El Garrahan está hoy en voz de todo el país. Si bien el hospital siempre fue noticia por hacerse allí inéditas intervenciones quirúrgicas o por los exitosos tratamientos de enfermedades poco frecuentes que se realizan, hoy lo es por estar sus trabajadores al frente de una tenaz lucha en defensa de los salarios y de la salud pública. Y no sólo fue y es noticia por ser una lucha que conmociona al país, producto de ella, hace algunas semanas sus trabajadores conquistaron un incremento salarial del 61% y un ítem fijo de $450.000/$350.00. Un triunfazo de los trabajadores, que en las categorías bajas duplica el salario en tiempos de paritarias del 1%. Así, este hospital pediátrico de alta complejidad se ganó la atención de toda la clase trabajadora, siendo una lucha enorme que contrasta con la actitud de parálisis y entrega de las burocracias sindicales, tanto cegetistas como ceteistas.
En los dos años de gobierno de Milei, el Garrahan es visto por todo el país como un espacio de lucha y resistencia, atrayendo el interés mediático y de la opinión pública. Esto mismo sucedió hace exactamente veinte años, en una huelga de larga duración y decidido protagonismo de los trabajadores que, como en la actualidad, se levantaron contra la política del gobierno de turno.
El presente artículo busca reconstruir la histórica huelga del 2005 en el Garrahan, habiendo sido parte de la serie de luchas más importantes que protagonizó la clase obrera de nuestro país tras el “Argentinazo” del 2001. Esta lucha es parte integrante de un nutrido capítulo de conflictos que incluye la huelga de los trabajadores del subterráneo, los ceramistas de Zanón y, por supuesto, la enorme gesta del combativo movimiento piquetero, entre otras.
Podría creerse que es casualidad que a dos décadas de la huelga del 2005, en el hospital se haya desarrollado una lucha de similares características. Así como no es casual, tampoco es habitual que tras veinte años se desarrolle una lucha de igual o mayor magnitud. En cualquier caso, existen varias razones que explican el fenómeno, por lo que intentaremos analizar qué continuidades existen entre una lucha y la otra. Qué elementos se repitieron, pero también cuáles varían y por qué es fundamental recuperar las luchas del pasado como propias, como parte integrante de nuestra historia.
Las distintas patronales y las burocracias sindicales hospitalarias se han encargado de oscurecer el recuerdo existente sobre la huelga del hospital en el 2005. Se busca asociar esta emblemática lucha con el caos, el exceso, e incluso con el “abandono de los pacientes”. A aquellos trabajadores más jóvenes, que no estuvieron en la huelga, se les niega la importancia que tuvo la misma, del mismo modo que se busca borronear las conquistas que dentro y fuera del hospital se obtuvieron con la lucha obrera. Lo mismo que ocurre en la historia de un país, ocurre en la historia de un sector, una rama o lugar de trabajo. La clase obrera no es olvidadiza, ni niega su pasado, sólo que por sí misma no tiene los instrumentos, las herramientas, el tiempo, para reconocer su historia, sus luchas, y explicar así su situación en el presente.
Nos detendremos centralmente en abordar qué características tuvo la gran huelga del 2005, qué sectores la protagonizaron, qué comportamiento tuvo el gobierno de Kirchner, cómo jugó la burocracia sindical, qué se logró y, lo que nos resulta aún más importante: qué lecciones se pudieron extraer de esta lucha, sin dudas, parte de la hoja de ruta del conflicto del Garrahan en la actualidad. La huelga del 2005 contó con una diversidad de aspectos que serán reconstruidos a partir del testimonio de sus protagonistas, las actas de las asambleas y reuniones de delegados, junto con distintas notas y archivos periodísticos.

La génesis de la huelga
Del mismo modo que nuestro conflicto actual, la lucha que terminó por explotar en el 2005 se inició el año anterior. Como bien recuerdan sus protagonistas, el 2001 pasó sin grandes manifestaciones dentro del hospital, lo que no significaba ni que el salario de los trabajadores ni que el propio Garrahan estaba en buenas condiciones presupuestarias y edilicias a poco más de quince años de su inauguración. Con una devaluación salarial de más del 400%, el descontento de los trabajadores no dejó de madurar durante todo este período, colmando la paciencia de quienes durante trece años tuvieron sus salarios congelados
La lucha se manifestó inicialmente por caminos impensados. En el segundo semestre del 2004 una asamblea convocada por UPCN, sin ningún otro propósito que descomprimir cierta bronca de sus propios afiliados, terminó conformándose en un gran canal de deliberación, transformándose al poco tiempo en una asamblea conjunta de todos los gremios. Los delegados de ATE fueron quienes se acercaron al Aula Magna (espacio histórico de la lucha del 2005 y también del 2025) y plantearon la idea de unificar la asamblea entre todos los sindicatos, situación que dejó impotentes a los dirigentes burocráticos, quienes veían atónitos la voluntad de sus bases a unificar. Esta política chocaba de frente con los intereses de una burocracia que quedó desconcertada al ver que sus mecanismos de contención originales se transformaban en otra cosa. Para los burócratas sindicales la asamblea siempre es un espacio de exposición de una línea, sin deliberación ni resolución, que deberá ser llevada a cabo sin cuestionamientos. Si bien esta experiencia fue limitada temporalmente, ya que en la segunda asamblea conjunta UPCN se retiró -poco tiempo después SUTECBA y la APyT (Asociación de Profesionales y Técnicos) hicieron lo propio-, resultó de enorme valor pedagógico para la lucha de los trabajadores. De ahí en más la Junta Interna de ATE quedó al frente de una masiva asamblea, que definió paros y movilizaciones durante varios meses, participando afiliados de distintos gremios burocráticos, descontentos con el “abandono” de sus dirigentes.
