La cuestión de la huelga general

Cuando no menos de 400 mil trabajadores han sido despedidos en los siete meses de gobierno Milei y la depresión económica sólo es comparable con el infarto productivo de la pandemia, la cuestión de una reacción popular de conjunto se pone a la orden del día. No sólo en el debate de los explotados sino de los propios explotadores. Prueba de ello es que una misión norteamericana encabezada por el demócrata Ben Cardin y el embajador Marc Stanley convocó a “la Embajada” a la CGT para proponer un “diálogo social tripartito” entre el gobierno, los empresarios y los sindicatos. El imperialismo teme que una rebelión social desestabilice Argentina y con ella América Latina. Están frescas las rebeliones populares en la región en Chile, Colombia, Bolivia o Ecuador. Tengamos en cuenta que el presuntuoso “pacto de Mayo”, firmado el 9 de julio en la Casa Histórica de Tucumán, fue una mera puesta en escena de compromiso de caja y ajuste con la mayoría de los gobernadores, pero sin alcance alguno como articulación social de contención.

Más allá del rápido fracaso de la iniciativa de diálogo social como tal, ha servido sin embargo al gobierno para escenificar una serie de reuniones con la CGT y los empresarios, mientras agrava su ofensiva contra las masas, carente de salida alguna a los problemas  económicos y mucho menos a llevar algún alivio a los trabajadores. A la burocracia sindical le ha servido a su vez para postergar un posible paro nacional aunque sus reclamos ultradefensivos más inmediatos no han sido tenidos en cuenta: levantar la apelación a la Corte Suprema por la suspensión del capítulo de reforma laboral del mega DNU/70 que arrasa con los convenios colectivos y hasta cuestiona el financiamiento de los sindicatos y elevar el piso del Impuesto a las Ganancias sobre los salarios.

Al contrario, el empresariado al ser convocado por separado que la representación sindical, insistió en llevar hasta el final las llamadas reformas estructurales de la agenda fondomonetarista que son la reforma laboral y previsional de tal suerte de “liberar el mercado laboral” de los límites impuestos en más de un siglo de luchas y virtualmente acabar del todo con el sistema previsional que lleva un porcentaje significativo del presupuesto después de décadas de desfinanciamiento del sistema y promoción del trabajo informal. No están conformes con la reforma laboral de la ley Bases aunque impulsan su rápida implementación. No porque vaya a resolver problema alguno de inversión o reactivación económica, sino porque podrían imponer avances históricos en la explotación de los trabajadores que le permitan competir con costos laborales basura en el mercado mundial y ensanchar su tasa de beneficio.

Si a este cuadro sumamos el ataque vertebral a las llamadas organizaciones sociales que mediante movilizaciones y cortes de ruta arrancaron 1,2 millones de planes sociales en la última década y el congelamiento de los importes de esos planes cuando la inflación del período ya supera los tres dígitos, que el poder adquisitivo de salarios y jubilaciones se ha hundido, se advierte claramente en qué arenas se mueve un gobierno afectado cada día más por una crisis devaluatoria que realimentaría la inflación, resultado del vaciamiento de las reservas, de una nueva crisis de deuda más tarde o temprano y un nulo financiamiento internacional debido al llamado “riesgo país”. Ese índice mide el riesgo de la inversión financiera, el temor a la reacción social mide el riesgo político de la gobernabilidad de la burguesía y sus partidos. Uno va de la mano del otro en tanto maduren las condiciones de una reacción popular de conjunto.

Otra manifestación de cómo la burguesía busca asegurar una gobernabilidad ante un desborde de la lucha de clases, es la reunión de todos los sectores del fragmentado peronismo pactada entre Guillermo Moreno y Máximo Kirchner, para que los economistas que responden desde Pichetto hasta Grabois articulen algún tipo de programa… “para presentar al FMI”. Semejante confluencia sólo se puede interpretar como señal para asegurar la gobernabilidad actual y la futura en caso de que una Asamblea Legislativa deba nombrar presidente si el gobierno se hunde, como ha planteado Moreno.

Por ese motivo la cuestión de una reacción de las masas está en el debate de la situación abierta con el gobierno de Milei y su ofensiva sin precedentes, sólo comparable a la de Menem en los ’90 que terminó en la rebelión popular de diciembre de 2001 contra el gobierno de De la Rúa y Cavallo en el estallido de la “convertibilidad”. O ante la dictadura que también terminó en grandes convulsiones económicas y sociales en la década del ’80. Y una reacción de conjunto plantea la cuestión de una huelga general capaz de derrotar al gobierno. La preparación de la huelga general ha sido puesta como la meta del XXIX Congreso del Partido Obrero, en la comprensión de que se trata de Milei o los trabajadores, sin  medias tintas. O sea que para abrirse paso la ofensiva antiobrera en curso, por su magnitud, deberá pasar por pruebas fuertes de la lucha de clases en las cuales nos tenemos que empeñar los socialistas que luchamos por un gobierno de los trabajadores.

Una historia de huelgas generales, dos experiencias fundamentales y sus enseñanzas

La huelga general es una acción política de masas que enfrenta al capital y a su Estado. La historia de diversos tipos de huelgas generales en la Argentina es constitutiva de la tradición de la clase obrera argentina. Las huelgas de 1902 por la jornada laboral, los 1º de mayo de 1904 y 1905, agosto de 1907 o la Semana Roja de 1909.

