La última semana ha sido histórica y memorable. El salto cualitativo en la manifestación de la crisis mundial tiene pocos precedentes y cobra vital importancia ahondar tanto en su gestación como en sus posibles desenlaces. La bancarrota que se vivió en términos bursátiles está plagada de canales comunicantes con la economía real y el grado de tensión que se vive entre los distintos países capitalistas es el mayor desde la segunda guerra mundial.
Partimos de caracterizar el anuncio de las “tarifas reciprocas” como una declaración de guerra. Es parte de la tentativa del imperialismo norteamericano de patear el tablero de la economía mundial e inclinarlo a su favor a partir del sometimiento del resto de las potencias tanto aliadas como adversarias.
Fue, si se quiere, la coronación de otros anuncios previos especialmente en materia militar y geopolítica cuyo punto más alto es la reorientación de los Estados Unidos en la guerra de Ucrania y la tensión que esa política (y el quite de colaboración) ha generado al interior de la OTAN.
La batería de políticas lanzadas prácticamente en simultáneo es parte de la búsqueda de transformar el tablero internacional para revertir lo que es, a todas luces, la decadencia del imperio norteamericano. Trump es el resultado de esa decadencia y, al mismo tiempo, el ariete de una parte de la burguesía yanki por superarla a partir de la configuración de un nuevo orden mundial.
De los pocos acuerdos que hay trasversales a la grieta norteamericana el más importante de todos tiene que ver con la comprensión de China como una amenaza al poderío estadounidense.
Las interpretaciones de la crisis corren el riesgo de poner el foco en el presidente norteamericano como “loco suelto”. Se trataría de un error, ya que él no es más que el emergente de la desesperación de la burguesía norteamericana por abordar a un nuevo equilibrio, una nueva configuración que le permita seguir ocupando el lugar privilegiado que tiene desde el fin de la primera guerra mundial.
Aranceles y quebranto
El miércoles 2 de abril cuando se anunciaron los aranceles el gobierno de Estados Unidos sorprendió al mundo entero con la precariedad de su diseño. La reacción de otros bloques importantes no se hizo esperar. Mientras la Unión Europea anunciaba un paquete arancelario similar al que Trump imponía contra ellos, China también devolvía con la misma moneda la política norteamericana.
En unos pocos días, Trump ha logrado destrozar las previsiones macroeconómicas de su propio país y a escala internacional que están pronosticando como inevitable una recesión en los próximos meses. El efecto no solo se ha sentido en la bolsa de valores sino también en los precios de las materias primas y comoditties. El temor a un párate de la economía mundial ha desplomado los precios del petróleo, de los metales y minerales y también de los granos.
Lo vivido en los últimos diez días en materia bursátil es de un quebranto solo comparable con lo vivido en 1929 y 2008.El índice del miedo de Wall Street igualó al de comienzo de la pandemia. Asistimos a una sacudida devastadora en los mercados que no se veía desde 1987. Hay que remontarse 37 años para ver un derrumbe similar durante tres jornadas consecutivas en Wall Street.
Sobran los índices para mostrar el retroceso fenomenal que sufrieron las acciones en todo el mundo y cómo el pánico no solo a una recesión sino también a una reacción en cadena que llevó a lo que se conoce como un sell-off, una venta en manada de activos que hace caer los precios porque no se encuentran compradores en medio de la estampida.
Semejante reacción de los mercados con toda la crisis política que trajo aparejada es lo que llevó a Trump a recular el día miércoles. Esa revisión de lo anunciado el miércoles anterior consiste en pausar por 90 días lo que iba a aplicar e imponer un arancel del 10% (el mínimo que había anunciado una semana atrás) para todos los países, menos para China a quien le correspondería un 154%.
Es evidente que se trata de un fracaso de la política previa, no porque se pensara aplicarla tal cual se había publicado, sino por la forma en que tiene que hacerlo: defensivamente para contener quebrantos y atajar heridos entre sus propias filas. Estamos en presencia de un recule dictado por los mercados y en momentos en que la crisis bursátil amenazaba transformarse en una crisis financiera. Wall Street y la clase capitalista, empezando por las empresas líderes, terminaron torciéndole el brazo al magnate.