El malestar no solo se expresará en un futuro cercano con un método de lucha decidido, sino que también fue asumiendo un preciso contenido reivindicativo. ¿Cuánto debería ganar un trabajador? El reclamo en el 2004 exigía un incremento de $250 al básico, un 70% de aumento y el reconocimiento de la comida para los trabajadores. Pronto, a la discusión del porcentaje de incremento se sumó una consigna de enorme valor reivindicativo como político: el salario mínimo debía ser igual a la canasta familiar. La medida del salario no podía establecerse por la pauta inflacionaria anual ni mensual, números que desconocían lo perdido hasta el momento, sino por el costo de vida que tiene un trabajador y su familia a lo largo del mes, y el sentido elemental que posee el salario: reproducir las condiciones de existencia de la familia obrera.
Las respuestas del gobierno no fueron en el 2004 más allá de algunas sumas no remunerativas (bonos) y un denodado esfuerzo por desarmar el conflicto. El gobierno de Néstor Kirchner por medio de la cartera laboral impulsó conciliaciones obligatorias, al mismo tiempo que empezó a interferir en la huelga, impulsando la necesidad de que existan “guardias mínimas” los días de paro. Al finalizar el año 2004, un sabor amargo quedó en los delegados y el común de los activistas. Si bien se pudo poner a los trabajadores de pie en un reclamo salarial, se inició el período de vacaciones de verano sin certezas sobre las posibilidades de retomar la lucha al año siguiente.
La huelga del 2005, como cualquier otra huelga, tuvo distintas etapas: ascendente, amesetamiento y descendente. Los dos momentos más álgidos se dieron en el mes de abril y entre julio y agosto. En estos meses existieron huelgas de 24, 48 y 72hs, junto con movilizaciones dentro y fuera del hospital.

Las jornadas de abril y el inicio de un conflicto de repercusión nacional
Durante enero, febrero y marzo de 2005 desde la Junta Interna de ATE se impulsaron una serie de acciones en las puertas del hospital. Las primeras asambleas fueron pequeñas y resolvieron tímidas medidas de fuerza: dos horas de paro que sólo buscaban dar cobertura a las concentraciones en Combate de los Pozos 1881, emblemático espacio de lucha de los trabajadores hasta el día de hoy. A los profesionales, organizados en la APyT se les propuso realizar asambleas conjuntas, propuesta rechazada sin discusión en la base.
El primer paro del 2005 se realizó a fines de marzo y dio lugar a huelgas y movilizaciones durante todo el mes de abril. Con paros de 48 y 72 hs, los trabajadores, en especial las enfermeras, desarrollaron medidas de fuerza sin antecedentes en el hospital. El gobierno intentó bloquearlas llamando a la conciliación obligatoria, la cual fue rechazada por improcedente. Por un lado, los trabajadores se ampararon en la propia ley que establece que la tercera conciliación dictada para un mismo conflicto pierde su carácter obligatorio, mientras que por otro lado, la conciliación es por naturaleza improcedente, al ser este una medida parcial, definida por el mismo gobierno que administra el hospital.
Durante estas semanas ocurrió de todo en el hospital. Los medios de comunicación dieron una enorme cobertura al conflicto, en general estigmatizando a los trabajadores, y el gobierno de Kirchner asumió un mayor protagonismo a la hora de organizar una política de ataque a la huelga, en coordinación con el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Anibal Ibarra (responsable de la masacre de Cromañón, meses atrás), y la Justicia Federal. Mientras el jefe de gobierno municipal dispuso de enfermeras “carneras” para reemplazar a las huelguistas, con un resultado negativo, la justicia apuntó contra los trabajadores, acusándolos de “abandono de persona” en las jornadas de huelga.
El ministerio de Trabajo envió inspectores que no pudieron constatar que la atención de los niños estaba comprometida, pero igualmente estableció un requerimiento mínimo de personal con el objetivo de quebrar la posibilidad de huelga. Los medios reprodujeron estos datos de supuesto incumplimiento en los planteles de trabajo e hicieron entrevistas a algunos familiares para que, en medio de la desesperación o la coacción (muchos de ellos fueron sobornados por las empresas mediáticas), declaren en contra de la huelga, denunciando una presunta falta de atención a sus hijos.
El antiobrero fiscal Guillermo Marijuan, recordado por estar hoy al frente del ataque al Polo Obrero y las organizaciones piqueteras que enfrentan a Milei, en ese momento se encargó de acusar de “abandono de persona” a los huelguistas y solicitó al juez Rafecas un allanamiento del hospital para acceder a las historias clínicas de los niños fallecidos desde que se iniciaron los paros. Una locura, tratando así de relacionar los decesos propios de un hospital con la huelga de los trabajadores. Esta solicitud no fue admitida, pero el mismo juez se encargó de enviar policías y gendarmes al hospital, rodeando de camiones hidrantes las calles aledañas y habilitando el ingreso de efectivos en las puertas de las salas de atención. Para enfrentar esta escalada represiva sin antecedentes en la salud, resultó crucial la intervención de las propias enfermeras, enfrentando cuerpo a cuerpo a la policía y haciendo cordones humanos para impedir su ingreso. También, los familiares fueron protagonistas en estas jornadas, exigiendo a estos policías que se retiren del lugar de atención de sus hijos.
