Se cumplieron, en 1996, los 100 años de la fundación del Partido Socialista argentino. En la construcción del pensamiento socialista en nuestro país, que no comienza con la simbólica fundación del partido, sino que se remonta a varios años antes, cabe un lugar importante al ingeniero alemán Germán Avé Lallemant. Como parte de la indagación en las ideas germinales del socialismo, creemos que es de interés evaluar el pensamiento de este solitario científico y periodista, que desarrolló una amplia labor en ésta, su patria de adopción, desde su llegada en 1868 hasta 1910, año de su muerte.
Germán Avé Lallemant, quien seguramente nació en Lübeck, hacia 1836 o 1837 (1), era miembro de una familia de naturalistas, intelectuales y científicos. Su padre era amigo del sabio alemán Alexander von Humboldt y del naturalista Germán Burmeister, quien trabajó muchos años en la Argentina, y gracias al cual Lallemant vino hacia estas tierras en 1868, ya graduado en agrimensura, minería y metalurgia. Se instaló en San Luis, donde vivió hasta el fin de sus días y donde se casó con Enriqueta Lucio Lucero.
Su actividad científica fue muy vasta. Trabajó como ingeniero en minas, agrimensor, meteorólogo y minerólogo. Fue rector del Colegio Nacional de San Luis, trabajó como periodista en los últimos años del siglo y fue contratado como estadígrafo por el gobierno puntano.
Hombre del siglo XIX, no se encerró jamás en las ciencias naturales, sino que buscó interiorizarse con el mismo afán en todo lo relativo a la sociedad y a la historia del hombre. En sus artículos periodísticos se observa claramente la distancia enorme que lo separaba del resto de los escritores argentinos de la época: por sus conocimientos, por sus concepciones, por sus lecturas, por la comodidad con que pasa de los temas internacionales a los nacionales, por la facilidad con que maneja estadísticas de Europa, de Estados Unidos y del resto del mundo, sus escritos pueden ser identificados con facilidad, aun cuando no estén firmados o lo estén con seudónimo.
Se sabe bastante poco sobre su formación concreta tanto en Europa como en la Argentina. Víctor García Costa sostiene que "la formación ideológica marxista de Lallemant se había producido en Europa" (2). Fermín Chávez, por su parte, deduce incluso que participó "en la lucha que el socialismo alemán entablara con Bismarck". Pero todo está en el terreno de las conjeturas. Partió de Alemania a los 25 años, cuando el socialismo acababa de ser fundado por Ferdinand de Lasalle. El marxismo en Alemania no existe hasta 1868, y recién adquiere importancia algunos años después. Sí bien es verdad que la Primera Internacional está logrando una importancia descomunal en toda Europa, el marxismo dentro de ella está reducido a unos pocos dirigentes.
Aun dentro del terreno de las conjeturas, creemos que si Lallemant se hubiera formado en el marxismo europeo en su juventud, habría dejado constancias de ello: correspondencia temprana con los dirigentes marxistas o huellas de sus ideas antes de 1890. ¿Cómo se entiende una "formación" marxista temprana, en un ambiente radicalmente no marxista, y luego una "hibernación" de sus ideas durante 30 años?
La conjetura alrededor de la temprana formación de Lallemant en el marxismo está al servicio del posterior engrandecimiento de su figura y de sus ideas. Pero preferimos dejar las conjeturas como tales, ya que, como se verá, no pretendemos engrandecer su figura, sino hacer un balance, desde el marxismo, de las luces y sombras de sus propuestas.
Lo concreto es que Lallemant participa del Club Vorwärts, en el cual surge el primer núcleo socialista ligado a la socialdemocracia alemana entre los emigrados alemanes antimonárquicos. De este grupo la iniciativa para unificar a otros grupos de colectividades de Buenos Aires y conmemorar, por primera vez, el 1º de Mayo, según resolución del Congreso Socialista de París de 1889. Se conforma entonces un Comité Internacional que resuelve constituir una federación obrera y, como órgano de ésta, un periódico.
Surge así El Obrero, en diciembre de 1890, dirigido por uno de los componentes del Club Vorwärts, Germán Avé Lallemant, quien casi con seguridad lo sostiene con su propio dinero. La mayoría de los artículos son escritos por él, y colaboran también Augusto Kühn, Leoncio Bagés y Carlos Mauli. Pero la dirección de Lallemant es muy corta, y debe abandonar Buenos Aires en febrero de 1891. Es decir que permanece al frente del periódico apenas por 5 números. Luego de esto, envía sus artículos desde San Luis.
Más adelante, se publicarán colaboraciones suyas en otros periódicos socialistas, como El Socialista, que aparece de marzo a mayo de 1893, o La Vanguardia, que nace en abril de 1894.
Una extensa colaboración periodística desarrollará Lallemant en La Agricultura. Este semanario, "defensor de los intereses rurales e industriales", nacido del riñón del diario La Nación y que funcionara un tiempo en sus mismas oficinas, fue quizás una de las publicaciones más serias de la época referidas al desarrollo de la economía agraria. En ella colaboró, además de Germán Avé Lallemant, otro socialista: Antonino Piñero. Nuestro científico alemán llegó a actuar casi como "jefe de redacción", escribiendo la editorial y hasta dos y tres artículos más de fondo. Los hacendados, lectores de La Agricultura, se quejan más de una vez de la excesiva presencia de las ideas socialistas en una revista que debiera ser coto prohibido a las ideas reformadoras. Es seguramente por este motivo que Lallemant y Piñero se despliegan en una serie de seudónimos que transforman a la publicación en una especie de laberinto de personalidades y estilos, donde el investigador actual fácilmente se pierde.
