¿Qué política debe tomar la izquierda frente a la victoria electoral de Trump y el gobierno de ofensiva que prepara en Estados Unidos?
El gobierno de la principal potencia mundial ha sido capturado por la ultraderecha. Este hecho es una muestra de la crisis histórica de la burguesía norteamericana y de la declinación de Estados Unidos como potencia dominante. La división, desesperación y el carácter beligerante de las expresiones de esta burguesía son expresión de la necesidad de recurrir a la fuerza y a la violencia para recuperar una dominación de décadas que se está escapando.
Más allá del carácter decadente de este síntoma político, la declinación histórica de EEUU no implica que carezca de potencia de fuego. Sigue siendo la principal potencia económica, política y militar. Se ha reforzado en el gobierno una fuerza chovinista, racista, partidaria de la represión y militarización de la sociedad, del oscurantismo religioso y con fuertes tendencias fascistizantes. El peligro es enorme para las masas trabajadoras de Estados Unidos. Pero también es un cambio de escenario internacional, que va a repercutir en todos los países. Está de más explicar que abundan émulos de Trump en los cinco continentes, y que la tendencia a la guerra y a choques muy duros en la lucha de clases abre una tendencia generalizada en la burguesía a buscar constituir gobiernos represivos y de ofensiva.
La victoria de Trump en las recientes elecciones era esperada por la mayoría de los comentaristas. Eran indicadores importantes del vuelco de una parte de la burguesía a ser protagonistas directos de su campaña, empezando por Elon Musk, el hombre más rico del mundo. Pero el trasfondo social de este triunfo está en el hastío y la bronca de amplios sectores de masas de trabajadores y explotados frente al creciente deterioro de sus salarios y condiciones de vida (a pesar de la propaganda oficial de la mejora de la “macroeconomía”) que desmoralizadas no fueron a votar por los demócratas o lo hicieron por las promesas recuperadoras de anteriores situaciones prometida por Trump.
Aunque la campaña de Harris lo opacó en recaudación, los sectores capitalistas que lo apoyaban ya no eran solo los industriales o pequeños productores agrarios arruinados de 2016 o 2020, sino una parte de los jefes de las tecnológicas de Sillicon Valley. Incluso varios que no lo apoyaron, se cuidaron de no pronunciarse por la candidata perdidosa Harris, como los dueños del New York Times y el Washington Post, que se abstuvieron de dar su habitual endorsment o apoyo electoral.
La ola Trump fue tan notoria que incluso sumó a parte de la burocracia sindical de la AFL-CIO, como Sean O’Brien, el presidente del sindicato de camioneros, Teamsters. O’Brien estuvo en la convención que proclamó a Trump como candidato reivindicando sus planteos de proteccionismo económico y de “traer de vuelta los trabajos” a EEUU. Se trataba sobre todo de mostrar la posibilidad de confluencia entre trabajadores sindicalizados y el Partido Republicano y de afinar la orientación reaccionaria de guerra comercial de Trump para un público obrero.
Pocos comentaristas esperaron, sin embargo, que la victoria fuera tan contundente. No solo no hubo un recuento controvertido, sino que Trump ganó en términos de voto popular, no solo en el colegio electoral. Trump venció en los 7 estados que se consideraban disputados, su preeminencia fue una tendencia general. Los republicanos ganaron la mayoría en ambas cámaras, aunque con un porcentaje más estrecho que en la presidencial. Este control se suma al de la Corte Suprema, que ya ocupó con partidarios suyos en su término anterior. Tiene como punto de arranque para su gobierno un control del Estado y de su partido mucho más completo, como base para poder poner en marcha la ofensiva que tiene largamente anunciada.
La victoria de Trump no tuvo, sin embargo, como eje una gran movilización polarizada de la población hacia la elección. Pudo mantenerse, aun con un retroceso, ya que Trump perdió 3 millones de votos con respecto a la elección de 2020. Sobre todo pudo sacarle el jugo al colapso político del apoyo al Partido Demócrata, que entre el triunfo de Biden y la derrota de Harris perdió 10 millones de electores.
Este desastre de los demócratas tiene un aspecto profundamente progresivo. Se ha desarrollado un movimiento de masas que marca el contenido genocida y militarista del aparato imperialista, responsable de muertes todos los días en Medio Oriente. Este movimiento por Palestina está enfrentado tanto a los republicanos como a los demócratas, pero hizo un esfuerzo especial en desmentir la hipocresía de la administración Biden-Harris que pretendía mantener el lugar de “mal menor” progresista en las elecciones. A pesar de que ha sido una etapa de crecimiento de la sindicalización, no se ha reforzado el aparato de la burocracia sindical, sino que este está en una enorme crisis política, que parte del descrédito del partido de la burguesía imperialista con el que están alineados el 99% de los dirigentes. La pérdida del salario real, incluso en los sectores sindicalizados, ha sido el factor más activo de esta ruptura.
