Iván Zeta es integrante de Judíes x Palestina. Este artículo recibió numerosos aportes de la agrupación,
“Los antisemitas se convertirán en nuestros amigos más confiables, los países antisemitas nuestros aliados”. “Queremos que antisemitas respetables participen en nuestro proyecto”
Theodor Hertzl, diarios personales de 1895
“El hitlerismo nos permite convertir a todos los judíos al sionismo”.
Nahum Sokolow, presidente de la Agencia Judía en Palestina y de la Organización Mundial Sionista. 1933, Jewish Daily Bulletin
Introducción, conceptualización y antecedentes
La cuestión del antisemitismo es en la actualidad objeto de debates y disputas recurrentes, en la medida que el Estado de Israel y sus partidarios, en pleno genocidio sobre el pueblo palestino, lo utilizan como herramienta para justificar todo su accionar y bloquear la solidaridad con el pueblo palestino y el rechazo a los crímenes sionistas. Desde hace aproximadamente cinco décadas que el sionismo produjo una teoría del “nuevo antisemitismo” que lo asocia directamente y de manera jerarquizada al antisionismo, relegando o refiriendo solamente en forma subsidiaria a expresiones o acciones judeofobicas, en la medida que sirvan al sentido principal que se le pretende dar al término. Luego de la “Guerra de los Seis Días” (1967) y la “Guerra de Yom Kippur” (1973), con las ocupaciones totales de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, defensores de Israel acuñaron la idea de que las críticas eran una forma solapada de antisemitismo (Harkabi, Lewis, Podhoretz).
La DAIA (Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas) en la Argentina, la Anti-Defamation League en Estados Unidos, e instituciones sionistas de todo el mundo toman la tarea cotidiana de definir y redefinir el término en función de proteger los intereses del Estado de Israel. Destinan millones de dólares y el tiempo de centenares de abogados, académicos, periodistas, lobbystas a erigirse permanentemente como la policía contra la libre expresión, generando comunicados, estadísticas y demandas legales (por ejemplo contra Vanina Biasi, Alejandro Bodart, etc.). Estas acciones están destinadas no solamente a amedrentar a quienes denuncian la colonización, el apartheid y el genocidio, sino también a reforzar de forma permanente el rol de estas instituciones como “únicas referencias competentes” sobre el tema, llevando adelante capacitaciones sobre comunicadores, educadores y el poder judicial, presentando estudios y relevamientos.
La instrumentalización de una pretendida lucha contra el antisemitismo como arma ideológica es un mecanismo pérfido de banalización de un problema muy sensible para la colectividad judía, que produce una manipulación constante, tanto dentro de Israel (Palestina ocupada) como en el resto de los lugares del mundo donde recalaron exiliados judíos europeos. Sobre la memoria del Holocausto (Shoá), sobre las historias del horror nazi como máxima expresión histórica del antisemitismo, se monta una estructura que construye un enemigo a la medida del sionismo: las organizaciones de la resistencia del pueblo palestino serían los nuevos nazis, la bandera palestina la nueva esvástica, y “libre, del río al mar” el nuevo “Heil Hitler”. Rápidamente salta el contraste con los aliados internacionales de Israel: el trumpismo en Estados Unidos, el mileísmo en Argentina, las formaciones políticas de Vox en España, de Víktor Orbán en Hungría, de Bolsonaro en Brasil, etc., todos cobijan en su interior a grupos herederos o admiradores del nazismo y del fascismo.
En respuesta a las acusaciones de antisemitismo, simpatizantes de la causa palestina a veces responden que los judíos no son semitas y que, por tanto, el antisionismo no puede ser antisemita, y/o que los árabes también son semitas y, por tanto, es Israel quien es antisemita. Se trata de un error, aunque haya algo de verdad y buenas intenciones en este tipo de refutaciones. Es cierto que la mayoría de la población israelí no es oriunda de esas tierras, y también lo es que los pueblos nativos de esa zona han sido, por siglos, árabes en general y palestinos en particular. Pero la cuestión tiene un problema de fondo, que se mueve siempre en el terreno de la pseudociencia racista: no existen las personas semitas. La especie humana no tiene razas. Existen sí, etnias como los árabes o los persas, y lenguas que se han denominado semíticas pero que no constituyen identidades culturales definidas.
Lingüistas como Ernest Renan (su obra fundamental, en 1855, fue “Historia general y sistema comparado de las lenguas semíticas”) se dieron cuenta de que el hebreo bíblico, el árabe y el arameo pertenecían a un único grupo lingüístico, al que denominaron semítico (a Sem, hijo de Noé, la tradición europea medieval lo consideraba el antepasado de los pueblos asiáticos). Suponiendo que los judíos habían venido originalmente de Asia, este modelo los consideraba también como semitas. Tenía desde el comienzo un sesgo racializador.
Fue el alemán Wilhelm Marr quien dio el sentido específico de odio a los judíos al término antisemitismo. Lo hizo a conciencia y con orgullo: en 1880, se refirió a él mismo como el “padre del movimiento antijudío”. En alemán ya existía la palabra judenhass, el odio hacia los judíos. Pero la concepción de Marr era nueva. Judenhass era el viejo odio cristiano hacia los judíos, que los veía como los que negaron a Cristo. En el marco de este odio religioso, un judío podía dejar de ser judío convirtiéndose al cristianismo o dejando de practicar el judaísmo. Dentro del antisemitismo, en cambio, una persona nacía judía y sería siempre judía, porque los judíos eran una raza biológica. Y la característica esencial de esta raza sería su astucia y artería, las cuales usaría para explotar a las poblaciones no-judías de los países donde viven, formando un “Estado dentro del Estado”. Eran siempre extranjeros y ajenos a la nación. Siendo intrínseca, esta característica no se podía cambiar, y por lo tanto la llamada cuestión judía que surgió con la emancipación (igualdad ante la ley) de los judíos no podía solucionarse mediante su asimilación.
