Julio 7/2017
El artículo de Eric Blanc “Las lecciones de la revolución de 1917 en Finlandia” plantea una serie de razonamientos políticos basados en la experiencia finlandesa, que serían extremadamente perjudiciales para la izquierda actual en caso de ser adoptados. Fundamentalmente, la revolución reivindica la estrategia política de la socialdemocracia de Kautsky. Jacobin, que publicó primero el artículo de Blanc, rechazó publicar mi respuesta y por esta razón la estoy posteando aquí de forma tal que al menos algunos camaradas puedan leerla.
La revolución finlandesa de 1917-1918 merece más atención de la que ha recibido de parte de la izquierda. Suministra el ejemplo de una sociedad relativamente desarrollada, tanto política como económicamente, en donde una revolución social de la clase obrera progresó en mayor medida que en cualquier otra sociedad, excepto Rusia.
Espero por estas razones que el reciente artículo de Blanc pueda ser el comienzo de un intento más profundo de abordar las cuestiones políticas planteadas por la experiencia de esta revolución.
Con este prefacio, me gustaría plantear desacuerdos con las conclusiones políticas que extrae Blanc de la revolución finlandesa.
El mayor error de Blanc es sugerir que la revolución “confirma la perspectiva tradicional planteada por Karl Kautsky, según la cual por medio de una paciente organización y educación con conciencia de clase, los socialistas obtuvieron una mayoría parlamentaria, obligando a la derecha a disolver la institución, lo que, a su vez, hizo estallar una revolución de orientación socialista”.
Blanc concluye su artículo con un pequeño párrafo subrayando algunas de las “limitaciones” de la “socialdemocracia revolucionaria”, representada por el Partido Socialdemócrata de Finlandia (SDP), pero sobre todo afirma que la revolución finlandesa prueba que “los bolcheviques no eran el único partido en el imperio capaz de liderar a los obreros al poder”.
Lejos de ser una reivindicación de la estrategia del SDP, la horrible masacre y la represión política que siguió es una denuncia crítica de la mejor forma que podría tomar la socialdemocracia. La tragedia finlandesa constituye, sin dudas, un argumento en favor del marxismo revolucionario intervencionista de los bolcheviques.
Para este artículo me apoyaré fuertemente en el panfleto de Otto Wille Kuusinen, “La revolución finlandesa: una autocrítica”, escrito en agosto de 1918. Kuusinen fue un líder teórico del SDP, presidente del partido desde 1911 a 1917, y delegado del Pueblo para Educación en el gobierno revolucionario. Con muchos otros dirigentes socialdemócratas, formó el Partido Comunista de Finlandia durante su exilio en la Rusia soviética. Se puede encontrar una versión en PDF de este panfleto.
La “izquierda” y la derecha dentro del SDP
En su descripción de la revolución, Blanc da la impresión de que los socialdemócratas estaban divididos en un ala moderada y una revolucionaria. En realidad, el partido estaba dividido entre el “centro”, que era mayoría en la dirección, y una derecha abiertamente revisionista que predominaba en la fracción parlamentaria. El centro, como lo describe Kuusinen, “no creía en la revolución, no creíamos en ella, no la reclamábamos”. El rasgo que definía esta tendencia política era:
1) una guerra de clases pacífica, continua pero no revolucionaria y, al mismo tiempo,
2) una guerra de clases independiente, que no buscaba una alianza con la burguesía.
Esta no era una actitud intransigente de “a través de medios pacíficos si fuera posible, pero a través de medios violentos si fuera necesario” parafraseando a James Cannon1, sino la adopción de una actitud pasiva y fatalista para llevar adelante la lucha de clases. Citando nuevamente a Kuusinen: “Las relaciones de una socialdemocracia consistente con la revolución son tan pacíficas como las de un historiador tolerante respecto de los revolucionarios de tiempos pasados. ‘La revolución nace, no se hace’ es la expresión favorita de la socialdemocracia”.
El centro y la derecha del Partido Socialdemócrata estaban limitados por ilusiones en las posibilidades de un cambio gradual y democrático a través del Parlamento.
