del papel del Estado como actor central en el proceso económico y político.

Sin embargo, como ya señalamos, existe un vacío en los “Apuntes” de Heller sobre la clasificación de  China en el status del capitalismo internacional. Es cierto que PH, en sus conclusiones, luego de señalar que China mantiene “semejanzas” con “formaciones atrasadas y dependientes” reconoce que el gigante asiático también tiene “puntos de contacto” con países “imperialistas”. Pero es evidente que el acento en los “Apuntes” de Heller está colocado en mostrar el atraso, la dependencia y las dificultades que enfrenta China y no la dinámica de su desarrollo y los puntos fuertes que ha logrado, que han colocado en debate si juega o no un rol imperialista. Los “Apuntes” omiten aspectos de enorme relevancia que ubican a China en el podio de la jerarquía del capitalismo mundial y que le otorgan una capacidad distintiva y sustancial en la puja entre potencias. En íntima relación y entrelazamiento con lo anterior, los “Apuntes” no aprecian el desarrollo de China desde un punto de vista histórico, es decir, mostrando la dinámica de la evolución del gigante asiático.

Un tridente estratégico ausente   

Como ya señalamos, indicadores cuantitativos sustanciales, que constituyen un poderoso tridente en poder de China,  han sido relativa o totalmente soslayados por los “Apuntes” de PH. Nos referimos al hecho de que China se haya transformado en el principal socio comercial del mundo, en el tercer país con mayor stock de inversión extranjera directa saliente (exportación de capitales) y en el tercer principal país acreedor de otros estados. El hilo conductor de este tridente es la Iniciativa de la Franja y la Ruta. En el capítulo II (específicamente en los ítems 3 y 4) de mi texto “De dónde viene y adónde va China” desenvuelvo en profundidad la dinámica del desarrollo de ese tridente. 

Veamos lo que dicen los “Apuntes” de PH sobre el desarrollo comercial de China:

“El gigante asiático experimentó un desarrollo prodigioso en los últimos 25 años. Ha pasado a ser la principal potencia manufacturera y la segunda economía del mundo en términos de PBI y a conquistar un liderazgo del comercio mundial. China se destaca con empresas del top 100 global por capitalización: en tecnología, consumo, y banca. En este último caso, tiene los 4 bancos como mayores activos a nivel global. Al menos una decena de compañías están en este ranking, entre las que figuran Alibaba y Tencent. En la lista de los 3.028 millonarios que publica la revista Forbes, 450 son chinos. Al mismo tiempo ha desarrollado una política de expansión económica a nivel mundial con la llamada Ruta de la Seda, la cual no solo se circunscribe a exportación de productos, sino también de capital y que engloba inversiones directas y préstamos. El desembarco de China se registra en la periferia, en primer lugar, en Asia, en África, donde ha tenido un desarrollo veloz y también en América Latina. Estos son algunos de los elementos que son tomados en consideración para plantear que China sería un país imperialista”. (Pág 13 edición impresa EDM n° 62)

Como se ve, el reconocimiento de que China ha conquistado un liderazgo en el comercio mundial está dicho de pasada, pero no existe ninguna integración de ese elemento en una caracterización de conjunto. Sin embargo, es claro que el problema del desarrollo comercial de China ocupa un lugar estratégico. Lo prueba el hecho de que Estados Unidos intenta superar su declinación histórica impulsando, justamente, una guerra comercial. El país del “capitalismo de libre mercado” se ha transformado en el principal impulsor del proteccionismo y los aranceles. En cambio, el país gobernado por el Partido Comunista se ha transformado, a escala planetaria, en el principal impulsor de los tratados de libre comercio, ya que necesita colocar en el mercado mundial su gigantesca masa de producción manufacturera, que representa alrededor del 30% de la producción mundial. En la víspera de la reciente cumbre entre Xi y Trump en Corea del Sur, China amplió el tratado de libre comercio con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), un mercado compuesto por más de 2 mil millones de personas. Los TLC impulsados por China en América Latina han inundado los países latinoamericanos de productos manufacturados a cambio de materias primas. Un botón de muestra de la fortaleza alcanzada por China, gracias a su poderío industrial y a su desarrollo comercial, es lo sucedido en nuestro propio país en los últimos meses. En el mismo momento en el cual se ha reforzado como nunca antes el sometimiento de la Argentina al imperialismo yanqui —con el rescate del Tesoro norteamericano y su injerencismo abierto y descarado— China se transformó en nuestro principal socio comercial. Asistimos a la situación ridícula de que los dólares otorgados por el imperialismo para evitar la quiebra del fisco argentino y rescatar al gobierno de Milei fueron a financiar, en gran medida, las importaciones chinas a través de las aplicaciones de Temu y Shein. Habrá que ver hasta cuando dura esta situación de la mano del nuevo acuerdo comercial firmado por Milei con el gobierno de Trump. Pero de por sí es una muestra del poderío alcanzado por el gigante asiático y las dificultades que el imperialismo yanqui afronta para sobreponerse a China, incluso allí donde los gobiernos son completamente fieles a los lineamientos norteamericanos.

En octubre pasado las exportaciones chinas cayeron, por primera vez desde la segunda asunción de Trump, un 1,1% en su comparación interanual. Pero desde enero a septiembre, en pleno desarrollo de la guerra comercial con Estados Unidos, las exportaciones crecieron todos los meses. El gran receptor del redireccionamiento de las exportaciones chinas fueron los países del sudeste asiático y, en menor medida, países de África, Europa y América Latina. Pero China no solo se ha transformado en el principal socio comercial del mundo, también ha demostrado tener una espalda significativa para afrontar la arremetida norteamericana en la guerra comercial. En “De dónde viene y adónde va China” anticipé esa posición de fortaleza del gigante asiático cuando señalé lo siguiente:

