Para 1905, el ya adulto movimiento socialista europeo no posaba su mirada en los territorios que se ubicaban al este. Cuando sí lo hacía, estaba impregnado con sólidos prejuicios. Oriente era visto como una vieja y oxidada barcaza amarrada en el puerto del feudalismo. Rusia, con su enorme mayoría campesina y sus arcaicos modos de producción agrícolas, representaba un ancla al progreso europeo. Sin embargo, esta percepción cambió, como ocurre a lo largo de la historia, de forma repentina. Un evento decisivo puso en evidencia una ley propia del desenvolvimiento capitalista: su desigual y combinado desarrollo vuela por los aires cualquier pretendida linealidad en los modos de producción al mismo tiempo que asienta en la historia y su motor, la lucha de clases, repentinos virajes revolucionarios.
El “domingo sangriento” del 9 de enero (22 en el calendario gregoriano) de 1905 fue el inicio de la revolución rusa, impensada por muchos. Tras la dura derrota de la Comuna de París en 1871, el movimiento obrero esperó tres décadas para iniciar una contienda de esa magnitud frente a la burguesía. Esta vez el estallido no se repitió en la revolucionaria Francia, mientras que la añorada insurrección británica nuevamente fallaba a su cita, y el proletariado alemán, con un poderío relevante y una organización destacada, tampoco estaba en condiciones de tomar el cielo por asalto. Fue Rusia, fue San Petersburgo, el escenario de un proletariado adolescente que daba sus primeras batallas revolucionarias.
Antecedentes
En un régimen absolutista donde se creía estar inoculado al virus de la república, donde persistían formas semiserviles de producción, donde las hambrunas eran recurrentes, donde la única Ley era el arbitrario mandato de Dios, se impuso al mismo tiempo una repentina transformación industrial de la mano de los grandes capitales europeos y norteamericanos, quienes introdujeron la más avanzada maquinaria en la tierra de los zares. El capitalismo llegaba de una forma distinta a la experiencia inglesa, francesa o norteamericana, y lo hacía con toda su fuerza. Lenin se asombra: “Con qué rapidez transforma la gran industria mecanizada las relaciones económicas-sociales. Lo que antes se formaba en el curso de un siglo surge ahora en una decena de años” (Lenin, El desarrollo del capitalismo en Rusia) Se dinamiza el desarrollo de las grandes urbes, poniendo al mismo tiempo en movimiento a una pequeña y avanzada clase obrera, que en pocos años crecerá en número y en conciencia.
Iniciado el siglo XX y hasta el desarrollo de la revolución en 1905, Rusia se caracterizó por ciertos procesos de lucha que van desde una serie de revueltas campesinas al renacimiento en 1902 del movimiento universitario. Distintas variantes del socialismo y el anarquismo europeo se habían expandido con rapidez entre sectores pequeñoburgueses opositores al zarismo, por lo que distintas corrientes desde la clandestinidad o en el extranjero luchaban por organizar a los obreros y el pueblo campesino, apelando o no al terrorismo individual, método muy generalizado por los populistas en aquel entonces. La socialdemocracia, dividida entre bolcheviques y mencheviques, guardaba cierta, aunque limitada, influencia en la clase obrera.
Los obreros venían sosteniendo desde hace algunos años una serie de elementales reivindicaciones económicas contra la autocracia de Nicolás II, entre las que se destacaba la jornada de 8 horas y el salario mínimo diario de un rublo. En 1902 se registraron 522 movilizaciones obreras, y al año siguiente 427, teniendo que intervenir las tropas gubernamentales al frente de la represión. El ascenso y los reclamos obreros dieron lugar a una serie de estrategias y dispositivos de contención por parte de la monarquía. Así, el jefe de la policía, Zubátov, autorizó la creación de una serie de organizaciones de tipo sindical que permitieran canalizar y descomprimir la lucha por los reclamos. Las Asociaciones Obreras buscaban desviar a los obreros de la lucha política contra la autocracia, y controlar así los primeros pasos de esta clase, intentando contener cualquier crítica o ataque (por más leve que fuese) dirigido contra el Zar. La táctica de los “zubatovistas” era aproximar al pueblo con la figura del Zar, puenteando a la burocracia que –decían- se interponía entre el gobierno y sus súbditos.