En las primeras décadas, resalta la huelga que pasó a la historia como la Semana Trágica en 1919, que arrancó con la huelga en los Talleres Vasena y se transformó en un choque político masivo contra el gobierno de Yrigoyen. “Hubo 700 muertos, 4000 heridos y 45000 prontuariados (presos)”, según el diario socialista La Vanguardia (Edgardo Bilsky, La Semana Trágica). El choque, empezado en la huelga metalúrgica, se transformó en una batalla obrera generalizada en Buenos Aires, poniendo de relieve la naturaleza reaccionaria del gobierno del líder radical, que pasaría a la historia también por la masacre de la Patagonia Rebelde. La “Argentina Potencia” de comienzos del siglo XX, según Milei, no sólo era la agroexportadora, granero del mundo, que colocaba al país en ese lugar semicolonial en el mercado mundial, sino que se asentaba sobre la superexplotación y las más feroces represiones, fusilamientos, torturas y deportaciones (Ley de Residencia) contra el proletariado, que no obstante constituía sus primeros sindicatos y arrancaba con sangre sus reivindicaciones.

 La sangrienta derrota no impidió que en 1924 el proletariado volviera a la huelga general contra el descuento obrero en la ley de jubilación impulsada por el gobierno de Alvear (11289), no en contra del sistema jubilatorio, sino planteando que fuera integralmente pagado por la patronal, lo cual es el más legítimo de los reclamos porque la jubilación debe ser un salario diferido para el retiro de las y los trabajadores, llegada la edad. La vigencia de los métodos y las reivindicaciones de esta huelga tienen enorme vigencia (Rafael Santos: https://revistaedm.com/edm-24-08-04/a-100-anos-de-que-la-huelga-general-reclamara-un-sistema-jubilatorio-basado-exclusivamente-en-el-aporte-patronal ), cuando se pretende que el trabajador sea explotado hasta los 70 o aún 75 años según proyectos en curso del FMI y de las distintas fracciones de la derecha y las corrientes patronales, que el trabajador asuma integralmente el aporte e incluso se planifica una vuelta del sistema privado que resultó en la estafa de las AFJPs menemistas.

1936

Pero nos interesa resaltar, por sobre todo en este apartado, el proceso que 12 años después desafiaría a la dictadura justista de la Década Infame mediante la gran huelga general de 1936. Hubo todo un período preparatorio de pruebas de fuerza de la clase obrera contra el régimen fusilador de Uriburu en la primera parte de la década. En cuanto se levanta el estado de sitio, habrá 1,3 millones de días de huelga/hombre en 1932 y 2,6 millones en 1935, con un pico en 1936 (Min. De Trabajo, estadística 1939). En 1932 hubo dos grandes huelgas generales, la de los petroleros y la de los frigoríficos. En diciembre de ese año, la FORA declara una huelga intergremios contra la acción de bandas armadas que atacaban las luchas de los trabajadores, apoyada por el Comité de Unidad Sindical Clasista (PC) que abarcó en forma parcial a colectiveros, taxistas, portuarios y pocos sectores industriales, pero iniciando un período de retome de luchas obreras.

En 1935 se dividirá la CGT dirigida por los “sindicalistas” desde 1930, que convivió pasivamente con los gobiernos de Uriburu y Justo, es decir con las conocidas formas del colaboracionismo que vivimos en nuestros días. Un frente de comunistas y socialistas con predominio de estos últimos ganará parte de la central y se constituirán la CGT Independencia y la CGT Catamarca (por las sedes) que luego tomaría el nombre de Unión Sindical Argentina (USA). Todo un proceso al que no es ajeno que la industria manufacturera llegaba para ese entonces al 27,5% de la producción total (CEPAL), con una concentración mayor en el gran Buenos Aires, desde luego. Un proceso de polarización social y política empezaba a producirse con una radicalización en el movimiento obrero. “1935 constituye un hito, a partir de ese momento comenzó a desarrollarse un intento de formar una alianza social y política para enfrentar en el terreno electoral a la Concordancia –la alianza conservadora gobernante-“ (Iñigo Carreras, La Estrategia de la clase obrera – 1936). Esto empezó a madurar en el acto del 1º de mayo de 1936.

En octubre de 1935 estalla la huelga general de la construcción que derivará en la formidable huelga general de enero de 1936. Las motivaciones económicas, como en todos las grandes gestas de la clase obrera estuvieron en el centro: en el comienzo de la década del ’30 amplios sectores de trabajadores “llegaron a trabajar por un plato de comida” (Idem, IC). Desde esas motivaciones se motorizaron un conjunto de elementos que confluyeron. En julio de ese año se formó la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción (FOSC) que agrupó a decenas de sindicatos de oficio de la misma rama. Se sentaba un principio que defendemos hoy mismo, la conformación de grandes organizaciones de rama, contra la dispersión por oficios o aún por pertenencia política como lo pregona cierta forma de la “libertad sindical”: el sindicato lo entendemos como un frente único de clase donde el clasismo y los socialistas debemos disputar la dirección.

Se editó un órgano de prensa de la FOSC: “El Andamio”. El 8 de setiembre una asamblea general reunida en el local central del PS vota un pliego de condiciones y el 20 de octubre otra asamblea general vota la huelga general si la patronal no acepta las reivindicaciones. El pliego de 17 puntos abarca todas las reivindicaciones salariales, duración de la jornada, condiciones de trabajo, el reconocimiento del sindicato y la elección de delegados por obra. Se votó un Comité de Huelga. Las patronales colgaron un cartel en las obras con el salario que estaban dispuestas a pagar. El 23 de octubre, organizados por los comités de huelga de cada obra, los obreros se dirigieron a una asamblea en el Luna Park (Idem, IC). Según Rubens Iscaro, la huelga empezó con 15000 obreros y en pocos días eran 20000 (Historia del Movimiento Sindical). El 15 de noviembre una segunda asamblea desbordaba el Luna Park. Una de las grandes huelgas de la historia argentina estaba en marcha. Y, como veremos, la simpatía del resto de los trabajadores fue creciendo día a día en los conventillos, los barrios obreros y los lugares de trabajo de todo orden.