“…China ha mostrado tener un arma muy eficiente en la guerra comercial: su dominio mundial de la producción (70 %) y refinado (90 %) de tierras raras, que son fundamentales para la fabricación de vehículos eléctricos, turbinas eólicas, teléfonos inteligentes, computadoras, equipos médicos, y, muy importante, sistemas de defensa. Recordemos que poco después de que Pekín anunciara nuevas restricciones a la exportación de minerales de tierras raras y los imanes especializados que estos producen, la industria automotriz mundial advirtió sobre una escasez que podría obligar al cierre de fábricas”. (Pág. 71 edición impresa EDM n° 62)

Lo apuntado en mi texto quedó rápidamente confirmado. Como señalo en este artículo de Prensa Obrera, que es recogido por el informe internacional aprobado por el CC de principios de noviembre, China logra imponer una tregua —en la cumbre entre Xi y Trump del 30 de octubre pasado— por su posición de liderazgo en la producción y refinación de tierras raras. La posición de fuerza conquistada por China fue puesta de relieve por numerosos medios del imperialismo occidental, que insistieron con que Pekín está ganando la guerra comercial: The Economist, Financial Times y The New York Times. Por otra parte, las posteriores declaraciones del secretario del Tesoro norteamericano, Bessent, de que EE.UU. podría acabar con el dominio de Pekín de las tierras raras en apenas 12 o 24 meses, acaban de ser fuertemente cuestionadas, por no decir desmentidas, por numerosos expertos[4].  Pero a pesar de la centralidad de las tierras raras en el control de las cadenas de suministro mundial y de que éstas ya habían sido utilizadas por China en abril de este año como respuesta a la ofensiva arancelaria de Trump, en los “Apuntes” de Heller las palabras “tierras raras” ni siquiera figuran. Se trata de una omisión gruesa de los “Apuntes”.

Veamos ahora lo que dicen los “Apuntes” de PH sobre la exportación de capitales chinos:

“Las exportaciones de capitales de China hacia las economías capitalistas avanzadas tradicionales son marginales (en el caso de Estados Unidos representa apenas el 2 % de producto bruto). La gravitación que tienen las grandes multinacionales en el país asiático no se reproduce en la dirección contraria. Esto esclarece los términos en que se desenvuelve en la actualidad las relaciones de dominación y dependencia en el escenario internacional.

La exportación de capitales ha ido creciendo, pero se concentra en los países de la periferia. Inicialmente, China logró comprar algunas empresas imperialistas como la italiana Pirelli (parcial) o la suiza Syngenta, pero este avance fue bloqueado por el veto por los estados imperialistas, lo cual habla que una reconfiguración del imperialismo solo puede ser violenta”. (Pág. 26 y 27 edición impresa EDM n° 62)

En primer lugar, es importante aclarar que no es correcto señalar que la inversión extranjera directa (IED) china en Estados Unidos represente el 2 % del PIB yanqui. La información es errónea, tanto si realizamos la comparación con el stock de IED como si contemplamos el flujo de IED anual (en este último caso la proporción se reduciría muchísimo más). La participación del stock de IED china en el PBI de EE.UU. en 2023 representa apenas el 0,24%. Sin embargo, si contemplamos la relación inversa, es decir, la participación del stock de IED norteamericana en el PIB chino, también constatamos que es relativamente baja, alcanzando apenas un 0,71%[5]. Desarrollando una serie histórica quedaría en evidencia que lo que avanza es una tendencia al desacople entre ambas potencias. El pico más alto de stock IED china en EE.UU., en porcentaje de PBI, fue un 0,36% en 2016; mientras que el pico más alto de stock IED estadounidense en China fue un 0,9% en 2011. En 2022 el flujo de IED china en EE.UU. directamente fue negativo, reflejando un proceso de desinversión. Esto, a pesar de que de 2005 a 2024 el principal destino de las inversiones chinas, tras pasar por intermediarios como Hong Kong, fue Estados Unidos, seguido por Australia, Gran Bretaña, Brasil y Canadá[6].

Pero el déficit más importante de los “Apuntes” en torno a la cuestión de la exportación de capitales es otro: no integran en su análisis el exponencial crecimiento de la IED china, que pasó de representar en el año 2000 apenas el 0,37 % del stock global de IED saliente a representar el 7,15% en 2024. Este crecimiento contrastó con el desplome de la IED yanqui, británica y francesa. Al día de hoy, China se ha colocado como el tercer país con mayor stock de IED saliente del mundo, solo por detrás de Estados Unidos y Países Bajos. Es decir, la exportación de capitales chinos supera a la exportaciones de capitales británicos, alemanes, franceses, japoneses e italianos. Los bloqueos de los estados imperialistas al copamiento de empresas como Pirelli o Syngenta por parte de capitales chinos, citados por los “Apuntes”, no debe hacernos perder de vista la dinámica fundamental: mientras la presencia de las inversiones chinas se ha expandido significativamente en África, Asia y América Latina, el peso relativo del imperialismo francés e inglés en la inversión extranjera directa en el llamado Sur global se ha reducido en los últimos 20 años. Esa dinámica muestra que China está poniendo en discusión una cuestión fundamental: cuál va a ser la potencia capitalista que juegue el papel predominante en los países periféricos o semicoloniales.

Continuemos, finalmente, con la otra pata del tridente: el lugar de China como Estado acreedor y su lucha por proyectar al yuan como moneda internacional. Sobre esta cuestión los “Apuntes” de PH no dicen absolutamente nada. En cambio, en “De dónde viene y adónde va China” señalo lo siguiente:

“De la mano de este crecimiento del comercio y las inversiones, China ha desarrollado una intensa política crediticia que lo ha colocado como el tercer mayor Estado acreedor del mundo, solo por detrás de Alemania y Japón. A modo de ejemplo, entre 2000 y 2020, los organismos financieros estatales chinos prestaron 160 mil millones de dólares a los gobiernos africanos, y entre 2007 y 2020 la financiación china para infraestructura en África subsahariana fue 2,5 veces superior a la de todas las demás instituciones bilaterales en conjunto. En 2020 los préstamos chinos representaron el 17% del total de la deuda pública en África subsahariana, según la Iniciativa de Investigación China-África de la Universidad Johns Hopkins en Washington, D.C. Esta cifra superó a la de todos los demás acreedores oficiales bilaterales combinados, aunque fue inferior a la del Banco Mundial (19%) o los tenedores de bonos comerciales (30%). En un primer período la mayor parte de los préstamos chinos iban a proyectos de infraestructura, que buscaban reforzar la capacidad de explotar los recursos naturales de los países receptores. Esto que vale para África también vale para Asia y América Latina”. (Pág. 72 edición impresa EDM n° 62)