Esto no significa que una izquierda revolucionaria no se haya formado durante la propia revolución, pero era débil organizativamente, con poco liderazgo coordinado. Se hizo claro durante la huelga general de noviembre, una revolución abortada, que los sentimientos revolucionarios prevalecieron entre el liderazgo de los Guardias Rojos y el Consejo de Obreros de Helsinki. Ambas fueron nuevas instituciones revolucionarias que respondían a los trabajadores radicalizados. Cuando la dirección del SDP llamó a levantar la huelga, el Consejo de Obreros de Helsinki convocó a Oskari Tokoi (el primer ministro socialista durante el gobierno de coalición) y le dijo que “golpearan duro a la burguesía, instituyeran la censura, transfirieran la industria a la propiedad estatal, la tierra y sus anexos… ahora, más que nunca, se nos requiere energía y poder… no podemos retroceder, debemos luchar hacia adelante”.
En forma similar, los trabajadores ferroviarios invadieron las oficinas del presidente del SDP (y de otro líder centrista), Kullervo Manner, y lo increparon por haber cancelado la huelga. Tal era el apoyo popular entre las secciones avanzadas de la clase a la revolución que el Consejo de Obreros de Helsinki incluso pudo mantener la huelga general, al menos en la capital, por otros dos días luego de la finalización oficial decidida por el SDP. La tragedia de estos acontecimientos fue que la dirección política de la clase obrera estaba hegemonizada por el SDP. Sin dirigencia revolucionaria independiente, el impulso no podía mantenerse.
El grupo capaz de jugar el papel más importante como una facción revolucionaria desde fuera del SDP estaba constituido en realidad por aquellos pocos finlandeses que se habían unido a los bolcheviques, como Adolf Taimi y los hermanos Rahja. Estos bolcheviques fueron elegidos líderes en la Guardia Roja de Helsinki, que se convirtió en una presión de la izquierda radical sobre el SDP. Luego de la terminación de la huelga general de noviembre y con anterioridad a la insurrección de enero, la Guardia Roja abogó con fuerza por la revolución e incluso amenazó con liderarla si la dirigencia del SDP demostraba ser demasiado cobarde.
El rechazo del SDP a tomar el poder condenó la Revolución al fracaso
En los preparativos de la insurrección de octubre de 1917 en Petrogrado, Lenin advirtió a los líderes bolcheviques que en ciertos momentos, la cuestión del liderazgo político y la voluntad de tomar la iniciativa se hacen imperiosos para que la revolución triunfe.
“Refrenarse de tomar el poder ahora, ‘esperar’, permitirse charlas en el Comité Central Ejecutivo… es condenar la revolución al fracaso”.
El fracaso de los socialdemócratas en impulsar el potencial revolucionario de la huelga general de noviembre de 1917 fue lo que selló el destino de la revolución de 1918. Blanc hace la observación correcta de que “los historiadores están divididos” en cuanto a si la Revolución podría haber triunfado en noviembre, dada la invasión del avasallante ejército alemán en marzo de 1918. Sin embargo, podemos decir con seguridad que en noviembre la situación era mucho más favorable para la clase obrera. En retrospectiva, Kuusinen vio que con el rechazo a instalar el poder obrero en noviembre de 1917 sólo se había pospuesto la guerra civil.
“¿Podríamos haber evitado un conflicto armado? ¡No! Sólo se lo postergó, el momento en el cual la burguesía estuvo mejor preparada para él…”.
Como dice Blanc, en enero, la mayoría de los soldados rusos, que simpatizaban con los trabajadores finlandeses y a quienes los bolcheviques habían comprometido para la insurrección, habían dejado Finlandia. Muchos soldados rusos y oficiales revolucionarios, como Georgy Bulatsel y Mikhail Svechnikov 2 lucharon del lado de la Revolución; en noviembre, los soldados revolucionarios habrían sido un poderoso baluarte contra los finlandeses blancos. Lo que es más importante, la burguesía estaba totalmente a la defensiva, mientras en enero de 1918 ya había establecido un campo de entrenamiento de la Guardia Blanca en el norte de Finlandia bajo el mando del barón Mannerheim y estaban más preparados para la guerra civil que los rojos.
El imperialismo alemán, en marzo de 1918, estaba libre para extender su influencia en Finlandia apoyándose en el rapaz tratado de Brest-Litovsk con Rusia (firmado el 3 de marzo). En noviembre, Alemania todavía estaba enredada en las negociaciones de paz con Rusia y estado muy presionada para intervenir.
