Durante el stalinismo la relación existente entre dirección y oposición partidaria se caracterizó por la persecución, el aislamiento, la expulsión y el asesinato de centenares de miles de militantes opositores. A partir de 1922, año en que la burocracia en manos de la troika (Stalin, Zinoviev y Kamenev) va tomando el control del Partido, poco a poco empiezan a generalizarse métodos ajenos a la historia bolchevique. En el XII congreso del partido, en 1923, se generalizó el señalamiento y traslado de numerosos dirigentes que denunciaban la burocratización y el rol que Stalin jugaba dentro de la organización. El aparato comenzó a dominar cada rincón del partido, minando la democracia interna.
Con Lenin enfermo, la burocracia usurpó el puesto de mando, y tras su muerte impulsó un relato en el que la troika era la continuación de la política sostenida por Lenin. Para poder hacerlo, la burocracia se encargó de guardar bajo siete llaves el Testamento de Lenin (donde éste criticaba fuertemente a Stalin), al mismo tiempo que Trotsky y los opositores comenzaron a ser calumniados y desplazados. En nombre del “leninismo”, la burocracia se encargó de profundizar las persecuciones y expulsiones de las disidencias. Algunos años después, los restantes miembros de la troika sufrirán los mismos métodos que ellos impulsaron contra Trotsky y compañía, imponiéndose Stalin en el dominio del partido en términos absolutos. Las expulsiones se transformarán en juicios amañados y en éstos se definirán incluso penas de muerte para todos: sean opositores reales, potenciales o imaginados en el cuadro paranoico de Stalin.
Ahora bien, ¿por qué hablar de la posterior persecución stalinista, cuando vamos a analizar las oposiciones dentro del partido entre 1917 y 1921, período en que la política bolchevique, en una buena medida, estaba definida por el liderazgo de Lenin y Trotsky?
La razón de esta introducción surge de polemizar con aquellas interpretaciones que buscan establecer un hilo de continuidad entre la política de la burocracia stalinista y la de Lenin al frente del partido. La burguesía y sus propagandistas adoptaron como propio el relato de la burocracia stalinista, a ambos les convenía presentar a Stalin como la continuidad del fallecido líder de la revolución de octubre. Así, el problema no sería el régimen stalinista sino la revolución misma. Del mismo modo, el problema no sería la dirección burocrática, sino el partido mismo que tendría en su esencia un funcionamiento burocrático.
Sin dudas, la contrarrevolucionaria experiencia stalinista trajo consigo una fuerte desmoralización entre los socialistas y la izquierda mundial. Lo que tiempo atrás Trotsky había denominado “retroceso” o “capitulación ideológica”. Las rupturas con el stalinismo que no derivaron en una consecuente lucha por dar continuidad a la construcción de un partido revolucionario, sumadas a las permanentes campañas de la burguesía en favor de la preeminencia capitalista, conformaron la idea de que el partido de combate, el partido ideado por Lenin y defendido por Trotsky, caducó frente a las tareas de la actualidad. En un sentido parecido, otros interpretaron que el partido de Lenin, con su disciplina y profesionalismo, guardaba validez sólo para un régimen represivo y asfixiante como el zarismo, rechazando el contenido histórico (de época) que tiene el partido leninista.
Así, para afirmar que Stalin no hizo más que profundizar una orientación partidaria defendida ya por Lenin, suele describirse al trato dado por éste último hacia los opositores como idéntico o bajo pilares similares a los que luego caracterizaron al stalinismo. ¿Fue esto así? ¿Cómo se manifestaron las oposiciones entre 1917 y 1921? ¿Cuál fue el contenido y el alcance del X congreso y la prohibición del fraccionalismo? ¿Cómo se posicionó Trotsky a lo largo de esta etapa?
Brest Litovsk y los “Comunistas de Izquierda”
Para abarcar este período de cuatro años desde que se inicia la experiencia de poder soviético hasta el X congreso en 1921, debemos describir las tres grandes oposiciones que se desarrollaron en el seno del partido bolchevique, luego de la toma del poder. La primera de las oposiciones a considerar se desarrolló en el marco de la famosa crisis acontecida por el tratado de paz de Brest- Litovsk. El alcance de la crisis fue tal que, a tan sólo semanas de la insurrección de octubre, estuvo a punto de gestarse una escisión en el partido.
Una de las principales consignas que motorizaron la revolución fue la “paz”, por lo que poner fin a la guerra imperialista iniciada en agosto de 1914 resultaba decisivo para el pueblo ruso y su revolución. Las negociaciones de los bolcheviques con Alemania se iniciaron en noviembre de 1917, ofertando el general Hoffman un acuerdo que incluía la continuidad de la ocupación militar alemana de los territorios de Polonia, Lituania, la actual Bielorrusia y la mitad de Letonia. En el Comité Central del partido bolchevique la votación fue dividida. Mientras Lenin entendía que este acuerdo debía ser aceptado, Bujarin encabeza una oposición que lo rechaza: en nombre de la “guerra revolucionaria” no se debían sostener acuerdos con el imperialismo ni aceptar anexiones. Sin embargo, ninguna de las dos posiciones se termina votando en el CC en esta primera discusión, ya que se impone el lineamiento de Trotsky: declarar el fin de la guerra, pero sin firmar la paz con anexiones. El propósito era acelerar la maduración del estallido de la revolución –que se consideraba inminente- en Alemania, no dándole un triunfo político-militar al káiser.