Los paros contaron con un alto nivel de acatamiento, y en las asambleas se discutió cómo actuar frente a las amenazas de sumarios, descuentos e incluso de despidos que tanto el Consejo agitaban en los medios de comunicación. Alberto Fernández, jefe de gabinete en aquel entonces, tildó a los trabajadores de “necios e irresponsables” y acusó a los dirigentes de esconder “contenidos políticos, partidarios e interesados” bajo sus reclamos (Página/12, 21/4/05). En la misma línea, Aníbal Fernández, fiel a su macartismo, señaló a la Junta Interna de tener integrantes de izquierda en sus filas (nombrando explícitamente al Partido Obrero).
En este contexto, llegaron las recordadas declaraciones del ministro de salud Ginés Gonzalez García. Primero, en tono con sus compañeros de gabinete, Ginés hizo un llamado a los delegados a que “dejen de hacer política en el hospital”. Como no bastaba con este señalamiento de corte antiizquierdista, Ginés redobló la apuesta y acusó al conjunto de los trabajadores del Garrahan de ser “terroristas sanitarios”. Enfermeras y enfermeros eran acusados de ejercer terror en el hospital, ni más ni menos. La acusación vino en un contexto de persecución internacional al llamado “terrorismo”, categoría por demás arbitraria y manipulada que desplegó a su gusto el presidente norteamericano George Bush como justificación para invadir países y perseguir opositores. La categoría de “terroristas”, como bien resaltaban los volantes de la Junta Interna, se daba en un país donde la última dictadura militar hizo uso del mismo término para desaparecer a 30.000 militantes políticos. La indignación creció puertas adentro del hospital con esta declaración del ministro de salud, del mismo modo que lo hizo la solidaridad puertas afuera. El odio que despertó en las enfermeras aún hoy es recordado para quienes participaron de la huelga, por lo que la vuelta de Ginés al ministerio en el 2019 de la mano de Alberto no pasó desapercibida entre los trabajadores del hospital.
El clima en el hospital era cada día más tenso. Las amenazas y las mentiras sólo generaron más bronca entre los trabajadores. Al punto que los médicos enrolados en la APyT dispusieron una medida de fuerza, muy menor y simbólica, pero que servía a los huelguistas: los médicos concurrirían a trabajar, pero no firmarían planillas. Sin embargo, este apoyo resultó por demás parcial. La enorme mayoría de los sectores profesionales, apadrinados por las jefaturas, en ese momento se manifiestaron en contra del paro y públicamente afirmaron que las guardias mínimas no se cumplían, allanando así el camino a la difamación del gobierno.

Primera oferta, rechazo e impasse
Tras fracasar en el intento de romper la huelga por medio de persecuciones e intimidaciones de todo tipo hacia los trabajadores, vino un primer ofrecimiento formal del Ministerio de Trabajo. La oferta fue un incremento de $300, yendo sólo un 10% del total al básico. Las burocracias sindicales de UPCN y SUTECBA, siempre aliadas del ministro de trabajo de turno, aceptaron inmediatamente. La dirección nacional de ATE, en ese momento unificada bajo la lista Verde y dirigida por Pablo Micheli, si bien vio con buenos ojos esta oferta del gobierno, sabía que no podía firmar de espaldas a los trabajadores, ya que sería muy costoso no sólo de cara a los huelguistas sino también al conjunto de los estatales que seguían atentamente lo que sucedía en el Garrahan. La Junta Interna hizo pública su posición: “si firman algo por fuera de la asamblea, se la tendrán que ver con los propios trabajadores.” Micheli, condicionado, rechazó públicamente el ofrecimiento, aunque puertas adentro tildó como un error no aceptar la propuesta.
Durante estos meses, Micheli operó fuertemente en favor de una solución favorable al gobierno, que se venía discutiendo regularmente en negociaciones bilaterales sostenidas con Tomada. Sin embargo, no tenía ningún control de la lucha que se venía desarrollando en el hospital. El gobierno creía que con el alineamiento del sindicato iba a poder corromper a la Junta Interna, sin embargo los delegados se apoyaban en una poderosa asamblea que le permitía tolerar las presiones del gobierno, la justicia y de las burocracias sindicales. La agrupación Verde no era más que una minoría con poco peso en las asambleas hospitalarias, así que Micheli no tuvo otra alternativa que actuar tiempo después como “bombero” de la lucha en la propia asamblea general, instando a que se levante la huelga y se acepte la oferta inicial del gobierno. Los trabajadores rechazaron este planteo exigiendo que el incremento vaya al básico.
La Junta Interna de ATE sostenía la importancia de continuar las medidas de fuerza, aunque reconociendo el efecto que las promesas de negociaciones paritarias podían generar en la base de trabajadores. Los paros fueron desestimados de hecho durante estas semanas. Igualmente, de cara a las posibles negociaciones, son votados setenta delegados paritarios. El objetivo era dejar un mensaje claro de cara a las negociaciones con el gobierno y la patronal: todo el hospital estará al tanto de lo que pueden o no ofrecer, si hay engaño o si hay alguna propuesta real, todo será discutido en asamblea.

El engaño y la falta de respuestas abren paso a las grandes luchas de julio y agosto
Cumplida la primera fase de la huelga, se había logrado el pase a planta de más de ciento treinta trabajadores contratados y el incremento de $300 (yendo un 10% de esta suma al básico). Se estableció un “impasse” de hecho, que duró casi dos meses, a partir de las comisiones paritarias propuestas por el gobierno y las burocracias sindicales para dar curso a una solución del conflicto. Durante ese tiempo, las negociaciones bajo estas comisiones se revelaron como parte de la estrategia de dilación utilizada por el Consejo de Administración y el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, para desarticular el movimiento de lucha.
