Buscar
Close this search box.

Sobre el fascismo italiano

Su ideología, finalidad, métodos, respaldos

Sobre el fascismo italiano

Su ideología, finalidad, métodos, respaldos

“A decir verdad, varios banqueros y grandes industriales- pero no todos ellos- ayudaron a Mussolini con consejos y con dinero. Hay derecho a suponer que sin la ayuda de esa reacción del capitalismo, el fascismo no habría podido conquistar el país”

Giuseppe Antonio Borgese, Goliat. La Marcha del fascismo

Borgese no era un socialista, era un profesor universitario, periodista y escritor antifascista que frente a la persecución del régimen de Mussolini se exilio en Estados Unidos y se naturalizó como ciudadno norteamericano. Pero esta caracterización del advenimiento del fascismo en Italia se ajusta a la realidad de los hechos.

El mismo Borgese, en el libro mencionado agregaba algo fundamental: “El fascismo aumentó su fuerza y poderío no solo  con la complicidad de las clases gobernantes, sino bajo la confesada protección de los comandos militares y del estado liberal. Ministros de guerra -aun cuando el ministro había salido de las filas democráticas o socialistas, y más tarde, arrepentido, quisiera disimular su culpa- permitieron al fascismo armarse y le suministraron directamente armas de los depósitos militares. El dirigente del liberalismo oficial, el anciano Giolitti, consideró el fascismo desde lo alto de su estatura y de su sabiduría, semi paternalmente, semi mefistofélicamente, como un producto natural de la guerra no completamente antipático a simple vista, no tan negro como el mismo fascismo de complacía en presentarse. Aún más, Giolitti honestamente creyó demasiado que el fascismo podía ser empleado como instrumento regni, para dar una buena lección a lo que quedaba  de socialismo revolucionario y amedrentarlo y meterlo en el redil de la ley constitucional. En consecuencia creyó que el fascismo merecía ser temporalmente alentado”.

Finalización de la primera guerra mundial: la crisis desatada en Italia

El epílogo de la primera guerra mundial dejó un endeudamiento catastrófico  en la península itálica. La burguesía italiana padecía esta circunstancia, a pesar de la victoria y la calificaba de victoria mutilada. Como resultado de esta crisis Mussolini fundaba  en marzo de 1919 los Fasci di Combatimento, grupo de choque nacionalista para ser usado contra la clase obrera. Estará integrado por excombatientes, perjudicados por la guerra, que caían en la pobreza, delincuentes y desocupados descontentos. Como ya había señalado el periodista Borgese, este grupo de tareas de lúmpenes  era financiado por una burguesía asustada. Como resultado de esa crisis es que los socialistas triunfaban en las elecciones de noviembre  de ese año, mientras los fascistas eran derrotados. El gobierno era presidido por Giolitti (que como mencionáramos iba a favorecer el ascenso de Mussolini).

La crisis, sumada a la inflación creciente va a desatar  huelgas y ocupaciones de fábricas en agosto y septiembre de 1920.  Quienes van a actuar con decisión van a ser los fascistas, incendiando las Cámaras de Trabajo, con atentados terroristas contra dirigentes sindicales y socialistas, contra sus locales sindicales partidarios y sus prensas. Al profundizarse los choques entre la clase obrera y la clase capitalista, va a crecer el respaldo político y financiero  del gran capital agrario e industrial a las hordas fascistas, un instrumento que consideraban apto para la derrota de la clase obrera italiana.  En marzo de 1920 iba a reunirse la primera conferencia nacional de los industriales italianos, quienes fundan la Confindustria para imponer su dominio sobre el resto de la economía. El presidente de la Confindustria, de apellido Silvestri, definió los propósitos de la conferencia en la integración de la fuerza de trabajo obrera para favorecer los planes del gran capital sobre la base de la “intensificación de la producción”, reforzamiento de la disciplina de trabajo, planteo que le comunicaron a Giolitti (el primer ministro). La finalidad consistía en vencer la resistencia obrera. Mussolini y los fascistas iban a ser llamados a jugar un papel en ese sentido. Independientemente de su derrota electoral, y más aún debido a ella misma, Giolitti y la clase capitalista italiana vieron en los fascistas un instrumento idóneo para ese disciplinamiento.

Mussolini y sus fasci di combatimento no renunciaban a ningún canal que les permitiera llegar al poder. Giolitti, en abril de 1921, disolvía el parlamento y “convocaba a elecciones para el siguiente mes, e invitó a los fascistas a ingresar en su propio Bloque Nacional. De este modo, esperaba poder contrarrestar el poder de los socialistas y popolari [demócrata cristianos del Partido Popular] en el parlamento y creía que teniendo en cuenta a los fascistas y reconociendo su estado oficial, podría absorberlos y hacer que pasasen de su actitud anárquica y su situación ilegal a una cierta consideración y respetablidad”.Mussolini, Laura Fermi 

En mayo de 1921 Mussolini y los fascistas alcanzaban en la elección parlamentaria 35 escaños en la cámara de diputados, como parte del Bloque Nacional, que de conjunto obtenía 105 bancas sobre 535. Con la anuencia y el financiamiento del Estado burgués, del ejército, y del propio ejecutivo, las bancas parlamentarias fueron utilizadas como instancia preparatoria del asalto al poder, no contra el Estado capitalista, sino para fortalecerlo. 

Era la consecuencia de las determinaciones que un año antes había adoptado el gran capital industrial italiano.  Así le dio impulso legal al fascismo, sin dejar de respaldarlo con armas y complemento de la represión estatal oficial.

La ocupación de fábricas en agosto de 1920: la importancia de una dirección revolucionaria , o de su ausencia

Las patronales metalúrgicas y la federación que agrupaba a los obreros metalúrgicos venían desarrollando una discusión sobre aumentos de salarios desde hacía dos meses. A fines de agosto de 1921 la representación patronal rompía las negociaciones y, en un acuerdo con el gobierno Giolitti mandaba a la fuerza pública a ocupar los establecimientos Romeo. Por la tarde trescientas fábricas de Milán eran ocupadas por sus obreros.  La clase obrera no se amedrentó. A las cinco de la tarde de ese mismo día, el llamado triángulo de Italia, zona industrial del norte  integrada por el puerto de Génova, Turín y Milán, fue el eje de la ocupación de las fábricas, pero se extendió por toda la península. En todas las fábricas flameaba la bandera roja. El primer ministro Giolitti mandó a rodear las fábricas por la policía y el ejército. Los dirigentes socialistas Bordiga, Serrati y Borghi no estaban en Italia. Se hallaban en Moscú. Reunidos en Milán el 11 de septiembre, los dirigentes de la CGL (Confederación General del Trabajo), se negaron a sostener una acción revolucionaria, y en su lugar quedaban satisfechos con un control sindical de las empresas.  Ambas posiciones fueron puestas a consideración resultando victoriosa la posición de negociar ese punto con el gobierno Giolitti.  

Así fue transcurriendo el llamado bienio rosso, caracterizado por las ocupaciones fabriles y los consejos obreros, con una derrota que era el fruto de las vacilaciones de los dirigentes socialistas, que condujo a un reflujo obrero, un descenso en las condiciones de existencia de la clase obrera, con el agregado de  las escuadras fascistas contra la militancia y los locales de las organizaciones obreras.

Curzio Malaparte, escritor y funcionario fascista, describía  así en Técnica del golpe de estado, la hondura de la crisis revolucionaria de ese momento: “ Los obreros, en las fábricas,, se equipaban para la lucha; surgían armas de todas partes, las había debajo de los tornos, detrás de los telares, las dínamos y las calderas; veíanse los montones de carbón vomitar fusiles y cartuchos. Hombres de cara grasienta y de gestos tranquilos, se deslizaban entre las máquinas muertas, los pistones, los martillos -pilones, los yunques, las grúas; trepaban a lo largo de las escaleras de hierro a las torrecillas, a los puentes rodantes, a los tejados puntiagudos y acristalados; iban a tomar posiciones para transformar cada fábrica en una fortaleza. Banderas rojas crecían en lo alto de las chimeneas. En los patios los obreros se amontonaban en multitud: dividíanse en compañías, secciones, escuadras. Jefes de equipo  con brazalete rojo daban órdenes y partían  las patrullas de reconocimiento; a su vuelta los obreros abandonaban las fábricas y caminaban en silencio rozando los muros, hacia los puntos estratégicos de la ciudad. De todas partes afluían hacia las bolsas de trabajo equipos entrenados en la táctica  de la guerra callejera, para defender los domicilios sociales de los sindicatos contra un ataque eventual de los camisas negras. Había ametralladoras colocadas en todas las salidas, en las revueltas de las escaleras, en el fondo de los pasillos y sobre los tejados. Había granadas amontonadas en las oficinas, junto a las ventanas. Los mecánicos desenganchaban sus locomotoras y abandonando los trenes en pleno campo, huían a toda velocidad hacia las estaciones. En los pueblos había carros colocados a través de los caminos para impedir que los refuerzos de los camisas negras se trasladasen de una ciudad a  otra. Emboscados detrás de las cercas, los guardias rojos campesinos, armados de escopetas de caza, de horcas, de zapapicos, de guadañas, acechaban el paso de los camiones fascistas”. 