Inmediatamente, el ejército alemán inicia una nueva ofensiva contra las tropas rusas, dejando en claro que no habrá paz sin anexiones. Lenin llama a la dirección a iniciar nuevamente las negociaciones con Alemania, lo que no prospera en una votación del CC en la que es nuevamente derrotado por un voto. Se impone la moción de “esperar” defendida por Trotsky con apoyo de Bujarin. La espera votada no detiene sino más bien alimenta la avanzada alemana, que se desarrolla a paso firme en los territorios ucranianos. Ante este cuadro, finalmente, en acuerdo con Trotsky, Lenin logra imponer una nueva propuesta de solicitar un nuevo armisticio y aceptar las condiciones iníciales impuestas por el Estado Mayor alemán. El 23 de febrero de 1918 ambos países se reúnen nuevamente, aunque las condiciones a conciliar ya no son las mismas: son peores. Alemania suma a sus pretensiones iníciales, la necesidad de adquirir territorios ucranianos, estonios y la región de Livonia. La propuesta nuevamente es discutida en el CC, ahora las mociones son dos: aceptar o rechazar (e impulsar la “guerra revolucionaria” de Bujarin). Trotsky nuevamente se alinea con Lenin y se aprueba sellar un acuerdo con Alemania, más allá de que resulte desfavorable y represente la pérdida de importantes territorios anexionados por el imperialismo alemán. La moción es trasladada al soviet, donde los bolcheviques la defienden frente al resto de los mencheviques y socialistas revolucionarios. El 3 de mayo de 1918 en Brest Litovsk se firma finalmente el acuerdo.
Quienes se oponían a establecer este acuerdo, en cualquiera de los términos que presentaron los alemanes, conformaron una oposición ultraizquierdista, conocida como “Comunistas de Izquierda”, adoptando este nombre a partir del periódico Kommunist que se publicó por primera vez en marzo de 1918 en Petrogrado. No sólo estaba Bujarin como dirigente destacado, sino que también estuvieron al frente de este grupo de oposición Piatakov, Smirnov, Bubnov, Radek y Uritsky. La crisis con la dirección mayoritaria y contra la decisión de firmar el tratado de paz llegó a niveles impensados, a tan sólo meses de la insurrección de octubre. A tal punto que el Buró de Moscú desconoció la autoridad del CC hasta que se impulse un nuevo congreso y se elija una nueva dirección. A las diferencias sobre el asunto de la paz se sumaban las diferencias sobre cómo abordar el problema de la industria. La parálisis económica llevaba al partido a dosificar la administración bajo control obrero de las fábricas, política que sería denunciada por los “comunistas de izquierda” como un inadmisible retroceso para la revolución proletaria.
A lo largo de esta crisis, Trotsky cumplió un papel fundamental. Por un lado se encargó de garantizar la libertad de crítica del agrupamiento de Bujarin, mientras que por otro lado se esforzó por evitar que la crisis se desbande públicamente, evitando así que se creen condiciones para una escisión partidaria. El miedo a que este sector termine separándose del partido tenía bases sólidas, ya que estos dirigentes renunciaron a sus responsabilidades de dirección hasta el momento en que se hiciera el VII congreso. Los eseristas de izquierda olieron la crisis en el partido bolchevique (denominado “comunista” desde el citado congreso) y trataron de acercarse a los “comunistas de izquierda”, acordando posiciones sobre el rechazo al tratado Brest-Litovsk. Fue finalmente la seguidilla de atentados impulsados por los mismos socialistas revolucionarios, junto con el inicio de la guerra civil, lo que terminó por realinear al grupo de Bujarin nuevamente dentro del partido, cerrando filas en la defensa de la dictadura proletaria contra las agresiones extranjeras, contra las fuerzas zaristas y sus colaboradores: los boicoteadores y conspiradores “de izquierda”.
Las oposiciones durante la guerra civil
El levantamiento de la “Legión Checoslovaca” en mayo de 1918 dio inicio a la guerra civil rusa. Fuerzas leales al zarismo, en conjunto con tropas imperialistas del bando aliado, buscaban terminar con el poder soviético, intentando emular el destino que le depararon de conjunto las fuerzas burguesas y absolutistas europeas a la Comuna de París en 1871. El Ejército Blanco bajo el mando de Kolchak registró en el año 1919 decisivos triunfos militares que lo ubicaron a tan sólo quince kilómetros de Petrogrado. Los obreros resistieron como pudieron hasta octubre de 1919, momento en que el Ejército Rojo comandado por Trotsky consiguió derrotar la ofensiva de la reacción. Tras meses de combate, la situación fue controlada en un contexto económico muy delicado, aplicando las necesarias políticas de “comunismo de guerra” que permitían sostener el frente de batalla, creando al mismo tiempo cierto malestar en las masas campesinas, disconformes por la requisa estatal de granos. En marzo de 1920, la seguidilla de victorias del Ejército Rojo se detuvo en Varsovia, donde las tropas al mando de Trotsky fueron derrotadas por las fuerzas polacas.
