El sábado 26 de octubre culminó el III Evento Internacional León Trotsky con una mesa-debate final en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Publicamos en esta edición dominical de “En Defensa del Marxismo” el folleto que elaboró y distribuyó el Partido Obrero durante los cuatro días en que se desarrolló el Evento. En próximas ediciones iremos publicando diferentes ponencias presentadas.
Ha sido una buena iniciativa que el III Evento Internacional León Trotsky, se realice bajo el lema de “Homenaje a Lenin a 100 años de su muerte”. Esto, porque une las figuras de los dos principales protagonistas dirigentes políticos, militantes y teóricos, de la Revolución de Octubre de 1917 y de la creación de la III Internacional -y luego la IV Internacional por parte de Trotsky- dando continuidad a la gran delimitación revolucionaria que protagonizaron contra el oportunismo en defensa del marxismo revolucionario.
También es necesario realzar que este III Evento se desarrolle en la Argentina, un país donde las corrientes que se reclaman del trotskismo han tenido un desarrollo relevante desde hace décadas y fueron protagonistas de importantes intervenciones en la lucha política y de clases (el sindicalismo clasista, el Argentinazo del 2001, el surgimiento del movimiento piquetero). Así, se ha ido convirtiendo el término trotskismo en Argentina, en sinónimo de oposición de izquierda y revolucionaria al régimen capitalista.
Esto le da a este III Evento Internacional un carácter particular. No debiera ser un evento académico más de historia o sociología; sino un ámbito especial para debatir, clarificar y verificar los puntos de convergencia y divergencia entre las corrientes de izquierda que se reclaman del trotskismo, sobre los principales problemas que afronta la lucha política revolucionaria a nivel mundial y en la Argentina.
La vigencia del trotskismo
De la misma manera, que Lenin “usó” los estudios y planteamientos de Marx y Engels, como base granítica para la presentación de su teoría marxista sobre el Estado al escribir “El Estado y la Revolución” en 1917; hoy es necesario verificar si los planteos de Lenin y Trotsky no solo fueron correctos en su época, sino si mantienen vigencia como guía para la lucha revolucionaria por gobiernos de los trabajadores y por el socialismo internacional.
Hay que tomar en cuenta el desarrollo de una vasta corriente oportunista/revisionista de los planteos de Lenin y Trotsky, que –con más fuerza a partir de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS-considera que se ha cerrado “el ciclo histórico de la revolución de octubre” y que la izquierda debiera “reformular” y “actualizar” los planteamientos político/programáticos de Lenin y Trotsky, “revisándolos” y “enriqueciéndolos”. No se nos escapa que hay que tener una actitud crítica frente al legado de la teoría marxista. Pero cabe advertir que en este caso ese operativo de “revisión” y “actualización” ha tirado por la borda las posiciones principistas y la esencia revolucionaria de los planteos de los “maestros” del programa socialista revolucionario.
La catástrofe de la crisis capitalista
Estamos en una época de crisis, guerras y revoluciones y los debates sobre la estrategia socialista internacionalista (y las tácticas a desarrollar), debieran ocupar un lugar central.
La crisis económica iniciada en el 2008 no ha sido sólo una crisis cíclica del capitalismo. Su importancia es igual o mayor que la sufrida en 1929, que llevó, una década después, a la Segunda Guerra Mundial.
Este es un primer punto a debate: ¿estamos ante una situación de agotamiento y catástrofe capitalista?
La crisis que comenzó en el 2008 no ha podido ser superada. Los rescates estatales sin precedentes a bancos y empresas en 2008 y 2020 no han logrado más que amesetar la caída, no reiniciar un ciclo ascendente. Han tenido como costo la aplicación de una austeridad brutal contra las masas trabajadoras, sin poder evitar la llegada de nuevos estallidos de la misma. La crisis financiera con centro en la banca del Silicon Valley Bank, del año pasado, no solo se llevó puesto a varios bancos norteamericanos, sino que precipitó la caída del banco más grande de Suiza, el histórico Credit Suisse. Y este año, el “lunes negro” iniciado en el Banco de Japón se extendió internacionalmente llevándose pérdidas de accionistas (gran parte de las llamadas industrias de punta de la IA) de unos 3 billones de dólares. Esto muestra el agotamiento histórico del sistema capitalista que, con altibajos, se irá agravando, provocando grandes conmociones sociales y políticas y pavimentando el camino hacia la guerra mundial y la revolución. Es un serio error de sectores de la izquierda que pretenden reducir este declive a los episodios propios del capitalismo con su funcionamiento anárquico y sus ciclos de ascenso y caída. La crisis capitalista en desarrollo tiene como telón de fondo, el agotamiento del régimen capitalista, evidenciado en una sobreproducción de capitales que no tienen dónde invertirse, porque la tasa de ganancia va retrocediendo y no aparecen sectores rentables. Esto solo puede resolverse mediante violentas reestructuraciones que impliquen la quiebra y desaparición de capitalistas y el avance de la concentración y centralización del capital. El tamaño del desarrollo capitalista hace que este proceso no sea fácil, porque los capitalistas luchan con uñas y dientes para defender sus posiciones y no desaparecer. La restauración capitalista en los ex Estados obreros no dio lugar a la victoria final de las potencias que trabajaron para ella, como la euforia capitalista presagiaba hace 30 años. Al revés, como lo destacaron las Tesis de la CRCI (Coordinadora por la Refundación de la IV Internacional) de 2004, este proceso de restauración generó mayores crisis y contradicciones, recreando la crisis capitalista mundial de una manera más violenta que antes. El propio proceso de restauración fue, a su vez, condicionado por esa crisis, golpeando el acople chino-norteamericano que fue el motor del crecimiento en la primera década del siglo, y transformándola en competencia despiadada.