Pero la burguesía había envalentonado a los fascistas y a sus tropas de asalto, respaldados por el aparato represivo estatal. Malaparte lo describe así: “Las tropas de asalto, compuestas de camisas negras adiestrados en la táctica de la infiltración, en los golpes de mano, en la acción individual, armados de puñales, de granadas, de material incendiario, esperaban junto a los camiones que debían transportarlas al terreno de la lucha”.

Malaparte concluye lo siguiente: “La guerra civil había alcanzado un grado de violencia terrible, con grandes pérdidas por ambas partes, pero esas luchas sangrientas señaladas por episodios, sin precedente en la crónica de esos años rojos, habían acabado en la derrota de las fuerzas proletarias.”  Y agrega una afirmación lapidaria: “Aquellos mismos liberales, demócratas y conservadores que se habían apresurado, al llamar a los fascistas para que formasen parte del bloque nacional, a colocar a Mussolini en el panteón de “los salvadores de la patria” (...) no querían resignarse a darse cuenta de que el objetivo de Mussolini no consistía en salvar a Italia según la tradición oficial, sino en apoderarse del Estado, programa mucho más sincero que el de 1919. Pero ahora para la burguesía liberal y revolucionaria, nada podía ser menos igual, nada era menos aceptable que aquella violencia fascista, tan calurosamente  aplaudida, mientras se había empleado contra las organizaciones proletarias”. Es que una vez en el poder, al que había llegado con el respaldo de toda la burguesía, Mussolini domesticó bajo su talón  a la clase capitalista, a la que beneficiaba sometiendo a la clase obrera.

Fue en ese contexto que el nuevo Partido Comunista italiano realizaba un llamado al frente único consistente en promover la unidad sindical y generalizar la lucha, que fue rechazada por los sindicatos. A pesar de esa negativa, franjas considerables de la clase obrera discutían esa necesidad, circunstancia que empujó a constituir la Alianza del Trabajo, un frente único de tres centrales sindicales (en 1922) entre la CGL, la USI, la republicana UIL y los sindicatos independientes de estibadores y ferroviarios. Ya en verano las huelgas comenzaron nuevamente,  conmovieron la península, madurando la tendencia a la huelga general. Pero la política del Partido Socialista chocaba con esa tendencia, en la medida en que se empeñaba en formar gobierno con los fascistas, como corolario de la firma de un pacto de pacificación con ellos. Pero esa tentativa se frustró por la acción contraria del rey Víctor Manuel, opuesto a la misma. 

A pesar de haber decidido convocar a la huelga general en agosto de 1922, el PSI no abandonaba su estrategia contrarrevolucionaria, en la medida en que su programa se limitaba a la demanda de las libertades cívicas, y el imperio de la ley ante los ataques fascistas. No caben dudas que esa estrategia era una política de derrota, ya que esa huelga convocada por el Partido Socialista, cuya duración se extendió desde el 1 al 3 de agosto, no organizó a la clase obrera para triunfar. Y, en efecto, la clase obrera se enfrentó heroicamente a las hordas fascistas, apoyadas por el ejército, quienes derrotaron a la clase obrera. Fue el preludio del ascenso del fascismo. Laura Fermi, en su biografía de Mussolini narra que: “Los fascistas presentaron un ultimátum al gobierno en el que afirmaban  que si la huelga no cesaba antes de cuarenta y ocho horas, ellos  la terminarían. Al propio tiempo, intervinieron algunos de los servicios públicos en huelga, que hicieron funcionar a un ritmo retardado. En algunas ciudades los fascistas y estudiantes que simpatizaban con ellos, repartieron el correo o condujeron tranvías y trenes, ganándose con ello el agradecimiento de la población”. Aquí puede observarse cómo la acción rompehuelgas, ejercida con violencia, en el marco de una dirección obrera vacilante, no dispuesta a vencer, ganó espacio ante una pequeña burguesía que agobiada por las rémoras de la primera guerra buscaba una salida, y la encontró en los fascistas, quienes por su iniciativa y resolución los atrajeron.

Repitiendo nuevamente a Laura Fermi: “Aquel fue el momento decisivo de la carrera política   de Mussolini. Su gran sensibilidad a los estados de la opinión pública le dijo que su hora había llegado y que no era necesario que siguiese refrenando su ambición. Declaró que el fascismo estaba a punto de convertirse en el Estado de manera “inevitable”, y que en sus filas  se encontrarían  “a las fuerzas necesarias para administrar la nación”.  

  ¿Cómo obraron? Con una decisión y violencia sin igual, aprovechando el momento político favorable para terminar de derrotar a la clase obrera. “Así sostenidos y felicitados, o suavemente regañados, los muchachos de los camisas negras [continuidad de los fasci de combatimento] se lanzaron a la caza de los Rojos en las plazas de las ciudades y en los mercados de los pueblos. Cada domingo marcaba una vuelta del juego, pero los días de la semana no fueron necesariamente de descanso. Los Rojos eran ahora los destrozados y dispersos restos de un ejército, si alguna vez formaron un ejército, en completa derrota; les ganó la angustia y el temor, pero cuando más débil era su resistencia, más feroz se hacía la persecución. Armas de fuego y armas blancas sirvieron igualmente en la cacería; y cuando su uso fue posible sin correr el riesgo de enfrentarse con armas más poderosas, gustaban los camisas negras de emplear sus cachiporras como medio de inculcar ideas sensatas en las cabezas demasiado obstinadas, lamentando solo si a veces el cráneo de los Rojos, saltando como astillas bajo los golpes, resultaba ser una sustancia menos resistente de lo que había parecido”.Mussolini, Laura Fermi

“Desnudaron a las campesinas sospechosas de simpatías  rojas y pintaron los colores nacionales en sus redondeces inferiores. Asaltaron y destruyeron las cooperativas de obreros y empleados”. “Tales proezas habían sido contempladas complacientemente por la policía, que consideraba a los Camisas Negras como un cuerpo auxiliar y que se sentía fuertemente inclinada a trocar con ellos los papeles. Los jueces, adulados servilmente, absolvían o sobreseían a los asesinos e incendiarios, habiendo sido discretamente prevenidos de tener en cuenta en los juicios ´los motivos nacionales´ de los delitos”.  “Los camisas negras habían deshecho las municipalidades socialistas y se habían posesionado de ellas, a la verdad no con votos sino con balas, o a lo menos blandiendo garrotes y cachiporras, entre ellas la más importante municipalidad de Milán”. Estas descripciones realizadas por Borgese en su Goliat es completada  con otra que resulta muy ilustrativa referida a la derrota de la huelga ya mencionada de 1922: “Una huelga legal  o así llamada “legalitaria” había estallado poco antes en el verano de 1922, no con el propósito de iniciar una revolución comunista, sino con el laudable deseo  de urgir al estado a aplicar la ley contra el único partido que ahora la violaba abiertamente en el país. La huelga fracasó por sí misma en dos días, debido a la bien probada incompetencia e indecisión  de los cabecillas y de las masas; sobre lo cual los llamados liberales y camisas negras fraternizaron en las plazas, proclamando y celebrando la aplastante victoria”. Como acabamos de señalar esta apreciación  es muy ilustrativa en lo atinente a la colaboración entre la burguesía liberal y la derecha más reaccionaria y represiva, a la hora de unirse por la derrota de la lucha de la clase obrera. Sin embargo, cabe señalar que la impericia a la que se refiere Borgese tiene relación con el propósito limitado de la misma, en la que estaba ausente aquello que Borgese considera laudatorio: esto es, la lucha por la revolución socialista, en la que la dirección socialista reformista actuó deliberadamente contra esa perspectiva revolucionaria, en la que las masas fueron víctimas y no propiciadoras de esa derrota, debido a la política capituladora de su dirección.

Como resultado de la derrota de esa huelga, los camisas negras se animaron, y el Partido Fascista fue preparando apoderarse del poder y organizando la marcha sobre Roma.  

La Marcha sobre Roma

Édouard Dolléans en su Historia del movimiento obrero dice acerca de la  Marcha sobre Roma: “Ante la amenaza de los 80.000 camisas negras que marchan desde Peruggia sobre Roma, apoyados por otros 150.000  milicianos, el nuevo ministro [Facta, que había reemplazado a Giolitti] propone al rey, el 28 de octubre decretar el estado de sitio. El rey se niega a firmar el decreto”. Siendo rigurosos, Dolléans exageraba el número de fascistas que se preparaban para entrar en Roma, que de acuerdo a otras fuentes era bastante menor. Por eso, Borgese, en su Goliat, refiriéndose a las negociaciones y maniobras pergeñadas por Mussolini para hacerse del poder afirma: “Por la primera vez en su vida, Mussolini conoció el placer de ganar por bluff; de la victoria obtenida solo con amenazas. Repitió el golpe, que en los años que iban a seguir repetiría tantas veces. Contestó que iría a Roma, y que no desmovilizaría a su ejército, a menos que el rey le concediese la jefatura del gobierno”. Y agregaba: “En la perplejidad de la hora un grupo de personalidades de los partidos conservador y liberal se reunieron con el prefecto en el palacio gubernativo de Milán. Fue uno de ellos, hasta entonces intransigente liberal, quien aceptó la desagradable misión  de telefonear en nombre de todos los demás al ayuda de campo del rey en Roma, que dada la situación  en que se encontraba el país políticamente, aconsejaban a su majestad someterse a las exigencias de Mussolini”. “Aconsejado y sostenido de semejante manera por sus constitucionalistas, el rey sacudió sus últimos escrúpulos y firmó un telegrama ofreciendo a Mussolini  la composición del  gabinete”. El propio Borgese, escritor contemporáneo de estos acontecimientos expresaba: “Nadie puede científicamente decir que habría sucedido si el Estado hubiera  ofrecido resistencia armada  a la insurrección. Muchos fueron de la opinión que el repiqueteo de algunas ametralladoras y el zumbido de algunos aeroplanos habrían bastado para  dispersar los enjambres negros. De todos modos, si los Negros [por los camisas negras] se hubieran mostrado capaces de invadir a Roma, donde eran cordialmente detestados, no habría sido confortable ni larga, con solo que el gobierno hubiera mantenido su control sobre los ferrocarriles que transportaban provisiones  a una multitud de consumidores a los que fácilmente se hubiera podido sitiar por el hambre”.

