Cómo sigue el “lunes negro”

Agosto empezó con luces rojas para la economía mundial. El lunes 5 fue bautizado como un “lunes negro” por los principales medios del mundo que colocaron la caída bursátil en la primera plana.

En la madrugada de occidente, mientras se desarrollaba la jornada en Asía, las bolsas operaron con caídas que no se veían desde 1987. El pánico a un efecto contagio y a las consecuencias que eso podría tener para el resto del mundo fueron extremas. Un parámetro indiscutible de estos temores es que el VIX (conocido como el índice del miedo de Wall Street) alcanzó durante la mañana del lunes un nivel al que solo había llegado en dos oportunidades en la historia: durante la crisis posterior a la quiebra de Lehman Brothers y durante el primer mes de la pandemia. 

Con el correr de la jornada el pánico cedió, las bolsas del mundo tuvieron caídas fuertes pero normales frente a un mal día y el resto de la semana se recuperó algo del terreno perdido en esa rueda por demás tensa. Una parte del mundo financiero y los apologistas del capital intentan, una vez más, esconder los problemas debajo de la alfombra y que la orquesta del Titanic continúe tocando mientras se acerca al iceberg.

Aunque finalmente la caída fue menor a lo esperado, las preocupaciones que afloran son consecuencia de un cúmulo de factores cuya combinación indican la posibilidad de nuevos cataclismos que exceden las valuaciones bursátiles. Por el contrario, habilitan a pensar en una nueva etapa de la crisis mundial atravesada por grandes turbulencias. Lo de aquel lunes fue solo una muestra de lo que se podría estar gestando.

Esto se debe a que muchas de las grandes tesis sobre las que se sostenían los mercados alcistas empezaron a tambalear y la incertidumbre a ganar terreno. La tendencia a la recesión mundial, las tensiones belicistas y la sospecha cada vez más fundada de que nos encontramos frente a una burbuja de las grandes empresas tecnológicas son algunos de los fundamentos que tienen al gran capital en vilo. No es para menos.

Esperando el impacto

Uno de los eventos que dispararon la caída fue el mal dato de empleo que se conoció el viernes 2 de agosto en Estados Unidos: en julio se crearon apenas 114.000 puestos de trabajo, cuando se esperaban unos 175.000, lo que empujó la tasa de desempleo hasta el 4,3%, creciendo por cuarto mes consecutivo.

Los mercados se valieron de esta noticia para caer en la cuenta de un fenómeno que ya era evidente: la economía mundial se encuentra en las vísperas de una recesión que difícilmente tenga las características benevolentes de un aterrizaje suave, como auguraba la mayoría de los analistas (e incluso la FED), sino que es probable que sea de carácter forzoso, anárquico, desprolijo y atravesado por grandes quebrantos. La esencia misma del capital. 

Michael Roberts, prestigioso economista marxista, llevó más a fondo el análisis de estos datos. El afirma queen los últimos 12 meses, los trabajos a tiempo completos se han reducido en 1,1 millones, mientras que los trabajos a tiempo parciales aumentaron 1,5 millones. Según sus cálculos, el número de estadounidenses pluriempleados llegó a los 8,4 millones en mayo, un aumento de 3 millones desde 2020. Necesitan dos trabajos para llegar a fin de mes. “La economía de EEUU no va tan bien como afirman los analistas económicos convencionales” concluye.

La última reunión trimestral de la Reserva Federal (FED) decidió que no bajaría la tasa de interés al menos hasta septiembre -cuando se estima que sí lo hará-.Esto se corresponde con que la batalla contra la inflación todavía no puede darse por ganada, al tiempo que ya preocupa la cantidad de bajas en el ejercito de la actividad. En su habitual conferencia de prensa posterior a cada reunión, Jerome Powell, el mandamás de la FED, dio a entender que la preocupación ya no pasaba solamente por bajar la inflación, sino que se sumaba la búsqueda en sostener el nivel de actividad.

