El centésimo aniversario de la muerte de Lenin invita a reflexionar, elaborar y ciertamente re elaborar acerca de la vida y la obra de uno de los personajes más influyentes en la política mundial del siglo XX y de la historia de la clase trabajadora.
Al calor de la intensidad de la lucha política produjo textos fundamentales en diversos terrenos con una característica fundamental: la búsqueda por comprender y caracterizar sobre la base de la realidad material concreta y no de un razonamiento esquemático o dogmático que lo ataran a ninguna clase de verdad absoluta. Ni más ni menos que el método de Marx con quien además compartía la búsqueda por la transformación de esa realidad.
En este sentido es que nos merece especial atención uno de sus escritos más trascendentes: El imperialismo, etapa superior del capitalismo. Publicado en 1916, en pleno desarrollo de la primera guerra mundial, Lenin va a desarrollar una cruda caracterización de las transformaciones que sufría el modo de producción capitalista en tiempo real, arribando a conclusiones que en muchos casos diferían de las explicaciones que Marx había volcado en El Capital.
“Servirse del padre a condición de ir más allá” plantea Lacan en clave psicoanalítica. Lenin hace exactamente eso con la obra más importante del marxismo. Se sirve de ella, la hace propia y aplica el método dialéctico que atraviesa El Capital para terminar mostrando que con toda la vigencia (que conserva aún 150 años después) era necesaria una lectura que diera cuenta de que el capitalismo había cambiado a partir de finales del siglo XIX, que el propio desarrollo de este régimen social había parido una realidad que debía ser abordada sin ataduras, sin velos, tal como había hecho medio siglo antes su principal referencia teórica.
Luego de haber estudiado vorazmente la Lógica de Hegel, Lenin vuelve a El Capital, a su primer capítulo y se nutre de manera más profunda que en el pasado de la dialéctica marxista. A partir de este nuevo abordaje va a concluir que la clave de la dialéctica “puede ser definida como la unidad de los contrarios”.
En sus resúmenes del estudio de la dialéctica, el revolucionario ruso amplió esa definición notablemente señalando que “La Dialéctica es la teoría que muestra cómo los contrarios pueden y suelen ser (cómo devienen) idénticos; en qué condiciones son idénticos, al transformarse unos en otros, por qué el espíritu humano no debe entender estos contrarios como muertos, rígidos, sino como vivos, condicionales, móviles, que se transforman unos en otros”.
Engels a su modo ya había sintetizado en el Anti Dühring lo que él consideraba como lo fundamental del método dialéctico. Allí señala, en primer lugar, que los saltos cualitativos son la consecuencia de la acumulación de los saltos cuantitativos (el agua que es líquida a 99 grados y se evapora a los 100, deberá pasar antes por toda la distancia que separa a los 99 de los 100 antes de cambiar de estado) y, por el otro, la noción de la unidad en la contradicción, retomando el concepto hegeliano de la negación de la negación. Como una cosa puede negarse en su contrario para -una vez negada la negación- reaparecer potenciada.
¿Por qué apelar a estos conceptos para comparar dos visiones económicas? ¿Cuál es el sentido de ahondar en el método dialéctico si queremos estudiar la aplicación de la ley del valor-trabajo en la etapa imperialista?
Ocurre que diversos autores buscan enfrentar a Lenin con Marx, simplemente porque no lo repite de forma exegética. Otros directamente niegan al imperialismo como una etapa del modo de producción capitalista. Lo que tienen en común unos y otros es una enorme incomprensión del materialismo dialéctico y, por ende, del marxismo. De ahí la propuesta de un abordaje conceptual que exceda lo estrictamente económico.
En lugar de eso, nos proponemos presentar las contradicciones que existen entre la ley del valor trabajo tal como fue concebida en El capital y la que presenta Lenin en El imperialismo, mostrando hasta qué punto la tesis del imperialismo es el resultado de la aplicación de la ley del valor, engendrada en ella y parida al calor del más consecuente método marxista.
