Francia: La “democracia” y los “fachos” contra los trabajadores

Fuera Macron-Barnier: Ganar la calle y preparar la huelga general

La crisis política en Francia continúa. La rueda actual de acontecimientos tiene como novedad el establecimiento por parte del presidente Emmanuel Macron de un primer ministro -y por lo tanto de un nuevo gabinete- con el aval político explícito de la ultraderechista Marine Le Pen. De un intento infructuoso de alianza con la centroizquierda, el presidente ha virado hacia un gobierno sostenido en el beneplácito del partido de los fachos, Reagrupamiento Nacional (RN).

El elegido para el cargo es Michel Barnier, un hombre de Estado. Ex ministro en numerosos gobiernos franceses, reconocido funcionario europeo, y de línea política en el extremo conservador. Barnier pertenece al viejo partido heredero del gaullismo (Los Republicanos), en su ala derecha, una fuerza política -hoy de segundo orden- que ha sostenido y colaborado con gobiernos de todos los signos en las últimas décadas. En la segunda vuelta de las recientes elecciones legislativas, Los Republicanos apoyaron tácitamente las candidaturas de Le Pen.

Los planteos centrales de Barnier convergen con los de RN. Austeridad fiscal extrema, reforma migratoria que permita expulsiones masivas, nuevos ataques a las conquistas obreras, reintroducción del servicio militar obligatorio y despliegue de las fuerzas armadas en tareas de represión interna. A esto se suma el paquetazo con cientos de decretos lanzados pocas horas antes del fin del mandato anterior, dentro de las cuales se destaca una reaccionaria normativa para expulsar migrantes. Su candidatura fue aprobada por Marine Le Pen y su delfín Jordan Bardella, absteniéndose de cualquier moción de censura. En declaraciones periodísticas le pidieron a Barnier “que cumpla sus promesas”.

El presidente Macron, con el aval de la gran burguesía imperialista, ha consumado un golpe de fuerza antidemocrático. Pocos meses atrás, disolvió la Asamblea Nacional (equivalente a nuestra Cámara de Diputados) y convocó elecciones legislativas nacionales. Su fuerza llamaba a “evitar los extremos” de “izquierda” y de “derecha”. En la segunda vuelta, consumó un acuerdo con el Nuevo Frente Popular, por el cual ambos “desistieron”, o sea “bajaron” sus candidaturas no expectables, y llamaron a votar al otro bloque con el fin de evitar el triunfo de la ultraderecha. El pacto recibió el nombre de Frente Republicano. El RN de Le Pen quedó tercero, el macronismo segundo y quien ganó la elección fue el Nuevo Frente Popular, el conglomerado que incluye a la fuerza de Jean-Luc Mélenchon, La Francia Insumisa, al Partido Socialista, al Partido Comunista, a los Verdes, entre otros.

Debe decirse que este golpe de fuerza se da luego de que el Nuevo Frente Popular vacíe de contenido sus críticas a Macron, abandonando el planteo confrontativo original de encabezar el gobierno y una serie de reclamos izquierdistas, para pasar a una línea de integración política y de rescate del Estado burgués, incluyendo la “cohabitación” con Macron -el mecanismo que permite el cogobierno entre la figura presidencial y la primera minoría parlamentaria. Fue la política, con sus particularidades, de la totalidad del frente, desde las tentativas del PS por colocar un ministro en un gobierno técnico hasta las últimas declaraciones de Mélenchon en favor de ceder la totalidad de las carteras ministeriales si retenía al primer ministro. La disputa fue retirada de las calles y confinada al parlamento y a los “pasillos del poder”, perdida en debates sobre cargos y tecnicismos ajenos a las preocupaciones populares. A pesar del apoyo de casi la totalidad de las centrales sindicales, no fue convocada ninguna huelga, ni acción significativa en pos de defender el triunfo. La política del Nuevo Frente Popular, consecuencia de sus ataduras de clase, insufló nueva vida a Macron.

La elección de Barnier con el apoyo de los fachos está destinada a conformar un gobierno de ofensiva abierta contra las masas, que tendrá como primer episodio la votación del presupuesto 2025. Está anunciada una motosierra “a lo Milei”. El ministerio de Hacienda exige terminar con el déficit, calculado entre 5 y 8 puntos, para lo cual considera necesario recortar la cifra de 110.000 millones de euros en los próximos tres años. Francia es el país más endeudado de la Unión Europea y su deuda pública representa el 110% del PBI. Este esquema prevé el ajuste más grande desde la Segunda Guerra Mundial, con recortes en todos los sectores menos policía y ejército, los únicos que subirían por encima de la inflación.

Con esta jugada, Macron le está dando la llave de su gobierno a los fachos, quienes tienen ahora el poder de consensuar las líneas generales del gobierno, o bien impulsar una moción de censura en la Asamblea Nacional y forzar su caída. No se descarta, por ello, ni una integración al gabinete ni una colaboración indirecta. Así, el RN de Le Pen tiene las manos libres para apoyar las ofensivas contra los trabajadores mientras practica una “oposición” en el terreno ideológico. No sería un hecho del todo inédito. En Italia, Georgia Meloni aprovechó una situación similar para lograr la confianza de la gran burguesía en lo económico mientras ganaba apoyos plebeyos con sus discursos racistas.