El partido político que Marr ayudó a fundar en 1879, la Liga de Antisemitas, sostenía que darle igualdad cívica a los judíos alemanes en 1871 había sido un grave error. Proponía como solución a la “cuestión judía” expulsar a los judíos de Alemania y deportarlos a Palestina o aislarlos económica y políticamente. La Liga de Antisemitas fue seguida rápidamente por la fundación de partidos antisemitas en otras partes de Europa, como el Partido Nacional Antisemita en Hungría y la Liga Antisemita de Francia, todos los cuales se opusieron a la presencia de judíos en sus países. Los judíos, según los antisemitas, manipulaban las economías nacionales y promovían el descontento social y la lucha de clases.
Pero importa destacar que no se trata de una corriente ideológica que se propaga por sí sola, sino que el antisemitismo fue una herramienta clave en la constitución de algunos Estados nacionales, y de afianzamiento de una identidad nacional. No se trata de un prejuicio muy difundido porque sí, sino un armado desde el poder. La construcción de la identidad alemana unificando nacionalidades, los pogroms en la antigua Rusia del zarismo, el caso Dreyfus en Francia, hasta el pogrom de la Semana Trágica en Argentina, son ejemplos de esto.
Las clases dominantes de Europa veían a las clases oprimidas organizarse, y queriendo negar (e incluso negarse a sí mismos) que la lucha obrera surgía de las propias condiciones en que vivían los trabajadores, buscaban identificar a los judíos como el origen de sus problemas. Desde el principio, entonces, el antisemitismo estuvo entrelazado con el anticomunismo, y viceversa. La idea de que el movimiento comunista era una conspiración judía encontró su máxima expresión en el concepto nazi de judeo-bolchevismo. Esta es entonces una de las funciones históricas del antisemitismo, y en general de otras variedades de racismo y xenofobia. El objetivo central es siempre dividir a los explotados, señalar “chivos expiatorios” por las penurias de las masas explotadas y bloquear la revolución. Los líderes bolcheviques encararon una lucha decidida contra el antisemitismo y estudiaron la “cuestión judía” en esta comprensión.
“El antisemitismo es un peligro para los trabajadores. Es el camino de los explotadores, es el camino de los enemigos del pueblo. […] No hay lugar en el seno del pueblo trabajador para los antisemitas.” («Sobre el pogromo antisemita», V.I. Lenin, 1919)
Tanto el sionismo como los partidos y corrientes antisemitas, así como en general las variantes totalitarias y ultraderechistas, se desarrollan históricamente al calor del fracaso de la democracia liberal. La promesa de libertad, igualdad y fraternidad, que terminó deviniendo en imperialismo, guerras mundiales, genocidios, es un terreno fértil para la emergencia de todo tipo de movimientos políticos que distorsionan la conciencia de la clase obrera y direccionan el odio de clase contra sectores propios. El sionismo fue fomentado de manera intencionada para reducir la influencia del socialismo en la comunidad judía, que siempre tuvo exponentes y organizadores revolucionarios. Decía Winston Churchill en 1920, luego de destacar en el Illustrated Sunday Herald de Londres a los “judíos nacionales”:
En oposición violenta a toda esta esfera del esfuerzo judío, surgen los planes de los judíos internacionales. Los adherentes a esta siniestra confederación son en su mayoría hombres criados entre las desdichadas poblaciones de países donde los judíos son perseguidos por su raza. La mayoría, si no todos, han abandonado la fe de sus antepasados y han desterrado de sus mentes toda esperanza espiritual en el más allá. Este movimiento entre los judíos no es nuevo. Desde los días de Spartacus-Weishaupt hasta los de Karl Marx, pasando por Trotsky (Rusia), Béla Kun (Hungría), Rosa Luxemburg (Alemania) y Emma Goldman (Estados Unidos), esta conspiración mundial para derrocar la civilización y reconstruir la sociedad sobre la base del estancamiento, la malevolencia envidiosa y la igualdad imposible, ha ido creciendo de forma constante.
El antisemitismo comparte elementos con la vieja judeofobia cristiana. Pero el antisemitismo no es el simple odio hacia los judíos, es racismo estructurado desde el poder. Es la idea de que un grupo racial manipula la sociedad en secreto y siembra conflicto. Es una lógica de conspiración racializada, que apunta a proteger a un régimen. Por lo tanto, se puede aplicar a cualquier grupo a demonizar, partiendo de considerarlo una raza, no solo a los judíos.
Antisemitismo y sionismo: dos caras de la misma moneda
Comprendiendo la estructura racista que comparten el antisemitismo y el sionismo también se ilumina un aspecto que ya Theodor Hertzl vislumbraba en la fundación del movimiento sionista. La potencial alianza entre los antisemitas y los sionistas tiene un principio sólido: el proyecto de reunir a los judíos de todo el mundo para colonizar Palestina se lleva muy bien con la idea de la expulsión de las y los judíos de todo el resto de las sociedades.