Pasa algo similar con las comunidades latina y negra. En el pasado han llevado adelante luchas enormes, como el paro de inmigrantes del 1o de Mayo o el Black Lives Matter. Mientras su dirigencia se integró al Partido Demócrata y tuvo una política de desmovilización, ha perdido la capacidad de movilizar a su base electoralmente como lo venía haciendo. Y la ofensiva anunciada por Trump de redadas migratorias y reforzamiento policial va a replantear la necesidad de estos movimientos de lucha de manera inmediata.
Un movimiento de ultraderecha ha capturado el Estado, y prepara una ofensiva de fondo, mientras se han desplegado movimientos de lucha y de ruptura política de las masas con los partidos del Estado de dimensiones significativas. Este movimiento no tiene una dirección con orientación de clase. Los compañeros con planteos revolucionarios están desorganizados y fragmentados. De su capacidad para organizarse y plantear una línea política coherente y enérgica depende una parte importante de la evolución política en la etapa que se abre.
Crisis en la izquierda del Partido Demócrata
La izquierda del Partido Demócrata se adaptó profundamente a la administración Biden-Harris. Luego del desastre, intenta ahora diferenciarse, para contener una tendencia a romper con los demócratas.
El senador Bernie Sanders, que había servido como punto de referencia cuando disputó la candidatura presidencial fallidamente en 2016 y 2020, se sumó entusiastamente a la campaña de Biden primero y luego de Harris. Lo mismo Alexandria Ocasio Cortez, principal referente de la izquierda demócrata en la cámara de diputados. Participaron sin fisuras de la campaña de Biden, y luego de Kamala, sin críticas ni reservas, hasta el día mismo de la elección, yendo a los actos de la campaña oficial, planteando entusiasmo en que estaba peleado y se iba a ganar.
Luego de la derrota, Sanders emitió un documento diciendo que “no sorprende” que migren los votantes negros y latinos al voto a los republicanos, porque el Partido Demócrata abandonó a la clase obrera, “mientras la dirección demócrata defiende al status quo, el pueblo americano tiene rabia y quiere un cambio. Y tiene razón.” La carta sin embargo, se cuida mucho de no llamar a romper con el Partido Demócrata.
La revista Jacobin de Estados Unidos, vocera de la izquierda demócrata se adelantaba antes del día de la elección a que si Harris era derrotada, era porque a los trabajadores no los convencen los compromisos de los demócratas con los grandes capitalistas y sus discursos lavados. En otro artículo previo a la elección destacaron que los salarios decrecientes incidían en un bajo acompañamiento electoral para Kamala entre los trabajadores sindicalizados.
Luego de la elección, los editorialistas de Jacobin dijeron que el desastre es responsabilidad del carácter conservador de la elite demócrata, que desmantelaron cierta protección social que se había puesto en pie durante la pandemia y presidieron un proceso de empobrecimiento extremo. Critican que la campaña de Harris se negó a diferenciarse de Biden y de Israel y dicen que tendrían que haber emulado las campañas de Morena en México o el Frente Popular en Francia, más corridas a la izquierda. Piden más maquillaje, para mejor engañar al pueblo. No un cambio de orientación. Reivindican el comunicado de Sanders como una orientación diferente dentro del Partido Demócrata al de Harris que llevó a la derrota. Otro articulista pregunta si “los socialistas pueden seguir usando la boleta del partido demócrata como presentación a la política mainstream”, y se responde que solo si este corrige la orientación que ha alienado al voto obrero por el retroceso económico. Buscan recrear la orientación socialdemócrata y la relación con los figurones demócratas, no romper con ellos por el desastre que han generado.
Alexandria Ocasio-Córtez, a quienes los Demócratas Socialistas se negaron a apoyar en su reelección por sus votaciones en el congreso en apoyo al derecho a defenderse de Israel y sus actividades en común con organizaciones sionistas, ha tenido una actitud más reivindicativa del campo Biden-Harris, citando como principal razón de la derrota de Kamala, la “misoginia” de quienes no votaron a una candidata mujer. Hizo eje contra el “sectarismo” y la “búsqueda de pequeñas diferencias”. Es un llamado a cerrar filas con el Partido Demócrata, incluso contra las críticas internas de Sanders o Jacobin. Es evidencia de una cooptación extrema al aparato del Partido Demócrata. Otros diputados que organizaron junto a ella el “escuadrón” de diputados de izquierda, como Jamaal Bowman o Cori Bush, fueron limpiados por la dirección tradicional de los demócratas en las primarias.
