Buscar
Close this search box.

Acerca de Lenin y Trotsky: Los Dragones de Marx, de Alejandro Horowicz

Acerca de Lenin y Trotsky: Los Dragones de Marx, de Alejandro Horowicz

Bajo este título Alejandro Horowicz publicó un libro de más de 400 páginas, donde “revisita” las polémicas que mantuvieron Lenin y Trotsky entre 1903 y 1917. Horowicz es un ensayista, doctor en Ciencias Sociales, docente universitario (UBA) y autor de una importante cantidad de publicaciones, entre las más conocidas, “Los cuatro peronismos”, “El país que estalló”, “Las dictaduras argentinas” y “El huracán rojo. De Francia a Rusia 1789 – 1917”.

Además del interés histórico especial que tienen, a un siglo de la muerte de Lenin, las diferencias entre dos grandes militantes revolucionarios “sobre cómo dirigir un proceso de transformación radical”, Horowicz sostiene que la revisión de esas ideas y esas prácticas tiene un mayor alcance, que consiste en salir al cruce del “desprestigio que asedia a la revolución como problema y la desconsideración que rodea a los pensadores revolucionarios (pg. 15). Esto es un desafío a retomar el pensamiento socialista en el marco de una apreciación escéptica del estado actual de la crisis mundial, en términos de una salida revolucionaria. En el prólogo del libro, Horowicz abunda en su crítica al conservadurismo de la academia: “Estamos volviendo a librar batallas que ya se habían ganado en el terreno de los conceptos y la práctica social, pero que se perdieron a resultas de la derrota obrera y popular, del continuo avance de la derecha, de los ‘olvidos’ de académicos y especialistas” (pg. 20). En otro párrafo plantea “…cuando los historiadores conservadores ‘que hicieron de la historia lo que esta se volvió’ impugnan los fundamentos de estos pensadores revolucionarios, intentan desacreditar en simultáneo la revolución como acontecimiento” (pg. 18). 

Bajo esta óptica polémica, el autor se propone “repensar” la perspectiva de una “transformación radical”, enfrentando los “bloqueos del conservatismo académico”. Lo que debiera ser no sólo una batalla ideológica necesaria, sino también una acción militante contra las diversas corrientes políticas contrarrevolucionarias. Por ejemplo –nos recuerda Horowicz- la vulgarización y prostitución de la obra de Lenin por el estalinismo: “Es preciso restituir la voz de Lenin, la radicalidad ocluida hace exactamente cien años” (pg. 23).

El trabajo de Horowicz explora, no solo las diferencias conocidas en la polémica entre estos grandes dirigentes revolucionarios, sobre la dinámica de las clases sociales en la revolución rusa, sino también el papel jugado por sus historias personales, sus influencias y sus experiencias en la formación de su pensamiento y sus actos. 

La clandestinidad, la acción directa y la militancia

En ese sentido, el texto se detiene, por ejemplo, en el análisis sobre el populismo anarquista de la organización Narodnaya Volia, en términos de su influencia en la historia de la revolución rusa. La práctica política de esa organización giraba alrededor de los atentados terroristas contra el zarismo. Constituida a fines del siglo XIX, propugnaba el derrocamiento del gobierno autocrático y la lucha por una sociedad socialista. Contando con un desarrollo aún muy incipiente del movimiento obrero para liderar la lucha contra el tirano, apelaba al terrorismo revolucionario, con atentados contra los representantes la autocracia zarista.

Narodnaya Volia contaba con la adhesión de amplias capas de todas las clases sociales. Marx, refiere el texto, simpatizaba con la Narodnaya Volia y se pronunció en su momento en términos de que esta organización, propia de la revolución rusa, no debía ser juzgada por sus actos. Temas como la organización ilegal del partido y la clandestinidad, la acción directa, la lucha armada, se colocaron en el centro de los debates de los revolucionarios. Lenin fue fuertemente influido por Narodnaya Volia; su hermano mayor Alexander había sido ajusticiado por el zarismo, luego del fracaso del atentado contra el zar Alejandro III en el que participó. El pensamiento de Lenin estuvo fuertemente ligado a estas tradiciones. 

A su turno, la concepción del partido clandestino, centralista democrático, con militantes profesionales, dispuestos a la acción, por la que batalló Lenin denodadamente, estuvo en la base de la fractura de la Socialdemocracia Rusa entre bolcheviques – la fracción de Lenin – y mencheviques, que concebían al partido como una organización laxa de simpatizantes adherentes y menospreciaban la organización clandestina. En el II congreso de 1903 de la Socialdemocracia rusa, que sancionó la división, Trotsky se ubicó durante un corto período de tiempo del lado de los mencheviques, como opositor a Lenin. A los meses, será un ferviente opositor a la política de la minoría. 

Horowicz abunda en su texto sobre la influencia de los populistas rusos de Narodnaya en el desarrollo de organizaciones revolucionarias y, a su turno, en la liquidación del régimen zarista. Esto de cara a corrientes como los mencheviques, eseristas y figuras como Plejánov, Martov y Kautsky que, seguidores de la socialdemocracia alemana, se adaptaban a la burguesía y sus regímenes parlamentarios, interfiriendo, a su turno, con la salida revolucionaria en Rusia.

Para Horowicz la postura ante el terrorismo revolucionario divide aguas. Le da la importancia de ser una de las más grandes diferencias entre Lenin y Trotsky. Apoya fervientemente las posiciones de Lenin y Marx de respeto por una juventud socialista que, en ausencia de un proletariado desarrollado y políticamente activo, abrazaba los métodos del terrorismo para debilitar al régimen ante el pueblo y destruir al zarismo.

Trotsky, escribe el autor, no compartía esa posición, adaptado a las posiciones de Plejanov sobre el terrorismo, que eran propias del “rechazo teórico de un socialdemócrata alemán”. Y que vulnera un principio revolucionario socialista, a saber “el marxismo no ata el movimiento a ninguna forma especial de lucha” (Lenin), sea esta la formación de un sóviet, la huelga de masas o la lucha guerrillera que practicó el soviet de Moscú en su enfrentamiento con el ejército zarista.