Ocurre que el banco central más importante del mundo, tiene lo que en economía se conoce como un mandato dual, un doble objetivo: la estabilidad de precios con el máximo nivel de empleo posible. Posterior a la emisión desaforada de la pandemia, los problemas en la cadena de suministro y la guerra en Ucrania, había tomado la medida drástica de llevar la tasa de interés al máximo nivel en décadas para tratar de domar la inflación. Ahora se encuentra con que sin haberla controlado del todo, el desempleo empieza a ser un problema.

Ahora la recesión aparece como un baldazo de agua fría para quienes recién caen en la cuenta de que el “enfriamiento” puede tener un impacto muy duro especialmente en medio de la contienda electoral estadounidense, cuando el Partido Demócrata trata de enarbolar la supuesta fortaleza económica como un eje central de su campaña.

Es esta lectura la que ha derrumbado los rendimientos de los bonos norteamericanos. Como señala The Economist (5/8) “en el pasado, una caída en el rendimiento de los bonos largos podría haber impulsado las acciones. Ahora parece pesar más el lado negativo de la desaceleración y sus implicancias en las ganancias empresariales”.

La recesión induce a la baja de las tasas y, en el pasado, eso significó un impulso al valor de las acciones, producto de que el dinero barato se colocaba en la especulación financiera. Pero eso no fue lo que sucedió en esta oportunidad. Dicho de otra manera, desde el 2008 se suele reaccionar a las malas noticias con festejos. Esto es porque se calcula que la FED tendrá una política expansiva o benevolente y que eso abaratará el valor del dinero, permitiendo una nueva fiesta bursátil. Así fue post la bancarrota de Lehman y post pandemia. Pero está vez, como señala el semanario británico, las malas noticias fueron malas noticias.

Motores fundidos

El ingreso del país central del sistema capitalista en la actualidad al terreno recesivo es, indudablemente, una noticia relevante para el futuro de la economía mundial, pero dista mucho de ser la única preocupación. 

Una de las diferencias fundamentales con crisis anteriores es que países que en el pasado traccionaron la demanda global como China o la producción europea como Alemania, hoy se encuentran en franca desaceleración o directamente retroceso. 

Vale la pena indagar un poco más en estos registros, para dar cuenta de la magnitud, la extensión y la gravedad del fenómeno. Según el Banco Mundial la economía global se encuentra en su peor quinquenio de los últimos treinta años. En un informe reciente indicaron que “se espera que una de cada cuatro economías en desarrollo siga siendo más pobre de lo que era en vísperas de la pandemia en 2019. Esta proporción es el doble de alta para los países en situaciones frágiles y afectados por conflictos”. Además, concluyen que “la brecha de ingresos entre las economías en desarrollo y las economías avanzadas se ampliará en casi la mitad de las economías en desarrollo durante 2020-24″.

El caso chino es especialmente importante porque no se trata solamente de la segunda economía mundial, sino que viene siendo la más dinámica y de mayor crecimiento de las últimas décadas. No podemos soslayar el rol fundamental que jugó para recomponer la demanda global luego de la bancarrota de 2008 que, junto con el relajamiento cuantitativo en los países centrales, generaron un aumento significativo en los commodities y dieron aire a los países emergentes y exportadores de materias primas.

Sin embargo, nada dura para siempre y la economía china viene con la menor tasa de crecimiento de las últimas décadas, especialmente a partir de la caída del consumo de los hogares. Esto a pesar de que el gigante asiático se encuentra en el periodo desinflacionario más importante desde la década del 1990 (en 2023 fue deflacionario directamente) lo que explica que el crecimiento haya sido de 4.7% en términos reales cuando fue de menos del 4% en términos nominales (FT 8/8).

Es curioso, porque lo que sostiene actualmente que China siga creciendo (aunque sea a tasas mucho menores que las del periodo anterior) son las exportaciones. Esto a pesar de que se haya desatado una guerra comercial donde tanto Europa como Estados Unidos no ahorran en sanciones, multas y aranceles especiales para los productos chinos.