Lo “nuevo” y lo “viejo”
El capital es, sin dudas, la obra económica más emblemática y completa de Marx. Allí es dónde consigue -como en ningún otro texto-desarrollar las leyes que rigen de manera velada el funcionamiento del modo de producción capitalista. Aquello que no se encuentra en la superficie, que no podemos aprehender con la mera observación. Ciencia, ni más ni menos.
Para llegar a esa clase de descubrimientos (en su acepción más literal: des-cubrir, sacarle la cobertura, ver más allá de la apariencia) Marx se valió de los avances en las más diversas disciplinas, tanto sociales como naturales, para él también ir más allá y mostrar que es la dinámica interna, endógena, intrínseca de la sociedad capitalista la que la lleva a su propia extinción.
Esa conclusión está contenida cuando dice que “el límite del capital es el propio capital”, una frase tan sucinta y tan profunda, que va a guiar no solamente la evolución del socialismo científico y su lucha política por terminar con este régimen de explotación, sino también el desarrollo teórico posterior, teniendo en El imperialismo una expresión insoslayable.
Es que más allá de las transformaciones fundamentales allí expuestas, el propio título define al imperialismo como la “etapa superior del capitalismo”. Desde esa presentación, ya la dialéctica opera en toda su dimensión. En primer lugar, porque coloca a una etapa o fase que implica un salto cualitativo respecto de lo que existía anteriormente pero justamente a partir del desarrollo de eso que ya existía; una ruptura y una continuidad al mismo tiempo. Como veremos, esta lógica se va a replicar en los pormenores del libro.
En segundo lugar, porque el imperialismo aparece como la etapa última del capitalismo, la de la decadencia del dominio de la burguesía y de la transición al socialismo. Es el propio desarrollo del capitalismo el que lo acerca a su final, la máxima hegeliana “todo lo que existe merece perecer” aparece aquí aplicada desde el materialismo histórico.
Los distintos rasgos distintivos de la economía imperialista que se desarrollarán a lo largo del artículo (el monopolio, el capital financiero y la exportación de capitales) no son transformaciones cosméticas o menores, sino que implican una reorganización general de las relaciones sociales de producción que ameritan la caracterización de una nueva fase.
El imperialismo es, para Lenin, una etapa de guerras y revoluciones, consecuencia del agotamiento de la fase progresiva del capital. Considera al capitalismo como un régimen social que agotó su potencial y cuyas relaciones sociales otrora revolucionarias se convirtieron en una traba al desarrollo de las fuerzas productivas, entrando en un periodo de senilidad y descomposición. En la actualidad, ocupan el papel predominante las características más parasitarias de la etapa anterior.
En este sentido cobra vital importancia ahondar en las nuevas formas en que opera la ley del valor trabajo originalmente concebida por Marx y tirar por la borda las tesis que buscan “volver a Marx” como una forma dogmática de rechazar el imperialismo y el ingreso del capitalismo a otra fase.
“El imperialismo surgió como desarrollo y continuación directa de las propiedades fundamentales del capitalismo en general. Por lo tanto, el capitalismo se tomó imperialismo capitalista apenas cuando alcanzó un grado determinado, muy avanzado, de su desarrollo, cuando algunas de las características fundamentales del capitalismo comenzaron a convertirse en su antítesis, cuando tomaron cuerpo y se manifestaron en toda su plenitud los trazos de la época de transición del capitalismo a una estructura económica y social más elevada”1El imperialismo, etapa superior del capitalismo, Lenin (2008)
Existe toda una corriente, reformista o abiertamente defensora del capitalismo que propone retrotraer estas transformaciones; volver al capitalismo competitivo o, abrazar el capitalismo productivo rechazando la preponderancia del capital financiero. Es, también, una posición utópica. En ella se inscribe, entre tantos otros, Cristina Kirchner quien en 2012 en plena reunión del G20 apuntó contra el “anarcocapitalismo financiero” llamando a la “cordura y la regulación del capitalismo”, dejando en claro la necesidad de volver a los años mozos. Es decir, consciente de la descomposición, pero apelando a la intervención estatal por la vía regulatoria para buscar el salvataje del capital.