Lenin y Trotsky

Si hubiera que definir en un concepto la valoración de Horowicz sobre los dos principales dirigentes de la revolución rusa sería: Lenin es el jefe y Trotsky su mejor cuadro. El autor valora por sobre todo en Lenin a un constructor del partido. “Ambos se propusieron lo mismo: encabezar una revolución triunfante y tenían un amplio acuerdo sobre el cómo, pero solo Lenin tenía con qué hacer” … “En el momento decisivo, Vladimir Ilich emerge con un partido a sus espaldas” … “Lev Davidovich era un dirigente brillante pero solitario; no tenía la pasta requerida para jefe partidario” (pg. 85). Una afirmación importante del autor, si se tiene en cuenta que no deja de subrayar también que ese “solitario” sin pasta para jefe partidario, fue el presidente del soviet de Petrogrado en 1905 a los 26 años de edad y luego también en 1917; constructor del Ejército Rojo y Comisario Militar triunfante en cinco años de guerra civil.

El texto coloca las diferencias entre Lenin y Trotsky, muchas veces violentas, totalmente por fuera de una competencia entre intelectuales. Por el contrario, las divergencias son tratadas como las visiones propias de dos constructores apasionados de la revolución, acerca del comportamiento de las clases sociales en dicho proceso y, por lo tanto, del tipo de poder que debía instalarse en el gobierno una vez destituida la autocracia. 

Ambos coincidían en que las tareas democráticas pendientes de la Rusia atrasada – la paz, la revolución agraria, el desarrollo industrial – no serían resueltas por la clase burguesa cobarde y dependiente, sino por una revolución de las clases oprimidas, por medio de una guerra civil. Pero Lenin, estudioso de la economía y la sociología rusas, opinaba que el enorme peso numérico del campesinado y las clases agrarias, obligaría a compartir el poder del proletariado con ellas. Y que, en ese sentido, la revolución tendría, por un período, un carácter democrático burgués (no socialista) pero impactaría en las clases obreras del resto de Europa, hasta desembocar en un nuevo período revolucionario socialista, bajo la conducción del proletariado y con la revolución europea abriendo el camino. El gobierno que reemplazaría al zar sería una “dictadura democrática del proletariado y los campesinos”

Trotsky en cambio iba más allá. A la luz del balance del comportamiento de las clases sociales en la revolución de 1905, formuló - como sintetiza Luis Brunetto (en EDM N.º 61)- que “solo un gobierno obrero, expresado en una mayoría socialdemócrata y como punto de partida de la dictadura del proletariado, podía convertirse en un régimen político viable en la atrasada Rusia. Deducía que, por su propia naturaleza de clase, el proletariado en el poder no se detendría en los límites de la propiedad privada, límite en cambio intocable para la burguesía. Las etapas burguesa y socialista aparecerían y se desenvolverían en forma indiferenciada, fundidas en un proceso de carácter permanente”.

Horowicz refiere que los análisis de Lenin están conformados por aproximaciones sucesivas; “mapas” que orienten el trabajo práctico de los bolcheviques bajo la forma de consignas para la acción. De la valoración del peso de las clases agrarias, por ejemplo, deducía que la composición del sóviet debía ampliarse a la participación de los partidos que estuvieran decididos a derrocar a la autocracia, como los Socialistas Revolucionarios de base campesina. Lenin estaba convencido de que el partido obrero, los bolcheviques, no podían representar por sí solos al campesinado ruso. Sostenía que había que dar una forma a la lucha de clases en el campo, que la burguesía agraria chocaba con la oligarquía terrateniente y que debía formularse por lo tanto una política en base a ello: apoyar las demandas de los burgueses del campo contra los terratenientes y las del campesinado pobre contra los burgueses.

Lenin concebía que la revolución democrático burguesa llevaría un desarrollo por todo un período– y convenía que así fuera - y que se desenvolverá bajo una dictadura de obreros y campesinos pobres. Durante ese desarrollo no superaría el programa democrático. Más aún: si la dinámica de los acontecimientos llevara a traspasar los límites de la revolución democrática, sobrevendría una derrota en manos de la contrarrevolución. Un gobierno de proletarios y campesinos debía agotar toda una etapa revolucionaria, no solo en Rusia, sino encendiendo la hoguera de la revolución proletaria en el resto de los países de Europa. El peso otorgado al campesinado en la dinámica de la revolución llevaba a que la misma no pudiera ir más allá del límite burgués. Aun así, esta concepción chocaba frontalmente con los mencheviques que dejaban directamente en manos de la burguesía y un gobierno burgués el relevo de la autocracia zarista.

Trotsky, en cambio, no consideraba realizable la cooperación política de proletarios y campesinos. Opinaba que una coalición de ese tipo requería que uno de los partidos burgueses existentes conquistara al campesinado o bien que este creara un partido poderoso e independiente. Y ni lo uno ni lo otro era posible, por lo menos en un sentido directo e inmediato. En la experiencia de la derrota de 1905 el campesinado se había mantenido al margen. La dinámica de los acontecimientos resolvería, para Trotsky, la cuestión de la hegemonía proletaria en el gobierno de obreros y campesinos.

Discrepancias y convergencias

Aquella diferencia se disolvería con el ascenso revolucionario que desembocará en el Octubre del ‘17. Dice Horowicz, “Es cierto que los campesinos no organizan su propio partido, pero esta ausencia no les impide ingresar al soviet. Y referenciarse en las corrientes que expresan sus intereses de clase” (…) “…el Ejército Rojo expresa exactamente esa alianza política en el terreno militar. Una guerra campesina para garantizar el reparto negro de la tierra, con campesinos y obreros armados bajo la conducción militar de oficiales zaristas, dirigidos políticamente por comisarios comunistas” (pg. 286).

