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¿Qué defiende Grabois cuando ataca a los trabajadores estatales?

El “progresismo”, los trabajadores y el Estado

¿Qué defiende Grabois cuando ataca a los trabajadores estatales?

El “progresismo”, los trabajadores y el Estado

Hace algunos días, el dirigente de Patria Grande, Juan Grabois, hizo una serie de afirmaciones en torno al trabajo de los docentes y los trabajadores de salud. Sin sonrojarse, planteó el “paredón” para aquellos que se ausentan de su lugar de trabajo, responsabilizándolos de la situación que se vive en las escuelas y los hospitales públicos. Sostuvo que el derecho a la educación y salud se encuentra por sobre cualquier derecho al reclamo o licencia médica que tengan los trabajadores estatales. Este ataque de Grabois sería en nombre y defensa de los trabajadores más empobrecidos y marginados del sistema. A continuación se reproduce el fragmento de la entrevista de Blender donde se realizan estos planteos:

“Quiero que gane un proyecto nacional y popular para que las escuelas abran todos los días, todas las materias y que la comida sea decente en las escuelas públicas y en los hospitales no te traten como el orto. Gloria y honor a los docentes y los médicos que laburan bien y se rompen el alma, pero los que vivimos en la provincia de Buenos Aires y en cualquier provincia del país y usamos el hospital público o la escuela pública sabemos que no es una maravilla, que hay problemas de institucionalidad de eso, que también tiene que ver con la pérdida del sentido del deber y del sacrificio y con el ‘yo, yo, yo’, y ‘mi derecho, mi derecho, mi derecho’ y me cago en el otro. Hay que restaurar eso.

(...) Lo hablo mucho con los compañeros nuestros que son docentes o son personal de salud. Sobre todo los que tienen responsabilidades de dirección, los directores, los jefes de área. Flaco vas todos los días, cumplís el horario entero y te rompes el orto, y sino: al paredón. Sino sos un traidor a la patria, sino sos peor que Milei. Si vos que tenés una responsabilidad con los pobres de la tierra, que es estar todos los días en el hospital y todos los días en el aula, no la cumplís, y encima tenés un rango de dirección, está todo mal. Y esa disciplina popular de perspectiva comunitaria hoy no se puede discutir en nuestro campo. Ah bueno, vos decís lo mismo que Vidal, no papi no te confundas, yo eso lo conozco como el dedillo porque mis compañeros, los hijos de Saracho tienen clases dos veces por semana y comen mierda. Y cuando van al hospital Evita de Lanús, la verdad que los tratan como el orto. Yo tengo claro que hay docentes y personal de salud que son héroes o heroínas, tengo claro que cobran mal, pero también tengo claro que si la educación pública no se reestructura sobre la base de un derecho que es el derecho que origina todo, que es el derecho del paciente y el alumno, no del médico y el docente, el derecho originario es el del paciente y el alumno. Si no se restablece ese orden conceptual en nuestro campo y chau…”  (Juan Grabois, 14/4/25, Blender).

Quienes somos trabajadores del Estado, y más aún quienes cumplimos tareas sindicales en dependencias estatales, conocemos muy bien el grado de circulación que tienen estos discursos y cómo son instalados, tanto mediáticamente como por la propia patronal estatal, en colaboración con las burocracias sindicales. El objetivo es estigmatizar las licencias médicas y el derecho a huelga. En tiempos donde se dicen barbaridades, o para decirlo mejor: tiempos donde los representantes políticos de la clase capitalista no guardan ningún tapujo a la hora de decir lo que piensan y dar profundas muestras de desprecio hacia los trabajadores, Grabois se esfuerza por no quedar por fuera de esta ola derechista. 

La responsabilidad que él otorga a los trabajadores estatales sobre el funcionamiento del Estado se encuadra en el clásico discurso patronal que ataca los derechos de los laburantes, señalándolos como un bloqueo al desarrollo de las empresas privadas, la llegada de inversiones, etc. Sin embargo, Juan Grabois hace algo más que reproducir una línea antiobrera general de la derecha. Con su ataque a los trabajadores estatales Grabois da cuenta del tipo de Estado que él defiende. No es tan sólo un problema de discurso derechista, ni siquiera un problema estrictamente electoralista, sino que su planteo guarda relación con la visión general que tiene Grabois y el pseudoprogresismo sobre el carácter y funcionamiento del Estado, y qué lugar tenemos los trabajadores estatales dentro de ese pensamiento. El propósito de estas líneas es analizar qué defiende Grabois cuando ataca a docentes y trabajadores de salud pública, y qué significa hacerlo en nombre de los sectores trabajadores más pobres y precarizados.

Alberto y la precarización

Alberto, obrero de la construcción, relató su historia como laburante a Infobae en un video de poco más de dos minutos. En cuestión de días se hizo viral, con millones de visualizaciones. De lunes a sábado, Alberto no ve a su familia ya que sale poco antes de las 4 hs. para regresar a las 21 hs. a su hogar. Trabaja 10 horas en una obra que se encuentra en Puente Saavedra, por lo que diariamente viaja tres horas de ida y tres horas de vuelta para retornar a Florencio Varela. Como Alberto hay millones de trabajadores en el país, desprovistos de cualquier derecho laboral, sin aplicación de ningún convenio colectivo, ni regulación por parte del Estado. El último paro de la CGT realizado el 10 de abril, dejó al descubierto esta situación con testimonios de trabajadores que hubieran adherido a la huelga, pero no podían hacerlo por su forma irregular de contratación, por ser trabajadores por aplicación, o por no tener ninguna mínima protección sindical, estando encuadrados o no dentro de un sindicato.

Alberto, como resultado de la política de otro Alberto, ya no laburante sino responsable junto con los gobiernos que lo precedieron de profundizar la precarización laboral, la tercerización y el subempleo, es la imagen de la desesperanza de un sector muy importante de la clase obrera. En este cuadro, que se explica también por la entrega de la burocracia sindical y su capacidad de traicionar, paralizar y desorganizar al conjunto de los trabajadores, es que avanza el ultraderechista Milei. El gobierno libertario no sólo incrementa la precariedad laboral, destruye el salario y desconoce los convenios, sino que también busca formalizar este golpe a los trabajadores bajo nuevas y antiobreras legislaciones. Su tarea es establecer otra relación de fuerzas entre el trabajo y el capital, aún más desfavorable para los trabajadores.  

¿A dónde vamos con esto? Resulta que la docente Romina del Plá refutó el ataque de Grabois a los trabajadores de salud y educación, por lo que el periodista Alejandro Bercovich se hizo eco del debate entre el dirigente de Patria Grande y la dirigente del Partido Obrero. Si bien Bercovich criticó a Grabois por el tono (¡paredón!) y el contenido del problema del ausentismo, rescató la lectura que éste hace del malestar de los sectores más empobrecidos y cómo estos sufren directamente los problemas en la salud y educación pública. Citando el relato de vida de Alberto, Bercovich apuntó que es allí donde hay que poner foco, en parte desestimando el debate propuesto por Del Plá y legitimando al mismo tiempo el lugar de Grabois como vocero de los pobres. 