En las actas de las reuniones de la Junta Interna de ATE a lo largo de mayo y junio se pueden ver los intentos de los delegados por retomar la lucha, en un cuadro difícil: tras los ataques del gobierno primaban, de momento, ciertas expectativas por las reuniones ministeriales. El fracaso terminó por confirmarse, tras largas semanas no se ofreció nada y, con la Junta a la cabeza, los trabajadores se convencieron y volvieron a realizar asambleas masivas para discutir nuevas medidas de fuerza.
En julio, ante los nuevos paros votados, el gobierno kirchnerista retomó su campaña contra los huelguistas. Para hacerlo, empleó todo tipo de artimañas. Lo primero que hizo fue declarar como “epidemia” las enfermedades respiratorias propias de la estación invernal y de este modo plantear la necesidad de que el 100% del personal esté disponible en las salas. Burda maniobra para quebrar una huelga, que finalmente fue desestimada por los trabajadores. A lo largo de julio se llevaron a cabo contundentes paros de 48 hs, y ante la falta de respuestas los trabajadores votaron uno de 72 hs para la primera semana de agosto.
Vista la importante adhesión que tenía cada una de las medidas que se votaba, el Consejo de Administración hizo una propuesta. La misma incluía un incremento del 20% en las asignaciones básicas (representaba entre $150 y $200 de aumento en las categorías bajas), el blanqueo de sumas por decretos anteriores y el aumento en los títulos profesionales, repercutiendo principalmente en el sector profesional médico y no médico. Los gremios traidores fueron los primeros en poner la firma bajo distintas promesas de negociaciones y exaltando los beneficios del diálogo. A esta altura nadie esperaba nada de la burocracia de UPCN, si la propuesta era mala o buena, los amigos de Tomada lo iban a firmar de igual modo. En el caso de la APyT, días antes realizó un plebiscito a sus afiliados que dio por resultado la idea de acompañar con medidas de fuerza (237 a favor y 192 en contra) el paro de las enfermeras. Sin embargo, una vez hecha la propuesta patronal ningún profesional fue consultado por la aceptación o rechazo de la oferta, y la dirección de la APyT acompañó rápidamente la propuesta por temor a cualquier cuestionamiento de su base de afiliados.
La Asamblea General discutió la propuesta del Consejo, rechazándola por ser “insuficiente y provocadora”. La Junta Interna orientó ese rechazo y la votación salió favorable por amplia mayoría. Del otro lado, la dirección nacional del sindicato pidió levantar el paro. La Junta Interna le concedió la palabra al secretario general de ATE en medio de una asamblea con más de 500 trabajadores presentes. El “impasse” mocionado por Pablo Micheli fue rechazado, con abucheos que resonaron ni bien terminó de hacer uso de la palabra. Estaba claro que la presencia de Micheli respondía más bien a los intereses del gobierno que al de los trabajadores a los que debíaf representar. Pero la traición no se limitó a proponer una moción en la asamblea, sino que Micheli fue más allá e inició una diferenciación pública en los medios de comunicación, oponiéndose no sólo a la Junta Interna combativa, sino a la soberana decisión de los trabajadores, en medio de un durísima lucha que centenares de enfermeras y demás trabajadores estaba librando contra el Estado. En los medios, el secretario general de ATE dijo: “No se puede negociar con un paro, eso nos mete en un callejón sin salida”, agregando que “está mal esto, tenemos una diferencia muy profunda con los delegados.” (10/8, Clarín)
En una búsqueda consciente de la burocracia de lograr el aislamiento político de la huelga, la solidaridad de otros hospitales, de sectores combativos del movimiento obrero, y del movimiento piquetero se hicieron presentes. Esto resultó vital para el sostenimiento del paro y la moral de sus huelguistas. El fondo de lucha discutido meses atrás giró por distintos lugares de trabajo, distribuyendo volantes en las puertas de las fábricas, las escuelas y centros de salud. Llegaron incluso adhesiones internacionales. Una vez más, merece destacarse, como en la actualidad, el rol que tuvieron las familias de los niños que se atendían. En un cuadro de aislamiento y estigmatización de los trabajadores de salud, madres y padres se organizaron para respaldar la huelga de los trabajadores y dieron conferencias de prensa que buscaba rechazar el relato que oponía a quienes se atendían con quienes reclamaban. El broche de oro de la unidad y el acompañamiento de la huelga se dio cuando los estudiantes de la combativa FUBA acompañaron junto con docentes y trabajadores de distintos gremios una columna del Garrahan que partió del Congreso abriéndose paso en la Plaza de Mayo, en medio del bloqueo policial. Esta solidaridad obrera es muy recordada por quienes recibían ataques permanentes del gobierno kirchnerista y sus aliados.
Fue agosto el mes en que el Estado dejó en evidencia para todo el mundo su contenido profundamente antiobrero, disponiendo los distintos poderes y partidos patronales un accionar común, un frente sin fisuras, contra la huelga. El ejecutivo, sea nacional o de la ciudad, arremetió de conjunto con la Justicia. El propio Alberto Goldberg, presidente del Consejo de Administración, manifestó la unidad de arriba contra los trabajadores: “sentimos el apoyo institucional del Estado”, dejando en claro que todos cerraban filas detrás suyo. La colaboración de la Justicia fue clave para configurar el plan de persecución y amedrentamiento. El fiscal Troncoso le exigió al juez Niklison que indague a trece enfermeros por “abandono de persona” en las salas de terapia intensiva, de atención intermedia y neonatología. El ángulo utilizado por la Justicia giraba en torno al incumplimiento de una guardia mínima de atención, que estaba estipulada por ellos mismos en un porcentaje ridículo, no sólo por hacer inviable cualquier medida de fuerza, sino por exagerar los números y crear así un cuadro crítico de cara a la prensa. Los medios planteaban que estaba comprometida la atención, y por lo tanto se comprometía la vida de los niños.

