Este texto es un fragmento de la introducción al libro “La crisis del imperio norteamericano. Lucha de clases en tiempos de Trump y Biden” de Guillermo Kane, publicado por la Editorial Milena Caserola.
Trump fue el síntoma de la enfermedad de la sociedad capitalista
La presidencia de Barack Obama fue una apuesta del gran capital de EEUU a darle a la democracia liberal yanqui una nueva autoridad frente al descontento de las masas. Un presidente negro era un símbolo inequívoco de cambio. El optimismo parecía contagioso. Pero el rescate a los capitalistas y el sostenimiento de las políticas represivas bajo su timón dieron lugar a fenómenos novedosos de lucha como Black Lives Matter y Occupy Wall Street. La ultraderecha lumpen también tuvo un proceso de expansión bajo la candidatura de Sarah Palin para vicepresidente en 2008 y el surgimiento en 2010 del ultraconservador Tea Party que constituyó una bancada al interior del Partido Republicano.
En los debates del Partido Obrero, la elección del magnate Donald Trump fue vista no solo como un salto en la crisis en Estados Unidos, sino como la marca de un avance en la crisis mundial. La gravedad de los choques, el avance en las guerras comerciales y la tendencia a guerras abiertas y la promoción de fuerzas de ultraderecha como variantes para promover el poder personal y la militarización para hacer avanzar las agendas capitalistas. La descomposición del capitalismo conlleva a la descomposición de sus regímenes políticos y la alternancia bipartidaria pacífica en el marco de una democracia burguesa liberal quedó cuestionada por la gravedad de la crisis.
En 2017 colaboré con la elaboración del informe internacional al XXIV Congreso del Partido Obrero, que estuvo a cargo de Pablo Heller. El informe se titulaba “La situación mundial después de la victoria de Trump” y empezaba así:
“El triunfo de Donald Trump implica un salto en la crisis mundial: Estados Unidos se ha convertido en epicentro político de esa crisis luego de haber sido su epicentro y motor económico y financiero”.
“No estamos frente a una crisis de representación sino del conjunto del régimen político. La irrupción de Trump es el punto culminante de un derrumbe general de las instituciones y partidos que se venían registrando con anterioridad. El ascenso, en su momento, de Barack Obama ya daba cuenta de este proceso. La experiencia de una presidencia negra fue un recurso “extremo”, desde el lado liberal, para apaciguar una crisis de conjunto y los antagonismos de clase. Ese intento fallido, cuyo telón de fondo fue el agravamiento de la bancarrota capitalista, ha abierto paso, ahora, a otra tentativa excepcional, pero esta vez comandada por un chovinista blanco. Se trata de una tentativa de tipo bonapartista: el establecimiento de un poder personal, capaz de operar por encima del Congreso, que apunta a obtener los recursos políticos y la capacidad de movilización social para poner en pie un Estado policial y emprender una guerra económica internacional”.
“La asunción de Trump ha acelerado tendencias políticas que se encontraban en pleno desarrollo. El campo principal de disputa se encuentra dentro mismo de los Estados Unidos”1Heller, P. (marzo/2017) La situación mundial después de la victoria de Trump. En defensa del Marxismo. https://revistaedm.com/edm/49/la-situacion-mundial-despues-de-la-victoria-de-trump/.
Junto a este intento de gobierno bonapartista, llegaban las noticias del giro a la izquierda de importantes capas juveniles, que, aunque ya se visibilizaron alrededor de la campaña electoral de Bernie Sanders, evidenciaron tener un carácter mucho más amplio. La propia redacción de parte de estos Demócratas Socialistas de un Manifiesto Socialista, con pretensiones doctrinarias, dio lugar a amplios debates en la izquierda internacional. Nuestra consideración polémica sobre ese Manifiesto está recogida en este libro. Son debates importantes en una etapa de reconfiguración de la izquierda internacional. Una etapa donde la izquierda está acicateada por movimientos de masas y al mismo tiempo sometida a una enorme presión para adaptarse a los movimientos posibilistas, integrados al sistema.