La crisis capitalista y la competencia violenta por la reestructuración tienen como herramientas no sólo la destrucción de fuerzas productivas por medios pacíficos o por ataques a las masas, sino la propia guerra y militarismo, que crecen a pasos agigantados.
La guerra imperialista divide aguas
Hemos entrado abiertamente en un período de guerras, que está evolucionando hacia una guerra mundial. Se ha publicitado un Informe del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos que documentó la existencia de 183 conflictos armados en curso, la cifra más alta en muchas décadas. El gasto militar de todas las potencias se ha multiplicado, particularmente el de Estados Unidos.
Los centros estratégicos de la escalada son el enfrentamiento directo en Ucrania entre la OTAN y Rusia, en pleno corazón europeo, por un lado y la ofensiva sionista, sostenida también por los Estados Unidos y la OTAN, contra el pueblo palestino en Gaza y Cisjordania y que se va extendiendo al resto del Medio Oriente (Líbano, Siria, Irak, Irán, Yemen).
Está acompañado por el armado guerrerista contra China (acuerdos militares yanquis con Taiwán, Japón, Australia, Corea del Sur, Filipinas, India; guerra económica; boicots imperialistas; multiplicación de maniobras e incidentes diplomáticos y militares). También se entrelazan con la agudización de golpes y levantamientos en África con retrocesos del imperialismo francés.
No se trata estrictamente de conflictos separados, la tendencia que avanza es la de una guerra general.
No es casual que los conflictos de Ucrania y Palestina se desarrollen en los centros neurálgicos que ha enfrentado históricamente la lucha interimperialista. Palestina fue el escenario de violentas reestructuraciones imperialistas del Medio Oriente, en la primera y segunda guerra mundiales. Y Ucrania, también, ha sido un elemento clave de los choques de ambas guerras por el dominio de la Europa Central, Rusia y el occidente asiático.
Una tercera guerra mundial incorpora, como un elemento clave, el sometimiento económico y político de Rusia y China (y demás países donde fue expropiado el capital) por el imperialismo de modo tal de viabilizar una restauración capitalista/colonización bajo su tutela. Esto se da en un marco de una creciente división y choque entre las propias metrópolis imperialistas. No se nos debe escapar que la guerra de Ucrania entraña un tiro por elevación de Washington contra la Unión Europea. El hecho que se haya forzado a que Rusia dejara de ser la fuente de aprovisionamiento de energía barata de Europa ha conducido a una mayor dependencia del viejo continente con respecto a Estados Unidos. Y no es una situación superada: los conflictos entre ambas partes, persisten en materia de aranceles del aluminio y el acero, en energías verdes y cambio climático, en la industria automotriz y las tecnológicas que han dado lugar a sanciones y represalias económicas recíprocas. La tensión se extiende a los vínculos con China y Rusia puesto que lo que está como telón de fondo es quién se queda con la principal tajada de la restauración capitalista, o sea, una disputa interimperialista por la penetración imperialista en las ex economías estatizadas.
Por otro lado, por más que se hable de una confluencia entre Rusia y China, dista de haber una identidad de intereses. El Kremlin ve con recelos el creciente avance chino, el cual viene extendiendo también su influencia en países y espacios que antes se encontraban bajo la tutela de Moscú. Con estas consideraciones, reiteramos, podemos afirmar que estamos frente a un cuadro de transición hacia una guerra mundial que no va ser un camino lineal y en su recorrido está llamado a atravesar crisis y realineamientos hasta abrir paso a una configuración definitiva de fuerzas en disputa. Una aguda lucha política se está desarrollando dentro de la Unión Europea con este telón de fondo. Los partidos que más han sostenido la necesidad de la alianza con los Estados Unidos en la OTAN contra Rusia han sido golpeados electoralmente (Francia, Alemania, Gran Bretaña). La ultraderecha, más afín a acuerdos con Putin (y con China), ha ido avanzando (AfD alemana, Le Pen en Francia). El panorama y la constitución de bloques aún no están definidos.
¿Cómo intervienen las corrientes que se reclaman trotskistas frente a este cuadro de crisis, guerras y revoluciones?
Estamos en una situación similar a la que tuvieron que enfrentarse Rosa Luxemburgo, Lenin y Trotsky desde principios del siglo XX para combatir a los revisionistas dentro de la socialdemocracia de la II Internacional. Estos veían un desarrollo ininterrumpido del capitalismo, aunque con crisis que se podían resolver. Consideraban que los capitalistas no estaban interesados en una guerra que perjudicaría sus negocios y que se iba a imponer una tendencia pacifista para arreglar entre ellos las diferencias existentes. Incluso veían la posibilidad, desarrollada en planteos de Kautsky, de la creación de un ultraimperialismo colegiado, que podría reglar las diferencias y garantizar una explotación ordenada de las masas.
Lenin explicó que la guerra no era una política posible o “preferida” por los gobiernos capitalistas, sino un rasgo propio e inherente del capitalismo en su etapa final, de decadencia. Las guerras imperialistas y de sometimiento colonial son la continuidad de la competencia entre monopolios, agudizada hasta transformarse en conflictos bélicos generalizados. Su política de derrotismo revolucionario en la guerra mundial, contra la “unión patriótica” del reformismo a sus burguesías, fue la preparación de la victoria revolucionaria en Rusia en 1917.
Hoy la guerra, que tiene su centro en Ucrania, ha sido una divisoria de aguas en el seno de la izquierda mundial. El imperialismo ha venido trabajando desde el fin de la Segunda Guerra Mundial para terminar con los Estados donde había sido expropiado el capital y avanzar con una restauración capitalista bajo su dominio.