El kirchnerismo y su burocracia, los “zurdos” y las luchas obreras
Tras la profundización del plan de lucha, la elevada adhesión de las medidas y la imposibilidad de romper la huelga por la vía de acuerdos con la burocracia sindical, el gobierno adoptó una posición protagónica. No es que hasta el momento Néstor Kirchner no hubiera tomado una postura clara, solo que ahora se corrió del falso y conveniente lugar de árbitro o negociador, para afirmarse como el principal antagónico de los trabajadores y su reclamo. En plena construcción y lavado de cara del peronismo tras el 2001, el kirchnerismo actuaba con cuidado, tratando de proyectar una imagen de sí mismo distinta a los gobiernos anteriores. Sin embargo, donde los mecanismos de contención y disuasión del conflicto fallaban, y al mismo tiempo donde lograba tener el apoyo del amplio frente de partidos patronales, se daba rienda a un accionar represivo sin tantos reparos retóricos.
La huelga molestaba a todos, unificando el curso de acción patronal, a tal punto que la propia UNICEF envió una carta a la Junta Interna de ATE llamando a levantar las medidas de fuerza en nombre del derecho a la atención de los niños, que supuestamente estaba siendo afectado unilateralmente por los trabajadores. De este modo se creaba un operativo discursivo que increíblemente invertía los papeles y las responsabilidades. Ahora, el gobierno era defensor de la salud pública y los trabajadores con sus reclamos eran los primeros obstructores del derecho.
En fin, Néstor Kirchner y sus ministros asumieron una política abiertamente macartista y profundamente antiobrera en sus diarias referencias al conflicto del hospital Garrahan. Los grandes medios se hicieron eco de esta campaña, describiendo a la huelga como una medida “salvaje” que trataba de sembrar “terror” en la población, en línea con las palabras del ministro Ginés González García. En ese momento, el lema no era “Clarín miente”, sino todo lo contrario: el diario de Magnetto acompañaba la política del gobierno, siendo con Infobae/Canal 9, los grandes voceros del kirchnerismo.
En su discurso presidencial del día 20 de agosto, Kirchner dijo que los huelguistas eran “funcionales a la derecha”, siendo sus delegados “grupos de ultraizquierda, no representativos, a los que no los vota nadie” (Página 12, 20/8/2025). El orador venía de asumir el poder hacía poco más de dos años, tras una elección en la que quedó en segundo puesto con un 21% de votos, en un cuadro de nula legitimidad política y enormes intervenciones populares tanto previas como luego del “Argentinazo”. Sin embargo, apelaba a la “falta de representación” de quienes reclamaban como una forma de blindarse y recibir apoyo de todo el arco político patronal. El ataque al Garrahan y los dirigentes de la huelga, incluía referencias al carácter de militantes de izquierda, con Gustavo Lerer como principal referente del conflicto. Kirchner continuaba el ataque, remarcando que “no creen en la democracia”, y dicen que “el mejor gobierno de la historia es el de Lenin”, en referencia a la orientación trotskista de Lerer y otros dirigentes. Al mismo tiempo que atacaba a los trabajadores del hospital, se acusaba al Polo Obrero y el Partido Obrero por las medidas de fuerza que en paralelo impulsaba el poderoso movimiento piquetero.
Como ya se apuntó, el gobierno no se limitó sólo a discursos con palabras ofensivas y ataques ideológicos. En agosto, empecinado en romper la huelga, se convocó a una decena de enfermeras para que actúen de carneras y reemplacen a las trabajadoras del hospital en sus puestos de trabajo. Al mismo tiempo, un fuerte operativo policial se apostó en las puertas de las salas y en los pasillos del hospital para garantizar su actividad. Esto finalmente no tuvo resultado, tanto por la falta de calificación para desarrollar tareas pediátricas de las carneras como por la negativa de las familias a que la policía se ubique en las cercanías a la atención de sus niños, motivando a que esos efectivos se retiren del hospital.
A su vez, el gobierno apeló un fallo judicial que hasta el momento inhabilitaba los descuentos a los huelguistas, y en paralelo, Goldberg salió en los medios a informar que se iban a ejecutar no sólo descuentos, sino que debían estar preparados para recibir telegramas de despidos aquellos que continuaran con las medidas de fuerza. El amedrentamiento y la persecución del Estado resultó indisimulable. Incluso, en medio de una medida de fuerza, un fuerte operativo policial intentó allanar el hogar de un enfermero, aduciendo luego que había sido una “equivocación” en la dirección del allanamiento. El Estado no sólo se metía en el lugar de trabajo, o en los hogares de los trabajadores, sino que buscaban meterse en las cabezas de los huelguistas y sus familias. El “gobierno de los derechos humanos” apelaba a un permanente recurso del Estado contra los trabajadores: sembrar terror.
No obstante, el mensaje antiobrero no dejaba de ser contradictorio. Como ocurre en las grandes huelgas de los trabajadores, el kirchnerismo se encontraba en la disyuntiva de presentar a la huelga como un fracaso por su baja adhesión, pretendiendo así quitarle a la medida legitimidad interna, o presentar a la huelga como una medida “salvaje” que por su alta adhesión y falta de consideración, comprometía la atención, buscando así quitarle legitimidad frente a la opinión pública. En cualquier caso, el ataque del gobierno kirchnerista combinó ambas variantes para desacreditar la huelga. Al esperado y explícito ataque de la burocracia cegetista, Moyano ya se había posicionado contra la huelga, se sumaban los centroizquierdistas que al frente de ATE y la CTA habían fracasado en su oficio de conciliar a pedido del gobierno. El gobierno y sus aliados tenían vastos recursos para golpear, pero, más allá de sus intenciones, no lograba romper la unidad de los trabajadores construidas desde las bases.

