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Por qué una fracción pública del Partido Obrero

Al Comité Central y al conjunto del Partido Obrero (para el boletín interno)

“No somos autocomplacientes, y mucho menos autoproclamatorios. No nos valemos del congreso para darnos manija. Construimos un partido y desarrollamos nuestros congresos para entender la realidad de la forma más descarnada y, de este modo, salir templados en la concepción política y en nuestra condición de militantes (…) Queremos entender lo que ocurre y queremos tener las conclusiones que se desprenden de eso que hemos entendido. Se produce, entonces, una suerte de entusiasmo profundo, que nace de una convicción, que nace de buscar ver más lejos, que nace de la disposición -que nunca va a tener un partido autocomplaciente- de verificar en la práctica el acierto o el error de las conclusiones” (…).

(…) “Nosotros somos un partido de militantes, o sea de personas con carácter, que sostienen con firmeza sus convicciones y el interés de conjunto de los explotados. Defender ese interés de conjunto contra las pendencias y las intrigas, es tener carácter. Esquivar maniobras es tener carácter; lo es enfrentar cualquier maniobra (…). El carácter se forja en las luchas, discusiones, en congresos y en un partido que no es autocomplaciente, que culmina un congreso con la convicción íntima de la victoria y no con la expresión superficial de una alegría sin consistencia”, Jorge Altamira en Los desafíos de una transición histórica.

Nuestro Partido Obrero atraviesa una crisis política incuestionable. El carácter de esta crisis está determinado por la tentativa explícita de romper la continuidad histórica del partido -o sea sus principios, su estrategia y sus métodos. La expresión grotesca de esta política es la proscripción política de Altamira al interior del partido; el establecimiento de un comité de censura en la prensa; la prohibición a sus charlas sobre el Cordobazo en Tucumán, Salta y Santa Fe, que tuvieron lugar de todos modos por el voto mayoritario de los comités respectivos; la supresión de cualquier mención a su persona en el folleto editado para el aniversario del Cordobazo, para menoscabar que fue uno de los principales organizadores de nuestra intervención en esa huelga histórica, como ocurrió luego en el Argentinazo. Se trata de expresiones burdas de una política que tiene un carácter de conjunto.

Sobre estrategia

Para un partido revolucionario, toda lucha de clases es una lucha política -es decir, un planteamiento de poder. Esta ha sido la historia de nuestra Política Obrera-Partido Obrero. Las altas y bajas de esa lucha de clases no modifican esa metodología, solamente modifican la forma del planteamiento. En esto consiste el progreso del Programa de Transición sobre la muralla que estableció el reformismo entre el programa mínimo y máximo en su período de ascenso. A fines de marzo de 1976, en el momento de mayor derrota de la clase obrera, nuestro partido planteó “Fuera la dictadura”. La política revolucionaria no pierde vigencia en períodos no revolucionarios -se orienta simplemente a preparar, en términos de propaganda, agitación y organización política, la actuación revolucionaria en los períodos revolucionarios que sobrevendrán. Es así como planteó la IV Internacional la lucha contra el fascismo y la guerra imperialista inminente en ese mismo Programa de Transición. Este método estratégico vale en plenitud en la época actual, luego de la enorme crisis capitalista que siguió a la disolución de la URSS, tanto en 1997/8 y, por sobre todo, en 2007/8. Los flujos y reflujos se combinan como consecuencia del derrumbe capitalista, con sus giros políticos más extremos, en toda esta etapa histórica tomada en su conjunto. En Argentina, la fulgurante victoria del macrismo en las intermedias de 2017 fue seguida por un desplome político sin precedentes como consecuencia de un derrumbe financiero y una crisis industrial, en el marco de las movilizaciones de finales de 2017.

En contraste con este método cuartainternacionalista, se ha desarrollado en el partido una corriente que pregona la adaptación al proceso político en nombre del ‘realismo’, que solamente admite un planteo de poder cuando las masas desatan una ofensiva potencialmente revolucionaria. Se trata de una adaptación electoral a la crisis política. La tarea de un partido obrero es plantear un camino, no seguir el camino que le imponen los hechos, como el acoplado de un camión. El planteo de un “sistema de consignas” fue un conejo sacado de la galera, completamente caprichoso, para bloquear el desarrollo de una estrategia política, con el argumento de que un planteo de poder emerge solamente cuando los explotados siguen al pie de la letra una serie de condicionamientos inventados en forma arbitraria, y no como consecuencia de la crisis del capitalismo y del régimen político. En este artificio, la defensa incondicional de la URSS, por ejemplo, planteada en 1938, habría debido esperar a una generalización previa de las luchas de la época o a la victoria obrera en las guerras civiles de aquel momento, o a cualquier otro esquema arbitrario, y no al desafío político objetivo de una guerra inminente. Con el tiempo, este “sistema de consignas” completamente pedante, se convirtió en el santo y seña ‘teórico’ de un bloque faccional. Con anterioridad a ello, sin embargo, durante 2016 y en el congreso de principios de 2017, el mismo grupo dirigente caracterizó la existencia de “una crisis de poder” en los primeros ‘mejores’ meses del macrismo, y lanzó un ataque violento contra un “comentario” que sostenía lo contrario, a saber, que no había “una crisis de poder” -que las parlamentarias de 2017 se encargaron de confirmar.

En una re-interpretación reformista del Programa de Transición, en el llamado “sistema de consignas”, las reivindicaciones transitorias se suceden unas a otras en forma escalonada, con independencia de los problemas planteados por la crisis política, cuando el Programa de Transición es la articulación de un planteo de poder, no un esquema etapista. Cada una de sus reivindicaciones responde a la crisis tomada en su conjunto y plantea una cuestión de poder -desde un reclamo por el precio del pan que desata una crisis política e incluso una revolución (Egipto, 2011; Sudán, 2018), o cuando eso lo produce el suicidio de un vendedor ambulante al que la policía secuestró sus mercaderías (Túnez, 2011). El Cordobazo y el Argentinazo han sido dos casos ejemplares de una articulación orgánica de la crisis capitalista -lo mismo vale para los “chalecos amarillos” y, antes, para “noches despiertas”, en Francia. El Programa de Transición da una respuesta política concreta a cada aspecto de la crisis y de la lucha de las masas, y desenvuelve las relaciones recíprocas que las anudan -de ningún modo es un menú con primero y segundo plato, bebida y postre. La circunstancia de que el PTS e IS adopten una posición similar a la del grupo dirigente del PO está marcando un retroceso político del Frente de Izquierda tomado en su conjunto, y un remarcado electoralismo. Un planteo de poder significa una campaña sistemática de agitación política -no un artículo apresurado en la prensa partidaria, cuando algunos impresionados por la desvalorización del peso en el mercado de cambios creen que la revolución es inminente y temen una victoria política de quienes han definido como sus adversarios internos.

El argumento de que un planteo de poder está condicionado por el estado de las masas, con independencia de la situación en su conjunto, vale desde el punto de vista táctico -o sea, que no sería el momento para impulsar una rebelión o insurrección para la toma inmediata del poder. Desde el punto de vista de la agitación y la organización, la ausencia de ese planteo de poder es, en cambio, un freno político, en primer lugar, para los obreros avanzados y para el reclutamiento. Si las masas no se movilizan todavía con el mayor de los ímpetus contra un gobierno al que odian profundamente o no liberan aún a los sindicatos del yugo de la burocracia, debemos indicarle una alternativa política de poder -no responsabilizarlas porque no se estarían movilizando para derribar al poder existente. Incluso es falso que no lo hicieran -ahí tenemos el 2×1, las históricas marchas por el aborto legal y el “ni una menos”, las luchas docentes y la huelga universitaria, varios paros generales y movilizaciones masivas (21F), que incluyeron rebeliones contra la burocracia en importantes en sectores de la UTA, ocupaciones fabriles, como la gran toma de AGR Clarín y las jornadas del 14 y18 de diciembre (los teóricos del reflujo las caracterizaron, en su momento, como “un punto de inflexión”, e incluso se atrevieron a pronosticar la inminencia de “un estado de excepción”, en momentos en que esta expresión equívoca se puso de moda).

