En la prensa internacional se discute acaloradamente el futuro de Europa y el desafío estratégico que debe asumir. Un sinnúmero de reuniones, cumbres y foros entre los principales jefes de Estado de Europa, lideradas por el Reino Unido y Francia y secundadas por Alemania, se han concertado durante el primer trimestre de 2025. De conjunto, la orientación que han emprendido los jefes políticos de los estados europeos en tanto representantes de los grandes capitales de sus respectivos países es muy clara: Europa debe rearmarse y prepararse para una nueva conflagración militar.
Sucede que las negociaciones bilaterales entre Donald Trump y Vladimir Putin para alcanzar un entendimiento respecto al desmembramiento y la repartición imperialista de Ucrania, manteniendo como “convidados de piedra” tanto al presidente ucraniano Volodimir Zelensky como a los principales líderes europeos, constituyen una señal inequívoca del principio del fin del llamado “orden mundial” de posguerra. A su vez, la insistencia de Trump de anexionar Groenlandia, en detrimento de Dinamarca y los groenlandeses, representa otro factor de crisis entre Estados Unidos y Europa.
Si tras la Segunda Guerra Mundial Europa se desenvolvió bajo el paraguas y la tutela del Estado norteamericano, ya plenamente consolidado como la principal potencia imperialista del mundo, el giro estratégico emprendido por el mandamás del Norte ha modificado radicalmente esta situación. Dicho viraje, que se resume en el acercamiento entre EE.UU. y Rusia, apunta a fracturar la relación entre Putin y Xi Jinping —fortalecida significativamente tras el estallido de la guerra en Ucrania y las sanciones impuestas por el imperialismo occidental contra Rusia— y a concentrar la mayor parte de los esfuerzos del imperialismo yanqui en frenar el ascenso de China, la gran potencia emergente, con el fin de someterla a la tutela norteamericana. Cabe señalar que Estados Unidos no renuncia a su objetivo de someter a Rusia, sino que invierte sus prioridades en función de un cálculo estratégico. Este giro ya había sido insinuado por Trump, aunque a menor escala, durante su primera presidencia, cuando impulsó la guerra comercial principalmente contra China y promovió el Brexit para debilitar a la Unión Europea, institución que el propio Trump llegó a calificar recientemente como un organismo “creado para perjudicar a EE.UU”. Es importante reconocer que las fricciones y choques entre las distintas potencias imperialistas son intrínsecas al modo de producción capitalista, y por eso han sido moneda corriente en la política contemporánea.
El presente cambio de rumbo que está imponiendo Trump ha puesto en crisis nada menos que a la OTAN, una de las instituciones centrales del “orden mundial” de posguerra. Recordemos que el objetivo original de la OTAN fue cercar militarmente a la Unión Soviética y a sus aliados nucleados en el Pacto de Varsovia. Disuelta la URSS, Estados Unidos y el imperialismo europeo promovieron la guerra y el desmembramiento de Yugoslavia, y mediante las llamadas “revoluciones de colores” —como la de Georgia en 2003 y la de Ucrania en 2005— y el predominio militar de la alianza atlántica, pretendieron asegurarse de que fuera el bloque occidental quien tutelara la restauración capitalista y avanzara en la plena colonización económica y financiera del antiguo espacio soviético. Esta orientación explica la sistemática expansión de la OTAN hacia Europa del Este, con la incorporación de 16 nuevos países como Estados miembros tras la disolución de la URSS.
La guerra entre Rusia y Ucrania solo puede entenderse si se parte de comprender esa orientación estratégica que el imperialismo yanqui desarrolló hasta la asunción de Trump a su segunda presidencia. El auspicio del gobierno de Biden a la incorporación de Ucrania a la OTAN se hizo a sabiendas de que representaba una provocación inaceptable para el gobierno de Putin. De esta manera, el imperialismo buscó retomar la iniciativa luego de verse sacudido por su retirada ignominiosa de Afganistán y, más en general, por su marcado retroceso en la economía mundial durante las dos últimas décadas. Con la guerra en Ucrania, Biden logró revitalizar la OTAN después de que el presidente francés Macron declarara su “muerte cerebral” en 2019; quebró la tendencia a la asociación de Rusia con los países europeos, en particular con Alemania, especialmente en materia energética, apelando incluso a la voladura clandestina y terrorista de los gasoductos Nord Stream 1 y 2; consiguiendo, como contrapartida, recrudecer la dependencia energética y militar de Europa respecto a Estados Unidos. Ahora Trump, como “accionista mayoritario” del bando occidental en la guerra, pretende asegurarse las mejores tajadas del desmembramiento ucraniano: las tierras raras —fundamentales para la producción de sistemas de defensa y coches eléctricos, entre muchas otras cosas— y el control de las centrales nucleares y energéticas.