Triunfo de los trabajadores, descuentos y telegramas. La lucha por las conclusiones políticas de una huelga histórica
El anuncio final del gobierno llegó en el mes de agosto, constituyendo un enorme triunfo de la lucha del hospital, incluyendo un incremento de $300 junto con el 21% de aumento al básico, impactando directamente sobre los múltiples ítems remunerativos que componían el salario. De esta manera, la enorme mayoría de los trabajadores del hospital superó los $1.800 que constituían en ese entonces el costo de la canasta familiar, registrándose aumentos en algunos casos superiores al 60%. Tras años de congelamiento salarial, los trabajadores del Garrahan consiguieron lo que no se pudo lograr desde hacía años, en un país donde el 50% cobraba menos de $500 y la línea de pobreza estaba calculada en $750. Al mismo tiempo, se pasó a planta permanente a más de trescientos trabajadores contratados, sumado al ingreso y refuerzo de los planteles de trabajo, junto con la mejora de la infraestructura edilicia y la tecnología médica, destacándose el resonador magnético que durante meses estuvo en un depósito y que gracias a la lucha fue finalmente puesto en funcionamiento.
Sin embargo, el gobierno intentaba enturbiar las conclusiones políticas del conflicto, desvincular la lucha del incremento salarial, direccionando un duro golpe a los trabajadores con la llegada de descuentos y cartas documento para los huelguistas, que incluso afectaron a muchos trabajadores que no habían sido parte de la lucha. Fue así que tras el triunfo, primó cierto desconcierto que imposibilitó homogeneizar las conclusiones políticas de la enorme conquista salarial. Como muchas veces ocurre, a los pocos días del anuncio, los trabajadores no llegaban a comprender si ya se había ganado, si se podía conseguir algo más o sí la ofensiva del gobierno ameritaba continuar la lucha. Durante las siguientes semanas de septiembre, la huelga continuó pero ya con una participación irregular, dándose por culminada en el mes de octubre.
Los temidos descuentos de los días de huelga, con sumas que ascendían al 30% del salario, llegaron en septiembre. El fondo de lucha construido con solidarios aportes externos permitió enfrentar los descuentos, así sea parcialmente, siendo de utilidad para aquellos compañeros que más golpeados estaban económicamente. De igual modo, la concreción de los descuentos no dejó de ser un golpe duro, constituyendo un arrebato de la patronal al salario de los trabajadores. Los descuentos son una demostración del poder de la patronal, son la potestad que posee el patrón para interferir directamente en el salario de los laburantes, haciendo del derecho a huelga un derecho por demás condicionado en el marco del régimen capitalista. Sin dejar mucho margen a la recuperación de los compañeros, en paralelo se estableció otro nuevo ataque a los huelguistas con la llegada de 180 telegramas que exigían la vuelta al trabajo y en caso de desobedecer, se amenazaba con ser despedidos.
Por esta vía, meses atrás la patronal pudo bajar del paro a un sector fundamental en el desarrollo de la huelga: el Centro Quirúrgico. Lo hizo enviando cartas documento en que hacían infundadas acusaciones a las instrumentadoras. Sin dudas, las técnicas del quirófano fueron un pilar de la huelga, recibiendo por esto una enorme presión tanto interna como externa, haciendo los medios de comunicación un relevamiento permanente del número de cirugías que se suspendían por cada día de huelga. Para agosto, los medios contabilizaban la suspensión de 165 cirugías, información absolutamente manipulada, haciendo creer a la opinión pública que cada una de las operaciones que eran suspendidas, no eran reprogramadas para otro día. La presión de las amenazas fue tal, que un servicio clave como instrumentación quirúrgica no fue parte de las últimas semanas de la huelga.
Si bien no existe un manual para unificar y homogeneizar las conclusiones de la huelga, mucho menos cuando el gobierno interviene políticamente tratando de condicionar y desorganizar el retroceso de las medidas, el balance más clarificado del triunfo llegó meses después. Algunos dirigentes sostenían incluso que había sido un “empate técnico”, sin embargo la propia realidad pudo ajustar la subjetividad de los trabajadores y su dirección. Puertas adentro y puertas afuera del hospital se tomó dimensión del enorme triunfo que se obtuvo.
Como siempre, los gremios burocráticos con UPCN a la cabeza, intentaron arrogarse el triunfo por el sólo hecho de tener reservado el derecho a poner la firma del acuerdo. Con 29 días de paro, movilizaciones, incluida la enorme convocatoria a la Plaza de Mayo, ser tapa de los diarios y aguantar todo tipo de hostigamiento y persecución patronal, la huelga consiguió un enorme triunfo. Como hoy, la burocracia hizo el ridículo y apeló a sus dotes “dialoguistas” con el gobierno como razón del triunfo. Los trabajadores, cansados, golpeados, pero también felices, celebraron en unidad. Hubo tiempo de festejo, sabiendo que a los pocos días debían prepararse para enfrentar las causas judiciales que se iniciaron pocos días después. Lo mismo ocurre hoy con los sumarios abiertos a los cuarenta y cuatro delegados y activistas tras el triunfo del 61%.