Las patronales, como hacen ahora contra el movimiento piquetero, denunciaban a los sindicatos de “amenazar a los obreros” para hacerlos parar. Los piquetes fueron el corazón de la huelga: “Ninguna huelga se mantiene ni triunfa sin la existencia de los piquetes” (Spartacus, Javier Benyo). Efectivamente esta huelga fue una escuela metodológica en la que debemos abrevar todos los organizadores del movimiento obrero. No fue casual que a pocos días de lanzada la huelga, 60 piqueteros estaban presos en la cárcel de Devoto. Pero el movimiento no se amedrentó, se hizo más aguerrido y otros jóvenes rápidamente suplantaron a los compañeros presos. “Todas las obras han sido recorridas por ellos, convenciendo a los remisos y enfrentando a los crumiros (carneros)” (Idem, Spartacus). Todas las mañanas salían los piquetes y al regreso se examinaba cada día el estado y el pulso de la huelga. Se comprende, digamos hoy, en la Argentina de Milei, porqué han votado una ley que prohíbe los bloqueos fabriles. El piquete sella la unidad de la clase ante el poder patronal, es una herramienta contra el amedrentamiento de patronal y de su Estado contra el obrero tomado como individuo, para quebrarlo y separarlo del colectivo de clase.

Un aspecto clave de la huelga fue la solidaridad: la CGT declaró su apoyo y lanzó un fondo de huelga al que aportaron todos los sindicatos. Pero los comités y piquetes de huelga barriales recababan solidaridad de vecinos y comerciantes de manera masiva, el Sindicato Municipal ofreció su camping para que los hijos de los huelguistas tomaran vacaciones, se organizaron comedores para los huelguistas en cada barrio, se realizaron festivales solidarios como el del 4 de enero en la Unión Ferroviaria, se pegaron afiches explicativos de los motivos de la huelga, todo lo cual fue parte de la levadura que llevaría a la huelga general de los días 7 y 8 de enero de 1936: una “huelga política de masas” como llamó Rosa Luxemburgo (“Huelga de Masas, Partido y Sindicato”, Obras Escogidas) a este tipo de acción general de la clase obrera, luego de la revolución rusa de 1905. La huelga de la construcción se extendió incluso a Montevideo, donde una asamblea el 4 de enero declararía la huelga a partir del día 13 con sus propias reivindicaciones del sector.

El Comité de Defensa y Solidaridad con los Obreros de la Construcción (formado en diciembre) declarará la huelga general de los días 7 y 8 de enero que abarcó a 68 gremios y sectores no agremiados que se sumaron a las manifestaciones de masas y choques con la policía. “La huelga general indica que la lucha ha pasado a ser netamente política” (Iñigo Carreras, pág. 142, La Estrategia de la Clase Obrera -1936-). El enfrentamiento obrero pondría en jaque a todo el gobierno de Justo.

La idea de la huelga general conoció la luz en un acto que reunió a 100000 obreros en Plaza Once el día 21 de diciembre. Allí quedó convocada una reunión el 4 de enero que resolvería la huelga general. La intransigencia patronal ayudó intimando a los obreros de la construcción a volver al trabajo el día 7. La convocatoria fue inicialmente a un paro el 7, que ante los choques masivos con la represión, se extendería al día 8. La huelga abarcó a la Capital, el gran Buenos Aires y La Plata, en el interior continuó la huelga sólo de la construcción que tenía carácter nacional. “Las organizaciones políticas que adhirieron a la huelga fueron el PC y la Alianza Obrera Spartacus, con los planteos de libertad de prensa, de reunión y organización, la libertad de los presos sociales y el enfrentamiento al fascismo” (ídem, Iñigo Carreras).

El día 6 de enero se distribuyeron miles de volantes y se establecieron los lugares en los que se harían actos callejeros el día 7, en decenas de puntos de la Capital, con oradores establecidos en cada lugar, anunciados en todos los diarios. El gobierno a su vez convocó a todas las fuerzas de seguridad y organizaciones estatales como “La Sección de Orden Social y la Sección Especial para la represión del Comunismo”. Pero la irrupción masiva de la juventud junto a los huelguistas enfrentarían a las tropas en toda la capital y muchos puntos del gran Buenos Aires, constituyendo barricadas y quemando los pocos vehículos de transporte que circulaban, de tal suerte que a las 10 de la mañana la policía empezó a retirarse de la mayoría de los barrios, desbordada por los manifestantes. La FUA que apoyó otras huelgas de la época no hizo declaración alguna, pero las bases del movimiento estudiantil estuvieron junto a la juventudes obreras en las calles según los historiadores que rescatan esta formidable huelga general (algunos la minimizan y otros hasta la ignoran).

El Comité de Solidaridad había pasado a la clandestinidad al ser detenidos varios de sus dirigentes, pero siguió actuando plenamente desde esa condición. Las masas se adueñaron de gran parte de la ciudad. Con el correr de las horas la reacción del Estado se hizo sentir y se contaron por centenares y miles los presos (3000 según el Diario Crítica). El despliegue represivo incluyó a tropas del Ejército al menos para la custodia y logística de las fuerzas policiales. El Estado en su carácter de “órgano especial de represión” (Engels, El Origen de la Familia, el Estado y la Propiedad Privada), actuaba con todas sus capacidades.

Este cuadro, extendió la huelga al día 8 de manera completa, reclamando la libertad de los presos. Los comercios seguían cerrados, los FFCC no funcionaban. La huelga de la construcción se extendería varios días más. El gobierno fue obligado a convocar a las partes. La patronal se fracturó. El Comité de Solidaridad daba por concluida la huelga general en las últimas horas del 8, pero el Comité de la Huelga de la Construcción reafirmaba su absoluta continuidad. Todos en sus declaraciones marcaron el inmenso apoyo popular y el desborde más allá de todo lo que se había previsto. Las masas habían producido una de las grandes huelgas generales de nuestra historia.