Con el viraje estratégico impulsado por Washington bajo el mandato de Donald Trump, Estados Unidos se repliega virtualmente de la OTAN para enfocar sus esfuerzos en el Pacífico, obligando al imperialismo europeo a asumir la carrera por su propia “autonomía estratégica” en el terreno militar. En el acuerdo que Trump negocia con Putin se descarta de lleno la devolución a Kiev de los territorios ucranianos ocupados por Rusia y la incorporación de Ucrania a la OTAN. Incluso, tampoco correría el artículo 5 de la alianza atlántica, el corazón mismo de la OTAN, si finalmente fuerzas de países europeos se despliegan en Ucrania como “garantía de paz” contra cualquier ataque ruso. Por esta razón, el Reino Unido, Francia y Alemania debaten actualmente el traslado de la carga financiera y militar de la alianza desde EE.UU. hacia las capitales europeas, preparando un plan que será presentado en la cumbre anual de líderes de la OTAN prevista para el mes de junio en La Haya.
Los hitos del rearme europeo
Si bien el giro estratégico de EE.UU. constituye el punto de inflexión que impulsa un proceso de rearme de características históricas en Europa, que apunta a alcanzar la llamada “autonomía estratégica” del Viejo Continente, es posible identificar con claridad dos hitos fundamentales previos: el primero en 2014, que dio inicio a la escalada armamentista, y el segundo en 2022, que profundizó dicho proceso.
El primer hito, que marcó la reversión de una tendencia decreciente en los gastos de defensa de los países europeos, fue la crisis ucraniana de 2014, cuando Kiev dejó de estar bajo la órbita de la Federación Rusa y se transformó en una semicolonia del imperialismo norteamericano y europeo. El golpe perpetrado por la Unión Europea y el FMI contra el gobierno de Yanukovich, la guerra civil contra las poblaciones de Donetsk y Lugansk en el Donbass, la posterior proclamación de éstas como repúblicas separatistas y la ocupación de Crimea por parte de Rusia, reinstalaron el conflicto bélico en el corazón de Europa y dieron la señal de partida para un incremento de los gastos militares. Desde 2014 hasta la actualidad los gastos en defensa de Europa han crecido ininterrumpidamente.
Esta tendencia volvió a dar un salto, marcando el segundo hito de la carrera armamentista europea, con la invasión de Rusia a Ucrania en febrero de 2022. La invasión comandada por Putin fue una respuesta reaccionaria a otra tentativa igualmente reaccionaria: la del gobierno de Zelensky de incluir a Ucrania en la OTAN, como parte del avance imperialista occidental en Europa del Este con el objetivo de cercar a Rusia. Con el estallido de la guerra, todos los países europeos empezaron a adecuar sus gastos en defensa en función de lo establecido en los estatutos de la OTAN, es decir, alcanzar o al menos acercarse al 2% de sus respectivos PBI.
Pero el actual salto en los gastos en defensa que emprende Europa promete ser el hito más destacado de la carrera armamentista europea. El giro norteamericano y la necesidad de los países europeos de prepararse para el nuevo escenario internacional –una suerte de divorcio no deseado por Europa– está cuestionando la razón de ser de la OTAN tal como fue concebida y está empujando a los gobiernos del Viejo Continente a una escalada armamentista histórica, pavimentando la ruta hacia nuevas conflagraciones militares y la perspectiva de una guerra mundial. La iniciativa en pos de una “autonomía estratégica” de Europa ha terminado por reivindicar los planteos de Macron. En una entrevista que Macron mantuvo con la revista The Economist en 2019, el presidente francés señaló que si Europa no despertaba existía “un riesgo considerable de que, a la larga, desaparezcamos geopolíticamente, o al menos de que dejemos de controlar nuestro destino”. En 2024, en una nueva entrevista con el semanario británico, Macron dejó abierta la posibilidad del despliegue de tropas francesas en Ucrania y volvió a insistir con la idea del armamento de Europa, señalando que «Tenemos que prepararnos para protegernos” ya que “Si Rusia gana en Ucrania, no habrá seguridad en Europa” y que el Viejo Continente podría “no seguir disfrutando de la misma protección por parte de Estados Unidos”.