Hasta 1917 y desde 1903 las diferencias de Lenin con Trotsky se manifiestan en una polémica que adquiere por momentos el tinte de choques personales. Horowicz coloca en su capítulo El laboratorio de Lenin, un episodio de ese enfrentamiento. En 1912 se produce un resurgimiento del movimiento obrero y una nueva generación de revolucionarios entra en escena. “Lenin cosecha los frutos de sus esfuerzos, sus hombres encabezaban el movimiento socialdemócrata clandestino, mientras que el menchevismo era un mosaico de grupos débiles e inconexos” (cita de I. Deutscher, El profeta armado (pg. 258). “Trotsky se propuso perseguir, una vez más, el fuego fatuo de la unidad” (ídem). Lenin dirige cuatro quintos del movimiento obrero en actividad política y señala la falta de inserción de Trotsky y los mencheviques. Trotsky alega no integrar ninguna tendencia, pero siempre había sido impactado por la integridad revolucionaria y la combatividad de los bolcheviques frente a la debilidad y el legalismo de los mencheviques.

Con el estallido de la guerra de 1914, la grieta que los separó desde 1903 se resolverá. Se “reacomodan todas las piezas del tablero socialista”. Trotsky encuentra a todos sus amigos de la socialdemocracia europea ganados al inadmisible social patriotismo (adaptación a la política guerrerista de los gobiernos). Se acercará a Lenin que aceptará su ingreso incondicional al partido bolchevique. No hay testimonio, dice Horowicz, de la causa de esa generosidad de Vladimir Ilich. Pero no es menor el peso que tuvo la necesidad de Lenin de ganar a la dirección partidaria a las Tesis de Abril y el papel de Trotsky, su prestigio y su brillo en ese cometido.

Trotsky reconocerá – prólogo de 1919 a su Resultados y perspectivas – que permaneció independiente de ambas fracciones- bolcheviques y mencheviques – de la socialdemocracia, por una subestimación de las diferencias entre ellas. Dado que ambas partían de las perspectivas de una revolución burguesa sus discrepancias se resolverían, pensaba, con el desarrollo de los acontecimientos. El estallido de la revolución en 1917 pondría de relieve que el partido bolchevique era una fuerza centralizada y fuerte, que había absorbido a los mejores elementos de los obreros avanzados y de la inteligentzia revolucionaria y se orientaban hacia una dictadura socialista de la clase obrera, mientras los mencheviques habían asumido los principios de la democracia burguesa.

La historia disuelve los disensos

Lenin, por su parte, ante la inminencia de la revolución, encabeza un viraje de 180 grados del partido bolchevique, mediante una enorme lucha política en la dirección, para impulsar la toma del poder. Y reconocerá, a su turno, que su programa de acción, volcado en las Tesis de Abril, respondía a la teoría de la revolución permanente de Trotsky. 

En vísperas de la insurrección de octubre, destituido el zar y en el poder un débil gobierno provisional burgués, incapaz de resolver ninguna de las tareas pendientes del país atrasado, Lenin presenta ante la conferencia del partido las Tesis de Abril. Allí enfrenta las vacilaciones del comité central bolchevique de cara al gobierno provisional. Sostiene que, con la caída del zar, el poder del Estado ha pasado a manos de la burguesía y de los terratenientes y que, en esa medida, “la revolución democrático burguesa en Rusia está terminada” - a un mes de la caída del zar - Es la hora de tomar el poder. 

Trotsky ingresa por primera vez al partido bolchevique, junto a un centenar de cuadros probados que refuerzan el ala izquierda del partido. Una vez más, las tareas que se desprenden de la dinámica de la lucha hacen la síntesis. El gobierno provisional, sin rumbo, chocaba con el empuje de las masas y con un partido de militantes aguerridos preparados para una salida de acción. Lenin se hizo cargo e impulsó la insurrección. “Paz, pan y tierra” era la síntesis de las tareas democráticas pendientes, “Todo el poder a los soviets”, expresaba la dictadura del proletariado con el apoyo del campesinado pobre, abriendo el período histórico de la revolución permanente.

Lenin toma los planteos de las tesis de Trotsky en la Revolución Permanente a partir de la experiencia en el terreno sobre el papel de la burguesía, el campesinado y la clase obrera en la revolución en Rusia. Pero también del grado de evolución de los obreros de Europa y sus organizaciones. Y fundamentalmente – destaca Horowicz – sus propios estudios y conclusiones sobre la evolución del capitalismo y el papel de las burguesías de los países atrasados, que brillantemente volcó en “El Imperialismo fase superior del capitalismo” poco tiempo después.

El testamento de Lenin, ¿una salida que Trotsky no tomó?

Son numerosos los temas que recorre Horowicz en su vasto trabajo, tocarlos todos es algo que supera el alcance de este comentario. Tomaremos como último tópico un aspecto que resulta interesante: el testamento de Lenin.

Entre fines de 1923 y principios de 1924, consciente del carácter terminal de su enfermedad, Lenin escribe una serie de cartas dirigidas al XII congreso del PCUS, conocidas como el Testamento de Lenin. El eje de las mismas es proponer una serie de reformas dirigidas a evitar una división del partido. Caracterizaba que el hecho de que el partido se apoyara en dos clases sociales haría inevitable una escisión si se rompía el acuerdo entre obreros y campesinos. Contribuiría a la inestabilidad la profundidad de la crisis: los daños de la guerra; la guerra civil, la hambruna. A esto se agregaría la ausencia de Lenin y los choques en el seno de la dirección, en particular entre Trotsky y Stalin. En las cartas, Lenin propone la ampliación de la dirección, reformas para mejorar el aparato, la incorporación de obreros leales. Pero no solo eso, señala la rivalidad entre Stalin y Trotsky: “Las relaciones entre ellos, a mi modo de ver, encierran más de la mitad del peligro de esa escisión que se podría evitar”.  Y propone la separación de Stalin del cargo de secretario general y su pase a otra función.

Esta intervención de Lenin sobre la crisis de la dirección y los peligros de una escisión del partido, se basaba en una valoración de las grandes dificultades, que amenazaban la sustentabilidad del régimen soviético y su desarrollo. El aislamiento internacional, los bloqueos de la revolución obrera en Europa, las contradicciones de la alianza con las clases del campo y las dificultades del intercambio para alimentar a las ciudades, el atraso de la industrialización. Problemas cuyo encauzamiento – pensaba Lenin - requería un cambio de la dirección partidaria, que además registraba un avanzado proceso de burocratización en el que Stalin había acumulado un enorme poder. Lenin apostaba a esas reformas y veía en Trotsky al que, en su ausencia, podía llevarlas adelante.