Ha sido la burocracia estalinista la que fue desarrollando el proceso de restauración capitalista, alentada y sostenida por el imperialismo. Esto, que fue analizado y pronosticado (y enfrentado) por Trotsky, logró imponerse. Pero no en los términos deseados por el capital financiero imperialista, que no ansiaba la creación de nuevos Estados capitalistas que compitieran con las posiciones imperialistas existentes. El imperialismo trabajó para una restauración capitalista bajo su mandato directo, para una recolonización imperialista de Rusia, China y demás Estados donde el capital había sido expropiado. Regímenes como los de Putin y Xi Jinping, con sus diferencias y caracteres contradictorios, han tomado un control bonapartista del aparato del Estado para defender el desarrollo capitalista en sus países en choque con el control extranjero del proceso.
La OTAN es el principal impulsor de la guerra en Ucrania. La restauración capitalista en los distintos países de Europa del Este ha implicado su transformación en semicolonias del imperialismo europeo y yanqui y en aliados políticos y militares en un proceso de cercamiento de Rusia.
La invasión de Putin a Ucrania, a su turno, es reaccionaria, porque lo hace para defender las posiciones conquistadas por el nuevo capitalismo ruso en su alianza con sectores de la oligarquía burguesa rusa. Es un imperialismo de “viejo tipo”, de ocupación militar-administrativa, parecido al que fue el zarismo en su época.
Se trata de una guerra interimperialista, en la cual los revolucionarios debemos oponernos a los dos bandos reaccionarios beligerantes.
Sin embargo, una parte de la izquierda trotskista mundial se ha colocado del lado del imperialismo de la OTAN y tiene como principal consigna la derrota de Rusia. Para ello toma como justificación, que Ucrania es un país semicolonial y que se trataría de una “guerra justa” de defensa de un país atrasado contra la potencia imperialista rusa.
Esta posición es una consecuencia de la adaptación a la propaganda ideológica del imperialismo, que presenta los choques internacionales como un enfrentamiento entre la democracia (del saqueo imperialista) y los gobiernos autoritarios. Tal presión puede seguirse en la presencia de grupos de izquierda que vienen apoyando las operaciones imperialistas de cambio de régimen en cada incidente previo, por ejemplo Siria y Libia.
Algunos grupos han inventado que estamos ante una guerra de “carácter dual”: por un lado, se trataría de una guerra nacional de Ucrania contra el avance imperial de Rusia, que habría que “apoyar” y, al mismo tiempo, de una guerra interimperialista de la OTAN contra Rusia, que habría que “denunciar”. Pero… apoyan el accionar del ejército de Zelensky, completamente colonizado por la OTAN contra Rusia.
Es una impostura hablar –y llamar a apoyar- una “resistencia independiente” ucraniana contra la invasión rusa. Esa “resistencia” hipotética actuaría asociada a las tropas que actúan por cuenta y orden del imperialismo. La guerra es desarrollada por la OTAN, teniendo como títere al gobierno de Zelensky y usando al pueblo ucraniano como “carne de cañón” de sus planes guerreristas para desgastar al régimen de Putin y avanzar sobre Rusia. Las corrientes que apoyan militarmente la guerra contra Rusia, aducen que la lucha es autónoma del gobierno ucraniano, que solo se remite a recibir ayuda militar del imperialismo. Pero el desarrollo de dos años de hostilidades ha evidenciado claramente que esta es dirigida abierta y directamente por el imperialismo mundial, que sistemáticamente avanza hacia una intervención total (envío de mercenarios y “asesores”, tanques y aviones imperialistas, autorización a usar misiles de larga distancia contra objetivos en territorio ruso, anuncios concretos de preparar ingreso masivo de tropas: Francia, Polonia, Estonia).
Esta coincidencia de parte de la izquierda mundial con la OTAN es sin dudas un salto en una tendencia preexistente de integración al Estado burgués. La campaña del NPA mandelista por “armas a Ucrania” ha sido la preparación de su incorporación al Frente Popular de Mélenchon, que inscribió el respaldo a las operaciones de la OTAN en Ucrania en su programa fundacional y ha votado de manera acorde en el parlamento. Los Demócratas Socialistas de Estados Unidos, donde se ha disuelto gran parte de la izquierda, tienen una fuertísima crisis por su voto a los presupuestos militares del Pentágono y su integración a un gobierno como el de Biden, marcado por su militarismo y su carácter genocida.
Por otro lado, un sector minoritario de la izquierda que se reclama trotskista, se ha alineado con Putin en su invasión a Ucrania, considerando que se trata de una reacción defensiva antiimperialista progresiva. Hace frente con las corrientes neoestalinistas que se subordinan políticamente al guerrerismo del bonapartista Putin.
Este “campismo” nacionalista pretende descubrirle un carácter progresivo, o de multilateralidad a los Brics. Pero los Brics están lejos de construir un bloque alternativo del mundo actual y poner en pie un orden internacional sustituto. Está fuera de las posibilidades de un bloque tan heterogéneo, desigual, con choques entre sí e intereses encontrados, pero habría que agregar que tampoco se lo propone. La aspiración de China y los Brics se reduce a una mayor autonomía en el marco del orden establecido: no pretenden poner fin a la economía capitalista ni tampoco sus instituciones –sólo, y en ciertos casos puntuales, disputan un lugar mayor en ellas. Lejos de la emergencia de un “mundo multipolar”, una suerte de nuevo orden en el que podrían tener cabida pacíficamente las antiguas potencias hegemónicas y los nuevos polos de poder alternativos, lejos de este relato absolutamente idílico, la realidad que enfrentamos como resultado de la descomposición capitalista es una fractura de la unidad económica y política mundial, que, como es sabido, es el caldo de cultivo para la crisis políticas internacionales, las rivalidades entre los Estados y la guerra.