Más allá del propósito autocrático policial-regimentador por el que fueron creadas, las once secciones de las Asociaciones Obreras “zubatovistas” permitieron el desarrollo inicial de este movimiento huelguístico sin precedentes en Rusia. Allí, en forma clandestina, intervenían los activistas socialdemócratas. Estas asociaciones fabriles crecían en número, y no pudiendo reducirse sólo al plano de la contención sindical, pronto desbordaron al plano político, terreno más que fértil para los obreros socialdemócratas. Pocos días después del “domingo sangriento”, desde el extranjero y por medio de informes y corresponsales periodísticos, Lenin describe: “Salta a la vista el paso asombrosamente rápido del movimiento de un terreno puramente económico al terreno político, y la enorme solidaridad de decenas y aún cientos de miles de proletarios, y todo ello a pesar de que la influencia de la socialdemocracia no existe, o es apenas evidente.”
El absolutismo zarista, representante de los terratenientes y agente de los capitales imperialistas franceses y británicos no dejaba margen político a la participación de la burguesía liberal rusa. La oposición liberal al gobierno fue ante todo cuidadosa, ya sea por el temor que le generaba la revolución como por el peligro que representaba el ascenso de la clase obrera. La obsesión de la burguesía liberal era encontrar algún tipo de intermediación con la monarquía, por lo que los primeros ofrecimientos semi-democráticos fueron suficientes para deponer su actitud de lucha (así sea verbal) contra el zarismo.
Cabe resaltar que poco menos de un año antes del “domingo sangriento”, en febrero de 1904, se inició la guerra Ruso-Japonesa. En medio del ascenso imperialista de Japón en disputa con territorios de China, y conforme al interés zarista de obtener una salida marítima al Pacífico por la península de Liadong, los rusos ocuparon “Porth Arthur”, y más tarde Manchuria. Esta ocupación dio lugar a la ofensiva peninsular nipona que logró en menos de un año vencer a las tropas zaristas, incluso haciendo naufragar en mayo de 1905 a la afamada Flota del Báltico que envió Nicolás II luego de tener conocimiento sobre la pérdida de sus posiciones en la península. La guerra no sólo buscaba consolidar posiciones comerciales, sino también otorgar una victoria militar que permitiera realzar su prestigio político y bloquear los choques internos. Sucedió todo lo contrario, la guerra que en un principio interrumpió las huelgas, una vez más, terminó por profundizar las contradicciones ya existentes en un régimen absolutista agonizante.
La sotana de Gapón
Como primer elemento curioso que debe destacarse de la movilización del domingo 9 de enero de 1905 en San Petersburgo fue quien encabezó la convocatoria. Que haya sido un cura no resulta sólo sorprendente de cara a que la movilización se dirigía contra el Zar, el representante de Dios en la tierra, sino que también lo es por su sentido excepcional. Las grandes movilizaciones en aquellos años, es decir: a principios del siglo XX, eran encabezadas por dirigentes de partidos o fuerzas de izquierda, no por organizaciones y dirigentes eclesiásticos. Si bien en Rusia existía un buen número de organizaciones que se denominaban socialistas, no es menos cierto que la fe religiosa no sólo era una característica del pueblo ruso, sino que se constituía como un elemento solicitado por las propias organizaciones zubatovistas.
Sin desconocer sus dotes como líder, Giorgi Gapón adquirió su posición al frente del movimiento a partir de su acuerdo en la estrategia “zubatovista”, derivando luego en un proceso que se va de sus manos. “El sacerdote al que la historia había puesto al frente de la masa obrera, durante algunos días, de manera tan inesperada, marcó los acontecimientos con el sello de su personalidad, de sus opiniones, de su dignidad eclesiástica. (…) La sotana de Gapón era algo accesorio. El verdadero actor era el proletariado revolucionario. (…) Hijo de un clérigo, seminarista más tarde, estudiante de la academia eclesiástica, agitador entre los obreros con la autorización benévola de la policía, se encontró de pronto al frente de una multitud cuyos componentes eran cientos de miles.” (León Trotsky, “1905”, Pág. 76).
Veremos más adelante cómo Gapón termina yendo objetivamente contra el lugar que le había otorgado Zubatov y el Zar, convocando incluso a las organizaciones revolucionarias para su derrocamiento. Sin embargo, el tiempo lo pondrá nuevamente en el punto inicial de esta historia. “¿Qué es lo que vimos después? Cuando la llama descendió, Gapón quedó al descubierto frente a nosotros por su nulidad política y moral. Las actitudes que afectó ante la Europa socialista, sus enclenques escritos revolucionarios, fechados en el extranjero, simples y groseros, su llegada a Rusia, sus relaciones clandestinas con el gobierno, sus denarios de Witte, sus entrevistas pretenciosas y absurdas con los representantes de los periódicos conservadores, su conducta ruidosa, sus fanfarronadas y, finalmente, la miserable traición que fue causa de su pérdida, todo destruyó definitivamente la idea que nos habíamos formado de Gapón el 9 de enero.” (Trotsky, “1905”, Pág. 77) A poco más de un año de la revolución, Gapón es ejecutado por orden del socialista revolucionario Rutenberg, acusado de ser agente policial.