La intervención directa de los trabajadores y su dirección
Hace poco más de un año, un directivo del hospital, que retornó a sus funciones luego de ser integrante de la patronal durante el conflicto del 2005, recordó dos factores decisivos de aquella histórica huelga. Por un lado, precisó que los trabajadores de salud, en especial las enfermeras, se encontraban completamente postergadas en el reconocimiento de su labor, ya sea salarialmente como en sus condiciones de trabajo cotidiano, a partir del maltrato que recibían de sus jefaturas y de los mandos médicos en las distintas salas. Al mismo tiempo, este funcionario entendía que ese malestar fue interpretado y organizado por una dirección sindical con la que “no se podía negociar”, es decir un sindicato independiente que no iba a subordinarse a los directivos del gobierno de turno a cambio de prebendas personales.
El funcionario al que se hace alusión es el ex consejero Roberto Dalmasso, quien en esa misma conversación reconoció que volvía a asumir funciones patronales durante el gobierno de Milei con el objetivo de que “no vuelva a repetirse lo que sucedió en el 2005”. En esta presentación con los nuevos delegados de ATE, ya anticipaba el ajuste que meses después iba a aplicar el gobierno que lo contrató, mientras que los delegados no ocultaban la lucha y las fuerzas que prometían dar batalla para enfrentarlo. Aunque no se conocían previamente, ambas partes mostraban sus cartas, sin ocultar un enfrentamiento en ciernes. Finalmente, así como hace veinte años Dalmasso fue derrotado. Hace poco menos de dos meses tuvo que renunciar al puesto de consejero, en medio de fuertes paros y movilizaciones en el hospital Garrahan. De Dalmasso sólo quedan en el hospital algunos carteles de su rostro pegados en los pasillos, escraches que expusieron la disposición de los trabajadores a dar pelea en un conflicto que finalmente los tuvo como vencedores.
La lectura que la patronal hizo del conflicto, en voz de este consejero, tiene un enorme valor. Sin dudas, el sindicato comprendió qué demandas y quienes exigían estas demandas. Enfermería se constituía en el hospital como el sector mayoritario y uno de los más relegados salarialmente, por lo que la estructuración de la huelga en cada una de las salas de internación, en la guardia y en el quirófano dotó a las medidas de una enorme contundencia. Frente a las jerarquías médicas y de otras profesiones, la asamblea general se constituyó en el gran método de deliberación y definición de las acciones a ejecutar, siendo una espacio abierto a cada trabajador, sin importar su profesión o turno. Fue así que el sector más proletario del hospital, con un origen social unánimemente obrero, recuperó en su intervención, los métodos tradicionales de la clase.
Pero para que exista una comprensión de las tareas, una recuperación del método de clase y una política independiente a lo largo del conflicto, debía existir una dirección clasista al frente de la huelga. Años antes de iniciarse el primer paro del segundo semestre del 2004, la Lista Roja recuperó la Junta Interna de ATE, triunfando en una elección que marginó a la dirección Verde del sindicato. Los derrotados migraron a UPCN, mientras que una minoría verde será marginada íntegramente con el paso de los años, estando fuera de la Junta Interna para la huelga del 2004-2005.
Al frente de esta lista estuvieron distintos compañeros, siendo el bioquímico Gustavo Lerer el delegado general y dirigente más destacado de la huelga. Con pasado en el viejo MAS, Lerer era parte de una pequeña organización trotskista denominada PRS (Partido de la Revolución Socialista), y conformó una lista clasista junto con otros delegados de izquierda y grandes activistas que dieron grandes muestras de compromiso y convicción antes y durante la propia huelga del 2005. Se destacaron en la Junta Interna las delegadas y delegados de enfermería, quienes resistían los embates de las jefaturas, las presiones del consejo y el gobierno, y eran respaldados categóricamente por sus compañeros enfermeros de las salas. Muchos de los delegados habían sido parte de luchas sindicales previas en Sanidad, como en el caso del emblemático Güemes, trayendo esas experiencias enormemente valiosas al Garrahan. Al mismo tiempo, dentro de la Lista Roja y el activismo también había delegados del Partido Obrero y la agrupación Naranja que actualmente está al frente de la lista.
La importancia de la Roja al frente del conflicto explica gran parte del desenlace del mismo. Sin una dirección de estas características difícilmente los trabajadores se hubieran puesto en movimiento. Pero más allá de ese momento inicial en que las bases responden a la convocatoria, comprobada la traición del resto de las organizaciones sindicales del hospital, la Junta Interna cumplió un rol sumamente progresivo para orientar la intervención. La Asamblea General sin distinción de afiliación, tarea y turno, se convirtió en un poderoso instrumento de lucha de los trabajadores. De ser algo extraño para la mayor parte, se volvió algo habitual y corriente para discutir los problemas que aquejan al común de los trabajadores. Eso mismo sucede hoy. En la asamblea se instruían balances de las acciones votadas y colectivamente se discutía qué acción valía la pena llevar adelante. ¿Era conveniente avanzar dos pasos? ¿retroceder uno? ¿dar tiempo? ¿acelerar? Todo se discutía en asamblea, fraternalmente, tímidamente, efusivamente, elevando el tono de voz, chocando una posición con otra, pero siempre asumiendo que lo que votaba la mayoría se debía llevar adelante. Sin dudas, el 2005 estuvo muy influenciado por el reverdecer de los métodos de deliberación y acción directa que emergieron con el “argentinazo”. Sin dudas, el 2005 influenció la lucha de los sectores de salud que afloraron al mismo tiempo o poco tiempo después, como los paros del Hospital Francés al año siguiente.