Detengámonos en analizar cómo se relacionan los problemas de los trabajadores, formales o bajo algún tipo de formalidad, con aquellos que no tienen siquiera un encuadre laboral registrado ni mucho menos un gremio que los defienda. Justamente, el “exabrupto” de Grabois contra los estatales sería un efecto secundario de batallar por los sectores más empobrecidos. Resaltando que Grabois no representa los intereses de los pobres, la pregunta es: ¿por qué lo hace? En definitiva ¿qué defiende realmente Grabois cuando ataca a los trabajadores estatales? ¿Qué resultados busca esta política?  

Estado ausente, Estado presente

Desde hace décadas se instaló un debate que ocupa lugar en el terreno político, con todas sus derivaciones mediáticas, e incluso teórico-académicas. De un lado están quienes defienden un “Estado más chico”, o incluso la utopía libertaria de su extinción como consecuencia del predominio absoluto del mercado en el capitalismo, y del otro lado quienes defienden un “Estado presente”. Sobre este debate, en que ambas partes acuerdan como decisivo para el futuro del país, cabe señalar la particularidad de que tanto uno como otro bando ya gobernaron la Argentina, teniendo por resultado una alternancia de fracasos repartidos entre “estatistas” y “antiestatistas”.

El relato derechista sostiene que el Estado se retira en función de una sociedad que se ordena y organiza en la libre competencia entre privados con el dios Mercado como centro. Los libertarios extreman aún más su relato de fantasía y sostienen que operan día a día para su extinción total. Sin embargo, desde que asumió el gobierno de Milei la presencia del Estado es incuestionable. Desde el punto de vista tributario sólo se redujeron impuestos a las grandes patronales y los sectores más concentrados de la economía, mientras que los trabajadores incrementaron su aporte tributario a un Estado que en términos reales recauda más que antes. La intervención del Estado en el sistema financiero en favor de los especuladores da cuenta de la notable presencia del Estado, que también se observa en cada una de las negociaciones salariales, con la no homologación de incrementos porcentuales que superen los techos de miseria estipulados por el gobierno, hoy en 1,5% con una inflación de 3,7 en marzo. Al mismo tiempo, más allá de la verborragia preelectoral, el gobierno de Milei fue muy cuidadoso con no tocar los planes sociales, que aún siendo miserables le permiten intervenir como un mecanismo de control y extorsión social. Pero sin dudas, su mayor intervención fue en las calles, militarizadas como nunca, para evitar las movilizaciones y distintos reclamos populares. Sin esta presencia represiva está claro que no pasa ningún ajuste. 

En la vereda de enfrente están quienes defienden el “Estado Presente”, relato que incluiría una serie de prerrogativas sociales que tiene al Estado como supuesto promotor de la “justicia social” entre la mayoría que menos tiene y la minoría que mayores riquezas acumula. Fue justamente durante el último gobierno peronista donde claramente se expuso la farsa de esta presencia para la enorme mayoría de los trabajadores. El Ministerio de las Mujeres no fue un punto de apoyo en la lucha contra los femicidios, la explotación y la desigualdad laboral que sufren las mujeres, sino que su única tarea fue desmovilizar al gran movimiento que se levantó con el “Ni una Menos” en el 2015. El Ministerio de Desarrollo Social no se encargó de impulsar ninguna política de trabajo genuino, sino más bien la cooptación de gran parte del movimiento piquetero con punteros ascendiendo al lugar de funcionarios estatales. Incluso, bajo el gobierno de Alberto Fernández se profundizó el desfinanciamiento en educación y salud, en el marco de un ajuste inflacionario que destruyó los salarios formales e informales. Cabe remarcar, la precarización laboral y la pobreza no paró de crecer bajo el modelo de “Estado Presente” de Alberto Fernández, mientras que las ganancias de los sojeros y los especuladores lo hicieron exponencialmente bajo amparo e incentivo del Estado. Grabois integró ese gobierno.  

En definitiva, a lo sumo, la diferencia entre las dos variantes es que se modifica la forma (más relato que otra cosa) pero no el contenido. En una, se eleva un relato “antiestatista”, señalando al Estado como el obstáculo del desarrollo privado. Contrariamente, y como se ve diariamente, lo que sucede es el despliegue de todo el poder coercitivo (pero también legislativo y judicial) del Estado para lograr esta concentración capitalista. Mientras que en el relato del “Estado Presente” se busca lograr un sentido de pertenencia de los trabajadores con lo estatal. Así, lo estatal busca asumirse como propio, el Estado ya no será el enemigo como dicen los libertarios, sino que se busca el reconocimiento de que el Estado “somos todos”. De alguna forma se quiere emular el llamado “Estado de Bienestar” pero en un momento histórico radicalmente distinto, atravesado por una profunda crisis local que se combina con una escenario internacional crítico, una guerra comercial que amenaza con pasar al terreno de las armas. 

En definitiva, el problema es el contenido del Estado. En ambos casos, ya sean libertarios o progresistas, quieren despojar al Estado del carácter de clase que lo define. Son intereses capitalistas los que son defendidos bajo una u otra forma, indistintamente. Los negociados sobre la entrega del litio comenzaron bajo la gestión del “Estado Presente” de Alberto Fernández, mientras que los planes sociales –aunque deteriorados- son sostenidos bajo el gobierno “antiestatista” de Javier Milei, siendo incluso un pilar de su política de contención. El desfinanciamiento en la salud pública viene de larga data, se recortó presupuesto bajo la gestión económica de Massa y se profundizó este recorte con el gobierno de Milei. El Estado se corre donde el gasto público puede ser el “negocio” de un privado, aunque eso empeore la situación social de los trabajadores. Aquí el problema no es sólo desfinanciar y vaciar la salud pública para que cierren los números del ajuste fiscal, sino que el Estado busca dar lugar a los negocios que vienen creciendo en la medicina privada: de aquí viene la designación del empresario Lugones en el Ministerio de Salud. En el gobierno anterior, la gestión ministerial de Ginés González se sirvió de la fuerza del Estado para beneficiar a Hugo Sigman en el negocio de las vacunas durante la pandemia de Covid-19.  

El Estado no es más que un órgano de opresión de una clase sobre otra, lejos de buscar el acuerdo entre las clases, lejos de significar un equilibrio, el Estado se impone, usando la fuerza si es necesario, y establece un régimen político y jurídico que legaliza dicha dominación. Como vemos, ocultar el carácter de clase no es ninguna novedad, sino que más bien desde su propio nacimiento el Estado capitalista busca presentarse como un orden conciliado. Lenin en “El Estado y la Revolución” sintetizó el problema del siguiente modo: “Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del "orden" que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases. En opinión de los políticos pequeñoburgueses, el orden es precisamente la conciliación de las clases y no la opresión de una clase por otra. Amortiguar los choques significa para ellos conciliar y no privar a las clases oprimidas de ciertos medios y procedimientos de lucha para el derrocamiento de los opresores.” (Lenin, Pág. 17) Sin dudas, los Grabois no son ninguna novedad. 