Agreguemos que el mayor número de sionistas del mundo no es judío, sino cristiano-evangélico (más de 50 millones solo en Estados Unidos), que sostiene la creencia de que es necesario reunir a todos los judíos del mundo en “Tierra Santa” como condición para la segunda venida de Jesús (los judíos luego deberán convertirse al cristianismo o arder en el infierno). Allí se encuentra también el grueso del financiamiento de organizaciones como AIPAC (Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos – Israel), que pone luego fondos en las campañas tanto demócratas como republicanas (Haaretz, 20/2/24)
La asimilación y/o integración de la población judía a las distintas sociedades del mundo se opone por el vértice a la idea de una nación separada, que ejerce su “derecho a la autodeterminación”. En el caso de Israel, violando el derecho a la autodeterminación de la población palestina.
El antisemitismo como problema histórico fue, al menos hasta la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, un tema abrumadoramente europeo (una enorme mayoría de la población judía se concentraba en Rusia, Alemania, Polonia, Ucrania, Rumania, etc.). Con la llegada de los nazis al poder en la década del 30 se produce una oleada migratoria judía hacia otros países (no fue la primera), y con esta empieza a aparecer el fenómeno de la aceptación o en mayor medida el rechazo en numerosos países. Si bien existieron pogroms en Latinoamérica, como en Argentina en la Semana Trágica, el grueso del fenómeno estaba en Europa. El “antisemitismo” o judeofobia no existía como problema generalizado en ninguna otra parte del mundo en general, y mucho menos en Medio Oriente.
La fundación y la imposición de Israel en Palestina no es,como los sionistas quieren presentar, la respuesta al Holocausto nazi. En primer lugar, porque la colonización comenzó décadas antes de la Shoá. En segundo lugar, porque fueron los sectores del poder alemanes los que perpetraron el genocidio, no los palestinos ni los árabes. Solo el interés imperialista de tener un enclave “moderno” (proimperialista) en Medio Oriente, primero de Gran Bretaña pero luego de Estados Unidos, puede explicar que la “respuesta al Holocausto” esté en la partición forzada de Palestina y no en la construcción de un “Estado nacional judío” en alguna porción de la Alemania derrotada.
En La verdad sobre el pacto nazi-sionista (Haavara en hebreo) Roberto Gellert desarrolla, citando a Edwin Black, en términos concretos la alianza entre el movimiento sionista y el régimen nazi en los años previos a la “Solución final”. Mientras sectores de judíos pobres y obreros, incluidos veteranos de guerra, impulsaban un boicot económico global contra la Alemania nazi, las organizaciones sionistas —incluyendo el Congreso Judío Americano y la Agencia Judía en Palestina— se opusieron activamente al boicot. Estas organizaciones privilegiaron alcanzar un acuerdo con los nazis (el Haavara), que alentó, antes de la guerra, la emigración de unos 55.000 judíos alemanes a Palestina a cambio de suspender las medidas de presión internacional, y con ello garantizar el ingreso de capitales y bienes alemanes que ayudaron a estabilizar al régimen nazi en sus inicios. El sionismo actuó como un movimiento nacionalista étnico, anteponiendo la construcción de un Estado “judío” en Palestina, incluso a costa de la pasividad frente al genocidio nazi. La colaboración incluyó la creación de centros de adiestramiento en Alemania para los futuros colonos en Palestina, con entrenamiento agrícola y militar, preludio de las milicias sionistas como Irgún y Haganá. Y un trato preferencial para las publicaciones judías sionistas a diferencia de las judías socialistas que fueron prohibidas y perseguidas.
El sionismo, como ideología racista, tiene una lógica conspirativo-racial análoga al antisemitismo. Y el sionismo es “antisemita”, pero no porque odie a los “verdaderos semitas” que serían los palestinos, sino porque reproduce un principio antisemita al igualar sionismo a judaísmo: responsabiliza a todos los judíos del mundo por el accionar criminal del Estado de Israel, imponiendo en los hechos una identidad “israelí” a todo judío. Niega las identidades de cientos de miles de judías y judíos en todo el mundo: sea excluyéndolos del judaísmo, o anulando su posición política antisionista.
El sionismo es racista (con la lógica “antisemita” que desarrollamos en el apartado anterior) porque niega la lucha de liberación nacional palestina como una reivindicación genuina y la presenta como una expresión falsa de un objetivo oculto de un enemigo externo. Pero esta lógica racista no se desarrolló plenamente sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Es el empalme con el fascismo primero en la década del 30, y con el imperialismo “democrático” después de la guerra (primero inglés, pero rápidamente yanqui) y la constitución del Estado de Israel (otra vez, el poder) lo que hace que el movimiento sionista pase de ser, al menos en lo discursivo, de un proyecto de “Hogar Nacional” para un pueblo históricamente perseguido que buscaba padrinazgo de alguna potencia para encontrar una tierra, a ser un movimiento supremacista y expansionista. En los años siguientes construyó la imagen del judío fuerte, armado, colonizador, que habla hebreo, en oposición al judío exiliado débil, perseguido, que hablaba iddish. El sionismo redefine al judaísmo encubriendo su trayectoria como corriente minoritaria y busca borrar de un plumazo a esa mayoría que hablaba iddish, donde tenían mayor peso tradiciones socialistas, anarquistas, bundistas, que no es precisamente ese “judío débil” que había que enterrar luego del Holocausto. Ese judío sionista por definición sería superior a los palestinos, que no merecerían la tierra prometida por Dios al pueblo hebreo.
El antisemitismo no es una forma superior ni diferenciada de otras formas de racismo, como la islamofobia, la arabofobia, la xenofobia en general, etc. Basta comparar las caricaturas nazis del titiritero judío controlando el mundo con las caricaturas sionistas actuales del titiritero palestino haciendo lo mismo para comprender la lógica racializada, “antisemita”, del sionismo.