Durante estos años de guerra civil, lógicamente, la necesidad de centralizar las decisiones se impuso sobre la posibilidad de entablar extendidos debates políticos. Esto vale tanto para el partido como para los órganos de poder soviéticos. Del mismo modo, el contenido multipartidario que tenían los soviets en sus inicios desapareció a mediados de 1918. Las fuerzas no bolcheviques que integraban los soviets ya no sólo llaman a boicotear su poder en nombre de la Asamblea Constituyente, siendo los mencheviques abanderados en este reclamo, sino que los eseristas impulsaron un fallido golpe en Moscú, alentando al mismo tiempo la intervención extranjera en abierta colaboración con las fuerzas blancas.
Como vimos, en este contexto de guerra civil la oposición izquierdista encabezada por Bujarin terminó replegándose, consciente de los peligros que sufría la dictadura proletaria. La discusión ya no era saber cuál era el mejor camino para impulsar el gobierno obrero, sino qué camino permitirá su existencia cuando arremeten las armas de la reacción rusa y los ejércitos imperialistas. Sin embargo, eso no significó que no se establezcan oposiciones sobre puntos específicos de cómo organizar la resistencia militar. En el VIII congreso en marzo de 1919, una “oposición militar” encabezada por Vladimir Smirnov manifestó su rechazo a los planes de Trotsky que finalmente dieron lugar al victorioso Ejército Rojo. Esta oposición rechazaba la idea central de Trotsky de formar un ejército regular moderno, que incorporase a los mandos militares del viejo aparato zarista. Estos cuadros militares serían supervisados por “comisarios” políticos en la persona de obreros revolucionarios de Petrogrado y los marineros de Kronstadt, enviados a distintos puntos del extenso frente. La posición del jefe del Ejército Rojo se impuso por dos tercios de los votos en el VIII Congreso. Rechazar la disciplina militar y el uso de los altos mandos del zarismo se revelará como un capricho romántico, anclado en los métodos partisanos empleados en la insurrección, que serán de poca utilidad para enfrentar a una decena de ejércitos enemigos altamente preparados.
En el siguiente congreso, el IX, celebrado en 1920, Smirnov, Osinsjy y Saprónov encabezarán una nueva oposición, conocida como “Centralismo Democrático”, que se encargó de denunciar los métodos autoritarios y una “centralización excesiva”. En medio del comunismo de guerra aún vigente, estos militantes se opusieron a la política de centralizar bajo un único mando a la industria soviética. Esta oposición pudo introducir un mecanismo en el partido que se hiciera eco de las quejas generalizadas y limitara los abusos de centralización: la Comisión Central de Control, que trabajaría paralelamente a la dirección del partido.
La “Oposición Obrera”
Un nuevo debate emergió en el seno del Partido Comunista de Rusia. Así como la oposición bujarinista desapareció una vez iniciada la guerra civil, bajo la necesidad partidaria y estatal de lograr la mayor cohesión interna frente a la contrarrevolución, el fin de la guerra hizo que se manifiesten nuevos conflictos internos. El nuevo debate que transcurrirá entre 1920 y 1921 girará en torno a cómo combatir la burocracia estatal, qué lugar tienen los sindicatos y cómo se vinculan éstos con el flamante Estado.
En medio de la parálisis económica, Trotsky propondrá trasladar los métodos del frente de batalla a la ciudad, más precisamente la “militarización del trabajo” como medio para lograr una inicial recuperación industrial. Estos planteos tuvieron una rápida y rotunda negativa por parte de la militancia sindical partidaria, detrás de la relevante figura de Tomsky, y de quienes se venían oponiendo a la excesiva centralización estatal. Esta polémica se profundizó aún más con la organización de un comité de transporte impulsado por Trotsky, lo que implicaba el desplazamiento en sus funciones de dirección de los sindicatos ferroviarios. Así, se abrió una fuerte discusión entre la militancia sobre el carácter del Estado y su vínculo con los sindicatos.
Lenin pasa del inicial apoyo a Trotsky, aprobando la “militarización del trabajo” como orientación necesaria, para luego distanciarse por los métodos empleados en su implementación. Finalmente, ambos entablaron una fuerte discusión: Lenin defendió la independencia de los sindicatos respecto al Estado, su existencia resultaba necesaria frente a un Estado con deformaciones burocráticas, mientras que Trotsky planteará la absoluta subordinación e integración de los sindicatos a los organismos estatales proletarios. Este conflicto escala con el desarrollo de la “Oposición Obrera”, que exige el control obrero de la producción por medio de los sindicatos, bajo una fuerte descentralización estatal, la distribución gratuita de alimentos para los obreros y el reemplazo del salario en dinero por un salario en especie. Al mismo tiempo, la Oposición defiende la celebración de un Congreso de Productores, dejando sin efecto el poder centralizado de los consejos económicos y las direcciones estatales centrales.