Lallemant colabora en La Agricultura desde su aparición, en 1894, hasta el año 1900. En 1896 se traslada nuevamente a Buenos Aires, convocado por la revista, y actúa durante todo el año como redactor principal de la publicación. Firma con su nombre real y con varios seudónimos: Pirquinero, Puntano, Agrófilo, Isidro Castaño, Julián Jiménez, Marius, Demócrata, etc. Algunos de ellos están atestiguados con mayor seguridad, otros se deducen por citas cruzadas, por el estilo y los conocimientos desplegados.
Un tercer grupo de colaboraciones periodísticas que nos interesan se hallan en la revista teórica de la socialdemocracia alemana Die Neue Zeit, dirigida por Karl Kautsky. Lallemant envía colaboraciones desde 1894 hasta su muerte. Una docena de estos interesantes artículos fueron traducidos y publicados por Leonardo Paso, dirigente del Partido Comunista argentino.
La actividad política de Lallemant
No puede dejar de observarse que la actividad política de Lallemant en el marco del socialismo fue bastante reducida. Si bien participó en el Club Vorwärts, y dentro de éste se destacó entre el grupo de marxistas, no figura en ninguna de las reuniones más importantes de la década. No participa del Comité Internacional de 1890. Figura como director de El Obrero, como dijimos, pero sólo por dos meses. Después parte nuevamente hacia su provincia. No está en la reunión constitutiva de la Agrupación Socialista de Buenos Aires (dicho sea de paso, la verdadera fundación del partido socialista argentino). No figura en la amplia nómina del comité central elegido en abril de 1895. No participa de la convención del partido en octubre de 1895. No figura como delegado en el congreso constitutivo de junio de 1896, siendo que en ese momento vive en Buenos Aires.
En cambio sí participa como candidato a diputado en el primer comicio en que se presenta el Partido Socialista, en marzo de 1896. Es el segundo en la lista, después del doctor Juan B. Justo. Su candidatura fue votada en una asamblea plenaria del partido, un mes antes de las elecciones, a propuesta del Club Vorwärts.
Evidentemente, el Vorwärts, que tiene otros dirigentes en la cúpula del socialismo, presenta la candidatura de Lallemant como una figura de prestigio para la clase media argentina. Seguramente que Juan B. Justo, ya conocido desde hace varios años como médico y dirigente radical, también es una "imagen" aceptable para los sectores no obreros, pero une a ello su militancia decidida en la dirección socialista. Lallemant aparece casi como una candidatura extrapartidaria, como un adherente de gran prestigio en la prensa y en los círculos científicos del país, que por sus ideas, y no por su actividad, coincide con el naciente partido de los obreros. En las elecciones de los siguientes 15 años, Lallemant ya no figurará como candidato del socialismo.
En cambio, en su provincia de adopción, San Luis, participa desde 1890 (es decir, antes de su adscripción al socialismo de Buenos Aires) hasta su muerte, en el naciente radicalismo. En diciembre de 1890 está en la Unión Cívica Popular como secretario (cuando la Unión Cívica aún no se había separado de Bartolomé Mitre). Participa en el movimiento que lleva a la gobernación a Teófilo Saá al año siguiente. En 1905, está en la lista de electores de la Unión Provincial, y en 1908 figura en la Mesa Directiva de la Unión Cívica Radical de San Luis.
Es decir que mientras era un militante activo del radicalismo de San Luis, era sólo un adherente entusiasta en el socialismo de Buenos Aires. Los defensores de Lallemant, el nacionalista prochino José Ratzer (3) en primer lugar, el nacionalista stalinista Rodolfo Puiggrós (4), el stalinista Leonardo Paso (5), el peronista Fermín Chávez (6), el socialista Víctor García Costa (7), defienden justamente este aspecto de su carrera política. Los argumentos radicarían en la inexistencia del movimiento obrero en San Luis y el atraso de su economía. Pero este aspecto, que podría indicar una mera cuestión "táctica", se transforma en algo más importante cuando se insiste en que Lallemant supo ver, en su momento, cuál era la misión de los revolucionarios, apoyando a un sector burgués que luchaba contra el fraude y el unicato. Esta táctica "no sectaria", proburguesa y por eso mismo aceptada por el centroizquierda de los años siguientes, tendría sus antecedentes en el mismo Marx, pues éste "ya" afirmaba, en el Manifiesto Comunista, que "los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el estado de cosas social y político existente" (8).
¿Qué afirma Lallemant acerca de la revolución del 90 y de la Unión Cívica Radical? "Obedeciendo a la acción civilizadora del capital se alzó la Unión Cívica, levantando la bandera del régimen puro de la sociedad burguesa" "Esta era del régimen burgués puro importa sí un gran progreso y nosotros aclamamos la nueva era con gran satisfacción" (9). La revolución del 90, entonces, marca el comienzo, a corto o mediano plazo, del régimen capitalista puro, en reemplazo del régimen del caudillaje (10). En esa circunstancia, "surgió la Unión Cívica, la campeona valiente y desinteresada de la democracia, de las garantías institucionales y de la libertad burguesa" (11).