La DAIA y el “antisemitismo”
La DAIA publicó su informe anual (2024) sobre «antisemitismo» en la Argentina y generó una intensa polémica en las redes sociales, especialmente por los ejemplos más burdos de banalización y malversación de la judeofobia contenidos en su anexo donde detallan cada «caso». Pero el material merece un análisis más profundo: se trata de un desarrollo completo de la estrategia legal y política, pasada y futura, de la representación del sionismo (no de la comunidad judía) en Argentina.
El núcleo conceptual ya lo conocemos: la igualación de antisionismo con «antisemitismo» o judeofobia. Lo hemos visto aplicado en la persecución judicial contra Vanina Biasi (la diputada del PO está procesada) y Alejandro Bodart (el referente del MST tiene una condena de 6 meses en suspenso luego de fallos favorables revertidos). La lectura del informe anual, las consideraciones políticas y sus casos permite ver que la «preocupación» por la judeofobia es solo un Caballo de Troya. La misión estratégica de la DAIA es el blindaje del Estado genocida de Israel frente a las protestas, las críticas y denuncias, amedrentando a la población mediante la persecución de figuras políticas, intentando bloquear las muestras de solidaridad con la población palestina agredida.
«La masacre perpetrada por los grupos terroristas Hamás y la Jihad Islámica, en territorio israelí (…) también elevó las expresiones antisemitas y antisionistas a nivel mundial. Múltiples protestas se extendieron en espacios públicos contra la existencia del Estado de Israel, distorsionando en muchos casos la información y sacando a la luz viejos prejuicios haciendo abuso del oportunismo del conflicto. (…) Sin embargo, debemos tener claro que ese odio no se origina sólo marginalmente ni es patrimonio exclusivo de determinados sectores ideológicos. Hoy, el antisemitismo se expresa también en ámbitos calificados de la cultura, la política, el periodismo y la academia lo que lo vuelve más sofisticado y más difícil de disolver» (Mauro Berenstein, presidente de la DAIA).
El centro político está siempre colocado en condenar las expresiones contra el accionar criminal del Estado de Israel y su «derecho» a existir y a defenderse. Esto demuestra que la preocupación del sionismo no es la existencia del «pueblo judío» o israelí como tal, sino la existencia de Israel como Estado (colonial, supremacista, pro imperialista). Pero los Estados no tienen «derecho a existir»: son los pueblos los que lo tienen, y apoyamos la lucha de esos pueblos por su subsistencia y su autodeterminación. Además, según el derecho internacional, las potencias ocupantes, como es el caso de Israel en territorio palestino, no tienen derecho a la legítima defensa: son los pueblos bajo ocupación los que tienen derecho a la resistencia, incluso armada.
El sionismo, como movimiento colonial y supremacista, tiene especial preocupación por reprimir las frases «Palestina libre» y «Del río al mar», cuando es Israel el que define por la fuerza los destinos en ese territorio sin reconocerle derechos plenos a más de la mitad de la población que lo habita. Es Israel el que plantea y lleva adelante el proceso de exterminio y limpieza étnica del pueblo palestino, negándole el derecho a existir. Una Palestina libre, del río al mar, no implica la desaparición ni la matanza de la población judía, solamente implica la autodeterminación del pueblo palestino, el ejercicio de su derecho al retorno y la constitución de un Estado único con igualdad de derechos para todos sus habitantes, sean del origen que sean.
En especial se señala a los «ámbitos calificados» y es coherente con las acciones de la DAIA: motoriza directa o indirectamente denuncias en distintos ámbitos contra dirigentes políticos, periodistas como Alejandro Bercovich, actores como Norman Briski, docentes universitarios (hostigamiento a la Cátedra Libre de Estudios Palestinos «Edward Said» de la UBA) o secundarios (caso de Ana Contreras). Es claro que se trata de una acción sistemática, apuntando a lograr la autocensura previa de sectores que influyen en la sociedad con sus opiniones y trabajos.
El grueso del relevamiento sucede en el plano digital, y el informe se muestra «decepcionado» con las plataformas por una «flexibilización de las moderaciones y de sus políticas de tolerancia». De allí deriva que «se vuelve impostergable la acción activa de diversos sectores: gubernamentales, empresariales y organismos especializados». Pero importa destacar el componente «virtual» de las denuncias: el «alarmante brote de antisemitismo» que la DAIA se empeña en agitar no se verifica en acciones violentas, ni tampoco en exclusiones discriminatorias en espacios de estudio, trabajo o mediáticas. No hay grupos organizados ejerciendo discriminación ni violencia contra grupos judíos ni instituciones religiosas o educativas, mucho menos desde sectores del poder. Sí hay una búsqueda permanente por mostrar al movimiento de Solidaridad con Palestina como «antisemita» pero no pueden exhibir un solo ejemplo que avale esa tesis, ya que en las acciones de protesta convivimos en solidaridad personas de origen palestino y árabe en general, judío, cristiano, ateo y de todas las tradiciones políticas.
Aunque no es el centro del problema, párrafo aparte merece el contenido de los casos relevados y su tratamiento. Se repite aquí la metodología de la Anti Defamation League estadounidense. Organizaciones bajo la dirección política del sionismo, parte interesada en el debate, recopila estadísticas y pretende presentarlas como «objetivas» sin ningún tipo de evaluación metodológica ni fiscalización de organismo alguno. Cada foto de una bandera palestina desplegada, cada cartel reclamando el fin de la agresión en Gaza y el ingreso de ayuda humanitaria, cada tuit crítico sobre el Estado de Israel, todo sirve para engrosar los números y presentar una estadística alarmante que permita una victimización y el auto encubrimiento de Israel. El ejemplo extremo y paradigmático de esta práctica es que se incluye como «antisemita» el tuit que realizamos miles de judíos y judías en todo el mundo repudiando la masacre en Gaza:
Como decíamos al comienzo del artículo, la representación sionista de Argentina tiene claros sus objetivos y traza un plan de acción que se enfoca, especialmente, en influir sobre la educación:
«Propondremos también desde la DAIA, la concientización en el ámbito legislativo con la modificación de la Ley de Educación para incluir en forma obligatoria y en todos los niveles, el tratamiento de las temáticas del discurso de odio, el antiterrorismo y el antisemitismo capacitando a los docentes que trabajarán la temática en las aulas» (Mauro Berenstein, presidente de la DAIA).