Muchas rebeliones populares en la historia han sido precedidas por reflujos y derrotas, de las cuales los obreros insurgentes sacaron las enseñanzas para encaminarse a una rebelión. De ahí el dicho de que “la revolución es imposible hasta que se hace imprescindible”. Las rebeliones populares han puesto en evidencia una fenomenal crisis de dirección, cuya profundidad está reflejada en la crisis política en nuestro partido y en el retroceso programático sideral del resto de la izquierda y del Frente de Izquierda. En el Argentinazo, al lado de nuestro planteo político (Asamblea Constituyente), el resto de la izquierda desarrolló, unos (PTS), un antagonismo con el movimiento piquetero, y el conjunto de ella, una política de división de las asambleas populares y de oposición a un frente de izquierda, que fue debidamente apoyada por el gobierno y los partidos patronales. Los arquitectos del “sistema de consignas” no aprendieron nada del Argentinazo.

El kirchnerismo se empeñó en la defensa consecuente del gobierno y del régimen político con el slogan de esperar a 2019 y, luego, “tenemos 2019”. Solamente un litigante faccioso puede sostener que “Fuera Macri, Constituyente soberana, gobierno de trabajadores”, es “funcional” al kirchnerismo Es, al revés, el método mismo de diferenciación con el kirchnerismo, porque contrapone dos programas y dos métodos de acción en la oposición al gobierno macrista. El procedimiento de diferenciación que consiste en denunciar a todos los protagonistas de la política (Macri, K, Massa, gobernadores, intendentes, el Papa, Lavagna, etc.) marca un nivel grosero de despolitización y funciona como autoproclamación de una izquierda que sigue siendo el extremo minoritario de todo el arco político. En la lucha contra el gobierno hambreador, el PO plantea una alternativa de clase (Constituyente soberana, gobierno obrero); ésa es la diferenciación política. La tosquedad del planteo del oficialismo partidario bloquea la posibilidad de ganar a los trabajadores que se inclinan a los K, como salida inmediata al llamado ajuste. La inexistencia del FIT como fuerza unificada militante concurre para que las masas no vean otra salida al impasse.

Un programa que no plantea la cuestión del poder y la acción directa política de masas deja de lado la estrategia de la revolución socialista -es decir, el desarrollo de la conciencia de la revolución proletaria de la vanguardia y en las masas. Estamos ante un desvirtuamiento del programa y ante un quiebre con la historia política de Política Obrera-Partido Obrero. En el texto ‘alternativo’ presentado al reciente congreso, que la dirección juzgó que no era tal y no lo hacía votar, salvo cuando militantes de base lo mocionaban, se dice: “La acelerada fuga de capitales y la megadevaluación de mediados de 2018 pusieron de manifiesto (…) la supremacía de las crisis del capital sobre las elucubraciones del Estado capitalista, así como la prevalencia de la decadencia del capitalismo y sus colapsos reiterados, por sobre las ideologías desarrollistas o neo-liberales. Han sido otra demostración de la vigencia del materialismo histórico”. La crisis del capital y de su Estado es el punto de partida de la estrategia y del programa del partido proletario.

El argumento en contra de un planteo de poder ganó fuerza en la dirección cuando se acercó, precisamente, el proceso electoral. La crisis política fue subordinada a las elecciones, y las elecciones a la subordinación de la crítica al gobierno a la crítica al kirchnerismo -convertido en el enemigo electoral principal. Metodológicamente, un revolucionario debe proceder de otra manera: debe convertir el ataque al poder político en el elemento delimitador de las otras fuerzas patronales, que se esfuerzan, sea por pactar con el gobierno o por socorrerlo frente al temor de que se desencadene una lucha de masas. La crítica integral a las fuerzas políticas del capital arranca del ataque a las fuerzas que están en el poder del Estado, hasta cubrir a la totalidad del espectro patronal, por su rol en la defensa del orden existente. En cambio, el ángulo de la actual dirección del PO es electoralista, hace abstracción del conjunto del cuadro de poder de la burguesía, para concentrarse en una disputa con el rival electoral inmediato, que por fuerza asume un carácter abstracto, verborrágico, y no una confrontación en una lucha de clases directa. En un reciente artículo en Prensa Obrera, que informa sobre las reuniones del FIT con el MST, se insiste en describir un posible frente con el MST como un frente anticapitalista (no revolucionario ni socialista), ni qué decir cuando se convoca a Zamora. Lo no tan curioso es que se ha integrado a las listas del FIT a Poder Popular, reiteradamente denunciado como… ¡kirchnerista! Un frente del FIT con el resto de la izquierda no puede admitir que el PO suscriba ninguna definición democratizante.

El proceso electoral ha acentuado la crisis política, en contradicción con el objetivo de los partidos patronales de obtener de las elecciones un realineamiento menos precario para enfrentar la crisis de conjunto. Esto impone la necesidad de desarrollar un planteamiento estratégico, un planteamiento de poder -¡es lo que hacía incluso el reformismo del siglo XIX, que reservaba para las elecciones el “programa máximo”! El paso atrás de CFK en la fórmula pejotista es la evidencia más flagrante de la profundidad de la crisis, porque busca atenuar “la grieta” para armar una coalición amplia y, por otro lado, se guarda como recurso último de la crisis.

El macrismo tambien se encuentra presionado a recurrir a una ‘coalición’ (Pichetto) y hasta especular con colectoras para salvar el pellejo de la ‘invencible’ Vidal. Mientras tanto, el aparato de los gobernadores que recurrieron al desdoblamiento para salvar sus territorios pasa a ser objeto de disputa en la recta final. A esto hay que agregar las operaciones del aparato judicial contra unos y otros, y el desarrollo de la crisis financiera internacional, la crisis por Venezuela y las que emergen en Brasil, Colombia, Haití y otros. El llamado de Bolsonaro a no votar a F-F pone en evidencia que las elecciones en Argentina son parte de una crisis política internacional, en cabeza del imperialismo yanqui. Este proceso electoral no resuelve la crisis, desatada por la crisis financiera y el derrumbe industrial, ni el peligro de un ‘defol’, a pesar del FMI. Es necesario destacar más que nunca el planteo de Constituyente soberana y gobierno de trabajadores, y ligar las reivindicaciones (incluidas la ruptura con el FMI y el repudio a la deuda) a la cuestión del poder, del gobierno de la clase obrera. La renuncia a los planteos estratégicos en función de que ‘no serían entendidos’ o ‘que las masas no dan’, representa una adaptación política al régimen. Con este método de rechazar lo que las masas no entienden porque tampoco se las ha convencido de ello, los planteos de romper con el FMI o no pagar la deuda entrarían en el rubro de lo ‘incomprensible’ -es que esto mismo ya supone una independencia política considerable de los trabajadores. El asunto del repudio a la deuda debe ser asociado al planteo político de la Constituyente soberana. La anulación de la deuda será determinada por otro régimen político, bajo la dominación del proletariado.

Movimiento obrero

En vísperas de nuestro anterior congreso partidario (abril 2018, dos semanas antes), el Comité Nacional saliente intentó alterar el eje político establecido en el documento de convocatoria y los propios debates precongresales. Ese eje había estado centrado en una táctica de frente único de la clase obrera, que comportaba como consignas fundamentales un Congreso de bases de las centrales sindicales y congresos obreros convocados por sindicatos clasistas. Pero en las vísperas del XXV Congreso, la entonces dirección consideró que “no pasaba nada en la clase obrera”, incluso cuando sólo tres meses antes había caracterizado como “punto de inflexión” a las jornadas de diciembre de 2017. Ahora proponía, de nuevo, “un congreso del movimiento obrero y la izquierda”, pero no para elevar al FIT a un desarrollo estratégico en la clase sino como marco para negociar las listas electorales.

