El 30 de enero de 1945, a las 22 horas, Adolf Hitler dirigió, por radio “en cadena” a toda la nación alemana, lo que sería su último discurso. En el convocó al pueblo alemán a resistir el avance del Ejército Rojo que se aproximaba rápidamente a Berlín, la capital alemana. Desde la derrota del ejército nazi en Stalingrado, en la gran batalla que cambio definitivamente el curso de la guerra, Hitler no se presentaba como orador en actos públicos. Sintomático, en un hombre que había hecho gran parte de su ascenso político, como orador que “cautivaba” a multitudes. Esta vez, tampoco lo hizo, se trató de un discurso previamente grabado.
Tres meses después, el 30 de abril, Hitler se suicidó. La batalla por Berlín, iniciada a mediados de abril, estaba a punto de terminar: el 1° de mayo, soldados del ejército soviético izaron en el Reichstag (actual parlamento) alemán, la bandera de la URSS con el escudo comunista de la hoz y el martillo. El 2 de mayo, las fuerzas nazis se rindieron oficialmente, cesando toda resistencia. Este asalto final costó la vida de más de 80 mil soldados del Ejército Rojo.
Dos días antes del suicidio del jerarca nazi, el 28 de abril, había sido detenido por los partisanos italianos, Benito Mussolini, jefe del fascismo italiano y dictador desde 1922. Fue fusilado y su cuerpo colgado en la plaza Pública de Milán, cabeza abajo, sometido al escarnio popular. Las formaciones guerrilleras partisanas ya habían tomado el control de casi todo el norte de Italia, donde se habían replegado las tropas alemanas estacionadas en Italia. Rindiéndose también el 2 de mayo.
Esto, evidentemente, debió de haber influido sobre el derrotado espíritu de Hitler.
¿Que buscaba Hitler con su discurso del 30 de enero de 1945?
No solo incentivar la resistencia “patriótica” nazi frente a la batalla decisiva sino, principalmente, intentar una maniobra política dirigida a los ejércitos aliados del “occidente” capitalista. Hitler auto reivindicó su rol central de lucha contra el comunismo, pronosticando que si este no era enfrentado por Gran Bretaña y EEUU, estos terminarían siendo derrotados por el bolchevismo.
Distintos documentos desclasificados evidencian que líderes nazis tuvieron, en marzo de 1945, conversaciones de paz secretas con Estados Unidos y Gran Bretaña. Berlín pretendía unir a los “aliados” en una guerra común contra la Unión Soviética.
Se volvía a los tiempos anteriores a la Guerra, donde Gran Bretaña y Francia intentaron que el expansionismo nazi fuera contra la URSS y no contra ellos. Firmaron así la “Paz de Munich” en 1938, donde aceptaban la anexión de Austria y la conquista de Checoslovaquia por parte de Hitler, para apaciguarlo.
En junio de 1941, Hitler invade la URSS. Su avance –producto de la política stalinista de confianza en Hitler y de aniquilamiento represivo de la plana mayor del comando militar soviético- es fulminante. Lo que lleva a que se establezcan acuerdos de Stalin con el reconocido anticomunista Churchill y los aliados para enfrentar conjuntamente la guerra mundial contra los nazis. Los EEUU entraran en la guerra a fines de 1941, luego del ataque japonés contra Pearl Harbor. Los imperialismos británico y yanqui no podían dejar que Hitler triunfara en Rusia, otorgándole un precioso interland lleno de materias primas indispensables (petróleo, etc.).
