La escalada en la guerra en Ucrania, como veremos a fondo en el informe militar que se publica junto con este artículo, tiene íntima relación directa con el persistente desgaste del ejército ucraniano, que cada día muestra mayores agujeros en la línea de contacto, con escasez de personal y recientemente también de drones FPV.
Y, al mismo tiempo, el estancamiento de las negociaciones en Estambul se debe a que, si bien Rusia viene ganando, se trata de avances constantes pero lentos, lo cual pone de manifiesto que Putin no quiere o no puede dar un golpe sobre la mesa y terminar la guerra en condiciones temporales que se ajusten a la necesidad política de cerrar la guerra en un plazo más breve y en los términos de Rusia.
Es en este cuadro, donde Kiev no puede ganar la guerra y progresivamente se acerca el colapso de su ejército provocado por la guerra de atrición del Kremlin, pero en el que al mismo tiempo Rusia les da tiempo de sobrevida por lo relativamente lento de sus avances, es que Ucrania desenvuelve –con auxilio imperialista- una guerra asimétrica (o terrorista), con la intención de provocar una respuesta desproporcionada rusa que habilite políticamente el ingreso de tropas de la Otan, ya que saben que esa es la única forma de volcar las tornas del conflicto, aunque también ello implique el tránsito directo a la tercera guerra mundial.
La guerra está en una etapa de agotamiento para Ucrania. Si bien en 2022 y 2023 era discutible a quién beneficiaba el factor tiempo, es claro ahora que Ucrania es quien más perjudicado se ve en el campo de batalla por la prolongación de los combates. Y, si esta tendencia ya era por demás clara desde 2024, el inicio de una guerra entre Israel e Irán podría ser el último clavo del ataúd para Zelensky, porque el suministro militar de EEUU, e incluso de Europa, podría pasar a tener su epicentro en Israel. Pero, como veremos, la prolongación de los combates también podría volverse como un boomerang contra Putin.
Estancamiento de las negociaciones
Dado lo expuesto, de las conversaciones del 2 de junio en Estambul no había que esperar grandes resultados, más allá de los intercambios de tipo humanitario que se están llevando a cabo ahora luego de que Ucrania mostrara reticencia y hubiera impuesto unilateralmente la postergación de los canjes.
En las negociaciones, Rusia se puso dura en el sentido de que no aceptará cerrar el conflicto diplomáticamente si no se ponen sobre la mesa la totalidad de sus objetivos militares y políticos de primer orden.
El Kremlin plantea que Ucrania capitule, entregando la totalidad de los Oblast que Moscú reclama como propios, que asuma un estatus neutral sin incorporación a la Otan u otras alianzas militares hostiles a Rusia, que se convoquen a elecciones presidenciales en Ucrania y que se reduzca el tamaño del ejército ucraniano, o bien, el régimen de Putin conseguirá sus objetivos con la continuidad de la guerra, incluyendo no solo la totalidad de las cuatro provincias actuales, sino sumando otras nuevas: Sumy,Jarkov, Dnipropetrovsk,Mikolaiev, Odessa y Chernigov.
Del lado ucraniano, se toma como inaceptable el ultimátum de Rusia. Asimismo, tienen consciencia interna de la gravedad de la situación militar que atraviesa la línea del frente en gran cantidad de sectores. Por ello, reclaman histéricamente junto a sus socios europeos de la Otan, y por ahora sin el apoyo directo de Trump, un alto al fuego de 30 días.
Claramente, Ucrania y Europa no quieren el cese al fuego para negociar, sino para recomponer fuerzas, fortificar posiciones, continuar la movilización forzosa y resuministrar puntos del frente inaccesibles bajo el fuego de la artillería y los drones rusos. En este punto, Rusia actúa realísticamente cuando se niega a un alto al fuego incondicional como plantea Ucrania.