Una asamblea en el Luna Park, daría por terminada la huelga el 23 de enero. Fueron otorgados los aumentos reclamados, reconocido el sindicato que pronto llegaría a los 30000 afiliados y se elegirían comisiones internas por obra reconocidas por las patronales. Culminaba así una de las grandes gestas obreras. Esta huelga se enlazaba con la gran huelga general francesa de 1936, con la lucha revolucionaria en España. Imposible disociar esta gran huelga del surgimiento del nacionalismo peronista años después, algo que quedaría grabado en letras de molde en el famoso discurso de Perón ante la Bolsa en 1943 donde advierte a la clase capitalista de las amenazas revolucionarias del proletariado si no se aceptaban sus concesiones al movimiento obrero para edificar un régimen de colaboración de clases que protegiera la continuidad de los negocios capitalistas en nuevas condiciones. Pavimentado, también, por las traiciones del PC a las luchas de ese período (levantamiento de la huelga de la carne, etc.) y su integración a la Unión Democrática, el frente derechista/oligárquico, a mediados de la década de 1940.  

Del Cordobazo a la huelga general de 1975

La tensión entre las organizaciones obreras edificadas sobre los cimientos de comités obreros fabriles y de lugares de trabajo y los sindicatos como organizaciones institucionales o mejor aún institucionalizadas, como engranajes de las instituciones de la democracia formal republicana, ha recorrido la historia del movimiento obrero y se prolonga al presente.

El Cordobazo, en 1969, abrió un proceso de tipo revolucionario que tuvo fuerte expresión en este sentido. Cuando el potro de la rebelión obrera y popular que hirió de muerte a la dictadura de Onganía fue canalizado hacia la vuelta de Perón y las elecciones de 1973, rápidamente se inició un proceso que llevaría aquella tensión a su máxima expresión en la huelga general de 1975, después del “rodrigazo” y cuando el “pacto social” de Perón se había hecho añicos.

Los grandes protagonistas de esa tensión fueron muchos. Empecemos por las conducciones clasistas de sindicatos donde tenemos que anotar la experiencia de Sitrac-Sitram (los sindicatos de empresa de Fiat Concord y Fiat Materfer), que fueron ganados por direcciones de esa orientación mediante el más radical de los procesos: con la ocupación de fábrica que expulsó a las direcciones amarillas y patronales. Un verdadero búmeran que transformó los sindicatos constituidos a la “medida” de las patronales, (escindidos de sus ramas metalmecánicas), en trincheras revolucionarias que durarían pocos años, pero dejarían la estela de un programa definido por la expropiación del gran capital y el gobierno obrero y popular -la consigna del Cordobazo-, la convocatoria a un encuentro obrero en 1971 -aunque no salió de allí una corriente nacional- y un método de democracia sindical y formación de una vanguardia revolucionaria. En el debe, el error de aislarse de la CGT cordobesa donde su intervención en el movimiento obrero de los Atilio López y los Tosco habría sido fundamental. Un dirigente de las filas del Sitrac, Gregorio Flores, será el candidato a presidente del PO en 1983 en la primera elección después de la dictadura.

El clasismo ocupa un lugar destacado en Córdoba con las conquistas del Sindicato del Calzado, del sindicato de Perkins y, en 1973, después de una gran huelga derrotada en 1972, gana la conducción del Smata, una lista de izquierda encabezada por René Salamanca del Partido Comunista Revolucionario. En los años finales de su vida, Agustín Tosco, dirigente emblemático de Luz y Fuerza de Córdoba, radicaliza sus antiguas posiciones siempre cercanas al PC, acercándose al guerrillerismo no peronista y participa del FAS, dominado por las corrientes afines al ERP, que de cualquier manera nunca plantearon la cuestión de la construcción de un partido político de la clase obrera para superar al peronismo. En otros gremios se reprodujeron los cuerpos de delegados antiburocráticos al punto de tener un control desde los lugares de trabajo, como bancarios o el vidrio en una Córdoba que hasta la dictadura nunca perdió la impronta del Cordobazo.

En la industria azucarera del noroeste se destacaba la dirección combativa de la Fotia, ligada al peronismo más radicalizado. Villa Constitución, con una conducción clasista en la UOM de Acindar y las demás fábricas de esa localidad obrera por excelencia, sería otro puntal del movimiento obrero combativo de la época. Su descabezamiento fue transformado en una cuestión de Estado para el gobierno peronista después del importante encuentro combativo convocado por Piccinini y el sindicato metalúrgico de Villa Constitución, con la participación de Tosco y Salamanca, en 1974. Allí nuestro compañero Jorge Fisher (Comisión Interna de la fábrica Miluz y dirigente del PO), expresó nuestro planteo de un Polo Clasista Nacional en representación de todas las agrupaciones sindicales y delegados combativos que estuvimos presentes. Lo que hoy es la Coordinadora Sindical Clasista. La enorme huelga general de Villa Constitución contra el ataque a la UOM Villa, aunque derrotada después de una terrible represión (diez asesinatos y centenares  de presos que en muchos casos siguieron encarcelados hasta la dictadura), se transformó en bandera de todos los movimientos combativos y del clasismo y, en particular, en el cordón industrial de la zona norte, la conexión industrial más cercana si miramos Tigre, Campana, Zárate y San Nicolás, todos enclaves industriales aún hasta el día de hoy.

En el cordón industrial del gran Buenos Aires y en especial en la zona norte se desarrolló el proceso más extendido de cuerpos de delegados antiburocráticos, seccionales combativas, de ocupaciones de fábricas, de huelgas y movilizaciones de juventudes obreras de masas. Esos contingentes obreros que marchaban por la Panamericana fueron los que protagonizaron la gran huelga general de junio/julio de 1975. Allí estuvieron parte de los “imberbes” que Perón echó de la Plaza de Mayo, un año antes, para respaldar a la derecha peronista, a la burocracia sindical de los Rucci, los Lorenzo Miguel y los Casildo Herrera, de los Coria de la Construcción, de quienes marcaban a los activistas a las bandas armadas parapoliciales de las Tres A, como ocurrió con nuestros compañeros delegados de Miluz, gremio de la pintura, asesinados por las Tres A, a fines de 1974.