Los trabajadores en el “Estado Presente”

El “progresismo” emprende entonces la defensa del “Estado Presente” bajo la ilusión de que en una administración de este tipo puedan resolverse los problemas de los trabajadores en general, poniendo Grabois el foco en los sectores excluidos. La visión progresista parte de ser conciliadora, ve al Estado como un promotor de “justicia social”, un “equiparador”, un “garante de derechos”, sin cuestionar el contenido social que en última instancia explica su existencia, es decir sin cuestionar la propiedad privada de los medios de producción como fundamento último del Estado capitalista. Es así que el Estado no busca conciliar, sino que al revés: es el producto de intereses irreconciliables entre capitalistas y trabajadores. 

Ciertos partidos, sindicatos y organizaciones sociales son tributarios del “Estado Presente”, destacándose aquí el peronismo como ideología predominante, siendo parte fundamental de su funcionamiento, e incluso siendo funcionarios ellos mismos. Los punteros barriales y los burócratas sindicales son engranajes fundamentales. Serán beneficiados por prebendas y negociados privados, adquisición de empresas, en su integración al Estado, por lo que estarán particularmente interesados en conciliar intereses. El asesinato de Mariano Ferreyra en manos de las patotas de la Unión Ferroviaria, dejó al descubierto los negociados existentes entre la burocracia sindical que se eran promotores y se beneficiaban económicamente con la “tercerización” de trabajadores ferroviarios en cooperativas truchas y los organismos del Estado “presente”.

Pero más allá de la cooptación de los dirigentes de las organizaciones obreras, debe considerarse el engaño que busca establecerse con el “Estado Presente” al conjunto de los trabajadores. En las campañas electorales abundan mensajes de este tipo. Grabois militó la candidatura a presidente de Sergio Massa, e integró el gobierno de Alberto Fernández, planteando la dicotomía entre el Estado y el Mercado, llamando a los trabajadores a involucrarse en esta campaña y votar por lo primero. En última instancia, es una conquista de la clase dominante que el oprimido sienta simpatía por el órgano que lo domina. Bajo este recurso de construir un sentido de pertenencia de los trabajadores con el Estado es que surge la necesidad de hacerlo partícipe. A un “Estado Presente”, al que se desdibuja su contenido social, ahora se le pretende adosar un involucramiento del conjunto de los trabajadores bajo la idea de que el Estado “somos todos”. 

Volvamos, quienes asumen que el problema se resuelve con “más Estado” ponen un signo igual entre la existencia de un determinado organismo y la promoción y garantía de determinados derechos. Por ejemplo, en los recientes despidos estatales, las direcciones “progresistas” de las dos facciones de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) plantearon que “sin trabajadores estatales no hay derechos”. Por un lado, dejan fuera de discusión que el Estado no es el garante de ciertos derechos elementales, sino el responsable de la pérdida de derechos en las últimas décadas. Mientras que por otro lado, los propios trabajadores estatales tendrían nada menos que la responsabilidad de garantizar estos derechos en un cuadro cada día más adverso. Ojo, no es una consigna que busque sensibilizar a la población frente a los despidos, sino que es la comprensión integral que el “progresismo” tiene del Estado y sus trabajadores estatales. 

“Sin trabajadores estatales no hay Estado”

Grabois arremete contra los docentes y los trabajadores de salud pública haciéndolos responsables de garantizar “el derecho que origina todo, que es el derecho del paciente y el alumno”. Es decir, la educación y la salud dependen del Estado, y a la hora de garantizar estos derechos sólo se apunta al accionar de los trabajadores estatales, sin importar el desfinanciamiento de escuelas y hospitales como política general del gobierno de Milei y cada una de las gobernaciones provinciales. No le importa en qué condiciones los docentes hacen malabares para estar al frente de un curso, yendo de una escuela a otra por salarios bajísimos, desbordados por realidades sociales muy complejas que traen los estudiantes y que ubican al docente en una multiplicidad de roles, que van desde enseñar a contener en múltiples facetas. Tampoco le importa cómo hacen los enfermeros, médicos y demás personal de los hospitales para atender con el actual faltante de insumos, sin medicación, sin camas, todo esto bajo salarios por debajo de la línea de pobreza. 

El único destaque que hace Grabois de los trabajadores es su sentido “heroico”. Los estatales deben imponerse a la realidad sin reclamar, sin ejercer el derecho a cuestionar el salario miserable y las condiciones de enseñanza y atención de la salud. Quienes no reclamen son “héroes”, quienes lo hacen son “traidores a la patria”, literal. Es por eso que apela a criticar centralmente no la política del Estado en salud y educación, sino a combatir la “pérdida del sentido del deber y del sacrificio y con el ‘yo, yo, yo’, y ‘mi derecho, mi derecho, mi derecho’ y me cago en el otro.” Grabois exige voluntad al personal estatal que sostiene la educación y salud casi estrictamente a fuerza de voluntad. Tan canalla como ridículo.

De más está decir que el derecho a huelga y el derecho a licencia médica son derechos elementales, incluso avalados por el propio Estado, en la variante que más les guste. Sin embargo, es tal la deriva reaccionaria de Grabois que cae en la condena que impulsa la derecha mileista, que busca hacer de la salud y la educación servicios “esenciales” con el objetivo de cercenar el derecho a huelga.  En el fondo, su defensa del régimen social en medio de un profundo ajuste a los trabajadores públicos implica una mayor explotación de los trabajadores, a los que como buen cristiano, Grabois pide que bajen la cabeza y renueven sus sacrificios por “los pobres de la tierra”. La novedad de estas declaraciones están simplemente en la exigencia de “paredón”, ya que el ataque al derecho a huelga viene de hace tiempo: “si declaran la educación pública como servicio esencial y plantean guardias docentes yo no estoy muy en desacuerdo.” (agosto de 2024 en su programa de streaming “Jinetes del futuro”).

Volvamos, no son los trabajadores estatales los responsables de no garantizar derechos, es el Estado-patrón. Al respecto, resulta paradójico que los agentes del Ministerio de Trabajo, quienes teniendo entre sus funciones la de regular el trabajo informal fueron despedidos justamente por estar bajo una modalidad de contratación precaria e informal. Si estos trabajadores definieran el marco de contratación claramente serían parte de la planta permanente, sin embargo no son ellos los responsables de la precarización laboral, ni ajena ni propia. El responsable es el Estado, por lo que es falso que si “no hay trabajadores del Estado no hay (tal o cual) derecho”. Poner sobre los hombros de los trabajadores esta mochila no es inocente, en todo momento busca omitir la responsabilidad del Estado y de los propios gobernantes sobre la política de clase que ejerce. Entre paréntesis: ¿los maestros y trabajadores de la salud, en empresas privadas, también tendrían que tener restringidos sus derechos a luchar por un salario digno apelando a las huelgas y/o renegando de las licencias médicas y otras conquistas? Cuando, obligados por la represión patronal, no paran 

en las jornadas de huelga de todo el movimiento obrero: ¿son héroes o esclavos obligados a carnerear por sus patronales y burocracias sindicales?