Como no podía ser de otra manera, el plan de rearme europeo se presenta como la única forma de preservar la paz, la cual estaría siendo formalmente amenazada por la Rusia gobernada por Putin, omitiendo señalar que el imperialismo europeo ha estado directamente involucrado, como ya señalamos, en las “revoluciones de colores” y la expansión sistemática de la OTAN hacia Europa del este. Dada su posición minusválida en materia militar, tecnológica y económica, los líderes europeos quieren emprender su iniciativa estratégica evitando a toda costa aparecer rompiendo lanzas con EE.UU. y respetando su condición de principal potencia mundial. Por eso, el conjunto de las reuniones europeas que discuten el rearme y las negociaciones en torno a Ucrania, son reportadas a la Casa Blanca. Y, por el mismo motivo, los líderes europeos mantienen silencio ante el desprecio con el que los funcionarios norteamericanos se refirieron a Europa en los recientes chats donde se revelaron los planes de EE.UU. de bombardear Yemen.
Plan “Rearmar Europa”
Así titularon Ursula von der Leyen y Kaja Kallas, la presidenta y vice de la Comisión Europea, el plan para destinar 800 mil millones de euros al rearme de los Estados europeos. Von der Leyen fue clara y contundente: «Estamos en una era de rearme. Y Europa está dispuesta a aumentar masivamente su gasto en Defensa”. En la misma línea Kallas señaló: «Tenemos que hacer más por nuestra defensa”. Con cierta sagacidad, los líderes de España e Italia, Pedro Sánchez y Giorgia Meloni respectivamente, plantearon la inconveniencia táctica de que el plan se denomine “Rearmar Europa”, ya que el nombre resulta “excesivamente cargado y corre el riesgo de alienar a los ciudadanos”, sobre quienes se descargará todo el costo económico del emprendimiento. Por ello, se acordó rebautizar el plan como “Preparación 2030”, apuntando ese año como la meta para que Europa complete su rearme y logre una defensa autónoma superando su enorme dependencia de Estados Unidos.
Pero, sea como fuese, lo que importa es el contenido del plan. Este establece la suspensión de las normas presupuestarias de la Unión Europea para permitir que los Estados miembros aumenten el gasto en defensa; ofrece 150 mil millones de euros en préstamos para proyectos conjuntos de defensa, como sistemas de defensa aérea y de misiles, para material que sea como mínimo un 65 % de procedencia europea y sin restricción de uso; redirige fondos existentes de la Unión Europea, como los fondos de cohesión destinados a reducir las desigualdades entre los países miembros, hacia inversiones en defensa; levanta las restricciones crediticias del Banco Europeo de Inversiones para apoyar a las empresas del sector; y crea un mecanismo para movilizar capital privado en defensa, impulsando así la inversión en la industria armamentista.
La Comisión Europea creará, a su vez, un comité de crisis especial para prevenir, hacer seguimiento y dar respuesta a las emergencias bélicas en la Unión Europea. Está acelerando los planes para reforzar y ampliar su servicio de análisis e inteligencia, el llamado Centro Único de Análisis de Inteligencia de la Unión Europea (SIAC), una entidad que recibe información civil y militar de las agencias de espionaje de los Estados miembros. Como parte de la propaganda para ganar a la población europea a la escalada belicista, la Comisión Europea ha lanzado también un plan para que todos los hogares europeos tengan un “kit de supervivencia”, es decir reservas de agua, medicamentos, baterías y alimentos para subsistir 72 horas sin ayuda externa, para estar prevenidos ante un eventual estallido de una guerra nuclear entre Rusia y los países europeos.
Uno de los principales debates que se libró en la plétora de reuniones que han sostenido los mandatarios europeos durante el mes de marzo es el de colocar la protección de disuasión nuclear de Francia al servicio de todos los países de la UE. El problema del armamento nuclear es lo que explica que sean Francia y Gran Bretaña (que desde enero de 2020 se retiró de la Unión Europea) quienes estén jugando un rol fundamental en el plan de rearme. Pues Francia y Gran Bretaña son los dos únicos países europeos que cuentan con armamento nuclear. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que mientras Rusia y EE.UU. cuentan con más de 5 mil ojivas nucleares cada uno, Francia tiene alrededor de 290 y Gran Bretaña unas 225.