Pero los textos fueron bloqueados. “Ni siquiera Trotsky- nos dice Horowicz – apoya la propuesta de Lenin” (pg. 342). Trotsky incumple su compromiso con Lenin para impulsar la destitución de Stalin a viva voz en el congreso. Lo menciona cuando dice: “Lo que en verdad pudo haberlo alarmado y afectado (a Lenin) en los últimos meses, fue que mi apoyo a las medidas de lucha contra Stalin no fuera suficientemente activo” (Trotsky; El testamento de Lenin). Hay una cita descarnada del mayor biógrafo de Trotsky – I. Deutscher en El profeta desarmado- sobre el comportamiento de Trotsky ante los estalinistas. Dice Deutscher: “La venganza de Trotsky consistió en mostrar magnanimidad y perdón. Olvidando la advertencia de Lenin aceptó de inmediato una “componenda turbia” (…) Trotsky le aseguró a Kamenev que él mismo no propondría medidas tan severas. Me opongo, le dijo, a que se destituya a Stalin, se expulse a Ordzhonikidze y se separe a Dzerzhinsky” (pg. 343).

Horowicz opina que una condena pública de Lenin equivalía a la muerte política de Stalin, máxime si era respaldada por Trotsky, además de ser un golpe a la burocratización de la dirección. Visto así, es una pesada mochila sobre las espaldas de Trotsky. ¿Cuál es la causa de la conducta del revolucionario? Horowicz hace una primera observación: siendo Trotsky el constructor y comandante del Ejército Rojo, valoraba como grandes cualidades la eficacia y la ejecutividad. El personal que garantiza la ejecución de acciones eficaces es el adecuado.  Y los métodos de Stalin, con todos sus defectos, tenían la misma procedencia. Como otra causa plantea que Trotsky intentaba “desesperadamente” no chocar con la vieja guardia bolchevique a la que él no pertenecía, como sí pertenecían Stalin, Kamenev, Zinoviev. Dice en El Testamento de Lenin: “Y lo que a mí me detenía era el temor de que cualquier conflicto agudo con el núcleo gobernante, en momentos en que Lenin luchaba con la muerte, fuera interpretado por el partido como una lucha por repartirse sus despojos” (pg. 350).

Un tercer motivo es que Trotsky hace una mala evaluación de la relación de fuerzas. Volviendo a Deutscher: “por sentirse seguro Trotsky no actúa. Por cierto, que el jefe del Ejército Rojo se siente seguro, a mi modo de ver se trata del talón de Aquiles de Lev Davidovich” (pg. 347). Opta por una “reprimenda pedagógica” en lugar de una derrota política de Stalin que era la posición de Lenin. Incluso tolera el encubrimiento de la denuncia de Lenin ante el XII congreso. El Testamento fue leído, por miembros de la dirección, por separado a cada delegación del XIII congreso, prohibiendo tomar apuntes o tratarlo en la sesión plenaria. Debe decirse también que se trataba de decisiones de táctica muy complejas, teniendo en cuenta las circunstancias de una crisis gigantesca en la lucha por la supervivencia del primer estado obrero y que la burocratización estaliniana no estaba aún consolidada.

Resumen

El libro de Horowicz bucea en los orígenes y desarrollos del marxismo en el escenario de la revolución socialista en Rusia con una profusa documentación. Que tome a Lenin y Trotsky, máximos referentes de la construcción práctica del primer estado obrero estable de la historia, permite asomarse a un panorama general de la lucha política y las organizaciones y partidos políticos de la época.

En este trabajo Lenin aparece como la roca fundacional. El dirigente que sintetiza las tradiciones revolucionarias de Rusia, con el trabajo práctico de construcción del partido bolchevique. El diseñador de las etapas (los “mapas”) que recorrieron las masas desposeídas desde la autocracia monárquica hasta el gobierno de los soviets, sus enlaces y transiciones. Trotsky, como el brillante tribuno y publicista, orador capaz de conmover a multitudes; pero también el líder que gana la presidencia del soviet de Petrogrado y lo dirige; que juega un papel central en el asalto al poder; que crea desde la nada el Ejército Rojo, triunfante en la guerra civil contra la contrarrevolución blanca y la invasión de fuerzas armadas de catorce países. En el terreno más subjetivo, el texto impresiona como menos benévolo con León que con Vladimir – si es que existiera en juego algún improbable sesgo subjetivo. Hace mucho hincapié, eso sí, en las inconsecuencias de Trotsky. Su rechazo al terrorismo revolucionario; su negativa centrista a integrarse al bolchevismo durante catorce años; el incumplimiento del compromiso con Lenin, volcado en su Testamento, para destituir a Stalin de la dirección. Nada de lo cual, por supuesto, impugna el hecho de que Lenin reconociera que Trotsky tuvo razón en su larga polémica con él y los bolcheviques, acerca del papel de las clases sociales en la dinámica de la revolución rusa y las tareas combinadas – democrático burguesas y socialistas – de la dictadura del proletariado. Por algo Lenin lo propuso como su sucesor en la dirección del partido y del Estado.

El trabajo de Horowicz tiene el mérito de revisar, a partir del análisis histórico concreto de la revolución rusa, la lucha política expresada en la polémica de sus principales corrientes y protagonistas. En el caso de Lenin y Trotsky, sus dirigentes más destacados, veremos cómo sus diferencias - prolongadas y tormentosas a veces - y sus acuerdos, expresaban sus experiencias concretas en la acción práctica desempeñada en acontecimientos de semejante peso histórico. Y, lo más fascinante, como, cuadros decisivos de un mismo proceso que culminó en la toma del poder en octubre de 1917, convergen en la teoría y en la práctica. Lenin tomando en sus decisivas Tesis de Abril la teoría trotskista de la Revolución Permanente. Y Trotsky ingresando al partido Bolchevique construido por Lenin.

Trotsky sobrevivió a Lenin tomando las mejores banderas leninistas para enfrentar a la contrarrevolución y dedicar lo que quedaba de su vida a formular el programa y las tareas de la construcción de la Internacional.