También, en un informe a Die Neue Zeit, de 1903, exalta el rol del radicalismo: "Se ha formado ya un poderoso partido de oposición, el número de cuyos afiliados está aumentando rápidamente y cuyo programa radical, dirigido contra la inaudita corrupción y la mala administración, pregona abiertamente la fuerza de las armas como argumento inevitable para la próxima elección" (12).
Más claramente, afirma en La Vanguardia, en 1894: "El Partido Radical es hoy el elemento revolucionario en la República Argentina, nacido de la crisis económica y encargado de transformar nuestras instituciones políticas en formas estrictamente ajustadas a los intereses capitalistas" (13). Con esta idea, cierra la defensa "marxista" que se hace de Lallemant. Si Marx propone apoyar todo movimiento revolucionario, y Lallemant considera que el radicalismo es el elemento revolucionario en la Argentina, no quedaba otra cosa que hacer que militar en el radicalismo y protagonizar la revolución desde allí. Sin quererlo, se cae entonces en la tesis del italiano Ferri quince años después: el partido socialista, en Argentina, es una flor exótica que no tiene sentido crear o que cumplirá, en cierto modo "por defecto", el papel del republicanismo europeo.
Pero la realidad es que el socialismo se construyó, tuvo su importancia, se construyeron sindicatos obreros con intereses y programas propios; también surgió el anarquismo, que ganó una enorme importancia en las filas obreras, justamente a partir de que los socialistas se negaban a considerar la cuestión obrera desde un punto de vista revolucionario. Y Juan B. Justo y los fundadores del PS no eran unos delirantes ni unos "resignados ideológicos", es decir que, aun pensando que no era su momento, fundaban el partido como una suerte de "antecedente histórico".
El socialismo y el anarquismo surgieron, crecieron y se nutrieron durante toda la década del 90 de los centenares de radicales desilusionados por la política cobarde de su partido. La izquierda se alejaba del radicalismo justamente porque veía que no era el elemento revolucionario de la Argentina. Y desde ese momento, por 20 años, el radicalismo va a convertirse en un agrupamiento alejado de las masas, más cercano a los militares que a la clase media, supuesta fuente de su fuerza, resumido en un único punto de su ideario: comicios sin fraude. En estos años que van desde el 90 hasta el Centenario de 1910, el eje de la revolución en la Argentina pasa por el auge obrero, su organización y sus luchas. El radicalismo estará mirando para otro lado hasta que la derrota sangrienta que el Estado inflige a la clase obrera en 1910 posibilite pensar en una reforma electoral expresamente hecha para que el partido radical se transforme en un canal para las ilusiones de las masas.
Lo que puede ser verdad para un largo período histórico tomado en abstracto, no se condice con la política práctica que debe desarrollarse. Es verdad que la crisis del 90 funda, por así decirlo, el caótico ingreso de la Argentina al moderno capitalismo internacional. También lo es que el radicalismo quiere representar, en general, el régimen político de la democracia burguesa. Pero han pasado 100 años y este régimen no termina de consumarse. Es más, no amenaza con concluirse nunca. Aunque en las ilusiones de las bases del radicalismo del 90 anidara el deseo de constituir una democracia parlamentaria moderna, las malformaciones económicas del país y la coexistencia de formas capitalistas con otras precapitalistas no permitieron nunca que esa democracia se desarrollara según el modelo de los países europeos o de Norteamérica. Una muestra adicional de que la democracia pura era inviable en un país atrasado como el nuestro, la da la propia cortedad de miras del radicalismo, quien apenas atina a plantear otra cosa que el sufragio universal.
Un programa más revolucionario que el del radicalismo, desde el punto de vista democrático, tuvo el socialismo argentino. Planteaba la separación de la Iglesia y el Estado, la confiscación de los bienes del clero, la supresión del poder ejecutivo, eliminación del ejército permanente y armamento del pueblo, revocabilidad de los funcionarios públicos, supresión del senado, etc. (14).
Finalmente, Marx abogaba por apoyar todo movimiento revolucionario, pero nunca abogó por diluirse dentro de partidos burgueses. San Luis era una provincia atrasada dentro de la Argentina, pero el partido socialista se constituía como un partido nacional, y no de Buenos Aires. La permanencia de Lallemant dentro de la Unión Cívica de su provincia no se justifica entonces por estas cuestiones tácticas, sino que se entronca con su sobredimensionada concepción del radicalismo como abanderado consecuente del capitalismo en la Argentina.
También entronca con el rastrerismo proburgués de los stalinistas de todo pelaje. En su ceguera, reivindican tanto la fundación del Partido Socialista como la militancia radical de Lallemant, como si fueran ambas compatibles. Todos los argumentos en favor del apoyo a la UCR de San Luis valen para el apoyo de la UCR nacional: necesidad de desarrollo de la democracia, atraso económico y poca maduración del proletariado. Pero también valen para apoyar hoy al radicalismo, al peronismo o al centroizquierda. Y valen en general para apoyar a cualquier grupo burgués en cualquier lugar de la Tierra. Por donde se ve que los stalinistas son unos defensores estratégicos del apoyo a la burguesía.
El latifundio y la industria
Mucho escribió Lallemant sobre la economía de la Argentina. En sus artículos en La Agricultura, a pesar de ser una revista para los medianos y grandes propietarios de tierras, se esfuerza por explicar pacientemente la teoría del valor, de la plusvalía, la renta de la tierra, nociones de economía política marxista a partir de las cuales elabora sus concepciones sobre la realidad nacional. Tomaremos algunas de sus ideas para visualizar qué diagnóstico traza de nuestro país y cuál es la vía de solución que propugna.
