La restauración del capitalismo en todos los Estados obreros degenerados constituye un acontecimiento histórico fundamental frente al cual se estrellaron, casi sin excepciones, todas las corrientes ‘marxistas’, incluidas las 'trotskistas'.
El Partido Obrero, por su lado, puede trazar un balance de estos acontecimientos recurriendo a las caracterizaciones y a los pronósticos fundamentales que formulara en los 500 números de Prensa Obrera. Ese es el objetivo de este trabajo.
Antes de la perestroika
La dominación totalitaria de una burocracia parasitaria -que obtenía sus privilegios del saqueo sistemático del presupuesto nacional-se convirtió en una traba insuperable para la economía soviética.
A principios de la década del 70, Política Obrera —el periódico que antecedió a Prensa Obrera— señalaba la gravedad del estancamiento soviético, el cual se manifestaba en la bajísima productividad del trabajo, y cuya consecuencia era la sistemática escasez de artículos de primera necesidad, de maquinarias y repuestos industriales (1).
La crisis de la agricultura soviética era la consecuencia del atraso de la Industria, incapaz de proveerla de las máquinas y medios técnicos. La superación de la crisis exigía, por lo tanto, una sistemática inversión industrial, pero "el temor a un levantamiento obrero (la burocracia comprendió las lecciones de los acontecimientos polacos de 1970/71) le impiden elevar el fondo de inversión por (medio de) la reducción del consumo personal” (2). Al contrario, la burocracia brezhneviana promovió una costosa importación de alimentos y de bienes de consumo con el objeto de postergar, cuanto fuera posible, cualquier expresión de descontento: en consecuencia, las importaciones de granos consumían las divisas que habrían sido necesarias para importarlos equipos y maquinarias imprescindibles para la industria. El mismo temor a un levantamiento obrero le impedía recurrir al reforzamiento de la ‘disciplina' laboral y al incremento de la intensidad del trabajo.
La posibilidad de alcanzaren forma simultánea, tanto la reconversión de la industria como el aumento del consumo en calidad y cantidad, mediante la liquidación del parasitismo de la gestión burocrática, estaba fuera del alcance de la casta dominante, la cual en esta época, precisamente, llevó ese parasitismo a su punto más alto.
Las contradicciones sociales condenaban al régimen stalinista al estrangulamiento industrial. La burocracia pretendió salir del atolladero volviéndose hacia el imperialismo, del que esperaba obtener créditos para adquirir el equipamiento industrial necesario. La política de endeudamiento, sin embargo, encontró rápidamente un límite, porque "sólo podrían contar con una garantía duradera los contratos que reposaran sobre una base social idéntica (al capitalismo), basada en el beneficio” (3). El primer paso de la burocracia para otorgar esas "garantías duraderas” fue la firma, en 1975, de los acuerdos de Helsinki (de Seguridad y Cooperación Este-Oeste), en los cuales la URSS realizó concesiones claves en lo relativo al derecho de la propiedad en el interior de la URSS, base necesaria para el desarrollo de la penetración imperialista y de las posteriores 'reformas' gorbachoviano-yeltsinianas. A partir de la firma de estos acuerdos, el endeudamiento externo de la URSS y de los regímenes burocráticos fue tumultuoso y alcanzó dimensiones de catástrofe. Los planes fondomonetaristas en los 'países socialistas', al integrar a la burocracia a la economía capitalista mundial, trasladaron la crisis económica internacional a los regímenes burocráticos.
La caracterización de la perestroika
Al asumir Gorbachov, el estancamiento económico se había convertido en franco retra ceso y el descontento popular se había transformado, con la Solidaridad polaca, en revolución proletaria. La perestroika fue una 'salida' empírica para enfrentar la catástrofe, que consistía en una asociación más estrecha con el imperialismo y en mayores avances en los derechos de propiedad.
El PO caracterizó entonces que “la 'era Gorbachov’ acentuará todas las contradicciones sociales. En ese sentido, la crisis se replanteará a muy corto plazo. Cabalgando sobre ella, un sector de la burocracia buscará salir del atolladero mediante un entrelazamiento con el capital imperialista y el desmembramiento parcial de la planificación burocrática” (4). Poco después, y ante la evidencia del fracaso de las ‘medidas administrativas' iniciales, se autorizó a las empresas estatales a ‘independizarse’de la planificación centralizada, a mantener relaciones directas con el mercado mundial y a usar autónomamente las divisas así obtenidas. Los ataques a la planificación centralizada y al monopolio estatal del comercio exterior, autorizaban a caracterizar a la perestroika como "antisocialista”, porque “objetiva y subjetivamente la burocracia disloca la economía planificada” (5).