En contraposición a estas posiciones de alineamiento con los dos campos imperialistas, hemos venido peleando con un conjunto de organizaciones para reagrupar a los marxistas revolucionarios que se oponen a los dos bandos de la guerra interimperialista, llamando al “derrotismo revolucionario”: a la confraternización entre los soldados y trabajadores de Ucrania y Rusia para terminar con los regímenes guerreristas y antiobreros de Zelensky y de Putin, para instaurar gobiernos de trabajadores en cada país y llamando a que los trabajadores de toda Europa y del mundo libren una guerra de clase contra sus burguesías. “Guerra a la guerra” ha sido el lema levantado por Liebknecht en la primera guerra mundial, planteando que el enemigo de los trabajadores está dentro de cada país: son sus burguesías explotadoras. Esta orientación no es sólo una ubicación ideológica, tiene por objetivo desarrollar la tendencia ya existente a realizar acciones obreras de enfrentamiento al aparato militar imperialista manifestándose en las calles, bloqueando la entrega de armamento en las fábricas, los puertos y las estaciones militares.
La defensa de la resistencia palestina al genocidio sionista contra Gaza
El levantamiento palestino del 7 de octubre del año pasado en Gaza, contra los muros del gueto del apartheid-colonizador impuesto por el sionismo significó un cambio en la relación de las masas con el impulso militar de la OTAN en la mayoría de los países. A diferencia de la pasividad que existe mayoritariamente frente a la situación en Ucrania, lograda por la política proimperialista de las direcciones, estalló un verdadero movimiento de masas contra el genocidio que se ha desencadenado por el Estado de Israel.
La propaganda sionista/imperialista ha tratado de demostrar que la acción militar palestina, orientada por un frente de organizaciones dirigido mayoritariamente por Hamas, fue un acto “terrorista”, de “barbarie”, con decapitaciones de bebes y violación de ancianas, incluido. Organizaciones que se reclaman trotskistas cedieron parcialmente a esta presión de la campaña sionista/imperialista, delimitándose de los presuntos aspectos “negativos” (terroristas, asesinato de civiles) de esta poderosa acción militar palestina. Aducían que estos ayudaban al fascista Netanyahu a “justificar” su operativo genocida contra el pueblo palestino de Gaza, con sus bombardeos masivos e invasión militar que lleva 52 mil muertos y centenares de miles de heridos y mutilados. En su diferenciación crítica contra el pretendido terrorismo fundamentalista de Hamas, se destaca también el rechazo a tomar rehenes sionistas que efectuaron los combatientes palestinos el 7 de octubre. Una parte de la izquierda ha rechazado la toma de rehenes y los muertos civiles (que –ha sido demostrado- fueron en gran medida parte de la salvaje represión de las fuerzas armadas sionistas).No consideran que estemos en presencia de una guerra permanente –genocida, terrorista y de expulsión- del sionismo contra los palestinos: a la primera acción armada de masas de la resistencia palestina, se le colocan pruritos falsamente morales. En el marco de una guerra nacional antiimperialista (como de cualquier guerra civil de clases) es legítima la toma de rehenes. Marx apoyó la toma de rehenes de la revolución de la Comuna de París en 1871, para oponerlos a la salvaje matanza que realizaban los contrarrevolucionarios de Versalles de los trabajadores comuneros tomados como prisioneros. Trotsky, a su vez, instaló el régimen de rehenes para enfrentar similar situación de masacres de comunistas y trabajadores por parte de los ejércitos blancos. En el transcurso de una guerra es no solo legítimo, sino necesario usar estos métodos para quebrar al enemigo de clase. Es lo que hace el Estado sionista que tiene unos 10 mil presos palestinos en sus cárceles desde hace décadas, usados como rehenes políticos. Los palestinos han tomado el 7 de octubre unos 240 rehenes israelíes (gran parte de ellos soldados, a los que se suman civiles paramilitares, etc.) de los cuales, luego de un canje y varias muertes bajo el fuego de la invasión y las masacres sionistas en Gaza, permanecen prisioneros unos 140.
El Partido Obrero es una corriente socialista que tiene diferencias estratégicas con Hamas, una corriente confesional nacionalista que apoya al régimen teocrático de Irán y al gobierno reaccionario de Erdogan en Turquía. Las expectativas en una reacción de los regímenes nacionalistas de Medio Oriente se han mostrado en este año de guerra y genocidio como un camino sin salida. Han mantenido una pasividad completa mientras se masacró a decenas de miles de civiles y se dio golpes muy contundentes a la capacidad organizativa y la estructura de cuadros de Hamas y Hezbollah. Su adhesión a los regímenes burgueses de Medio Oriente no fue correspondida por estos.
Pero las diferencias que, como el caso nuestro, son hondas, no pueden ser un pretexto para sacarle el cuerpo a la lucha palestina de carne y hueso tal cual se está abriendo paso. Reivindicamos el derecho de los palestinos a la rebelión con todos los medios a su alcance. Sólo en este terreno, quienes nos reclamamos socialistas estamos en condiciones de conquistar un lugar en la encarnizada lucha que está planteada y pugnar para que vuelvan a emerger las tendencias revolucionarias que florecieron durante la “primavera árabe”. Es necesario abrirle paso a una irrupción revolucionaria de las masas árabes, desafiando a los regímenes árabes antiobreros y reaccionarios. Esto supone y plantea superar la estrategia política de Hamas alineada con Irán y otras burguesías árabes, abrigando expectativas en ellas, en lo que respecta a su conducta frente a Israel, que se han revelado infundadas.
La ofensiva genocida sionista es parte de la tendencia imperialista a la Guerra Mundial. Netanyahu busca no solo construir un “Gran Israel” sobre la base de la expulsión y el genocidio del pueblo palestino, sino reconfigurar todo el mapa del Medio Oriente cambiando los regímenes de Líbano, Siria, Yemen, Irán.
Llama la atención que corrientes trotskistas que se colocan (aunque con peros) del lado de la resistencia palestina en Gaza, contra la ofensiva genocida sionista contra el pueblo palestino, están en el campo imperialista en la guerra de la OTAN contra Rusia.