Lallemant plantea que la división internacional del trabajo decidió que fuéramos un país agrícola. Sobreponerse a esto en forma ficticia es tratar de dar vuelta hacia atrás la naturaleza del propio país. Nuestro destino, por el suelo, la escasa población, la historia, es ser un país agrícola y proveer de materias primas al resto del mundo (15).
Se pronuncia, claramente, en contra de una gran industria nacional. "Existen dos fábricas de cerveza, tres o cuatro de fósforo, otras tantas de calzado, una media docena de alcohol, una de tejidos de lana, unas seis de géneros de puntos, que no alcanzan a vender ni la cuarta parte de lo que pueden producir con sus maquinitas (sic), una de papel y otra de ¡dinamita!" (16). No hay mercado para una gran industria. Tenemos poca población, con hábitos alimenticios sencillísimos y un clima muy benigno, con lo cual las necesidades de alimentos, abrigo y vivienda son mínimas.
Denuncia que desde 1876 se protege a esta pequeña industria, con lo cual se evidencia que esos productos destinados al consumo directo son más caros que los que llegarían del exterior. Está en contra de este minúsculo proteccionismo, que provoca una industria artificial, atrasada y cara para el pueblo. Aboga por las agroindustrias, relacionadas con los productos del suelo y dirigidas directamente al consumo de la población adyacente, es decir, no dirigidas al mercado internacional, ni siquiera al nacional. El gran enemigo de esa pequeña industria nacional sería la gran industria nacional, no la manufactura europea.
"La industria creada artificialmente bajo el sistema del proteccionismo no aumenta el grado de productividad de la nación, lo retarda más bien, porque el proteccionismo es entre nosotros una rémora para el desarrollo de la agricultura, que necesita hoy en día absolutamente de la mayor baratura posible de todos los medios de subsistencia, para poder reducir el precio de costo de sus productos y salir triunfante en la terrible lucha de competencia que tiene que sostener sobre el mercado universal" (17).
Coincidentemente con la denuncia de una industria nacional artificial, aboga contra el proteccionismo y por el librecambio (18). En este aspecto, coincide ampliamente con Juan B. Justo, según demostrara Norberto Malaj en su artículo sobre los orígenes del socialismo argentino (19).
Esto explica, entonces, la conocida posición de Lallemant favorable al latifundio. En una serie de artículos de La Agricultura, que generaron una larga polémica, se pronuncia a favor de la capitalización de los latifundios y en contra de la colonización inmigratoria, que genera una masa de arrendatarios, aparceros y proletarios rurales, alrededor y dentro mismo de las grandes extensiones de hacienda dedicadas a la ganadería.
"¡La colonización en su forma actual es un peligro, una desgracia y un oprobio para el país!" (20). "La civilización es imposible bajo esta condición de la vida humana" (21). "El fomento de la explotación de latifundios es lo que necesitamos. No la propiedad de latifundios en manos sin capital circulante, sino la explotación gran capitalista de vastas tierras en manos de empresarios fuertes, o sociedades anónimas" (22).
Apunta, todavía, respecto del futuro del problema agrario: "La época de la colonización va desapareciendo, porque el producto del trabajo del colono no es suficiente para poder responder a las exigencias del mercado universal, y por eso la colonización va en decadencia" (23).
Lógicamente, el gran terrateniente es quien puede poseer el capital para adquirir las máquinas más modernas y explotar el campo en forma más racional y eficiente. La pequeña propiedad tendrá siempre una maquinización menor, baja eficiencia, poco desarrollo, sufrirá el agotamiento del suelo, etc. Sin embargo, el latifundista se dedicó siempre a la ganadería, y los arrendatarios y propietarios menores a la agricultura. Lallemant quiere que la gran propiedad del campo se dedique al cultivo, sin arriendos y con inversión de capital "genuino". Pero la ganadería ofrece grandes y fáciles ganancias al estanciero, quien no "comprende" las razones que le ofrece el ingeniero alemán. A éste no le queda más que lamentarse: "Lástima que la medalla [la ganadería] tenga un reverso tan feo: el empobrecimiento siempre creciente de las grandes masas de la población, la acumulación de los déficits fiscales, las moratorias y la bancarrota del Estado al fin" (24).
En este tema se observan una serie de contradicciones en las ideas de Lallemant. En principio, no existe manera de que el latifundio se dedique a la agricultura si no es por medio del arrendamiento, la pequeña parcela o la pequeña propiedad, y esto implica ya el surgimiento de una clase campesina opuesta al latifundista, quien oprime al campesino por medio del arriendo, del ahogo financiero o lo explota a través del molino, del crédito, etc. El crecimiento de la agricultura con respecto a la ganadería, al contrario de lo que plantea Lallemant, esconde en realidad la lucha entre la pequeña propiedad y el latifundio.