En oposición al “congreso de la izquierda”, defendimos en el XXV Congreso el planteo de un congreso obrero liderado por el Sutna y los sindicatos dirigidos por el clasismo, para dar una lucha por un congreso de bases de los sindicatos y centrales obreras, y la preparación de un paro activo y la huelga general. El compromiso precario alcanzado en aquel congreso entre una y otra posición tuvo como resultado al “plenario de Lanús” -o sea, ni un congreso obrero, aunque se lo denominó de esa manera, ni un congreso de la izquierda. Del cruzamiento salió un acuerdo de tendencias político-sindicales de izquierda. El planteo del Congreso obrero ponía en lugar de vanguardia al Sutna frente al conjunto del movimiento obrero y servía al desarrollo del clasismo en sectores más amplios del sindicato mismo, para impulsar una renovación del movimiento obrero y un nuevo reagrupamiento de fuerzas en su seno.

El movimiento de desocupados vinculados con los ‘planes sociales’ se ha reanimado como consecuencia del aumento de la miseria social. Emergió de aquí el llamado “triunvirato vaticano”, para organizar una base de masas bajo control clerical y masa de maniobras de un retorno K. El Polo Obrero se ha desarrollado en conexión con este aumento de la miseria y sufrimiento de masas y, al mismo tiempo, en oposición al llamado “triunvirato vaticano”. La perspectiva política del Polo está condicionada a la lucha de clases considerada en su conjunto, no será el resultado solamente de un esfuerzo de carácter organizativo. El Polo Obrero necesita de un plan de politización que desarrolle una fuerte conciencia de clase y que convierta a estos sectores más concientes en militantes cuartainternacionallistas. El Polo Obrero no es un fin en sí mismo -debe converger, por medio de la acción del partido, a la formación de comités de lucha, de acción y de consejos obreros, con el conjunto de la clase. Esta estrategia debe ser promovida por medio de una capacitación política y reclutamiento al partido en torno de nuestro programa. Esa politización debe servir a la conquista de los compañeros sin trabajo que se encuentran bajo la dirección del clericalismo punteril.

Parlamentarismo

El cuestionamiento al electoralismo ya había tenido lugar en ocasión de las parlamentarias de 2017, cuando se armó una campaña de plataformas locales en detrimento de una agitación nacional; los reclamos locales primaron sobe la agitación política y, por primera vez en la historia del PO, desapareció el planteo de gobierno de trabajadores, luego de un saludo a la bandera al inicio de la campaña.

El tema del parlamentarismo, en estrecha conexión con el electoralismo, se avivó dentro del partido con motivo de diversos factores, entre los cuales figuraba la escasa o nula convocatoria de la “asamblea parlamentaria nacional”, como se había establecido en 2013; la ausencia de una agenda parlamentaria pública y la preparación de la agitación política de ella; la aparición de iniciativas de carácter puramente parlamentarias, que cuestionaban el método de la lucha de clases y la acción directa de las masas. La desorganización de nuestra actividad llevó, por ejemplo, a que votáramos a favor del cupo parlamentario femenino en Salta, en contra de él en Buenos Aires y a la abstención en el Congreso Nacional. Entre los parlamentos y el partido y la militancia existe una brecha, que pone en cuestión el método de usar el foro parlamentario para la propaganda socialista -incluso si se convocan a “audiencias públicas” para temas candentes y luchas parciales.

El acompañamiento o no al reclamo del macrismo para “inhabilitar moralmente” a De Vido desató un debate sobre el carácter de nuestra actividad parlamentaria. Un año antes, el bloque del PO había propuesto el desafuero de De Vido a pedido de un juez. La iniciativa de apoyar la ‘inhabilitación’ promovida por el macrismo no se concretó luego de un debate en un CC convocado de emergencia, donde se votó rechazar la maniobra del bloque de Cambiemos para ‘habilitar moralmente’ al macrismo.

En la Legislatura bonaerense, por otro lado, fue impulsado el juicio político a Vidal, luego de los derrumbes escolares fatales en Moreno, lo cual suponía una alianza con el massismo y los K, que colaboraban con el gobierno en la Legislatura. En el Congreso, y frente al acuerdo con el FMI, se impulsó un proyecto de ley para que se convoque a un referendo. Las críticas que formulamos a estas iniciativas fueron respondidas por Guillermo Kane, diputado, reivindicando una política de ‘acción positiva’ en las legislaturas, en oposición al “charlatanerismo” de quienes ven al parlamento principalmente como una tribuna de propaganda socialista. Esta respuesta cristalizó una diferencia política acerca de la conducta de los socialistas respecto de la actuación parlamentaria. En ninguno de los casos mencionados se observa una conquista real para los trabajadores, como lo fueron, en 2002, la reducción de la jornada laboral en el subte, la aprobación de la gratuidad de la vacuna contra la Hepatitis A para los menores de doce años o el resarcimiento a los ex ypefianos en 2014. Hace pocas semanas, Arturo Borelli, legislador salteño renunció al PO, sin renunciar a la banca ni a la dieta, luego de una trayectoria de parlamentarismo ‘constructivo’ (el Informe de Actividades del Comité Nacional menciona la aprobación de su proyecto para crear un Jardín Botánico).

El socialismo revolucionario ha señalado los límites insuperables del parlamentarismo burgués desde sus inicios; hoy, en plena descomposición capitalista, el Parlamento ha derivado, por un lado, en una mera cámara de registro de las formas más despóticas del Estado capitalista, y del otro, en una aceitada maquinaria de engaño y bloqueo de las reivindicaciones de las masas.

En este cuadro, la misión prioritaria del parlamentario revolucionario es la de ejercer la agitación y la denuncia implacables contra el régimen -o sea, el “charlataneo” que ha sido denostado por la actual dirección del partido. La utilización del Parlamento para el impulso y la organización de reivindicaciones obreras y populares, en estrecho vínculo con el movimiento real que las promueve, sea en la juventud, sindicatos o movimiento de mujeres, debe estar ligada a una agitación a favor de la acción directa de los trabajadores y sus organizaciones (así ocurrió con la mencionada lucha por las seis horas del Subte, en la Legislatura, impuesta finalmente con una huelga general). Nuestra acción parlamentaria no debe abrir la puerta de ningún modo a la componenda siquiera potencial con los bloques capitalistas, como ocurriera con el señalado pedido de juicio político a Vidal, que nunca fue una reivindicación popular -como sí lo fue el “Fuera Vidal” entre la comunidad educativa- y ha caído en el olvido. Rechazamos el apoyo de parte del FIT a la ley Micaela, que habilita a una “capacitación de género” a los funcionarios del mismo Estado responsable de la violencia contra la mujer.

Un paso en falso en la acción parlamentaria -como en cualquier otro plano de la intervención política- puede superarse en el marco de un balance y debate colectivos. En cambio, se calificó a esta crítica formulada en el período precongresal, como “un ataque al PO y sus parlamentarios”, confundiendo al partido con un sector reducido de miembros, que tampoco recaban el apoyo previo del partido a sus iniciativas. La intervención electoral y parlamentaria de un partido revolucionario debe ser defendida como una palanca para la irradiación de las ideas revolucionarias y para servir a la lucha de clases en un sentido general. El revolucionario rompe la muralla que trazan los partidos parlamentaristas y el pueblo trabajador, mediante la unificación de la labor del tribuno parlamentario con la militancia partidaria, en primer lugar, y el conjunto de la vanguardia obrera, de inmediato.             