Bajo este título Alejandro Horowicz publicó un libro de más de 400 páginas, donde “revisita” las polémicas que mantuvieron Lenin y Trotsky entre 1903 y 1917. Horowicz es un ensayista, doctor en Ciencias Sociales, docente universitario (UBA) y autor de una importante cantidad de publicaciones, entre las más conocidas, “Los cuatro peronismos”, “El país que estalló”, “Las dictaduras argentinas” y “El huracán rojo. De Francia a Rusia 1789 – 1917”.

Además del interés histórico especial que tienen, a un siglo de la muerte de Lenin, las diferencias entre dos grandes militantes revolucionarios “sobre cómo dirigir un proceso de transformación radical”, Horowicz sostiene que la revisión de esas ideas y esas prácticas tiene un mayor alcance, que consiste en salir al cruce del “desprestigio que asedia a la revolución como problema y la desconsideración que rodea a los pensadores revolucionarios (pg. 15). Esto es un desafío a retomar el pensamiento socialista en el marco de una apreciación escéptica del estado actual de la crisis mundial, en términos de una salida revolucionaria. En el prólogo del libro, Horowicz abunda en su crítica al conservadurismo de la academia: “Estamos volviendo a librar batallas que ya se habían ganado en el terreno de los conceptos y la práctica social, pero que se perdieron a resultas de la derrota obrera y popular, del continuo avance de la derecha, de los ‘olvidos’ de académicos y especialistas” (pg. 20). En otro párrafo plantea “…cuando los historiadores conservadores ‘que hicieron de la historia lo que esta se volvió’ impugnan los fundamentos de estos pensadores revolucionarios, intentan desacreditar en simultáneo la revolución como acontecimiento” (pg. 18). 

Bajo esta óptica polémica, el autor se propone “repensar” la perspectiva de una “transformación radical”, enfrentando los “bloqueos del conservatismo académico”. Lo que debiera ser no sólo una batalla ideológica necesaria, sino también una acción militante contra las diversas corrientes políticas contrarrevolucionarias. Por ejemplo –nos recuerda Horowicz- la vulgarización y prostitución de la obra de Lenin por el estalinismo: “Es preciso restituir la voz de Lenin, la radicalidad ocluida hace exactamente cien años” (pg. 23).

El trabajo de Horowicz explora, no solo las diferencias conocidas en la polémica entre estos grandes dirigentes revolucionarios, sobre la dinámica de las clases sociales en la revolución rusa, sino también el papel jugado por sus historias personales, sus influencias y sus experiencias en la formación de su pensamiento y sus actos. 

La clandestinidad, la acción directa y la militancia

En ese sentido, el texto se detiene, por ejemplo, en el análisis sobre el populismo anarquista de la organización Narodnaya Volia, en términos de su influencia en la historia de la revolución rusa. La práctica política de esa organización giraba alrededor de los atentados terroristas contra el zarismo. Constituida a fines del siglo XIX, propugnaba el derrocamiento del gobierno autocrático y la lucha por una sociedad socialista. Contando con un desarrollo aún muy incipiente del movimiento obrero para liderar la lucha contra el tirano, apelaba al terrorismo revolucionario, con atentados contra los representantes la autocracia zarista.

Narodnaya Volia contaba con la adhesión de amplias capas de todas las clases sociales. Marx, refiere el texto, simpatizaba con la Narodnaya Volia y se pronunció en su momento en términos de que esta organización, propia de la revolución rusa, no debía ser juzgada por sus actos. Temas como la organización ilegal del partido y la clandestinidad, la acción directa, la lucha armada, se colocaron en el centro de los debates de los revolucionarios. Lenin fue fuertemente influido por Narodnaya Volia; su hermano mayor Alexander había sido ajusticiado por el zarismo, luego del fracaso del atentado contra el zar Alejandro III en el que participó. El pensamiento de Lenin estuvo fuertemente ligado a estas tradiciones. 

A su turno, la concepción del partido clandestino, centralista democrático, con militantes profesionales, dispuestos a la acción, por la que batalló Lenin denodadamente, estuvo en la base de la fractura de la Socialdemocracia Rusa entre bolcheviques – la fracción de Lenin – y mencheviques, que concebían al partido como una organización laxa de simpatizantes adherentes y menospreciaban la organización clandestina. En el II congreso de 1903 de la Socialdemocracia rusa, que sancionó la división, Trotsky se ubicó durante un corto período de tiempo del lado de los mencheviques, como opositor a Lenin. A los meses, será un ferviente opositor a la política de la minoría. 

Horowicz abunda en su texto sobre la influencia de los populistas rusos de Narodnaya en el desarrollo de organizaciones revolucionarias y, a su turno, en la liquidación del régimen zarista. Esto de cara a corrientes como los mencheviques, eseristas y figuras como Plejánov, Martov y Kautsky que, seguidores de la socialdemocracia alemana, se adaptaban a la burguesía y sus regímenes parlamentarios, interfiriendo, a su turno, con la salida revolucionaria en Rusia.

Para Horowicz la postura ante el terrorismo revolucionario divide aguas. Le da la importancia de ser una de las más grandes diferencias entre Lenin y Trotsky. Apoya fervientemente las posiciones de Lenin y Marx de respeto por una juventud socialista que, en ausencia de un proletariado desarrollado y políticamente activo, abrazaba los métodos del terrorismo para debilitar al régimen ante el pueblo y destruir al zarismo.

Trotsky, escribe el autor, no compartía esa posición, adaptado a las posiciones de Plejanov sobre el terrorismo, que eran propias del “rechazo teórico de un socialdemócrata alemán”. Y que vulnera un principio revolucionario socialista, a saber “el marxismo no ata el movimiento a ninguna forma especial de lucha” (Lenin), sea esta la formación de un sóviet, la huelga de masas o la lucha guerrillera que practicó el soviet de Moscú en su enfrentamiento con el ejército zarista.