Seguidamente, recojo la investigación realizada por Eric Toussaint en una serie de artículos donde demuestra el carácter confiscatorio y usurario de la política crediticia de China, que nada tiene que envidiarles a los organismos de créditos internacionales como el FMI o el Banco Mundial. A su vez, en mi texto, señalo que esa política crediticia, que incluye los SWAP, está inscripta en su tentativa de poner en marcha su propia moneda de circulación internacional aunque, por el momento, solo el 3,3 % de los pagos internacionales se realicen en yuanes y el 2,3 % de las reservas globales de divisas de los bancos centrales se encuentren en moneda china. Señalo, a su vez, que el yuan por el momento está lejos de amenazar al dólar, por el dominio geopolítico y militar de EE.UU., porque enfrenta el obstáculo de que no es completamente convertible en el mercado de capitales, y porque China necesita mantener su competitividad comercial (un yuan barato), pero para proyectar internacionalmente a su moneda es necesario que ésta pueda funcionar como reserva de valor (un yuan estable y fuerte, con baja volatilidad y convertibilidad plena).

Pero veamos lo que señala un artículo de The Economist publicado el 10 de septiembre pasado, apenas un mes después de que fueran publicados los artículos sobre China en la revista EDM. El artículo se titula “China está abandonando el dólar a toda velocidad. Los funcionarios creen que el yuan finalmente ha alcanzado la madurez” y grafica esa dinámica abundando con datos. Muestra que China impulsó que una parte creciente de su comercio se facture en yuanes: más del 30% del comercio de bienes y servicios ya se hace en su propia moneda (contra el 14% en 2019). A su vez, más del 50% de todos sus cobros transfronterizos (incluyendo flujos financieros) se liquidan en yuanes, frente a menos del 1% en 2010. Desde mayo, los reguladores ordenaron a los grandes bancos que al menos el 40% de los préstamos de “facilitación del comercio” (trade-facilitation lending) se concedan en yuanes. Tras las sanciones a Rusia en 2022, los bancos chinos trasladaron casi todos sus nuevos préstamos externos del dólar al yuan, cuando antes solo un 15% de esos créditos estaba denominado en yuanes. Esto triplicó el stock de deuda externa en yuan. China ha otorgado 4,5 billones de yuanes (el equivalente a 630.000 millones de dólares) en líneas de swap a 32 bancos centrales, creando una especie de “red de seguridad financiera” alternativa que garantiza acceso al yuan en caso de crisis. El sistema CIPS ya cuenta con más de 1.700 bancos adheridos en todo el mundo (un tercio más que antes de la guerra de Ucrania). Los volúmenes de transacción en CIPS crecieron un 43% en 2024, hasta 175 billones de yuanes (el equivalente a 24 billones de dólares). China impulsa el uso de mBridge, una plataforma de pagos transfronterizos desarrollada junto a otros bancos centrales, para realizar operaciones fuera de los canales dominados por EE.UU. El gobierno chino fomenta también la deuda en yuanes fuera de China: Hungría emitió unos 5.000 millones de yuanes en “panda bonds”, la mayor emisión soberana en yuanes dentro del país hasta la fecha; empresas energéticas rusas fueron habilitadas a emitir deuda en yuanes; Kenia podría convertir parte de su deuda en dólares con China a yuanes; y Brasil evalúa una nueva emisión en esta moneda.

Como se puede ver, sin dejar de enfrentar obstáculos y contradicciones severas, China está dando pasos importantes en su lucha por proyectar su propia moneda. El artículo de The Economist observa que “incluso después de que Estados Unidos se convirtiera en la mayor economía del mundo, el dólar tardó décadas en alcanzar el dominio. En comparación, China está logrando un progreso sorprendentemente rápido”. La observación es interesante, porque efectivamente Estados Unidos se transformó en la primera economía del mundo en 1870, pero recién logró transformar al dólar en una moneda fuerte en el marco de la Primera Guerra Mundial y se coronó como moneda de reserva mundial en 1944 con los Acuerdos de Bretton Woods, con la Segunda Guerra Mundial ya prácticamente definida en favor de los Aliados. De hecho, la inserción internacional del yuan en el comercio, las finanzas y las reservas hoy es mayor que la que tenía el dólar antes de la Primera Guerra Mundial, cuando la libra esterlina concentraba de manera mucho más excluyente la función de moneda mundial. Eso no evitó que en 1916 Lenin categorizara a EE.UU. como país imperialista. Obviamente, los últimos 110 años no han pasado en vano. Es una verdad de perogrullo señalar que las transiciones que se operan en el proceso mundial de ningún modo pueden ser réplicas del pasado y que la  actual transición no será la excepción. Efectivamente, el desenlace está abierto. Con esa afirmación no nos referimos exclusivamente al desenlace de la puja entre las potencias en pugna, sino también al papel que jugarán las masas en el proceso histórico. Pero las características que ya ha reunido China, como segunda economía del mundo, como principal potencia manufacturera, como principal socio comercial, como tercer mayor exportador de capitales, como tercer Estado acreedor, y como segunda o tercera potencia militar del mundo, alcanzan para definirlo como un imperialismo en proceso de construcción.

Volviendo al texto de Heller, podemos extraer algunas  primeras conclusiones. Que los “Apuntes” omitan: a) el extraordinario desarrollo comercial de China y el poder de fuego que logró en el control de las cadenas de suministro a través del dominio de las “tierras raras”; b) el crecimiento exponencial de la exportación de capitales chinos, que ha colocado a China como el tercer país con mayor stock de IED saliente; c) que China se ha transformado en el tercer Estado acreedor de otros países y que está dando pasos significativos para proyectar al yuan como moneda internacional; refleja un problema metodológico severo de los “Apuntes” de PH.