Grabois, del mismo modo que el conjunto de la burocracia de los sindicatos docentes y estatales, no quiere chocar con los gobiernos provinciales, mucho menos en la provincia de Buenos Aires, donde se encuentra un “compañero defensor del Estado presente” como es Axel Kicillof. Pero incluso en la Ciudad de Buenos Aires, donde no habría un “Estado Presente”, Patria Grande integra la lista del Partido Justicialista armada por Olmos, donde se comparten lugares con otros grandes “defensores del Estado”, socios del macrismo gobernante, como la burocracia municipal de SUTECBA.

Unidad con el Estado contra los trabajadores

La solución derechista de Grabois para remediar la crisis de la salud y educación pública guarda raíces muy profundas. Su planteo se completa en una visión general que Grabois tiene del sistema capitalista y el funcionamiento del Estado. Aquí reaparece Alberto, el obrero de la construcción. Grabois dice hablar contra la licencia médica y la huelga como una forma de resguardar los derechos de los trabajadores más pobres, entre los que estaría incluido el propio Alberto. 

Grabois, una vez más, se erige en vocero de los pobres, aunque en verdad se revela como un vocero capitalista más. Cuando defiende la “esencialidad” antihuelga o ataca el derecho a licencia médica lo que hace es defender al Estado, ya no sólo como responsable de las deplorables condiciones de la salud y la educación, sino defenderlo en función de negar el enfrentamiento de los trabajadores estatales contra su patronal (sea un Estado presente o ausente). Obviamente, vale resaltar que cuando los trabajadores estatales salen a pelear por incremento de salario, mejores condiciones en las aulas y salas de internación, etc., están luchando por ellos y de igual modo lo están haciendo por quienes concurren a los hospitales y escuelas. Sólo para ejemplificar: la lucha de los trabajadores del Garrahan por presupuesto, salario y mejores condiciones de trabajo, dejó al descubierto en qué condiciones se atienden los niños del hospital, y por qué es necesario garantizar los planteles de trabajo y no recortar los insumos y la medicación. Si el personal se va del hospital por salarios de hambre, los servicios quedan desguarnecidos y la calidad de atención del hospital de alta complejidad se compromete. Lo mismo vale para la educación.

Grabois no quiere la unidad de los trabajadores formales con los informales, estando ambos en una situación de precarización y salarios de pobreza. Por el contrario, su apuesta es la división de los trabajadores, ante un Estado que no reciba cuestionamientos en aras de que, así sea desastrosamente, “garantice” los derechos. Nada nuevo bajo el sol, su planteo lo podría haber dicho Eugenia Vidal, aunque también vale para Cristina Kirchner y sus ataques a los “tres meses de vacaciones” de los docentes. Lo que hace Grabois no es muy distinto que lo que viene exigiendo la clase capitalista hace tiempo: se adapta a la existencia del trabajo precario como una realidad “nueva” y cuestiona el marco de derechos laborales conquistados por los trabajadores en el pasado. 

Bajo el nombre de “economía popular” Grabois defiende la precarización absoluta que creció en los últimos años producto de la destrucción del trabajo genuino, el crecimiento del desempleo y las “nuevas formas” de trabajo en negro. Grabois habla de “libertad cooperativa” cuando apela a aquellos trabajadores que juntan cartones producto de décadas de desempleo y exclusión como regla del mercado laboral. Coincide así con la defensa que realizan los propios ultraderechistas que nos gobiernan, quienes celebran el trabajo por aplicación que demanda 16 horas arriba de una bicicleta sin ningún tipo de protección ni seguridad laboral. La defensa de las “nuevas formas” o la “economía popular” no es otra cosa que el acompañamiento cómplice del sistema capitalista en su fase más decadente.

Es así, que cuando Grabois pone su atención en los trabajadores como Alberto no lo hace en función de hacer valer los convenios existentes, luchar por su mejora o directamente luchar por la existencia de algún tipo de encuadramiento laboral favorable. Más bien, todo lo contrario. La obsesión del capital en esta etapa es impulsar la pérdida de derechos laborales y la destrucción salarial, sus políticos se pelean para encabezar este recorrido, empleando distintas fraseologías en su postulación. Así surge el eufemismo utilizado de la “modernización de las relaciones laborales”, es decir la tan solicitada reforma laboral que el gobierno y el FMI ahora quieren reimpulsar. No es nuevo que Grabois vaya contra los trabajadores, durante la campaña presidencial 2023 y en nombre de las Pymes (otro eufemismo) propuso un “seguro de contingencias judiciales”, como una forma de paliar la “industria del juicio”, un recurso legal que tienen los trabajadores contra el trabajo en negro y el fraude laboral de los “pequeños” empresarios. Grabois no es más que la cobertura por izquierda de una misma orientación que sostiene la burguesía imperialista y local. Mientras unos plantean la ejecución de este plan con el predominio de la represión, Grabois ofrece los viejos mecanismos de engaño estatal sostenidos por el peronismo” progresista” en su variante cada vez más reaccionaria. 

Unidad de los trabajadores contra el Estado

Está claro entonces que las palabras de Juan Grabois contra los estatales no defienden a los Alberto asalariados, sino que más bien van contra los propios trabajadores ultraprecarizados y más pobres. La mejor manera de garantizar el derecho a la educación y la salud justamente surge de las luchas que quienes están en las escuelas y hospitales pueden dar, con el acompañamiento incluso de todos aquellos que ejercen el derecho a la salud y educación pública. Es decir, el objetivo es lograr la unidad de los trabajadores frente al Estado que es responsable de las condiciones nefastas en que está la salud y la educación pública. Una muestra de esto fue la masiva movilización universitaria en que fueron a la huelga los docentes con el acompañamiento de los estudiantes, muchos de ellos trabajadores precarizados, que podrían ser tranquilamente hijos de Alberto. 

En fin, la preocupación que nos surge sobre la situación de Alberto es más que una simple contemplación de la decadencia capitalista, sino que surge centralmente de reconocer en Alberto los problemas que tiene nuestra misma clase social. Es probable que en el marco del bombardeo ideológico que sufre Alberto por parte de la clase capitalista, con sus medios y el propio Estado, termine encontrando en el trabajador estatal al responsable de sus problemas, como apuntó Bercovich en la radio. Sin embargo, en su propia experiencia también encontrará en el Estado y sus representantes políticos a los responsables de su situación. Mientras Grabois viene a bloquear esta experiencia, alimentando el enfrentamiento entre trabajadores, y en aras de garantizar la conciliación entre el explotador y el explotado, nosotros debemos apostar a facilitar el choque de nuestra clase contra el Estado.

La unidad de los trabajadores no es algo que solo se declama. La compresión del carácter de clase del Estado no es terreno de eruditos. Ambas son tareas que se encuadran en una fuerte batalla política que los socialistas revolucionarios debemos emprender, anudando las reivindicaciones de los estatales, de los Alberto, de los desocupados, de los estudiantes, en el marco de una salida que deje atrás las privaciones y decadencias que emergen de este sistema capitalista, y no adaptándonos a él, como plantea Grabois.