Así, para Lallemant, el desarrollo del capitalismo en la Argentina se dará a través del latifundio, no a través de la industria y tampoco a través de la pequeña propiedad agraria. Lo que existe de estas dos, según Lallemant, está en decadencia, sobrevive con protección o gracias a la autoexplotación desmedida del campesino, es cara e ineficiente. Esto demuestra que la ruta de victoria del capital, para Lallemant, poco tenía que ver con los modelos de Europa y Norteamérica. Allí, el capitalismo de la ciudad necesitó la reforma agraria, la fragmentación de la propiedad fundiaria y la maquinización de la producción del campo. Esto generó primero demanda de máquinas que la ciudad pudo proveer, y además, a través de la multiplicación del trabajo del cultivo, alimentó un mercado interno no sólo reducido a las ciudades. Es decir que el desarrollo de la agricultura acompañó al desarrollo de la industria, y no como pensaba Lallemant, que podía generarse un gran latifundio agricultor y maquinizado, sin ciudades y volcado exclusivamente al mercado externo.
El socialismo argentino no tenía una mayor elaboración sobre el problema agrario. El programa de 1896 apenas mencionaba el hecho de que, ya ocupado todo el territorio de la república, se abría paso a la explotación capitalista del campo, lo cual no pasaba de ser una generalidad. Recién en el año 1902, después de una estadía de Juan B. Justo en el pueblo de Junín, el líder socialista elabora unas tesis aprobadas luego en el cuarto congreso del partido socialista, en La Plata, en donde se aprueba incorporar al programa mínimo del partido la abolición de los impuestos que gravan la agricultura, exención impositiva para las viviendas obreras rurales, contribuciones directas y progresivas sobre la renta de la tierra, reglamentación del trabajo agrícola y otros puntos más. Se ubica entonces el programa socialista en la defensa del pequeño propietario, del agricultor y del proletario rural, víctimas todos de la explotación y el ahogo del latifundio, el banco y el impuesto estatal (25). Juan B. Justo desarrollará una elaboración mayor en un artículo de 1914, donde ya realiza una defensa más acentuada del campesino y un ataque al latifundio, notándose los ecos de la protesta de los campesinos del sur de Santa Fe, conocida como Grito de Alcorta.
De todas maneras, en su libro Teoría y práctica de la historia, aparecido en 1907, Juan B. Justo desarrolla un concepto opuesto al de Lallemant diez años antes: la propiedad de la tierra, a diferencia de la industria, que tiende a concentrarse, tiende a subdividirse hasta llegar a un punto de equilibrio, en el que el campo es lo suficientemente grande como para realizar grandes inversiones y lo suficientemente pequeño como para poder controlar el trabajo y ahorrar en transporte interno (26).
Un gran debate sobre la cuestión agraria se está desarrollando en los años 90 en Europa, en el seno de la Segunda Internacional. El ala derecha de la socialdemocracia alemana, presionada por el pequeño campesino de Bavaria, abogaba por la incorporación al programa socialista de medidas de defensa impositiva del campesino. El centro marxista (Kautsky, Engels, Lafargue) reaccionó contra esta tendencia por considerarla utópica y en todo caso reaccionaria. De este debate surgió el libro de Kautsky La cuestión agraria(27), el cual, sin embargo, tiene muchos puntos de contacto con las ideas de Lallemant. Incluso, éste o Antonino Piñero logran que se publique, durante octubre y noviembre de 1900, una traducción de esa obra, por capítulos, en La Agricultura.
Pero no se puede homologar la discusión sobre el problema agrario entre Europa y la Argentina. Las tierras no cultivadas en Europa eran una pequeña minoría, mientras que en Argentina había millones de hectáreas dedicadas simplemente al pastoreo o a la especulación. El socialismo, más que preocuparse por el logro de créditos "blandos" y exenciones impositivas, debía exigir la nacionalización de la tierra: que el Estado se haga cargo de la mayor riqueza que tenía el país, para entregarla a todos aquellos que la quisieran trabajar, en beneficio de la nación y no en beneficio de una pequeña oligarquía. Esto traería aparejado el poblamiento del campo, la extensión de la agricultura y la destrucción del poder oligárquico. Lógicamente, sólo el socialismo podía llevar a cabo este programa.
La lucha contra el imperialismo
La crisis del 90 también fue una crisis desarrollada a partir de la crisis de la deuda externa. Desde 1891, Argentina entró en cesación de pagos, luego pactó una moratoria con el imperialismo inglés en condiciones desventajosas y tardó diez años en recuperarse, por supuesto con la receta eterna del capitalismo: encarecimiento del costo de vida y superexplotación obrera.
Se puede leer reiteradas veces la denuncia de la acción del capital internacional en los artículos de Lallemant, razón por la cual sus máximos panegiristas lo ubican en una postura antimperialista decidida, en oposición a Juan B. Justo, propenso a la participación del capital internacional en nuestro país.
"Sin conquistas políticas, sin barcos ni cañones, el capital inglés exprime, pues, de la Argentina, en valor relativo, 17 veces más de lo que extrae a sus súbditos indios" (28). "Cinco o seis banqueros de Londres ordenan al gobierno de Buenos Aires, a través del embajador argentino, qué debe hacer y qué debe dejar de hacer" (29). "El país ya no soporta la carga y se hunde bajo el peso del imperialismo británico y de su propia administración irresponsable" (30).
Al analizar la depreciación de nuestra moneda, afirma: "La soberanía de la Bolsa sobre la Nación queda, pues, bien visible. El billete vale tanto cuanto la Bolsa, representante del capital internacional, quiera dar por él, es decir, tanto como valga el crédito de la Nación ante el capital, y ni un comino más" (31).