Subestimación del problema militar y del desarrollo chino en la materia

Es evidente que el problema militar ocupa, al momento de caracterizar el status de un país en el capitalismo global, un lugar destacadísimo. Pero veamos qué dicen los “Apuntes” en torno a este problema crucial:

“China tiene una presencia militar internacional limitada, especialmente si se la compara con potencias imperialistas tradicionales como Estados Unidos. Sin embargo, está en expansión. En la última década ha comenzado a desarrollar una estrategia militar de proyección exterior. Esto está relacionado con una estrategia defensiva, si tenemos en cuenta que China viene soportando un belicismo creciente de las metrópolis imperialistas, empezando por Estados Unidos. Pero, por otra parte, va asomando una estrategia ofensiva para respaldar su política expansionista y blindar sus intereses económicos globales, como la Ruta de la Seda y sus inversiones en Asia, África y América Latina, que están presididas, como señalamos, por la lógica de mercado y de la acumulación capitalista.

A diferencia de lo que ocurre con las metrópolis capitalistas tradicionales, la influencia económica de China no se traduce por ahora en una sujeción política y militar de los países de la periferia con los cuales se vincula. Aunque viene haciendo avances en su capacidad militar es limitada comparada con los bloques imperialistas hegemónicos. La función de gendarme internacional está reservada a estos últimos. Mientras Estados Unidos cuenta con 750 bases militares en el mundo, China tiene una sola base en Yibuti, en el cuerno de África, y los proyectos de construcción de nuevas bases que tiene en la gatera son a cuentagotas y tienen, por ahora un final incierto”. (Pág. 38 y 39 edición impresa EDM n° 62)

Aunque los “Apuntes” rescatan la dinámica de desarrollo militar de la República Popular, pasan por alto que China ya se encuentra posicionada como la tercera potencia militar del planeta y disputando el segundo lugar con Rusia. Esto significa que ha superado a potencias militares como Francia y Gran Bretaña, ni hablar de Alemania o Italia. Los “Apuntes” también pasan por alto que el segundo mayor gasto militar del mundo lo realiza el Estado chino, tanto en dólares nominales como en capacidad real de compra, solo por debajo del gasto norteamericano, y que dispone de la marina de guerra más numerosa del planeta. Antes de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos estaba, en términos militares relativos, más “atrasado” respecto a las grandes potencias de su época que lo que está China hoy respecto a las principales potencias militares actuales. En el desfile militar protagonizado por China a principios de septiembre, a 80 años de la victoria china contra la invasión japonesa, Pekín hizo una demostración contundente de su poderío militar. En el desfile se hicieron visibles láseres, armas hipersónicas, supersónicas y autónomas; en los nuevos drones y equipos anti-drones resaltaron tecnologías que podrían ser vitales en cualquier guerra futura por Taiwán; y por primera vez demostró, públicamente, su capacidad de lanzar ojivas nucleares desde tierra, mar y aire[7].

El ascenso de China como potencia militar no puede separarse de su transformación en la principal potencia manufacturera del mundo y en un actor central en el control de cadenas de suministro estratégicas. La capacidad de producir, en su propio territorio, acero, electrónica, baterías y, sobre todo, insumos críticos como las tierras raras, le proporciona a su complejo militar-industrial una sólida base material. Este dominio no sólo garantiza el abastecimiento de su propio aparato militar, sino que se traduce en una palanca geopolítica sobre aquellos estados cuya industria de defensa depende de estos insumos.

Es completamente cierto que de ningún modo los bloques de una potencial guerra mundial ya estarían definidos de antemano. Con la guerra en Ucrania y la voladura terrorista de los Nord Stream,  el imperialismo norteamericano logró romper la dependencia energética de Europa, en particular de Alemania, respecto a Rusia. Así, Estados Unidos logró someter a Europa a los dictados norteamericanos y a incrementar la dependencia europea del GNL norteamericano. Pero la contrapartida de todo esto fue una mayor asociación de Rusia con China. La participación de Putin y Kim en el desfile militar de Pekín, mandatarios de dos potencias militares con armamento nuclear, no es un hecho menor. La estrategia de Trump, de cerrar un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania, dejando completamente de lado a la Unión Europea, apunta a meter una cuña en el acercamiento entre Rusia y China y, al mismo tiempo, concentrar todas las energías del imperialismo yanqui en el objetivo contener y, a su turno, someter al gigante asiático. En el reparto de Ucrania que pretende tejer con Putin, Trump reclama para Estados Unidos el acceso y dominio de las tierras raras, algo que, como ya señalamos más arriba, representa una cuestión fundamental para el control de las cadenas de suministro. Es cierto que un acuerdo entre EE.UU. y Rusia sería un golpe para China, pero también es cierto que podría significar una crisis de fondo con Europa y el fin de la OTAN. Lo dicho: los bloques entre las distintas potencias no están definidos de antemano. Los realineamientos y cambios producidos en la víspera de la Segunda Guerra Mundial, es una experiencia histórica a tener en cuenta. Por eso es relevante la valoración concreta del poderío militar alcanzado por cada potencia.  