Ataque a la tríada nuclear rusa y la guerra asimétrica
Si bien Ucrania ya había infringido algunos golpes tácticos a los bombarderos estratégicos rusos, en bases relativamente cercanas al frente, como lo es el aeródromo de Engels, el ataque reciente a bases de la aviación estratégica en Murmansk y Siberia, implica un salto en calidad, pero que no se trata de un hecho aislado sino de una secuencia de ataques, siendo el más significativo uno que tuvo poca publicidad pero que en Prensa Obrera analizamos en profundidad en un artículo, y que consistió en el ataque a uno de los 11 radares de alerta nuclear temprana.
La llamada operación telaraña se montó bajo la violación de las leyes de la guerra y, en particular, del artículo 37 de la Convención de Ginebra, que impide que los ataques armados se camuflen bajo ropaje civil. Por caso, el gobierno ruso confirmó que los camioneros que conducían los camiones cuyos techos se abrieron remotamente para lanzar desde los acoplados los drones que atacaron los aeródromos, nada sabían de la operación e incluso alguno de ellos fue linchado.
Además, las fuerzas del GUR ucraniano aprovecharon que, por los tratados INF entre EEUU y Rusia para el control mutuo de fuerzas nucleares estratégicas, la aviación estratégica está en pista y no en hangares de concreto para que ambas naciones puedan controlarse desde sus propios satélites posicionados en la órbita terrestre.
Así, con el patrocinio del MI6, el Mossad (casualmente la operación fue muy similar a la que hizo dentro de territorio iraní) y la CIA, Ucrania le dio un golpe duro a Rusia. El ataque es por demás importante, pero de ninguna manera se trata de la envergadura del impacto que la propaganda ucraniana informó. En concreto, el ataque tenía la potencialidad de destruir gran parte de la capacidad operativa de la flota estratégica rusa, pero ello no ocurrió. Algunos camiones explotaron en el camino, y otros drones fueron detenidos por las defensas antiaéreas. No fueron 41 aviones, pero sí, al menos una decena y media.
Sin embargo, más allá de que la flota de aviación estratégica se encuentra totalmente operativa, como se ve en estos momentos con los ataques que realizan sobre territorio ucraniano, se trata a las claras de bajas inaceptables. Básicamente, porque el caso en cuestión aplica al pie de la letra con la nueva doctrina nuclear rusa de 2024, donde un ataque a las capacidades nucleares rusas, incluso cuando es ejecutado por un Estado no nuclear (Ucrania), pero con el apoyo de Estados con capacidad nuclear (Estados Unidos e Inglaterra), merece la respuesta de un ataque nuclear.
Pero este es solo un aspecto de la guerra asimétrica que lleva adelante Ucrania. Los ataques terroristas contra el personal político y militar ruso, son una constante. Los ataques que concomitantemente se dieron contra puentes ferroviarios en Briansk y Kursk, donde en el primero se produjo un gravísimo incidente en un tren civil, son claras muestras de las provocaciones que se llevan a cabo desde Kiev, con apoyo de la Otan.
La respuesta o no respuesta rusa
Si bien en el pasado el Kremlin anunció líneas rojas que fue trazando nuevamente hacia atrás a medida que Ucrania y la Otan las iban violando, este ataque pareciera no dejar margen a Putin para un nuevo retroceso porque se ha superado un umbral que pone de manifiesto que la disuasión nuclear rusa ha quedado muy reducida y, por lo tanto, al no haber temor a las armas nucleares rusas, distintas potencias podrían verse tentadas a atacar Rusia.
En este cuadro, donde se pone en debate en Rusia la posibilidad de un ataque nuclear de respuesta, las miradas apuntan a Sergei Karaganov, presidente del Consejo de Política Exterior y Defensa, un thinktank ruso de peso que influye abiertamente en la política exterior rusa, y al que Putin suele acudir habitualmente a su club de debate llamado “Valdai”. Durante años, abogó por el cambio de la doctrina nuclear rusa que se consagró en 2024, de la cual él formó parte como asesor presidencial del Kremlin.