Pero fue el pueblo ruso el que resistió lo central de la ofensiva hitlerista, que llegó hasta las puertas de Moscú. En agosto de 1942 se inició la histórica batalla de Stalingrado que se prolongó durante más de 6 meses hasta febrero de 1943. Considerada la más sangrienta de la historia, con más de 2 millones de muertos (1,2 millón soviéticos, 800 mil alemanes) termino en un estrepitosa derrota del ejército nazi. A partir de aquí comenzó el avance soviético y el retroceso creciente hitlerista. Los “aliados” (más allá de enviar suministros en forma retaceada) poco hacían para enfrentar en Europa a las fuerzas alemanas. En noviembre de 1943 se realizará la Conferencia de Teherán (Irán) donde participarán Churchill, Roosevelt y Stalin. Para coordinar la lucha contra las potencias del Eje (Alemania, Italia, Japón y otros menores). La URSS que se desangraba (murieron 20 millones por causa de la guerra) reclamaba la apertura de un nuevo frente en el Oeste de Europa, para que los nazis tuvieran que retirar parte de su fuerza del Este. Las promesas anteriores habían culminado en el desembarco “aliado” en julio de 1943, en Sicilia (Italia), algo alejado de la necesidad soviética. Tanto yanquis, como británicos, esperaban que la URSS se debilitará y recelaban abiertamente de que la derrota fascista impulsara el desarrollo de la revolución social en Europa.
El segundo (o tercer) frente recién terminaría de abrirse con el desembarco en Normandía (Francia) en junio de 1944. El Ejército Rojo iba avanzando, crecía la resistencia partisana y empezaban a estallar revueltas en los países ocupados por los nazis: en abril de 1943, poco después del triunfo de Stalingrado, se produjo el levantamiento del Gueto de Varsovia: los judíos polacos se enfrentaban a sus verdugos. Un año más tarde, con el Ejército Rojo casi a las puertas de Varsovia, se produjo el levantamiento de la capital polaca que enfrentó durante 2 meses (del 1 de agosto al 2 de octubre de 1944) a las tropas hitleristas. El mayor levantamiento urbano fue aplastado, sin que las tropas de la URSS intervinieran para frenar la masacre.
Pero la marea revolucionaria contra los nazis no se frenó, estaba creciendo.
Detener la amenaza de la revolución socialista
El avance del ejército soviético se fue combinando con el crecimiento de la resistencia de masas en toda Europa. Churchill y Roosevelt estaban preocupados por ello. En febrero de 1945 se reunieron en Yalta (Península de Crimea), de nuevo los “tres grandes”. Allí pautaron un reparto de responsabilidades e influencias. Stalin tendría una zona de influencia directa en el Centro y Este de Europa, donde ya las tropas soviéticas venían avanzando, comprometiéndose a formar “gobiernos de coalición” ayudando a restaurar los estados preexistentes. El compromiso especial era impedir el estallido de la revolución en los países imperialistas de Europa Occidental (Francia, Italia, Alemania, etc.). Ya Stalin había disuelto formalmente, en mayo de 1943, a la Internacional Comunista fundada por Lenin y Trotsky en 1919 para impulsar la revolución socialista mundial. Stalin la había aniquilado realmente mucho tiempo antes, pero ahora era un tributo rendido a Churchill, para merecer su confianza contrarrevolucionaria.
El rol del Ejército Soviético era –a costa de grandes sacrificios en sangre- dominante. La guerra terminará con la ocupación de Berlín y Viena por las fuerzas rojas. Roosevelt le solicitara a Stalin que –a pesar de que EEUU iba ganando- interviniera contra Japón en China. Y sobre todo, que garantizara que la post guerra terminaría con un gobierno del derechista nacionalismo burgués del Kuo Ming Tang, bloqueando el creciente desarrollo del PC chino.
Una nueva Conferencia Internacional se realizará a mediados de julio, cuando ya había finalizado la guerra en Europa, en Potsdam (Alemania). Allí se pasó revista a los acuerdos de Yalta y se decidió el futuro de Alemania derrotada.