La posición es utópica porque se “deschava” la incomprensión de que el “productivo” y el “financiero” son dos momentos históricos distintos del mismo modo de producción. Uno engendró al otro, no por gustó sino por la necesidad de superar los límites que el capital productivo generaba en términos de demanda y de tasa de beneficio. Entender ambas formas del capital de manera histórica es parte, nuevamente, de una concepción dialéctica. Es propia de entender la transformación a partir del paso del tiempo y de ahí la posibilidad de actualizar la ley del valor marxiana sin negarla.
El monopolio
El capitalismo del siglo XIX se destacó, entre otras cosas, por un desenvolvimiento sin precedentes de las fuerzas productivas. Fue el siglo de la primera y la segunda revolución industrial. Ya en el Manifiesto Comunista se señala que:
“La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social”2El manifiesto comunista, Marx-Engels
Dicha sentencia era cierta al momento de ser escrita, pero se probó verdaderamente premonitoria a partir del desarrollo ulterior. La segunda revolución industrial, los avances técnicos y los grandes saltos de productividad fueron agudamente interpretados no solo en tiempo presente (el primer tomo de El capital fue publicado en 1867) sino que fue y es una guía para lo que vino después.
Marx advierte que, tanto a partir de la competencia entre los distintos capitalistas como de la búsqueda de una creciente extracción de plusvalía relativa, se produciría una inversión cada vez mayor en maquinaria, con su correspondiente aumento de la productividad y también de la composición orgánica del capital.
Ese crecimiento en la composición orgánica del capital (el resultado de un aumento relativo del capital constante respecto del capital variable) era uno de los argumentos centrales de lo que él mismo denominó la ley fundamental de toda la economía política: la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. No es motivo de este artículo ahondar en la formulación marxiana de dicha ley, pero sí reconocer que es la que aporta fundamento científico al socialismo. Asimismo buscamos resaltar que muchas de las particularidades de la nueva etapa de las cuales se va a valer Lenin ya estaban presentes, aunque de manera potencial, de pronóstico, en Marx.
La concentración y centralización del capital es un ejemplo de estos aciertos de la ley del valor marxista. Así como la teoría de la relatividad de Einstein no tuvo comprobación empírica porque no se contaba con la tecnología necesaria en ese momento, el revolucionario alemán supo proyectar cuales serían las tendencias que se desarrollarían bajo el capitalismo, aun cuando era imposible prever qué forma exacta adoptaría esa tendencia al concretarse. Nuevamente: se trata de ciencia, no de profecía.
Lenin, por su parte, publicó El imperialismo casi medio siglo después de la obra de Marx. Para entonces, el capitalismo ya había sufrido transformaciones severas y mucho de lo que habían sido pronósticos ya eran realidades.
Es justamente en la concentración del capital donde Lenin señala que se encuentra el germen del monopolio, ya que llegado a un determinado grado de desarrollo deviene en él. Una vez más se ve al imperialismo como el resultado de la acumulación de las contradicciones del capitalismo de la libre competencia y, al mismo tiempo, como su negación. Nada empieza que no tenga fin y todo lo que empieza nace de lo que se acabó.
En sus propios términos: “El monopolio es el perfecto contrario de la libre competencia, pero hemos visto a esta última transformarse en monopolio ante nuestros ojos conduciendo a la concentración de la producción y el capital hasta el punto de que de ella surgió y surge el monopolio. Los monopolios surgieron de la libre competencia, no la eliminan, sino que existe por encima y al lado de ella, engendrando así contradicciones, fricciones y conflictos muy agudos e intensos. El monopolio es la transición del capitalismo a un sistema superior.”3El imperialismo, etapa superior del capitalismo. V.I. Lenin (2008)
A la hora de definir el monopolio no se pierde en el sentido literal del término, si es que en el mercado queda solamente una empresa, dos o tres. Por el contrario, lo que delimita la existencia o no del monopolio es su carácter de ser fijador de precios, oponiéndose a lo que ocurría en el capitalismo de libre competencia y de la ley de valor de Marx donde las empresas son tomadoras de precios. En su publicación de 1916 Lenin reivindica esta como la característica más importante de la etapa imperialista.