Derrotismo

La dirección ha intentado desenvolver una polémica acerca de la situación internacional, por la que no se ha interesado ni capacitado en el pasado. Por eso, el giro faccional de los argumentos en esta polémica ha sido muy acentuado y linda en la difamación. Cuatro palabras de un texto de Altamira de cuarenta mil caracteres (la “burguesía ha perdido la iniciativa estratégica, la cual ha pasado potencialmente al campo de la izquierda revolucionaria”, en “Panorama mundial”, EDM N° 52), han servido para desatar toda suerte de ataques, sin la menor impugnación al extenso texto. La selección no es, sin embargo, caprichosa -incluso es un verdadero hallazgo. Es casi una confesión de partes, pues viene a decir que el Partido Obrero excluye la posibilidad, incluso potencial, de asumir una iniciativa histórica en el período próximo. Lindo aliciente.

¿Es posible expresar el derrotismo propio de una manera tan contundente, y el deseo de recorrer como alternativa una larga, muy larga trayectoria parlamentaria? Es el Programa de Transición de la IV Internacional, escrito en plena reacción política (1938) el que, a partir de la decadencia del capitalismo, traza el método para conquistar esa iniciativa, por medio del desarrollo de una política que una los conflictos y luchas cotidianos (incluidas especialmente las crisis políticas) con la revolución obrera. El precario arsenal teórico de la dirección la ha llevado a cuestionar el Programa de la Cuarta sin siquiera darse cuenta de ello, pero con conciencia aguda de los alcances parlamentaristas de este cuestionamiento.

Ya en el plano continental, los hechos se han apresurado a poner en crisis a nuestros expertos. Altamira había anticipado la victoria de Bolsonaro, el año pasado, de la mano del imperialismo, luego de haber advertido sobre su papel en la política brasileña, en el acto contra la detención de Lula que hicimos con el PTS frente a la Embajada de Brasil. En contraste con esto, Pablo Heller vaticinó la victoria de Haddad y el apoyo “hasta el final” del imperialismo al candidato del PT. Las conclusiones de este pronóstico más complejo se tradujeron en las tesis de la Conferencia Latinoamericana de noviembre pasado, elaboradas por el mismo Altamira.

Cualquiera que siga el curso de los acontecimientos en Brasil convendrá en que la burguesía no logra concretar una iniciativa estratégica ni siquiera después de haber conseguido un Bolsonaro, mientras las masas se rearman con huelgas y manifestaciones de gran magnitud. América Latina en su conjunto enfrenta crisis de regímenes políticos sin precedentes, con una internacionalización de los conflictos, como no se ve desde 1962, cuando ocurrió la crisis de los misiles en Cuba.

El trabajo de la dirección para la Conferencia Latinomericana fue nulo, precisamente porque el protagonismo teórico de Altamira ponía en dificultades la política de quebrar el hilo de la continuidad histórica del Partido Obrero. Ello se tradujo en un escaso trabajo de promoción entre la militancia; en una pobre participación de sus miembros y, finalmente, en el intento de alterar sus conclusiones políticas, cuando en su jornada de cierre se lanzó una ofensiva acerca del ‘fracaso’ de la conferencia de parte de la misma dirección, quien propugnó que el llamamiento se refiriera a una “ofensiva derechista” en América Latina, que justificara el ‘realismo’ del electoralismo local.

En textos posteriores, estos mismos dirigentes denostaron la Conferencia Latinoamericana e, incluso, nuestro trabajo internacional en un plano más general, al que le opusieron la experiencia supuestamente “más exitosa del PTS”, sin la menor alusión a las premisas estratégicas de uno u otro trabajo internacional, o probablemente para acercar el derrotismo oportunista de unos y otros. El pretendido “éxito” del PTS fue caracterizar como catastrofista el pronóstico del PO acerca de la inminencia de una bancarrota internacional desde principios de 2007. La pretensión de archivar el impasse histórico del capital al lugar de una categoría teórica sin implicancias políticas, o sea inocua; el derrotismo respecto del rol de la clase obrera; todo esto aproxima al Partido con el morenismo. La ausencia de una polémica política organizada en el FIT -que nosotros hemos reclamado reiteradamente- y, en su lugar, la mera pelea de candidaturas, es la más cabal expresión de hasta dónde han sido disueltas nuestras delimitaciones históricas. Quienes suscribimos esta plataforma adherimos efectivamente a las Tesis Programáticas de la CRCI, que señalan que “desde un punto de vista histórico de conjunto, la etapa actual forma parte de toda una época, que arranca con la Primera Guerra Mundial y las revoluciones que la sucedieron, fundamentalmente la revolución de Octubre de 1917”.

Frente de Izquierda

Desde el mismo momento de su creación se manifestó una divergencia de caracterización acerca del FIT, que se acentuó luego de la derrota en las Paso de 2015, para la categoría presidente. La coincidencia en que se trataba de un frente electoral de independencia de clase, daba paso al desacuerdo de si era un frente democratizante o revolucionario.

Los frentes políticos de izquierda, al igual que los ‘gobiernos obreros’, pueden asumir características diversas, desde liberales a revolucionarios, según el alcance estratégico de ellos, más allá de su independentismo formal. En el FIT, los grupos democratizantes mismos se distinguen entre ellos, como se manifiesta en el seguidismo o incluso el apoyo de Izquierda Socialista a los grupos reaccionarios en Medio Oriente, Ucrania y Rusia o Venezuela.

La negativa rotunda a caracterizar al FIT como democratizante le otorga a éste un alcance estratégico o permanente, sembrando una confusión enorme en los obreros más avanzados y luchadores acerca de la estrategia misma de la revolución proletaria y, lo que se desprende de esto, de la construcción de un partido revolucionario, que solamente puede desarrollarse en base a la delimitación política. Es claro que un frente reducido a las elecciones es democratizante, lo mismo que sus consignas mediáticas (“renovación”, “con la fuerza de los trabajadores y la juventud”), incluso cuando raramente se hace referencia a un gobierno de trabajadores es, en su acepción, liberal o democratizante.

La participación en un frente democratizante formalmente independiente debe agotar al extremo los medios de delimitación política -o sea, no solamente por medio de polémicas estratégicas sino también por una agitación y una política propia en las campañas comunes. Esas polémicas han sido sustituidas por denuncias faccionales entre unos y otros, vinculadas con intereses contradictorios en cuanto a figuración o aparato -como sería el caso de quién debe cerrar los actos o los períodos de rotación de los cargos electos. En materia parlamentaria han habido coincidencias a pesar de integrar bloques diferentes, como en planteos de plebiscitos (con fundamentos democratizantes en los considerandos de los proyectos de leyes presentados), desafueros y leyes de género, entre otros (Micaela). Diferente habría sido que sometiéramos una agenda revolucionaria en el Parlamento a una discusión abierta, que sirviera a la acción común y a distinguir las posiciones de unos y otros.

Al juzgar nuestro retroceso en Córdoba, la actual dirección del PO y el PTS han coincidido en un balance derrotista. Ese balance le achaca nuestra caída electoral a las propias masas, y su “sometimiento a los partidos capitalistas”. (El balance oficial de estas elecciones en Prensa Obrera fue titulado como “El anti-Cordobazo de Schiaretti” ). En cambio, exonera al propio Frente de Izquierda de su responsabilidad política, en primer lugar, porque aparece en el escenario electoral en forma episódica, sin un trabajo estructural previo. Está ausente el balance propio, porque se procura salir indemne de la experiencia misma, sin menoscabo de una pérdida fenomenal de votos, incluso con el retiro electoral del kirchnerismo. Asimismo, no hubo una campaña centrada en una salida política obrera y socialista a la crisis, y sí una deriva, particularmente, hacia el feminismo, con la pretensión de recolectar sufragios con posiciones reñidas con el objetivo de la organización de clase y socialista de la mujer. Se trata de una campaña que apunta al voto en detrimento del reclutamiento. Una campaña estratégicamente orientada hubiera contribuido a una capacitación y a un reclutamiento sobre bases revolucionarias, que es el primer objetivo que debemos perseguir en una campaña electoral.