La chispa que encendió la pradera
El 3 de enero se inició en la fábrica petersburguesa de Putilov la huelga de 12.000 trabajadores, a partir del despido de cuatro obreros. Ante la negación a ser reincorporados, el día 7 la huelga continuó, cobró fuerza y se extendió al resto de las barriadas obreras de San Petersburgo, contando rápidamente con 140.000 adherentes. La enorme huelga deparó finalmente en la movilización de las tropas zaristas en distintos puntos de la ciudad. En ese marco, surge la idea de Gapón de hacer entrega en manos del propio Zar del famoso petitorio que contendrá una serie de demandas, para eso debía convocarse una movilización fechada para el siguiente domingo en dirección al Palacio de Invierno.
Ciertos corresponsales periodísticos ingleses y alemanes sostenían que la Policía era quien preparaba las condiciones para la marcha del domingo 9. Si bien el pedido de audiencia de Gapón fue denegado por las propias autoridades monárquicas, la Policía dejó actuar y organizar la convocatoria a la movilización. Preparaba una gran represión de sus tropas ante una movilización que iba a ser inevitablemente multitudinaria. Mientras tanto, sus convocantes remarcaban el carácter de la movilización: no sólo se apelaba a marchar sin cánticos ni banderas, sino que al mismo tiempo iba a predominar la simbología no sólo religiosa, sino con íconos relacionados con el propio gobierno del Zar Nicolás II.
Gapón elaboró la carta que fue entregada al Zar en nombre de alrededor de 200.000 manifestantes. Se reclamaban las ocho horas de jornada laboral y el derecho a huelga, destacándose también la elección de representantes bajo el sufragio universal y la convocatoria a una Asamblea Constituyente. Estas demandas eran encomendadas al soberano bajo una clara retórica religiosa en la que el pueblo se presentaba como súbdito, pero que a su vez acusaba a los burócratas del gobierno, a los intermediarios, de todos los males, por lo que se exigía un vínculo directo entre el pueblo y el Zar. “Estas son, soberano, las principales necesidades que te sometemos. Ordena y jura satisfacerlas y harás a Rusia fuerte y gloriosa, grabarás tu nombre en nuestros corazones, en los corazones de nuestros hijos y nietos, para siempre.” Al final del mismo texto, Gapón parece anticiparse a la respuesta que el Zar iba a dar a la movilización: “Si rehúsas escuchar nuestra súplica, moriremos aquí, en esta plaza, delante de tu palacio. No existe otra salida para nosotros, carecemos de motivo alguno para buscarla en otro lugar. Ante nosotros sólo quedan dos caminos: o hacia la libertad y la felicidad o hacia la tumba. Muéstranos soberano el que debemos elegir; lo seguiremos, sin replicar, aún cuando fuera el camino de la muerte.” (“La Revolución Rusa en 1905”, Pág. 342)
La marcha al Palacio de Invierno
Al propósito original de Gapón de conectar al pueblo directamente con el Zar, evitando la intermediación de funcionarios “corrompidos”, Nicolás II contestó con una represión inimaginable. Un enorme operativo de cosacos y tropas apostadas en distintos puntos de la ciudad se preparó en las horas previas para chocar con una multitud de obreros, campesinos, abuelos, niños, familias enteras, que se movilizaban pacíficamente. No pudieron siquiera llegar al Palacio de Invierno que en el camino ya se habían topado con la sangrienta y cobarde represión de la armada zarista. Bajo el mando militar del duque Vladimir, se masacró a la multitud obrera que desfilaba por la avenida Nevski, dejando como saldo más de mil muertos y un gran número de heridos.
Cobardemente el zarismo hizo valer la fe de su pueblo para emprender una masacre. Relatan las crónicas que muchos manifestantes, una vez abierto el fuego contra la multitud, intentaron superar los cordones de soldados para llegar al hombre “designado por Dios en la tierra”, ya que él seguramente entendería el reclamo y daría una respuesta favorable. Los sectores revolucionarios, precavidos de la represión, pudieron levantar ciertas barricadas como medio para ofrecer resistencia.