Hace algunos días, el dirigente de Patria Grande, Juan Grabois, hizo una serie de afirmaciones en torno al trabajo de los docentes y los trabajadores de salud. Sin sonrojarse, planteó el “paredón” para aquellos que se ausentan de su lugar de trabajo, responsabilizándolos de la situación que se vive en las escuelas y los hospitales públicos. Sostuvo que el derecho a la educación y salud se encuentra por sobre cualquier derecho al reclamo o licencia médica que tengan los trabajadores estatales. Este ataque de Grabois sería en nombre y defensa de los trabajadores más empobrecidos y marginados del sistema. A continuación se reproduce el fragmento de la entrevista de Blender donde se realizan estos planteos:

“Quiero que gane un proyecto nacional y popular para que las escuelas abran todos los días, todas las materias y que la comida sea decente en las escuelas públicas y en los hospitales no te traten como el orto. Gloria y honor a los docentes y los médicos que laburan bien y se rompen el alma, pero los que vivimos en la provincia de Buenos Aires y en cualquier provincia del país y usamos el hospital público o la escuela pública sabemos que no es una maravilla, que hay problemas de institucionalidad de eso, que también tiene que ver con la pérdida del sentido del deber y del sacrificio y con el ‘yo, yo, yo’, y ‘mi derecho, mi derecho, mi derecho’ y me cago en el otro. Hay que restaurar eso.

(…) Lo hablo mucho con los compañeros nuestros que son docentes o son personal de salud. Sobre todo los que tienen responsabilidades de dirección, los directores, los jefes de área. Flaco vas todos los días, cumplís el horario entero y te rompes el orto, y sino: al paredón. Sino sos un traidor a la patria, sino sos peor que Milei. Si vos que tenés una responsabilidad con los pobres de la tierra, que es estar todos los días en el hospital y todos los días en el aula, no la cumplís, y encima tenés un rango de dirección, está todo mal. Y esa disciplina popular de perspectiva comunitaria hoy no se puede discutir en nuestro campo. Ah bueno, vos decís lo mismo que Vidal, no papi no te confundas, yo eso lo conozco como el dedillo porque mis compañeros, los hijos de Saracho tienen clases dos veces por semana y comen mierda. Y cuando van al hospital Evita de Lanús, la verdad que los tratan como el orto. Yo tengo claro que hay docentes y personal de salud que son héroes o heroínas, tengo claro que cobran mal, pero también tengo claro que si la educación pública no se reestructura sobre la base de un derecho que es el derecho que origina todo, que es el derecho del paciente y el alumno, no del médico y el docente, el derecho originario es el del paciente y el alumno. Si no se restablece ese orden conceptual en nuestro campo y chau…”  (Juan Grabois, 14/4/25, Blender).

Quienes somos trabajadores del Estado, y más aún quienes cumplimos tareas sindicales en dependencias estatales, conocemos muy bien el grado de circulación que tienen estos discursos y cómo son instalados, tanto mediáticamente como por la propia patronal estatal, en colaboración con las burocracias sindicales. El objetivo es estigmatizar las licencias médicas y el derecho a huelga. En tiempos donde se dicen barbaridades, o para decirlo mejor: tiempos donde los representantes políticos de la clase capitalista no guardan ningún tapujo a la hora de decir lo que piensan y dar profundas muestras de desprecio hacia los trabajadores, Grabois se esfuerza por no quedar por fuera de esta ola derechista. 

La responsabilidad que él otorga a los trabajadores estatales sobre el funcionamiento del Estado se encuadra en el clásico discurso patronal que ataca los derechos de los laburantes, señalándolos como un bloqueo al desarrollo de las empresas privadas, la llegada de inversiones, etc. Sin embargo, Juan Grabois hace algo más que reproducir una línea antiobrera general de la derecha. Con su ataque a los trabajadores estatales Grabois da cuenta del tipo de Estado que él defiende. No es tan sólo un problema de discurso derechista, ni siquiera un problema estrictamente electoralista, sino que su planteo guarda relación con la visión general que tiene Grabois y el pseudoprogresismo sobre el carácter y funcionamiento del Estado, y qué lugar tenemos los trabajadores estatales dentro de ese pensamiento. El propósito de estas líneas es analizar qué defiende Grabois cuando ataca a docentes y trabajadores de salud pública, y qué significa hacerlo en nombre de los sectores trabajadores más pobres y precarizados.

Alberto y la precarización

Alberto, obrero de la construcción, relató su historia como laburante a Infobae en un video de poco más de dos minutos. En cuestión de días se hizo viral, con millones de visualizaciones. De lunes a sábado, Alberto no ve a su familia ya que sale poco antes de las 4 hs. para regresar a las 21 hs. a su hogar. Trabaja 10 horas en una obra que se encuentra en Puente Saavedra, por lo que diariamente viaja tres horas de ida y tres horas de vuelta para retornar a Florencio Varela. Como Alberto hay millones de trabajadores en el país, desprovistos de cualquier derecho laboral, sin aplicación de ningún convenio colectivo, ni regulación por parte del Estado. El último paro de la CGT realizado el 10 de abril, dejó al descubierto esta situación con testimonios de trabajadores que hubieran adherido a la huelga, pero no podían hacerlo por su forma irregular de contratación, por ser trabajadores por aplicación, o por no tener ninguna mínima protección sindical, estando encuadrados o no dentro de un sindicato.

Alberto, como resultado de la política de otro Alberto, ya no laburante sino responsable junto con los gobiernos que lo precedieron de profundizar la precarización laboral, la tercerización y el subempleo, es la imagen de la desesperanza de un sector muy importante de la clase obrera. En este cuadro, que se explica también por la entrega de la burocracia sindical y su capacidad de traicionar, paralizar y desorganizar al conjunto de los trabajadores, es que avanza el ultraderechista Milei. El gobierno libertario no sólo incrementa la precariedad laboral, destruye el salario y desconoce los convenios, sino que también busca formalizar este golpe a los trabajadores bajo nuevas y antiobreras legislaciones. Su tarea es establecer otra relación de fuerzas entre el trabajo y el capital, aún más desfavorable para los trabajadores.  

¿A dónde vamos con esto? Resulta que la docente Romina del Plá refutó el ataque de Grabois a los trabajadores de salud y educación, por lo que el periodista Alejandro Bercovich se hizo eco del debate entre el dirigente de Patria Grande y la dirigente del Partido Obrero. Si bien Bercovich criticó a Grabois por el tono (¡paredón!) y el contenido del problema del ausentismo, rescató la lectura que éste hace del malestar de los sectores más empobrecidos y cómo estos sufren directamente los problemas en la salud y educación pública. Citando el relato de vida de Alberto, Bercovich apuntó que es allí donde hay que poner foco, en parte desestimando el debate propuesto por Del Plá y legitimando al mismo tiempo el lugar de Grabois como vocero de los pobres. 