Pudo haber ocurrido pero no ocurrió ¿Por qué? Algo nos responde Borgese: “Es verdad que mientras la masa del ejército regular era hostil o a lo menos indiferente hacia los insurgentes, muchos oficiales y generales, ambiciosos de ascensos y paradas, soñando con las emociones de una guerra más grande y mejor, o sinceramente mareados por su fanatismo tribal, contemplaban con ternura  a los camisas negras y anhelaban su victoria”. Pero, especialmente, y por encima de todo, la burguesía italiana necesitaba el aplastamiento de la clase obrera, y necesitaba de Mussolini y de los camisas negras.

Hay algo fundamental sobre la Marcha sobre Roma: el primer ministro Facta fue haciendo concesiones de todo tipo, y Mussolini no aceptó ninguna, fingiendo una fortaleza de la que carecía, amenazando con avanzar con sus fuerzas sobre Roma, si no le daban los plenos poderes de formar gobierno. La burguesía y su gobierno cedieron ante estas presiones, algo porque creyeron como veraces las afirmaciones mussolinianas, otro poco porque necesitaban creerlo, en la medida que esa fuerza de choque les resultaba de una utilidad valiosa contra la clase obrera.  

Laura Fermi, en su biografía de Mussolini nos proporciona elementos de juicio muy valiosos para caracterizar cuanto de maniobra había en la convocatoria de la Marcha sobre Roma, por parte de Mussolini, quien conocía las debilidades del gobierno, fácil  de chantajear por su fragilidad.

Aunque esa marcha la tenía pensada varios meses antes, recién  la propuso públicamente el 16 de octubre, fijando fecha para el 28 de ese mes. Fermi precisa el debate en el seno de la dirección fascista: “Dos oficiales fascistas, expertos en táctica militar, opinaron que su preparación requeriría  seis meses. Pero Mussolini la quería organizar en pocos días, pues, según su parecer, el elemento sorpresa tenía una importancia capital. También debió de pensar que la organización de una marcha sobre Roma le concedería una gran ventaja para negociar, aun cuando la marcha pecase de precipitada y no llegase a su conclusión. Al verse bajo la amenaza de las columnas fascistas, el gobierno haría posiblemente grandes concesiones”. Mussolini especulaba con la debilidad del gobierno, y con su dependencia de la acción fascista para ahogar las luchas obreras, a partir de los antecedentes de su papel en la imposición de las derrotas a las huelgas recientes. No se arrojó a la pileta vacía. Contaba con el beneplácito de parte importante de la oficialidad, y de la burguesía, como así también de sus partidos. Sin embargo, los cálculos de Mussolini pudieron haberse desvanecido,  porque el gabinete presidido por Facta declaraba el estado de guerra sobre el filo de la fecha anunciada para la marcha. Y, sostiene Fermi: “La verdad era que las tropas ya habían empezado a volar tramos de vía férrea y a dificultar por otros medios el  avance y las operaciones de abastecimiento”. “Los cuadrunviros [la dirección fascista constituida en forma reciente], aislados en Peruggia no podían ejercer sus funciones militares y los numerosos grupos y camisas negras avanzaban dirigidos por sus comandantes, siguiendo un vago plan general, y sin saber a ciencia cierta que hacía el resto de las fuerzas fascistas. Iban mal armados, con pocas municiones de boca y poca agua. No se había previsto nada  para acuartelar a los insurgentes o establecerlos en campamentos durante la marcha”.

“Pero su majestad, tomando por primera vez la iniciativa, se negó a estampar su firma al pie del documento [la declaración de estado de guerra]. Se dice que durante la noche celebró consultas con varios generales, a los que preguntó si el ejército lucharía contra los fascistas, si recibía órdenes de hacerlo. Los generales le contestaron  que el ejército cumpliría su deber (…), pero tal vez sería preferible no ponerlo a prueba.” Lo cual revela que había una posibilidad de una escisión del ejército, habida cuenta de que una franja de la oficialidad simpatizaba con Mussolini. Las cosas empeoraron para los fascistas, ya que se había desatado una terrible tormenta y lluvias torrenciales que perjudicaron a las fuerzas fascistas que esperaban en las puertas de Roma a la intemperie. Según Fermi, las columnas fascistas, en medio de la confusión, y de la falta de protección, y alimentos habían comenzado el retorno a sus hogares, pero el rey había exagerado la fuerza con la que contaban las huestes de Mussolini, las cuales con muy poco hubieran podido ser dispersadas y derrotadas por las fuerzas del estado. Esto no ocurriría, debido, en última instancia al importante papel jugado por las fuerzas fascistas al servicio del capital italiano. 

El rey y el gabinete se rindieron así a las presiones de Mussolini, quien recibió, del modo que él había exigido, un telegrama llamando a formar gabinete.  La época del fascismo comenzaba en Italia. El azar (las inclemencias meteorológicas) pudo haber jugado un papel, pero fueron contrarrestadas por las determinaciones, con ciertas vacilaciones, de la burguesía y de la monarquía, que se inclinaban por un régimen de la reacción en toda la línea, que conculcara las libertades democráticas, e impusiera su talón de hierro sobre la clase obrera.     

El fascismo en marcha

Laura Fermi deja constancia de que “El primer gabinete que formó Mussolini era un verdadero gobierno de coalición y en el parlamento se hallaban representados los partidos de la oposición,  o sea, socialistas y comunistas. Pero con el establecimiento del Gran Consejo y la acumulación de poderes en la cabeza del gobierno, este se hizo mucho más fascista de lo que hacía suponer lo menguado de la representación  fascista en el mismo. En el parlamento, el fascismo seguía representado todavía por aquel pequeño grupo de treinta y cinco diputados que fueron elegidos en 1921”. Por eso “Para hacerse fuerte en su posición y disponer de una fuerza llegado el caso Mussolini introdujo dos elementos anticonstitucionales en su gobierno, el “Gran Consejo Fascista” y la “Milicia Voluntaria para la seguridad Nacional”. Comenzaba a consolidar la totalidad del poder. Y es importante ver como entendía Mussolini la cuestión del poder. Decía: “ El consentimiento es tan variable como las dunas que se forman en la playa (…) Nunca puede ser total (…) Cualquier medida adoptada por un gobierno creará siempre cierto descontento (...) Antes de que este descontento se extienda, el gobierno debe contener su difusión apelando inexorablemente a la fuerza cuando sea necesario, porque el deber de un Partido que ocupe el poder es el de hacerse fuerte y asentarse sólidamente en el gobierno; así, es muy posible que acaso la fuerza ayude a recuperar y restablecer el consentimiento”.  Y, en efecto, Mussolini basó su gobierno en este método.

El asesinato del diputado socialista Matteoti, fue una clara manifestación de esos métodos, que además no eran una novedad, ya que los camisas negras facilitaron el ascenso de Mussolini sobre la base de golpizas y asesinatos. Al ascender al poder Mussolini no disolvió el parlamento, pero como ya vemos procedió  de modo de anularlo. No le fue suficiente la creación del Gran Consejo fascista y de la nueva milicia. Envió un proyecto de ley al parlamento que iba a permitir que los dos tercios de los escaños los ocupara con obtener mayoría simple en las elecciones. Para no crear dificultades al gobierno los liberales y otros partidos burgueses aprobaron la ley. El 6 de abril de 1924 se realizaron las elecciones. Los fascistas obtuvieron el 65%. Pero este triunfo fue el fruto de abusos y prácticas ilegales, ya que votaron milicianos de servicio, los balilla (niños menores que formaban parte de las fuerzas fascistas) y se prohibió el día de las elecciones hacer reuniones públicas a los socialistas, y pronunciar discursos, mientras que los fascistas lo hacían con toda libertad. El diputado socialista Matteoti denunció estas prácticas fraudulentas y reclamó la anulación de las elecciones. Esto creo un tumulto, y amenazas de los fascistas contra Matteoti.  Mussolini dio cuenta del discurso de Matteoti en el Diario fascista Il Popolo d´Italia diciendo que la mayoría parlamentaria había sido demasiado indulgente con Matteoti y que el diputado socialista era merecedor de algo más tangible que un insulto. Y el 6 de junio,  en la cámara de diputados, señaló que correspondía meterle “un tiro en la nuca”. El 10 de junio Giacomo Matteoti desaparecía. A pesar de que la desaparición dio lugar a manifestaciones de protesta y una crisis política que el Duce superó fingiendo ser víctima de una maniobra política, pero también  apelando al encarcelamiento de algunos dirigentes fascistas como responsables, como el de Rossi, quien antes debió renunciar a su ministerio, y de otros que le siguieron con sucesivas renuncias. Había que sacrificar a los peones para salvar al rey. Rossi fue liberado pocos meses después. Luego Mussolini recibió un voto de confianza del senado. Y no deja de tener importancia el papel del imperialismo norteamericano y de su prensa. El New York Times publicó: “nadie pone en duda la integridad y honradez de Mussolini, así como su decisión y habilidad” y añadía que no había “ni sombra de sospecha contra el propio Mussolini”, en relación al asesinato del socialista Matteoti.