La tendencia a disolver al partido en el FIT, desde el punto de vista del programa y de la estrategia, es parte del hilo conductor del propósito de romper la continuidad histórica del partido. Que ello ocurra en un frente que no se caracteriza por la acción común, es tanto más significativo. Luego de un coqueteo con la Constituyente soberana, el año pasado, que para el PTS no era una consigna de poder, el FIT ha coincidido en caracterizar la etapa política como de reflujo y ofensiva capitalista, e incluso de derechización, y concluir que la campaña electoral no debe levantar planteamientos de poder. El círculo democratizante envuelve a todos los integrantes del FIT, ni qué decir de lo que ocurrirá si llega a acuerdos con AyL, MST y Nuevo MAS.

Planteamos:

El FIT es un frente formalmente independiente de la burguesía, de contenido democratizante. Es un episodio político transitorio que debe concluir en el desarrollo del partido revolucionario o, en caso contrario, en la disolución política.

Es necesaria una sistemática delimitación de posiciones de alcance estratégico y el rechazo de polémicas faccionales.

Con independencia de la separación en bloques diferentes, es necesario plantear al conjunto del FIT, en forma pública, una agenda parlamentaria socialista, con vistas a un uso revolucionario del Parlamento.

Al reclamo correcto de un FIT unido en la acción política cotidiana, el PO debe desarrollar una propaganda y una agitación política en sus propios términos, incluidas campañas políticas.

En la presente campaña electoral planteamos “Fuera Macri, Constituyente soberana, gobierno de trabajadores”, ligadas al derrumbe económico y a la crisis política y, alternativamente, “Contra el gobierno entreguista y los partidos entreguistas del capital: Constituyente soberana, gobierno de trabajadores”. Este último planteo trasciende las elecciones y se convertirá en la plataforma de oposición socialista a un nuevo gobierno, incluido uno de F-F.

Feminismo

La emergencia de un gigantesco movimiento de lucha de la mujer, a escala mundial, no ha sido integrada a la caracterización política de conjunto, como una manifestación de la tendencia internacional a un ascenso de las masas explotadas. Esto es sorprendente de parte de una corriente -la oficial-, que se empeña en una demagogia feminista sin delimitaciones de clase. Detrás de la fraseología de los medios de comunicación acerca del carácter pequeño burgués del movimiento, se omite a su inmensa mayoría trabajadora, aunque la de origen fabril o humilde todavía deba integrarse a la lucha.

El movimiento feminista en el último cuarto de siglo se ha distinguido de sus precedentes por el carácter policlasista, en especial como consecuencia del derrumbe de los partidos obreros -reformista-neoliberal y stalinista. El pretexto de evitar una relación sectaria con él ha redundado en un abordaje oportunista -o sea, de adaptación a un feminismo excluyente de la lucha de clases. La opresión de la mujer tiene un carácter clasista no sólo históricamente, sino porque sirve a la reproducción de la sociedad capitalista y a la tendencia del capitalismo a disolver la organización familiar sin poder proceder a la socialización del conjunto de la vida social. La decadencia capitalista constituye un límite absoluto a la emancipación de la mujer, porque sobre ella y sobre la niñez recae la carga mayor de la creciente miseria social. La conversión de la prostitución en una gigantesca empresa capitalista, conectada al aparato del Estado y a los bancos que lavan el dinero del negocio, es su demostración más concluyente.

La crisis de dirección de la clase obrera y los explotados se manifiesta en forma cabal en el predominio de la orientación feminista pequeño-burguesa del movimiento. Se trata de una vía sin salida, como lo demostró el feminismo de los ’70, porque se escinde ante las contradicciones políticas que dominan la vida social y se alinea con los partidos burgueses y pequeño-burgueses que dominan el escenario político. La consecuencia de ello es la derrota o la cooptación, incluso la tendencia a la reversión de conquistas ya establecidas.

Con el mayor empeño en integrar el movimiento de lucha de la mujer, la izquierda marxista debe esforzarse en presentar sus propias perspectivas, caracterizaciones y consignas, y desarrollar la organización socialista de la mujer. Mientras nuestro partido mantiene de palabra un planteo socialista, en la práctica se diluye en el feminismo. En un pasado no tan lejano, enfrentábamos la violencia doméstica y el femicidio con el planteo de la organización combativa de la mujer en los barrios e incluso la formación de brigadas contra la violencia machista. Recientemente, incluso a pesar del planteo de que el “Estado es responsable”, votamos la ley Micaela, que prevé la capacitación de género de la burocracia estatal. En las campañas electorales, como la reciente de Córdoba, el planteo clasista contra la opresión de la mujer fue sustituido por el feminista. La adopción del “lenguaje inclusivo”, sin ninguna clase de discusión interna, es un ejemplo de esta tendencia. Incluso si se caracterizara que su uso no colisiona con ningún principio, la primera obligación sería distinguirlo de la utilización pluriclasista de él, que propugna este tipo de método para la igualdad social en oposición a la revolución socialista y la dictadura del proletariado. Como socialistas, debemos defender el lenguaje histórico de la clase obrera, que eleva a todo luchador a la condición de compañero o compañera, en lugar del demagógico ‘pibes’ y ‘pibas’. El ‘machismo’, como blanco preferencial de la lucha contra la violencia a la mujer, disimula todas las condiciones de violencia de la sociedad capitalista, y la violencia en gran escala que representa el negocio internacional de la prostitución. El ‘machismo’ en la clase obrera, incluida su propia vanguardia, debe ser objeto de una campaña de educación y conciencia de clase entre los trabajadores y trabajadoras. Así como en la Revolución de Octubre, la conquista de la paz, de la tierra a los campesinos y los derechos laborales neutralizaron la oposición de las masas envueltas en prejuicios patriarcales e iniciaron el largo camino de la emancipación de la mujer, la unidad del proletariado masculino y femenino en la lucha de clases, es el método para derrotar el ‘machismo’ entre los trabajadores.

La discriminación y la violencia a la mujer trabajadora tiene lugar no solamente en el ámbito del trabajo sino en el de la familia obrera, donde la violencia social general se reproduce bajo las formas brutales. A este cuadro general se suman la sobreexplotación, el desempleo crónico, la juventud sin trabajo, estudio ni futuro, la penetración del narcotráfico, el alcoholismo y la droga. La lucha contra la violencia a la mujer debe ser integrada a la lucha contra la miseria social -es decir, el capitalismo.

La descomposición capitalista se manifiesta en forma lacerante en la manipulación y destrucción de miles de jóvenes como consecuencia de la droga -un filón gigantesco de negocios que se ha entrelazado largamente con las finanzas mundiales. La izquierda democatizane abraza la visión liberal del consumo de drogas ‘recreativo’ y como expresión del “libre albedrío”. Lo mismo sostiene una parte de nuestro partido, que manifestó en su momento el rechazo al planteo de Katerina Matsas, dirigente del EEK y especialista en drogadicción, sin, por supuesto, escribir nada al respecto. Tenemos, de un lado, un Polo Obrero que debe enfrentar la destrucción de la juventud por medio de la droga y el narcotráfico y, del otro lado, sectores que reivindican el consumo de drogas como una manifestación de libertad. Bajo el capitalismo, la libertad personal se encuentra decisivamente condicionada por la explotación capitalista, de la cual el narcotráfico es una herramienta mortal.

Nuestra denuncia del narcotráfico, nuestra lucha contra la penalización a la juventud es a la vez un llamado ferviente a los jóvenes y a los trabajadores a rechazar la droga, para concentrar todas sus energías físicas y mentales en la acción revolucionaria.