Lenin y Trotsky

Si hubiera que definir en un concepto la valoración de Horowicz sobre los dos principales dirigentes de la revolución rusa sería: Lenin es el jefe y Trotsky su mejor cuadro. El autor valora por sobre todo en Lenin a un constructor del partido. “Ambos se propusieron lo mismo: encabezar una revolución triunfante y tenían un amplio acuerdo sobre el cómo, pero solo Lenin tenía con qué hacer” … “En el momento decisivo, Vladimir Ilich emerge con un partido a sus espaldas” … “Lev Davidovich era un dirigente brillante pero solitario; no tenía la pasta requerida para jefe partidario” (pg. 85). Una afirmación importante del autor, si se tiene en cuenta que no deja de subrayar también que ese “solitario” sin pasta para jefe partidario, fue el presidente del soviet de Petrogrado en 1905 a los 26 años de edad y luego también en 1917; constructor del Ejército Rojo y Comisario Militar triunfante en cinco años de guerra civil.

El texto coloca las diferencias entre Lenin y Trotsky, muchas veces violentas, totalmente por fuera de una competencia entre intelectuales. Por el contrario, las divergencias son tratadas como las visiones propias de dos constructores apasionados de la revolución, acerca del comportamiento de las clases sociales en dicho proceso y, por lo tanto, del tipo de poder que debía instalarse en el gobierno una vez destituida la autocracia. 

Ambos coincidían en que las tareas democráticas pendientes de la Rusia atrasada – la paz, la revolución agraria, el desarrollo industrial – no serían resueltas por la clase burguesa cobarde y dependiente, sino por una revolución de las clases oprimidas, por medio de una guerra civil. Pero Lenin, estudioso de la economía y la sociología rusas, opinaba que el enorme peso numérico del campesinado y las clases agrarias, obligaría a compartir el poder del proletariado con ellas. Y que, en ese sentido, la revolución tendría, por un período, un carácter democrático burgués (no socialista) pero impactaría en las clases obreras del resto de Europa, hasta desembocar en un nuevo período revolucionario socialista, bajo la conducción del proletariado y con la revolución europea abriendo el camino. El gobierno que reemplazaría al zar sería una “dictadura democrática del proletariado y los campesinos”

Trotsky en cambio iba más allá. A la luz del balance del comportamiento de las clases sociales en la revolución de 1905, formuló – como sintetiza Luis Brunetto (en EDM N.º 61)- que “solo un gobierno obrero, expresado en una mayoría socialdemócrata y como punto de partida de la dictadura del proletariado, podía convertirse en un régimen político viable en la atrasada Rusia. Deducía que, por su propia naturaleza de clase, el proletariado en el poder no se detendría en los límites de la propiedad privada, límite en cambio intocable para la burguesía. Las etapas burguesa y socialista aparecerían y se desenvolverían en forma indiferenciada, fundidas en un proceso de carácter permanente”.

Horowicz refiere que los análisis de Lenin están conformados por aproximaciones sucesivas; “mapas” que orienten el trabajo práctico de los bolcheviques bajo la forma de consignas para la acción. De la valoración del peso de las clases agrarias, por ejemplo, deducía que la composición del sóviet debía ampliarse a la participación de los partidos que estuvieran decididos a derrocar a la autocracia, como los Socialistas Revolucionarios de base campesina. Lenin estaba convencido de que el partido obrero, los bolcheviques, no podían representar por sí solos al campesinado ruso. Sostenía que había que dar una forma a la lucha de clases en el campo, que la burguesía agraria chocaba con la oligarquía terrateniente y que debía formularse por lo tanto una política en base a ello: apoyar las demandas de los burgueses del campo contra los terratenientes y las del campesinado pobre contra los burgueses.

Lenin concebía que la revolución democrático burguesa llevaría un desarrollo por todo un período– y convenía que así fuera – y que se desenvolverá bajo una dictadura de obreros y campesinos pobres. Durante ese desarrollo no superaría el programa democrático. Más aún: si la dinámica de los acontecimientos llevara a traspasar los límites de la revolución democrática, sobrevendría una derrota en manos de la contrarrevolución. Un gobierno de proletarios y campesinos debía agotar toda una etapa revolucionaria, no solo en Rusia, sino encendiendo la hoguera de la revolución proletaria en el resto de los países de Europa. El peso otorgado al campesinado en la dinámica de la revolución llevaba a que la misma no pudiera ir más allá del límite burgués. Aun así, esta concepción chocaba frontalmente con los mencheviques que dejaban directamente en manos de la burguesía y un gobierno burgués el relevo de la autocracia zarista.

Trotsky, en cambio, no consideraba realizable la cooperación política de proletarios y campesinos. Opinaba que una coalición de ese tipo requería que uno de los partidos burgueses existentes conquistara al campesinado o bien que este creara un partido poderoso e independiente. Y ni lo uno ni lo otro era posible, por lo menos en un sentido directo e inmediato. En la experiencia de la derrota de 1905 el campesinado se había mantenido al margen. La dinámica de los acontecimientos resolvería, para Trotsky, la cuestión de la hegemonía proletaria en el gobierno de obreros y campesinos.

Discrepancias y convergencias

Aquella diferencia se disolvería con el ascenso revolucionario que desembocará en el Octubre del ‘17. Dice Horowicz, “Es cierto que los campesinos no organizan su propio partido, pero esta ausencia no les impide ingresar al soviet. Y referenciarse en las corrientes que expresan sus intereses de clase” (…) “…el Ejército Rojo expresa exactamente esa alianza política en el terreno militar. Una guerra campesina para garantizar el reparto negro de la tierra, con campesinos y obreros armados bajo la conducción militar de oficiales zaristas, dirigidos políticamente por comisarios comunistas” (pg. 286).