Es correcta la reflexión de los “Apuntes” cuando señala el carácter defensivo de la estrategia militar china ante el belicismo creciente de las potencias imperialistas, pero que va asomando una estrategia ofensiva de parte de China con el objetivo de custodiar su política expansionista y blindar sus intereses comerciales. Efectivamente, China se encuentra relativamente cercada por acuerdos militares, como el QUAD (Estados Unidos, Japón, India y Australia), que se enfoca en la cooperación multilateral en áreas como la seguridad marítima, infraestructura y tecnología, y el AUKUS (Australia, Reino Unido y Estados Unidos), una alianza más específica y militarizada, centrada en la transferencia de tecnología para que Australia desarrolle submarinos de propulsión nuclear. Taiwán opera como un peón y una punta de lanza del imperialismo yanqui en el primer cordón de islas del pacífico frente a China. Por el mar de China Meridional y el estrecho de Malaca circula alrededor del 25% del comercio mundial. Un bloqueo del estrecho de Malaca pondría seriamente en riesgo el abastecimiento de energía de China desde Oriente Medio, dado que buena parte de sus importaciones de petróleo y GNL pasan por esa ruta. De ahí la iniciativa china de poner en marcha el acuerdo Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), que le ofrece a Pekín la posibilidad de conectar el oeste del país (Xinjiang) con el puerto de Gwadar en Pakistán, permitiéndole una salida estratégica al Mar Arábigo y reducir su dependencia del estrecho de Malaca. A su vez, Taiwán actúa como un tapón para la proyección de China en el océano pacífico. De ahí la importancia que China le da al control de Taiwán y por eso también reclama la soberanía del mar de China Meridional en base a “línea de los nueve puntos”, que colisiona con los intereses de Filipinas, Vietnam, Malasia, Brunéi, Indonesia y, obviamente, Taiwán.

Sobre la impugnación a la categorización de China como “imperialismo en formación”

Para refutar los planteos que sostienen que China es un “imperialismo emergente” o en “formación”, PH sostiene lo siguiente:

“sería engañoso utilizar como vara exclusivamente al país que lidera el ranking de naciones imperialistas, en este caso, Estados Unidos y al constatar que no hay equivalencia entre éste y China, excluirla del círculo de naciones imperialistas. Esto es metodológicamente erróneo. La ley del desarrollo desigual y combinado rige y se extiende a los propios países imperialistas y en este sentido, es lógico y natural que haya diferencias entre las propias naciones que revistan esa condición. Pero, hay diferencias y diferencias. En lo que se refiere a parámetros claves, como el PBI per cápita, productividad laboral, transferencia de plusvalía, control y dirección del estado, lugar que ocupa la burguesía nativa, hay una brecha cualitativa. El país asiático está en una sintonía diferente no sólo con Estados Unidos sino respecto a todos los países que se identifican como imperialistas o se encuentran dentro del pelotón de las naciones capitalistas avanzadas”. (Pág 36 y 37 edición impresa EDM n° 62)

“… los obstáculos con que tropieza China no se circunscriben al atraso ni a sus resabios coloniales. Lo que está en juego y en discusión es la totalidad de su estructura social que engloba las relaciones entre todas las clases y los actores y fuerzas sociales en presencia en la vida del país. La China actual es una organización social dominada por contradicciones muy agudas que no están resueltas y son las que deben dirimirse: como el rol determinante que cumple el estado, el papel subordinado de la burguesía, el lugar del imperialismo que sigue teniendo un peso gravitante y pugna por colocar a China bajo su tutela económica y política y la clase obrera, que se erige como una amenaza potencial en la escena política del país”. (Pág. 44 edición impresa EDM n° 62)

Hay dos aspectos cuantitativos que los “Apuntes” de PH recogen para cuestionar que China esté constituyéndose como una potencia imperialista. Uno es su baja productividad laboral y el otro son los distintos cuestionamientos que existen a que China sea receptor de valor en el comercio internacional (transferencia de plusvalía). En el punto 1) capítulo II de  “De dónde viene y adónde va China” (páginas 57, 58, 59 y 60 edición impresa EDM n° 62) le doy cierto desarrollo a estos problemas. Por ende, a pesar de ser problemas relevantes, los pasaré por alto en este texto para concentrarme en lo que Heller entiende como el principal factor por el cual sería incorrecto categorizar a China como un imperialismo en construcción: a saber, que “el rol determinante del Estado” y el “papel subordinado de la burguesía” —los factores que nos han llevado a categorizar al régimen chino, tanto a Heller como a mí, como un “capitalismo de Estado sui géneris” o “capitalismo de Estado bajo control burocrático”— son cuestiones que deben ser superadas por China para poder erigirse como “país imperialista en formación”. A mi modo de ver, se trata de un preconcepto que conduce a una tesis equivocada.

El “capitalismo de Estado bajo control burocrático” ha sido lo que le ha permitido a China evitar ser colonizada y desmembrada por el imperialismo yanqui o europeo y proyectarse como una potencia económica. Es evidente que el desembarco masivo del capital imperialista, que progresó sensiblemente de la mano de la “reforma y la apertura” iniciada por Deng Xiaoping, fue la palanca que permitió la proyección de China y de una parte de su burguesía. El punto de apoyo de esa palanca fue el Estado chino, que concentró en sus manos resortes estratégicos del proceso económico: un sistema financiero relativamente más cerrado al capital especulativo y empresas públicas estatales que sostienen el control de la energía, las telecomunicaciones, la defensa y la infraestructura. A su vez, estableció ciertos grados de planificación económica a través de los planes quinquenales y, de esa manera, logró absorber un desarrollo tecnológico de punta (know-how) que la colocó en el podio de la puja tecnológica mundial. Apuntemos, de pasada, que otra omisión gruesa del texto de Heller es que el plan Made In China 2025 no haya sido siquiera mencionado. Pues los progresos logrados por China en el curso de los últimos diez años —reduciendo la dependencia del país de la tecnología extranjera e impulsando su innovación y competitividad global en industrias estratégicas— han sido sustanciales. Asimismo, las subvenciones del Estado a distintos sectores industriales le ha permitido a los capitales chinos de distintas ramas superar en competitividad a los capitales del resto del mundo, algo que es permanentemente cuestionado por la Unión Europea y el gobierno norteamericano.