La caída de las 7 magnificas
Las 7 magnificas, como se conoce a las empresas con mayor capitalización bursátil de Wall Street, fueron un apoyo importante para Trump en su camino a la Casa blanca. Aunque no de forma homogénea (Bezos, por caso, no comulgaba con su campaña), todos ellos fueron parte de la asunción y consiguieron de parte del nuevo gobierno un plan de subsidios que no estaba ni en sus mejores sueños, con el objetivo de desarrollar la IA en Estados Unidos y contrapesar los avances chinos en la materia.
Paradójicamente, unas de las más afectadas por este tsunami financiero son las empresas líderes estadounidenses. Las acciones de Alphabet, Amazon, Apple, Meta Platforms, Microsoft, Nvidia y Tesla, han bajado al menos un 25% desde sus máximos recientes, lo que llega en el caso de Nvidia al 40% y Tesla al 50%, que ya venían derrumbándose desde antes. Esto significa, en pocos días, una pérdida sideral de 5 billones de dólares.
Los anuncios de Trump entran en choque con el modelo de negocios de estas empresas, que se extiende a nivel global, que están altamente integradas, que producen en el exterior una parte importante de sus productos y que poseen una parte importante de su actividad y mercados fuera de Estados Unidos.
Alphabet, la empresa matriz de Google, que obtiene la mayor parte de sus ingresos y ganancias de la publicidad digital, podría verse presionada en una desaceleración económica mundial o una recesión. Lo mismo puede decirse de Meta Platforms, propietaria de Facebook, Instagram y WhatsApp, que también obtiene la mayor parte de sus ingresos de la publicidad digital y se ha beneficiado de una importante inversión publicitaria en sus plataformas por parte de minoristas chinos como Temu y Shein. Nvidia ha sido la mayor beneficiaria del auge de la inversión en IA (inteligencia artificial), pero esa inversión ahora se ve comprometida debido a la guerra comercial y la desaceleración económica.
Apple es afectada también porque produce en China especialmente y también en India y Vietnam. Montar sus equipos en Estados Unidos implicaría un aumento exponencial del costo del producto. Esto se extiende a Tesla, la automotriz de vehículos eléctricos de Elon Musk que depende de unas enormes instalaciones manufactureras en China donde produce para el mundo y donde genera más del 20 por ciento de sus ingresos totales. Tesla también ha sufrido daños a su imagen de marca ante los consumidores debido a los estrechos vínculos de Musk con Trump.
Amazon tiene la dificultad de que muchos de sus productos provienen de lugares como China, que recibió aranceles de 35%. Microsoft, a su turno, que ha hecho una importante inversión en centro de datos para impulsar el desarrollo de la IA podría sufrir un encarecimiento de muchos de sus componentes que provienen de países que ahora enfrentan costos más altos.
Los casos nombrados -por cierto emblemáticos por tratarse de las empresas más exitosas- nos hablan de la contradicción irresoluble bajo el capitalismo entre el carácter mundial de la producción, y sus bases estrechas nacionales, o sea, se expresan en forma extrema las contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción imperantes. Confinar a las empresas a producir dentro de las fronteras nacionales es querer inútilmente volver hacia atrás el reloj de la historia.
Bonapartismo en crisis
El proceso de colonización del partido republicano que Trump comenzó en su primera presidencia llegó a su punto más alto en la elección de noviembre, cuando consiguió alinear a las principales cabezas del partido detrás de sus planteos y colocar conservadores y ultraderechistas en centenares de elecciones locales.
Esa radicalización se manifiesta también en la fórmula presidencial. Mientras que en el primer mandato la compartía con Mike Pence, gobernador de Indiana que en forma frecuente hacía de contrapeso del magnate y se opuso al asalto del Capitolio. En esta oportunidad lo hace con JD Vance, un hombre cuya principal virtud sería la fidelidad al presidente.
Los acontecimientos de los últimos días también marcan un resquebrajamiento en este dominio total. Son varios los senadores y representantes republicanos que han levantado la voz en rechazo a la política de aranceles que lleva adelante la Casa Blanca y reclaman que debiera pasar por el congreso y no, como ocurrió hasta ahora, mediante executiveorders -una especie de DNU.