Pero Karaganov, que es un halcón, plantea ir más a fondo, ya que es partidario de que Rusia debe reestablecer la disuasión nuclear a partir de la utilización de estas armas, no ya contra Ucrania, sino contra la Otan. Si bien es claro que Karaganov podría tener razón ante la situación actual suscitada primero con el radar de alerta temprana ubicado en Amvir y con el reciente ataque a la aviación estratégica, cierto es que, cuando en 2023 un dron ucraniano golpeó una cúpula del Kremlin sin mayores daños, propuso lanzar un ataque táctico nuclear al Reichstag.
No son pocos dentro de Rusia los que piensan como Karaganov. Sin embargo, Putin y una mayoría del mando no concuerda con él y, en la última charla pública en Valdai, cuando el profesor insistió vehementemente con un ataque ruso a Polonia o Alemania, el presidente ruso lo frenó en seco frente al auditorio.
Pero claro, si Rusia no responde, el próximo ataque ucraniano podría ser contra otro objetivo de tipo estratégico y el margen para no echar mano a las armas nucleares puede seguir estrechándose. Ello porque si primero le atacan los radares para detectar la llegada de misiles nucleares de la Otan, luego le atacan su aviación nuclear y finalmente se impacta otro componente de la tríada nuclear, el resultado sería un debilitamiento nuclear de Rusia que trastocaría el equilibrio estratégico en esta materia con EEUU, a costa de una mayor vulnerabilidad de Rusia.
Y, en ese cuadro, claro está, surge la pregunta legítima: ¿por qué no habría de atacar con armas nucleares la OTAN primero, si fue el bloque atlantista quien se empeñó en reducir las capacidades nucleares de defensa y ataque de Rusia? Es decir que la provocación a Rusia eleva mucho la posibilidad de una guerra nuclear. Máxime cuando Israel, con el apoyo de EEUU, está atacando centrales nucleares iraníes y se discute abiertamente el lanzamiento de bombas tácticas nucleares contra instalaciones militares subterráneas.
Así lo entiende también parte del trumpismo. Su exasesor Steve Bannon dijo que «no podemos permitir que un país al que patrocinamos con dinero y con el que tenemos un acuerdo económico piense que puede atacar territorio ruso y arrastrarnos a un conflicto con Rusia».
Ciertamente, “los ataques ucranianos amenazan con un conflicto nuclear: funcionarios estadounidenses se muestran escépticos ante el apoyo a Kiev”(The Guardian, 5/6). La publicación inglesa resalta que varios de los asesores «centristas» de Trump, incluyendo aquellos con vínculos más estrechos con Ucrania (por ejemplo, Keith Kellogg), también advierten que los riesgos de un conflicto nuclear están aumentando.
Por su parte, el senador trompistas Alabama, Tommy Tuberville, declaró que“Zelenski es un dictador que intenta atraer a la Otan a una guerra con Rusia”. “No hay duda, porque no puede ganar esta guerra solo. Sabe que la está perdiendo», dijo el republicano. Además, dijo que «Zelenski es un dictador y nos creó todo tipo de problemas. Mucho dinero desapareció (en Ucrania). No se sabe adónde fue».
Naturalmente, en EEUU, estos sectores contrarios a Ucrania son minoría. La mayoría del establishment, incluida gran parte de la administración Trump (Kellog, Rubio, Besent), son partidarios de la confrontación con Rusia.
Así, si bien el senador estadounidense republicano Rand Paul, manifestó que la “introducción de duras sanciones contra Rusia provocará un desastre económico para Estados Unidos”, porque «si se aprueba el proyecto de ley de Graham, provocará una catástrofe económica de una escala nunca antes vista en nuestro país», lo cierto es que la mayoría del Senado está con la posición de Graham.Y, si bien Trump no introdujo nuevas sanciones, también es cierto que no aflojó ninguna de las fijadas por el gobierno de Biden.
En este cuadro, Gran Bretaña, Francia y Alemania han levantado las restricciones sobre la gama de armas suministradas a Ucrania. Así lo declaró el canciller alemán Friedrich Merz, al indicar que ya «no hay restricciones en el alcance de las armas suministradas a Ucrania, ni por los británicos, ni por los franceses, ni por nosotros, ni por los estadounidenses. Esto significa que Kiev ahora puede defenderse, incluso, por ejemplo, atacando posiciones militares en territorio ruso. Hasta cierto punto, no podía hacerlo».