¿Tenemos un imperialismo favorable a la defensa de la democracia y la autodeterminación nacional en Ucrania y otro (el mismo) imperialismo, sostenedor del sionismo fundamentalista y fascistoide, favorable al genocidio y al avasallamiento nacional del pueblo palestino en Gaza?
Hay corrientes en el campo de la izquierda y hasta del trotskismo que plantean la “solución” de crear “dos estados” en la zona: Israel y un remedo de nación palestina en parte de Gaza y Cisjordania (avasallada por una poderosa colonización sionista fascistoide). Es lo que planteó la ONU en 1948, al crear el Estado de Israel con el apoyo del imperialismo mundial y la burocracia de Stalin, expulsando cerca de un millón de palestinos de sus tierras y un “Estado palestino” que nunca se constituyó, porque Israel ocupó militarmente parte de su territorio y el resto fue repartido entre Jordania y Egipto. Y es lo que se volvió a reiterar con los acuerdos de Oslo (1991) bajo el auspicio de Clinton, creando un remedo títere de Israel. Esto fue apoyado por la dirección de Al Fatah (presionado por la burocracia rusa) que pasó a constituirse en una especie de policía palestina al servicio del dominio sionista. En este contexto, es que surgió Hamas, rechazando (en su inicio) el planteo de “dos Estados” y reivindicando la bandera histórica de una Palestina única.
El planteo de los “dos Estados” implica, en definitiva, la negación de los derechos nacionales palestinos y por lo tanto es reaccionario y proimperialista, como se evidencia a la luz de la experiencia de las últimas décadas con la “Autoridad Palestina”, transformada en quinta columna dentro del pueblo palestino.
Quienes pretenden justificar estos planteos en nombre de encontrar un “puente”, una “convergencia” con los trabajadores y las masas judías omiten el hecho de que el colectivo israelí es una población de colonos. El punto de partida para una solución de este choque es el reconocimiento de esta opresión de carácter colonial, lo que supone y plantea el derecho al retorno de los palestinos a su territorio del que fueron expulsados, incompatible con el Estado sionista. Para ser considerada como un factor activo en el proceso revolucionario de Medio Oriente, los trabajadores israelíes debieran romper con el sionismo y bregar por el triunfo de la resistencia palestina y la destrucción del Estado colonialista de Israel. Apoyar la constitución de una Palestina única, laica y socialista, parte de la lucha por una Federación Socialista de los pueblos de Medio Oriente, en el marco de una nueva reconfiguración social y política de la región es la única salida progresiva posible al desastre provocado por la instalación del enclave imperialista-sionista.
En la emergencia, promovemos en todo el mundo el frente unido para que se retire el ejército sionista de Gaza, hacer retroceder la colonización –crecientemente violenta de Cisjordania y Jerusalén-, obligar al cese de la agresión sionista contra el Líbano y demás movimientos de lucha del Medio Oriente (Yemen, etc.). Fuera las tropas sionistas. Cese de los bombardeos al pueblo palestino y libanés. Libertad a todos los presos palestinos rehenes del sionismo. Impulsar la movilización internacional contra el envío de armas al Estado sionista. Convocando a los pueblos de Medio Oriente a pasar por encima de sus burguesías proimperialistas y de conciliación con el sionismo, en apoyo a la guerra nacional antiimperialista que libran los palestinos. La campaña de persecución contra los internacionalistas que denuncian el genocidio, como la diputada Vanina Biasi del PO-FITU en Argentina, es parte del intento del sionismo de frenar su desprestigio y de limitar el desarrollo del movimiento de masas contra el genocidio.
En Argentina, denunciamos el alineamiento de Milei con el imperialismo, con Netanyahu, y con Zelensky. Un gobierno que ha hecho de su eslogan “no hay plata” ha comprometido el envío de buques a Medio Oriente a auxiliar la masacre palestina. El sionismo se ha vuelto el modelo a seguir para toda la ultraderecha internacional, incluidos neonazis y antisemitas, que fantasean con usar sus métodos contra los trabajadores y sectores oprimidos en sus países. Denunciamos también el pasaje casi completo del peronismo al apoyo al sionismo, que trabaja para bloquear el desarrollo de un verdadero movimiento de masas contra el genocidio en Argentina.
Venezuela y la subordinación a la propaganda “democrática” imperialista
La crisis en torno a las elecciones venezolanas ha impactado en América Latina y el mundo.
Una parte de la izquierda, incluida una parte que se reclama trotskista, se ha colocado a favor del reconocimiento de la oposición derechista al régimen de Maduro, sostenida por el imperialismo mundial.
Estas corrientes han salido a respaldar las movilizaciones impulsadas por la derechista Corina Machado, que en el pasado no solo ha impulsado intentos golpistas sino que ha reclamado la invasión norteamericana de Venezuela. Pero estas movilizaciones levantan como programa excluyente la caída de Maduro y el reconocimiento del triunfo de González Urrutia. Para esta izquierda la democracia electoral es una bandera a defender de carácter universal, incluso en apoyo a los candidatos del imperialismo norteamericano. Es evidente que respetar el derecho de un pueblo a manifestarse y repudiar la represión estatal o paraestatal nada tiene que ver con apoyar o ser solidarios con esas movilizaciones.
Con el reclamo unilateral de la publicidad de las actas, la izquierda se suma al circo “democrático” con el que la centroizquierda latinoamericana tributa al imperialismo. Asistimos a una tendencia muy marcada de la izquierda a quedar entrampada en la lógica “dictadura versus democracia”, que interesadamente instalan el imperialismo y la derecha, abstrayéndose de los intereses que efectivamente se encuentran en pugna y del carácter fraudulento de todo el proceso electoral. La oposición “democrática” de Venezuela ha recurrido a intentos de golpe y llamados a la intervención extranjera; defienden las sanciones económicas que el Departamento de Estado aplicó a Venezuela y hasta el robo de las reservas de oro realizadas por el Reino Unido. Va de suyo que esas medidas constituyen una agresión contra su propio país, condicionan el proceso político, económico y social creando un escenario opuesto a las elecciones democráticas.