Hay algo más. Macron avala de este modo al RN como un partido respetable con el cual se puede llegar a un entendimiento. Esto cuando, un mes y medio atrás, había dejado correr la campaña que la tildaba como una fuerza “fascista”, y cuando viene de hacer el Frente Republicano con sus rivales históricos en defensa de “la democracia” y “la república”. ¿Estamos ante un adelanto de futuros acuerdos a escala europea? Como sea, es claro que son las fuerzas burguesas falsamente “democráticas” quienes, en escenarios de crisis, están dispuestas a abrirle las puertas a los fachos.

Por el lado de la izquierda institucional vale reseñar la convocatoria a la marcha del 7 de septiembre, que contó con unos 300 mil asistentes en todo el país. Fue una movilización mayoritariamente juvenil, sin medidas de fuerza de los sindicatos. Su lema fue “contra el golpe de fuerza de Macron”, en línea con la campaña de juntada de firmas por la destitución del presidente, el equivalente francés al juicio político.

Debe advertirse que estamos ante un operativo para desviar el movimiento hacia un callejón sin salida. La destitución o juicio político requiere poner en marcha un mecanismo con una correlación adversa a las fuerzas que lo impulsarían: constituir un Tribunal Político, compuesto por la totalidad de los diputados y senadores y encabezado por el (macronista) presidente de la Asamblea Nacional. Allí, las mociones deben ser aprobadas por al menos dos tercios del total. ¡Pero casi la mitad son miembros de la nueva coalición de gobierno Macron-Barnier! Es una propuesta, a sabiendas, impracticable. Del mismo modo deben ser entendidos los llamados de La Francia Insumisa para alijerar, con su presión en diputados, el ajuste presupuestario. El primer ministro saliente, utilizó en 21 oportunidades el decreto 49-3, similar a los DNU argentinos, para aprobar dictámenes pasando por arriba del poder legislativo, incluido el debate de la reforma jubilatoria – un método que Barnier adelantó que está dispuesto a continuar. ¿Es el momento de depositar nuevas expectativas en el parlamento burgués?

La Francia Insumisa, hasta pocos meses atrás, se había caracterizado por sus intensas campañas contra los resortes autoritarios de la llamada V° República, es decir, del régimen constitucional actual. Proponía, sin romper con el capital, una serie de mecanismos de “democracia directa” y respeto a las minorías, que identificaba con una nueva constitución y una nueva República. Como un pase de magia, la conformación de un frente con aspiraciones gubernamentales borró la totalidad de estos enunciados “radicales”. Por el contrario, han hecho una bandera de la defensa de la totalidad de las instituciones de la “vieja política” que hasta hace muy poco criticaban. Un recorrido que comienza a emparentarse al de Podemos (que avaló la monarquía y entró al gobierno con el PSOE), o al de Syriza (acuerdo con el FMI y el Banco Europeo).

Quien hizo posible el encantamiento, Jean-Luc Mélenchon, insistió en su discurso del 7 de septiembre en nuevas alegorías sobre la Revolución Francesa. Pero, a diferencia de la Montaña (1793) o de los Comuneros (1871), sus arengas están destinadas a salvar la cabeza del rey, que él identifica, por supuesto, con el despotismo de Macron. Aún perteneciendo a diferentes “Estados Generales”, siguen unidos en la sacrosanta defensa de la propiedad privada francesa y europea, la resistencia a afectar la ganancia empresarial, el financiamiento a la guerra imperialista, y el temor a desencadenar una fuerza imparable: la acción independiente de la clase obrera.

El planteo de dimisión o juicio político a Macron es, por lo tanto, muy distinto a una campaña por el Fuera Macron-Barnier. Mientras la primera es un llamado a parlamentarizar la lucha y retirarse de las calles, la segunda impugna la totalidad del régimen político de la V° República, y está por ello unida a la perspectiva de la huelga general, es decir, a preparar y organizar la irrupción de las fuerzas de los trabajadores contra el capital y su Estado. Es una consigna de poder, destinada a converger con el gobierno de trabajadores. Un esfuerzo de los revolucionarios, tal vez el central, debe estar destinado a superar políticamente la prédica izquierdizante de La Francia Insumisa. Es necesaria una delimitación estratégica que incluya sus acuerdos junto a los macronistas en el parlamento europeo al votar en más de 30 oportunidades los presupuestos de guerra en Ucrania y Rusia, un hecho de primer orden que la izquierda subordinada a la OTAN está imposibilitada de denunciar. Lo mismo vale para Palestina, donde el programa del Nuevo Frente Popular coloca en primer orden la condena al “terrorismo”, un argumento que, en manos del sionismo, es esgrimido para justificar el genocidio. La lucha contra el plan de guerra contra los trabajadores de Macron-Barnier y su presupuesto 2025, con el aval de Le Pen, exige una salida política y la total independencia de las fuerzas de la burguesía “radical”.

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