Bajo el dominio del imperialismo, las contradicciones inherentes al régimen capitalista, se profundizan notablemente. En esta nueva fase conviven elementos y rasgos del capitalismo de libre competencia que no terminan de morir, con otros novedosos que a pesar de su predominio no terminan de eliminar a sus antecesores. El monopolio convive con la libre competencia sin borrar al mercado y sin la posibilidad de evitar las crisis.
En un brillante trabajo denominado “El capital imperialista”, Víctor Testa coincide en que el monopolio es la característica básica del imperialismo. Según él“ello se debe a que su predominio impone la fuerza como forma de reparto de la plusvalía (…) Por eso, el paso de la competencia al monopolio, que es el paso de una forma de reparto de la plusvalía a otra implica un cambio decisivo en el sistema capitalista que afecta a toda su estructura.”4El capital imperialista. Víctor Testa (1970)
Vale la pena detenerse en estos dos cambios respecto del funcionamiento y la dinámica del capitalismo: el pasaje del monopolio de tomador a fijador de precios y las modificaciones en el reparto de la plusvalía a partir del dominio del monopolio.
La cuestión de los precios es insoslayable por varias razones. En primer lugar, como mencionamos anteriormente, durante el capitalismo pre imperialista existía un claro incentivo para cada burgués individual en desarrollar innovaciones técnicas, potenciando el desarrollo de las fuerzas productivas. El valor de una mercancía se determina a partir del tiempo de trabajo socialmente necesario para la reproducción de esa mercancía y, en caso de que un capitalista a partir de su innovación consiga disminuir ese valor, podría hacerse de una ganancia extraordinaria hasta que se generalizara esa mejora.
En cambio, en el capitalismo imperialista, en tanto los monopolios son fijadores de precios no tienen ese incentivo para innovar y por ende para bajar el valor de la mercancía que ellos producen, porque el precio ya no viene como resultado de las interacciones en el mercado, sino que se llega al mercado con el precio definido.
Lejos de la visión infantil que pretende que el marxismo desconozca o niegue la importancia económica del mercado, en toda la teoría del valor el mercado funciona como un mecanismo esencial en diversos aspectos, pero principalmente en validar o no el tiempo de trabajo que se ha destinado a una determinada mercancía. La mercancía solo se realiza en el mercado y solo en el proceso de compraventa se ratifica un aval social a ese valor.
“El precio de monopolio como cualquier otro es definido por el valor. Pero bajo el capitalismo monopolista se modifica la acción de la ley del valor y se complica debido a que la libre competencia se convierte en su antípoda. El monopolio provoca la tendencia ascendente del valor comercial y modifica el mecanismo que establece valor comercial y precio de mercado iguales.” Pero la ruptura en términos individuales no se da para el conjunto de las mercancías ni para la suma de sus precios. Si, tratándose de los monopolios, superan a los precios de producción, y desde luego a los valores correspondientes, en otro son inferiores.
El monopolio trastoca toda esa dinámica en la cual el mercado es el ámbito donde se cruzan y se “condicionan mutuamente a través de la superposición de operaciones la creación, apropiación y reparto de la plusvalía” (Testa, 1975). Es que la extracción de la plusvalía y su transformación en ganancia no depende exclusivamente de lo que pase en la esfera productiva, sino también de la forma en la cual ésta se distribuye.
Tanto en el capitalismo de la libre competencia como en el imperialismo, la masa total de ganancia debe ser igual a la masa total de plusvalía. El monopolio no tiene la capacidad de escindir la ganancia de la plusvalía. Sin embargo, antes de la aparición del monopolio, cada capitalista obtenía una ganancia proporcional al capital total invertido y en la mayoría de los casos diferente a la cantidad de plusvalía que había extraído de manera individual a “sus” obreros.
El monopolio y su transformación radical respecto de los precios modifican esta dinámica descripta por Marx y consiguen imponer, mediante la fuerza, un reparto mucho más arbitrario de la plusvalía permitiéndoles la obtención de ganancias superior a la tasa media de ganancia. El monopolio es la negación del mercado, porque es la negación de la igualdad entre los capitalistas.
Este fenómeno genera cambios muy de fondo no tanto en la relación entre las clases (ya que no hay ni más ni menos plusvalía por la existencia del monopolio) sino intraclase burguesa. Hay quienes plantean que con el advenimiento del capitalismo en monopólico se rompe la solidaridad de clase entre los propietarios producto de que ya no recaudan todos para el “fondo común” de los capitalistas.
