La aparición de los convenios tipo GM o Fiat-Smata, entre otros, pone sobre el tapete la cuestión de la defensa de las categorías -arrasadas por la invención del ‘operario polivalente’-, lo que equivale a decir la defensa del oficio, la capacitación y la práctica, con la correspondiente remuneración de esa especialización.
Tenemos en el gremio gráfico en particular en la Editorial Atlántida, una rica experiencia de lucha en este punto, sobre la que vale la pena volver nuestra mirada.
Tempranamente, en 1987, el ongarismo planteó reducir nuestro convenio de 10 categorías a 7, y así lo presentó en el anteproyecto que tratamos en aquel año. Las comisiones de rama, aunque defectuosamente constituidas sin llamar a la Asamblea General que marca el estatuto, “colaron” otra posición con el apoyo de la Naranja: se agregaron al anteproyecto 3 categorías sobre la 10, estableciendo de hecho 13 escalones en lugar de 7. Un planteo ligado a la introducción de nuevas tecnologías y responsabilidades en la altísima calidad y velocidad que ha ido tomando la impresión gráfica en todas sus facetas.
En el mismo debate del anteproyecto de convenio obtuvimos otra victoria política contra la burocracia. Logramos el pronunciamiento masivo del gremio, incluidos los delegados y activistas más honestos de la lista Verde, contra la incorporación de los capataces al convenio gráfico. Un intento en el que tozudamente pulseó el ongarismo hasta muy poco antes de la asamblea que aprobó el anteproyecto, en la cual directamente borraron la propuesta. Caía derrotado otro temprano intento de incluir en el convenio gráfico a quienes hoy son “líderes de célula o grupo", que trabajan, ordenan y alcahuetean al tiempo que son parte del mismo convenio.
Nosotros explicamos al gremio que la presencia del capataz en el convenio gráfico los habilitaba a meter mano en la producción, lo que está excluido por convenio; los habilitaba a participar y votar en las asambleas obreras con su cuota de intimidación, como quintacolumna patronal en el seno de la organización obrera, sea de fábrica o general del sindicato. Señalamos que incorporábamos con ellos los futuros carneros de nuestras huelgas y movimientos de lucha. Exactamente lo que se pretende hoy de los líderes de círculo en los convenios tipo Fiat-Smata. Esto, lejos de ser una categoría, es la "flexibilización” del viejo capataz al que se le agregan funciones: trabajo directo en producción, ritmos y conductas ejemplares, y carnereaje. Todo por el económico salario de 800 ó 900 pesos. Un precio muy barato para borrar las fronteras de clase de los convenios colectivos.
Hasta el día de hoy, los encargados no entraron al convenio gráfico, pero en numerosos talleres, con la anuencia del sindicato, se han impuesto maquinistas que ganan casi el doble que sus ayudantes en la máquina, lo que desvirtúa el convenio y transforma a la dotación en un "círculo” con salarios de 350 pesos (promedio de convenio) y al maquinista en un “líder”.
El anteproyecto que le impusimos a Ongaro jamás fue discutido. Continúan al día de hoy las categorías del famoso convenio de 1975, uno de los primeros y únicos que aceptaron —en una asamblea a punta de pistola los topes de Isabel Perón.
Al año, en 1988 agotada momentáneamente la posibilidad de un nuevo convenio de industria, abrimos la lucha por una ‘miniparitaria’ en Atlántida, en la que, tras varios meses de discusión y movilización interna, logramos 184 nuevas categorías. Pero no sólo se otorgaron categorías a nuevos compañeros. Se categorizó cada puesto en base a los 14 ítems de la OIT sobre capacitación necesaria, estudios requeridos, riesgo, responsabilidad, esfuerzo, etc. Cada especialidad fue objeto de tironeo entre la comisión obrera y el comité patronal. Como consecuencia de este proceso quedó conformada, en Atlántida, una escala de 15 categorías (la mayor alcanza los 1.500 pesos brutos), que tenemos hasta el día de hoy.
Con todo el avance salarial que esto significó, nos preocupó siempre que una apertura extrema de la escala produjera división interna, un objetivo de las patronales desde todos los tiempos. Por ello, empujamos hasta conseguir que ningún oficio estuviera debajo de la categoría 5, quedando las primeras cuatro reservadas a los compañeros aprendices recién ingresados como tales. Distinto es el caso del compañero que ingresa con oficio, el cual es ubicado de inmediato en la categoría correspondiente a su puesto de labor.
Las polivalencias, en realidad, no surgieron ahora. Para ellas está prevista la “diferencia de categoría”, que es el plus correspondiente a la categoría superior de una tarea que se hace en reemplazo de un compañero que faltó, o de un trabajo eventual de categoría superior. A los 9 meses continuos o 12 discontinuos de realización de la tarea de categoría superior, se la obtiene en forma definitiva.
En una reunión autollamada Congreso de la Juventud Gráfica, la lista Verde aprobó una resolución cuyo primer punto dice que “la tecnología trae la flexibilidad”. Gruesa estafa destinada a aceptar la violación y posterior liquidación del convenio.
En las secciones completamente informatizadas de Atlántida, en las que se usa alternativamente distintos programas de computación como fotografía, hemos luchado hasta imponer la máxima categoría, de manera que esta calificación actúa como paraguas que comprende las distintas funciones. En rotativas se llevó adelante, hace pocos años, una lucha mediante un prolongado “trabajo a convenio” obteniendo la categoría 7 para compañeros que en un trabajo de equipo alternan ciertas tareas que sobrepasan las suyas.
En Macintosh, un sector de fotografía, se luchó durante 8 meses por la máxima categoría hasta imponerla, porque la patronal quería ligarla a una determinada productividad, algo inaceptable. Las categorías responden a una especialización, de lo contrario son un premio al destajo.
Desde hace dos años venimos rechazando otro planteo: la multifunción intersección. Es decir que si no hay trabajo en un sector, o en otro hay más apuro, el compañero podría ser desplazado de sección. Esto no se puede categorizar, contra esto sólo se puede luchar, porque se trata de un híper aprovechamiento del personal, que termina extenuado y se anulan puestos de trabajo. En este caso no hay “diferencia" ni plus que valgan. Tampoco tiene que ver con tecnología alguna. Es pura flexibilidad laboral, se carga al esfuerzo obrero los desacoples del proceso productivo.
Como se puede ver de nuestra experiencia, es posible y necesario abrir la discusión de convenio. Es más, es imprescindible, porque el 80% de las máquinas que se usan no están previstas en el convenio, que tiene más de 20 años, cuando el ciclo de obsolescencia de una tecnología hoy ronda los 5 años. El problema de la burocracia, que se niega a plantear paritarias, es que no está dispuesta a defenderlas reivindicaciones obreras. Las paritarias abrirían la deliberación a fondo en las filas obreras sobre el conjunto de la ofensiva patronal, sobre el salario, los premios, los ritmos, las dotaciones y la propia jornada laboral sobre la que cae de maduro una reducción, frente al colosal avance de la productividad.
Las categorías, los convenios y las paritarias son consignas fundamentales de esta etapa.