Trotsky sostuvo repetidas veces que un programa de partido no podía limitarse a señalar las líneas generales del desarrollo revolucionario sino que debía refractar esas líneas generales, resultantes del carácter mundial del capitalismo, en las peculiaridades de cada nación y aún tener en cuenta las condiciones específicas de la evolución de la conciencia del proletariado. Este es el camino obligado para que el programa revolucionario encarne en la clase obrera de cada país.
A la luz de esto es que la elaboración de una historia del trotskismo argentino no debe agotarse en la recopilación de textos y hechos olvidados o no debidamente apreciados, sino que debe servir para asimilar las experiencias frustradas que tuvieron por objetivo estructurar el partido revolucionario. Una historia del trotskismo debe sacar a luz cómo se abordaron en el pasado los problemas estratégicos y cuales fueron los aportes y las limitaciones en la estructuración del programa. El propósito del historiador no es canonizar a los grupos políticos que actuaron en nombre del trotskismo o más precisamente de la IV5 Internacional, sino caracterizar su actuación política a la luz de las condiciones imperantes de la lucha de clases del movimiento obrero internacional y del marco histórico de la nación en cuestión.
La importancia a este respecto de la “Historia del trotskismo argentino (1929/60) de Osvaldo Coggiola (Ed. CEAL-Centro Editor) está fuera de cuestión. La recopilación y ordenamiento de la vasta literatura y de las discusiones que enfrentaron a los grupos que se proclamaban trotskistas y sus relaciones con la IV5 Internacional, constituye un mérito indiscutido del autor. Coggiola evalúa a lo largo de su trabajo los problemas estratégicos que, conscientemente o no, estuvieron en la base de las crisis de esos grupos y de su fracaso para actuar en conformidad con una estrategia cuartainternacionalista.
El movimiento trotskista nace en Argentina a comienzos de la década del ‘30, pero durante sus primeros quince años tendrá una vida larvada y errática. No obstante, es el receptáculo de varias escisiones que se producen en el stalinismo.
El gran debate que recorre las filas trotskistas (y no sólo trotskistas) es la caracterización del país, el carácter de la revolución y las tareas a cumplir. En líneas generales, los primeros grupos trotskistas sostenían que Argentina era un país capitalista desarrollado, en el que no se planteaban las tareas de independencia nacional. Una minoría, no obstante, partía del^ carácter atrasado del capitalismo argentino y de su dependencia del imperialismo mundial, para señalar la vigencia de la liberación nacional. Una expresión de la debilidad teórica de la época es que esta minoría fue incapaz de sacar a la liberación nacional del plano de la abstracción y extraer las conclusiones políticas concretas, por ejemplo, con relación a las tentativas autónomas de la burguesía y a los movimientos nacionalistas.
Resulta notable que los primeros trotskistas argentinos no percibiesen la cuestión nacional en los años ‘30 cuando ésta se expresó con particular intensidad. La crisis mundial de 1929 puso al rojo vivo los vínculos semicoloniales de la Argentina con Inglaterra y abrió una colosal crisis política y social. La colonización financiera de Gran Bretaña produjo una temprana y extraordinaria integración de Argentina al mercado mundial pero, dialécticamente, aisló al país, al mismo tiempo, de la circulación general de la economía mundial por su carácter unilateral, por el bloqueo que ejercía contra la industrialización. La caída del comercio exterior, a partir de 1930, produjo una brutal expulsión de las masas agrarias y urbanas del interior del país y la ruina de la clase obrera. Otra consecuencia fue la quiebra del régimen político y el inicio de la era de los golpes militares.
En realidad, los trotskistas negaban la opresión imperialista por el hecho de que Argentina no estaba ocupada por una fuerza militar extranjera y porque contaba con una industria y u-na clase obrera con cierto desarrollo, al menos en relación a los demás países latinoamericanos. Consideraban al imperialismo en términos de fuerza militar o como explotación de las naciones exclusivamente agrarias. La semiindustrialización de las naciones semicoloniales aparecía, entonces, como sinónimo de autonomía nacional, que no podía ser compatible con la dominación del capital financiero internacional.
Esos grupos trostkistas no tenían en cuenta que “el capital financiero es una fuerza tan considerable, por así decirlo, tan decisiva en todas las relaciones económicas e internacionales, que es capaz de subordinar, y en efecto subordina, incluso a los Estados que gozan de una independencia política completa…” (El imperialismo, Lenin). Lenin colocaba a Argentina en la categoría de estos últimos.
En verdad, estos primeros grupos trotskistas establecían una continuidad, no con Lenin y Trotsky, sino con Juan B. Justo, uno de los fundadores del PS, quien, partiendo de que la colonización del agro y el establecimiento de los grandes medios de transporte habían integrado al país al sistema capitalista internacional, a-preciaba al imperialismo, unilateralmente, como factor de universalización del modo de producción capitalista. Por eso Justo sostenía que el capital extranjero “sano” era un progreso (la tarea del poder político debería ser impedir que se manifestara su lado enfermo o negativo, tesis que luego haría suya el nacionalismo burgués — APRA, UCR, etc.). Los trotskistas podían discutir sobre el grado del atraso o dependencia del capitalismo argentino, pero negaban que la opresión imperialista constituyera una valla insalvable al desarrollo burgués nacional independiente de las naciones atrasadas. Es decir, que negaban que Argentina sufría, al mismo tiempo, las consecuencias de un elevado desarrollo capitalista (ramas modernas controladas por el capital financiero) y de un insuficiente desarrollo del capitalismo (atraso agrario, industria artesanal, ausencia de integración autónoma al mercado mundial).