Detengámonos en analizar cómo se relacionan los problemas de los trabajadores, formales o bajo algún tipo de formalidad, con aquellos que no tienen siquiera un encuadre laboral registrado ni mucho menos un gremio que los defienda. Justamente, el “exabrupto” de Grabois contra los estatales sería un efecto secundario de batallar por los sectores más empobrecidos. Resaltando que Grabois no representa los intereses de los pobres, la pregunta es: ¿por qué lo hace? En definitiva ¿qué defiende realmente Grabois cuando ataca a los trabajadores estatales? ¿Qué resultados busca esta política?  

Estado ausente, Estado presente

Desde hace décadas se instaló un debate que ocupa lugar en el terreno político, con todas sus derivaciones mediáticas, e incluso teórico-académicas. De un lado están quienes defienden un “Estado más chico”, o incluso la utopía libertaria de su extinción como consecuencia del predominio absoluto del mercado en el capitalismo, y del otro lado quienes defienden un “Estado presente”. Sobre este debate, en que ambas partes acuerdan como decisivo para el futuro del país, cabe señalar la particularidad de que tanto uno como otro bando ya gobernaron la Argentina, teniendo por resultado una alternancia de fracasos repartidos entre “estatistas” y “antiestatistas”.

El relato derechista sostiene que el Estado se retira en función de una sociedad que se ordena y organiza en la libre competencia entre privados con el dios Mercado como centro. Los libertarios extreman aún más su relato de fantasía y sostienen que operan día a día para su extinción total. Sin embargo, desde que asumió el gobierno de Milei la presencia del Estado es incuestionable. Desde el punto de vista tributario sólo se redujeron impuestos a las grandes patronales y los sectores más concentrados de la economía, mientras que los trabajadores incrementaron su aporte tributario a un Estado que en términos reales recauda más que antes. La intervención del Estado en el sistema financiero en favor de los especuladores da cuenta de la notable presencia del Estado, que también se observa en cada una de las negociaciones salariales, con la no homologación de incrementos porcentuales que superen los techos de miseria estipulados por el gobierno, hoy en 1,5% con una inflación de 3,7 en marzo. Al mismo tiempo, más allá de la verborragia preelectoral, el gobierno de Milei fue muy cuidadoso con no tocar los planes sociales, que aún siendo miserables le permiten intervenir como un mecanismo de control y extorsión social. Pero sin dudas, su mayor intervención fue en las calles, militarizadas como nunca, para evitar las movilizaciones y distintos reclamos populares. Sin esta presencia represiva está claro que no pasa ningún ajuste. 

En la vereda de enfrente están quienes defienden el “Estado Presente”, relato que incluiría una serie de prerrogativas sociales que tiene al Estado como supuesto promotor de la “justicia social” entre la mayoría que menos tiene y la minoría que mayores riquezas acumula. Fue justamente durante el último gobierno peronista donde claramente se expuso la farsa de esta presencia para la enorme mayoría de los trabajadores. El Ministerio de las Mujeres no fue un punto de apoyo en la lucha contra los femicidios, la explotación y la desigualdad laboral que sufren las mujeres, sino que su única tarea fue desmovilizar al gran movimiento que se levantó con el “Ni una Menos” en el 2015. El Ministerio de Desarrollo Social no se encargó de impulsar ninguna política de trabajo genuino, sino más bien la cooptación de gran parte del movimiento piquetero con punteros ascendiendo al lugar de funcionarios estatales. Incluso, bajo el gobierno de Alberto Fernández se profundizó el desfinanciamiento en educación y salud, en el marco de un ajuste inflacionario que destruyó los salarios formales e informales. Cabe remarcar, la precarización laboral y la pobreza no paró de crecer bajo el modelo de “Estado Presente” de Alberto Fernández, mientras que las ganancias de los sojeros y los especuladores lo hicieron exponencialmente bajo amparo e incentivo del Estado. Grabois integró ese gobierno.  

En definitiva, a lo sumo, la diferencia entre las dos variantes es que se modifica la forma (más relato que otra cosa) pero no el contenido. En una, se eleva un relato “antiestatista”, señalando al Estado como el obstáculo del desarrollo privado. Contrariamente, y como se ve diariamente, lo que sucede es el despliegue de todo el poder coercitivo (pero también legislativo y judicial) del Estado para lograr esta concentración capitalista. Mientras que en el relato del “Estado Presente” se busca lograr un sentido de pertenencia de los trabajadores con lo estatal. Así, lo estatal busca asumirse como propio, el Estado ya no será el enemigo como dicen los libertarios, sino que se busca el reconocimiento de que el Estado “somos todos”. De alguna forma se quiere emular el llamado “Estado de Bienestar” pero en un momento histórico radicalmente distinto, atravesado por una profunda crisis local que se combina con una escenario internacional crítico, una guerra comercial que amenaza con pasar al terreno de las armas. 

En definitiva, el problema es el contenido del Estado. En ambos casos, ya sean libertarios o progresistas, quieren despojar al Estado del carácter de clase que lo define. Son intereses capitalistas los que son defendidos bajo una u otra forma, indistintamente. Los negociados sobre la entrega del litio comenzaron bajo la gestión del “Estado Presente” de Alberto Fernández, mientras que los planes sociales –aunque deteriorados- son sostenidos bajo el gobierno “antiestatista” de Javier Milei, siendo incluso un pilar de su política de contención. El desfinanciamiento en la salud pública viene de larga data, se recortó presupuesto bajo la gestión económica de Massa y se profundizó este recorte con el gobierno de Milei. El Estado se corre donde el gasto público puede ser el “negocio” de un privado, aunque eso empeore la situación social de los trabajadores. Aquí el problema no es sólo desfinanciar y vaciar la salud pública para que cierren los números del ajuste fiscal, sino que el Estado busca dar lugar a los negocios que vienen creciendo en la medicina privada: de aquí viene la designación del empresario Lugones en el Ministerio de Salud. En el gobierno anterior, la gestión ministerial de Ginés González se sirvió de la fuerza del Estado para beneficiar a Hugo Sigman en el negocio de las vacunas durante la pandemia de Covid-19.  

El Estado no es más que un órgano de opresión de una clase sobre otra, lejos de buscar el acuerdo entre las clases, lejos de significar un equilibrio, el Estado se impone, usando la fuerza si es necesario, y establece un régimen político y jurídico que legaliza dicha dominación. Como vemos, ocultar el carácter de clase no es ninguna novedad, sino que más bien desde su propio nacimiento el Estado capitalista busca presentarse como un orden conciliado. Lenin en “El Estado y la Revolución” sintetizó el problema del siguiente modo: “Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del «orden» que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases. En opinión de los políticos pequeñoburgueses, el orden es precisamente la conciliación de las clases y no la opresión de una clase por otra. Amortiguar los choques significa para ellos conciliar y no privar a las clases oprimidas de ciertos medios y procedimientos de lucha para el derrocamiento de los opresores.” (Lenin, Pág. 17) Sin dudas, los Grabois no son ninguna novedad. 