A la vez que se que reconoce que la intervención alemana en marzo de 1918 fue un golpe mortal para la revolución, todas las señales apuntaban hacia la posibilidad de un éxito revolucionario en noviembre de 1917. Esta posibilidad fue dejada pasar por la inacción de los líderes del SDP.
Las actitudes de los bolcheviques y de los socialdemócratas respecto de la insurrección
Si como Kuusinen (y todos los líderes del SDP en esa época expresaban abiertamente), el SDP era hostil a la revolución, queda abierta la pregunta de por qué lideraron un levantamiento el 26 de enero.
Los líderes del SDP tomaron las armas sólo como un último recurso y bajo la presión de una sección revolucionaria de trabajadores incipiente y muy desorganizada políticamente. Lo que hizo al SDP “revolucionario” fue su falta de inclusión en las instituciones del Estado y el ardiente deseo de la burguesía de “estabilizar” el país luego de la huelga general. La agenda de la burguesía requería desarmar las Guardias Rojas y aplastar violentamente las aspiraciones de los trabajadores, y a la vez amenazar las instituciones establecidas del SDP. El 9 de enero de 1918, el gobierno burgués votó formar una nueva “fuerza de seguridad” para reemplazar la milicia dominada por el SDP, que había rechazado aplastar las acciones de los trabajadores. En realidad, esto era la legitimación estatal de las ya existentes “Guardias Civiles” (o “guardias carniceras”, como las llamaban los obreros) que los propietarios de la tierra y la burguesía habían creado de entre sus propias filas para romper las huelgas. Las “guardias carniceras” fueron nombradas milicias oficiales del Estado el 26 de enero, en lo que se consideró una declaración de guerra contra la Guardia Roja y los trabajadores en general. En esta instancia, incluso figuras de la derecha del SDP como Tokoi y Wiik prosiguieron con la insurrección a la cual veían simplemente necesaria para “defender la democracia”. Citando a Kuusinen: “De este modo, la bandera de la revolución fue en realidad levantada a fin de que la revolución pudiera ser evitada”.
Esto se ve claramente en la Constitución propuesta para la “República Socialista de los Trabajadores de Finlandia”3, presentada por el nuevo gobierno del SDP. No habla de la necesidad de la dictadura del proletariado sobre la sociedad, sino de acrecentar la democracia para facilitar el mejor terreno posible para avanzar en la lucha de clases. Incluso en una guerra civil, el SDP sólo hablaba en términos de retornar a las “condiciones normales”.
La necesidad de la revolución para la autopreservación contrastaba fuertemente con el enfoque de los bolcheviques. La urgencia de los razonamientos de Lenin desde fines de septiembre de 1917 en adelante acerca de la insurrección se basaba en reconocer que una mayoría de los trabajadores había sido ganada para la necesidad de un gobierno soviético. En forma crítica entendió la importancia de suministrar un liderazgo a los trabajadores, antes que ser llevado a los empujones por los sucesos externos y la importancia de la acción en las coyunturas decisivas. Era una concepción activista del liderazgo.
Incluso, durante la huelga general en Finlandia, fueron los bolcheviques los que urgieron al SDP para que rompiera con su pasividad y aprovechara el momento. Lenin envió telegramas a los líderes del SDP y los urgió a que “se levantaran, se levantaran de una vez y tomaran el poder en manos de los trabajadores organizados”. Dybenko, que fue comandante de los marineros de la Flota del Báltico estacionados en Helsinki, de forma similar urgió a la insurrección y los bolcheviques publicaron una carta en los periódicos obreros finlandeses invitándolos a seguir su ejemplo.
Luego de que concluyera la huelga general, los bolcheviques continuaron ejerciendo presión sobre el SDP. Stalin, entonces comisario de las Nacionalidades, habló en la conferencia nacional del SDP el 27 de noviembre y les aconsejó que dejaran de lado las dudas acerca de la revolución, implorándoles que adoptaran “las tácticas de Danton -¡audacia, audacia y nuevamente audacia!”. Es emblemático que incluso la fecha de la propia insurrección, sobre la cual los líderes del SDP no podían ponerse de acuerdo, fue fijada por tiempo necesario para efectivizar un embarque de 15.000 rifles y 2 millones de cartuchos que los bolcheviques acordaron enviarles por tren desde Petrogrado.