La “Oposición Obrera” es encabezada por la prestigiosa Alexandra Kollontai y el dirigente obrero Schliapnikov, quien ofició como Comisario del Pueblo para el Trabajo durante el primer gobierno soviético. Lenin concebirá el nombre de la Oposición Obrera como una verdadera provocación frente a la dirección partidaria: ¿qué intereses representaría Lenin y la mayoría partidaria si la oposición lo hace en nombre de la clase obrera? Este sector se organizará en torno a una serie de planteos que además del absoluto empoderamiento sindical frente al Estado (ya no sólo los sindicatos serán independientes del Estado, sino que serán los órganos de ejecución y mando de la producción), luchará contra la burocratización estatal y por la depuración partidaria, ante el exceso de intelectuales y demás miembros de la pequeña burguesía en las filas comunistas. Para la Oposición se debía emprender un cambio de rumbo para que el Estado no pierda su contenido de clase y quede en manos de los funcionarios/administradores. Lenin será un firme opositor de la plataforma política que expuso la Oposición Obrera de cara al X congreso, que además de generar un peligroso faccionalismo interno, será tildada de “anarquista” y “sindicalista”.
Más allá de la amañada discusión que se suscitará en 1923 en torno al Nuevo Curso, el debate sobre los sindicatos y la Oposición Obrera será la última gran discusión pública en el seno del Partido Comunista Ruso (Bolchevique), teniendo los opositores el tiempo y el espacio para poder expresarse de cara a la militancia. Previo al congreso, la Oposición estuvo autorizada a presentar de forma pública, en la prensa oficial y de cara a toda la militancia y los trabajadores de Rusia, sus planteos políticos. Kollontai publicó un folleto titulado “La Oposición Obrera” en las semanas previas al congreso. Lenin criticó la dimensión que tuvo el debate de cara al congreso, al que consideraba lo suficientemente abstracto, en tiempos en que debía discutirse un nuevo rumbo económico tras la salida de la guerra civil. Finalmente, Lenin y la mayoría del Comité Central impulsarán una moción que se impondrá en el X congreso por 336, obteniendo 50 votos los planteos de Trotsky, mientras que la Oposición Obrera contó con tan sólo 18 votos favorables a su programa.
El X congreso y Kronstadt
Para marzo de 1921, momento en que se celebró el X congreso del partido, la revolución vivía una de sus mayores crisis económicas y políticas. El Ejército Blanco había sido derrotado, pero las amenazas internas se multiplicaban. La situación de la economía una vez culminada la guerra civil puede ser descrita como una verdadera calamidad. La industria funcionaba a un 20% de la capacidad productiva en la que operó en 1914, antes de que Rusia entrara en guerra. Sólo el 40% del sistema de transportes funcionaba y de manera por demás caótica. Las dos grandes capitales, Petrogrado y Moscú, habían perdido la mitad de su población y el proletariado estaba “desintegrado”.
El triunfo en la guerra civil resultó muy costoso para el flamante Estado proletario, mucho más aún para la vanguardia que debería dirigirlo. Numerosos bolcheviques desempeñaron un papel decisivo al frente del Ejército Rojo, desplegándose a lo largo de la extensa línea de defensa soviética. Muchos de estos obstinados militantes cayeron en batalla, mientras que quienes sobrevivieron estaban completamente exhaustos. La hambruna creció en esta etapa. Millones de campesinos se mostraban descontentos por la permanente requisa de granos. El Estado Obrero salía victorioso de la guerra civil, teniendo que afrontar ahora enormes contradicciones internas.
A la crisis económica con la que se llegaba al X congreso, se sumaron otros dos eventos de enorme relevancia, y obviamente relacionados, que acontecieron en marzo de 1921. Los comunistas fueron derrotados en una nueva aventura insurreccional del Partido Comunista Alemán (KPD), sin participación de las masas alemanas. La tan ansiada revolución obrera que debía extenderse en las potencias capitalistas no terminaba de concretarse, lo que planteaba rediscutir las tareas de los comunistas y la Internacional: no era momento de organizar la insurrección europea, sino de conquistar, en primer lugar, a las masas a favor de una dirección revolucionaria. Este fue un duro golpe político y económico para la dictadura obrera revolucionaria rusa.
Por otro lado, en Kronstadt se produjo un alzamiento de los reconocidos marineros peterburgueses en paralelo a un proceso de levantamientos campesinos y huelgas obreras crecientes en la ciudad. En los años previos, los anarquistas y los eseristas pudieron acrecentar su auditorio, a partir de una crítica situación económica del país y ante la ausencia de los mejores cuadros bolcheviques, desparramados en el amplio frente de guerra. Si bien el programa que levantaban se asumía pretendidamente democrático, exigiendo la libertad de militantes de izquierda encarcelados (quienes venían boicoteando el poder soviético y, en algunos casos, llamando a la intervención extranjera), reclamando nuevas elecciones en el Soviet, etc., los rebeldes no aceptaron negociar con quienes consideraban “tiranos”, miembros de una “comisariocracia”. De fondo, lo que los insurrectos cuestionaban y querían derribar era el poder comunista en el Soviet. Más allá de los intentos de acordar desde la dirección bolchevique de Petrogrado, los insurrectos rechazaron cualquier tipo de mediación e iniciaron las hostilidades militares el 2 y el 3 de marzo de 1921.