El 3 de enero de 1925, un discurso en el parlamento de  Mussolini   reivindicaba la violencia fascista y se asumía como el jefe  de la banda que lo ejercía. Luego, de inmediato su milicia (300.000 hombres armados) se movilizó, atacando periódicos de la oposición, locales partidarios, allanando domicilios y empresas y se dio orden de reprimir a la oposición antifascista en todas las provincias. Así, debieron dimitir los pocos liberales que permanecían en el gobierno.  Ya en 1926 suprimió toda la oposición en el parlamento. Italia era toda de los fascistas. 

La finalidad central de los fascistas, luego de haberle impuesto una derrota a la clase obrera y liquidado a la oposición burguesa, luego de haberse servido de ella era disciplinar a la clase obrera. Entonces sancionó la llamada ley Rocco, mediante la cual se prohibían las huelgas obreras, pero también los lock out patronales, por ser “crímenes contra la economía nacional”.  La ley mencionada establecía el sindicato único con personalidad jurídica.

El crack de 1929 había impactado también en Italia. En 1933 los salarios reales  de los trabajadores estaban por debajo de los de 1923, también de los de 1913. Corrado Gini, un economista de cuño fascista reconocía esta realidad señalando que los salarios de los trabajadores italianos estaban solo por debajo del de los trabajadores portugueses. La crisis del 30 expresaba su impacto también en 1935 a través de una creciente desocupación, cuyo remedio para el gobierno fascista fue la reducción de la jornada laboral a cuarenta horas, sin aumentar el jornal por hora, disminuyendo así el ingreso de la clase obrera italiana.

La imposición del régimen fascista impactó en la fuerza numérica de los sindicatos. Los trabajadores agrícolas afiliados a  la CGL en 1920 eran 760.000, en 1923 eran 20.000. Las derrotas sufridas por la clase obrera a partir de la implantación del régimen fascista en 1922 habían determinado este reflujo. Los sindicatos fascistas que remplazaban a los afiliados a la CGL eran sindicatos verticales con una absoluta ausencia de democracia obrera, en los que los dirigentes eran designados por el Estado. A pesar de esto, dentro de ellos había presión sobre sus dirigentes por parte de los trabajadores. Las delegaciones regionales de esos sindicatos, no obstante, en el transcurso de los años 1927/28 comenzaban, a partir de las presiones de los obreros de las empresas, a reclamar contra las arbitrariedades patronales, reclamando el control sobre las industrias. El Estado fascista dio una respuesta represiva, suprimiéndolos en 1933, restableciéndolos  en 1934, pero completamente mutilados en sus funciones.

Para acceder a un puesto laboral era necesario estar afiliado a un sindicato fascista, algo que explica la masiva afiliación. La represión fascista, sin embargo, no había podido impedir la realización de huelgas. Desde 1926 hubo considerable cantidad de huelgas. El mismo estado fascista daba a conocer estadísticas   que así lo manifestaban. Entre 1926 y 1933 se hicieron 155 huelgas. A pesar de que en 1930 las penas a los obreros huelguistas fueron endurecidas, no impidió  que continuaran produciéndose.

Las guerras de Abisinia (Etiopía) entre 1935 y 1936 y la intervención  en la guerra civil española a favor de la contrarrevolución, demandaron un esfuerzo financiero enorme a Italia, que fue horadando la ya débil economía peninsular. Luego, la entrada en guerra en 1940 como parte de las potencias del Eje, socavó aún más la maltrecha economía italiana, y fueron provocando el descontento popular, que se mantuvo soterrado, en gran parte porque el Partido Comunista había maniatado a los militantes obreros comunistas, debido al pacto Molotov-Von Ribbentrop (Hitler -Stalin). 

Pero, a partir de la ofensiva hitleriana contra la Unión Soviética se desenvolvió una vasta agitación en las fábricas italianas, donde había importantes núcleos comunistas (muchos de los cuales se habían afiliado a los sindicatos fascistas para obtener lugar en las fábricas y no quedar aislados). Sin embargo la política del Partido Comunista italiano, fiel a la orientación de Moscú era la de un frente con la burguesía. En efecto, un manifiesto que apareció en el periódico L´Unitá terminaba con estos conceptos: “Liberales,, demócratas, comunistas, socialistas, republicanos católicos, fascistas honestos, italianos:  ¡Viva la paz por separado inmediata, Viva el Frente Nacional de Acción, por la paz, la independencia y la libertad”. 

La burguesía italiana era consciente del deterioro del régimen fascista, como así también del estado de agitación en el seno del proletariado italiano. Esto último tuvo su expresión más cabal en las grandes huelgas del norte peninsular. En marzo de 1943 estalló una gran huelga en Turín en la que tuvieron intervención más de cien mil obreros, cuya extensión llegó a otros centros industriales. Las mujeres obreras alentaban la huelga militando activamente. Se trataba de una huelga política de masas que se fue extendiendo siendo encarcelados más de un centenar de obreros. El movimiento se amplió  del Piamonte  a la Lombardía. El desarrollo de la gran huelga sacó a la luz la fragilidad del régimen fascista. Pocos meses después, en julio, iba a caer Mussolini, depuesto por el Gran Consejo Fascista, y concretado por el rey Víctor Manuel, la expresión de que la burguesía italiana le había restado el apoyo que le había dado durante décadas. Mussolini fue detenido y confinado en el norte de Italia, de donde fue rescatado por un comando alemán. 

En 1945, Mussolini intentaba huir, disfrazado, pero era descubierto y ejecutado por los partisanos. Pero lo importante es que quien sucedía a Mussolini era Badoglio, quien no satisfacía la demanda de paz inmediata. Esto provocaba la reacción huelguística de la clase obrera italiana en diciembre de 1943, y sublevaciones en el sur de Italia, como la  de Nápoles, derrotada por el ejército alemán que ocupaba Italia desde la caída de Mussolini. Al mismo tiempo, se organizan grupos armados de partisanos. En marzo de 1944 una gran huelga en el norte de Italia enfrenta la ocupación del ejército nazi. En noviembre de 1944 va a producirse otra gran huelga que va deteriorando al régimen. Las fuerzas de los ejércitos imperialistas aliados habían desembarcado y capturado Sicilia en julio de 1943, dando lugar a una base de operaciones privilegiada sobre toda su extensión, y entraban en el territorio continental de Italia a fines de 1944, acelerando su avance a inicios de 1945,  para rematar triunfalmente la derrota alemana, pero, fundamentalmente, para estrangular la victoria obrera y de los partisanos dirigidos, en gran parte, por los comunistas. 

El Frente de Liberación Nacional formado entre católicos, liberales, socialistas y comunistas terminaban estrangulando definitivamente una victoria basada en la lucha obrera y de los partisanos pertenecientes al Partido Comunista. Aunque un referéndum realizado en 1946 iba a aprobar una nueva constitución y abolir la monarquía, dicha abolición no sería el fruto de una victoria de la clase obrera, sino un señuelo que iba a permitir pasar la salvación del capitalismo peninsular en el cuadro de una entrega general del stalinismo a escala mundial, como fruto de un reparto del mundo acordado con las grandes potencias imperialistas.  

Los acuerdo de Yalta tuvieron como resultado en Italia la subordinación del Partido Comunista Italiano a su burguesía y a un acuerdo mediante el cual el Partido Comunista iba a ‘cogobernar’ con la Democracia Cristiana, una derrota pacífica de la clase obrera italiana, que había realizado el esfuerzo del derrocamiento del fascismo, un régimen cuyo advenimiento había sido el fruto de la colaboración política y financiera de la burguesía y de sus partidos, y que en su decadencia, como fruto de la política del stalinismo, de la burocracia de la URSS y del Partido Comunista italiano iba a ser expropiado por la clase capitalista. 

A casi ochenta años de la culminación de la segunda guerra, una sucesora política directa de Mussolini, Giorgia Meloni, en el contexto de la existencia de una república parlamentaria en Italia ha accedido al gobierno y reprime las huelgas de la clase obrera. No es una paradoja de la historia. La burguesía apela a recursos diversos que abarcan desde el fascismo a la maniobra dentro de las instituciones democráticas burguesas para impedir el acceso al poder de la clase obrera. La independencia política y organizativa de la clase obrera en el marco nacional e internacional son decisivos para que, en un contexto de descomposición y barbarie creciente del capital, la clase obrera mundial se emancipe a sí misma y, de esa manera, a la humanidad.