El gran temor imperialista fue siempre que la derrota militar en los países del Eje diera lugar al estallido de revoluciones y la instauración de gobiernos de trabajadores. Resolvieron entre ellos que Alemania sería dividida en cuatro partes (incorporando a Francia). Toda la política imperialista/stalinista se había centrado en impedir que la poderosa clase obrera alemana volviera a repetir las gestas revolucionarias que se habían desarrollado después del fin de la primera guerra mundial. Se descargó una feroz brutalidad contra el pueblo alemán tanto en el frente del oeste, como en el este. La importante ciudad de Dresde, desmilitarizada, fue salvajemente bombardeada durante varios días a mitad de febrero de 1945, provocando unas 40 mil víctimas (lo mismo que las posteriores bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki). La consigna de Stalin para las tropas soviéticas era que el “mejor alemán, era el alemán muerto”. No se desarrolló ninguna política tendiente a que las masas proletarias y explotadas rompieran con el hitlerismo y se sublevaran. Por el contrario, la brutalidad del tratamiento de la población civil en el avance militar ruso (violaciones masivas, etc.) llevó a que casi hasta el final no se abrieran fisuras en el pueblo alemán. Y las que hubo fueron reprimidas.
Pero a pesar del chaleco de fuerza stalinista las tendencias revolucionarias se iban abriendo camino. En Yugoslavia los nazis fueron expulsados por las guerrillas comunistas de Tito, que no aceptaron entregar el gobierno al rey y las fuerzas derechistas -que incluso habían colaborado con los nazis en la represión a la resistencia comunista- como había acordado Stalin con Roosevelt y Churchill. Igualmente en Albania, donde los fascistas italianos primero y los nazis alemanes después, fueron expulsados por las guerrillas comunistas que instalaron un gobierno propio. En Grecia la guerrilla dirigida por los comunistas fue obligada por Stalin a desarmarse y terminaría con la intervención de la armada británica en una guerra civil contra los comunistas para restaurar al rey y el estado burgués. En general, en todo el este europeo gran parte de las clases dominantes habían sido activamente pro nazis. Y la URSS stalinista terminó colocando gobiernos que tuvieron que expropiar a los capitalistas (Hungría, Bulgaria, etc.).
El movimiento de la resistencia había crecido enormemente en Italia. Ya en 1943 la clase obrera del norte había realizado una huelga general. Y al final de la guerra los partisanos habían ocupado el norte. Fue la acción de Stalin, la que obligó a la guerrilla a desarmarse y a entrar a formar parte de un gobierno integrado en un principio por elementos provenientes del fascismo y luego un gobierno de “unidad nacional” con la reposición del rey y el respeto a los acuerdos (Letran) de Mussolini con el Papa católico.
En Francia también, la resistencia que en su lucha contra el nazismo tuvo que enfrentar a la burguesía colaboracionista, y jugó un papel trascendental en la liberación de París, fue obligada por Stalin y el PC a desarmarse y a integrarse a la reconstrucción de los gobiernos burgueses. Incluso, participó activamente en la represión al pueblo argelino y la recuperación de sus colonias (Indochina, etc.).
Trotsky y la IV Internacional, cuya constitución él impulsó, se prepararon para que de la guerra imperialista surgieran procesos revolucionarios, como había sucedido en el final de la primera guerra mundial. Pero también lo hizo el imperialismo, en sus dos bandos – los aliados y el eje- y el stalinismo. Se trató de una Santa Alianza contrarrevolucionaria.
La traición y entrega del stalinismo ayudó a la estabilización contrarrevolucionaria del capitalismo en Europa y Asia.
Los pueblos regaron con su sangre la lucha contra el nazi/fascismo. La URSS tuvo más de 20 millones de muertos (algunos estudios calculan en 27 millones). China entre 15 y 20 millones. Alemania, más de 9 millones de víctimas. Polonia, 6 millones. Japón, más de 3 millones. Estados Unidos, unos 500 mil (más allá de la propaganda “heroica” sobre el protagonismo central de los yanquis en las películas hollywoodenses). El Reino Unido y Francia entre 500 y 600 mil cada uno. Yugoslavia más de 1 millón.
La conmemoración del 80° aniversario del fin de la guerra
Durante mucho tiempo se conmemoraba la finalización de la segunda guerra mundial con actos y desfiles de la victoria, donde participaban todos los “aliados” y también muchos representantes “arrepentidos” de las potencias del Eje.