En este contexto, es necesario defender la independencia de clase de los trabajadores, rechazando alinearse con el régimen autoritario de Maduro y tampoco con la oposición derechista subordinada al imperialismo.
Crisis capitalista y lucha de clases
La agudización de la crisis capitalista ha roto los equilibrios existentes, arrastrando también a la crisis y el retroceso de los partidos tradicionales de la burguesía y pequeño burguesía, incluidos los oportunistas de la centroizquierda. La envergadura de los “ajustes” contra las masas trabajadoras, ejecutadas por los partidos “democráticos” de la burguesía, ha planteado la emergencia del surgimiento y reforzamiento de sectores derechistas y aún de los que se reclaman fascistas. El frente popular lulista abrió el camino a Bolsonaro en Brasil. El kirchnerismo que llevó adelante los planes del FMI contra el pueblo trabajador es el que potenció el surgimiento de Milei. Lo mismo está sucediendo con Le Pen en Francia, el AfD en Alemania o los “Fratelli” que llegaron con Giorgia Meloni al gobierno en Italia montados en la descomposición de los partidos “democráticos” de la centroizquierda. Esta ultraderecha, sin embargo, no ha encarado –como hizo el fascismo en el siglo pasado- la destrucción de las organizaciones obreras, ni la anulación de los regímenes parlamentarios. La burguesía no renuncia, todavía, a la utilización de las burocracias sindicales y las corrientes oportunistas que han regimentado el accionar obrero en como subsidiaria del Estado burgués. Bolsonaro, no marchó a la destrucción de la CUT dirigida por la burocracia, contenedora de la irrupción y centralización de las luchas obreras.
Estas derechas se caracterizan por desarrollar planteos xenófobos y racistas contra los inmigrantes y minorías nacionales, para fomentar la división de las filas obreras. Y, por fortalecer el aparato represivo (y la represión) contra las manifestaciones independientes de lucha de las masas.
Tampoco han logrado por el momento consolidar estos regímenes. Trump y Bolsonaro perdieron luego de un primer término, aunque siguen jugando fuerte en la disputa política y por las masas. La inestabilidad política ha valido también para desplazamientos hacia la izquierda del régimen político, del laborismo en Gran Bretaña, a Mélenchon en Francia, pasando por ascensos izquierdistas en Perú, Sri Lanka o la consolidación de Morena en México.
Estos avances ultraderechistas han vuelto a reflotar la propaganda en favor de frentes populares de colaboración de clases, bajo la forma de “frentes democráticos contra el fascismo”. Tanto Lula como Biden llamaron a la conformación de un “Frente Mundial contra el Fascismo”.
No se nos puede escapar que un parte de la izquierda mundial ha terminado sucumbiendo a esta presión, integrando el frente popular liderado por Melenchon o manteniéndose en las filas del Partido Demócrata, alineándose detrás de la candidatura de Kamala Harris, o en el campo “popular” regenteado por Lula. El Frente Popular de Mélenchon mostró especialmente el carácter inútil de alinearse con la burguesía “democrática” contra la ultraderecha, así como el carácter cobarde de la izquierda reformista. Constituyeron un confuso “frente republicano” con Macron, desistiendo de presentar candidatos del Frente Popular a favor de la derecha tradicional. Macron luego constituyó un gobierno con el apoyo de Le Pen contra el Frente Popular, mostrando que el pánico democrático de la burguesía es solo una extorsión contra la clase obrera y la izquierda.
En este contexto, la lucha por la independencia política de los trabajadores y por el frente único de lucha contra el fascismo y los gobiernos capitalistas del hambre, la guerra y la represión se coloca en primer plano.
El agotamiento y crisis capitalista da lugar no solo a las guerras y el crecimiento de la derecha, sino también a que se exprese la resistencia de las masas trabajadoras y explotadas a través de rebeliones y revoluciones.
Hemos tenido un proceso de crecimiento de las tendencias a la organización sindical, de huelgas y revueltas en los Estados Unidos; de grandes huelgas en Gran Bretaña (el año pasado llegó a plantearse la posibilidad de una huelga general, fenómeno que no se daba desde hacía un siglo) y en Alemania; de la ola de huelgas y manifestaciones políticas de masas, en 2023, en Francia, contra la reforma previsional antiobrera; de la ola de levantamientos en Latinoamérica (Bolivia, Perú, Chile, Ecuador, Colombia); la “primavera árabe”; el levantamiento en Sri Lanka; los estallidos populares en África.
En este contexto lo que está en discusión es si la izquierda va a quedar confinada a actuar de furgón de cola de las variantes capitalistas y adaptada al régimen existente o si se erige en un canal de organización y lucha de los explotados de modo tal que irrumpan en la crisis y convulsiones ya se vienen desarrollando y se transformen en alternativa de poder. En definitiva, se trata de crecer sobre la base de un programa de independencia de clase, socialista, de lucha estratégica por gobiernos de trabajadores y no de arribismo e integración en la institucionalización burguesa “democrática”.
Y esto nos vuelve a la discusión del tipo de organización a poner en pie, la cual no puede abstraerse de los objetivos estratégicos que se persigan.