Como ya describimos, el cuadro económico y político era por demás complejo. Ahora bien, con la insurrección de Kronstadt se abría una nueva crisis, ahora en el terreno militar. A esta insurrección se sumaba el peligro “anarquista” del Ejército Negro de Majnó, quien aún controlaba gran parte de Ucrania, y el ejército de 50.000 campesinos comandado por el socialista revolucionario Antonov. Si bien, los insurrectos de Kronstadt decían rechazar a las tropas blancas de la aristocracia rusa, no sólo llovían ofrecimientos y solidaridades de los zaristas con el movimiento insurreccional, sino que este cuadro de lucha interna contra el poder de los comunistas venía a reforzar la intervención reaccionaria local y del extranjero. Tras desoír la exigencia de rendición de Trotsky el 5 de marzo, dos días después el Ejército Rojo intervino en una lucha que duró más de una semana con la victoria total de las fuerzas soviéticas. Un buen número de los cabecillas al frente del movimiento será fusilado meses después.
El X congreso y sus prohibiciones
El X congreso estuvo literalmente atravesado por los eventos de Kronstadt, al punto de tener lugar la primera sesión en medio de la avanzada militar del Ejército Rojo. El primer punto a destacar fue que el conjunto de las oposiciones, centralmente la Oposición Obrera, apoyaron incondicionalmente la intervención militar al mando de Trotsky. Más allá de que algunos comunistas peterburgueses acompañaron la rebelión, el rechazo de los delegados, direcciones y disidencias internas fue total. Todos comprendieron que esta acción era un inadmisible golpe a la dictadura proletaria. Por otro lado, la crisis abierta en el terreno económico, político y ahora en el terreno militar, pusieron en discusión cómo debía ejecutarse el debate partidario durante estos meses. Este fue el punto a discutir en el Congreso: ¿puede haber oposiciones en este cuadro de extrema inestabilidad del gobierno obrero?
Más allá del rechazo de la Oposición Obrera a la rebelión de Kronstadt, en sus intervenciones plenarias del X congreso Lenin planteó un hilo de continuidad entre el accionar de los insurrectos anarquistas y los planteos ultraizquierdistas de la Oposición Obrera. En ambos casos, se establecía un ataque a la débil dictadura proletaria que venía de salir muy golpeada de la guerra civil. Unos lo hacían desde afuera, otros desde adentro del propio partido. “Cuando se nos dijo que en el partido había síntomas de una enfermedad, dijimos que esta indicación merecía una triple atención: sin duda alguna la enfermedad existe. Ayuden a curarla; pero digamos cómo van ustedes a hacerlo. Hemos dedicado gran parte del tiempo a discusiones y debo decir que ahora “discutir con los fusiles” es mucho más fácil que con las tesis de la oposición. Esto se desprende de la situación objetiva y no deben culparnos a nosotros por ello. ¡No hace falta una oposición justamente ahora, camaradas! Pienso que el congreso deberá llegar a la conclusión de que a la oposición le llegó el fin y se acabó. ¡No queremos más oposiciones!” (Lenin, “X congreso del PCUS (b)”, Pág. 45)
En función de este debate, el congreso resolvió poner fin a la discusión interna infinita y cerrar filas en defensa de la unidad del partido. Cualquier oposición en este momento de crisis e insurrección armada contribuía a quienes querían terminar con la dictadura proletaria. La Oposición Obrera, caracterizada como una facción de profundas desviaciones “sindicalistas” y “anarquistas” por Lenin, debía subordinarse a la política del partido una vez culminado el congreso. Sobre ese aspecto, no podía haber ninguna objeción: el disciplinamiento debía ser total. Si bien las posiciones que defendían eran entendidas por Lenin como incompatibles con el comunismo, el X congreso se destacó por definir un nuevo, o más preciso, marco de discusión política interna. Las resoluciones congresales apuntaban a la metodología del debate: en momentos en que el partido debía estar completamente unido por los peligros que acechan a la revolución, debía suprimirse completamente el fraccionalismo en favor de la unidad partidaria (punto 7 de la resolución sobre discusión interna).
La restricción de las oposiciones era abordada como una medida transitoria, que debía hacer entrar en conciencia a quienes no comprendían aún el delicado momento del país. Esto no invalidaba las posibles discusiones y críticas que podían surgir en los órganos partidarios. Al mismo tiempo, y tal vez siendo uno de los cambios más significativos introducidos en el X congreso, se habilitaba la exclusión de miembros del Comité Central por votación simple del propio órgano de dirección, si alcanzaba los dos tercios de votos del propio CC.
El pasaje a incrementar el grado de poder del Comité Central, lógicamente, abrió ciertas discusiones y resistencias. Partiendo del carácter transitorio que tenían estas resoluciones sobre la supresión de la oposición interna, Lenin, Trotsky y gran parte de la dirección bolchevique buscaban unificar el partido ante los peligros internos y externos que acechaban. Al igual que la NEP, que introducía riesgos al poner en juego a nuevos actores comerciales con intereses privados en la economía soviética -los “nepistas” y los “kulaks”-, el punto 7 de la resolución sobre las discusiones internas en el partido, acrecentaba las posibilidades de burocratización del aparato partidario. Eran riesgos que debían correrse con el objeto de no perderlo todo. En cualquier caso, la autoridad de Lenin y la confianza en su criterio revolucionario para la discusión interna, otorgaban una garantía a quienes alzaban su voz en disconformidad con el cambio de rumbo del partido y el Estado.