Sin embargo, la prensa informó profusamente que la “coalición de los dispuestos” para enviar tropas europeas a Ucrania de momento no prosperó porque Estados Unidos le negó la cobertura aérea. Como ya adelantamos, en este punto, el factor tiempo podría jugar en contra de Rusia, dado que, si no logra en un tiempo razonable sus objetivos militares, la situación interna de EEUU podría cambiar luego de las elecciones de medio término y, a partir de un revés electoral de Trump, podría habilitarse finalmente el apoyo norteamericano a una fuerza expedicionaria europea en el este ucraniano.
Por todo ello, si bien Rusia viene desarrollando una importante campaña de bombardeos tras el ataque a su aviación estratégica, centrado en plantas de producción de drones y equipos varios, dado lo que Ucrania atacó, no debería tomarse como la respuesta rusa.
Como se ve, el ataque de la operación telaraña no cambiará en nada las tornas del conflicto y la respuesta o no respuesta rusa tampoco hacen diferencia alguna. Y sin embargo, en caso de que Rusia responda o no lo haga, lo cierto es que la tendencia apunta en la misma dirección de la escalada militar.
Conclusiones
Así las cosas, pareciera que a Rusia no le alcanzará con conquistar los 4 oblast que incorporó constitucionalmente en su territorio. No por necesidad de territorio o por la creación de un colchón en la zona fronteriza, sino porque un Estado proxy de la Otan en sus fronteras ya demostró la amenaza potencial que representa.
Así, la única zona colchón viable en términos militares y políticos, si eso es lo que Rusia considera que necesita, es avanzar hasta el río Dnieper y tomar Odessa para privar a Ucrania de su salida al mar y su principal vía de suministro. Todo ello para reducir a colapsar al Estado ucraniano, de modo tal que no sea una amenaza existencial para Rusia en el futuro.
Sin embargo, la cuestión en todo esto, como ya lo remarcamos, es la temporalidad. El jefe de la delegación negociadora rusa, Vladímir Medinski, sacó a relucir que Rusia lucharía el tiempo que haga falta y colocó como ejemplo, la guerra de 21 años del imperio zarista contra Suecia.
Pero si Putin trata de evitar la solución “Karaganov”, lo cierto es que la prolongación excesiva de la guerra podría conducirlo a la perspectiva de llegar a esa misma situación por el ingreso directo en territorio ucraniano de tropas de la Otan. Y, en una guerra convencional contra la Otan, Rusia no tiene posibilidad de ganar, por lo que debería recurrir a su superioridad nuclear.
Por ello, si el mando ruso quiere evitar este desenlace, y al mismo tiempo no pretende responder con lo que su propia doctrina nuclear indica, deberá colapsar al ejército ucraniano en un período de tiempo razonable.
De tal modo, como Putin también se niega a nueva movilización, como se lo reclaman cada vez más los mandos militares, habrá que ver hasta qué punto la actual superioridad rusa y su reserva que todavía no se volcó al campo de combate -en combinación con una acentuación de la baja del suministro militar a Ucrania por la guerra con Irán- pueden quebrar, y en qué tiempo, las últimas líneas defensivas serias del ejército de Kiev.
Todo lo hasta aquí analizado indica que vamos a una acentuación de la guerra, la matanza y la destrucción. Con amplias posibilidades de ampliación de la guerra y con la perspectiva cada vez más visible de que los conflictos que se suscitan parcialmente (pero con intervención internacional), converjan en una única guerra imperialista mundial.
En este cuadro de escalada belicista, queda claro que los únicos que pueden estar interesados en detener las guerras en curso, son los trabajadores, en tanto como clase son quienes mayormente soportan en las trincheras las aventuras militares de la Otan y Putin. Abajo la guerra imperialista. Por gobiernos de trabajadores que derroquen a los gobiernos de la guerra y consagren la paz entre los pueblos.