Si hay un punto en que se han destacado tanto Lenin, como Trotsky, es en la necesidad ineludible de luchar por la construcción de partidos obreros, y de combate. Partidos organizados sobre bases militantes, bajo los principios del “centralismo democrático”: partidos que intervienen en la lucha de clases en forma centralizada y disciplinada, que preparan cuadros para aspirar a jugar un papel dirigente en la lucha de clases y en un proceso revolucionario de toma del poder. Esta concepción granítica del leninismo/trotskismo fue abandonada por el SU (y diversos agrupamientos que se reclaman trotskistas) reemplazada por la concepción movimientista de “partidos amplios” o “partidos de tendencias” o de organizaciones con fronteras de clase difusas
Los “partidos amplios” permiten albergar en su seno a diferentes sectores, con diferentes plataformas, que se unen en oportunidad de las campañas electorales. No se organizan para intervenir unitariamente en la lucha de clases.
Sobre esta base, el SU disolvió a su sección francesa, la LCR (Liga Comunista Revolucionaria), para abrir las puertas a la constitución de un nuevo partido, el NPA (Nuevo Partido Anticapitalista). Su disolución del programa marxista y su adaptación democratizante al régimen parlamentario concluyeron en una profunda frustración, la pérdida de miles de militantes y la incorporación del viejo aparato del SU al Frente Popular de Mélenchon, luego de romper con la izquierda de su partido. Se presentaban como una “nueva izquierda”, de carácter “democrático”, y terminaron, como conclusión lógica de su programa, promoviendo la colaboración de clases con los viejos aparatos reformistas.
Los partidos “amplios” han mostrado sin duda alguna, su carácter de callejón sin salida. Necesitamos partidos de combate de la clase obrera, una internacional obrera revolucionaria y una actividad decidida en la lucha política y de clases para poder aprovechar las crisis políticas para una salida obrera.
Como se plantea la lucha contra la ofensiva reaccionaria del gobierno de Milei
En la Argentina se refractan en gran medida, las tendencias internacionales analizadas más arriba. Estamos frente a un gobierno minoritario (no tiene mayoría parlamentaria propia en el parlamento, ni gobernadores o intendentes) que saca su fortaleza por el apoyo del conjunto de las fuerzas burguesas nacionales e imperialistas a una feroz política de ataque a las conquistas históricas del pueblo trabajador. Y al trabajo de atomización de la resistencia obrera y popular que realizan la burocracia de la CGT, de las organizaciones de masas (UCR) del estudiantado y de las organizaciones sociales alineadas con el kirchnerismo.
La experiencia de 10 meses con el gobierno antiobrero y reaccionario de Milei ha llevado al crecimiento de la bronca popular contra este y al desarrollo de crecientes tendencias de lucha. Es necesario, para la izquierda, encabezar la organización y movilización de la bronca, planteando echar al gobierno de Milei con la lucha del pueblo trabajador, de los estudiantes, de los empleados estatales, de los obreros que están siendo despedidos y avasalladas sus conquistas históricas (derecho de indemnización por despido, etc.), de los desocupados y precarizados organizados con los piqueteros, de los artistas que ven cerrar sus posibilidades de intervención, de los jubilados amenazados de un genocidio, etc.
¡Fuera Milei! Organicemos la huelga general para echarlo y defender el salario y las condiciones de vida del pueblo en la perspectiva de un gobierno de trabajadores. Esperar un año, a las elecciones de fines de octubre del 2025, es darle un hándicap importante para que lleve a un aplastamiento histórico y desmoralización de la lucha de las masas.
Hay corrientes que plantean la necesidad de librar una campaña cultural y programática contra el liberalismo de Milei y a favor de una alternativa por un “futuro comunista”. Los debates programáticos deben ser realizados siempre, sistemáticamente, es parte de la lucha ideológica contra la burguesía. Pero esto debe estar determinado por la acción directa y a la intervención en el escenario de la lucha de clases que hoy se está desenvolviendo. De lo contrario no es más que una salida electoral para el 2025, similar al planteamiento kirchnerista de intento de evitar una confrontación de las masas con el gobierno y colocar la “batalla” en el terreno electoral dentro de un año. Históricamente, los crecimientos electorales han venido de la mano del crecimiento del protagonismo de la izquierda en la lucha de las masas y en su capacidad para llevarlos al triunfo.
El FIT-U se ha constituido como un frente que agrupa a cuatro corrientes que se reclaman del trotskismo hace más de una década sobre la base de los postulados de la independencia de clase y el gobierno de los trabajadores. Esto lo diferenció de otros frentes de izquierda democratizantes (FREPU, Izquierda Unida) que integró el morenismo en el pasado con el PC estalinista y sectores del peronismo.
Un frente de independencia de clase, con un claro programa que plantea la lucha por el gobierno de los trabajadores, supone un campo objetivo de delimitación con el nacionalismo burgués. Gran diferencia con las versiones frentistas llevadas adelante por el morenismo, que históricamente se ha caracterizado por su adaptación al peronismo.
Hecha esta consideración, no se nos pueden escapar los límites del FIT que se constituyó como un frente para afrontar un proceso electoral y, escasamente, logró superar esa frontera, en gran medida, por las tendencias internas que pugnaron por estrecharlo al terreno electoral, expresión de la tendencia a la adaptación política al nacionalismo, dándole incluso la espalda a procesos decisivos de la lucha de clases que enfrentaron al último gobierno de cuño nacionalista. El PO siempre pugnó por extender la acción del FIT en todos los terrenos de lucha de clases. Esto tropezó con un freno no solo afuera sino al propio interior del propio FIT.
En este plano, un aspecto que interpela a la izquierda argentina es la caracterización y la política que ésta debe asumir frente al movimiento piquetero. El enorme desarrollo que ha adquirido el movimiento piquetero y el lugar que ha conquistado en la escena política nacional son factores que no pueden ser soslayados. Si existe la pretensión de poner en pie una alternativa revolucionaria de los trabajadores, se debe no solo apoyar al movimiento piquetero sino ser un factor activo en su construcción. Sin embargo, el fenómeno que prevalece es que parte de la izquierda es que le ha dado la espalda a este enorme proceso de organización y de lucha del sector más explotado y precarizado de la clase obrera argentina. Se trata de una discriminación política antiobrera, ya que para quienes sostienen este punto de vista, “sociológicamente” los piqueteros no serían obreros, categoría que quedaría reservada a los obreros ocupados. Lenin y Trotsky, sin embargo, llamaban a especialmente a organizar a los sectores más explotados y, en primer lugar, a los desocupados, desahuciados por las burocracias políticas y sindicales para arremeter contra ellas y romper el divisionismo que intentan introducir las patronales en las filas obreras para torpedear sus luchas.