Los Demócratas Socialistas de América no llamaron a votar a Kamala Harris, aunque tampoco apoyaron a otro candidato. Luego de la elección, la declaración de su dirección nacional del 8 de noviembre, muestra un verdadero salto en la crisis del sector. “Donald Trump fue elegido presidente porque el establishment del Partido Demócrata no logró presentar una alternativa creíble a la derecha. Durante décadas, se han inclinado ante multimillonarios, han librado guerras, han separado a millones de inmigrantes de sus familias y han demostrado una total falta de convicción para ofrecer una mejor calidad de vida a los trabajadores. En su campaña, Kamala Harris defendió el papel de su administración en el genocidio de Gaza y se acercó a los republicanos, abandonando a la comunidad árabe y musulmana y a la base progresista que ayudó a poner a los demócratas en el poder. Este es el resultado, y la clase trabajadora internacional está pagando el precio.”
El planteo central del documento es “Entendemos el trabajo que tenemos por delante: construir un nuevo partido para la clase trabajadora. Incorporar nuevas comunidades a la lucha de clases. Unirnos a los movimientos populares en torno a un conjunto común de demandas por todo lo que los trabajadores merecen. Encontrar puntos de presión contra la clase dominante, como organizar a nuestros compañeros de trabajo para que hagan huelga y paralizar las actividades habituales mediante la desobediencia civil. Hacer campaña para que los socialistas asuman cargos en todos los niveles de gobierno. Preparar un candidato presidencial de oposición de izquierda viable para 2028.” Sigue siendo una perspectiva oportunista, de ocupar cargos dentro de gobiernos burgueses a partir de crear una “izquierda viable”. Ni anuncia la ruptura inmediata con los demócratas ni que nunca más se presentarán por sus boletas. Sin embargo, con independencia de las futuras maniobras que pueda emprender la dirección de DSA, el tenor del documento muestra que entre los miles de jóvenes y trabajadores de múltiples tendencias que anidan en su interior, el clima es de hostilidad abierta con el Partido Demócrata.
Todo indica que en la organización, que ha llegado a reivindicar 90 mil miembros, entre ellos muchos que se reivindican socialistas y revolucionarios, se procesan importantes crisis y discusiones. El discurso que vienen manteniendo mayoritariamente que pretende reducir su convivencia con los demócratas a una táctica electoral, pero reivindicando su existencia como una organización socialista independiente, está completamente cuestionado.
La crisis entre el Partido Demócrata y la base de los trabajadores tiene un capítulo clave en el movimiento obrero. Vienen extendiéndose procesos de sindicalización y huelgas salariales (el más destacado fue el conflicto automotriz dirigido por la nueva conducción de UAW que encabeza Shawn Fain). Se han extendido también agrupaciones internas de base (“rank and file”) que se caracterizan por diferenciarse de las conducciones burocráticas, así como agrupamientos específicos de sectores del movimiento obrero que militan contra el genocidio en Palestina (“Labor for Palestine”, “Educators for Palestine”, etc.). Direcciones burocráticas más combativas como la de Fain en UAW hicieron equilibrio entre pronunciarse por un cese al fuego, junto a 7 gremios nacionales, con salir a respaldar a la candidatura pro-sionista de Kamala Harris.
En las elecciones, muchos trabajadores sindicalizados, o no votaron o lo hicieron por Trump. Hay que estar atento a cómo se procesan los próximos ataques, en los que Trump ha dicho que va a enfrentar los derechos sindicales con la fuerza del Estado, mientras la burocracia demócrata ha quedado desautorizada frente a sus bases por la debacle de su partido.
Palestina: una línea de demarcación
Esos 10 millones que no fueron a votar a los demócratas, no fueron hacia Trump, que también cayó en su votación. Tampoco fueron masivamente hacia las candidaturas independientes, que tuvieron resultados marginales, como Jill Stein del Partido Verde con el 0,5% o Claudia de la Cruz del Partido Socialismo y Liberación con el 0,1%.
Ha habido varias iniciativas de partidos obreros o laboristas que se agruparon y compitieron a escala local. En Nebraska, Dan Osborn, un líder sindical que condujo una huelga en la planta de Kellogg’s en 2021 se presentó al senado provincial con un Partido Laborista y casi le gana al Partido Republicano la banca.