Pasados diez años, aquellos pronósticos parecen obvios. En la época, sin embargo, chocaban frontalmente con el 'consenso general’ de la izquierda, que caracterizaba a la perestroika como “progresiva” y rechazaba que tuviera una finalidad restauracionista. Importa señalar esta divergencia fundamental porque en la perestroika, por así decirlo, se encontraba ‘en germen’ toda la política restauracionista que llevó de Gorbachov a Yeltsin.
El PO caracterizó a la política gorbachoviana en función de la política de conjunto de la burocracia frente a la revolución mundial, a la clase obrera soviética y a las bases sociales del Estado obrero.
Apenas llegado al poder, Gorbachov firmó con Reagan un conjunto de tratados armamentistas que convirtieron a Estados Unidos en la única potencia nuclear capaz de una iniciativa estratégica. Junto con esto, establecieron una serie de acuerdos para 'resolver los conflictos regionales’, es decir, para acabar con las revoluciones sociales y los levantamientos nacionales en América Central, Sudáfrica y Medio Oriente. En este cuadro, cuando la burocracia sostenía que su política tendía a "acabar con las barreras que separan a ambos sistemas", era claro que no sólo se refería a las 'barreras exteriores’ (la revolución mundial y la carrera armamentista), sino también a las ‘interiores’, es decir, a la planificación económica y a la propiedad estatizada.
¿Qué caracterización tenía la propia burocracia de la crisis? ‘'Para la actual burocracia, los males de la URSS se explican por la ‘desidia’, la 'pereza’ y la falta de responsabilidad de los obreros” (6). La ‘solución’ que planteaba era “la disciplina del rublo” (es decir, el cese de los gastos sociales) y “la expulsión” (es decir, el despido) (ídem). A nadie se le podía ocultar que, desde el vamos, la perestroika declaró abiertamente sus objetivos reaccionarios.
Finalmente, la “autonomía" financiera otorgada a las empresas y la autorización para establecer relaciones directas con el mercado mundial, permitían una 'acumulación privada’ de los burócratas que las regenteaban. Que la burocracia tenía perfectamente en claro su objetivo estratégico, lo revela el planteo de Gorbachov de establecer un 'estado socialista de derecho’.
Prensa Obrera explicó entonces que “el derecho es un regulador de las diferencias y antagonismos sociales en tanto que el socialismo es la progresiva desaparición de todo antagonismo social… En realidad, al hablar de ‘derecho’, Gorbachov pone de relieve la tendencia de la burocracia a asegurar sus privilegios sociales, que ya no consigue mantener por medio de la arbitrariedad, sobre la base más sólida de la propiedad … El derecho es un producto histórico de la producción mercantil, es entonces natural que la burocracia lo tenga en cuenta a la hora de desmantelar el monopolio del comercio exterior y la planificación económica. Hay que fijar los derechos privados de los productores y los consumidores y el reparto del producto entre los primeros. Lo que ha sido presentado como un paso hacia la democracia política es, en realidad, un planteo de liquidación de las conquistas sociales de las masas de la URSS” (7).
La perestroika provocó una gigantesca desorganización económica: los burócratas utilizaron sistemáticamente la fuga de divisas, el mercado negro, el desabastecimiento y la hiperinflación para proceder a la ‘acumulación privada’ con vistas a su transformación en capitalistas. Al mismo tiempo, las manifestaciones de masas, las huelgas-en especial de los mineros-y los levantamientos nacionales se extendían por todo el territorio de la URSS. Los regímenes burocráticos de Europa oriental colapsaron ante las revueltas de los trabajadores. Bastaron cuatro años para hundir al régimen gorbachoviano.
El golpe de la KGB contra Gorbachov (agosto de 1991) señaló el fracaso definitivo del intento de proceder a una restauración 'pacifica’, ‘democrática’y ‘gradual’ del capitalismo. La derrota de los ‘duros’ aplazó por largo tiempo la posibilidad de proceder a una restauración ‘a la china’, es decir, sin ninguna clase de libertades para las masas. La burocracia —como lo pronosticara Trotsky— había destruido la URSS.
Revolución política
La revolución proletaria de 1980 en Polonia fue más que una ‘advertencia’ para la burocracia. El derrumbe de los regímenes burocráticos se combinó con procesos de revolución política, porque “1o) los regímenes han sido quebrados por sus propias contradicciones; 2o) no han sido sustituidos por una contrarrevolución triunfante: 3o) han caído porque ya no pueden contener a las masas” (8). La restauración del capitalismo y la revolución política se excluyen mutuamente, porque corresponden a las salidas que dan cada una de las clases fundamentales —la burocracia asociada al capital mundial, de una parte; el proletariado, de la otra.