Mientras los trotskistas argentinos logramos contra viento y marea montar a través del Frente de Izquierda, el sindicalismo clasista y el movimiento piquetero una referencia pública independiente del kirchnerismo y de la “ola rosa” continental que lleva a una frustración popular tras otra, nos llegaban las noticias de la inmensa mayoría de la llamada extrema izquierda disolviéndose detrás de los Bernie Sanders, Lula, Jeremy Corbyn.
Discutir Estados Unidos desde Argentina también es discutir la estrategia revolucionaria en esta etapa histórica y como se está procesando la reorganización de las filas de la izquierda. Las gastadas observaciones sobre la marginalidad de la izquierda en Estados Unidos y muchos otros países han quedado desmentidas. Pero justamente por eso, los programas y las organizaciones que están recibiendo un apoyo masivo serán puestas a prueba.
Cabe notar que no sólo la izquierda discute apasionadamente los sucesos en Estados Unidos. La creciente ultraderecha argentina toma modelos de los grupos de choque fascistizantes. Un centro de estas células en La Plata se bautizó con el nombre de KyleRittenhouse, por el adolescente supremacista que atacó con un fusil automático a manifestantes de Black Lives Matter, matando a dos. Desde allí se venían realizando ataques a locales de izquierda, reivindicando a la dictadura de Videla, a los esclavistas norteamericanos del siglo XIX y a Trump. Cuando hicieron desde allí una reivindicación del atentado a Cristina Kirchner el allanamiento encontró armamento de guerra. El grupo que opera el local ha tenido contactos políticos con dirigentes públicos de la derecha argentina como Javier Milei y Patricia Bullrich.
También en esto nos vemos desde Argentina en el espejo de EEUU.
Diez tesis sobre la crisis en Estados Unidos
Cabe, en este punto, tratar de pasar en limpio algunas conclusiones centrales que surgen de todos los temas estudiados en este libro:
- Mientras en los ciclos de crisis capitalista de las décadas anteriores los puntos críticos se encontraban en la periferia, EEUU está instalado en el centro de las crisis económicas desde 2008. Estas se han transformado en agudas crisis políticas y en disputas internacionales. El trasfondo de la inestabilidad política no responde a problemas episódicos sino estructurales. Esto hace que el programa de “normalización” esgrimida por Joe Biden en su campaña de 2020 haya sido una expresión de deseos completamente insustancial.
- La particularidad de esta crisis es el retroceso de EEUU como potencia dominante. Ha caído su productividad nacional y su participación en el producto bruto mundial reflejan esto. También su pérdida de posiciones geopolíticas en Medio Oriente y Asia Central. La particularidad histórica de este declive es que no ha surgido una potencia rival que despliegue la capacidad de reemplazar a nivel global la dominación yanqui, de una manera semejante a la que esta tuvo para suplantar la británica en la primera mitad del siglo XX.
- La baja de la productividad se enlaza a una huelga de inversiones productivas que se explica por la caída sostenida de la tasa de ganancia en estas décadas. Esta caída tiene un correlato en un enorme endeudamiento privado, que llega a su caso extremo en la proliferación de empresas llamadas “zombies”, dependientes de sistemáticos subsidios y rescates del Estado capitalista. El riesgo de una quiebra generalizada es alejado precariamente mediante un financiamiento a costa de las condiciones de vida de la mayoría de la población.
- La última década ha marcado un alza sostenida en la tendencia a la organización de la clase obrera norteamericana, en la radicalización de amplias capas de activistas, en particular jóvenes y ha parido la mayor rebelión en la historia del país. Esta rebelión fue desmovilizada pero no derrotada. La rebelión derrotó en 2020 el intento bonapartista de Trump y dejó marcado al régimen político, condicionando al nuevo gobierno. La recomposición del movimiento obrero en curso es parte de la misma tendencia de las masas a defenderse. La brutal caída en popularidad del gobierno de Biden es una expresión del malestar de los trabajadores frente a la situación social que se les impone. Aunque carecen de una dirección política que lo impulse, los trabajadores han multiplicado su nivel de iniciativa y miles de activistas discuten programas de transformación social.