En otro segmento del «Informe», Mariano Galpern propone que la DAIA trabaje para que exista una capacitación obligatoria en «antisemitismo» para jueces y fiscales, la adopción uniforme de la definición de la IHRA (Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto, por sus siglas en inglés) en todos los tribunales del país, y el desarrollo de estrategias de persecución penal para delitos de odio en plataformas digitales y una investigación proactiva de delitos de odio. Para mejorar la «efectividad» de la Ley 23.592 (utilizada para perseguir a Vanina Biasi, esgrimiendo el artículo 3 pero violando de ese modo el artículo 1 que prohíbe la discriminación por opiniones políticas), Galpern promueve el monitoreo de redes sociales y foros en internet, colaboración con expertos en antisemitismo (aportados por la DAIA, claro) y el uso de herramientas tecnológicas para rastrear y documentar la difusión de mensajes discriminatorios.
En otra sección, Damián Szvalb esboza un análisis político del «auge del antisemitismo» post 7 de octubre: balbucea las hipótesis de «una feroz polarización del debate sobre el conflicto israelí-palestino» y una naturalización de «discursos violentos, extremistas y cargados de crueldad» para explicar el repudio a Israel, que la DAIA llama «antisemitismo». Pero omite, al igual que todo el informe en su conjunto, referirse a los más de 60 mil muertos contabilizados en Gaza, la destrucción del 85% de la infraestructura civil incluyendo hospitales y escuelas, el hambre inducida durante meses sobre una población cautiva de más de dos millones de personas, las órdenes de arresto de la Corte Penal Internacional contra Netanyahu y Yoav Gallant, la denuncia de Sudáfrica apoyada por decenas de países contra Israel por genocidio. Entre el 7 de octubre y la actualidad, según Szvalb, lo único que sucedió fue una «respuesta militar» del Ejército israelí y un auge del odio a los judíos.
Si vemos el gráfico incluido en el informe, podemos notar rápidamente dos fenómenos: el incremento de los “casos de antisemtismo” se da en un sentido amplio con la generalización del uso de internet, foros y redes sociales, y en particular vemos “picos” en momentos coincidentes con ofensivas sionistas o con acciones de la resistencia palestina: la guerra con Líbano en 2006, la operación “Plomo Fundido” de 2008-2009, la operación “Margen Protector” de 2014, las marchas pacíficas del Retorno de 2018-2019 brutalmente reprimidas por el ejército israelí, y finalmente 2023-2024 con el mundo entero viendo por redes sociales el genocidio en Gaza y el avance sobre Cisjordania, la operación terrorista de los beepers, los bombardeos a Siria, Líbano, Yemen, Irán. El sionismo pretende presentar estos supuestos “brotes antisemitas” como consecuencia de los ataques recibidos, pero el argumento carece de lógica. Momentos donde el “pueblo judío” supuestamente es atacado por “organizaciones terroristas” debieran fomentar la solidaridad, no el odio hacia las víctimas. Es al revés: el repudio al sionismo es contabilizado una y otra vez como antisemitismo, y es por eso que cada etapa de avance sionista genera una nueva ola de expresiones de solidaridad con los pueblos agredidos.
La impostura del informe queda en evidencia cuando Szvalb dice: «Un fenómeno especialmente preocupante es cómo el foco de la lucha contra el antisemitismo se movió casi exclusivamente hacia grupos progresistas y de izquierda. Al mismo tiempo, presenciamos un inquietante lavado de imagen de formaciones de extrema derecha históricamente antisemitas como los partidos de Le Pen en Francia, Vox en España y Alternativa por Alemania que ahora abrazan un supuesto apoyo a Israel mientras mantienen estructuras ideológicas profundamente problemáticas.» Lógicamente, solo herederos de nazis y fascistas, enemigos de los pueblos, pueden apoyar a Israel. Y agregamos: el gobierno de Israel y las instituciones sionistas aceptan gustosos esa amistad. Siempre hubo un entendimiento entre sionistas y judeófobos: ambos quieren que los judíos abandonen sus lugares de origen y vayan a vivir a Israel.
Brillan por su ausencia en este párrafo Donald Trump y Javier Milei, aliados incondicionales de Israel. El primero cobija dentro de su movimiento MAGA a grupos neonazis que sostienen que judíos y latinos vienen a reemplazar al hombre blanco estadounidense, e indultó a Robert Keith Packer y a otros detenidos por el asalto al Capitolio, varios de ellos utilizando simbología neonazi.
Javier Milei designó y mantuvo durante más de un año como Procurador General de la Nación al nazi Rodolfo Barra, avalado explícitamente por la Daia. Previamente, como desarrollamos en otro artículo de Prensa Obrera escrito por Tomás Eps, contó con el soporte electoral del partido Unite, de José Bonacci, admirador de Hitler; mientras que Lilia Lemoine defendió a Carlos Pampillón, condenado por liderar bandas neonazis en Mar del Plata. El influencer oficialista Marco Palazzo, expulsado este fin de semana de Parque Lezama por sus provocaciones contra la masiva asamblea LGBTI+, cuenta entre sus elaboraciones, con artículos en defensa del funcionario nazi Adolf Eichmann, uno de los principales arquitectos de la “solución final del problema judío”.