En numerosas oportunidades señalamos que el enorme potencial revolucionario del movimiento de los trabajadores soviéticos tenía su principal limitación en la naturaleza gorbachoviana, yeltsiniana o democratizante de sus direcciones. Son estas limitaciones las que permitieron a la burocracia y al imperialismo mantener el control político de la situación en su conjunto. Frente a esta situación, Prensa Obrera caracterizó con realismo que “la ausencia de un partido revolucionario en la URSS excluye la posibilidad de la victoria de una revolución proletaria en el próximo período” (9)… “pero (teniendo en claro que) hoy estamos ante los primeros pasos (que son diferentes en cada país) de un movimiento de enorme alcance; no se puede negar la revolución política y condenar los esfuerzos de las masas con el pretexto de que falta (por ahora) un partido revolucionario” (10). La clase obrera rusa no ha dicho aún su última palabra.
La cuestión de la naturaleza del Estado
Como consecuencia de la derrota del golpe contra Gorbachov, “el viejo aparato estatal de la Unión Soviética se ha quebrado, con el derrumbe del partido comunista y de la KGB. La Unión Soviética, en tanto unidad estatal ha dejado de existir, y lo mismo debe decirse de la URSS como un estado obrero. El viejo régimen burocrático, completamente agotado, ha sido reemplazado por un nuevo régimen burocrático de carácter restauracionista. Aunque la propiedad de los medios de producción continúa en manos del Estado, este hecho está vaciado de contenido desde el momento en que el régimen político es restauracionista” (11). Esta caracterización fue formulada en las 48 horas siguientes a la derrota del golpe de agosto de 1991 y cuatro meses antes de la disolución de la URSS.
La camarilla yeltsiniana, desde su ascenso al poder, destrozó inmediatamente lo poco que aún quedaba en pie de la economía planificada y proclamó que su objetivo era la reconstrucción del capitalismo en Rusia.
La caracterización del PO —"un estado obrero en disolución”—fue rechazada con el ‘argumento' de que la propiedad de los medios de producción era, todavía, mayoritariamente estatal … pasando por alto que esa propiedad, todavía estatal, estaba puesta al servicio de la ‘acumulación privada' de los burócratas. Pero, precisamente, la cuestión clave para determinar la naturaleza de clase del Estado no era si todavía la propiedad estaba estatizada, sino si la política del régimen político era defenderla o aboliría. Prensa Obrera había señalado, con mucha anterioridad, "en un estado que abolió el capitalismo, el carácter y las perspectivas del desarrollo económico dependen del carácter del régimen político” (12).
En respuesta a los ‘trotskistas vulgares’, señalamos que “la restauración capitalista no significa que sea necesario que se consume la privatización de todas y cada una de las grandes empresas estatizadas. Bastaría que la economía -aun cuando comportara un alto porcentaje de empresas estatizadas- se integre a la circulación del capital mundial a través del comercio exterior, de la deuda pública y de la formación de un mercado. A esto apuntan precisamente las medidas que han abolido el monopolio estatal del comercio exterior y de las finanzas; la planificación estatal; la liberación de los precios y la autorización para la formación de empresas mixtas con el capital extranjero … En estas condiciones concretas, la propiedad estatal (no capitalista) queda reducida a una ficción jurídica, que en la vida real sirve para la acumulación privada, si no directamente capitalista, sí introductoria del capitalismo en la forma de reservas en divisas, créditos, licencias y mercados junto al capital extranjero” (13).
Importa aquí señalar el rigor que se aprecia en los análisis de Prensa Obrera, en especial cuando son vistos con la perspectiva del tiempo transcurrido. En ocasión del golpe que llevó al poder al general Jaruzelsky en Polonia, en 1983, antes por lo tanto de la perestroika, se señalaba que “la disolución de hecho del PC y la militarización del Estado, de un lado, y la vinculación de la masa de la clase obrera a Solidaridad, del otro, configura una situación muy instructiva para la comprensión del Estado obrero burocrático. Es que aquí no queda ninguna duda sobre el carácter no obrero del aparato del estado y su semejanza extraordinaria con las dictaduras militares burguesas. El caso extremo de Polonia revela el carácter no obrero de todos los aparatos del estado de los estados obreros y su semejanza con las formas totalitarias de dominación burguesa (fascismo, bona-partismo, dictadura militar). El carácter ‘obrero’ del estado (sólo) está dado (aquí) por el carácter del régimen de propiedad estatal, no privado. Un régimen burocrático cuya función no esté vinculada al régimen de propiedad estatal no configura un estado obrero, por mayor que sea la exclusión del viejo personal político burgués” (14). Estos párrafos son el anticipo teórico de la caracterización que se efectuará en agosto de 1991, de que la URSS había dejado de ser un estado obrero.