Fue en el marco de este régimen económico y político, el “capitalismo de Estado bajo control burocrático”, que la burguesía china logró ubicarse como la segunda del mundo en cantidad de milmillonarios, contando con 450 propios de la China continental y 516 si se suman los de Hong Kong, de un total de 3.024 capitalistas que alcanzan esa condición a escala planetaria. Que el Estado aparezca representando más directamente a determinados sectores del capital y colisionando con otros es algo común a todos los países capitalistas. Naturalmente, los choques y crisis interburguesas tienen en cada país sus especificidades. Los “Apuntes” hacen un aporte cuando describen las distintas tendencias y choques que existen al interior de la burguesía china y su relación con el Estado. En las democracias capitalistas occidentales parece completamente impensable asistir a la desaparición de la escena pública de uno de los principales empresarios del país, al menos por unos meses, por haber cuestionado las regulaciones financieras del Estado chino, como sucedió con Jack Ma en China. Es claro y evidente que el dirigismo e intervencionismo del Estado en China es superlativo. Sin embargo, eso no niega el contenido burgués del Estado. El intervencionismo, naturalmente, colisiona con determinado sector capitalista, como ocurrió con Jack Ma y las empresas Fintech, pero beneficia a otro sector capitalista que empalma más directamente con la orientación estratégica del Estado, en ese caso con las empresas orientadas al desarrollo de los semiconductores y la Inteligencia Artificial, como SMCI y Huawei. Otro ejemplo es el intervencionismo del Estado en materia energética. En el marco del 13° Plan Quinquenal (2016-2020), el Estado impulsó a nivel nacional, y en particular en la provincia de Shanxi, cierres forzosos de minas de carbón y presionó a capitalistas privados para que vendieran sus activos a gigantes estatales (como Shenhua Group), a menudo en condiciones ventajosas para el comprador. Paralelamente, se impusieron estrictas regulaciones ambientales que aceleraron este proceso. Como contrapartida, el Estado canalizó subsidios masivos, créditos baratos y compras garantizadas hacia fabricantes de paneles solares (LONGi Green Energy Technology y Jinko Solar), turbinas eólicas (Goldwind) y vehículos eléctricos (BYD).

En de “Dónde viene y adónde va China” sintetizo esta relación compleja entre Estado y burguesía de la siguiente manera:

“La burguesía nacional china, que surge del propio proceso de liberalización dirigido por el PCCh, se mantiene —una parte de ella— plenamente integrada al Estado, a través de su asimilación al Partido Comunista y a la Asamblea Popular Nacional (APN). Son los casos, a modo de ejemplo, de Lei Jun, fundador y CEO de Xiaomi; Wang Chuanfu, CEO de la automotriz BYD; Dong Mingzhu, presidenta de Gree Electric. Todos ellos son actualmente diputados de la APN y miembros del PCCh. Se estima que entre el 10 y el 20% de los diputados de la APN son empresarios. (…) Otro sector de la burguesía se mantiene relativamente al margen, subordinado al Estado y, en muchas ocasiones, en choques y tensiones con él. Esto ha tenido un salto con la llegada de Xi Jiping, que ha avanzado en la constitución de un régimen bonapartista represivo, no sólo contra la clase obrera sino también contra distintos empresarios, bloqueando sus compras externas u obligándolos a vender activos para cortar con la fuga de capitales, como lo hizo contra Wanda Group en 2016. En otros casos, avanzando directamente en arrestos de empresarios y nacionalizando grupos. (…) En su conjunto, el desarrollo de la burguesía china ha estado condicionado y mediado por el aparato del PCCh, que integra y coopta a una parte de ella, y regula —e incluso reprime— a sus elementos más autónomos”. (Pág. 55 y 56 edición impresa EDM n° 62

Pero deducir de esta relación compleja y contradictoria entre el Estado y la burguesía china que la República Popular no sea un “imperialismo en formación”, es negar el lugar concreto que hoy China ya ocupa en el escenario internacional.

Asimismo, hay que tener presente que un régimen de “capitalismo de Estado bajo control burocrático” podría llegar a representar, hasta cierto punto, una ventaja de China en la puja internacional — y no una debilidad. Pues las características bonapartistas y dictatoriales del régimen le otorgan a China una mayor eficiencia para la confrontación con las potencias imperialistas. Justamente, el gobierno de Trump, que encarna la tentativa del imperialismo yanqui de revertir su decadencia histórica derrotando toda resistencia de la clase obrera norteamericana, recrudeciendo su papel opresor en el mundo e intentando someter a China, pretende erigirse como un bonaparte. Incluso, ha llegado a especular abiertamente con su reelección, algo que no se lo permitiría la actual constitución. La Comisión de Revisión Económica y de Seguridad entre EEUU y China — una comisión bipartidista permanente del Congreso norteamericano creada en el año 2000, que produce informes anuales usados para justificar una política de contención u ofensiva económica, tecnológica y militar de Estados Unidos contra China— acaba de plantear la necesidad de una mayor centralización del gobierno norteamericano, entre otras cosas. La sugerencia apunta a poner “fin a las luchas internas para mejorar la capacidad (del gobierno estadounidense) de implementar y monitorear los controles de exportación y perfeccionar la política de sanciones”[8]. La preparación de una potencia para la guerra reclama un mando único y centralizado. Es lo que explica, en cierta medida, la emergencia de gobiernos o figuras ultraderechistas en distintos países. Es por eso que el régimen de partido único, con Xi Jiping como líder bonapartista, aparece como una ventaja comparativa frente a las democracias occidentales, donde reveses electorales pueden poner en crisis toda la estrategia geopolítica de una potencia imperialista. Ya señalamos cómo el triunfo de Trump sobre el Partido Demócrata en 2024 redundó en un giro en la estrategia norteamericana.

No quiere decir esto que el régimen social y político chino no enfrente ningún obstáculo o crisis en su tentativa de transformar a China en una potencia imperialista. Habiendo sido el vehículo para la proyección de China y mostrándose como un régimen eficaz para la pugna internacional con otras potencias, el “capitalismo de Estado bajo control burocrático” podría transformarse en el talón de Aquiles de la República Popular. Desarrollaré esta idea más adelante, pero lo que debe estar claro en este punto es que las contradicciones que enfrenta el régimen y que potencialmente podrían erigirse como mortales no niegan, de ningún modo, lo que China ya es hoy en el escenario mundial.