“A decir verdad, varios banqueros y grandes industriales- pero no todos ellos- ayudaron a Mussolini con consejos y con dinero. Hay derecho a suponer que sin la ayuda de esa reacción del capitalismo, el fascismo no habría podido conquistar el país”

Giuseppe Antonio Borgese, Goliat. La Marcha del fascismo

Borgese no era un socialista, era un profesor universitario, periodista y escritor antifascista que frente a la persecución del régimen de Mussolini se exilio en Estados Unidos y se naturalizó como ciudadno norteamericano. Pero esta caracterización del advenimiento del fascismo en Italia se ajusta a la realidad de los hechos.

El mismo Borgese, en el libro mencionado agregaba algo fundamental: “El fascismo aumentó su fuerza y poderío no solo  con la complicidad de las clases gobernantes, sino bajo la confesada protección de los comandos militares y del estado liberal. Ministros de guerra -aun cuando el ministro había salido de las filas democráticas o socialistas, y más tarde, arrepentido, quisiera disimular su culpa- permitieron al fascismo armarse y le suministraron directamente armas de los depósitos militares. El dirigente del liberalismo oficial, el anciano Giolitti, consideró el fascismo desde lo alto de su estatura y de su sabiduría, semi paternalmente, semi mefistofélicamente, como un producto natural de la guerra no completamente antipático a simple vista, no tan negro como el mismo fascismo de complacía en presentarse. Aún más, Giolitti honestamente creyó demasiado que el fascismo podía ser empleado como instrumento regni, para dar una buena lección a lo que quedaba  de socialismo revolucionario y amedrentarlo y meterlo en el redil de la ley constitucional. En consecuencia creyó que el fascismo merecía ser temporalmente alentado”.

Finalización de la primera guerra mundial: la crisis desatada en Italia

El epílogo de la primera guerra mundial dejó un endeudamiento catastrófico  en la península itálica. La burguesía italiana padecía esta circunstancia, a pesar de la victoria y la calificaba de victoria mutilada. Como resultado de esta crisis Mussolini fundaba  en marzo de 1919 los Fasci di Combatimento, grupo de choque nacionalista para ser usado contra la clase obrera. Estará integrado por excombatientes, perjudicados por la guerra, que caían en la pobreza, delincuentes y desocupados descontentos. Como ya había señalado el periodista Borgese, este grupo de tareas de lúmpenes  era financiado por una burguesía asustada. Como resultado de esa crisis es que los socialistas triunfaban en las elecciones de noviembre  de ese año, mientras los fascistas eran derrotados. El gobierno era presidido por Giolitti (que como mencionáramos iba a favorecer el ascenso de Mussolini).

La crisis, sumada a la inflación creciente va a desatar  huelgas y ocupaciones de fábricas en agosto y septiembre de 1920.  Quienes van a actuar con decisión van a ser los fascistas, incendiando las Cámaras de Trabajo, con atentados terroristas contra dirigentes sindicales y socialistas, contra sus locales sindicales partidarios y sus prensas. Al profundizarse los choques entre la clase obrera y la clase capitalista, va a crecer el respaldo político y financiero  del gran capital agrario e industrial a las hordas fascistas, un instrumento que consideraban apto para la derrota de la clase obrera italiana.  En marzo de 1920 iba a reunirse la primera conferencia nacional de los industriales italianos, quienes fundan la Confindustria para imponer su dominio sobre el resto de la economía. El presidente de la Confindustria, de apellido Silvestri, definió los propósitos de la conferencia en la integración de la fuerza de trabajo obrera para favorecer los planes del gran capital sobre la base de la “intensificación de la producción”, reforzamiento de la disciplina de trabajo, planteo que le comunicaron a Giolitti (el primer ministro). La finalidad consistía en vencer la resistencia obrera. Mussolini y los fascistas iban a ser llamados a jugar un papel en ese sentido. Independientemente de su derrota electoral, y más aún debido a ella misma, Giolitti y la clase capitalista italiana vieron en los fascistas un instrumento idóneo para ese disciplinamiento.

Mussolini y sus fasci di combatimento no renunciaban a ningún canal que les permitiera llegar al poder. Giolitti, en abril de 1921, disolvía el parlamento y “convocaba a elecciones para el siguiente mes, e invitó a los fascistas a ingresar en su propio Bloque Nacional. De este modo, esperaba poder contrarrestar el poder de los socialistas y popolari [demócrata cristianos del Partido Popular] en el parlamento y creía que teniendo en cuenta a los fascistas y reconociendo su estado oficial, podría absorberlos y hacer que pasasen de su actitud anárquica y su situación ilegal a una cierta consideración y respetablidad”.1Mussolini, Laura Fermi 

En mayo de 1921 Mussolini y los fascistas alcanzaban en la elección parlamentaria 35 escaños en la cámara de diputados, como parte del Bloque Nacional, que de conjunto obtenía 105 bancas sobre 535. Con la anuencia y el financiamiento del Estado burgués, del ejército, y del propio ejecutivo, las bancas parlamentarias fueron utilizadas como instancia preparatoria del asalto al poder, no contra el Estado capitalista, sino para fortalecerlo. 

Era la consecuencia de las determinaciones que un año antes había adoptado el gran capital industrial italiano.  Así le dio impulso legal al fascismo, sin dejar de respaldarlo con armas y complemento de la represión estatal oficial.

La ocupación de fábricas en agosto de 1920: la importancia de una dirección revolucionaria , o de su ausencia

Las patronales metalúrgicas y la federación que agrupaba a los obreros metalúrgicos venían desarrollando una discusión sobre aumentos de salarios desde hacía dos meses. A fines de agosto de 1921 la representación patronal rompía las negociaciones y, en un acuerdo con el gobierno Giolitti mandaba a la fuerza pública a ocupar los establecimientos Romeo. Por la tarde trescientas fábricas de Milán eran ocupadas por sus obreros.  La clase obrera no se amedrentó. A las cinco de la tarde de ese mismo día, el llamado triángulo de Italia, zona industrial del norte  integrada por el puerto de Génova, Turín y Milán, fue el eje de la ocupación de las fábricas, pero se extendió por toda la península. En todas las fábricas flameaba la bandera roja. El primer ministro Giolitti mandó a rodear las fábricas por la policía y el ejército. Los dirigentes socialistas Bordiga, Serrati y Borghi no estaban en Italia. Se hallaban en Moscú. Reunidos en Milán el 11 de septiembre, los dirigentes de la CGL (Confederación General del Trabajo), se negaron a sostener una acción revolucionaria, y en su lugar quedaban satisfechos con un control sindical de las empresas.  Ambas posiciones fueron puestas a consideración resultando victoriosa la posición de negociar ese punto con el gobierno Giolitti.  

Así fue transcurriendo el llamado bienio rosso, caracterizado por las ocupaciones fabriles y los consejos obreros, con una derrota que era el fruto de las vacilaciones de los dirigentes socialistas, que condujo a un reflujo obrero, un descenso en las condiciones de existencia de la clase obrera, con el agregado de  las escuadras fascistas contra la militancia y los locales de las organizaciones obreras.

Curzio Malaparte, escritor y funcionario fascista, describía  así en Técnica del golpe de estado, la hondura de la crisis revolucionaria de ese momento: “ Los obreros, en las fábricas,, se equipaban para la lucha; surgían armas de todas partes, las había debajo de los tornos, detrás de los telares, las dínamos y las calderas; veíanse los montones de carbón vomitar fusiles y cartuchos. Hombres de cara grasienta y de gestos tranquilos, se deslizaban entre las máquinas muertas, los pistones, los martillos -pilones, los yunques, las grúas; trepaban a lo largo de las escaleras de hierro a las torrecillas, a los puentes rodantes, a los tejados puntiagudos y acristalados; iban a tomar posiciones para transformar cada fábrica en una fortaleza. Banderas rojas crecían en lo alto de las chimeneas. En los patios los obreros se amontonaban en multitud: dividíanse en compañías, secciones, escuadras. Jefes de equipo  con brazalete rojo daban órdenes y partían  las patrullas de reconocimiento; a su vuelta los obreros abandonaban las fábricas y caminaban en silencio rozando los muros, hacia los puntos estratégicos de la ciudad. De todas partes afluían hacia las bolsas de trabajo equipos entrenados en la táctica  de la guerra callejera, para defender los domicilios sociales de los sindicatos contra un ataque eventual de los camisas negras. Había ametralladoras colocadas en todas las salidas, en las revueltas de las escaleras, en el fondo de los pasillos y sobre los tejados. Había granadas amontonadas en las oficinas, junto a las ventanas. Los mecánicos desenganchaban sus locomotoras y abandonando los trenes en pleno campo, huían a toda velocidad hacia las estaciones. En los pueblos había carros colocados a través de los caminos para impedir que los refuerzos de los camisas negras se trasladasen de una ciudad a  otra. Emboscados detrás de las cercas, los guardias rojos campesinos, armados de escopetas de caza, de horcas, de zapapicos, de guadañas, acechaban el paso de los camiones fascistas”. 