La publicación de la DAIA expone, para quien quiera ver, la miseria absoluta de una institución que, al igual que el Estado de Israel, utiliza al judaísmo para justificar las peores atrocidades contra la humanidad, instrumentalizando la judeofobia para censurar y perseguir a quienes defienden los derechos humanos del pueblo palestino, lo que incluye su derecho a la resistencia, a la autodeterminación y al retorno a sus tierras.

Ver el informe de la DAIA
El caso de la fake news sobre el acuerdo bilateral entre Argentina e Israel
En las últimas semanas se difundieron, primero mediante posteos, luego notas en algunos portales de circulación marginal y finalmente en algunos medios de circulación masiva, informaciones engañosas, distraccionistas, respecto de un acuerdo bilateral de seguridad social entre Argentina e Israel. Según estas versiones, el Estado argentino le iría a pagar subsidios y asignaciones sociales, así como también jubilaciones, a israelíes que desearan “venir a poblar la Patagonia” (o la Argentina, según el portal). Así, muchos creyeron ver una confirmación de la entrega de Milei a Israel y de los planes sionistas de colonizar una parte de la Argentina.
Lo cierto es que el acuerdo, firmado en 2017, legalizado en Argentina en 2021, entró en vigencia en 2024. Es decir que atravesó tres gobiernos de distinto signo político. Todos los gobiernos de las últimas décadas profundizaron sus vínculos con Israel, su Estado, sus empresas, sus instituciones. Hay decenas de convenios bilaterales y también multilaterales, que no incluyen asignaciones ni subsidios. Son mecanismos de compensación mutua que permiten reconocer aportes jubilatorios realizados en los países de origen para quienes migran o regresan luego de muchos años a su país.
Pero vamos al acuerdo, ¿es un incentivo a la inmigración israelí a Argentina? Si fuera así, sería una medida antisionista, fomentando que colonos israelíes abandonen Palestina, en un momento en que Israel necesita una superioridad numérica absoluta para colonizar toda la Palestina histórica, y luego avanzar en sus planes de “Gran Israel”. Incluso, a partir del nuevo enfrentamiento con Irán, ha prohibido a sus ciudadanos salir del país con el objetivo de evitar el éxodo masivo que viene sufriendo desde el 7 de octubre del 2023.
Toda la política internacional del sionismo está orientada al mismo fin: concentrar la mayor cantidad de judías y judíos en la Palestina histórica, para reforzar el carácter “judío” de Israel y avanzar en los asentamientos de Cisjordania. Invierten cientos de millones de dólares al año en propaganda, viajes financiados, subsidios a quienes se radican en “Israel”.
El acuerdo es recíproco. Y es un incentivo más a la emigración de judíos argentinos a «Hacer Aliá» (a Israel) sumando a los beneficios que ya tiene la sionista “Ley del retorno” (que otorga incentivos a los judíos que decidan migrar a “Israel”), ahora podrán jubilarse en Israel sin problemas, no importa cuántos años hayan trabajado en Argentina. De hecho lo que sí existe es una asignación que otorga el sionismo para judíos que emigren a Israel: la canasta de absorción (sal klita), que proporciona asistencia financiera durante los primeros meses en las tierras ocupadas.
Por supuesto, nada es inocuo. Este acuerdo es un paso más en el afianzamiento cotidiano de las relaciones entre Israel y Argentina, en la penetración del sionismo como ideología y de sus capitales. Durante la visita de Milei a Israel la organización Fuera Mekorot presentó en simultáneo petitorios en 8 provincias exigiendo la inmediata finalización de los contratos firmados a través del Consejo Federal de Inversiones con Mekorot, empresa estatal de agua israelí.
Sin caer en informaciones falsas o teorías conspirativas, debemos exigir la anulación de este acuerdo y todos los demás, que se retiren todas las empresas israelíes de nuestro país, incluidas las Malvinas, así como la ruptura total de relaciones con un Estado genocida y de ocupación. La diputada Vanina Biasi (PO -FITU) presentó un proyecto de Ley exigiendo la ruptura de toda relación diplomática con el Estado de Israel.
Este tipo de versiones engañosas se apoyan en dos pilares: un refrito de la desacreditada teoría del “Plan Andinia”, que veremos a continuación, y un comprensible instinto de rechazo al Estado genocida de Israel. Pero difundir información falsa o engañosa nos genera un gran daño: permite la victimización típica del sionismo y nos pone a discutir temas que no son el eje de la causa palestina.
¿A quién le sirve la teoría del Plan Andinia?
Este apartado es un texto de elaboración colectiva de Judíes x Palestina
Desde Judíes x Palestina vemos con preocupación que entre sectores de activistas por la causa palestina resurja y se difunda la teoría del Plan Andinia, según la cual habría una conspiración judía secreta para apropiarse de la Patagonia Argentina, con décadas de desarrollo.
Esa teoría surgió en el contexto de una ola de “odio a los judíos” posterior a la captura del jerarca nazi Adolf Eichmann en Argentina, en 1960. Fue, de hecho, concebida por los hijos de Eichmann y su partido neonazi, el Frente Nacional Socialista Argentino. En los ‘70 sería impulsada por autores anti-judíos en Argentina y Chile. Por su contenido judeo odiante y su núcleo “nacionalista”, encontró buena recepción entre las FF.AA. y la burocracia sindical. Durante la dictadura, se torturaba a detenides judíes demandándoles detalles del Plan Andinia. La teoría se mantuvo en círculos fascistas y en sectores de inteligencia de la Policía Federal, que se apoyaron en ella para justificar la infiltración en la comunidad judía. Este origen es insoslayable y por sí mismo debería llevar a quienes enarbolan esta teoría en la actualidad a cuestionarse el asunto.