La burocracia gubernamental continúa dirigiendo la inversión hacia los sectores que considera estratégicos, pero los signos de interrogación son cada vez mayores en un contexto de caída del consumo interno y de restricciones crecientes a los principales mercados exportadores. Lo que sí está claro es que el contexto actual dista mucho de ser aquél que traccionó a la economía mundial en el periodo anterior. 

La situación alemana es más grave. La economía que otrora sostenía la actividad y la producción en la zona euro es hoy entendida como un lastre. Desde 2021, ha habido cinco trimestres de contracción de 12 y solo un trimestre por encima del 1 %.

Es sabido y, a esta altura ya probado, que buena parte de la productividad alemana se basaba en el acceso a la energía barata proveniente desde Rusia. Dos años y medio después de comenzada la guerra en Ucrania, la economía alemana sigue sin encontrar alternativa alguna y no solo no puede salir del pozo, sino que los últimos datos revelan que la caída se profundiza.

En Julio “El índice PMI alemán cayó de 50,6 a un mínimo de cuatro meses de 48,7, lo que indica una contracción de la actividad empresarial del país. La producción fabril alemana cayó al ritmo más rápido en nueve meses” (FT 24/7).

Diversos comentaristas han marcado que la trayectoria del crecimiento de la economía mundial no haya recuperado la tendencia que tenía previa a la crisis del 2008, ni previa a la pandemia. Cuando insistimos en la vigencia de la crisis mundial y que el capitalismo no ha superado aun el golpe que significó esa bancarrota no lo hacemos de forma caprichosa, sino a partir de un análisis científico. 

Las esperanzas de los apologistas de siempre, se concentraron en los últimos años en el salto de la productividad que se esperaba que generase la inteligencia artificial. Esto había generado una valuación extraordinaria de las empresas vinculadas al sector, hoy seriamente cuestionada.

Inteligencia artificial: más ruido que nueces

Nunca en la historia se había visto una concentración tan grande en tan pocas manos. Si bien el Standard & Poors mantiene todavía un crecimiento de dos dígitos en lo que va del año, esa suba se explica casi exclusivamente a partir de las grandes siete empresas tecnológicas que a su vez basan semejante resultado en las expectativas de lo que la IA (Inteligencia Artificial) puede generar en términos de productividad.

El problema es que el mercado parece haber empezado a desconfiar de esas expectativas al punto de que The Economist las califica de “irrealistas”. Esto ha tenido un efecto contundente sobre el conjunto del sector tecnológico, pero especialmente sobre los productores de chips, el principal insumo para la inteligencia artificial. 

En las últimas semanas el índice que sigue a estas empresas ha caído un 20%, mientras que Intel mostró resultados muy por debajo de los esperados y NVIDIA, la niña mimada de los últimos años, empieza a tambalear. 

El fondo Elliott Management señaló, recientemente, que los títulos del fabricante de chips estaban en el terreno de “burbujas”. En particular, apuntó contra la inteligencia artificial, porque desconfía que “sus aplicaciones no están listas”. Lo que opera en el fondo, aunque sea invisible a los ojos del capital, es la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, ya que la IA tiene la capacidad de incrementar la masa de ganancia (a partir de un aumento de la plusvalía relativa), pero a costa de una enorme inversión (incremento de la composición orgánica del capital) lo que termina achicando los márgenes de rentabilidad.

Por si hiciera falta mostrar que este sector se encuentra ahora cuestionado a nivel mundial y no es solo un fenómeno estadounidense alcanza con ver los lamentos del gerente de Infineon, la principal productora alemana, o la caída de la acción de casi 10% de la taiwanesa TSMC. 

Directivos del banco suizo UBS explican que “el viento de cola de la IA ha comenzado a flaquear a medida que los inversores han comenzado a perder la paciencia en los plazos de monetización de las inversiones”. (The Economist 5/8)

Como no podría ser de otra manera, las tensiones geopolíticas son parte de este entuerto, ya que Trump dijo, hace semanas, que Taiwán debería pagar la defensa que le brinda Estados Unidos contra China, echando nafta al fuego de un escenario belicoso cada vez más explícito.