La vastedad del proceso de seccionales combativas y especialmente de cuerpos de delegados antiburocráticos de la zona norte escapa a la extensión de este trabajo. Pero a modo de ilustración tomemos el caso de la ocupación de la fábrica Matarazzo, tomada por los trabajadores que para la tarea eligieron un comité de lucha el 9 de mayo de 1974, ante el despido de 26 activistas que incluían el cuerpo de delegados antiburocrático elegido en 1973. La toma fue con los directivos de la empresa como rehenes, como muchas tomas de la época, para repeler la eventual represión y el accionar de las bandas de la burocracia y la Triple A. La solidaridad de las fábricas de la zona fue inmediata: acudieron representantes de Tensa, Panam, Corni, Astilleros Astarsa, Imperial Cord, Fate, Eaton, Fadete, Paty, Estándar Electric y Del Carlo (ídem, Bilsky). Los despedidos serían reincorporados, se aumentaron los salarios y se empezó a discutir la aplicación del convenio. La patronal no tardó en contragolpear con un lockout, se detendría a 11 compañeros entre ellos los dirigentes de la Comisión Interna. Los trabajadores se declararían en huelga más de un mes hasta la total libertad de los compañeros. Así se dirimían los conflictos, pero también así con esta coordinación zonal fue creciendo la maduración que llevaría a la histórica Coordinadora de la Zona Norte, que fue vital en la huelga general de 1975. En otros episodios muy anteriores a Junio de 1975 se fueron sumando Wobron, EMA, Texas Instrument, cuerpos de delegados de UTA, la seccional de Perfumistas en zona norte y sindicatos de base docentes de lo que sería Ctera.

La aguda crisis económica había llevado a la suplantación del ministro Gelbard (uno de los dueños de Fate), autor del famoso “pacto social” que había muerto en vida en medio del desabastecimiento y la carestía. Gómez Morales, un economista peronista, trataría de salvar el barco mediante un ajuste “gradual” para morir en el intento hasta la asunción de Celestino Rodrigo, el célebre autor de la megadevaluación que conduciría a la huelga general y a su propia caída. La clave serían las paritarias con tope. Pero una movilización en la Plaza de Mayo convocada por la CGT -para “agradecer a la Presidenta Isabel Martínez de Perón”- pondría en la calle la crisis de la burocracia sindical con las bases obreras que se movilizaron con columnas combativas, especialmente desde la zona norte. Isabel Perón extendería el tope de las paritarias al 50% (inicialmente fue del 45%), contra una devaluación de más del 100%. Algunos gremios colaboracionistas firmaron, otros relojearon la situación. El 28 de junio, una reunión histórica de la Coordinadora de Zona Norte, iniciaría un proceso de huelga que se extendería como un reguero de pólvora por toda la zona aunque el único sindicato recuperado que participó fue el de Ceramistas de Villa Adelina. Pero los cuerpos de delegados fueron imponiendo una huelga que entraría en la historia de las grandes huelgas generales. La burocracia de la CGT decretaría, al final de todo, y ante los hechos consumados,  un paro de 48horas, los días 7 y 8 de julio. Caería Celestino Rodrigo, se vio obligado a renunciar el derechista ministro López Rega, armador de la Triple A, y se otorgarían aumentos del 100% y más en la abrumadora mayoría de los convenios.

La burocracia sindical decretó, finalmente, el paro para poder levantar la huelga general y circunscribir los objetivos de la misma, que tomaban un rumbo de cuestionamiento al poder político. El gobierno quedó herido de muerte. Balbín, líder del radicalismo, el hombre del abrazo de “unidad nacional” con Perón, llamaría a este proceso “la guerrilla fabril”. La burguesía cerraría filas hacía los Videla golpistas. Sólo la llegada de la dictadura militar genocida podría ahogar en sangre el creciente proceso de recuperación clasista del movimiento obrero, mediante los 30000 desaparecidos, la mayoría de ellos trabajadores.El Cordobazo había derrotado a la dictadura de Onganía, una huelga general liquidó al gobierno antiobrero de Isabel, López Rega y las Tres A. La clase obrera jugó con todo, pero la subordinación de la izquierda peronista a Perón, la privaría de una estrategia propia, de poder de los propios trabajadores.

Ubaldini y los 13 paros para evitar la huelga general

La dictadura iría a la aventura de la Guerra de Malvinas como maniobra última para salvar su debacle. Importa señalar acá que el 30 de marzo de 1982, dos días antes de la invasión a las Islas en manos británicas, un paro general con movilización de un sector de la CGT desafiaría a un gobierno militar repudiado, carcomido por el agotamiento de su propia política proimperialista y por el ataque a los trabajadores de Martínez de Hoz, el ministro de Acindar y la oligarquía de la dictadura cívico-eclesiástico-militar, como gustaba definirla la inolvidable Nora Cortiñas.

El ascenso de Alfonsín no resolvió ninguno de los problemas de los trabajadores, se fue hundiendo en la crisis por su reconocimiento y aceptación de la deuda y la subordinación al FMI y sus ajustes. El peronismo había perdido con Lúder de candidato, justamente el reemplazo de Isabel Perón durante su licencia posterior a la huelga general de 1975. Se habló mucho del “cajón de Herminio Iglesias”, un ícono de la mafia de los punteros del conurbano bonaerense, pero la victoria de Alfonsín estuvo asociada con el derrotero del gobierno peronista que trató él mismo de derrotar sangrientamente el proceso revolucionario abierto por el Cordobazo, fracasando en el intento.