Las especulaciones relativas al Plan Andinia son herederas de una larga tradición de versiones conspirativas que avivan sentimientos, pensamientos y comportamientos anti-judíos entre la derecha argentina, que jugaron un papel fundamental en el primer pogrom de Latinoamérica, durante la Semana Trágica de 1919. En gran parte de esa tradición, los judíos aparecen identificados con la izquierda como un sujeto conspirador -lo que muestra el objetivo reaccionario de estos relatos. Las nuevas versiones del “Plan Andinia” buscan asociar al judaísmo ya no con la “izquierda subversiva” sino con el sionismo y el colonialismo, apoyándose en el mismo núcleo nacionalista de defensa de la “soberanía” en la Patagonia. Como si la Patagonia no llevara siglos de asedio colonial e imperialista, como si no tuviera ya dueños.
El elemento más repetido que “prueba” la teoría serían los viajantes de Israel. Muchos de ellos son efectivamente criminales de guerra, cuya presencia hemos repudiado y exigimos que se los juzgue como tales. Pero esto no implica que su estadía en la Patagonia sea una evidencia fáctica de un Plan de colonización ni una presencia de tropas (no están uniformados, no llevan armas, etc.). El propio hecho de que este turismo israelí sea público contradice la base de la teoría de un “plan secreto”. A su vez, solo el 2% del turismo israelí viene a Latinoamérica; la mayoría van a países europeos. ¿Debemos concluir que Israel quiere colonizar toda Europa?
Un segundo elemento esgrimido como probatorio son los hostels destinados a israelíes, sobre los que se ha llegado a difundir que se podrían camuflar “bases militares”. Sabemos que lxs turistas israelíes que visitan ciudades en toda la Argentina -no sólo en la Patagonia- y en otros países de la región, utilizan este tipo de hospedaje que no tiene estatus “militar”. Y también sabemos que las bases militares no se disfrazan de este modo.
Estas y otras supuestas señales sobre el Plan Andinia son circunstanciales, y no se sostienen más que en relación con una convicción previa, un prejuicio. ¿Alguien puede pensar realmente que una de las principales potencias mundiales en el desarrollo de tecnología militar y softwares de espionaje (¡Pegasus, Lavender!) necesita de “espías” que hagan estudios topográficos a la vista de todos y transmitan por radio desde la Patagonia información que se podría obtener mediante satélites? ¿En el país del encubrimiento de los atentados de la Embajada de Israel y de la AMIA, de la colaboración permanente de la SIDE con el Mossad, con un poder judicial que acomodó por décadas todas las investigaciones a los intereses de Estados Unidos e Israel, sería necesario que haya “espías” extranjeros dibujando mapas disfrazados de turistas? Es un absurdo.
El prejuicio y el absurdo de la conspiración judía para colonizar la Patagonia no se subsana, ni se rectifica sustituyendo el nombre de “Plan Andinia” por otro que sostiene el mismo núcleo ideológico, ni reemplazando la palabra “judío” por “sionista””, despojando a ambos términos de su verdadero significado y, mucho menos, con la mención con tinte racista como “los de la estrella”, usada por algunos influencers.
No se nos escapa que el caldo de cultivo para el resurgimiento de esta teoría es la propia acción de Israel, que ejecuta un genocidio contra la población palestina y avanza colonialmente sobre este territorio “en nombre de los judíos”. JxP ha insistido incansablemente en diferenciar judaísmo (una colectividad) de sionismo (un proyecto político colonialista, racista y segregacionista). La teoría del Plan Andinia, por el contrario, replica esa identificación, al insistir en la existencia de un “enemigo judío” en las sombras.
Tampoco sirve de nada remarcar la identidad religiosa de los empresarios capitalistas aliados a Milei, ellos son sionistas por su orientación política, no por su religión o cultura. La mayor colectividad sionista del mundo no es la judía, sino la evangélica, con cifras que triplican o cuadruplican solo en Estados Unidos a toda la población judía mundial.
En la Patagonia hay un proceso de expoliación y saqueo desde hace siglos, que en la actualidad tiene sus punto más alto en el acaparamiento de las tierras por parte de corporaciones y familias empresarias: Benetton, Lewis, el grupo Heilongjiang Beidahuang, Ted Turner, Ward Lay y otros. También de familias locales, como los Braun-Menéndez, pioneras en la colonización fundante de la Patagonia que fue la masacre sobre los pueblos originarios. Es decir: la Patagonia ya está colonizada, ya tiene dueños.
Alcanza escuchar a la generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur estadounidense, para ver que la principal potencia mundial cuenta como propios todos los bienes naturales que en teoría están bajo soberanía argentina. Esa usurpación de los bienes naturales se realiza mediante empresas extractivistas extranjeras como Shell, Chevron, Exxon, Yamana Gold, Pan American Silver. Y se apuntalara con la instalación de bases militares estadounidenses.