Oriente no acompaña

Por si hiciera falta agregar dramatismo a un escenario por demás convulsivo, el mismo viernes que se conoció el dato de empleo en los Estados Unidos las bolsas del mundo tambalearon frente a una noticia que no ocurría desde hacía años. Se trata de la decisión del Banco de Japón de subir su tasa de interés yendo a contramano de lo realizado por el Banco Central Europeo y lo que se descuenta que hará la FED.

Aunque el alza fue de tan solo un cuarto de punto, ha sido un golpe violento a los mercados en todo el mundo. La razón de semejante cimbronazo es que Japón era uno de los centros neurálgicos del carry trade, el mecanismo a través del cual se toma dinero barato en una plaza para luego invertirla a una tasa mayor en otra plaza. Sin caer en tecnicismos innecesarios, esta maniobra será rentable siempre y cuando la tasa de devaluación del país receptor no sea mayor al diferencial de tasas que justifique ese negocio. 

Yendo a un ejemplo criollo: cuando durante la gestión de Macri el actual ministro de economía les proponía a sus amigos de los fondos de inversión tener deuda en pesos, era a condición de que Argentina no devaluara más que la tasa que ofrecía. Cuando comenzó la corrida en 2018 esa condición dejó de cumplirse y, luego de gastarse el préstamo del FMI en la fuga de capitales, algunos fondos quedaron “atrapados” en pesos hasta que el “patriota” de Martin Guzmán y el gobierno peronista les ofrecieron una salida especial garantizando ganancias que no hubieran obtenido de otra manera. 

Mientras que el caso argentino no implicó impacto alguno a nivel global, lo ocurrido en tierra nipona tiene una envergadura totalmente diferente. Se estima que con esta suba de tasas empieza el desmantelamiento de uno de los principales negocios bursátiles de los últimos años, obligando a quienes lo operaban a cerrar apuestas de cientos de miles de millones.

Para dimensionar la magnitud del quebranto, la sucesión de la caída del índice Nikkei, entre el viernes 2 y el lunes 5, ha sido la más grande en dos días consecutivos en toda la historia de Japón. Si bien en las siguientes ruedas achicó la pérdida, al momento de escribir esta nota se encuentra 13% debajo de un mes atrás.

La apreciación del Yen en 13% en apenas unos días hizo volar por los aires ese negocio financiero, perjudicando especialmente a quienes se endeudaban en esa moneda para comprar activos en euros y dólares, ya que por un lado se ven obligados a pagar más intereses por el dinero prestado, sino que además la suba de la divisa los empuja a una pérdida bursátil.

Además, dejó al descubierto hasta qué punto diversos activos sostenían sus valuaciones por enormes flujos de origen japonés, “desde monedas de mercados emergentes como el peso mexicano hasta acciones taiwanesas, bienes raíces y acciones tecnológicas estadounidenses” (FT 7/8).

Si bien no existe una cuantificación precisa, sí hay estimaciones de los principales bancos del mundo. Algunas de las más rigurosas, estiman que desde 2011 asciende a unos 500.000 millones de dólares, y que aproximadamente la mitad de ese volumen se ha producido durante los últimos dos o tres años. En las últimas semanas se habrían cancelado alrededor de 200.000 millones de dólares de esas posiciones.

Según el Financial Times, Osamu Takashima, analista de divisas de Citi, predijo que “el ajuste actual es sólo el principio del fin”, estimando que el yen podría llegar a cotizar a 129 yenes frente al dólar en 2026, antes de llegar a 116 yenes al año siguiente. Actualmente, está rozando los 147 yenes.