Sin embargo, Lallemant no es un opositor a la acción del imperialismo en Sudamérica: "La bandera estrellada (de Estados Unidos) flameará pronto sobre una parte de este continente; los destinos de estas miserables repúblicas, que son totalmente incapaces de gobernarse a sí mismas, serán entonces determinados por la Casa Blanca en Washington. Cuando antes esto suceda tanto mejor, porque únicamente de esta manera es posible pensar que Sudamérica pueda alguna vez ser abierta a la cultura y a la civilización" (32).
"El desarrollo liberal burgués de Sudamérica, su liberación del sistema de violencia dominante de las oligarquías que todo lo absorben, será posible únicamente cuando el panamericanismo extienda sus alas en este continente. La oligarquía es un enemigo a muerte del panamericanismo" (33).
Es decir que la denuncia a la acción del imperialismo se realiza desde el punto de vista de la violencia y de la usura que representa, pero a pesar de ello, también representa el capitalismo, la civilización, el progreso, la buena administración. Pero no hacía falta leer el libro de Lenin sobre el imperialismo, que recién aparecería en 1915, para darse cuenta de que el papel del capital internacional en las republiquetas atrasadas de Sudamérica no acarreaba ningún progreso económico real. Al contrario, el capital actuaba como un usurero del Estado e invertía en aquellos factores que nos condenaban económicamente al atraso, manteniendo nuestra estructura agraria latifundista.
El panamericanismo es la expresión ideológica del intento norteamericano de dominar todo el continente, concretada en la agresiva política yanqui en Centroamérica, el Caribe, Bolivia, etc. Las oligarquías locales son las más entusiastas socias del panamericanismo, salvo las oligarquías de Argentina y Uruguay, más propicias al imperialismo inglés. La oposición al panamericanismo ya surge por estos años en el seno de la pequeña burguesía latinoamericana. Lallemant, en nombre del progreso y la civilización, se pone a la derecha de este incipiente movimiento.
En definitiva, su concepción del imperialismo como factor de progreso en Sudamérica coincide con su idea de que es el latifundio el introductor del capitalismo en el campo. Su pensamiento resalta la línea de triunfo del capital más concentrado y más desarrollado. Pero el marxismo se caracterizó por pensar el desarrollo no sólo del capital, sino también de sus contradicciones. Y las contradicciones del capitalismo no se resumen en la lucha política del proletariado: el capital provoca contradicciones en la reproducción misma de su dominación económica. La crisis y la guerra es donde se expresa la contradicción suprema del capital consigo mismo. Es en el seno de estas contradicciones que el proletariado actúa políticamente y llega a barrer con la dominación de la clase burguesa.
Esta idea queda expresada en el siguiente pasaje: "Tenemos pues que todos los fenómenos económicos en la actualidad tienden a un mismo fin, a saber: acrecentar la pobreza de las grandes masas de la población y disminuir su capacidad de consumo, haciendo más grandes los efectos de la sobreproducción y causando la depresión de los precios, hasta que el capital no dé ya sino un insignificante rédito, y las masas de la población, en su desesperación, concluyan con el orden social vigente y el modo capitalista de la producción" (34). Es interesante destacar que para Lallemant, la revolución aparece "por desesperación" de las masas, pero esta desesperación no puede actuar en forma revolucionaria si no es acumulando una experiencia histórica y política previa, con lo cual la desesperación no pasa de ser un factor marginal.
Por otra parte, la revolución no surge como respuesta a la explotación universal y homogénea del proletariado: también se rebelan las colonias contra las metrópolis, las clases medias contra las oligarquías, los campesinos contra los latifundios, los sectores burgueses expropiados contra los que triunfaron en la competencia, etc. Lallemant siempre concibe la línea de triunfo del gran capital, pero en esa constatación desestima la actuación del capital dependiente, ya sea pequeña propiedad agraria o capital nacional, respecto al imperialismo. Lo llamativo es que con estas concepciones haya sido reivindicado por un nacional-marxista como José Ratzer, cuando el pensamiento de Lallemant era, entonces, más antinacional y pro-oligárquico que el de Juan B. Justo.
Las críticas al reformismo
En más de una oportunidad, Lallemant desliza críticas al socialismo reformista o toma distancia con respecto a éste. A fines de 1896, afirma que el socialismo "está restringido a los 300 miembros del Club Vorwärts, y de estos mismos, ¿cuántos serán verdaderos socialistas de convicción?" (35). Del partido socialista recién constituido, afirma que se mezcla a Marx con Spencer, a Lombroso con Ferri, acusándolo de una franca heterogeneidad ideológica. En un artículo para Die Neue Zeit, denuncia la resbaladiza base ideológica del socialismo y ensalza extremadamente la tarea de los alemanes del Vorwärts. Denuncia una casa editorial formada por socialistas que editó una traducción de un libro de Ferri, socialista evolucionista italiano, convertida en "biblia de los socialistas locales" (36). "La misma editorial publicó también la obrita de un estudiante que rebosa de ignorancia y absurdos [se refiere a Qué es el socialismo, de José Ingenieros] En el Vorwärts, compañeros alemanes han combatido contra este absurdo, dado que La Vanguardia socialista en idioma español no admite discusión sobre este asunto, probablemente para no perjudicar a la editorial. Se incluyen frecuentemente traducciones de artículos de Ferri y de Lorio sin el menor criterio selectivo" (37). "Sin los compañeros alemanes, la totalidad de los obreros habría caído en los brazos del anarquismo" (38).