La dirección clasista, también cumplió un rol de clarificación frente a la política de engaño y cooptación que ya comenzaba a ensayar el kirchnerismo. Varias direcciones sindicales y piqueteras, otrora “combativas”, comenzaban a coquetear con el gobierno y daban rienda a una política de integración con el Estado. No sólo la burocracia sindical cegetista, sino los gremios con direcciones centroizquierdistas que usaban los discursos “luchistas” como un taparrabos de su política de abierta conciliación con el kirchnerismo. ATE, aún con leyendas del tipo “Ni con los gobiernos, ni con los patrones”, actuaba como mediador del gobierno kirchnerista, adaptándose aún más con el paso de los años al punto de ser hoy parte de todos los armados provinciales del peronismo, cuidando que ningún estatal se rebele a los salarios de miseria y promocionando una “nueva estatalidad” en tiempos de reforma laboral.
La lucha por la absolución de los delegados del 2005 puso en agenda unos años después los alcances que tuvo aquel triunfo, al mismo tiempo que permitió dar frente a la justicia una enorme defensa de clase, frente a acusaciones de todo tipo que iban desde la intimidación a inspectores de trabajo (luego se comprobó que fueron obligados a declarar cosas que no ocurrieron) hasta el “abandono de persona”, causa que fue desestimada bajo el argumento de que “no hay abandono de persona en un hospital”.

Conclusiones
Quienes estuvieron al frente del hospital, bajo distintos gobiernos, creyeron que iban a impedir otro 2005 a partir de la creación de una Carrera Hospitalaria (que fragmentó a los trabajadores y estimuló el carrerismo contra la organización colectiva), por medio del empoderamiento en puestos de dirección de la burocracia de UPCN, y con la profesionalización y fragmentación de los trabajadores. Veinte años después, los mismos métodos, la misma Junta Interna (ahora en comunidad con la Asociación de Profesionales y sectores Autoconvocados), no sólo libró una enorme huelga, sino que los trabajadores obtuvieron un triunfo tan importante como en aquel año 2005. Una vez más, el gobierno de turno sufrió un enorme golpe, mientras que los trabajadores fueron noticia nacional por lo conquistado.
Tanto en las recorridas de los delegados por las salas y servicios cuando las aguas están calmas, como en las combativas asambleas en medio de huelgas, el 2005 siempre reaparece como tema de conversación. También aparecen las resistencias a tocar el tema, que reparan en que “es otro contexto”, que “no se puede hacer lo que se hizo en el pasado”, o que “la cosa cambió”. Atentos a cada una de estos reparos, siempre se insiste en retomar las lecciones, los métodos y la importancia que tuvo esa lucha del pasado. Es algo que vale para analizar la intervención de la clase obrera en general, que sin dudas debe nutrirse de su propia intervención a lo largo de la historia.
Sin dudas, el 2005 reapareció en todas sus formas a lo largo del 2025. Sorprende cómo ocurrieron ataques similares por parte de la patronal, ya sea con intimidaciones, descuentos, amenazas públicas en los medios de comunicación y finalmente, sumarios y causas judiciales. Al mismo tiempo, no sorprende cómo se dieron respuestas similares por parte de los trabajadores: asambleas sin distinción de afiliación, plan de lucha con medidas progresivas, movilizaciones de frente único con distintos sectores en lucha, apoyo de las familias, fondo de huelga, etc.
En un sentido político-sindical, la dirección combativa y clasista de la Junta Interna ATE y su triunfo al frente de la huelga del 2005, condicionó completamente la vida en el hospital. Así como la burocracia se atrincheró en posiciones más firmemente patronales, otros sectores al calor de nuevas luchas de esta etapa, como los residentes y médicos de planta que desde hace años van a la huelga por salario, desafiaron gobiernos y burocracias. Desde hace tiempo, la Asociación de Profesionales dejó de ser una correa de transmisión de los intereses del Consejo de Administración para oficiar como una organización de lucha. Algo similar ocurrió con las autoconvocatorias que surgieron a la par de nuevas luchas e incluso como puntapiés de nuevos conflictos. Al principio, y aún con roces, estos sectores renegaron de una intervención común, para luego asumirse como parte de una Asamblea General que, no sin bloqueos y contratiempos, definió la intervención en el triunfo del 2025 contra Milei.
Por otro lado, el 2005 fue una de las grandes huelgas de principio de siglo en las que su dirección no pudo ser barrida por los gobiernos y las burocracias en los años posteriores. A diferencia de otras experiencias destacadas del movimiento obrero, sus delegados no fueron absorbidos por el aparato del Estado en tiempos de promesas kirchneristas o frentes políticos de oposición a la derecha. Dentro del gremio, dentro del clasismo, dentro del movimiento obrero argentino, la Lista Roja sigue siendo una referencia ineludible de lucha con más de veinticinco años de existencia. El reciente triunfo otorga un mayor significado a la huelga del 2005 y deja en evidencia la vigencia que posee la continuidad de una misma lucha de clase contra gobiernos patronales de signo político distintos.
En fin, la huelga del 2005 no puede pasar desapercibida en la historia del movimiento obrero, mucho menos en la historia del clasismo contemporáneo. Este intento de recuperación histórica puede contar con omisiones relevantes, reducciones y tal vez exageraciones (esperemos que no sea así), sin embargo busca reconstruir un conflicto que lejos de ser olvidado, hoy adquiere un enorme valor para enfrentar las políticas de ajuste del gobierno de Milei. A la pretensión de reforma laboral no podrán oponerse batallas a medias tintas, sino que deben primar las grandes luchas, el desborde de las burocracias sindicales y la imposición de una gran huelga general de toda la clase que de por tierra no sólo con el plan de ajuste del gobierno, sino con el gobierno mismo, abriendo así paso a una salida de los trabajadores: un gobierno propio.