Se saludaba el “triunfo de la democracia” contra el “totalitarismo” nazi/fascista. Y se ensalzaba, por supuesto, la “unidad nacional” entre trabajadores y patrones, en defensa de estos “valores” y de la “patria”. Esto, a pesar de que la burguesía fue fascista no solo en Alemania, Italia, Japón y sus satélites. En Francia fue abiertamente colaboracionista. Y centró su preocupación principal en sostener el dominio de las colonias (Francia: Argelia, Indochina, etc.; Gran Bretaña: India, etc.; etc.).
Tratan de ocultar que fue una guerra interimperialista para disputarse el dominio del mundo, de sus “mercados” y colonias y para hundir al estado soviético y acabar con la impronta de la revolución rusa de 1917.
Los “demócratas” británicos masacraron al pueblo de la India, los franceses al de Argelia. Entregaron al exterminio de los nazis a 6 millones de judíos, sin pestañear más allá de alguna declaración de circunstancias.
Terminada las batallas de la segunda guerra mundial, se inició, en forma abierta, el camino de la llamada “guerra fría” que tenía por objetivo bloquear el camino de la revolución (guerras de Corea, Vietnam, etc.) y avanzar en la búsqueda de un camino de derrota de la URSS (y a partir de 1949 también de China) para su colonización capitalista.
La restauración capitalista en Rusia, China y demás estados donde había sido expropiado el capitalismo, no cerró esta tendencia imperialista/guerrerista. El imperialismo ve que el proceso de restauración capitalista en estos países ha sido capitalizado, en gran parte, por una oligarquía protegida por las burocracias gobernantes de los viejos estados. Y reclama su “derecho” a una explotación integral de estas vastas economías. Proceso que de consumarse, piensan que podría dar un respiro paliativo a la crisis imperialista que desde el 2008 avanza cada vez con más fuerza hacia grandes catástrofes. Prepara para ello guerras comerciales y… militares. Ya hace años que estas conmemoraciones se hacen excluyendo al principal país que tuvo un papel decisivo en el triunfo contra el nazismo: Rusia.
Este año, al Desfile de la Victoria que se realizará en la Plaza (ex Roja) de Moscú, no asistirán ninguna de las potencias imperialistas “aliadas” en la guerra. Putín ha proclamado una tregua de 3 días alrededor del 9 de mayo, día de la marcha. Pero ya Zelensky, el títere de la OTAN en Ucrania, ha dicho que no solo no la acatará, sino que amenaza con atacar con drones y cohetes al “Desfile de Victoria”.
En Alemania, el Parlamento, prohibió la colocación de banderas de Rusia y Bielorusia entre las que adornen el estrado del acto de conmemoración que se realizará ese día. Tampoco serán invitados los embajadores de esos países. Sí estarán los dirigentes de Ucrania que reivindican a los nazis ucranianos (Stepan Bandera, etc.) que fueron colaboracionistas cómplices del hitlerismo en la masacre del pueblo ucraniano. Esto fue impulsado por el Ministerio de Relaciones Exteriores alemán, dirigido por el Partido Verde (¿ecologista? ¿pacifista?).
Como en la primera y segunda guerra mundial, Alemania dirigida por los partidos burgueses imperialistas se prepara e interviene activamente en nuevas guerras imperialistas para expandir la OTAN hacia el Este y descuartizar y colonizar a fondo a Ucrania, Bielorrusia, Rusia y demás países del ex arco soviético.
“Detengamos la carrera de los capitalistas hacia la guerra con el frente de clase internacionalista de las masas explotadas y oprimidas de todo el mundo” dice el título del Llamamiento a la Conferencia Internacionalista contra la guerra imperialista: Del 13 al 15 de junio en Nápoles (Italia).
El enemigo de los trabajadores está dentro de las fronteras de cada uno de nuestros países. Es la clase capitalista y el sistema imperialista que nos empuja a una nueva masacre guerrerista que será, de concretarse, más que catastrófica. Es hora de ir forjando el camino para la unidad de los proletarios y explotados de todo el mundo contra la barbarie guerrerista del capitalismo.