Esta implacable represión imperial no cumplió el cometido del gobierno, sino que por el contrario habilitó una serie de métodos de lucha que la clase obrera rusa desconocía hasta el momento, poniendo a la orden del día la necesidad de armar a los obreros y aplicar diversos métodos de autodefensa. La represión resultó determinante no sólo para quebrar la confianza de súbdito del pueblo con el monarca, sino también para preparar mejor el terreno del combate para los revolucionarios. La sección bolchevique del Partido Obreros Socialdemócrata Ruso (POSDR) elaborará para las acciones de Moscú una serie de “Instrucciones para la insurrección”, que puntualizaba sobre cómo enfrentar a los cosacos con un puñado de tiradores y qué edificios vale la pena ocupar y cómo hacerlo. Estos carteles se pegaban en toda la ciudad.
La noticia de la masacre llegó rápidamente al resto de las capitales europeas, no sólo por el número de corresponsales apostados, sino porque la autocracia no bloqueó su emisión por medios telegráficos. Tras los hechos, luego de salvar su vida de la represión, Gapón planteó: “A los soldados y oficiales que asesinan a nuestros hermanos inocentes, a sus mujeres y a sus hijos, a todos los opresores del pueblo: mi maldición pastoral. A los soldados que ayuden al pueblo a obtener su libertad, mi bendición. Les eximo de su juramento de soldados hacia el Zar traidor que ha ordenado verter sangre inocente…” (Trotsky, “1905”, Pág. 75)
Escritores y otros intelectuales liberales fueron puestos en prisión, entre ellos el reconocido Gorki. Las cárceles abarrotadas de obreros y las prensas clausuradas eran el refuerzo de seguridad con que el gobierno completaba una notable militarización de las calles petersburguesas. A la par crecía el repudio popular, tanto de vecinos como de diversos sectores sociales antes dormidos en la súbdita pasividad impuesta por el Zar.
Huelga política de masas
Si bien el contenido de la movilización al Palacio de Invierno guardaba enormes diferencias con lo que ocurriría doce años después, en 1917, cuando el edificio era considerado la expresión última de la toma del poder, caben resaltar las contradicciones que guardó esta movilización. No fue, como muchos preferían creer en ese entonces, un simple cortejo religioso. Aún con la dirección de un párroco y la retórica católica ortodoxa de la petición, la movilización del 9 de enero era parte de una gran huelga política de masas. “Comienza por una huelga, se unifica, formula exigencias políticas, baja a la calle, atrae hacia sí todas las simpatías, todo el entusiasmo de la población, choca con la fuerza armada y abre la Revolución Rusa. Gapón no creó la energía revolucionaria de los obreros petersburgueses, se limitó a descubrirla, sin haberlo sospechado.” (Trotsky, “1905”, Pág. 76)
Lejos de disolverse con la feroz represión, la huelga general se expandió como un reguero de pólvora por toda la Rusia de los zares, incluso desatando luchas nacionales como la causa polaca que revivió con las huelgas y concentraciones en Varsovia. Se activaron entonces distintas expresiones huelguistas a lo largo de 122 ciudades y localidades bajo dominio del Zar. Durante dos meses, la huelga fue una respuesta de solidaridad generalizada en un número aproximado de un millón de obreros que, como registró Trotsky, no se manifestaron bajo un plan determinado sino más bien guiados por el propio interés de comprobar sus flamantes fuerzas proletarias ante el tirano gobierno. El gobierno no se detuvo en consultar qué hacían a los obreros agolpados en la esquina, sino que antes de hacerlo prefería abrir fuego por medio de sus cosacos. En enero, la huelga llegó a su punto máximo el día 10 enero, volviendo los trabajadores a sus puestos recién tres días después.
La prensa internacional a su vez tomaba nota de estos eventos en los que el proletariado tomaba las calles y hacía sus primeras experiencias de lucha directa contra el poderoso régimen de los zares, formando barricadas y armándose aunque limitadamente. Entendiendo los horizontes que se abrían a partir de estos hechos, Lenin sostenía desde Ginebra que “cualquiera sea el desenlace final de la actual insurrección de Petersburgo, en todo caso se convertirá, inevitable e inexorablemente, en la primera etapa de otra insurrección, más amplia, más consciente y más organizada.” (Lenin, “El comienzo de la revolución rusa”, Tomo VIII, Pág. 94). Al mismo tiempo, Lenin destaca que “la revolución rusa es, en la historia mundial, la primera gran revolución (y sin duda no será la única) en que la huelga política de masas ha desempeñado un papel extraordinario.” (Lenin, “Informe sobre la revolución de 1905”, Tomo XXIII)
La repercusión de la huelga general de enero no sólo conmueve a la prensa europea, sino que abrirá tiempo después una decisiva discusión en el seno del movimiento socialista. Rosa Luxemburg, tras su liberación de las cárceles polacas visita San Petersburgo en el reflujo posrevolucionario, remarcando la acción de la clase obrera empleando la huelga general de masas como medio decisivo para la acción revolucionaria. Estas conclusiones son trasladadas a su folleto “Huelga de masas, partido y sindicato”, escrito desde su exilio en Finlandia y que será publicado para el Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán (SPD) de Mannheim en el otoño de 1906, en el que se enfrentará al ala de derecha y el por aquel entonces centro que estaba a cargo de la dirección partidaria.