Bajo el imperialismo se generarían dos sectores bien distintos a la hora de la distribución del plusvalor. Por un lado, el sector monopolista y, por el otro, el sector donde sigue rigiendo la competencia. En tanto el primero tiene la posibilidad de fijar precios y el segundo continúa en el viejo esquema en el que el precio es fijado en el mercado, son cada vez más cuantiosas las apropiaciones de una masa de ganancia del sector monopolista al otro.
No es la fijación de precios la única herramienta del monopolio para obtener una tasa de ganancia mayor a la de los sectores competitivos. Existe también la compra o venta de mercancías a los propios capitalistas, ya sea que la empresa monopólica haga las veces de proveedora de la empresa competitiva o bien que forme empresas subsidiarias que la tengan como principal -y en algunos casos único- comprador. El monopolio debe garantizarle a estos satélites una ganancia mínima para que sobrevivan y sigan cumpliendo su función necesaria para el monopolio tanto en materia de abastecimiento como de extracción de plusvalía a sus propios trabajadores.
En el primer tomo de El capital, como una estocada a quienes pretenden enfrentar su ley del valor con la tesis del imperialismo, Marx señalaba contundentemente: “La marcha ulterior de la expropiación de los propietarios privados cobra una nueva forma. Ahora ya no se trata de expropiar al trabajador independiente, sino de expropiar al capitalista explotador de numerosos trabajadores. Esta expropiación la lleva a cabo el juego de las leyes inmanentes de la propia producción capitalista, la centralización de capitales. Es la expropiación de muchos capitalistas por unos pocos.”5El capital Tomo I. Karl Marx (1867)
Finalmente, antes de terminar con el monopolio, es necesario mencionar otra característica que si bien existía en el pasado (del capitalismo y distintos modos de producción) se hace especialmente importante en esta etapa: el uso de la fuerza.
No es el objetivo de este trabajo detenernos en el análisis de esta cuestión, pero sí marcar el vínculo necesario entre la preponderancia de la fuerza en la vida económica y el entrelazamiento estrecho que se genera entre los monopolios y el Estado, la herramienta más significativa de la burguesía en el uso de la fuerza. Esta simbiosis se ve fuertemente potenciada a partir del surgimiento del capital financiero.
El capital financiero
Lenin no solo va a definir al imperialismo como la fase monopolista del capitalismo, sino que, en otro fragmento, dirá que “es la subordinación de todas las capas de las clases poseedoras al capital financiero”. Ya en el apartado anterior ahondamos acerca de los profundos cambios que sufren las relaciones inter burguesas a partir de esta nueva etapa, pero acá se nos agrega un elemento novedoso como es el capital financiero.
El capital financiero ha sido definido muchas veces como la fusión del capital industrial y el capital bancario. Esta definición no es necesariamente la más exacta. Se trata del capital monetario antes que del capital bancario, sin negar que en la mayoría de los países la concentración del dinero se hizo a través de dichas instituciones. Lo que sí tiene de cierta dicha definición es que la precondición para el surgimiento del capital financiero haya sido la concentración y la centralización del capital: por un lado, del capital productivo en los monopolios y por el otro, del capital a intereses, principalmente en los bancos.
En la fusión de esos monopolios descansa el nacimiento del capitalismo financiero que es una forma superior del capital monopolista. A la vez, la expansión de la banca y el desarrollo del capital financiero refuerzan y aceleran el proceso de monopolización propio del imperialismo. Es decir que la concentración es condición necesaria, pero al mismo tiempo un proceso que se potenciará enormemente de la mano del capital financiero.
Es por demás interesante el hecho de que el capital financiero haya sido la resolución de un conflicto entre dos capitales que históricamente se habían enfrentado. El capital productivo y el monetario peleaban por la apropiación de la plusvalía que, aunque se generaba exclusivamente en la producción, debía ceder una porción al capital usurario, al prestamista de dinero.