Pero la burguesía había envalentonado a los fascistas y a sus tropas de asalto, respaldados por el aparato represivo estatal. Malaparte lo describe así: “Las tropas de asalto, compuestas de camisas negras adiestrados en la táctica de la infiltración, en los golpes de mano, en la acción individual, armados de puñales, de granadas, de material incendiario, esperaban junto a los camiones que debían transportarlas al terreno de la lucha”.

Malaparte concluye lo siguiente: “La guerra civil había alcanzado un grado de violencia terrible, con grandes pérdidas por ambas partes, pero esas luchas sangrientas señaladas por episodios, sin precedente en la crónica de esos años rojos, habían acabado en la derrota de las fuerzas proletarias.”  Y agrega una afirmación lapidaria: “Aquellos mismos liberales, demócratas y conservadores que se habían apresurado, al llamar a los fascistas para que formasen parte del bloque nacional, a colocar a Mussolini en el panteón de “los salvadores de la patria” (…) no querían resignarse a darse cuenta de que el objetivo de Mussolini no consistía en salvar a Italia según la tradición oficial, sino en apoderarse del Estado, programa mucho más sincero que el de 1919. Pero ahora para la burguesía liberal y revolucionaria, nada podía ser menos igual, nada era menos aceptable que aquella violencia fascista, tan calurosamente  aplaudida, mientras se había empleado contra las organizaciones proletarias”. Es que una vez en el poder, al que había llegado con el respaldo de toda la burguesía, Mussolini domesticó bajo su talón  a la clase capitalista, a la que beneficiaba sometiendo a la clase obrera.

Fue en ese contexto que el nuevo Partido Comunista italiano realizaba un llamado al frente único consistente en promover la unidad sindical y generalizar la lucha, que fue rechazada por los sindicatos. A pesar de esa negativa, franjas considerables de la clase obrera discutían esa necesidad, circunstancia que empujó a constituir la Alianza del Trabajo, un frente único de tres centrales sindicales (en 1922) entre la CGL, la USI, la republicana UIL y los sindicatos independientes de estibadores y ferroviarios. Ya en verano las huelgas comenzaron nuevamente,  conmovieron la península, madurando la tendencia a la huelga general. Pero la política del Partido Socialista chocaba con esa tendencia, en la medida en que se empeñaba en formar gobierno con los fascistas, como corolario de la firma de un pacto de pacificación con ellos. Pero esa tentativa se frustró por la acción contraria del rey Víctor Manuel, opuesto a la misma. 

A pesar de haber decidido convocar a la huelga general en agosto de 1922, el PSI no abandonaba su estrategia contrarrevolucionaria, en la medida en que su programa se limitaba a la demanda de las libertades cívicas, y el imperio de la ley ante los ataques fascistas. No caben dudas que esa estrategia era una política de derrota, ya que esa huelga convocada por el Partido Socialista, cuya duración se extendió desde el 1 al 3 de agosto, no organizó a la clase obrera para triunfar. Y, en efecto, la clase obrera se enfrentó heroicamente a las hordas fascistas, apoyadas por el ejército, quienes derrotaron a la clase obrera. Fue el preludio del ascenso del fascismo. Laura Fermi, en su biografía de Mussolini narra que: “Los fascistas presentaron un ultimátum al gobierno en el que afirmaban  que si la huelga no cesaba antes de cuarenta y ocho horas, ellos  la terminarían. Al propio tiempo, intervinieron algunos de los servicios públicos en huelga, que hicieron funcionar a un ritmo retardado. En algunas ciudades los fascistas y estudiantes que simpatizaban con ellos, repartieron el correo o condujeron tranvías y trenes, ganándose con ello el agradecimiento de la población”. Aquí puede observarse cómo la acción rompehuelgas, ejercida con violencia, en el marco de una dirección obrera vacilante, no dispuesta a vencer, ganó espacio ante una pequeña burguesía que agobiada por las rémoras de la primera guerra buscaba una salida, y la encontró en los fascistas, quienes por su iniciativa y resolución los atrajeron.

Repitiendo nuevamente a Laura Fermi: “Aquel fue el momento decisivo de la carrera política   de Mussolini. Su gran sensibilidad a los estados de la opinión pública le dijo que su hora había llegado y que no era necesario que siguiese refrenando su ambición. Declaró que el fascismo estaba a punto de convertirse en el Estado de manera “inevitable”, y que en sus filas  se encontrarían  “a las fuerzas necesarias para administrar la nación”.  

  ¿Cómo obraron? Con una decisión y violencia sin igual, aprovechando el momento político favorable para terminar de derrotar a la clase obrera. “Así sostenidos y felicitados, o suavemente regañados, los muchachos de los camisas negras [continuidad de los fasci de combatimento] se lanzaron a la caza de los Rojos en las plazas de las ciudades y en los mercados de los pueblos. Cada domingo marcaba una vuelta del juego, pero los días de la semana no fueron necesariamente de descanso. Los Rojos eran ahora los destrozados y dispersos restos de un ejército, si alguna vez formaron un ejército, en completa derrota; les ganó la angustia y el temor, pero cuando más débil era su resistencia, más feroz se hacía la persecución. Armas de fuego y armas blancas sirvieron igualmente en la cacería; y cuando su uso fue posible sin correr el riesgo de enfrentarse con armas más poderosas, gustaban los camisas negras de emplear sus cachiporras como medio de inculcar ideas sensatas en las cabezas demasiado obstinadas, lamentando solo si a veces el cráneo de los Rojos, saltando como astillas bajo los golpes, resultaba ser una sustancia menos resistente de lo que había parecido”.2Mussolini, Laura Fermi

“Desnudaron a las campesinas sospechosas de simpatías  rojas y pintaron los colores nacionales en sus redondeces inferiores. Asaltaron y destruyeron las cooperativas de obreros y empleados”. “Tales proezas habían sido contempladas complacientemente por la policía, que consideraba a los Camisas Negras como un cuerpo auxiliar y que se sentía fuertemente inclinada a trocar con ellos los papeles. Los jueces, adulados servilmente, absolvían o sobreseían a los asesinos e incendiarios, habiendo sido discretamente prevenidos de tener en cuenta en los juicios ´los motivos nacionales´ de los delitos”.  “Los camisas negras habían deshecho las municipalidades socialistas y se habían posesionado de ellas, a la verdad no con votos sino con balas, o a lo menos blandiendo garrotes y cachiporras, entre ellas la más importante municipalidad de Milán”. Estas descripciones realizadas por Borgese en su Goliat es completada  con otra que resulta muy ilustrativa referida a la derrota de la huelga ya mencionada de 1922: “Una huelga legal  o así llamada “legalitaria” había estallado poco antes en el verano de 1922, no con el propósito de iniciar una revolución comunista, sino con el laudable deseo  de urgir al estado a aplicar la ley contra el único partido que ahora la violaba abiertamente en el país. La huelga fracasó por sí misma en dos días, debido a la bien probada incompetencia e indecisión  de los cabecillas y de las masas; sobre lo cual los llamados liberales y camisas negras fraternizaron en las plazas, proclamando y celebrando la aplastante victoria”. Como acabamos de señalar esta apreciación  es muy ilustrativa en lo atinente a la colaboración entre la burguesía liberal y la derecha más reaccionaria y represiva, a la hora de unirse por la derrota de la lucha de la clase obrera. Sin embargo, cabe señalar que la impericia a la que se refiere Borgese tiene relación con el propósito limitado de la misma, en la que estaba ausente aquello que Borgese considera laudatorio: esto es, la lucha por la revolución socialista, en la que la dirección socialista reformista actuó deliberadamente contra esa perspectiva revolucionaria, en la que las masas fueron víctimas y no propiciadoras de esa derrota, debido a la política capituladora de su dirección.

Como resultado de la derrota de esa huelga, los camisas negras se animaron, y el Partido Fascista fue preparando apoderarse del poder y organizando la marcha sobre Roma.  

La Marcha sobre Roma

Édouard Dolléans en su Historia del movimiento obrero dice acerca de la  Marcha sobre Roma: “Ante la amenaza de los 80.000 camisas negras que marchan desde Peruggia sobre Roma, apoyados por otros 150.000  milicianos, el nuevo ministro [Facta, que había reemplazado a Giolitti] propone al rey, el 28 de octubre decretar el estado de sitio. El rey se niega a firmar el decreto”. Siendo rigurosos, Dolléans exageraba el número de fascistas que se preparaban para entrar en Roma, que de acuerdo a otras fuentes era bastante menor. Por eso, Borgese, en su Goliat, refiriéndose a las negociaciones y maniobras pergeñadas por Mussolini para hacerse del poder afirma: “Por la primera vez en su vida, Mussolini conoció el placer de ganar por bluff; de la victoria obtenida solo con amenazas. Repitió el golpe, que en los años que iban a seguir repetiría tantas veces. Contestó que iría a Roma, y que no desmovilizaría a su ejército, a menos que el rey le concediese la jefatura del gobierno”. Y agregaba: “En la perplejidad de la hora un grupo de personalidades de los partidos conservador y liberal se reunieron con el prefecto en el palacio gubernativo de Milán. Fue uno de ellos, hasta entonces intransigente liberal, quien aceptó la desagradable misión  de telefonear en nombre de todos los demás al ayuda de campo del rey en Roma, que dada la situación  en que se encontraba el país políticamente, aconsejaban a su majestad someterse a las exigencias de Mussolini”. “Aconsejado y sostenido de semejante manera por sus constitucionalistas, el rey sacudió sus últimos escrúpulos y firmó un telegrama ofreciendo a Mussolini  la composición del  gabinete”. El propio Borgese, escritor contemporáneo de estos acontecimientos expresaba: “Nadie puede científicamente decir que habría sucedido si el Estado hubiera  ofrecido resistencia armada  a la insurrección. Muchos fueron de la opinión que el repiqueteo de algunas ametralladoras y el zumbido de algunos aeroplanos habrían bastado para  dispersar los enjambres negros. De todos modos, si los Negros [por los camisas negras] se hubieran mostrado capaces de invadir a Roma, donde eran cordialmente detestados, no habría sido confortable ni larga, con solo que el gobierno hubiera mantenido su control sobre los ferrocarriles que transportaban provisiones  a una multitud de consumidores a los que fácilmente se hubiera podido sitiar por el hambre”.