El movimiento de masas contra el genocidio en Palestina ha sido un profundo revulsivo. A diferencia de movimientos muy profundos de lucha que han sido reabsorbidos al sistema por el partido demócrata como mal menor, el punto de partida de este movimiento ha sido la condena del rol de los “progres” en el genocidio.
La gran virtud del PSL fue poder vincular su candidatura al movimiento por Palestina, con la consigna “ningún voto por el genocidio”, en una campaña militante que ganó a parte del activismo pro-palestino a una campaña política, con movilizaciones de centenares en varias ciudades, aprovechando las elecciones para denunciar el carácter de ambas candidaturas imperialistas. Es cierto que el “movimiento socialista” que propone el PSL no tiene un carácter obrero, sino que es un planteo vinculado a darle un contenido “antiimperialista” a las burguesías y burocracias que choquen con EEUU, de los BRICS, a Irán, Cuba o Venezuela. También es cierto que su presencia en los sindicatos no tiene un carácter de movimiento antiburocrático sino de convivencia con la burocracia sindical vinculada al Partido Demócrata. Pero es notorio que al haberse jugado fuertemente a intervenir en el movimiento por Palestina denunciando a los demócratas, en vez de disimulando su choque con ellos, esta organización ha crecido mucho, siendo la fuerza más destacada del movimiento antiguerra y habiendo tenido algún nivel de actividad electoral en 45 de los 50 estados.
Las campañas de Stein y de la Cruz se han unido para lanzar un llamado a la movilización nacional a Washington DC para el 20 de enero, el propio día de asunción de Trump. Empezar su mandato con una movilización de frente único, que combina el rechazo a la guerra imperialista y el genocidio con reclamos populares parece un gran acierto, que puede ser tomado en sus manos por fuerzas genuinamente proletarias e internacionalistas. Es un gran acierto también para medir el compromiso de la lucha de todos los que pretendan oponerse por izquierda a Trump en un terreno concreto. Y es un acto político que marca un hito, como el que hizo el Partido Obrero y sectores de la izquierda política, sindical y piquetera el 20 de diciembre del 2023 al marchar hacia la casa de gobierno en la primera semana del gobierno Milei para repudiar las amenazas del poder, anunciando que van a desarrollar una alternativa política independiente, basada en la acción directa y la lucha de clases.
Aunque el movimiento masivo de estudiantes, comunidad árabe y palestina, y judíos antisionistas no ha mantenido el mismo nivel de masividad, ha sido un proceso de radicalización que ha abierto una nueva perspectiva. Sin crítica al imperialismo y comprensión del rol de Estado-cárcel que EEUU lleva adelante sobre el mundo y sus diversas poblaciones, no hay posibilidad de construir una alternativa revolucionaria allí.
Trump 2.0
Es evidente que este nuevo periodo de Trump no es una repetición del anterior. Ya en su momento se vivieron situaciones cercanas a la guerra civil, tanto la rebelión luego del asesinato de George Floyd y el intento de Trump de suprimirla con las fuerzas represivas (y hubiese querido usar el ejercito, pero el Pentágono lo bloqueó), así como el golpe fallido con la ocupación del capitolio el 6 de enero de 2021.
Así como Milei es una vuelta radicalizada del gobierno de Macri en Argentina, el segundo Trump es una versión más destilada de su primer gobierno. Parte de un mayor control del Partido Republicano, y del aparato del Estado. Ha decidido prescindir de los políticos de carrera vinculados a Bush, Reagan y Cheney, todos los cuales le dieron la espalda. Está promoviendo un grupo de fanáticos sin experiencia política alguna a los principales cargos del Estado, con el factor común de ser outsiders que le deben su presencia a él. Todos replican los planteos de Trump de acuerdos separados con Putin para concentrar los choques contra China, de hostilidad con la Unión Europea, así como un pro-sionismo violento. Varios son veteranos del ejército o la guardia nacional. Va a un gabinete puro de su movimiento fascistoide MAGA.
Mike Pompeo, que estuvo al frente de la CIA y el Pentágono en el periodo anterior de Trump, fue excluido por tibio y tradicional. Tampoco Nikki Haley, su antigua enviada a la ONU que lo criticó y lo enfrentó en las primarias. Entre los incondicionales que ha escogido Trump está Tulsi Gabbard, que sorprendió en una función de coordinación de inteligencia, siendo una ex-precandidata presidencial demócrata que tiene líneas de diálogo y elogios frecuentes para Putin y Al-Assad de Siria. Pete Hegseth, elegido para estar al frente de la secretaría de defensa, es un veterano sin experiencia de mando que ha sido conductor de Fox News y tiene tatuajes neonazis. Hesgeth dice que el Pentágono está controlado por la ideología “woke” identitaria y de género, e identifica ahí el declive geopolítico de EEUU. Matt Gaetz, un diputado de derecha extrema con acusaciones de tráfico sexual, quedó a cargo del departamento de justicia.