Planteamos:

Preparar un congreso del PdT con documentos y debates previos y tres días de duración, para establecer el programa y los métodos de acción y organización de una Organización Socialista de la Mujer.

Régimen interno

Cualquier compañero que haya seguido los debates políticos precedentes se habrá topado con la dificultad por hallar, en la conducta de la mayoría, una línea consistente, incluso en los puntos que aquí se les crítica. El llamado “sistema de consignas”, por caso, ha sido funcional a los continuos vaivenes políticos. Los planteos de “Fuera Macri” o “Asamblea Constituyente” fueron furibundamente criticados en los debates precongresales, para luego ser adoptados episódicamente, por caso, ante una corrida cambiaria. Pero ninguna mención circunstancial a una consigna constituye una campaña política, la cual exige un trabajo persistente de propaganda y agitación. Estos vaivenes se reproducen con las caracterizaciones internacionales o de la situación del movimiento obrero. No hay, por lo tanto, una dirección que actúa y se orienta de acuerdo con una caracterización política, sino un aparato que acomoda las caracterizaciones a sus objetivos propios.

La aparición de una “ideología de aparato” fue señalada por primera vez por Altamira en ocasión de las respuestas faccionales que recibió su intervención en el curso de la UJS, en febrero de 2016, sobre la revolución cubana. Se le reclamó que el balance histórico de la revolución no había sido “procesado antes por los organismos” -o sea, que una investigación histórica y sus conclusiones no habían recibido el ‘imprimatur’ del aparato. Altamira respondió que sólo un aparato puede arrogarse para sí el monopolio de un debate político que, en rigor, interesa vivamente a toda la izquierda, el activismo, los intelectuales y la clase obrera.

El carácter conspirativo de un partido revolucionario, forjado en la lucha contra el Estado, debe preservarse en todo lo referido a la lucha práctica y directa contra ese Estado, ¡pero es una aberración extender el “secretismo” a la polémica política, que es la vía para discernir las tendencias históricas del momento y una guía insustituible para la acción! El reproche al carácter público de un debate ha vuelto a ser invocado, recientemente, en ocasión del balance de las elecciones de Córdoba. Pero, en este caso, el reproche a Altamira -por debatir por fuera de los llamados canales orgánicos- presenta una particular perversidad, puesto que, al mismo tiempo, la dirección que lo critica ejerce la censura contra él en Prensa Obrera. En efecto: Altamira ha sido censurado en Prensa Obrera, una práctica que choca con la historia y la tradición del bolchevismo e incluso de la socialdemocracia. Rosa Luxemburgo rompió política y personalmente con Kautsky, en 1911, cuando éste le censuró un artículo sobre la huelga de masas; la censura a Lenin de sus “Cartas desde lejos” marcó otro severísimo choque al interior del bolchevismo. Es esta restricción la que ha obligado a Altamira a expresarse recientemente a través de su Facebook. En días recientes se prohibió que disertara sobre el Cordobazo en el NOA y Santa Fe, y no fue invitado a ninguna actividad organizada por la dirección. Estamos ante un régimen de proscripción política, porque hasta sus apariciones televisivas obedecen a invitaciones de los medios y no a una iniciativa de nuestra organización. Sin embargo, y cuando los compañeros de las regionales deben reunir fondos para financiar el viaje de Altamira -ante la negativa de la dirección- se acusa a esos compañeros de urdir “finanzas paralelas”. No hay otra facción, en esta crisis, que la propia dirección del partido, cuando bloquea las charlas de Jorge Altamira sobre el Cordobazo ¡pero no se priva de publicar lo que él escribió en aquel momento, omitiendo, claro está, su autoría! La conducta de facción se acaba de manifestar brutalmente en la exclusión de Marcelo Ramal como candidato en las próximas elecciones nacionales y distritales en la Ciudad de Buenos Aires, revocando incluso lo que había resuelto la Conferencia Electoral nacional del PO. Sin embargo, y el mismo día en que se consumó esa exclusión, un plenario electoral en Salta, donde la mayoría de los compañeros se han manifestado en favor de las posiciones que aquí expresamos, votó una lista de candidatos que integra, en lugares centrales, a compañeros de la llamada “mayoría”, teniendo en cuenta su trayectoria y conocimiento públicos, comparables con el de Ramal, proscripto en la Ciudad de Buenos Aires.

Añadamos, a las conductas precedentes, el boicot de la dirección a la campaña electoral de Santa Fe en los municipios del cordón industrial que va desde San Lorenzo a Villa Constitución, una concentración obrera fundamental, donde el FIT -liderado por candidatos del PO- obtuvo en las Paso las más altas votaciones de todas las provincias en 2019.

Los compañeros han debido echar mano de sus sueldos y ahorros para solventar la agitación electoral, ante el ahogo financiero resuelto por la dirección del PO. Naturalmente, el “pecado” del PO del cordón santafesino es haberse pronunciado mayoritariamente por las posiciones que aquí defendemos. ¿Quiénes son, entonces, los “facciosos”?

Para nosotros, el enemigo está afuera del Partido Obrero -es el Estado, la clase capitalista y sus partidos. En cambio, las exclusiones y boicots que aquí señalamos delatan a una facción que, desde la dirección del PO, coloca su propio interés por encima del interés del partido y de la clase obrera.

La imposición de un régimen de aparato se ha puesto de manifiesto, también, en la escalada de sanciones contra militantes que han sostenido intercambios políticos por afuera de sus organismos, sin que se hubiera demostrado que este hecho entrañara algún tipo de amenaza o desafío al centralismo democrático. La existencia de estos intercambios políticos no sólo es inevitable: es una conquista propia de un régimen de legalidad (la democracia burguesa) y de iniciativas de carácter público, donde los encuentros entre militantes son permanentes. Lenin y los bolcheviques insistieron cien mil veces en la necesidad de luchar por “la libertad política” en Rusia, para que los obreros pudieran capacitarse en la lucha por sus intereses históricos a través de la libertad de prensa y el debate público; en nuestro partido, sin embargo, a pesar de contar con libertades políticas, se pretende recluir el debate a la clandestinidad. La prensa del partido debe abrirse a los mejores debates, para que la clase obrera vea cómo construimos un partido revolucionario y para que se eduque por esa vía.

El punto más alto de esta deriva del régimen interno es el empleo de prácticas de espionaje, como se puso de manifiesto en el curso del XXVI Congreso del PO, y admitidas y reivindicadas varias veces por el Comité Nacional y el Ejecutivo. Más lejos, todavía, en una respuesta de la Comisión Internacional del PO al PT de Uruguay -a raíz que el CC de este partido no vaciló en repudiar el espionaje a la casilla de mail de Marcelo Ramal- se ha respondido que espiar “puede ser que técnicamente no sea aceptado como prueba por la Justicia, pero sería una tontería desconocer si los crímenes cometidos son reales o no”. Los responsables del espionaje ignoran -o fingen ignorar- que la nulidad del fisgoneo no es una cuestión “técnica”, sino que subraya una violación de las libertades, apelando a medios represivos ilegales. El CC del PO se coloca por detrás de la letra del régimen constitucional burgués, para legalizar un régimen de sanciones al interior del propio partido.

(Para demostrar que esta regresión brutal no es gratuita, la carta del CC del PO al PT “ejemplifica” con la causa de los cuadernos, y señala que “criticamos a la Justicia, no porque esté basada en las denuncias de los famosos cuadernos y en arrepentidos, sino porque encubre los ilícitos macristas”. “¡No porque esté basada en ‘arrepentidos’!”. En esta fantástica concesión a Bonadío y Stornelli, se entiende a dónde lleva la negativa a luchar por “Fuera Macri”: como ocurriera con buena parte de la izquierda brasileña, la dirección del PO quiere hurtarle votos a la base macrista -por eso, denuncia la corrupción K, pero no el régimen de violación de derechos que entrañan las prisiones preventivas arbitrarias o la persecución a Ramos Padilla. El PO debería denunciar todas estas arbitrariedades judiciales, porque, más temprano que tarde, le serán aplicadas a la izquierda y a los luchadores. Los que luchamos contra De Vido y otros en tiempo real -cuando sostenían al asesino Pedraza- no necesitamos dar mayores pruebas de nuestra delimitación con el régimen kirchnerista).