Hasta 1917 y desde 1903 las diferencias de Lenin con Trotsky se manifiestan en una polémica que adquiere por momentos el tinte de choques personales. Horowicz coloca en su capítulo El laboratorio de Lenin, un episodio de ese enfrentamiento. En 1912 se produce un resurgimiento del movimiento obrero y una nueva generación de revolucionarios entra en escena. “Lenin cosecha los frutos de sus esfuerzos, sus hombres encabezaban el movimiento socialdemócrata clandestino, mientras que el menchevismo era un mosaico de grupos débiles e inconexos” (cita de I. Deutscher, El profeta armado (pg. 258). “Trotsky se propuso perseguir, una vez más, el fuego fatuo de la unidad” (ídem). Lenin dirige cuatro quintos del movimiento obrero en actividad política y señala la falta de inserción de Trotsky y los mencheviques. Trotsky alega no integrar ninguna tendencia, pero siempre había sido impactado por la integridad revolucionaria y la combatividad de los bolcheviques frente a la debilidad y el legalismo de los mencheviques.

Con el estallido de la guerra de 1914, la grieta que los separó desde 1903 se resolverá. Se “reacomodan todas las piezas del tablero socialista”. Trotsky encuentra a todos sus amigos de la socialdemocracia europea ganados al inadmisible social patriotismo (adaptación a la política guerrerista de los gobiernos). Se acercará a Lenin que aceptará su ingreso incondicional al partido bolchevique. No hay testimonio, dice Horowicz, de la causa de esa generosidad de Vladimir Ilich. Pero no es menor el peso que tuvo la necesidad de Lenin de ganar a la dirección partidaria a las Tesis de Abril y el papel de Trotsky, su prestigio y su brillo en ese cometido.

Trotsky reconocerá – prólogo de 1919 a su Resultados y perspectivas – que permaneció independiente de ambas fracciones- bolcheviques y mencheviques – de la socialdemocracia, por una subestimación de las diferencias entre ellas. Dado que ambas partían de las perspectivas de una revolución burguesa sus discrepancias se resolverían, pensaba, con el desarrollo de los acontecimientos. El estallido de la revolución en 1917 pondría de relieve que el partido bolchevique era una fuerza centralizada y fuerte, que había absorbido a los mejores elementos de los obreros avanzados y de la inteligentzia revolucionaria y se orientaban hacia una dictadura socialista de la clase obrera, mientras los mencheviques habían asumido los principios de la democracia burguesa.

La historia disuelve los disensos

Lenin, por su parte, ante la inminencia de la revolución, encabeza un viraje de 180 grados del partido bolchevique, mediante una enorme lucha política en la dirección, para impulsar la toma del poder. Y reconocerá, a su turno, que su programa de acción, volcado en las Tesis de Abril, respondía a la teoría de la revolución permanente de Trotsky. 

En vísperas de la insurrección de octubre, destituido el zar y en el poder un débil gobierno provisional burgués, incapaz de resolver ninguna de las tareas pendientes del país atrasado, Lenin presenta ante la conferencia del partido las Tesis de Abril. Allí enfrenta las vacilaciones del comité central bolchevique de cara al gobierno provisional. Sostiene que, con la caída del zar, el poder del Estado ha pasado a manos de la burguesía y de los terratenientes y que, en esa medida, “la revolución democrático burguesa en Rusia está terminada” – a un mes de la caída del zar – Es la hora de tomar el poder. 

Trotsky ingresa por primera vez al partido bolchevique, junto a un centenar de cuadros probados que refuerzan el ala izquierda del partido. Una vez más, las tareas que se desprenden de la dinámica de la lucha hacen la síntesis. El gobierno provisional, sin rumbo, chocaba con el empuje de las masas y con un partido de militantes aguerridos preparados para una salida de acción. Lenin se hizo cargo e impulsó la insurrección. “Paz, pan y tierra” era la síntesis de las tareas democráticas pendientes, “Todo el poder a los soviets”, expresaba la dictadura del proletariado con el apoyo del campesinado pobre, abriendo el período histórico de la revolución permanente.

Lenin toma los planteos de las tesis de Trotsky en la Revolución Permanente a partir de la experiencia en el terreno sobre el papel de la burguesía, el campesinado y la clase obrera en la revolución en Rusia. Pero también del grado de evolución de los obreros de Europa y sus organizaciones. Y fundamentalmente – destaca Horowicz – sus propios estudios y conclusiones sobre la evolución del capitalismo y el papel de las burguesías de los países atrasados, que brillantemente volcó en “El Imperialismo fase superior del capitalismo” poco tiempo después.

El testamento de Lenin, ¿una salida que Trotsky no tomó?

Son numerosos los temas que recorre Horowicz en su vasto trabajo, tocarlos todos es algo que supera el alcance de este comentario. Tomaremos como último tópico un aspecto que resulta interesante: el testamento de Lenin.

Entre fines de 1923 y principios de 1924, consciente del carácter terminal de su enfermedad, Lenin escribe una serie de cartas dirigidas al XII congreso del PCUS, conocidas como el Testamento de Lenin. El eje de las mismas es proponer una serie de reformas dirigidas a evitar una división del partido. Caracterizaba que el hecho de que el partido se apoyara en dos clases sociales haría inevitable una escisión si se rompía el acuerdo entre obreros y campesinos. Contribuiría a la inestabilidad la profundidad de la crisis: los daños de la guerra; la guerra civil, la hambruna. A esto se agregaría la ausencia de Lenin y los choques en el seno de la dirección, en particular entre Trotsky y Stalin. En las cartas, Lenin propone la ampliación de la dirección, reformas para mejorar el aparato, la incorporación de obreros leales. Pero no solo eso, señala la rivalidad entre Stalin y Trotsky: “Las relaciones entre ellos, a mi modo de ver, encierran más de la mitad del peligro de esa escisión que se podría evitar”.  Y propone la separación de Stalin del cargo de secretario general y su pase a otra función.

Esta intervención de Lenin sobre la crisis de la dirección y los peligros de una escisión del partido, se basaba en una valoración de las grandes dificultades, que amenazaban la sustentabilidad del régimen soviético y su desarrollo. El aislamiento internacional, los bloqueos de la revolución obrera en Europa, las contradicciones de la alianza con las clases del campo y las dificultades del intercambio para alimentar a las ciudades, el atraso de la industrialización. Problemas cuyo encauzamiento – pensaba Lenin – requería un cambio de la dirección partidaria, que además registraba un avanzado proceso de burocratización en el que Stalin había acumulado un enorme poder. Lenin apostaba a esas reformas y veía en Trotsky al que, en su ausencia, podía llevarlas adelante.