Son, además, dos concepciones antagónicas del capital: uno como propiedad y otro como función. El capital a interés aparece desinteresado respecto de la productividad, de la producción, de la rama, de la maximización en la extracción de la plusvalía. Solo está pendiente de, una vez completado el proceso de circulación, extraer su tajada. Por eso es la forma más parasitaria del capital.
El capital industrial, por el contrario, depende del capital monetario como el punto de arranque de su negocio. Al encargarse del proceso productivo es la forma de capital verdaderamente autóctona de este régimen social. Su valorización depende exclusivamente de la extracción de plusvalía y la condición para ello es la compraventa de la fuerza de trabajo.
En el capitalismo de libre competencia, tal como había descripto y pronosticado Marx, ambas formas del capital tendieron a una enorme centralización. Por el lado de la producción es evidente que el aumento de la composición orgánica del capital requería de masas crecientes de dinero y que solamente los grandes jugadores podían llegar a solventar esos gastos. A esto se le suma los rendimientos a escala que llevaron a fusiones entre compañías importantes para poder ser más productivas y desplazar a la competencia del mercado. Por último, la crisis del último cuarto del siglo XIX barrió con una cantidad de empresas, dejando en pie obviamente a las que contaban con mayores recursos.
En el tercer tomo de El capital, Marx señala que los industriales buscarían escapar de la rigidez de las estructuras productivas asociándose con una forma más móvil del capital como el dinero y plantea que la monopolización del capital dinerario será la base del capital financiero.
Concentración del capital dinerario en los bancos
“En esencia, y si hubiera que definirlo en la forma más resumida posible, el capital financiero es capital monopolista que tiende a alejarse de la producción para obtener beneficios especulativos o parasitarios. En consecuencia, es una forma de capital que tiende a menospreciar el proceso de renovación industrial y de crecimiento de las fuerzas productivas porque pretende obtener beneficios adicionales por medio de la circulación del dinero y no del aumento de la producción. Su actitud se transmite a toda la sociedad en la medida que su papel económico es predominante y tiende a acentuar las características parasitarias y explotadoras del sistema, que ya surgían con fuerza como resultado del predominio del monopolio.”6El capital monopolista. Víctor Testa
En su búsqueda de movilidad, el capital tiende a separarse de su propia base productiva para convertirse en puro derecho de apropiación de plusvalía. Según Hilferding en el capital financiero “el capital encuentra su forma más abstracta y suprema”.
Lenin, descartando toda clase de planteos mecanicistas, se percata de que el dominio del capital financiero no implica la desaparición o liquidación de “las formas inferiores o atrasadas” del capitalismo. Estas, si bien subordinadas en general y modificadas por la influencia de aquel siguen presentes y juegan un papel que, no obstante ser secundario, se requiere tomar en cuenta para el análisis del proceso capitalista.
En este aspecto, igual que en tantos otros, Lenin puede observar una etapa del régimen capitalista con nuevas condiciones, que no existían en la época de El Capital. Marx consideraba que el capitalismo tendía a la dominación del capital industrial, dejando al capital dinerario en un lugar subordinado. El surgimiento del capital financiero y su lugar dentro del capitalismo imperialista desmienten ese pronóstico dado que a pesar de que “el capital financiero no es igual al capital dinero, es el no absoluto a las pretensiones del capital productivo de obtener la hegemonía social”7Idem
Mucho tiene que ver la constitución del capital financiero en el carácter parasitario del capitalismo imperialista. Es que si bien tiene una vinculación mayor con la producción que el capital dinero, sigue predominando en él la función del capital como propiedad y no como función, eliminando (de la mano del monopolio) la necesidad que tenía otrora el capital productivo del desarrollo incesante de las fuerzas productivas.
Según Testa: El mercado requiere magnitudes variables de dinero para satisfacer sus necesidades, magnitudes que dependen de la cantidad de mercancías presentes, de su velocidad de circulación, del tipo de proceso productivo etc. Para adecuarse a dichas variaciones de magnitud, es necesario que el dinero pueda entrar y salir de la circulación, que se pueda almacenar fuera de ella y que pueda regresar rápidamente cada vez que se lo requiera. La sociedad capitalista genera una serie de organismos encargados de satisfacer esta función, entre los que se destacan, por su desarrollo e importancia histórica, los bancos. Estos establecimientos como puntos de llegada y de salida de la circulación, pueden absorber una masa variable de dinero en un momento dado y lanzarla nuevamente a la circulación en cualquier oportunidad. Su tarea no se limita al simple almacenamiento monetario; ellos pueden absorber gran cantidad de dinero disperso para concentrarlo y entregarlo a una sola mano o inversamente distribuir entre numerosos capitalistas una masa anteriormente concentrada de dinero.