Volviendo a nuestro punto: estamos ante el fenómeno excepcional de una dirección que defiende los métodos de espionaje a los correos de los militantes, como parte de la metodología de construcción del partido. El espionaje conduce a que el partido, que es una asociación voluntaria de militantes, unida por un programa y una estrategia, degenere a un aparato soldado por vínculos de vigilancia y delación.

Planteamos la exclusión de las filas partidarias de quienes perpetraron y se sirvieron de esta inmundicia para incidir en el curso de esta lucha política, por caso, en la elección del nuevo Comité Central.

En los últimos años ha crecido en forma desmesurada el número de militantes rentados. Proporcionalmente a sus afiliados, el PO sostiene un número de rentados superior al que contaba la socialdemocracia alemana a principios del siglo XX. Para que esta estructura no termine constituyendo un régimen de rentados vitalicios, definitivamente apartado de la militancia partidaria, es necesario, en primer lugar, un balance que justifique esta situación y la carga económica que representa. También es necesario que tenga un carácter rotativo, sujeto a excepciones. La designación de los compañeros rentados estuvo a cargo del Ejecutivo, cuando debió contar con el acuerdo de los círculos y comités de las respectivas zonas y, por sobre todo, sujeto a la supervisión de ellas. El mismo régimen de rotación debe valer para los cargos parlamentarios electivos, salvo excepciones fundadas, los cuales están sometidos a la máxima presión del Estado burgués (en Salta, por ejemplo, hay compañeros que son legisladores desde hace quince años). Hemos sostenido estos planteos en el anterior Comité Nacional e incluso en textos precongresales.

La limitación de los debates, la censura, la intervención a locales y comités son justificadas en nombre del “centralismo democrático”, esto es, en la responsabilidad de una dirección de garantizar la “unidad de acción”. Curiosamente, hemos pasado otros cincuenta años sin ese número de sanciones, lo cual no debilitó la unidad de acción sino que la fortaleció (dos dictaduras). Pero el centralismo democrático nunca reside en la mera afirmación del principio de autoridad por parte de la dirección o su derecho a imponer la directiva que quiera. Incluso en situaciones de emergencia o gravedad inusitadas, toda resolución debe estar debidamente fundada por escrito y, por lo tanto, pasible de un debate por parte de la militancia afectada por esa resolución y eventualmente de todo el partido. No pueden existir órdenes, porque tampoco rige la obediencia debida. Naturalmente, el Partido Obrero no es deliberativo ni discusionista; esto es incuestionable -todo debate debe concluir en un voto en tiempo razonable. Esta malversación del centralismo ha sido esgrimida también para justificar la censura en nuestra página, esta vez, con el argumento de que planteos políticos disimiles “confunden a la militancia”. Para saber si esto es así hay que preguntarle a la militancia, no arrogarse la propiedad de esa opinión. La militancia no es una tropa sin discernimiento; por el contrario, forma su convicción y su acción política en base al debate y al intercambio de posiciones. No se nos escapa, por otra parte, que el llamado “discusionismo” también ha sido fomentado por la dirección y sus continuos vaivenes políticos.

El último congreso del partido puso en evidencia un voto contradictorio al oficial que abarcó al 30% de los delegados. Si el Comité Nacional hubiera reflejado esta proporcionalidad, los miembros que sostienen la posición de este documento habrían pasado de tres a nueve o diez sobre los treinta y uno que componen la totalidad. Habría constituido una revolución en la vida actual del partido.

El conjunto del desarrollo del Congreso fue irregular, desde la votación de un larguísimo texto en el Comité Nacional conocido con menos de 24 horas de anticipación, e incluso re-presentado con modificaciones tres horas antes del voto. En el curso de esa reunión, propusimos entonces que se abriera un período de debates por escrito sobre ese texto, lo cual fue rechazado para proceder a una votación sumaria. En consecuencia, el documento de crítica a ese texto tuvo que ser escrito con posterioridad a esa reunión, lo que llevó a que no fuera admitido como ponencia alternativa en los plenarios. Los textos fueron debatidos con la indicación de proceder a votarlos en el mismo plenario donde se discutían por primera vez. De este modo, el tiempo de discusión resultó harto inferior al establecido por los estatutos -un mes, en lugar de tres, para el de situación nacional, y así sucesivamente con los restantes. En los plenarios fue prohibida la presencia de los miembros del CN que apoyaban el texto alternativo, que no se podía discutir (salvo en una o dos instancias). E incluso, en esas condiciones, ¡se nos criticó por haber defendido el texto alternativo y no el “oficial”! Como si el centralismo democrático no obligara a la unidad de acción sino a la de pensamiento, como ocurre con el periodismo venal.

Hubo sí un generoso número de boletines internos y otro generoso número de artículos en ellos, que no se discutieron en plenarios, incluso porque muchos textos aparecieron cuando la votación de algunos temas había concluido. Un dato fundamental del mismo Congreso fue la hora y media que se tomó la Comisión de control, cuando en el pasado raramente pasaba de los quince minutos; un ejemplo de la cantidad de sanciones que se habían producido contra militantes. El pedido de derecho a réplica a las numerosas insinuaciones y acusaciones que hicieron los informantes a la oposición, ¡más allá del propio temario de sanciones de la Comisión! fue rechazado. La intervención de los delegados repitió el tiempo de cinco minutos sin derecho a réplica. La advertencia de Altamira, en el último Boletín Interno previo al Congreso, de que existía la intención de desviar el debate político hacia los agravios y descalificaciones, se cumplió al pie de la letra. A su turno, la recomendación de un texto precongresal, donde un dirigente planteó la necesidad de elegir “un Comité Nacional homogéneo” marchó sobre rieles: a pesar de que la votación es individual, quedó claro en el resultado final que el armado subrepticio (faccional) de una lista única había sido exitoso. El método de conjunto aplicado en el Congreso conoce numerosos antecedentes en conferencias regionales y se manifestará en los próximos días en otras tantas conferencias convocadas en tiempo relámpago y con un desarrollo previsto de algunas horas.

Inmediatamente después del Congreso, el flamante CC decidió disolver por teléfono el Comité del Noroeste y nombrar un interventor en sustitución, precisamente donde los delegados opositores fueron mayoría. Todo en nombre del centralismo democrático. La corrupción del método partidario llegó de este modo a su última expresión. El centralismo democrático es la actividad colectiva del partido bajo la dirección política del Comité Nacional y el Congreso -no la supresión de ella bajo el bastón de mando del Comité Ejecutivo. Si los círculos son privados de iniciativa en su ámbito de lucha, el partido dejará de ser democrático, por supuesto, pero también revolucionario. En nombre de un centralismo democrático bien entendido, todos esos comités han rechazado las prohibiciones y asegurado la actividad votada por sus militantes.

La historia del PO sigue viva en la conciencia y en la militancia de un número cada vez mayor de compañeros.