Como parte de todo este proceso, Estonia, Letonia, Lituania y Polonia acordaron retirarse de la Convención de Ottawa, un tratado internacional que prohíbe las minas antipersona y en el que están incluidos más de 160 países. Por su parte, el Ministerio de Defensa neerlandés ha confirmado que pretende incrementar con creces sus efectivos militares, pasando de 70.000 a 200.000 para 2030.
Las contradicciones económicas y sociales del rearme europeo
El 11 de marzo pasado, el columnista estrella del Financial Times, Martin Wolf, ha publicado un editorial titulado “Cómo puede Europa retomar el relevo de Estados Unidos”. Allí, afirma que “Sin duda, Europa puede aumentar sustancialmente su gasto en defensa”, y refuerza esa idea señalando que “las ratios de déficit fiscal y deuda neta sobre el PIB de la UE-27 son mucho menores que los de EE.UU.”. Sin embargo, ambos ratios han crecido en forma ininterrumpida en la Unión Europea y en Gran Bretaña desde la crisis de 2007 a la actualidad. Por eso, con el pleno lanzamiento de los países europeos a la carrera armamentista empiezan a aflorar las contradicciones del proceso económico y social.
El parlamento de la mayor economía de Europa, Alemania, acaba de votar a favor de inyectar hasta un billón de euros en el ejército y en el desarrollo de la infraestructura del país. Junto con ello, se pronunció a favor de que el gasto en defensa ya no esté sujeto al llamado «freno de la deuda» —una disposición constitucional que limita estrictamente el endeudamiento del gobierno federal al 0,35% del PIB— pero que sí continúe sujeto al freno cualquier gasto social. Para lograrlo, el conservador democristiano que resultó ganador de las elecciones alemanas de febrero, Friedrich Merz, convocó a una sesión de emergencia del antiguo Bundestag (Cámara Baja del parlamento) antes de que finalizara su mandato, el 25 de marzo. La maniobra respondió a que con la nueva composición del parlamento Merz no habría contado con los votos necesarios para respaldar dichas medidas. La iniciativa liderada por Merz, marca un giro histórico del imperialismo Alemán, que pretende superar su propia crisis sumándose de lleno al plan de rearme.
Por su parte, el vuelco de Francia a una mayor inversión en defensa encuentra las dificultades de su propia crisis económica. Sucede que aunque la Comisión Europea flexibilizó las reglas de endeudamiento para incrementar el gasto en defensa, difícilmente el país galo puede acrecentar su endeudamiento sin nuevas fuentes de ingresos. Francia se encuentra en una situación financiera delicada, tanto por su abultada deuda como por su déficit público, que el pasado año superó el 6% del PIB, lo que representa más del doble del límite que fijaba el Pacto de Estabilidad europeo. La deuda pública francesa alcanzará casi el 115% del PIB en 2025, y el pago de intereses será el mayor gasto presupuestario de los próximos años, por encima incluso de los departamentos que más gastan, como Defensa y Educación. Es por eso que el banco público de inversión Bpifrance se propone lanzar un instrumento destinado a los ciudadanos franceses, que permitirá financiar empresas del sector de la defensa con una inversión mínima de 500 euros, que estarán bloqueados por al menos cinco años.
En el caso de Gran Bretaña, la ministra de Economía del gobierno laborista de Keir Starmer acaba de presentar un proyecto de presupuesto que incrementa los gastos en defensa del 2,3% al 2,5% del PBI y reduce lo destinado a ayudas sociales. En el presupuesto figura un recorte de casi 2.000 millones del gasto público, de los cuales casi 600 surgirán de una congelación del llamado Crédito Universal, el pago único mensual que reciben los ciudadanos más vulnerables. En la misma línea, la ministra de Trabajo y Pensiones informó sobre el endurecimiento de las condiciones para acceder a las ayudas para los desocupados, además de la congelación de las subvenciones vigentes.