Los trabajadores en el “Estado Presente”

El “progresismo” emprende entonces la defensa del “Estado Presente” bajo la ilusión de que en una administración de este tipo puedan resolverse los problemas de los trabajadores en general, poniendo Grabois el foco en los sectores excluidos. La visión progresista parte de ser conciliadora, ve al Estado como un promotor de “justicia social”, un “equiparador”, un “garante de derechos”, sin cuestionar el contenido social que en última instancia explica su existencia, es decir sin cuestionar la propiedad privada de los medios de producción como fundamento último del Estado capitalista. Es así que el Estado no busca conciliar, sino que al revés: es el producto de intereses irreconciliables entre capitalistas y trabajadores. 

Ciertos partidos, sindicatos y organizaciones sociales son tributarios del “Estado Presente”, destacándose aquí el peronismo como ideología predominante, siendo parte fundamental de su funcionamiento, e incluso siendo funcionarios ellos mismos. Los punteros barriales y los burócratas sindicales son engranajes fundamentales. Serán beneficiados por prebendas y negociados privados, adquisición de empresas, en su integración al Estado, por lo que estarán particularmente interesados en conciliar intereses. El asesinato de Mariano Ferreyra en manos de las patotas de la Unión Ferroviaria, dejó al descubierto los negociados existentes entre la burocracia sindical que se eran promotores y se beneficiaban económicamente con la “tercerización” de trabajadores ferroviarios en cooperativas truchas y los organismos del Estado “presente”.

Pero más allá de la cooptación de los dirigentes de las organizaciones obreras, debe considerarse el engaño que busca establecerse con el “Estado Presente” al conjunto de los trabajadores. En las campañas electorales abundan mensajes de este tipo. Grabois militó la candidatura a presidente de Sergio Massa, e integró el gobierno de Alberto Fernández, planteando la dicotomía entre el Estado y el Mercado, llamando a los trabajadores a involucrarse en esta campaña y votar por lo primero. En última instancia, es una conquista de la clase dominante que el oprimido sienta simpatía por el órgano que lo domina. Bajo este recurso de construir un sentido de pertenencia de los trabajadores con el Estado es que surge la necesidad de hacerlo partícipe. A un “Estado Presente”, al que se desdibuja su contenido social, ahora se le pretende adosar un involucramiento del conjunto de los trabajadores bajo la idea de que el Estado “somos todos”. 

Volvamos, quienes asumen que el problema se resuelve con “más Estado” ponen un signo igual entre la existencia de un determinado organismo y la promoción y garantía de determinados derechos. Por ejemplo, en los recientes despidos estatales, las direcciones “progresistas” de las dos facciones de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) plantearon que “sin trabajadores estatales no hay derechos”. Por un lado, dejan fuera de discusión que el Estado no es el garante de ciertos derechos elementales, sino el responsable de la pérdida de derechos en las últimas décadas. Mientras que por otro lado, los propios trabajadores estatales tendrían nada menos que la responsabilidad de garantizar estos derechos en un cuadro cada día más adverso. Ojo, no es una consigna que busque sensibilizar a la población frente a los despidos, sino que es la comprensión integral que el “progresismo” tiene del Estado y sus trabajadores estatales. 

“Sin trabajadores estatales no hay Estado”

Grabois arremete contra los docentes y los trabajadores de salud pública haciéndolos responsables de garantizar “el derecho que origina todo, que es el derecho del paciente y el alumno”. Es decir, la educación y la salud dependen del Estado, y a la hora de garantizar estos derechos sólo se apunta al accionar de los trabajadores estatales, sin importar el desfinanciamiento de escuelas y hospitales como política general del gobierno de Milei y cada una de las gobernaciones provinciales. No le importa en qué condiciones los docentes hacen malabares para estar al frente de un curso, yendo de una escuela a otra por salarios bajísimos, desbordados por realidades sociales muy complejas que traen los estudiantes y que ubican al docente en una multiplicidad de roles, que van desde enseñar a contener en múltiples facetas. Tampoco le importa cómo hacen los enfermeros, médicos y demás personal de los hospitales para atender con el actual faltante de insumos, sin medicación, sin camas, todo esto bajo salarios por debajo de la línea de pobreza. 

El único destaque que hace Grabois de los trabajadores es su sentido “heroico”. Los estatales deben imponerse a la realidad sin reclamar, sin ejercer el derecho a cuestionar el salario miserable y las condiciones de enseñanza y atención de la salud. Quienes no reclamen son “héroes”, quienes lo hacen son “traidores a la patria”, literal. Es por eso que apela a criticar centralmente no la política del Estado en salud y educación, sino a combatir la “pérdida del sentido del deber y del sacrificio y con el ‘yo, yo, yo’, y ‘mi derecho, mi derecho, mi derecho’ y me cago en el otro.” Grabois exige voluntad al personal estatal que sostiene la educación y salud casi estrictamente a fuerza de voluntad. Tan canalla como ridículo.

De más está decir que el derecho a huelga y el derecho a licencia médica son derechos elementales, incluso avalados por el propio Estado, en la variante que más les guste. Sin embargo, es tal la deriva reaccionaria de Grabois que cae en la condena que impulsa la derecha mileista, que busca hacer de la salud y la educación servicios “esenciales” con el objetivo de cercenar el derecho a huelga.  En el fondo, su defensa del régimen social en medio de un profundo ajuste a los trabajadores públicos implica una mayor explotación de los trabajadores, a los que como buen cristiano, Grabois pide que bajen la cabeza y renueven sus sacrificios por “los pobres de la tierra”. La novedad de estas declaraciones están simplemente en la exigencia de “paredón”, ya que el ataque al derecho a huelga viene de hace tiempo: “si declaran la educación pública como servicio esencial y plantean guardias docentes yo no estoy muy en desacuerdo.” (agosto de 2024 en su programa de streaming “Jinetes del futuro”).

Volvamos, no son los trabajadores estatales los responsables de no garantizar derechos, es el Estado-patrón. Al respecto, resulta paradójico que los agentes del Ministerio de Trabajo, quienes teniendo entre sus funciones la de regular el trabajo informal fueron despedidos justamente por estar bajo una modalidad de contratación precaria e informal. Si estos trabajadores definieran el marco de contratación claramente serían parte de la planta permanente, sin embargo no son ellos los responsables de la precarización laboral, ni ajena ni propia. El responsable es el Estado, por lo que es falso que si “no hay trabajadores del Estado no hay (tal o cual) derecho”. Poner sobre los hombros de los trabajadores esta mochila no es inocente, en todo momento busca omitir la responsabilidad del Estado y de los propios gobernantes sobre la política de clase que ejerce. Entre paréntesis: ¿los maestros y trabajadores de la salud, en empresas privadas, también tendrían que tener restringidos sus derechos a luchar por un salario digno apelando a las huelgas y/o renegando de las licencias médicas y otras conquistas? Cuando, obligados por la represión patronal, no paran 

en las jornadas de huelga de todo el movimiento obrero: ¿son héroes o esclavos obligados a carnerear por sus patronales y burocracias sindicales?