Ya en 1908, la denuncia al reformismo del partido de Juan B. Justo se hace más dura: "El reducido partido socialista también ha sufrido gravemente, si bien su actuación difícilmente pueda ser más tranquila y cautelosa. Los jefes han pasado casi sin excepción al campo de Turati, tal como se manifestó ya tan llamativamente en el Congreso de Amsterdam. Esto le ha reportado pocas simpatías por parte de los obreros locales Los elementos propulsores del partido socialista son ideólogos burgueses que no están dispuestos a cruzar un determinado Rubicón De ahí su turatismo" (39).
Lallemant se está refiriendo a un congreso de la Internacional Socialista en Amsterdam, en 1904 (40), donde el ala izquierda procuró liquidar definitivamente el revisionismo bernsteiniano. El ala derecha se opuso, liderada por el italiano Turati, y a esta fracción dio su apoyo el socialismo argentino.
Pero no se pueden tomar estas afirmaciones de Lallemant de un modo directo. Primeramente, que el grupo Vorwärts fuera un homogéneo sector marxista no es más que una leyenda. Hemos demostrado, en un artículo en Prensa Obrera, que el Club Vorwärts estaba animado de un gran eclecticismo, con rasgos de lasalleanismo (41). A raíz de esto es que deformaron el llamamiento del 1º de mayo de 1890 que hiciera el Congreso Socialista de París y lo convocaron como "fiesta del trabajo".
Más importante que esto: ¿desde dónde critica Lallemant al reformismo socialista? ¿Desde la Mesa Directiva de la Unión Cívica Radical de San Luis? Para aceptar favorablemente esta inquietud, es que José Ratzer o Puiggrós inventaron la existencia de una "corriente" dentro del socialismo argentino, dirigida por Lallemant, opuesta desde un primer momento al reformismo proimperialista de Juan B. Justo. "Lallemant y su grupo", deliran, habrían actuado como un contrapeso de izquierda con sentido de lo nacional y lo popular, y se los podría considerar el origen larvado, embrionario, de lo que luego fue el socialismo revolucionario, expresado en la fundación del Partido Comunista en 1918. Dejemos estas leyendas de lado, que nos hablan de un grupo que no se reconoce como tal, que expone sus posturas en forma espaciada y en ámbitos ajenos al movimiento obrero local, y que en la mayoría de los aspectos coincide con su supuesto "enemigo" reformista.
Balance
Germán Avé Lallemant se destacó más como científico que como militante socialista. Su actividad política estuvo encuadrada en el radicalismo puntano, mientras que su colaboración con el socialismo local se reduce a la edición del periódico El Obrero por unos pocos meses, su candidatura a diputado en 1896 y los informes a la mejor revista del marxismo internacional, Die Neue Zeit, dirigida por Karl Kautsky.
Su actividad periodística fundamental se desarrolla en una publicación burguesa, destinada a fomentar la agricultura en el campo, intención que coincide con el propio pronóstico de Lallemant con respecto a nuestro país. A la vez, combate la industria nacional, glorifica la función del latifundio y exalta la función del imperialismo como factor de civilización en los países sudamericanos.
Un aspecto destacable de la obra de Lallemant es que, en buena parte de su producción periodística (incluyendo lo aparecido en publicaciones burguesas), explica detalladamente conceptos básicos de las concepciones económicas de Marx, citando profusamente tanto a este mismo como a Engels, publicando íntegra la obra de Kautsky sobre La cuestión agraria, dando noticias sobre el socialismo europeo, etc. Esta defensa del marxismo es lo que nos lleva a revisar sus ideas y sus aportes al socialismo argentino: porque defendemos el campo en el que se quiso inscribir, y buscamos criticarlo en ese mismo ámbito. De otra forma, no tendría sentido revolver papeles viejos en busca de sus artículos.
Esto no quita que sus principales esfuerzos estén destinados a la solución del problema de la plaga de langostas, la descripción geológica y fitozoológica del país, así como otros "servicios" que se le brindan al chacarero y al terrateniente argentino. No podemos impugnar la actividad periodística de Lallemant, pero eso no debe impedir un balance objetivo de sus propuestas y de su alcance.
No es nuestra intención afirmar que la militancia en el socialismo es condición para una evaluación positiva de su obra. Algunos aspectos de su pensamiento los hemos evaluado en este artículo, y valen independientemente de su conexión con el movimiento obrero argentino. Pero sus críticas al reformismo socialista no se pueden desarrollar desde una posición apartidaria, porque están implicando directamente la concepción de lo que es o deja de ser un partido revolucionario.
El conjunto de sus postulados condice en realidad con su militancia radical en San Luis. Lallemant aboga, como hemos dicho, por el triunfo del gran capital, el latifundio, el imperialismo, la gran industria europea. Coincidentemente con esto, considera que con la introducción de la Argentina al ciclo capitalista mundial, se inicia la era del triunfo de la democracia liberal burguesa en estado químicamente puro: sufragio, libertades democráticas, parlamentarismo, etc. La carta de triunfo de esta democracia no es el socialismo, sino el radicalismo. El socialismo es el único que puede tener un diagnóstico científico sobre la realidad, pero su papel político se resume a una tarea de "mantenimiento" ideológico hasta que la desesperación de las masas haga sonar la hora de la muerte del capitalismo. Consumada la democracia, recién allí empezará a primar el socialismo entre las masas. La reivindicación que los nacionalistas de todo tipo han hecho de Lallemant se produce a raíz de que es lo mismo que ellos piensan, aún hoy. Latinoamérica todavía tiene que desarrollar su nacionalidad y sus instituciones democráticas, la hora del socialismo aún no ha sonado. ¿Qué hace esta gente militando entonces en el seno de la izquierda? No desesperemos: algunos ya han tomado conciencia de que su lugar verdadero está en las filas de los partidos burgueses.