Esta caracterización echa luz también sobre los procesos de restauración del capital que tienen lugar en estados como China, Vietnam y Cuba. Allí, la burocracia mantiene una sólida dominación política; la utiliza para favorecer la penetración del capital extranjero, para dislocar la economía planificada, para transformarse en una clase propietaria y para impedir la organización independiente del proletariado durante toda esta ‘transición’. En todos ellos, el componente ‘no obrero' del Estado -su “órgano burgués”, según la definición de Trotsky en La Revolución Traicionada- liquida su componente obrero; lo que queda en pie de esos estados es un aparato estatal totalitario que protege relaciones sociales crecientemente capitalistas.
Un régimen sin salida
Con Yeltsin en el poder, el proceso de la restauración capitalista asumió un ritmo acelerado. Privatizó en masa empresas, consorcios industriales, yacimientos y minas en beneficio de una pequeñísima capa de burócratas, mediante procedimientos que fueron definidos por numerosos observadores como “delictivos”, “criminales”, “maffiosos”. En consonancia, las masas sufrieron un retroceso sin precedentes en sus condiciones de vida.
Nada de esto, sin embargo, logró poner un parate al retroceso de la economía rusa. La producción -tanto industrial como agrícola-continúa cayendo en picada; la dependencia del endeudamiento externo es mayor que nunca y el retraso relativo de la economía rusa respecto de la mundial se agudizó. El repudio popular al régimen yeltsiniano, en consecuencia, se extiende como una mancha de aceite, como lo confirma el hecho de que —incluso con fraude— perdió 24 millones de votos en las últimas elecciones presidenciales.
Ocurre que el sistema capitalista es mucho más que la simple propiedad privada de los medios de producción; es un conjunto de relaciones sociales que la burocracia y el imperialismo no han logrado establecer en Rusia. Los burócratas no han invertido un solo dólar en las empresas privatizadas a precios de regalo; carentes de capital, estas empresas sólo logran sobrevivir gracias a los subsidios estatales. Las empresas privatizadas carecen de mercados en el exterior (salvo los grandes pulpos energéticos y del aluminio). Rusia carece de un sistema bancario, ya que los bancos existen sólo gracias al presupuesto del Estado, a la deuda pública y a la emisión moneda; además, están en quiebra después de haber fugado los depósitos de sus ahorristas al exterior, a través de préstamos a empresas ‘relacionadas’. Rusia carece de un sistema legal que reglamente los litigios de la propiedad —que sólo puede obtenerse y mantenerse por medios ‘maffiosos’— y hasta el simple cumplimiento de los contratos. Las empresas no pagan el salario de sus obreros. Rusia no tiene un sistema monetario, ya que el valor del rublo sólo es sostenido por los préstamos internacionales. El Estado ruso está en bancarrota.
Después de diez años de 'reformas de mercado’, "el mercado no es elemento unificador de la economía rusa; ese papel de unificación lo juega la intervención directa de los estados imperialistas” (15).
Crisis mundial Los análisis y los pronósticos del PO caracterizan el desarrollo de la crisis de los regímenes burocráticos como una expresión de la descomposición histórica del capitalismo mundial, de un lado, y de la crisis de dirección obrera, del otro.
El golpe de gracia a los regímenes burocráticos se los dio la deuda externa, la dislocación económica provocada por los planes fondomonetaristas y los levantamientos populares. Sus enormes contradicciones sociales convirtieron a los regímenes burocráticos en el ‘eslabón más débil’ de la cadena que anudaron con el sistema capitalista mundial.
A lo largo de estos años, Prensa Obrera no le hizo perder un solo segundo a sus lectores con la tan remanida cuestión del ‘fracaso del socialismo’', nos esforzamos por poner siempre de manifiesto el desarrollo unitario de la crisis mundial y de los dos pilares contrarrevolucionarios del orden mundial existente, el imperialismo y la burocracia.
Notas:
1. Política Obrera n° 166. 11/8/73
2. Política Obrera n° 167. 24/8/73
3. Política Obrera n° 168. 31/8/73
4. Prensa Obrera n° 127, 6/3/86
5. Prensa Obrera n° 169, 28/1/87
6. Prensa Obrera n° 127. 6/3/86
7. Prensa Obrera n° 234. 20/7/86
8. Prensa Obrera n° 361, 16/7/92
9. Prensa Obrera n° 339. 29/8/91
10. Prensa Obrera n° 361, 16/7/92
11. Prensa Obrera n°339. 29/8/91
12. Prensa Obrera n° 207, 25/11/87
13. Prensa Obrera n° 350, 29/1/92
14. Prensa Obrera n° 43. 15/12/83
15. Prensa Obrera n° 498, 13/6/96