Por último, no podemos obviar el rol del crédito en el capitalismo imperialista, su función se ha trastocado radicalmente respecto del que jugaba en el capitalismo pretérito. Pues precisamente el crédito constituye el disfraz del capital como relación social en capitales individuales y a su vez, donde más expuesto queda el carácter social de la producción capitalista. Es insoslayable su papel protagónico en una de las características más salientes del capitalismo moderno; el desarrollo de una masa gigantesca de capital ficticio.
El sistema crediticio cumple la función de ser una palanca a la reproducción ampliada del capital, achicando los tiempos de reproducción y de circulación e impulsando la sobreproducción y superespeculación.
Un análisis distinto merece el crédito al consumo, también fuertemente desarrollado en la etapa actual, pero destinado principalmente a las masas obreras antes que a la burguesía. El capital es el responsable de su empobrecimiento relativo producto de su creciente explotación, pero al mismo tiempo necesita que las mercancías producidas se realicen en el mercado, es decir que encuentren demanda justamente en esas masas empobrecidas.
Exportación de capitales/ Países atrasados
La última de las grandes transformaciones económicas que abordaremos en este artículo es el pasaje de la exportación de mercancías a la exportación de capitales. Este fenómeno está íntimamente relacionado con la penetración del capital a lo largo y ancho del planeta y el reparto del mundo entre las grandes potencias, dos cuestiones abordadas por Lenin en su publicación de 1916.
A riesgo de ser redundantes, vale señalar lo mismo que hicimos con el capital financiero y con el monopolio, para evitar toda clase de falsa desmentida: que el rasgo novedoso y dominante sea la exportación de capitales en lugar de la exportación de mercancías no implica la desaparición de esta última, sino que señala que la exportación de mercancías estará subordinada a la de capitales.
Al igual que en la etapa anterior, lo que motoriza el comercio de mercancías y los flujos de capitales sigue siendo la búsqueda de un aumento de la tasa de ganancia. En términos históricos, la crisis de fines del siglo XIX marcó el agotamiento de una etapa, que derivó en estas nuevas características aquí establecidas. Se trata de nuevas herramientas para contrarrestar el decaimiento de la tasa de ganancia en la etapa anterior.
Las naciones se incorporarán a la nueva economía mundial, la división internacional del trabajo como dominantes o dominadas, como centrales o periféricas, como opresoras u oprimidas. De ahí el reparto del mundo, las grandes potencias peleándose por la colonización -política y fundamentalmente económica- de los países subdesarrollados.
En este aspecto, así como en los anteriores, Marx realizó un aporte fundamental. En distintos momentos de su obra, pero especialmente en el último tomo de El capital, advierte el carácter bifacético del comercio exterior: constituyó “la infancia” del sistema capitalista y, al mismo tiempo, es producto de su desarrollo; de la necesidad incesante de ampliar y expandir las fronteras del capital.
Es un tema que merecería un desarrollo especial, pero a los fines de este trabajo y de la reivindicación de El imperialismo como una obra estrictamente marxista (y no marxiana), lo dicho: Marx era consciente de que el comercio mundial serviría para ralentizar la caída de la tasa de ganancia, para explotar a los países subdesarrollados y para reducir costos a partir de los rendimientos a escala.
Lo que él de ninguna manera podría haber previsto ni analizado era que la forma de la expansión del comercio mundial se daría a partir de la exportación de capitales y de ahí la necesidad de un cuadro como Lenin que analizara concretamente el devenir del capital.