Esta revaluación tiene un impacto directo en medio de la guerra comercial, ya que como expuso Sergio Rivero en Prensa Obrera: “La devaluación del yen desde 2020 hasta hace pocos días alcanzó a superar el 50%. Esto facilitó las exportaciones industriales de Japón, especialmente a Estados Unidos. Abarató sus exportaciones y generó jugosos beneficios a las empresas japonesas, que podían enfrentar a los exportadores chinos, sobre quienes pesan sanciones y aranceles aplicados por países europeos y Estados Unidos. Hace pocas semanas, Biden elevó al 100 por ciento los aranceles a los autos procedentes de China y sanciones y prohibiciones de exportación de la industria a la tecnología, telefonía e internet, lo que favoreció a las empresas automotrices japonesas”. 

La ley del valor y la gravedad

Más allá de las citas y los datos, es conceptualmente claro que estamos frente a un cambio profundo en el devenir de la crisis capitalista mundial. Desde su imponente manifestación en 2008 la crisis ha pasado por diversas etapas y es probable que estemos frente a un nuevo punto de inflexión. Por un lado, nos enfrentamos al ingreso de la economía mundial a la recesión, llevando a que la FED y el BCE avancen en la baja de tasas. Algunas versiones plantean que asustados por el cataclismo provocador del “lunes negro” con la suba de la tasa de interés, “El Banco Central de Japón prometió que no subirá la tasa de interés –nuevamente- para evitar la volatilidad financiera”.

Por el otro, vivimos la implosión de unos de los mecanismos más explicativos de la valoración bursátil de los últimos años, burbuja de por medio. No es solo el carry trade japonés, sino la incapacidad del capital de reabsorber la inmensa cantidad de dinero impreso desde la pandemia (se calcula que uno de cada tres dólares en circulación fue emitido desde 2020).

Si a eso le sumamos la guerra comercial y física, los enormes déficits de las principales potencias y la existencia de una cantidad inédita de capital sobrante, tenemos un combo explosivo, con la mecha encendida.  Este escenario tira por la borda cualquier variante de resolución pacífica e indolora.

En materia bursátil, el probable ingreso a un mundo recesivo marca una tendencia al fly to quality, es decir a la búsqueda de activos más seguros. Si esto ocurriera, sería un cachetazo a las pretensiones mileistas de recibir inversiones en nuestro país. Por otro lado, la baja de la tasa de interés para contrarrestar esa recesión podría otorgar liquidez al mundo luego de un periodo de tasas altas en Estados Unidos.

Fue lo que ocurrió posterior a la crisis del 2008 que junto con la suba de los commodities le dieron aire a los gobiernos latinoamericanos. Sin embargo, como vimos, el escenario es, hoy, completamente distinto y el quebranto nacional es tal que un eventual aumento del precio de la soja haría poco menos que un verano cambiario. El precio de la soja hasta ahora fue esquivo para el gobierno, lo cual le agrega tensión tanto a la recaudación, como a la acumulación de reservas.

El gobierno libertario que confió el timón económico en manos de un especulador financiero es consciente de que semejante tormenta financiera puede tirar abajo todos sus planes. El propio Caputo reconoció que de no haber cepo el peso hubiese sufrido una fuerte corrida como lo hicieron el real, el peso mexicano o la moneda colombiana. La devaluación de Brasil, al mismo tiempo, le agrega una fuerte presión a Caputo por devaluar y vuelve más inverosímil aún el sostenimiento del crawling peg al 2%.

Volviendo al terreno internacional, llama la atención en este contexto no haber visto todavía un refugio en el oro, aunque su precio subió considerablemente durante los últimos 6 meses. El otro dato a tener en cuenta es que las criptomonedas, lejos de la teoría que buscaba colocar al bitcoin como el oro moderno, tuvieron fuertes caídas mostrando que actúan más como un activo financiero que como una reserva de valor.

Diversos analistas han señalado los datos negativos de empleo fueron una excusa para la caída bursátil antes que un catalizador, planteando que el mercado nuevamente había tomado las características de una burbuja financiera y que cualquier noticia que no continuara con la euforia podía ser la pinchadura necesaria para que se cayera el castillo de naipes.

Finalmente la generación de capital ficticio es una de las características principales del capitalismo en su etapa imperialista y, una y otra vez, cae en la generación de estas burbujas hasta que la inexorable ley del valor actúa como un baño de realidad.

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