Una fracción (o tendencia pública)

En el curso de los debates, diferentes textos de la dirección han insistido con “recomendarnos” la formación de una tendencia o fracción para sostener o ‘procesar’ nuestras diferencias, sin aclarar, claro, que ya operaba en el partido una fracción a todos los fines prácticos (la propia dirección), bajo la cobertura del Comité Ejecutivo. Las garantías y métodos democráticos y el derecho a la crítica, sin embargo, deben existir en forma plena sin la necesidad de recurrir a la formación de una fracción. Una tendencia, por el contrario, que se adapte cotidianamente al centralismo democático que profesa la dirección, sería una ficción cómplice de ese centralismo. Una dirección que incita a formar fracciones o tendencias muestra la vía de la ruptura del partido y la anarquía discutidora. No es necesaria una tendencia para tener derecho a escribir en Prensa Obrera. Advirtamos de paso que Prensa Obrera, en el pasado, cuando estaba limitada a la edición impresa, postergó o dejó sin publicar diversos artículos, ¡pero no por razones políticas o divergencias! sino para privilegiar aquéllos de mayor interés o actualidad, o por la necesidad de rehacer artículos mal escritos o incomprensibles, incluso de parte de destacados dirigentes. En la sección de Lectores, la prioridad la tenían las críticas.

El planteo de constitución de una fracción pública y con su propia disciplina interior, que venimos a presentar de acuerdo con el estatuto partidario, no es solamente un intento extremo por salvar la unidad del partido ante la evidente malversación de su legado político y de su régimen interior. Es también un recurso para defender el centralismo democrático entendido de la única manera que cabe entenderlo, como una actividad colectiva y libre de los militantes, círculos y comités, bajo la dirección del Comité Nacional y del Congreso del PO. Advertimos a los militantes y luchadores que la organización obrera no debe ser confundida con un aparato, ni sus resoluciones, incluso cuando son votadas democráticamente, como los diez mandamientos. La vida es un fluir ininterrumpido, por lo que nuevos acontecimientos reclaman nuevas discusiones. Es obvio que el Congreso de nuestro partido no pudo discutir una caracterización de la fórmula F-F, de modo que es un desatino impedir un debate acerca de ella, alegando las resoluciones de ese congreso. El aparato es necesario, en especial cuando es bien usado, pero “es gris”, como dijo el poeta, en tanto “la vida es siempre verde”.

La constitución de una fracción significa la difusión pública de sus posiciones, en los órganos partidarios y en los instrumentos de comunicación que ella determine; y el derecho a contar con una organización y disciplina propias, tal como lo marca el estatuto. El derecho a la organización y difusión de nuestras posiciones permitirá, por otra parte, que la confrontación política tenga lugar sin choques faccionales de carácter permanente, tal como viene promoviendo la dirección en los comités y círculos donde participan compañeros que comparten o han defendido nuestras posiciones. Reclamamos el levantamiento de toda sanción o pedido de sanción a compañeros acusados de llevar adelante intercambios políticos pretendidamente “faccionales”. Allí donde existieron, esos intercambios, como lo demuestra este mismo texto, han tenido propósitos definidamente políticos, y hacen al interés del partido. Por otra parte, ¡nadie podría constituir una fracción o tendencia sin intercambios políticos previos! Un agrupamiento de este tipo no es un rejunte de militantes que se improvisa, exige ser fundado sobre una homogeneidad política y un planteamiento común. En nuestro caso, hemos alcanzado esa comprensión común al cabo de una extensa lucha política que se ha traducido en decenas de textos en los últimos dos años, y en los debates que sostuvimos en los últimos congresos partidarios, en conferencias, en el Comité Nacional y en el último Congreso del Partido.

Hacemos nuestra la propuesta de constitución de un tribunal paritario -con participación de compañeros de la CRCI- para juzgar el ignominioso episodio de espionaje interno que tuvo lugar en las vísperas de nuestro XXVI Congreso; rechazamos la exclusión de nuestros compañeros en las actividades partidarias de carácter público, incluyendo a las listas electorales del Frente de Izquierda, al cual llamaremos a votar incondicionalmente. Reclamamos los recursos necesarios, en proporción a los votos obtenidos por nuestra postura en el Congreso partidario, para sustentar nuestra acción política.

El Partido Obrero no puede ni podría sustraerse a la etapa histórica concreta del momento actual, que se caracteriza por la bancarrota de un capitalismo en decadencia, tanto en el plano de la economía y de la política. Esta transición tiene lugar, como ha ocurrido en otras ocasiones, en un contexto de crisis de dirección de la clase obrera internacional. Las contradicciones extraordinarias de la etapa histórica actual ejercen una presión descomunal sobre todas las fuerzas políticas en presencia, como lo atestiguan el desmoronamiento de partidos tradicionales o la emergencia ‘’deslumbrante” de tendencias nuevas que se derrumban a la misma velocidad con que subieron. La disolución de la Unión Soviética ha sido seguida por la crisis de la Unión Europea, y el acople Estados Unidos-China, con un proyecto de integración capitalista de China, se ha convertido en una guerra económica y política con tendencias bélicas. La revolución en los países árabes se renueva: ahora en Argelia y Sudán. La izquierda ha sido impactada como nunca por este proceso catastrofista. La confusión política se manfiesta en la adaptación de la mayoría de ella, a nivel mundial, al movimientismo, el seguidismo y el democratismo.

La explotación ‘democrática’ de la disolución de la URSS y del fin de la ‘guerra fría’ se encuentra en vía de extinción hace tiempo -como se ve en Estados Unidos con Trump y con los correlatos ‘populistas’ (bonapartismo) en Europa, incluido Xi Jinping y, desde mucho antes, Putin. La adaptación democrática de la izquierda ha naufragado hace tiempo en Europa, aunque busca revivir con Bernie Sanders y Alexandria Ocasio Cortez y el ‘feminismo anti-capitalista’.

La caracterización reciente de la presente etapa, por parte de la fracción dirigente del PO, y desde mucho antes por parte del conjunto de la izquierda, refleja las convulsiones de este período y de sus giros bruscos de la estabilidad a la crisis, y de virajes a derecha e izquierda. El FIT coincide, con diferencias de matices, en un “conservatismo y pasividad” de la clase obrera o en “el reflujo”, así como en que la crisis de conjunto del capitalismo no se orienta hacia una perspectiva revolucionaria; ello tiende a convertir al FIT en una suerte de ‘partido amplio’ disfrazado de frente electoral. El régimen democrático es un sistema de arbitraje que tiene por eje el Parlamento, donde se conjugan derecha e izquierda, pero con márgenes que se estrechan a cero, como consecuencia de la acentuación de la crisis. Es lo que ha ocurrido con el trotskismo francés, que se despeñó de su ascenso electoral de hace menos de dos décadas. La izquierda revolucionaria debe hacer valer su lugar parlamentario para quebrar esa función de arbitraje, por medio de una agitación que ponga el acento en la acción directa. En caso contrario, se convierte en uno de los brazos del Estado para trabar la lucha de clases. Es lo que ocurre cuando el planteo de poder es suplantado por diferenciaciones proselitistas con los partidos patronales que tienen cooptadas en forma relativa a las organizaciones obreras.

El abandono de los planteos de poder se conjuga, por parte de la fracción oficial, con una tentativa correspondiente de cortar la continuidad histórica de nuestro partido. Lo mismo ocurre con la adaptación al feminismo, el cual ejerce una presión inhabitual en el marco que ha alcanzado el movimiento de lucha de la mujer por sus derechos. De ahí la tendencia, a veces más acentuada, a veces menos, al electoralismo y al parlamentarismo, y a una despiadada lucha faccional, que se libra por medio de un régimen de aparato y del punto de apoyo que ofrece la representación parlamentaria del Estado.

La lucha política por la continuidad histórica del PO y por la metodología revolucionaria de construcción de nuestro partido se ha convertido en la más fundamental de las tareas. Lo mismo, la defensa de su programa internacional, aprobado en el Congreso de la CRCI de abril de 2004.

Invitamos a todos los compañeros que compartan esta proclama a sumar su firma.

Socialismo o barbarie. ¡Viva el Partido Obrero!

12 de junio de 2019

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