Con los aumentos siderales en los gastos en defensa, los países europeos pretenden superar su atraso militar y tecnológico, así como también un importante proceso de desindustrialización. Hay que tener presente que la industria automotriz, que emplea a 14 millones de trabajadores y representa el 7% del PBI de la Unión Europea, enfrenta una crisis aguda (ver en Prensa Obrera “La crisis y la desindustrialización de Europa”). La caída de la demanda, el recrudecimiento de la competencia china y la costosa transición desde los motores de combustión a la propulsión eléctrica ya redundaron en el cierre de importantes plantas, como las de Volkswagen en Alemania. A todo esto, se le suma los aranceles del 25% que acaba de imponer Trump contra todos los autos que no sean fabricados en EE.UU., los que empezarían a correr a partir del 2 de abril.
El desenfrenado gasto militar pondrá en agenda el problema de la crisis de las deudas soberanas que ya afecta a varios países europeos y tenderá a agudizarse. En un contexto en el que los estados del Viejo Continente se encuentran embarcados en apuntalar —a través de un gigantesco gasto estatal y el endeudamiento— a los capitalistas de la industria militar, la burguesía y los gobiernos europeos han colocado en el centro de la agenda política la necesidad de poner fin al llamado “estado de bienestar”. Es decir, avanzar con el recorte del gasto social en salud, educación, etc. Se presenta, de conjunto, un escenario catastrófico para las masas trabajadoras de Europa.
Antes de la confrontación bélica propiamente dicha, los estados europeos deberán salir victoriosos del plan de guerra que preparan contra las masas trabajadoras de sus respectivos países. Pero el ataque que las burguesías preparan tiene lugar en momentos donde existe un proceso de recomposición del movimiento sindical europeo. Se han desatado grandes procesos huelguísticos, como el del movimiento obrero francés contra la reforma previsional en 2023, o la extraordinaria huelga y movilización en Grecia en el segundo aniversario de la mayor catástrofe ferroviaria del país en febrero de este año. A su vez, se han desarrollado importantes movilizaciones contra las tendencias fascistas y xenófobas, como en Alemania en enero de 2025, y gigantescas movilizaciones contra el genocidio al pueblo palestino en Gran Bretaña y numerosas capitales europeas. Las batallas que se incuban serán decisivas para la clase obrera europea e internacional.
Las contradicciones internas
Pero el plan de rearme de Europa no sólo enfrenta los desafíos económicos y sociales arriba señalados. Es que hablar de “Europa” representa, hasta cierto punto, una simplificación que puede conducir a una visión distorsionada de la realidad. Pues Europa no es un bloque homogéneo ni las rivalidades entre los estados nacionales se han extinguido o superado. En esa puja, pesan decididamente los intereses económicos de cada país y, en particular, el de sus capitalistas. Así lo confirma la posición de Hungría, liderada por Víktor Orbán, que se alineó con Putin porque necesita de su gas y petróleo. Por eso, Orbán se opone a las decisiones de la Comisión Europea y sus principales potencias. Serbia, que condenó la invasión a Rusia e incluso envió armas a Kiev, se ha negado a apoyar las sanciones económicas contra Moscú, dada la fuerte dependencia económica que mantiene con el Kremlin.
Pero escalando en el nivel de importancia de las contradicciones que se procesan al interior de la Unión Europea se encuentra la Italia de Georgia Meloni, que de ningún modo tiene definida su ubicación en el tablero internacional. En una reciente entrevista brindada al Financial Times, Meloni rechazó como “infantil” el planteo de optar entre Trump y Europa y señaló que la relación de Italia con Estados Unidos es “la más importante que tenemos”. No hay que olvidar que Meloni fue la única líder europea en la reciente asunción de Donald Trump y la única que no brindó su apoyo al presidente ucraniano Zelensky luego de ser humillado por el presidente norteamericano en la Casa Blanca. Meloni ha declarado también que no contribuirá con tropas italianas a una fuerza de mantenimiento de la paz en Ucrania. Y aunque sus eurodiputados votaron a favor del nuevo programa “Rearmar Europa”, Meloni se opone a confiscar los activos rusos congelados por las sanciones de la UE para entregárselos a Ucrania.
De fondo, existe la disputa por cuáles serán las empresas que se beneficiarán de los fondos destinados a la carrera armamentista en curso. Esa disputa, entre las empresas francesas, alemanas e italianas, entre otras, puede ser un factor de quiebre entre los principales estados de la Unión Europea. Pero no solo existen contradicciones entre los estados, sino también al interior de los países que hoy aparecen liderando la cruzada armamentista en nombre de la lucha contra Putin. Nos referimos en particular a Francia y Alemania.