Hay un último aspecto que resulta importante abordar. Es indudable que el fenómeno chino es un fenómeno completamente original y peculiar. Y aunque todos los fenómenos son, en última instancia, originales, la originalidad del fenómeno chino está dada por el hecho de que China es hoy una potencia capitalista luego de haber sido un país semicolonial, que fue trastocado por una gigantesca revolución que expropió al capital, y que luego de haberse procesado y llevado hasta el final la restauración capitalista se mantiene bajo la tutela de un partido que se sigue denominando como comunista. En el fondo, es esto lo que lleva a una cantidad de compañeros a cuestionar la categorización de China como “imperialismo en formación”. Encontramos aquí el límite objetivo del lenguaje, donde con el objetivo de poder sacar conclusiones nos vemos obligados a categorizar del mismo modo a fenómenos que son originales y, en muchos casos, muy distintos a los otros. ¿O no es expresión de un alto nivel de plasticidad del lenguaje categorizar a Estados Unidos de la misma manera que a Italia?  ¿O categorizar del mismo modo a Argentina y a Kenia, como países semicoloniales? El concepto bonapartismo también es materia de una amplísima utilización. En la tradición del marxismo hemos utilizado la categorización de bonapartismo para describir desde el gobierno de Napoleón Bonaparte, pasando por Luis Bonaparte, Kerenski, Stalin, el segundo gobierno de Cristina Kirchner e incluso el de Javier Milei. En muchos casos, esa categorizaciones fueron acompañadas de distintos aditamentos para colaborar a precisar una caracterización: “bonapartismo tardío”, “bonapartismo sui géneris”, “bonapartismo de derecha”, etc.

¿Imperialismo consolidado o imperialismo en formación?

El problema fundamental del abordaje de Brunetto es que no saca todas las conclusiones del entrelazamiento del fenómeno chino con el vector ordenador de la situación mundial de las últimas décadas: la tentativa de colonización de China y de Rusia por parte del imperialismo. Correctamente, Brunetto señala lo siguiente:

“Las reformas de Deng abrieron el país al gran capital extranjero un mercado de 1300 millones de habitantes que era una gigantesca válvula de salida a la crisis mundial (…) El capital imperialista aceptó las condiciones de transferencia tecnológica, inversión y reinversión que impuso la burocracia del PCCH aunque sus efectos se le volverían en contra 4 décadas después.” (Páginas 98 y 99 edición impresa EDM n° 62)

Hechas estas observaciones, Brunetto pasa directamente a los parámetros cuantitativos del fenómeno chino. Pero siendo estos aspectos fundamentales y necesarios de ningún modo son suficientes. Es necesario analizar el carácter contradictorio del ascenso chino en su vínculo con todo  el sistema imperialista creado con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial.

Los países imperialistas como Gran Bretaña, Francia, Alemania o Japón, que incluso han quedado por detrás de China en numerosos aspectos cuantitativos, ya cuentan con “su lugar” subordinado en el sistema imperialista mundial comandado por Estados Unidos. El botín que potencialmente debía ser repartido entre las potencias occidentales eran Rusia y China. Es por eso que la emergencia del gigante asiático como potencia económica representa un factor de trastocamiento del sistema imperialista de la posguerra, pues China fue concebida por las potencias occidentales como un banquete a ser devorado, no como un comensal. Por eso es evidente que no hay lugar para que China se “inserte” o “acomode” como “una potencia más” en el sistema imperialista mundial dominado por Estados Unidos. El imperialismo norteamericano está dando muestras de que está dispuesto a cuestionar sus propias normativas e instituciones (la ONU, la OTAN, la OMC, etc.) con el objetivo de evitar su propia declinación histórica, contener el ascenso de China y, a su turno, proceder a someterla y dominarla. Por eso China debe poner en marcha sus propias instituciones económico-financieras, diplomáticas y alianzas militares. Pero en este terreno, por el momento, las limitaciones de las iniciativas Chinas son evidentes. Los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) no ha podido tener una posición de respaldo a Rusia frente a la guerra ruso-ucraniana e India integra junto a Estados Unidos, Japón y Australia el QUAD (Diálogo de Seguridad Cuadrilateral), conocida como la “OTAN – anti China”. A esto se suma el problema de Taiwán que, como ya desarrollamos más arriba, no solo refleja la incapacidad de China de lograr su unidad nacional sino que también oficia como un protectorado del imperialismo yanqui y como una punta de lanza contra China. El problema militar en general, y el cerco en el que se encuentra China en particular, es prácticamente ignorado en el texto de Brunetto. 

Los cuestionamientos de Brunetto a los índices de productividad laboral de la OIT son una verdad a medias. Brunetto acierta en mostrar que es una distorsión señalar que la productividad laboral de China se encuentra por debajo de países como Cuba, Costa Rica, República Dominicana, así como por debajo de la media de África, y en resaltar las tasas de crecimiento de la productividad china en las últimas décadas. Sin embargo, tomar como referencia solo a Macao, Hong Kong y las zonas económicas más industrializadas también es una distorsión. Pues hay que tener presente que más de un tercio de la población china continúa siendo agraria (en torno a 480 millones de personas) y que, de la totalidad de la fuerza de trabajo china —unos 740 millones de trabajadores—, alrededor de un 22 o 23 % sigue empleada en el agro. Pero este sector agrario aporta apenas cerca del 7 % del PBI. Es evidente que está sobre-representación del agro en el empleo hunde la productividad laboral media de China. Se trata de un islote de atraso de China que es insoslayable. Además, la superación de esta situación es en extremo compleja, pues el país ya atraviesa el proceso clásico de crisis capitalista: desaceleración económica, crisis inmobiliaria y una sobreproducción que redunda en una tendencia a la deflación. En estas condiciones, la urbanización de la población agraria podría ser, lejos de una solución, un factor de agudización de la crisis de sobreproducción.