Los días después
Gapón, tras salvar su vida del “domingo sangriento” se exilió en el extranjero, manteniendo su relación política con los socialistas revolucionarios, partido pequeño burgués (populista) que contaba con un buen número de intelectuales y personalidades en sus filas. Desde el extranjero llegó a convocar dos meses después del domingo sangriento una conferencia de distintos partidos y organizaciones “socialistas” de Rusia, Letonia, Polonia, Finlandia, Lituania, Armenia, Ucrania y Bielorrusia. “Como revolucionario y hombre de acción que soy por encima de todo, exhorto a los partidos socialistas de Rusia a ponerse inmediatamente de acuerdo y a proceder a la insurrección armada contra el zarismo. Todas las fuerzas de cada partido deben ser movilizadas. El plan técnico de lucha debía ser el mismo para todos: bombas, dinamita, terror individual y terror de masas, todo en cuanto pueda despertar la insurrección del pueblo. La meta inmediata es el derrocamiento de la autocracia y un gobierno provisional revolucionario que conceda inmediatamente la amnistía a todos los combatientes por la libertad política y religiosa…”, citado por Lenin en “El acuerdo de lucha para la insurrección” (OC, tomo VIII, pág. 163).
Lenin, participó en esta reunión en representación de la fracción bolchevique de la socialdemocracia, exigiendo un acuerdo práctico entre socialdemócratas, socialistas revolucionarios y cualquier partido revolucionario, que vaya más allá de la “unidad de palabra” y que destaque la relevancia de la intervención de las masas en las acciones revolucionarias, contra las acciones de terrorismo individual sostenidas por los populistas. Esta unidad finalmente no se pudo concretar, ya que el predominio en la conferencia (tras una serie de maniobras) era de los Socialistas Revolucionarios, quienes establecieron su programa por completo.
Los socialdemócratas poco a poco encontraron el terreno para avanzar en sus críticas a la autocracia, fortaleciéndose en el ascenso del propio proletariado que en la lucha sacaba sus primeras, aunque confusas, conclusiones. El reflejo de esto se encontraba en el propio programa que levantaba Gapón una vez culminado el “domingo sangriento”, planteando el “derrocamiento del Zar” dentro del conjunto de las demandas.
Si bien la sotana de Gapón estuvo al frente de la columna que se movilizó al Palacio de Invierno y fue este dirigente religioso la figura saliente de la movilización, el verdadero protagonista del reclamo fue la clase obrera, que sin tener aún una conciencia clara de sus históricas tareas, encabezó decididamente la lucha popular contra el zarismo en un movimiento que por su carácter albergaba numerosas y desafiantes limitaciones. Las apremiantes necesidades insatisfechas guiaron la intervención de una clase totalmente ajena a los titubeos y las concesiones que durante décadas ataron de manos a la burguesía liberal rusa. Al mismo tiempo, el proletariado comprendió la importancia de establecer lazos con un numeroso campesinado, decisivo tanto como en su acción en el campo como en las filas de las tropas zaristas.
El domingo sangriento, más allá de la terrible masacre sufrida por el movimiento obrero, dio lugar a la primera gran revolución del siglo XX. En ella se gestaron nada más y nada menos que las organizaciones soviéticas. Al mismo tiempo que puso en discusión la importancia revolucionaria de la huelga general de la clase obrera en su lucha contra la burguesía y el conjunto de las clases dominantes. En definitiva, el socialismo europeo de ahora en más no sólo tuvo que posar su mirada en Rusia, sino que comprendió la importancia que tenía sacar correctas lecciones de la revolucionaria intervención del proletariado ruso.
Bibliografía:
Lenin; Obras Completas, Tomo VIII, Buenos Aires, Cartago, 1969.
Mas, Santiago; “La Revolución de 1905 en Rusia”, Centro Editor de América Latina, 1973.
Trotsky; “1905”, Buenos Aires, CEIP, 2006.