Todo este extractivismo y terricidio se lleva adelante con la complicidad de los sucesivos gobiernos argentinos. ¿Alguien puede pensar que Estados Unidos cedería su “patio trasero” a Israel? Quien dé una respuesta afirmativa a esta pregunta debería demostrar que Israel controla a Estados Unidos y no al revés, a pesar de que fueron los EEUU los principales promotores del enclave sionista en Medio Oriente, y que a lo largo de toda su historia financiaron, armaron y protegieron a Israel para desarrollar sus objetivos en la región. Aquí tenemos otra teoría conspirativa anti-judía recargada, la famosa “conspiración judía mundial”, que plantea que la principal potencia imperialista del mundo es en realidad un títere del “poder judío” en las sombras.
Es cierto, Israel participa de esta confiscación extractivista de nuestro suelo mediante la empresa de aguas Mekorot, que se forjó gracias a décadas de atropellar el derecho al agua de las poblaciones nativas de Palestina, y ahora cuenta con un acuerdo para desembarcar en más de diez provincias argentinas. Pero esto no sucede solo en la Patagonia, sino en todo el país y también en el resto del mundo. Pensar que el modus operandi del gran capital requiere de la ocupación y colonización directa de las tierras y poblaciones que explota es directamente ignorar cómo funciona el capitalismo en su fase imperialista desde hace más de 100 años: Israel constituye una excepción, no la regla. Latinoamérica está bajo la órbita del imperialismo sin necesidad –por ahora- de ninguna ocupación militar.
Aunque algunos crean que sirve a la causa palestina, lo cierto es que la reproducción de teorías como está la desprestigian frente a enormes sectores del pueblo que están preocupados por el resurgimiento de ideologías fachistas y que son sensibles a la historia de persecución y discriminación de las y los judíos, con su punto más alto en el Holocausto. Una teoría sostenida en discursos de odio es incompatible con la lucha antisegregacionista y antifascista.
La propagación de ideas anti-judías confluye de hecho con la propaganda del Estado israelí y sus aliados, que insiste en la falsa asociación entre antisionismo y antisemitismo / anti-judaismo, y que busca desvirtuar el creciente movimiento por Palestina como un ascenso del judeo-odio. Lejos de haber un “tsunami de antisemitismo” en el mundo, podemos ver en todos los países al movimiento pro-Palestina integrar en solidaridad y compañerismo a árabes, judíos, religiosos y ateos, sin ningún problema.
El relato israelí busca mostrar que el anti-judaísmo es un fenómeno mundial en continuo ascenso, que el peligro para los judíos del mundo está siempre a la vuelta de la esquina, y de esa manera legitimar de manera continua la necesidad de un Estado Judío como un refugio y un reaseguro de que jamás volverá a ocurrir un Holocausto anti-judío.
La realidad es lo suficientemente atroz, el colonialismo sionista en Palestina, Siria, Líbano, es lo suficientemente real y pujante como para tener que inventarnos demonios o fantasmas que nos distraigan. El sionismo desarrolla sus planes de establecer un “Gran Israel” ante los ojos del mundo entero, y aún así avanza, con el apoyo del imperialismo y de las burguesías de todos los países del mundo. Un proceso que ha dado un salto espantoso con el genocidio en curso desde hace un año y medio. Cuyo capítulo más reciente es un salto en los ataques de colonos y el Estado en Cisjordania. Y en Gaza, una nueva ola de bombardeos con cientos de muertos, en violación del cese al fuego, y la amenaza de una invasión terrestre.
Llamamos a todas las organizaciones comprometidas con la causa palestina a rechazar la circulación de esta teoría y a concentrar nuestras fuerzas en el combate contra el genocidio sionista y la colaboración de nuestro gobierno con el Estado asesino de Israel.
Conclusión
El antisemitismo es un problema político actual. No porque haya una ola de pogromos, persecuciones, exclusiones laborales y académicas, ni bandas fascistas atacando a las y los judíos del mundo. Tampoco porque haya grupos “fundamentalistas” que tengan como objetivo la eliminación de los judíos. Será objeto de otro artículo el análisis de los programas y el accionar de la resistencia palestina y sus organizaciones, que tienen muy clara la diferencia entre sionismo y judaísmo. La cuestión del antisemitismo es un problema, entonces, porque se trata de una poderosa herramienta ideológica del poder utilizada en múltiples direcciones.
El antisemitismo se manipula sobre la población judía para generar miedos, explotar puntos sensibles y forzar un apoyo al proyecto colonial, supremacista y genocida del “Gran Israel”, pintando un mundo hostil para la población judía, donde un nuevo holocausto está a la vuelta de la esquina y es necesario un Estado judío superpoderoso como reaseguro. La industria armamentística yanqui y europea (pero especialmente la estadounidense) lucra a una escala inimaginable con la agresión guerrerística permanente de Israel, que siempre se está “defendiendo”. Los aportes milmillonarios anuales a Israel, financiados por los impuestos de los trabajadores de Estados Unidos, regresan a los capitalistas bajo la forma de compra de armas, municiones, tecnologías y más.
El sionismo instrumentaliza la “lucha contra el antisemitismo” sobre los pueblos de todo el mundo para demonizar a la resistencia palestina, desacreditar su causa nacional y bloquear el apoyo y la solidaridad internacionales.
Una comprensión profunda del antisemitismo, su origen, su desarrollo histórico y su actualidad, permite fortalecer al movimiento por Palestina, dándole argumentos frente a las descalificaciones y persecuciones legales, y generando también anticuerpos ante los prejuicios que afloran entre sectores genuinamente solidarios, pero desprevenidos, frente a las operaciones ideológicas del sionismo y de los nacionalismos.
Para los socialistas, revolucionarios, una perspectiva internacionalista debe incluir necesariamente la unidad de todos los pueblos contra todas las formas de colonialismo, la defensa del derecho a la autodeterminación, y el combate a todas las formas de racismo, que no tienen otra función que reproducir el sistema capitalista.