La burocracia sindical de Lorenzo Miguel no estaba en condiciones de asumir ella misma la dirección de la CGT. Lo hizo a través de uno de sus “coroneles brillantes”, como llamó el propio Miguel a Saúl Ubaldini, un ignoto dirigente del pequeño gremio cervecero. Su CGT, proveniente del sector de “los 25”, ligado a lo que se iría estructurando como “la renovación peronista” (Menem, De la Sota y Cafiero) protagonizaría los famosos 13 paros contra Alfonsín. Muchos de ellos con movilizaciones multitudinarias de centenares de miles de trabajadores que llenábamos la Avenida 9 de Julio.

Fueron años de una explosión de luchas obreras y recuperación de organizaciones sindicales, donde la desprestigiada burocracia sindical peronista -algunas de cuyas alas se replegaron por completo ante la dictadura, mientras otras participaron de las “comisiones asesoras” de las intervenciones militares en los sindicatos- tuvo que hacer esfuerzos denodados para mantener su dominio en el movimiento obrero.

Una docena de seccionales de la Uocra, entre ellas la poderosa seccional Neuquén, serían ganadas por la Naranja antiburocrática. La seccional Sanidad de CABA, sería conquistada por una conducción de izquierda. En el gremio gráfico la Naranja clasista basada en los grandes cuerpos de delegados de diarios y editoriales nos aliamos a un Ongaro retornando del exilio y reconquistamos el Sindicato Gráfico con el 60% de los votos. Los cuerpos de delegados de la Ford y otras fábricas mecánicas sería conquistados por sectores antiburocráticos, lo mismo que la fábrica Corni, Terrabussi y otras de la zona norte, al igual que numerosas representaciones fabriles en Córdoba y el interior del país: “La Ford era cabeza de un movimiento antiburocrático de magnitud en la zona norte junto a Atlántida y otras fábricas, que habíamos garantizado uno de los 1º de Mayo obreros más extraordinarios en la puerta de Ford, contra la política de Alfonsín” (Prensa Obrera, Alfonsín y la clase obrera). Tres mil obreros de Ford y Atlántida, con representantes de docentes y de otros gremios, fuimos los organizadores de ese acto en la puerta dos de esta gran empresa automotriz.

El proceso de luchas es muy vasto en la etapa. Sólo en el gremio gráfico una serie de huelgas fueron imponiendo victorias y reincorporaciones de activistas y delegados que serían la base de dos asambleas masivas en la Federación de Box, de plenarios de delegados de enorme combatividad. El ongarismo ante la posibilidad cierta de perder el control del gremio empezó conscientemente a asociarse a las patronales para contragolpear con despidos a las conducciones fabriles, lo que llevó a durísimos conflictos con huelgas generales en Antonhy Blank, Editorial Abril, La Opinión, Bianchi, sólo por mencionar algunos. En junio de 1985 la Ford sería ocupada por sus 4500 trabajadores durante 20 días contra el despido de 50 activistas en el marco de una docena de ocupaciones en todo el país. Sólo un batallón de más de mil policías de la infantería bonaerense pudo terminar con esa lucha.

Alfonsín entregó el Ministerio de Trabajo a un dirigente de Luz y Fuerza del Opus Dei, pactó la actual ley de Asociaciones Sindicales (23551) y en ese marco las patronales fueron atacando a los trabajadores durante el Plan Austral y más adelante durante el Plan Primavera, de la mano de los planes de ajuste del FMI que terminarían en la hiperinflación de 1989 y la salida adelantada del presidente radical.

Los 13 paros de Ubaldini, dispuestos homeopáticamente para descomprimir, fueron para evitar que la combatividad de los ’80, de un explosivo movimiento obrero post dictadura, se llevara puesto a Alfonsín. Se trató de una fina política consciente de uno de los grandes estrategas de la burocracia sindical peronista, Lorenzo Miguel, para terminar entregando en bandeja en 1989 el movimiento obrero a Saúl Menem y su nefasta década de flexibilización laboral, privatizaciones y colonización que tanto emula hoy Milei. La cuestión de la huelga general y las ocupaciones de fábrica (Ford y otras) estaría presente en los ’80 desde abajo, frente a una política para derrotarlas y evitar desde arriba la huelga general de toda la clase obrera que pudiera derrotar los planes del FMI y el gobierno de Alfonsín que con su Ministro Sourruille llevaba adelante. Podríamos decir en lenguaje de hoy, que Ubaldini jugó durante esos años calientes con la política de “hay 1989”. Saquemos las conclusiones.

Del Argentinazo a Milei, la lucha por una nueva dirección en el movimiento obrero para preparar la huelga general

Ningún estallido social es igual a otro. La huelga general como reacción política de masas de tipo revolucionario tampoco tiene un modelo que se repita y menos aún es posible pretender que se repita bajo tal o cual modalidad. Digamos unas palabras de la última gran rebelión popular que puso en el helicóptero a De la Rúa y mandó a Cavallo a dar clases a EEUU: el Argentinazo, uno de los nombres que adoptó la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre de 2001.

En este caso, nombrar ambos días es mucho más que definir el tiempo de una rebelión que fue respondida con 39 asesinatos por parte de grupos de tareas y tropas policiales en el marco del estado de sitio decretado por el gobierno radical frepasista. Esto, porque el 19 de diciembre, se produjo un formidable cacerolazo de medio millón de personas en la Capital del país que confluyó desde todas los barrios hacia el Congreso y el centro de la ciudad. Los ahorristas confiscados por el “corralito” de Cavallo, que bloqueaba sus depósitos en los bancos, en medio del estallido de la “convertibilidad” de Menem que extendió De la Rúa -y su eterno ministro de la Fundación Mediterránea presente en la administración de la burguesía desde la dictadura hasta esos días- salieron en masa.

El 20 de diciembre el centro sería dominado por la juventud pobre de los barrios del gran Buenos Aires que pasó de los saqueos impulsados por los punteros a la manifestación política de masas para enfrentar al Estado responsable de la miseria social que crecía de manera vertiginosa. Una alianza de clases media y trabajadora más empobrecida se expresaría en la consigna “piquete y cacerola la lucha es una sola”. La movilización tendría expresión en otras provincias, no casualmente en la Santa Fe de Reutemann habría nueve víctimas de la represión por parte del gobernador peronista. 