El papel gravitante de la fuerza política liderada por la ultraderechista y nacionalista Marine Le Pen, Alianza Nacional, en el escenario político francés, deja abierto el alineamiento futuro de Francia. Aunque Le Pen, a diferencia de Meloni, nunca se mostró cercana a Trump, sí se ha mostrado en numerosas ocasiones cercana a Rusia. A principios de 2022, durante la campaña presidencial francesa, Le Pen imprimió folletos con una foto de ella y Vladimir Putin, aunque una vez que se produjo la invasión rusa a Ucrania fueron rápidamente archivados. Este año, la agrupación Asamblea Nacional se abstuvo en una votación parlamentaria no vinculante a favor de Ucrania. Hay que tener en cuenta que los planteos belicistas de Macron, en combinación con la crisis social y económica de Francia, le costaron la derrota de su coalición en las elecciones europeas y francesas. Este derrumbe fue, en gran medida, capitalizado por la fuerza de Le Pen, que ganó las elecciones parlamentarias de primera vuelta alcanzando un histórico 33%.
Lo mismo vale para Alemania, donde la gran sorpresa del reciente proceso electoral fueron los neonazis anti inmigrantes de AfD, que superaron el 20% de los votos, duplicando su caudal electoral con respecto a las elecciones pasadas. Este partido ha planteado en su plataforma la salida de Alemania de la Unión Europea, el retorno al marco alemán, terminar con las políticas para la protección del clima y poner fin a las sanciones contra Rusia para restablecer las importaciones de gas. Algunos medios europeos han señalado que Rusia habría apoyado la campaña de AfD en las recientes elecciones. Sea como fuese, quien seguro apoyó a la AfD fue Elon Musk, el principal ministro del gobierno de Trump, participando de su acto de campaña. Mientras conservadores-socialcristianos, socialdemócratas y verdes, e incluso diputados de la izquierda, apoyaron el aumento del gasto militar en el Bundestag, AfD votó en contra. No significa esto que AfD sea pacifista. Se trata de una demagogia similar a la que desarrolló Trump en el curso de su campaña electoral, explotando a su favor el guerrerismo imperialista del Partido Demócrata. De esta manera, los neonazis se preparan para capitalizar el descontento que inevitablemente crecerá entre las masas alemanas ante las políticas de austeridad, que se recrudecerá de la mano del aumento del gasto militar.
Estrategia pro-europeísta vs. estrategia revolucionaria
Una parte sustancial de la izquierda europea se alinea con sus propios estados y sus burguesías en el rearme imperialista. Es lo que sucedió con el Nuevo Frente Popular de Francia, que en las elecciones de 2024 incluyó en su programa el apoyo a Ucrania, es decir a la OTAN, en la guerra contra Rusia. Es lo que sucede con Die Linke, de Alemania, que votó a favor de los “créditos de guerra” en el Bundestag, reproduciendo el papel jugado por la socialdemocracia alemana hace 111 años atrás, en la víspera de la Primera Guerra Mundial. Otra parte de la izquierda, que rechaza el rearme imperialista, defiende una “autonomía estratégica” de Europa, aunque sin plantearse la lucha por poner fin al capitalismo. Es decir, se mantiene en los marcos de la defensa de la Unión Europea imperialista. Se trata de una contradicción en términos, pues el guerrerismo y el belicismo son intrínsecos al sistema capitalista. Por eso, la lucha contra el plan de rearme de Europa y contra los recortes a los gastos sociales reclama una estrategia independiente del europeísmo imperialista. Cualquier coqueteo de la izquierda con el europeísmo imperialista termina tributando a los planes guerreristas o, en su defecto, a la demagogia ultraderechista. Las consignas que sintetizan la estrategia revolucionaria para todo el Viejo Continente son claras: “Abajo el rearme imperialista y la austeridad; el enemigo principal está en casa; guerra a la guerra; abajo la Unión Europea y el nacionalismo soberanista, por la unidad internacional de los trabajadores; por los Estados Unidos Socialistas de Europa, incluida Rusia”.
La Conferencia Internacional contra la guerra imperialista que el Partido Obrero impulsa, junto a las organizaciones Liberación Comunista de Grecia, el SEP de Turquía, la TIR de Italia y el MLPD de Alemania, que se realizará en junio próximo en Nápoles (Italia), adquiere en el presente cuadro una importancia estratégica. Es necesario reforzar a fondo la lucha contra el guerrerismo imperialista y por el internacionalismo proletario.