Tras el congreso y con el impulso aperturista de la NEP, Shliapnikov como miembro del CC estuvo a la cabeza de la crítica contra esta política. Lenin convocó a una reunión del CC planteando la aplicación del punto 7 resuelto en el Congreso, el que facultaba al CC de expulsar a uno de sus miembros, sin embargo no reunió los dos tercios necesarios para poder conseguirlo. Shliapnikov sufrió sólo una reprimenda por su indisciplinada actitud post congresal, permaneciendo en su puesto de dirección central. Sin embargo, como bien señala el historiador Carr, los nuevos cambios de nombre en favor de la unidad y disciplina partidaria fortalecieron al emergente aparato partidario dirigido por la troika (entre ellos Mólotov), desplazando al mismo tiempo a aquellos opositores que en el futuro serán aliados de Trotsky. Las resoluciones del X congreso sirvieron para hacer frente a la crisis de poder soviético que se había establecido, siendo beneficiado en este momento el ya cuestionado aparato partidario que emergió al compás de la burocracia estatal.
Oposiciones y democracia interna en el partido de Lenin y Trotsky
Continuando con el debate ya introducido en las primeras líneas, quienes defienden una supuesta continuidad política entre la jefatura de Lenin y la de Stalin, quienes consideran a ambos como dos jefes igualmente burocráticos (con sólo alguna diferencia de grado), se valen de las resoluciones del X congreso para justificarlo. El argumento sería que fue Lenin y no Stalin quién inauguró el cercenamiento absoluto de la oposición interna en el partido. ¿Es esto cierto?
Antes de profundizar, cabe señalar en qué consistía el centralismo democrático del partido ideado por Lenin, aplicado por él al frente del Partido Bolchevique y continuado luego por Trotsky, primero en minoría frente al aparato stalinista y luego a la cabeza de la construcción cuartainternacionalista. El centralismo democrático partía de la necesidad de tener una política única a impulsar como organización, intervenir unitariamente en la lucha de clases. Ese elemento resultaba distintivo frente a las organizaciones amplias, entre ellas, parcialmente, la socialdemocracia, en las que se permitía la existencia y el choque de distintas tendencias políticas, que no sólo pensaban sino que también actuaban de forma diferenciada. Para agosto de 1914, momento en que Alemania ingresa en la Primera Guerra Mundial, el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) tiene tres tendencias claramente definidas: una oportunista, otra centrista y una revolucionaria. Cada una de ellas discute y actúa de forma diferenciada, aunque no constituían fracciones organizadas y formalmente eran parte de una misma organización.
A su vez, en el centralismo democrático la política a ejecutar es producto de un debate interno, que una vez iniciado debe resolverse en función del planteo mayoritario. Como vimos, los debates no se resolvían siempre a partir de las discusiones en las mesas de dirección, sino que muchas veces este se abre a instancias mucho más amplias, como conferencias o congresos, en las que participaban delegados en proporción a la base militante. Algunas de estas discusiones se procesaban incluso con la formación de grupos de oposición, que funcionaban hasta el momento en que finalmente se definía una posición común al conjunto de la organización. Los grupos tenían el derecho a dar a conocer sus posiciones y planteos de cara al conjunto de la militancia, e incluso, bajo autorización, de forma pública, más allá del partido. Así se estableció el debate sobre Brest Litovsk en 1918 y el impulsado por la Oposición Obrera entre 1920 y 1921.
Las resoluciones del X congreso, entonces, parten del “centralismo democrático” como método interno de funcionamiento partidario, no lo ignoran. No es novedoso el reclamo de Lenin a Kollontai y Shliapnikov, a quienes les exige que una vez culminado el debate congresal, se disciplinen a los posicionamientos partidarios. En el tono de la discusión, Lenin agravia fuerte y reiteradamente a sus opositores, pero esto no modifica el contenido de la misma, ni el método en que finalmente se resuelve el debate. Ahora bien, Lenin rechaza el “debate interno permanente”, no sólo en función de la parálisis que esto significa para el partido en general, sino que lo plantea en función del momento específico que atraviesa la Rusia soviética. Frente al debate con la Oposición Obrera, que Lenin considera inoportuno, la prioridad es dar por terminado cuanto antes esta discusión, en momentos en que existe una rebelión en curso y la situación económica resulta acuciante. Los opositores, derrotados, son llamados a disciplinarse a lo resuelto por el Congreso. Hasta aquí nada cambió en el funcionamiento del partido.
Ahora bien, la prohibición de las fracciones opositoras y la posibilidad de expulsar a miembros del CC por votación del propio órgano de dirección, son medidas extraordinarias que conforman una discontinuidad con el funcionamiento partidario. Sin embargo, el carácter extraordinario de estas medidas es lo que permite la incorporación de esta discontinuidad. Esto es entendido así por el conjunto del partido, siendo tan sólo 25 los delegados que votan contra la moción presentada por Lenin. Sin lugar a dudas, las garantías de excepcionalidad de esta medida son otorgadas a partir del liderazgo de Lenin al frente del partido. Si bien se asumen riesgos, la presencia de Lenin y también de Trotsky, son una garantía para dar lugar a la crítica y tener consideración a la aparición de oposiciones cuando la situación lo permita.