Pudo haber ocurrido pero no ocurrió ¿Por qué? Algo nos responde Borgese: “Es verdad que mientras la masa del ejército regular era hostil o a lo menos indiferente hacia los insurgentes, muchos oficiales y generales, ambiciosos de ascensos y paradas, soñando con las emociones de una guerra más grande y mejor, o sinceramente mareados por su fanatismo tribal, contemplaban con ternura  a los camisas negras y anhelaban su victoria”. Pero, especialmente, y por encima de todo, la burguesía italiana necesitaba el aplastamiento de la clase obrera, y necesitaba de Mussolini y de los camisas negras.

Hay algo fundamental sobre la Marcha sobre Roma: el primer ministro Facta fue haciendo concesiones de todo tipo, y Mussolini no aceptó ninguna, fingiendo una fortaleza de la que carecía, amenazando con avanzar con sus fuerzas sobre Roma, si no le daban los plenos poderes de formar gobierno. La burguesía y su gobierno cedieron ante estas presiones, algo porque creyeron como veraces las afirmaciones mussolinianas, otro poco porque necesitaban creerlo, en la medida que esa fuerza de choque les resultaba de una utilidad valiosa contra la clase obrera.  

Laura Fermi, en su biografía de Mussolini nos proporciona elementos de juicio muy valiosos para caracterizar cuanto de maniobra había en la convocatoria de la Marcha sobre Roma, por parte de Mussolini, quien conocía las debilidades del gobierno, fácil  de chantajear por su fragilidad.

Aunque esa marcha la tenía pensada varios meses antes, recién  la propuso públicamente el 16 de octubre, fijando fecha para el 28 de ese mes. Fermi precisa el debate en el seno de la dirección fascista: “Dos oficiales fascistas, expertos en táctica militar, opinaron que su preparación requeriría  seis meses. Pero Mussolini la quería organizar en pocos días, pues, según su parecer, el elemento sorpresa tenía una importancia capital. También debió de pensar que la organización de una marcha sobre Roma le concedería una gran ventaja para negociar, aun cuando la marcha pecase de precipitada y no llegase a su conclusión. Al verse bajo la amenaza de las columnas fascistas, el gobierno haría posiblemente grandes concesiones”. Mussolini especulaba con la debilidad del gobierno, y con su dependencia de la acción fascista para ahogar las luchas obreras, a partir de los antecedentes de su papel en la imposición de las derrotas a las huelgas recientes. No se arrojó a la pileta vacía. Contaba con el beneplácito de parte importante de la oficialidad, y de la burguesía, como así también de sus partidos. Sin embargo, los cálculos de Mussolini pudieron haberse desvanecido,  porque el gabinete presidido por Facta declaraba el estado de guerra sobre el filo de la fecha anunciada para la marcha. Y, sostiene Fermi: “La verdad era que las tropas ya habían empezado a volar tramos de vía férrea y a dificultar por otros medios el  avance y las operaciones de abastecimiento”. “Los cuadrunviros [la dirección fascista constituida en forma reciente], aislados en Peruggia no podían ejercer sus funciones militares y los numerosos grupos y camisas negras avanzaban dirigidos por sus comandantes, siguiendo un vago plan general, y sin saber a ciencia cierta que hacía el resto de las fuerzas fascistas. Iban mal armados, con pocas municiones de boca y poca agua. No se había previsto nada  para acuartelar a los insurgentes o establecerlos en campamentos durante la marcha”.

“Pero su majestad, tomando por primera vez la iniciativa, se negó a estampar su firma al pie del documento [la declaración de estado de guerra]. Se dice que durante la noche celebró consultas con varios generales, a los que preguntó si el ejército lucharía contra los fascistas, si recibía órdenes de hacerlo. Los generales le contestaron  que el ejército cumpliría su deber (…), pero tal vez sería preferible no ponerlo a prueba.” Lo cual revela que había una posibilidad de una escisión del ejército, habida cuenta de que una franja de la oficialidad simpatizaba con Mussolini. Las cosas empeoraron para los fascistas, ya que se había desatado una terrible tormenta y lluvias torrenciales que perjudicaron a las fuerzas fascistas que esperaban en las puertas de Roma a la intemperie. Según Fermi, las columnas fascistas, en medio de la confusión, y de la falta de protección, y alimentos habían comenzado el retorno a sus hogares, pero el rey había exagerado la fuerza con la que contaban las huestes de Mussolini, las cuales con muy poco hubieran podido ser dispersadas y derrotadas por las fuerzas del estado. Esto no ocurriría, debido, en última instancia al importante papel jugado por las fuerzas fascistas al servicio del capital italiano. 

El rey y el gabinete se rindieron así a las presiones de Mussolini, quien recibió, del modo que él había exigido, un telegrama llamando a formar gabinete.  La época del fascismo comenzaba en Italia. El azar (las inclemencias meteorológicas) pudo haber jugado un papel, pero fueron contrarrestadas por las determinaciones, con ciertas vacilaciones, de la burguesía y de la monarquía, que se inclinaban por un régimen de la reacción en toda la línea, que conculcara las libertades democráticas, e impusiera su talón de hierro sobre la clase obrera.     

El fascismo en marcha

Laura Fermi deja constancia de que “El primer gabinete que formó Mussolini era un verdadero gobierno de coalición y en el parlamento se hallaban representados los partidos de la oposición,  o sea, socialistas y comunistas. Pero con el establecimiento del Gran Consejo y la acumulación de poderes en la cabeza del gobierno, este se hizo mucho más fascista de lo que hacía suponer lo menguado de la representación  fascista en el mismo. En el parlamento, el fascismo seguía representado todavía por aquel pequeño grupo de treinta y cinco diputados que fueron elegidos en 1921”. Por eso “Para hacerse fuerte en su posición y disponer de una fuerza llegado el caso Mussolini introdujo dos elementos anticonstitucionales en su gobierno, el “Gran Consejo Fascista” y la “Milicia Voluntaria para la seguridad Nacional”. Comenzaba a consolidar la totalidad del poder. Y es importante ver como entendía Mussolini la cuestión del poder. Decía: “ El consentimiento es tan variable como las dunas que se forman en la playa (…) Nunca puede ser total (…) Cualquier medida adoptada por un gobierno creará siempre cierto descontento (…) Antes de que este descontento se extienda, el gobierno debe contener su difusión apelando inexorablemente a la fuerza cuando sea necesario, porque el deber de un Partido que ocupe el poder es el de hacerse fuerte y asentarse sólidamente en el gobierno; así, es muy posible que acaso la fuerza ayude a recuperar y restablecer el consentimiento”.  Y, en efecto, Mussolini basó su gobierno en este método.

El asesinato del diputado socialista Matteoti, fue una clara manifestación de esos métodos, que además no eran una novedad, ya que los camisas negras facilitaron el ascenso de Mussolini sobre la base de golpizas y asesinatos. Al ascender al poder Mussolini no disolvió el parlamento, pero como ya vemos procedió  de modo de anularlo. No le fue suficiente la creación del Gran Consejo fascista y de la nueva milicia. Envió un proyecto de ley al parlamento que iba a permitir que los dos tercios de los escaños los ocupara con obtener mayoría simple en las elecciones. Para no crear dificultades al gobierno los liberales y otros partidos burgueses aprobaron la ley. El 6 de abril de 1924 se realizaron las elecciones. Los fascistas obtuvieron el 65%. Pero este triunfo fue el fruto de abusos y prácticas ilegales, ya que votaron milicianos de servicio, los balilla (niños menores que formaban parte de las fuerzas fascistas) y se prohibió el día de las elecciones hacer reuniones públicas a los socialistas, y pronunciar discursos, mientras que los fascistas lo hacían con toda libertad. El diputado socialista Matteoti denunció estas prácticas fraudulentas y reclamó la anulación de las elecciones. Esto creo un tumulto, y amenazas de los fascistas contra Matteoti.  Mussolini dio cuenta del discurso de Matteoti en el Diario fascista Il Popolo d´Italia diciendo que la mayoría parlamentaria había sido demasiado indulgente con Matteoti y que el diputado socialista era merecedor de algo más tangible que un insulto. Y el 6 de junio,  en la cámara de diputados, señaló que correspondía meterle “un tiro en la nuca”. El 10 de junio Giacomo Matteoti desaparecía. A pesar de que la desaparición dio lugar a manifestaciones de protesta y una crisis política que el Duce superó fingiendo ser víctima de una maniobra política, pero también  apelando al encarcelamiento de algunos dirigentes fascistas como responsables, como el de Rossi, quien antes debió renunciar a su ministerio, y de otros que le siguieron con sucesivas renuncias. Había que sacrificar a los peones para salvar al rey. Rossi fue liberado pocos meses después. Luego Mussolini recibió un voto de confianza del senado. Y no deja de tener importancia el papel del imperialismo norteamericano y de su prensa. El New York Times publicó: “nadie pone en duda la integridad y honradez de Mussolini, así como su decisión y habilidad” y añadía que no había “ni sombra de sospecha contra el propio Mussolini”, en relación al asesinato del socialista Matteoti.