Respecto de la exportación del capital y, fundamentalmente, de la colonización de la totalidad del planeta por parte del régimen capitalista existe una polémica entre Lenin y Rosa Luxemburgo. Mientras Rosa creía que una vez que la expansión se detuviera habría menos oportunidades de acumulación y las contradicciones generalizarse, Lenin considera que la mayor tasa de ganancia en los países subdesarrollados sería un aliciente coyuntural acelerando el desarrollo del capitalismo.
Ahora bien, Lenin señala (y el desarrollo ulterior le ha dado la razón) que la incorporación de nuevos países al modo de producción capitalista en la etapa decadente del imperialismo no les abre un curso de desarrollo independiente, sino que por el contrario los somete a los países desarrollados que extraen plusvalía de los países atrasados.
En palabras de Rieznik: “Cuando el capital imperialista penetra en los países atrasados, se trata de una variante histórica distinta de aquella que corresponde a su etapa ascendente en los países centrales, una variable que es complementaria a las tendencias dominantes en las metrópolis. Por lo tanto, el imperialismo es al mismo tiempo un medio y un obstáculo para el desarrollo capitalista de los países semicoloniales que él mismo intenta controlar, someter y disciplinar”8Pablo Rieznik, Las formas del trabajo y la historia (2009)
Un artículo reciente de Michael Roberts actualiza esta cuestión incorporando otros canales por los cuales el plusvalor fluye de la periferia a los países centrales: el dominio y señoreaje de su moneda; los flujos de ingresos de las inversiones de capital; el intercambio desigual a través del comercio; y cambios en los tipos de cambio.”
Según Roberts, esa mayor tasa de ganancia en los países atrasados es luego apropiada por los capitales de los países imperialistas a través de estos canales debido a la mayor intensidad del trabajo en proporción al atrasado de cada lugar. Basándose en la Base Mundial de Datos de Desigualdad (WID) y en lo que el FMI llama ingresos netos de crédito primario plantea la posibilidad de cuantificar esa extracción de riqueza clave para una comprensión acabada acerca del imperialismo y su vigencia.
Conclusión
El presente artículo tenía por objetivo mostrar cómo la tesis de El imperialismo de Lenin se produjo gracias a la más consecuente aplicación del método marxista. De ninguna manera buscó reseñar ni agotar dicha tesis, sino elegir algunos elementos puntuales en los que la dialéctica estuviese fuertemente manifiesta.
Néstor Kohan utiliza una imagen interesante para referirse a esta misma idea al hablar del “hilo rojo” que vincularía a El capital con la “reflexión coherente sobre el desarrollo desigual de las formaciones económico-sociales dentro de un sistema mundial capitalista ya dominado por el imperialismo y los grandes monopolios, trusts y cárteles que, motorizados por el capital financiero” descriptas en el libro de Lenin. (Kohan, 2014)
Otros autores abordan dicha cuestión desde el punto de vista filosófico, planteando que Lenin fue el primer marxista después de Marx en poner a la dialéctica en el lugar que corresponde, el centro de la teoría marxista. En esta línea es interesante destacar como Lenin no concebía la dialéctica como una forma de contemplación científica de la realidad, sino de transformación, de la misma forma en que la practicaba Marx.
Es que el marxismo es principalmente un método que consiste en comprender la realidad para transformarla, no para contemplarla pasivamente. Justamente, lo más importante que comparten Lenin y Marx es su búsqueda por superar al capitalismo a través de la revolución social y el pasaje a un régimen social sin oprimidos ni opresores. Ambos parten de la caracterización que las relaciones sociales de producción vigentes ya no son progresivas para la humanidad, se han agotado históricamente.
El imperialismo como etapa está caracterizado (como hemos visto a lo largo de todo el texto) por la prevalencia de lo más parasitario y retrógrado del capitalismo, donde las tendencias a la mejoría existentes en el pasado han abierto paso a la decadencia moderna.
Sobre este tema corresponde una aclaración tan pertinente como necesaria: cuando comparamos la decadencia del régimen actual con el vigor del capitalismo de libre competencia, no lo embellecemos. Tenemos presente aquella frase de Marx que señalaba “la producción capitalista solo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre”.9Karl Marx, El capital T1 (2005) Eso no implica, sin embargo, que bajo el imperialismo no veamos exponenciados los peores rasgos.