Blanc tiene razón al subrayar que Finlandia en 1917-1918 representaba una sociedad capitalista más avanzada que Rusia. Políticamente, Finlandia tenía mucho más en común con las sociedades occidentales de la época que con el imperio ruso del que formaba parte. Por esta razón vale la pena examinarla. Pero sería totalmente equivocado sostener que la “socialdemocracia revolucionaria” de Kautsky, de la cual Blanc considera al SDP como un ejemplo, debería ser emulada.
El SDP, a diferencia de sus primos socialdemócratas occidentales, fue colocado en una situación singular que la proyectó hacia la acción revolucionaria. El hecho de que el Parlamento finlandés no tuviera poder bajo el gobierno del zar, le dio al SDP una oportunidad de construir una mayoría en el Parlamento sin asumir responsabilidad por el Estado capitalista. En el contexto del colapso de los ejércitos represivos del Estado zarista, el aumento de la militancia en Finlandia y de la revolución obrera en Rusia, la burguesía vio en el SDP una amenaza mortal a sus propios intereses. El SDP demostró que no estaba a la altura de la tarea de la revolución cuando la burguesía le arrojó el guante.
Para los socialistas actuales, que también están operando en las democracias occidentales, haríamos bien en prestar atención a las lecciones que extrajo Kuusinen de la terrible derrota sufrida por los trabajadores finlandeses hace casi cien años atrás. La necesidad de un liderazgo revolucionario y de organización para extraer todas las ventajas de una crisis revolucionaria -tal como la que se presentó en noviembre de 1917-, pero también para asumir el liderazgo en la guerra civil y llevar adelante las enérgicas medidas necesarias para alcanzar la victoria. Había claramente un deseo entre los trabajadores finlandeses de empujar la huelga general hacia una insurrección. Pero sin un liderazgo revolucionario que pudiera desafiar al SDP sus heroicos esfuerzos fueron llevados a un callejón sin salida. Con posterioridad a la derrota, Kuusinen concluyó que una perspectiva revolucionaria debe rechazar las ilusiones en una democracia burguesa: “En una sociedad de clases solamente pueden existir dos clases de relaciones entre las clases. Una, con un estado de opresión mantenido mediante la violencia (armas, leyes, tribunales, etc.), en el cual la lucha por la liberación de las clases oprimidas está confinada a medios relativamente pacíficos (…) mientras que la otra es un estado de lucha abierta entre las clases, la Revolución, en la cual un conflicto violento decide cuál de las dos clases en el futuro será el opresor y cuál el oprimido”.
La claridad política sobre esta cuestión se consiguió al costo de las vidas de decenas de miles de trabajadores y la criminalización de los revolucionarios finlandeses durante décadas. La ironía de sugerir que los socialdemócratas finlandeses representaban una política capaz de liderar a los trabajadores al poder como lo hicieron los bolcheviques en Rusia es que Kuusinen y sus camaradas terminaron acordando con los bolcheviques, contra lo que había sido su propia práctica.
Tradujo Olga Stutz
* Duncan Hart es un activista socialista y miembro de Alternativa Socialista en Australia.
NOTAS
1. James Cannon (1890-1974): dirigente obrero, uno de los organizadores de la Industrial Workers of the World (IWW), central sindicalista revolucionaria fundada en 1905). Fundador del PC norteamericano, se unió a la Oposición de Izquierda en 1928. Expulsado del PC, fundó la Liga Comunista de América. Fue dirigente del SWP y de la IV Internacional, en la que protagonizó la ruptura de 1952 con el pablismo, constituyendo el Comité Internacional y luego la reunificación que diera lugar al Secretariado Unificado.
2. El teniente coronel Bulatsel, como miles de rusos en Finlandia, fue fusilado luego de ser capturado por los Guardias Blancos. Sus dos hijos fueron asesinados en Viipuri en abril de 1918, de igual manera. Sirvió como concejero militar al comandante en Jefe del frente norte, Hugo Salmela, quien lideró la defensa de Tampere.
3. Este título “República Socialista de los Trabajadores” no fue la elección de los socialistas finlandeses. Lenin insistió en que fuera la descripción del Estado finlandés cuando la República Soviética de Rusia firmó un tratado de amistad con los finlandeses el 1° de marzo. Los bolcheviques deseaban que los trabajadores de ambos Estados tuvieran totales derechos políticos y civiles en forma recíproca, pero los socialistas finlandeses se opusieron, los rusos suministraron a los trabajadores finlandeses derechos políticos en Rusia sin reciprocidad.