La existencia de un grupo alrededor de Lallemant, que habría conservado subterráneamente un marxismo revolucionario en el seno de un socialismo mayoritariamente reformista, es un puro invento de Puiggrós y Ratzer. No hay tal grupo, no hay tal marxismo revolucionario, no hay tal origen. Sólo que los escritores buscan afirmarse emocionalmente con el "mito de los orígenes", el cual demostraría que los "antepasados" de sus ideas no eran todos villanos de película. Para reafirmarse en sus críticas a Juan B. Justo, inventaron un Lallemant opuesto, "injustamente olvidado".
El verdadero marxismo revolucionario descree de los orígenes puros y somete todo al tamiz de la crítica, porque sólo de ella podrá surgir la verdadera comprensión de las condiciones que forjaron la historia del movimiento obrero.
Notas:
1. Ferrari, Roberto A., Germán Avé Lallemant, ICCED, San Luis, 1993. El artículo de Fermín Chávez "Un marxista alemán en San Luis", en Todo Es Historia nº 310, mayo de 1993.
2. García Costa, Víctor O., El Obrero: selección de textos, CEAL, Buenos Aires, 1985.
3. Ratzer, José, Los marxistas argentinos el 90, Pasado y Presente, Córdoba, 1969. Véase también El movimiento socialista en Argentina, Agora, Buenos Aires, 1981.
4. Puiggrós, Rodolfo, Historia crítica de los partidos políticos argentinos, Argumentos, Buenos Aires, 1956, pg. 151.
5. Paso, Leonardo, La clase obrera y el nacimiento del marxismo en la Argentina, Anteo, Buenos Aires, 1974.
6. Chávez, Fermín, ob. cit.
7. García Costa, Víctor, ob. cit.
8. Marx, Carlos y Engels, Federico, Manifiesto del partido comunista, Anteo, Buenos Aires, 1985.
9. García Costa, Víctor., ob. cit., pg. 42.
10. Idem, pg. 46.
11. Idem, pg. 47.
12. Paso, Leonardo, ob. cit., pg. 195.
13. En La Vanguardia, 21 de julio de 1894, citado por Emilio Corbière en el prólogo a Bauer, Alfredo, La Asociación Vorwärts y la lucha democrática en la Argentina, Legasa, Buenos Aires, 1989, pg. 19.
14. Oddone, Jacinto, Historia del Socialismo Argentino, Talleres Gráficos La Vanguardia, Buenos Aires, 1934, 2 tomos.
15. "La industria nacional", La Agricultura nº 189, 13-8-96, pg. 600.
16. "La exposición proyectada. Agricultura e industria. Lo que hace falta", La Agricultura nº 181, 18-6-96, pg. 464.
17. "La industria nacional", La Agricultura nº 189, 13-8-96, pg. 600.
18. "La exposición proyectada. Agricultura e industria. Lo que hace falta", La Agricultura nº 181, 18-6-96, pg. 464.
19. Malaj, Norberto, "Juan B. Justo: ¿Un Lasalle latinoamericano?", En Defensa del Marxismo nº 12, Buenos Aires, mayo de 1996.
20. Citado en Paso, Leonardo, ob. cit., pg. 87.
21. Idem, pg. 89.
22. Idem, pg. 90.
23. "Colonización o latifundios", La Agricultura nº 132, 11-7-95, pg. 534.
24. "Estancias", La Agricultura nº 157, 2-1-96, pg. 20.
25. Oddone, Jacinto, ob. cit., tomo II, pg. 385.
26. Justo, Juan B., Teoría y práctica de la historia, Líbera, Buenos Aires, 1969, pg. 104.
27. Kautsky, Karl, A questão agrária, Proposta, San Pablo, 1980.
28. Citado en Paso, Leonardo, ob. cit., pg. 188.
29. Idem, pg. 189.
30. Idem.
31. "La depreciación de nuestra moneda", La Agricultura, pg. 93, firmado con el seudónimo "Demócrata".
32. Citado en Paso, Leonardo, ob. cit., pg. 192.
33. Idem, pg. 179.
34. "Fenómenos notables en el campo de la evolución económica", La Agricultura nº 120, 18-4-95, pg. 318.
35. "La industria nacional y las huelgas", La Agricultura nº 201, 5-11-96, pg. 796.
36. Paso, Leonardo, ob. cit., pg. 167.
37. Idem. Ver también el interesante artículo de María Rosa Labastié de Reinhardt, "Una polémica poco conocida. Germán Avé Lallemant – José Ingenieros (1895-1896)", en Nuestra Historia nº 14, Buenos Aires, abril de 1975, pg. 86, donde se reproduce extensamente la polémica, traduciéndola del Vorwärts.
38. Paso, Leonardo, ob. cit., pg. 167.
39. Idem, pg. 205.
40. Joll, James, La II Internacional. Movimiento obrero 1889-1914, Icaria, Barcelona, 1976.
41. "El 1º de Mayo de 1890", en Prensa Obrera de mayo de 1996.