Desde otro ángulo, la burguesía estaba dividida ya porque un sector se había pasado abiertamente al campo de la devaluación monetaria, incluido el infaltable Paolo Rocca. Duhalde -que sería el futuro presidente provisional nombrado por la Asamblea Legislativa- se había pasado a ese campo. Que sus punteros pudieran agitar saqueos, no cambia el contenido revolucionario que tuvo el Argentinazo. Tampoco que la clase obrera fabril y los trabajadores sindicalizados no fueran los protagonistas por el esfuerzo de la burocracia sindical de sacarlos de la calle en esa confluencia. Hubo un soberbio paro general en noviembre, un mes antes de la rebelión popular, pero con las mismas características de descompresión que señalamos en la etapa de los ’80. La CTA levantó la convocatoria que había hecho para el 20 de diciembre “en resguardo de las instituciones”, anteponiendo la defensa de De la Rúa a la rebelión popular.  La empatía del proletariado con los piquetes y las cacerolas estuvo, pero la clase obrera no tuvo, no encontró el canal para sumarse.

Durísimas luchas precedieron al Argentinazo desde el Santiagueñazo de 1993. La ocupación de Editorial Atlántida en 1997, los piquetes en Tartagal y Mosconi, en Cutral Co hacia fines de los ’90, Jujuy, La Matanza fueron escenario de los cortes de ruta piqueteros. Y en La Matanza, justamente, se produjeron las primeras Asambleas Piqueteras con presencia de representaciones obreras y sindicales. Y, como toda rebelión popular abrió un nuevo período en el campo de las masas y las organizaciones populares. Surgió un novedoso proceso de asambleas populares especialmente en la Capital. Crecieron extraordinariamente las organizaciones piqueteras combativas del Bloque Piquetero con gran protagonismo del Polo Obrero, se ocuparon decenas de fábricas que dieron origen a las gestiones obreras, los trabajadores del subte conquistaron las seis horas de trabajo, los estudiantes expulsan a la Franja Morada radical de la dirección de la FUBA y nace la FUBA piquetera conducida por la UJS/PO. El clasismo da un salto en numerosos sectores del movimiento obrero. Hubo, en el período posterior, siete Asambleas de Trabajadores que agruparon a la vanguardia y fueron un laboratorio de debate y programa de los trabajadores, como la realizada en el Estadio Gatica, días antes de La Masacre del Puente Pueyrredón. Donde tras el crimen de Kosteki y Santillán, se desataría un movimiento de lucha que obligó a la retirada anticipada del gobierno de Duhalde y la convocatoria a elecciones. 

Indudablemente la geografía social de la Argentina de hoy, precarizada, con el 40% de los trabajadores informales, con siete de cada diez pibes bajo la línea de pobreza y la mitad de la población en esa condición tiene una semejanza con aquel país de 2001. También es cierto que el desprestigio de la burocracia sindical ha dado saltos gigantescos por su responsabilidad y la del peronismo y el kirchnerismo, como parte de él, en el cuadro social presente. Los sindicatos combativos y el clasismo se asocian a los movimientos piqueteros independientes más radicalizados y se han producido puebladas como el Chubutazo o el Jujeñazo que auguran por donde pueden pasar los grandes movimientos para enfrentar la degradación social y política que llevó a la Argentina de Milei. Por otro lado existe una referencia política ganada por el Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT) que no había en los tiempos del “Que se vayan todos”, el grito central del Argentinazo. (La “Izquierda Unida” de entonces tenía una política democratizante y no se colocaba al frente de la resistencia piquetera y popular).

La historia de la próxima huelga general, política, de masas, está para escribirse.

Siete meses que sacudieron los sindicatos y las calles

Claramente, la reacción popular del período no alcanza, no alcanzó, para frenar la ofensiva capitalista que encabeza Milei y el resultado electoral ultraderechista de la crisis de los partidos que llevaron a la Argentina al derrumbe de pobreza, quiebra y endeudamiento. Por eso, la vigencia de las tareas que sirvan a preparar el nivel de reacción capaz de asestar golpes decisivos a los facholibertarios en el poder. Para lo cual conviene una breve consideración sobre la acción de los trabajadores y la juventud en el período.

Desde los primeros días del gobierno de Milei, empezó una prueba de fuerza. La persecución judicial al Polo Obrero y al Partido Obrero mediante una megacausa con terminales contra cooperativas de trabajo, una editorial ligada al PO y al propio partido político con 40 años de existencia legal y más de medio siglo de intervención en la lucha de clases, empezó el 20 de diciembre del 2023. Ese día arrancaron operaciones de inteligencia para armar una causa sin precedentes, precisamente porque en la mañana estas organizaciones convocaron a toda la izquierda y los sectores combativos y especialmente piqueteros, a desafiar el protocolo represivo de la ministra Bullrich y marchar a la Plaza de Mayo. En la noche se desató un cacerolazo masivo contra el operativo represivo que había desplegado el control de 700 colectivos, emplazado tropas en vías de acceso y extorsionado, amenazando, con amplia difusión, con la pérdida del Plan Potenciar Trabajo al que marchara. El Presidente y su ministra represiva monitorearon el control policial de una manifestación que sin embargo llegó a la Plaza de Mayo. El espionaje desatado para armar la causa judicial fue la respuesta ante el desafío obrero.