Años más tarde, Trotsky explicará que los riesgos que se asumen al prohibir a los demás partidos, e incluso suprimir temporalmente la oposición interna, se tomaron a partir de un cuadro político muy complejo, en el que la dictadura proletaria pende de un hilo. “Los mismos bolcheviques comprendieron desde un comienzo, que esta medida, completada con la supresión de las fracciones en el interior del partido dirigente, encerraban un grave peligro. Sin embargo, la fuente del peligro no estaba en la doctrina o en la táctica, sino en la debilidad material de la dictadura, en las dificultades de la situación interior y exterior. Si la revolución hubiera triunfado también en Alemania, habría desaparecido la necesidad de prohibir a los otros partidos soviéticos. Es absolutamente indiscutible que la dominación de un sólo partido sirvió jurídicamente de punto de partida del régimen totalitario stalinista. La causa de tal evolución no está en el bolchevismo ni tampoco en la interdicción de los otros partidos, como medida militar temporaria, sino en la serie de derrotas que sufrió el proletariado de Europa y Asia.” (Trotsky, “Bolchevismo y Stalinismo”, Pág. 24)
Partido de Combate o Partido Amplio
En definitiva, las oposiciones en este período de cuatro años fueron garantizadas y muchas veces promovidas por la dirección partidaria, incluso en momentos en que su existencia podría representar ciertos peligros para el partido. La militancia y los cuadros de dirección comprendían muy bien cuándo era posible establecer un debate abierto y cuándo hacerlo representaba un verdadero peligro. En el momento en que se inició la guerra civil en 1918, la oposición bujarinista se disolvió por voluntad propia, del mismo modo que con la sublevación de Kronstadt, la Oposición Obrera cerró filas con la dirección de Lenin, acordando en la necesidad de reprimir el levantamiento. La prohibición de faccionalismos, definida en el X congreso, vino a establecer ciertas pautas transitorias al funcionamiento interno del partido, lo que no significa que el debate se terminara cercenado total, ni permanentemente. También fue la respuesta a una escalada de la oposición que, en este caso, no comprendía los peligros que contenían una crítica tan descolgada en un momento de extrema tensión para el partido y la dictadura obrera. El ascenso de la troika no respondió directamente a estas cláusulas, sino a la emergencia de la burocracia soviética y la derrota de la revolución europea, lo que la camarilla no significa que no se haya valido de ciertas prohibiciones.
Debatir el lugar de las oposiciones y el lugar del debate interno en el partido de combate defendido por Lenin y Trotsky, tiene un enorme valor para el presente. Es algo más que una discusión teórica, sino que más bien se corresponde con cómo debemos intervenir los revolucionarios en tiempos de decadencia capitalista, en momentos en que resulta más necesario que nunca la lucha por el poder obrero y el socialismo.
La caída del muro de Berlín impactó fuertemente en todo el arco político de izquierda. Entre ellos, estuvieron quienes sacaron como conclusión política que el período histórico que abrió la revolución rusa en 1917 se cerró en 1989. Quienes llegaron a esa conclusión, lógicamente, al anular el carácter revolucionario de la época imperialista, revisaron al mismo tiempo el instrumento necesario para intervenir políticamente: el partido. Esta organización firmemente combativa, definida por Lenin en 1902 en su “¿Qué Hacer?” y luego defendida por Trotsky en tiempos del termidor stalinista, fue pensada bajo un único objetivo: impulsar la toma del poder para instaurar una dictadura proletaria revolucionaria y conservar dicho poder bajo la perspectiva de la expansión revolucionaria internacional. La ola de creciente desmoralización y su consecuente adaptación política, significó -con más fuerza a partir de 1989- la negación del partido de combate como organización decisiva de intervención para los oportunistas y centristas. Quienes abandonaron los objetivos políticos revolucionarios, solicitaron nuevos instrumentos políticos, en ese marco es que aparecieron (o más bien volvieron) los partidos amplios con tendencias políticas permanentes. Partidos que no se organizaban para la lucha revolucionaria por la toma del poder por los trabajadores.
El rechazo del partido leninista no sólo vino por ser supuestamente arcaico, “una organización de este tipo sólo puede resultar valiosa en un contexto específico como el del zarismo” dirían, sino que su inviabilidad pasa a ser fundamentada a partir de la generalización de la experiencia comunista a la oscura etapa stalinista. Resulta lógico que el rechazo al stalinismo sea una correcta conclusión de la izquierda, antes y después de la caída del muro, ahora bien: una crítica incorrecta del estalinismo puede colaborar igualmente al campo enemigo, contribuyendo a las tendencias reformistas y de conciliación de clases.
En “Bolchevismo y Stalinismo”, Trotsky caracteriza perfectamente este retroceso político de las organizaciones de izquierda que terminan arrastrando un retroceso ideológico. “Las grandes derrotas políticas provocan inevitablemente una reconsideración de los valores, que generalmente procede de dos direcciones. Por un lado, la verdadera vanguardia, enriquecida por la experiencia de la derrota, defiende la herencia del pensamiento revolucionario con uñas y dientes y, sobre esta base, trata de educar a los nuevos cuadros para las próximas luchas de masas. En cambio, los rutinarios, los centristas y los diletantes hacen todo lo posible por destruir la autoridad de la tradición revolucionaria y por volver en busca de una “Nueva Verdad”. (Trotsky, Pág. 10). El revolucionario ruso remarca cómo en tiempos del Termidor Stalinista, el retroceso político (impuesto por la propia situación) de la vanguardia termina muchas veces derivando en un retroceso ideológico, comprometiendo conclusiones históricas y dinamitando la estrategia política revolucionaria.