- La perspectiva de poder colonizar Rusia y China es el principal horizonte para recuperar el ímpetu de su hegemonía mundial. Aunque la penetración capitalista ha avanzado y domina sus economías, lo hace intermediada por gobiernos locales que son herederos de las viejas burocracias, de distintas maneras, y pretenden capitanear el proceso capitalista con cierta autonomía respecto del imperialismo. Las posibilidades de quebrar ese control por medios militares y abrir un terreno de expansión económica aparece como la gran salida a la crisis para un sector importante. Haber sustraído a Ucrania de la influencia Rusia en 2014 fue el último gran avance en ese sentido y por eso la relación con este país y su uso como ficha contra Rusia ha jugado un rol tan especial en todo el desarrollo de la crisis norteamericana, desde el primer juicio político a Trump en el 2019 hasta las actuales elecciones parlamentarias, donde el costo social interno de la guerra en Ucrania es un tema central.
- Las dificultades de EEUU para defender su supremacía internacional han profundizado la división interna de su clase dominante. La disyuntiva entre proteccionismo y globalismo/multilateralismo está por detrás de los cada vez más virulentos choques políticos entre sus políticos patronales.
- Los sucesivos rescates económicos a los grandes grupos capitalistas (2008, 2020) han tenido un costo social enorme que es descargado sobre las condiciones de vida de la población trabajadora. Esto ha resultado en una polarización social y política creciente. Los choques en la sociedad unen la profundización de los niveles de concentración económica y pobreza con la radicalización por izquierda y derecha.
- La ultraderecha ha dado un salto político en su articulación y movilización. Son hoy la fuerza dominante del Partido Republicano, tienen una mayoría simpatizante en la Corte Suprema de Justicia y el control de importantes medios de comunicación. Son parte de una tendencia internacional que Trump desde el poder ayudó a difundir directa e indirectamente. Esto ha tenido avances, y fuertes retrocesos, como las derrotas de los gobiernos derechistas en América Latina. Sin embargo, no han tenido las condiciones para imponer el régimen político que se desprende de sus planteos en la presidencia de Donald Trump. Su intento de armar un régimen de poder personal, en desmedro del tradicional juego de colaboración institucional bipartidaria, fue rechazado por los sectores más relevantes de la propia burguesía norteamericana y su aparato estatal. Esto se expresó en un gobierno que estuvo en crisis permanentemente. La militarización y la represión fueron desbordadas por los procesos de movilización más importantes de la historia del país. Los grupos fascistoides que pretenden imponer su voluntad antiobrera, reaccionaria en términos raciales y de género tendrían que atravesar choques de fondo para lograr su cometido. Son un grave peligro para las masas trabajadoras.
- La integración de la izquierda electoral, el activismo sindical combativo y los movimientos de lucha raciales radicalizados al Partido Demócrata han sido esenciales para desmovilizar y neutralizar la rebelión. Aunque esto ha dado lugar a polémicas y diferenciaciones por
izquierda, en lo central ha impedido cualquier funcionamiento de una dirección o un frente
único que lleve hasta el final las luchas planteadas. La adaptación de la izquierda demócrata ha sido profundizada por el escenario de guerra, sumando su cobertura a la política de la OTAN. No han protagonizado ningún desborde político por izquierda frente al impopular gobierno de Biden. El Partido Demócrata es un partido central del principal Estado imperialista del mundo. No es viable ninguna integración “crítica” como acumulación a una ruptura revolucionaria en su interior. - Una crítica revolucionaria a la explotación capitalista en Estados Unidos está unida
necesariamente a la oposición al carácter imperialista y racista del sistema. Estos rasgos no
pueden ser reformados dejando en pie al sistema. Están unidos históricamente al desarrollo de su hegemonía mundial. No existe la búsqueda de mejoras para los trabajadores en EEUU sin enfrentar este carácter opresivo general de su Estado. Los aliados de los trabajadores norteamericanos, de los negros, los inmigrantes latinos, los puertorriqueños que viven bajo tutela colonial son los oprimidos del mundo que sufren al FMI, al Banco Mundial y a la OTAN. Nuestra emancipación está ligada a la suya y la de ellos a la nuestra.