Elon Musk ayudará a dirigir un nuevo organismo, denominado Departamento de Eficiencia Gubernamental, con el objetivo de “desmantelar la burocracia gubernamental”. Su influencia va mucho más lejos, y participa en la selección del gabinete y entrevistas con presidentes extranjeros. El conspiranoico anti-vacunas y ex-candidato independiente a la presidencia, Robert Kennedy Jr. fue premiado por retirar su candidatura a favor de Trump con el cargo máximo del sistema sanitario. Marco Rubio, el gusano confirmado como cabeza del departamento de Estado, es un anticomunista obsesivo.
Mientras se discuten los preparativos para la toma del poder, el anuncio de campaña de Trump de organizar deportaciones masivas de inmigrantes e incluso campos de detención ha sido confirmado por su equipo de transición. Esto promete ser un punto verdaderamente explosivo, en un país donde habitan millones de extranjeros e incluso sectores muy significativos de la economía dependen de su trabajo para funcionar. El municipio de Los Angeles, la cámara de comercio de San Diego y los granjeros de California, por caso, han pedido que se conceda la posibilidad de que sus trabajadores indocumentados continúen desempeñándose, para evitar un desastre económico.
El famoso proyecto 2025, de despidos masivos en el estado para reemplazar por personal adoctrinado por la ultraderecha, parte de la camarilla misma del círculo de Trump y el gabinete que están conformando.
Frente único y alternativa política
Trump es un peligro severo, y su gobierno represivo y personalista puede amenazar con tratar de instaurar un régimen fascista, sobre todo en la medida que avance un cuadro de guerra mundial. Para lo cual deberá, previamente, derrotar los movimientos de lucha y oposición existentes. EEUU solo puede proponerse abrirse paso en una guerra general pudiendo destrabar la movilización militar de una parte mucho mayor de la población, posibilidad que en Estados Unidos quedó descartada luego de su derrota en la guerra de Vietnam.
La forma de enfrentarlo no es el frente con los mismos demócratas que han llevado a un deterioro social y económico, así como una masacre internacional, que ha quebrado cualquier posibilidad de que se presenten a sí mismos como “el mal menor”.
Lo que se necesita es extender la organización de la clase obrera y los oprimidos, la mutua defensa frente a la represión o cualquier ataque de bandas derechistas, la movilización conjunta, las medidas de lucha de acción directa y de huelga. El frente único obrero es la manera de actuar frente a cada amenaza, deportación o intervención de un sindicato. Esto no funciona solo, si no que debe ser organizado y promovido. El propagandismo y la autoconstrucción no son métodos que puedan aportar al combate que se avecina.
El debate estratégico del momento es el de cómo se organiza una alternativa política de los trabajadores. La izquierda revolucionaria es marginal y fragmentaria. La alternativa política no podrá surgir probablemente de la evolución de ninguno de estos núcleos existentes tomado individualmente. Pero hay miles de luchadores que se reivindican socialistas e incluso comunistas. Hay organizaciones importantes que dicen promover la construcción de “un partido de la clase obrera” o “un movimiento socialista”. Estos son fines muy positivos, que deben ser tomados con toda seriedad, y como una tarea inmediata, que no puede ser relegada a un futuro remoto. Un partido de la clase obrera no es un aparato electoral, ni un rejunte de individuos y tendencias sin disciplina común. Un partido de la clase obrera parte de una intervención unificada en la lucha de clases, movilizando todos sus recursos y militantes en las peleas estratégicas del momento. Un movimiento socialista debe partir de defender la independencia política de la clase obrera y luchar por recuperar a los sindicatos como herramientas para la lucha de clases, sobre la base de expulsar a la burocracia sindical.
La oposición al rol imperialista de EEUU en el extranjero, así como la defensa de todos los derechos democráticos de los grupos raciales y de género oprimidos y de los trabajadores, puertas adentro, son la condición elemental para estructurar una organización revolucionaria. Desde el Partido Obrero aportamos nuestra comprensión de la vigencia de Lenin y Trotsky en este periodo de crisis capitalistas, guerras, y revoluciones como una base programática para abrir el debate del programa y la práctica necesaria para formar esa alternativa política de la clase obrera.