Pero los textos fueron bloqueados. “Ni siquiera Trotsky- nos dice Horowicz – apoya la propuesta de Lenin” (pg. 342). Trotsky incumple su compromiso con Lenin para impulsar la destitución de Stalin a viva voz en el congreso. Lo menciona cuando dice: “Lo que en verdad pudo haberlo alarmado y afectado (a Lenin) en los últimos meses, fue que mi apoyo a las medidas de lucha contra Stalin no fuera suficientemente activo” (Trotsky; El testamento de Lenin). Hay una cita descarnada del mayor biógrafo de Trotsky – I. Deutscher en El profeta desarmado- sobre el comportamiento de Trotsky ante los estalinistas. Dice Deutscher: “La venganza de Trotsky consistió en mostrar magnanimidad y perdón. Olvidando la advertencia de Lenin aceptó de inmediato una “componenda turbia” (…) Trotsky le aseguró a Kamenev que él mismo no propondría medidas tan severas. Me opongo, le dijo, a que se destituya a Stalin, se expulse a Ordzhonikidze y se separe a Dzerzhinsky” (pg. 343).

Horowicz opina que una condena pública de Lenin equivalía a la muerte política de Stalin, máxime si era respaldada por Trotsky, además de ser un golpe a la burocratización de la dirección. Visto así, es una pesada mochila sobre las espaldas de Trotsky. ¿Cuál es la causa de la conducta del revolucionario? Horowicz hace una primera observación: siendo Trotsky el constructor y comandante del Ejército Rojo, valoraba como grandes cualidades la eficacia y la ejecutividad. El personal que garantiza la ejecución de acciones eficaces es el adecuado.  Y los métodos de Stalin, con todos sus defectos, tenían la misma procedencia. Como otra causa plantea que Trotsky intentaba “desesperadamente” no chocar con la vieja guardia bolchevique a la que él no pertenecía, como sí pertenecían Stalin, Kamenev, Zinoviev. Dice en El Testamento de Lenin: “Y lo que a mí me detenía era el temor de que cualquier conflicto agudo con el núcleo gobernante, en momentos en que Lenin luchaba con la muerte, fuera interpretado por el partido como una lucha por repartirse sus despojos” (pg. 350).

Un tercer motivo es que Trotsky hace una mala evaluación de la relación de fuerzas. Volviendo a Deutscher: “por sentirse seguro Trotsky no actúa. Por cierto, que el jefe del Ejército Rojo se siente seguro, a mi modo de ver se trata del talón de Aquiles de Lev Davidovich” (pg. 347). Opta por una “reprimenda pedagógica” en lugar de una derrota política de Stalin que era la posición de Lenin. Incluso tolera el encubrimiento de la denuncia de Lenin ante el XII congreso. El Testamento fue leído, por miembros de la dirección, por separado a cada delegación del XIII congreso, prohibiendo tomar apuntes o tratarlo en la sesión plenaria. Debe decirse también que se trataba de decisiones de táctica muy complejas, teniendo en cuenta las circunstancias de una crisis gigantesca en la lucha por la supervivencia del primer estado obrero y que la burocratización estaliniana no estaba aún consolidada.

Resumen

El libro de Horowicz bucea en los orígenes y desarrollos del marxismo en el escenario de la revolución socialista en Rusia con una profusa documentación. Que tome a Lenin y Trotsky, máximos referentes de la construcción práctica del primer estado obrero estable de la historia, permite asomarse a un panorama general de la lucha política y las organizaciones y partidos políticos de la época.

En este trabajo Lenin aparece como la roca fundacional. El dirigente que sintetiza las tradiciones revolucionarias de Rusia, con el trabajo práctico de construcción del partido bolchevique. El diseñador de las etapas (los “mapas”) que recorrieron las masas desposeídas desde la autocracia monárquica hasta el gobierno de los soviets, sus enlaces y transiciones. Trotsky, como el brillante tribuno y publicista, orador capaz de conmover a multitudes; pero también el líder que gana la presidencia del soviet de Petrogrado y lo dirige; que juega un papel central en el asalto al poder; que crea desde la nada el Ejército Rojo, triunfante en la guerra civil contra la contrarrevolución blanca y la invasión de fuerzas armadas de catorce países. En el terreno más subjetivo, el texto impresiona como menos benévolo con León que con Vladimir – si es que existiera en juego algún improbable sesgo subjetivo. Hace mucho hincapié, eso sí, en las inconsecuencias de Trotsky. Su rechazo al terrorismo revolucionario; su negativa centrista a integrarse al bolchevismo durante catorce años; el incumplimiento del compromiso con Lenin, volcado en su Testamento, para destituir a Stalin de la dirección. Nada de lo cual, por supuesto, impugna el hecho de que Lenin reconociera que Trotsky tuvo razón en su larga polémica con él y los bolcheviques, acerca del papel de las clases sociales en la dinámica de la revolución rusa y las tareas combinadas – democrático burguesas y socialistas – de la dictadura del proletariado. Por algo Lenin lo propuso como su sucesor en la dirección del partido y del Estado.

El trabajo de Horowicz tiene el mérito de revisar, a partir del análisis histórico concreto de la revolución rusa, la lucha política expresada en la polémica de sus principales corrientes y protagonistas. En el caso de Lenin y Trotsky, sus dirigentes más destacados, veremos cómo sus diferencias – prolongadas y tormentosas a veces – y sus acuerdos, expresaban sus experiencias concretas en la acción práctica desempeñada en acontecimientos de semejante peso histórico. Y, lo más fascinante, como, cuadros decisivos de un mismo proceso que culminó en la toma del poder en octubre de 1917, convergen en la teoría y en la práctica. Lenin tomando en sus decisivas Tesis de Abril la teoría trotskista de la Revolución Permanente. Y Trotsky ingresando al partido Bolchevique construido por Lenin.

Trotsky sobrevivió a Lenin tomando las mejores banderas leninistas para enfrentar a la contrarrevolución y dedicar lo que quedaba de su vida a formular el programa y las tareas de la construcción de la Internacional.

Temas relacionados:

Artículos relacionados