Por otra parte, es necesario retomar el análisis del régimen chino. La emergencia de Xi Jinping como un bonaparte es la expresión del agotamiento del equilibrio “colegiado” pos-Deng. Xi gobierna a través de purgas sucesivas en la cúpula del Estado y del partido (Zhou Yongkang, Ling Jihua, Sun Zhengcai, etc.), y ahora en el propio ejército, con la limpieza de la Fuerza de Cohetes y la caída de varios ministros de Defensa y altos mandos del EPL. Los choques y disciplinamientos de grandes fracciones del capital privado se combinan con una política represiva contra la clase obrera, donde estallan en forma más o menos recurrente conflictos, como en las plantas de Foxconn o en las protestas contra el cero COVID, que obligaron a un giro abrupto de la política sanitaria del gobierno. En el campo, el régimen de “propiedad colectiva” administrado desde arriba facilita expropiaciones de tierras, corruptelas y choques con la población rural, como las recientes protestas contra la cremación obligatoria en Guizhou. Todo esto muestra que el poder de Xi se asienta en un equilibrio inestable, con purgas en la cúpula, disciplinamiento de sectores de la burguesía y una contención represiva de la clase obrera y el campesinado.

En definitiva, el régimen bonapartista de capitalismo de Estado —que fue decisivo para la proyección de la República Popular y que aparece como un régimen eficaz para la pugna internacional con otras potencias—  puede transformarse en el talón de Aquiles de China. Mientras las democracias capitalistas occidentales se han revelado como regímenes relativamente “eficaces” —desde el punto de vista de la preservación de los intereses del capital— para pilotear las crisis políticas, económicas y las irrupciones combativas de las masas, el “capitalismo de Estado bajo control burocrático” chino aún debe demostrarlo. El régimen chino deberá demostrar si será capaz o no de administrar las tensiones con distintas fracciones de la burguesía china, no solo por el intervencionismo estatal, sino también por el desarrollo de la crisis capitalista y una deuda pública gigantesca de los gobiernos locales. A su vez, deberá demostrar si es capaz de contener y canalizar una eventual emergencia masiva y combativa de la clase obrera. El régimen chino, en el marco de las presiones y amenazas crecientes del imperialismo occidental, deberá demostrar esas capacidades antes de poder consolidar a la República Popular como una potencia imperialista.

Por ende, si contemplamos la dinámica del proceso histórico y político y no sólo los índices cuantitativos, podemos reconocer que China no puede simplemente “insertarse” en el sistema imperialista mundial dominante; que aún no cuenta con instituciones económico-financieras, diplomáticas y alianzas militares sólidas; que se encuentra militarmente cercada por el imperialismo; que aún no logra su unidad nacional; que todo esto se combina con islotes de atraso económico y baja productividad, y que su régimen político aún debe demostrar su capacidad para pilotear las crecientes tensiones sociales y políticas que atraviesan la República Popular. Surge, de esta valoración integral, que China no puede ser categorizada como un “imperialismo consolidado” y que, por el momento, podemos definirla más precisamente como un “imperialismo en formación”.

A modo de síntesis

Los “Apuntes” categorizan a China como un “capitalismo de Estado sui géneris”, algo que da cuenta las características del régimen social y político chino pero no da respuesta a cuál es el lugar de China en la jerarquía del capitalismo mundial. Se trata de un déficit sustancial de los “Apuntes”. Los “Apuntes” cuestionan la categorización de China como “imperialismo en formación”, pero pasan por alto aspectos cuantitativos del desarrollo de China de enorme relevancia: su extraordinario desarrollo comercial y el poder de fuego que logró en el control de las cadenas de suministro a través del dominio de las “tierras raras”; el crecimiento exponencial de su exportación de capitales, colocándose como el tercer país con mayor stock de inversión extranjera directa saliente; que China se ha transformado en el tercer Estado acreedor de otros países y que está dando pasos significativos para proyectar al yuan como moneda internacional. Los “Apuntes” subestiman el desarrollo militar de China, que ya ha pasado a ser la tercera o segunda potencia militar del mundo. Los “Apuntes” colocan el eje de su cuestionamiento a que China sea un “imperialismo en construcción” en su propio régimen social y político, pasando por alto que ese régimen fue, justamente, lo que permitió la proyección de China y de una parte de su burguesía.

Brunetto, que categoriza a China como “imperialista”, pasa por alto el vector ordenador de la situación mundial de las últimas décadas, lo que lo lleva a no contemplar la incapacidad de China para “insertarse” en el actual sistema imperialista como “una potencia más”. A su vez, pasa por alto que China se encuentra cercada militarmente, y que su gran proyección en la economía mundial se combina con fuertes islotes de atraso en su interior. No integra, en su análisis, el carácter potencialmente crítico del régimen político chino para sus aspiraciones imperialistas.



[1] Heller, Pablo: “Apuntes para una caracterización de China” en En Defensa del Marxismo https://revistaedm.com/edm-25-08-10/apuntes-para-una-caracterizacion-de-china/

[2] Brunetto, Luis: “Sobre el carácter de la sociedad china” en En Defensa del Marxismo https://revistaedm.com/edm-25-08-10/sobre-el-caracter-de-la-sociedad-china/

[3] Giachello, Pablo: “De dónde viene y adónde va China” en En Defensa del Marxismo https://revistaedm.com/edm-25-08-10/de-donde-viene-y-adonde-va-chin/

[4] ¿Podrá Estados Unidos romper el dominio de China sobre las tierras raras? Financial Times 10/11/25 (Ver: https://www.ft.com/content/1af222f5-fcbc-4530-bcbf-9f886ed9ecb1)

[5] Todos los datos han sido recolectados de BEA International Data – Direct Investment y de World Economic Outlook Database. El cálculo se realiza dividiendo el stock de IED de china por el PIB nominal de EE.UU. y  el stock de IED de EE.UU. por el PIB nominal de China.

[6] American Enterprise Institute “$2.5 Trillion: 20 Years of China’s Global Investment and Construction”, ver: https://goo.su/X7idna

[7] “Láseres, misiles hipersónicos y la «tríada nuclear»: China muestra su poderío militar” Financial Times 3/9/25  https://www.ft.com/content/ac2f48f2-6faa-4ecd-af58-bc2665fbe427

[8] “US government needs overhaul to compete with China, panel says” Financial Times 18/11/25 https://www.ft.com/content/854259de-09f6-4676-a4d7-2042866d7c4c

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