El 3 de enero de 1925, un discurso en el parlamento de  Mussolini   reivindicaba la violencia fascista y se asumía como el jefe  de la banda que lo ejercía. Luego, de inmediato su milicia (300.000 hombres armados) se movilizó, atacando periódicos de la oposición, locales partidarios, allanando domicilios y empresas y se dio orden de reprimir a la oposición antifascista en todas las provincias. Así, debieron dimitir los pocos liberales que permanecían en el gobierno.  Ya en 1926 suprimió toda la oposición en el parlamento. Italia era toda de los fascistas. 

La finalidad central de los fascistas, luego de haberle impuesto una derrota a la clase obrera y liquidado a la oposición burguesa, luego de haberse servido de ella era disciplinar a la clase obrera. Entonces sancionó la llamada ley Rocco, mediante la cual se prohibían las huelgas obreras, pero también los lock out patronales, por ser “crímenes contra la economía nacional”.  La ley mencionada establecía el sindicato único con personalidad jurídica.

El crack de 1929 había impactado también en Italia. En 1933 los salarios reales  de los trabajadores estaban por debajo de los de 1923, también de los de 1913. Corrado Gini, un economista de cuño fascista reconocía esta realidad señalando que los salarios de los trabajadores italianos estaban solo por debajo del de los trabajadores portugueses. La crisis del 30 expresaba su impacto también en 1935 a través de una creciente desocupación, cuyo remedio para el gobierno fascista fue la reducción de la jornada laboral a cuarenta horas, sin aumentar el jornal por hora, disminuyendo así el ingreso de la clase obrera italiana.

La imposición del régimen fascista impactó en la fuerza numérica de los sindicatos. Los trabajadores agrícolas afiliados a  la CGL en 1920 eran 760.000, en 1923 eran 20.000. Las derrotas sufridas por la clase obrera a partir de la implantación del régimen fascista en 1922 habían determinado este reflujo. Los sindicatos fascistas que remplazaban a los afiliados a la CGL eran sindicatos verticales con una absoluta ausencia de democracia obrera, en los que los dirigentes eran designados por el Estado. A pesar de esto, dentro de ellos había presión sobre sus dirigentes por parte de los trabajadores. Las delegaciones regionales de esos sindicatos, no obstante, en el transcurso de los años 1927/28 comenzaban, a partir de las presiones de los obreros de las empresas, a reclamar contra las arbitrariedades patronales, reclamando el control sobre las industrias. El Estado fascista dio una respuesta represiva, suprimiéndolos en 1933, restableciéndolos  en 1934, pero completamente mutilados en sus funciones.

Para acceder a un puesto laboral era necesario estar afiliado a un sindicato fascista, algo que explica la masiva afiliación. La represión fascista, sin embargo, no había podido impedir la realización de huelgas. Desde 1926 hubo considerable cantidad de huelgas. El mismo estado fascista daba a conocer estadísticas   que así lo manifestaban. Entre 1926 y 1933 se hicieron 155 huelgas. A pesar de que en 1930 las penas a los obreros huelguistas fueron endurecidas, no impidió  que continuaran produciéndose.

Las guerras de Abisinia (Etiopía) entre 1935 y 1936 y la intervención  en la guerra civil española a favor de la contrarrevolución, demandaron un esfuerzo financiero enorme a Italia, que fue horadando la ya débil economía peninsular. Luego, la entrada en guerra en 1940 como parte de las potencias del Eje, socavó aún más la maltrecha economía italiana, y fueron provocando el descontento popular, que se mantuvo soterrado, en gran parte porque el Partido Comunista había maniatado a los militantes obreros comunistas, debido al pacto Molotov-Von Ribbentrop (Hitler -Stalin). 

Pero, a partir de la ofensiva hitleriana contra la Unión Soviética se desenvolvió una vasta agitación en las fábricas italianas, donde había importantes núcleos comunistas (muchos de los cuales se habían afiliado a los sindicatos fascistas para obtener lugar en las fábricas y no quedar aislados). Sin embargo la política del Partido Comunista italiano, fiel a la orientación de Moscú era la de un frente con la burguesía. En efecto, un manifiesto que apareció en el periódico L´Unitá terminaba con estos conceptos: “Liberales,, demócratas, comunistas, socialistas, republicanos católicos, fascistas honestos, italianos:  ¡Viva la paz por separado inmediata, Viva el Frente Nacional de Acción, por la paz, la independencia y la libertad”. 

La burguesía italiana era consciente del deterioro del régimen fascista, como así también del estado de agitación en el seno del proletariado italiano. Esto último tuvo su expresión más cabal en las grandes huelgas del norte peninsular. En marzo de 1943 estalló una gran huelga en Turín en la que tuvieron intervención más de cien mil obreros, cuya extensión llegó a otros centros industriales. Las mujeres obreras alentaban la huelga militando activamente. Se trataba de una huelga política de masas que se fue extendiendo siendo encarcelados más de un centenar de obreros. El movimiento se amplió  del Piamonte  a la Lombardía. El desarrollo de la gran huelga sacó a la luz la fragilidad del régimen fascista. Pocos meses después, en julio, iba a caer Mussolini, depuesto por el Gran Consejo Fascista, y concretado por el rey Víctor Manuel, la expresión de que la burguesía italiana le había restado el apoyo que le había dado durante décadas. Mussolini fue detenido y confinado en el norte de Italia, de donde fue rescatado por un comando alemán. 

En 1945, Mussolini intentaba huir, disfrazado, pero era descubierto y ejecutado por los partisanos. Pero lo importante es que quien sucedía a Mussolini era Badoglio, quien no satisfacía la demanda de paz inmediata. Esto provocaba la reacción huelguística de la clase obrera italiana en diciembre de 1943, y sublevaciones en el sur de Italia, como la  de Nápoles, derrotada por el ejército alemán que ocupaba Italia desde la caída de Mussolini. Al mismo tiempo, se organizan grupos armados de partisanos. En marzo de 1944 una gran huelga en el norte de Italia enfrenta la ocupación del ejército nazi. En noviembre de 1944 va a producirse otra gran huelga que va deteriorando al régimen. Las fuerzas de los ejércitos imperialistas aliados habían desembarcado y capturado Sicilia en julio de 1943, dando lugar a una base de operaciones privilegiada sobre toda su extensión, y entraban en el territorio continental de Italia a fines de 1944, acelerando su avance a inicios de 1945,  para rematar triunfalmente la derrota alemana, pero, fundamentalmente, para estrangular la victoria obrera y de los partisanos dirigidos, en gran parte, por los comunistas. 

El Frente de Liberación Nacional formado entre católicos, liberales, socialistas y comunistas terminaban estrangulando definitivamente una victoria basada en la lucha obrera y de los partisanos pertenecientes al Partido Comunista. Aunque un referéndum realizado en 1946 iba a aprobar una nueva constitución y abolir la monarquía, dicha abolición no sería el fruto de una victoria de la clase obrera, sino un señuelo que iba a permitir pasar la salvación del capitalismo peninsular en el cuadro de una entrega general del stalinismo a escala mundial, como fruto de un reparto del mundo acordado con las grandes potencias imperialistas.  

Los acuerdo de Yalta tuvieron como resultado en Italia la subordinación del Partido Comunista Italiano a su burguesía y a un acuerdo mediante el cual el Partido Comunista iba a ‘cogobernar’ con la Democracia Cristiana, una derrota pacífica de la clase obrera italiana, que había realizado el esfuerzo del derrocamiento del fascismo, un régimen cuyo advenimiento había sido el fruto de la colaboración política y financiera de la burguesía y de sus partidos, y que en su decadencia, como fruto de la política del stalinismo, de la burocracia de la URSS y del Partido Comunista italiano iba a ser expropiado por la clase capitalista. 

A casi ochenta años de la culminación de la segunda guerra, una sucesora política directa de Mussolini, Giorgia Meloni, en el contexto de la existencia de una república parlamentaria en Italia ha accedido al gobierno y reprime las huelgas de la clase obrera. No es una paradoja de la historia. La burguesía apela a recursos diversos que abarcan desde el fascismo a la maniobra dentro de las instituciones democráticas burguesas para impedir el acceso al poder de la clase obrera. La independencia política y organizativa de la clase obrera en el marco nacional e internacional son decisivos para que, en un contexto de descomposición y barbarie creciente del capital, la clase obrera mundial se emancipe a sí misma y, de esa manera, a la humanidad.

Temas relacionados:

Artículos relacionados