En nombre de la crítica al Partido Comunista durante la dirección stalinista, muchos invalidan de conjunto al partido revolucionario como una organización que a partir de su fuerte centralización política no daría lugar a la crítica y la oposición. Frente a esa incorrecta conclusión vale remarcar el funcionamiento del Partido Comunista ruso (bolchevique) hasta la llegada de la troika, concentrándonos en los primeros cuatro años tras la toma del poder. La oposición no sólo existió sino que fue una pata fundamental del dinámico funcionamiento del centralismo democrático durante estos críticos años. En cualquier caso, los debates fueron comprendidos en función de la intervención activa del partido en la lucha de clases, por lo que toda discusión debe culminar en una (y sólo una) orientación y táctica política que permita al conjunto de la organización intervenir de forma unitaria.
Quienes ven en el tipo de organización leninista el cercenamiento del debate y la lucha política interna, entonces, falsean la realidad. Del mismo modo que la historiografía stalinista y pequeñoburguesa intentaron borrar la crítica y los posicionamiento trotskistas durante toda la etapa stalinista, también intentan asimilar el carácter del partido comunista durante los primeros años de gobierno obrero, con Lenin al frente, a los oscuros años de Stalin, caracterizados por las conocidas prácticas de persecución a la oposición, las purgas, los juicios y el asesinato de todo aquel que alzara la voz contra la camarilla dirigente. Esperamos que las líneas anteriores hayan certificado esta verdad histórica.
Más de cien años después, en el marco de la revisión y la adaptación política, un sector importante de la izquierda pasó a reivindicar la “organización amplía”, el “partido de tendencias”, ya no como instrumento de intervención revolucionaria, sino como espacio de disputas entre múltiples posiciones, sin necesidad de llegar a una política común. Entre otros argumentos, se emplea el hecho de que puedan chocar posiciones políticas completamente enfrentadas sin necesidad de que la organización se termine rompiendo. Lógicamente, este tipo de organizaciones no sirven para dar una intervención revolucionaria en la lucha de clases, por no definir una acción unitaria. Al no llegar a puntos de acuerdo sobre aspectos fundamentales, cada tendencia lleva adelante su política e interviene como prefiere. El partido amplio o partido de tendencias significa la negación del centralismo democrático, pilar fundamental para una intervención revolucionaria, sirviendo entonces para otros fines completamente distintos. Generalmente, se termina “acordando” en la formación de listas electorales para participar del parlamento. Terminan siendo tendencias adaptadas al parlamentarismo burgués, tendencias “democratizantes”.
Sin embargo, este tipo de agrupamientos no sólo define a la izquierda que abiertamente bajó las banderas de la revolución socialista, sino que muchos grupos y partidos que se consideran herederos de la tradición revolucionaria trotskista han participado y participan de este tipo de organizaciones, como sucedió con el NPA en Francia o el PSOL en Brasil. A excusa de perseguir sólo un interés táctico, permanecieron o permanecen en estas organizaciones amplias a lo largo del tiempo, legitimando este tipo de orientación organizativa y sin vislumbrarse grandes progresos en sus tendencias, infinidad de veces atrapadas en una política de abierta conciliación frentepopulista.
El “partido amplio” es de este modo la negación del partido de combate. Es, como dirá Trotsky uno más de la “infinidad de ejemplos de reacción ideológica que muy a menudo adopta la forma de postración” (Trotsky, Pág. 11). Esta revisión del leninismo y el trotskismo, termina recuperando lo peor de la superada experiencia de los partidos amplios socialdemócratas previos a la primera guerra mundial. Es la vuelta al oportunismo político, reivindicando las formas organizativas que esta corriente reformista y de conciliación de clases necesita para intervenir políticamente.
La defensa del partido de combate, en cambio, bajo el programa y los métodos de la IV Internacional, su reivindicación frente a la experiencia stalinista, no es una polémica del pasado. Por el contrario, sin tener el stalinismo la relevancia que tuvo dentro de la izquierda internacional en su momento, es hoy decisivo exponer el potencial que posee el partido leninista de combate como el único instrumento que permite en esta época intervenir en esta era de crisis, guerras y revoluciones. Este debate no es ajeno al conjunto de organizaciones que se denominan trotskistas, por el contrario es en gran medida la discusión que debemos abrir dentro de la militancia. Esperamos que esta lectura del funcionamiento interno de un partido de combate revolucionario contribuya a la discusión sobre qué tipo de organización necesitamos los trabajadores.
Bibliografía:
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Carr, Edward Hallet; “La revolución bolchevique (1917-1923). Tomo 1”, Alianza Editorial, Madrid, 1975.
Deutscher, Isaac; “Trotsky. El profeta desarmado”, Era, Madrid, 1985.
Lenin; “¿Qué Hacer?”, Anteo, Buenos Aires, 1974.
Lenin, “Testamento Político”, Anagrama, Buenos Aires, 2011.
Lenin, “Selección de Trabajos. Marzo y Noviembre de 1921”, Cartago, Buenos Aires, 1985.
Serge, Victor, “El año I de la revolución rusa”, RyR, Buenos Aires, 2011.
Trotsky; “Bolchevismo y Stalinismo”, El Yunque, Buenos Aires, 1975.