Chuck Grassley, un senador republicano por Iowa, presentó un proyecto con firmas de ambos partidos dando un periodo de 60 días para que el congreso apruebe o rechace cada arancel impuesto por el ejecutivo. En la cámara baja también existe un proyecto similar con el aval de distintos republicanos.
Según el Washington Post “Trump había dicho el martes por la noche que cualquiera que apoyara la legislación era un “republicano rebelde” que “quiere hacer tribuna”.“Ustedes no negocian como yo negocio. Si el Congreso se encarga de negociar, vende América rápido porque vas a ir a la quiebra”, añadió” (Washington Post 10/4).
Las fisuras no aparecen únicamente entre los legisladores, sino también al interior del poder ejecutivo. Elon Musk ha sido, probablemente, el funcionario más emblemático de este gobierno de Trump con su alta exposición y su participación permanente en la discusión pública.
La dimensión de la crisis es tan profunda que un cruce entre Musk yPeter Navarro, autor intelectual de lapolítica tarifariaha llevado la sangre al rio. Mientras que el dueño de Tesla lo trató de idiota, Navarro criticó a Musk por simplemente ensamblar en Estados Unidos, acusándolo de enriquecer otros países.
En los últimos días las versiones de sus enfrentamientos con Trump han poblado la prensa norteamericana y el propio presidente salió a ponerle fecha de vencimiento al trabajo a la motosierra de Musk en el gobierno, aclarando que “se iría pronto”.
Por último, Trump también presentó una solicitud a la Corte Suprema (hasta ahora adicta) para remover al presidente de la FED producto de su disconformidad respecto de la política monetaria que está llevando el Banco Central. Si bien la Corte todavía no se pronunció, la mera solicitud es otra manifestación de la gravedad del asunto y de cómo Trump necesita de hacerse de todas las palancas para tratar de control una situación que no está resultando como esperaba.
Este tipo de enfrentamientos supera lo anecdótico que apenas sirve para clarificar que, contrario a lo que algunos creen, Trump está saliendo dañado de esa primera tentativa arancelaria y de este round en la guerra comercial. La crisis mina el régimen de excepción en torno al magnate que se ha ido estructurando como un régimen de poder personal por encima del Congreso, de la justicia y en general de las instituciones republicanas, apoyado en un estado policial. El ensayo bonapartista con rasgos fascistoides se está averiando cuando todavía no han transcurrido tres meses de gobierno.
Lo dicho no implica que no pueda haber nuevas ofensivas que de seguro ocurrirán en una contienda más extendida. Nuevas ofensivas son inevitables desde el momento que responden a una tendencia estratégica y de fondo del imperialismo yanqui que pretende revertir su declive histórico. La pausa de 90 días está lejos de clausurar la crisis, empezando por el hecho de que la guerra arancelaria con China se ha agravado. Esto explica que la inestabilidad bursátil y financiera sigue en pie y no ha entrado en pausa y echa llena al fuego del escenario mundial dominado por incertidumbre, desconcierto, tensiones y choques entre los estados.
No hay refugio en medio de la tormenta
Lo particular y casi único en la historia es que cuando ocurre eso suelen apreciarse los bonos americanos, reconocidos hasta ahora como los activos más seguros del mundo. Frente a un escenario de incertidumbre los capitalistas tendían a refugiarse en esos activos tal como ocurrió en el pasado y como ocurrió los primeros días posteriores a los anuncios.
Pero algo cambió. Los rendimientos americanos a 30 años rozando de nuevo el 5% como consecuencia de su mayor salto semanal desde 1982. Según el diario Expansión: “Los analistas de BNP ParibasWealth Management plantean abiertamente la posibilidad de que la guerra comercial se traslade a la deuda, al comentar que «los mercados ahora están preocupados de que China y otros países puedan deshacerse de los bonos del Tesoro estadounidense como herramienta de represalia»” (Expansión 9/4).
Trump buscaba exactamente lo contrario, poder subir el precio de los bonos, hacer caer la tasa y poder refinanciar de forma más económica la inmensa deuda norteamericana que es más del 120% del PBI.