Siete días después, la movilización de la CGT ante los tribunales, fijando una orientación de vía judicial contra la ofensiva, fue no sólo masiva sino que resultó atravesada por el reclamo de paro general cuya demanda inflamó las gargantas no sólo de los sindicatos y piqueteros de izquierda sino de los propios “cuerpos orgánicos” de los sindicatos tradicionales movilizados. En plenas fiestas de fin de año, la tensión desató la convocatoria al paro y movilización del 24 de enero. Un mes después centenares de miles copaban las calles del Congreso en pleno verano, con el paro más inmediato sufrido por un gobierno constitucional, aunque fuera más movilización que paro por el empeño de la burocracia en que así fuera y porque después de cinco años de quietud frente al gobierno fondomonetarista de Alberto y Cristina, el desprestigio de las cúpulas y la desarticulación fabril impidieron una irrupción mayor. Pero decenas y decenas de miles se habían movilizado en todo el país. Los sindicatos empezaron a ser sacudidos por la tensión social.

Dos meses después, el 23 de abril, sucedería la mayor movilización de masas del período: la movilización de un millón de personas en todo el país en defensa de la universidad y de la educación pública ante el mortal ataque presupuestario de la banda gobernante. En este caso todo el sindicalismo docente y no docente fue convocante, pero la movilización excedió en mucho sus límites, el estudiantado se movilizó en masa con sus centros de estudiantes y aún por fuera de ellos. Y con ellos amplios sectores medios y de trabajadores. Una quiebra de los socios radicales de Milei con sus cajas universitarias amenazadas contribuyó, sin dudas, lo mismo que las afectadas cajas del peronismo y decenas de otras universidades, pero canalizaron un impulso de masas. Las centrales sindicales se vieron obligadas a convocar, ya lo habían hecho el 8 de marzo que también se transformó en una gran movilización en el día internacional de la mujer confrontando con los planteos misóginos y antiabortistas de Milei que archivó la ofensiva para anular el derecho conquistado hasta nuevo aviso. Lo mismo el 24 de marzo, uno de los más masivos de la historia.

La burocracia sindical tanto de la CGT como de las CTAs y todas sus alas internas trataron de frenar allí para negociar. Habían logrado que la Justicia suspenda el capítulo laboral del Mega DNU 70/23. Así las cosas dejaron aislada a la izquierda y los sectores combativos del movimiento obrero y al Frente de Lucha Piquetero que fue dejado a su suerte por parte de la UTEP (que reúne a los grandes movimientos sociales crecidos en el entrelazamiento con el Estado durante el gobierno del Frente de Todos), mientras el resto de los partidos políticos se hizo a un lado de la izquierda y su impronta movilizadora. La represión se ensañó ante cada convocatoria contra todos estos sectores y contra las Asambleas Populares que se constituyeron en barriadas de la Ciudad de Buenos Aires, al calor de este proceso de resistencia y movilización. En ese cuadro, sin embargo, naufragó la ley Bases en su versión inicial de 600 artículos que derogaban o afectaban 300 leyes y que llevaba casi íntegramente los objetivos del DNU a la vía parlamentaria. Desde sus límites numéricos la izquierda se colocaba a la iniciativa para ganar las calles y la “ley ómnibus” caía víctima de los choques con sectores de la propia burguesía, sus políticos y gobernadores.

El cuadro abierto, volvió a repercutir en las centrales, que convocaron después de décadas, a una movilización el 1º de mayo que reunió a más de cien mil personas. En ella un sector de sindicatos combativos con el Sutna, AGD, Ademys y la Unión Ferroviaria Oeste, junto al Polo Obrero y otros, confraternizó con miles de manifestantes planteando la perspectiva del paro activo nacional y el plan de lucha, la gran cuestión que desde la izquierda se puso en clave de lucha política en cada recodo del proceso. La burocracia sindical disoció la movilización del día de los trabajadores con un paro matero el 9 de mayo. Todo el esfuerzo fue puesto en evitar una escalada que pudiera salir de madre hacia una irrupción popular fuera de control. Y efectivamente, de allí en adelante, el rol de la CGT fue negociar una “reforma laboral” algo más reducida y desmovilizar, ante la aprobación el 12 de junio de la ley Bases que la contiene. La represión policial y los presos y procesados fueron la otra cara de una acción política de Estado que actuó desde todos los flancos para hacer viable las primeras leyes del gobierno de Milei, un paquete antiobrero y colonial. 

La tendencia a la huelga general en estos días, a ocho meses de gobierno Milei, ha tenido expresiones puntuales pero no menos importantes en la huelga general aceitera, en los paros progresivos de paritarias como las de ceramistas y aún la rama siderúrgica de la UOM, en las huelgas declaradas por el Sutna contra los despidos con su historia de la gran huelga general salarial de 2022, en los grandes paros progresivos de docentes en Córdoba con la recuperada UEPC Capital a la cabeza, como en Neuquén con ATEN, también de la docencia en Entre Ríos, los grandes paros en las universidades de todo el país de docentes y no docentes o la huelga de los municipales marplatenses por mencionar algunos de los conflictos más importantes. Pero sin dudas la gran huelga general Misionera, iniciada por los docentes, extendida a otros gremios estatales y sectores de trabajadores, que acampó en las calles de Posadas desafiando todos los protocolos represivos y que quebró el aparato del Estado cuando la policía hizo su propio acampe en reclamo de aumento, fue el movimiento más importante. Y no es menor que arrancó un importante aumento contra la licuadora y la motosierra del gobernador, émulo de Milei.

Obviamente, en un período de brutal recesión y despidos se potencia el poder patronal contra los trabajadores. Por eso mismo es cuando más necesitamos de las reacciones de conjunto a escala de cada gremio, sector y a escala de todo el movimiento obrero, ocupado y desocupado. Lo cual supone luchar, al mismo tiempo que desarrollamos cada reivindicación, por una nueva dirección clasista del movimiento obrero. La burocracia sindical es parte del problema, no de la solución. Si tuviéramos que resumir la política de la burocracia en estos  convulsivos siete meses, podríamos decir que administró la reacción popular para evitar que madure una huelga general. Hacerla madurar es nuestra tarea estratégica.

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