Grabois, del mismo modo que el conjunto de la burocracia de los sindicatos docentes y estatales, no quiere chocar con los gobiernos provinciales, mucho menos en la provincia de Buenos Aires, donde se encuentra un “compañero defensor del Estado presente” como es Axel Kicillof. Pero incluso en la Ciudad de Buenos Aires, donde no habría un “Estado Presente”, Patria Grande integra la lista del Partido Justicialista armada por Olmos, donde se comparten lugares con otros grandes “defensores del Estado”, socios del macrismo gobernante, como la burocracia municipal de SUTECBA.

Unidad con el Estado contra los trabajadores

La solución derechista de Grabois para remediar la crisis de la salud y educación pública guarda raíces muy profundas. Su planteo se completa en una visión general que Grabois tiene del sistema capitalista y el funcionamiento del Estado. Aquí reaparece Alberto, el obrero de la construcción. Grabois dice hablar contra la licencia médica y la huelga como una forma de resguardar los derechos de los trabajadores más pobres, entre los que estaría incluido el propio Alberto. 

Grabois, una vez más, se erige en vocero de los pobres, aunque en verdad se revela como un vocero capitalista más. Cuando defiende la “esencialidad” antihuelga o ataca el derecho a licencia médica lo que hace es defender al Estado, ya no sólo como responsable de las deplorables condiciones de la salud y la educación, sino defenderlo en función de negar el enfrentamiento de los trabajadores estatales contra su patronal (sea un Estado presente o ausente). Obviamente, vale resaltar que cuando los trabajadores estatales salen a pelear por incremento de salario, mejores condiciones en las aulas y salas de internación, etc., están luchando por ellos y de igual modo lo están haciendo por quienes concurren a los hospitales y escuelas. Sólo para ejemplificar: la lucha de los trabajadores del Garrahan por presupuesto, salario y mejores condiciones de trabajo, dejó al descubierto en qué condiciones se atienden los niños del hospital, y por qué es necesario garantizar los planteles de trabajo y no recortar los insumos y la medicación. Si el personal se va del hospital por salarios de hambre, los servicios quedan desguarnecidos y la calidad de atención del hospital de alta complejidad se compromete. Lo mismo vale para la educación.

Grabois no quiere la unidad de los trabajadores formales con los informales, estando ambos en una situación de precarización y salarios de pobreza. Por el contrario, su apuesta es la división de los trabajadores, ante un Estado que no reciba cuestionamientos en aras de que, así sea desastrosamente, “garantice” los derechos. Nada nuevo bajo el sol, su planteo lo podría haber dicho Eugenia Vidal, aunque también vale para Cristina Kirchner y sus ataques a los “tres meses de vacaciones” de los docentes. Lo que hace Grabois no es muy distinto que lo que viene exigiendo la clase capitalista hace tiempo: se adapta a la existencia del trabajo precario como una realidad “nueva” y cuestiona el marco de derechos laborales conquistados por los trabajadores en el pasado. 

Bajo el nombre de “economía popular” Grabois defiende la precarización absoluta que creció en los últimos años producto de la destrucción del trabajo genuino, el crecimiento del desempleo y las “nuevas formas” de trabajo en negro. Grabois habla de “libertad cooperativa” cuando apela a aquellos trabajadores que juntan cartones producto de décadas de desempleo y exclusión como regla del mercado laboral. Coincide así con la defensa que realizan los propios ultraderechistas que nos gobiernan, quienes celebran el trabajo por aplicación que demanda 16 horas arriba de una bicicleta sin ningún tipo de protección ni seguridad laboral. La defensa de las “nuevas formas” o la “economía popular” no es otra cosa que el acompañamiento cómplice del sistema capitalista en su fase más decadente.

Es así, que cuando Grabois pone su atención en los trabajadores como Alberto no lo hace en función de hacer valer los convenios existentes, luchar por su mejora o directamente luchar por la existencia de algún tipo de encuadramiento laboral favorable. Más bien, todo lo contrario. La obsesión del capital en esta etapa es impulsar la pérdida de derechos laborales y la destrucción salarial, sus políticos se pelean para encabezar este recorrido, empleando distintas fraseologías en su postulación. Así surge el eufemismo utilizado de la “modernización de las relaciones laborales”, es decir la tan solicitada reforma laboral que el gobierno y el FMI ahora quieren reimpulsar. No es nuevo que Grabois vaya contra los trabajadores, durante la campaña presidencial 2023 y en nombre de las Pymes (otro eufemismo) propuso un “seguro de contingencias judiciales”, como una forma de paliar la “industria del juicio”, un recurso legal que tienen los trabajadores contra el trabajo en negro y el fraude laboral de los “pequeños” empresarios. Grabois no es más que la cobertura por izquierda de una misma orientación que sostiene la burguesía imperialista y local. Mientras unos plantean la ejecución de este plan con el predominio de la represión, Grabois ofrece los viejos mecanismos de engaño estatal sostenidos por el peronismo” progresista” en su variante cada vez más reaccionaria. 

Unidad de los trabajadores contra el Estado

Está claro entonces que las palabras de Juan Grabois contra los estatales no defienden a los Alberto asalariados, sino que más bien van contra los propios trabajadores ultraprecarizados y más pobres. La mejor manera de garantizar el derecho a la educación y la salud justamente surge de las luchas que quienes están en las escuelas y hospitales pueden dar, con el acompañamiento incluso de todos aquellos que ejercen el derecho a la salud y educación pública. Es decir, el objetivo es lograr la unidad de los trabajadores frente al Estado que es responsable de las condiciones nefastas en que está la salud y la educación pública. Una muestra de esto fue la masiva movilización universitaria en que fueron a la huelga los docentes con el acompañamiento de los estudiantes, muchos de ellos trabajadores precarizados, que podrían ser tranquilamente hijos de Alberto. 

En fin, la preocupación que nos surge sobre la situación de Alberto es más que una simple contemplación de la decadencia capitalista, sino que surge centralmente de reconocer en Alberto los problemas que tiene nuestra misma clase social. Es probable que en el marco del bombardeo ideológico que sufre Alberto por parte de la clase capitalista, con sus medios y el propio Estado, termine encontrando en el trabajador estatal al responsable de sus problemas, como apuntó Bercovich en la radio. Sin embargo, en su propia experiencia también encontrará en el Estado y sus representantes políticos a los responsables de su situación. Mientras Grabois viene a bloquear esta experiencia, alimentando el enfrentamiento entre trabajadores, y en aras de garantizar la conciliación entre el explotador y el explotado, nosotros debemos apostar a facilitar el choque de nuestra clase contra el Estado.

La unidad de los trabajadores no es algo que solo se declama. La compresión del carácter de clase del Estado no es terreno de eruditos. Ambas son tareas que se encuadran en una fuerte batalla política que los socialistas revolucionarios debemos emprender, anudando las reivindicaciones de los estatales, de los Alberto, de los desocupados, de los estudiantes, en el marco de una salida que deje atrás las privaciones y decadencias que emergen de este sistema capitalista, y no adaptándonos a él, como plantea Grabois.

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