La caída en el valor de los títulos públicos es un factor expansivo de la crisis, ya que muchos de ellos funcionan como garantías para el apalancamiento. Son billones de dólares de los grandes especuladores los que operan como colateral y que al bajar su precio deben cubrirse con nuevas garantías que solo se consiguen desarmando posiciones y haciendo caer aún más los precios. Los hedgefunds o fondos de cobertura han tenido su peor semana en un lustro, como consecuencia de este proceso. Es, además, un posible canal de transmisión a la crisis bancaria con impacto inmediato en la economía real.
Como se ve, estamos frente a un salto cualitativo en la guerra y, por ende, en la crisis mundial. Los enfrentamientos ya exceden todo tipo de tarifas y de represalias comerciales y se han trasladado a un estadio superior:el monetario y financiero.
En este contexto no debe sorprender que el oro supere cada día sus máximos históricos. En tiempos cada vez más tumultuosos y donde ninguna moneda ni activo aparece como confiable, solo el oro es refugio de valor en medio del descalabro. No se trata solo de la perdida de los bonos norteamericanos como activo seguro, sino que lo que opera de fondo y podría significar un verdadero movimiento tectónico es la fragilidad del dólar como moneda mundial.
Hemos señalado en diversos artículos tanto en esta revista como en Prensa Obrera que la guerra monetaria era un paso adelante en la tendencia hacia un enfrentamiento armado. No hay dudas de que hemos cruzado ese umbral, no solo por esta caída en los bonos americanos, probablemente por la venta de parte de China (el segundo mayor tenedor del mundo), sino también porque tanto EEUU como China han empezado a devaluar su moneda, en la búsqueda de compensar por esa vía los aranceles impuestos por la otra parte.
Las tensiones llegan hasta la propia Reserva Federal. La pretensión de Trump es controlar la Fed e incluso desplazar de su cargo a su presidente, y el magnate viene presionado por una rebaja de las tasas de interés, con más razón ahora con el terremoto desatado. Las autoridades monetarias han puesto en el freezer la decisión de bajar las tasas de interés. De todos modos, más allá de las presiones de Trump, la FED se encuentra ante el dilema cada vez más espinoso entre mantener elevadas las tasas de interés para controlar la inflación o flexibilizarlas para contrarrestar una recesión que se va afirmando como perspectiva, aunque eso tenga consecuencias inflacionarias.
De la globalización hemos pasado a un escenario de choques mayores entre los Estados y las corporaciones, y por lo tanto a una intensificación inusitada de las rivalidades interimperialistas, que nutre las tendencias que se están configurando hacia una guerra mundial. La política agresiva y expansionista de EEUU está abriendo giros y realineamientos, impensados apenas tiempo atrás, como lo es el reciente acuerdo entre Japón, Corea del Sur y China, históricamente enfrentados, si hacemos una vuelta al pasado.
Los efectos negativos de los anuncios yanquis se harán sentir también en toda la periferia. Por lo pronto, el proteccionismo pone en jaque las exportaciones de los países emergentes. Las perspectivas de una recesión están provocando una caída de los precios internacionales del petróleo y de materias primas que son los productos que comercializan muchas de ellas. El descalabro internacional estimula la salida de capitales de los países periféricos en búsqueda de un refugio más seguro para sus inversiones. En este marco, la vulnerabilidad de los países emergentes aumentó y de eso no escapa Argentina, sometida a las presiones del FMI y del capital internacional.
Fracaso de los aranceles
Los aranceles nunca han sido una herramienta de política económica efectiva que pueda impulsar una economía nacional. En la década de 1930, el intento de Estados Unidos de «proteger» su base industrial con los aranceles de Smoot-Hawley solo llevó a una mayor contracción en la producción como parte de la Gran Depresión que se extendió mundialmente. La Gran Depresión de la década de 1930 no fue causada por la guerra comercial, pero los aranceles añadieron fuerza a esa contracción global, ya que se convirtió en un choque de todos contra todos y la tentativa de cada país de arreglarse por sí mismo. Entre los años 1929 y 1934, el comercio mundial cayó aproximadamente un 66% a medida que los países de todo el mundo implementaron medidas comerciales de represalia.