Se intenta exhibir por parte de organizaciones que componen el FIT-U al movimiento piquetero como un movimiento prebendario, tributario de la asistencia social del gobierno, omitiendo que todas las reivindicaciones obtenidas, incluido la comida y los propios planes sociales se han conseguido de la mano de la acción directa, a fuerza de protestas multitudinarias surcadas por piquetes, cortes y acampes. Las organizaciones piqueteras se han transformado en el semillero de miles de activistas que al calor de la lucha y experiencia recorrida han madurado políticamente y adquirido una firme conciencia de clase. Es por todo esto que el movimiento piquetero ha sido el blanco predilecto de los ataques y la persecución de la burguesía y es lo que explica la persecución actual que viene desarrollando el gobierno de Milei.
Otro aspecto al que se le debe prestar la atención es lo que ocurre en el movimiento sindical. La burocracia sindical peronista ha pegado un salto histórico en la entrega frente al gobierno de Milei, negociando las reglamentaciones de la reforma laboral y evitando por todos los medios una confrontación de la clase obrera con el gobierno. La penetración de las ideas de la izquierda en la base de todo el movimiento obrero se presenta como un desafío clave en la etapa, organizando a los trabajadores frente a la ofensiva del gobierno con la mira puesta en echar al gobierno anti obrero y a la burocracia sindical entreguista en cada sindicato. También, está planteado el desafío de forjar un polo clasista para potenciar las luchas y recuperar los sindicatos en manos de las direcciones burocráticas. Lo cual plantea el desarrollo de agrupaciones clasistas y frentes antiburocráticos con la clara orientación de la unidad entre trabajadores ocupados y desocupados. Se da la paradoja que quienes denostan al movimiento piquetero supuestamente en nombre de la “centralidad estratégica del movimiento obrero industrial”, sin embargo, se erigen también en una traba a la hora de poner en pie un movimiento obrero independiente.
Lo que está en la base de los escollos que señalamos al interior del FIT-U, como hemos desarrollado en este texto, delata una orientación democratizante, que privilegia en su accionar un objetivo. Su norte reside en la promoción de algunas figuras electorales, que son orientadas a “cuidarse” en sus intervenciones públicas para no “alejarse” de un posible electorado afín, evitando de esta manera una clara delimitación con el nacionalismo y un alejamiento de estas “figuras” de los principales eventos de la lucha de clases que puedan chocar eventualmente con el grado de conciencia de las masas. El Partido Obrero, por el contrario, forja su construcción y su destino, en cada lucha que abordan los explotados, enfrentando las persecuciones del Estado y promoviendo la intervención independiente de la clase obrera.
Tareas y desafíos
La construcción de partidos obreros revolucionarios forma parte y se inscribe en la lucha por poner en pie una internacional revolucionaria.
Para el PO esto pasa por la refundación de la IV Internacional, cuyo programa –que debe ser actualizado con el fenómeno de la restauración capitalista sobre los Estados donde fue expropiado el capital- responde a los problemas que plantea la crisis del capitalismo y la etapa abierta de guerras y revoluciones.
Pero la refundación de la Cuarta Internacional no puede ser un ultimátum, sino el resultado de una experiencia en común con todas las organizaciones y militantes que se pronuncien por el internacionalismo y la independencia de clase frente a los acontecimientos cruciales que sacuden al mundo. Un reagrupamiento internacional de alcance revolucionario solo puede abrirse paso si es capaz de pasar la prueba y las exigencias de la lucha de clases. Estos acontecimientos cruciales, empezando por la guerra imperialista, plantean una delimitación de campos entre la revolución y el oportunismo. A partir de lo señalado, planteamos las siguientes premisas en vistas a una lucha estratégica por la puesta en pie de una internacional revolucionaria:
Primero: el rechazo abierto a las guerras imperialistas, empezando por la de la OTAN y Rusia. Levantando el planteo de que el enemigo de los trabajadores está en la burguesía de cada país. Propugnar la confraternización de soldados y trabajadores y una lucha común para destituir a los gobiernos de la guerra capitalista y la explotación.
Segundo: la lucha estratégica por la revolución socialista, por la instauración de gobiernos de trabajadores, destruyendo al Estado burgués.
Tercero: el rechazo a los frentes populares y a los frentes de colaboración de clases. La lucha por la independencia política de la clase obrera y la constitución de partidos obreros, revolucionarios y militantes que intervienen activamente en la lucha de clases y pugnan por la conquista del poder.
Cuarto: el apoyo a los procesos revolucionarios y las luchas antiimperialistas de los países atrasados contra las burguesías imperialistas, en esos eventos la autonomía política de la clase obrera es clave. El punto de arranque innegociable hoy es el apoyo incondicional a la resistencia Palestina y del Líbano contra el Estado sionista.
Quinto: echar a las burocracias procapitalistas de los sindicatos y organizaciones de masas, para recuperar estos en defensa de los intereses de los trabajadores y como instrumentos de lucha por la revolución socialista.
El desafío de promover un reagrupamiento mundial, sobre una base internacionalista sigue presente, con más fuerza que nunca, de cara al escenario convulsivo que tenemos que enfrentar.
El III Evento Trotsky si contribuye al esclarecimiento de la vanguardia revolucionaria mundial acerca de los grandes debates que están planteados habrá sido un paso positivo.