El aumento de aranceles ya no funcionó bajo el primer mandato de Trump -y habría que agregar que Biden sostuvo esos aranceles. En los ochos años transcurridos, Estados Unidos no solo que no logró revertir su déficit comercial, sino que este se agravó. El déficit comercial, originado en el hecho de que el país consume mucho más de lo que produce y que se suple con las importaciones, tiene como fundamento una falta de inversiones productivas en los Estados Unidos. La declinación de los niveles de rentabilidad está en la base de esta “huelga de inversiones” que ha llevado a que las utilidades hayan ido a parar al circuito especulativo o a la recompra de acciones, o se hayan desplazado al exterior, en búsqueda de oportunidades más lucrativas.
La política de Trump está condenada al fracaso porque busca retroceder el tiempo. La “relocalización” del capital, en el marco de la globalización y el desembarco y penetración en China y el exespacio soviético constituyó una tentativa por recomponer la tasa de beneficio usufructuando la baratura de la mano de obra y de los insumos de esos países. La otra cara de la moneda fue y es la creciente desindustrialización de Estados Unidos y su retroceso en el concierto mundial. De ser responsable del 50% del PBI mundial a pasar en la actualidad a la mitad y eso vale también en el comercio mundial, lo cual habla del declive histórico de la primera potencia capitalista.
Esa relocalización no va a revertirse porque los capitalistas no están dispuestos a asumir los mayores costos que significaría devolver la producción a los Estados Unidos y tampoco sería viable en términos capitalistas ya que esa mercancía solo se realiza en el mercado (es comprada) gracias a la diferencia salarial entre el obrero norteamericano y los de los países subdesarrollados donde se producen;la población yankee no podría acceder a comprarlos.
Los anuncios de la Casa Blanca plantean el escenario más temido de una combinación de recesión con inflación. Con más razón si se abre una reacción en cadena de represalias recíprocas. Los aranceles aumentarán los precios internos, afectando a los consumidores, empezando por la población trabajadora y los hogares de menores recursos. Las empresas locales deberán hacer frente a costos más elevados por un encarecimiento de insumos y medios de producción importados, mitigando cualquier beneficio que puedan tener por la reducción de la competencia extranjera
Los aranceles de Trump no serán una liberación, sino que están llamados a intensificar las penurias. Una guerra comercial arancelaria afectaría a la economía estadounidense más que Smoot-Hawley, ya que el comercio es ahora tres veces más grande en proporción del PIB que en 1929, y fue del 15% del PIB en 2024 frente a aproximadamente el 6% en 1929.
Descontento por abajo
En medio de este escenario turbulento y sombrío empieza a asomar un elemento clave: la protesta popular.
Miles de manifestantes en todos los rincones de EEUU salieron este fin de semana a las calles de Washington y otras ciudades de Estados Unidos en contra de las políticas de Donald Trump, incluyendo la persecución y deportación de migrantes y activistas propalestinos, en las protestas más masivas contra el republicano desde su vuelta a finales de enero a la Casa Blanca. Una gran pancarta que rezaba «¡QUITA TUS MANOS!» se extendía a pocas manzanas de la Casa Blanca. Los manifestantes portaban carteles en los que se podía leer «¡No es mi presidente!», «Ha llegado el fascismo», «Detengan el mal» y «Quita tus manos de nuestra Seguridad Social”. Estas marchas vienen precedidas por otras en semanas anteriores frente a los locales comerciales y sedes de Tesla, la compañía de Elon Musk, en oposición a la motosierra que viene llevando adelante el empresario en las agencias públicas, dejando un tendal de despidos.
Las protestas también se replicaron en Europa, donde se celebraron también concentraciones en contra del magnate y sus anuncios en capitales como París, Roma, Londres y Berlín.
Los manifestantes estadounidenses señalaban que «es hora de actuar». «Han despertado a un gigante dormido, y todavía no han visto nada». La crisis por arriba se combina con tendencias a una intervención popular que se expresa aún incipientemente, cuyo desarrollo podría ser el punto de partida de un vuelco de la situación mundial e infligir un golpe político al auge de la derecha encarnado en primer lugar en la figura de Trump. Es necesario que los trabajadores sigamos con atención los acontecimientos con la vista puesta en abrir un nuevo horizonte a la lucha que tenemos planteada para enfrentar y poner fin a esta podredumbre.