A fines de la década del ‘30 Quebracho (Liborio Justo) sostendrá, sin embargo, que “la Argentina es un país semicolonial sometido al imperialismo” y que está planteada la lucha por la liberación nacional (ver Coggiola, págs. 32 en adelante). Esto desatará una violenta polémica en las filas trotskistas. Se pondrán de relieve, entonces, las lagunas, debilidades y la inmadurez teórica de esos grupos.
Para un sector del trotskismo de esa época (Antonio Gallo, Jorge Lagos) el planteamiento de la liberación nacional significaba el abandono de la estrategia de la revolución socialista, la negación del carácter capitalista del país y conducía al “frente popular” (colaboración de clases con la burguesía nacional).
Para Gallo y Lagos, liberación nacional concluía con la independencia formal.
“La burguesía argentina, a diferencia de los demás Estados latinoamericanos — sostenía Gallo— se basa en una economía de cierto grado de desarrollo propio, tiene una gran experiencia, cuenta con un Estado bien organizado y un aparato de represión formidable. Ya ha hecho su revolución y está dispuesta a gozar de sus beneficios. No tiene el menor propósito de lanzarse a ninguna revolución ‘antiimperialista” (Coggiola, pág 34).
Como se puede apreciar, Gallo consideraba que el imperialismo no tenía vigencia allí donde la burguesía nacional contaba con un Estado propio, es decir, que la consideraba una clase dirigente y opresora plena. Gallo excluía como propio del imperialismo al conjunto de las relaciones, cadenas y trabas políticas y económicas que sujetan a las naciones atrasadas y que por ese motivo confieren al Estado nacional y a la burguesía nativa un carácter semi-dirigente y semi-oprimido (Trotsky). Lenin había advertido que “para el capital financiero la subordinación más beneficiosa y más cómoda es aquélla que trae aparejada consigo la pérdida de la independencia política de los países y de los pueblos sometidos. (Pero)… Los países semi-coloniales son típicos, en este sentido, como ‘caso intermedio Se comprende, pues que la lucha por esos países semidependientes haya tenido que exacerbarse particularmente en aquella época del capital financiero, cuando el resto del mundo se hallaba ya repartido” (El Imperialismo…).
Tanto Gallo como Lagos deducían la inactualidad de la cuestión nacional en Argentina de su apreciación de que la burguesía argentina no estaba interesada en la lucha antimperialista, lo que sí ocurriría en el caso de las demás burguesías latinoamericanas.
Pero la opresión nacional no se establece por la capacidad o disposición subjetiva de la burguesía nacional para librar una lucha antimperialista. Gallo, por ejemplo, le extendía una “certificado de lucha” a las burguesías latinoamericanas y se lo negaba a la burguesía argentina, cuando en realidad la burguesía argentina protagonizó mayores movimientos de resistencia al imperialismo que cualquier otra de América Latina.
El problema correctamente planteado sigue siendo otro. La vigencia de la lucha nacional está presente donde, aún si existe un Estado nacional, éste se encuentra bajo la dependencia (económica, política o militar) de un Estado extranjero, en virtud de un conjunto de relaciones históricas, en el caso argentino su temprana subordinación al capital comercial y financiero británico. La opresión nacional otorga un carácter progresivo a las tareas nacionales aunque no a la burguesía nacional. Esta tiende a la unión más completa con el imperialismo, por imperio de la fuerza de atracción del capital financiero (bien que esa tendencia nunca pueda transformarse en unión total), y teme, por otro lado, al proletariado y a los levantamientos agrarios. El yugo imperialista exacerba la diferenciación interna de la nación, por eso en lugar de armonizar los intereses de las clases nativas agudiza la lucha en el seno de la nación oprimida, es decir la lucha del proletariado contra la burguesía nacional.
Para Gallo la consigna de liberación nacional subordina al proletariado a las clases dominantes nativas razón por la que Lagos la califica de variante de “frente popular”. Pero si la burguesía puede encubrirse con las banderas del antimperialismo para reclamar el apoyo del proletariado y del conjunto de las masas ello se debe a que la opresión imperialista se manifiesta inevitablemente por todos los poros de la sociedad. No es posible acabar con la influencia de la burguesía entre la clase obrera y las capas pobres negando el yugo opresor. Si los trotskistas proclaman la abstención en la lucha contra el imperialismo, la burguesía nacional cuenta oon las manos libres para manipular a las masas, presentándose como la abanderada de los intereses nacionales. La vanguardia obrera, en este caso, lejos de preservar la independencia de clase del proletariado, queda aislada como un grupo antinacional, incapaz de distinguir el campo imperialista.
Para Gallo y Lagos la lucha por la liberación nacional significaba que el antagonismo entre la burguesía nacional y el proletariado quedaba abolido, tesis ésta propia del stalinismo. Este sostiene que el proletariado debe subordinarse a la burguesía en nombre del enemigo opresor común. Como Gallo y Lagos rechazaban esta conclusión, creían resolverla suprimiendo de sus cabezas la opresión imperialista y las reivindicaciones nacionales. “La teoría y la estrategia marxista rechazan terminantemente, en todos los casos, la estúpida idea de que el proletariado deba convertirse en abanderado de ideas y de movimientos burgueses de “liberación nacional”’ (Documento de la LOS, ver Coggiola, pág. 36). Lo que no se comprendía era que la realización revolucionaria de las tareas de la emancipación nacional superan el marco de la democracia burguesa, que la lucha antimperialista debe servir para desenmascarar las vacilaciones y cobardía de la burguesía nacional ante las tareas históricas de la nación y que todo esto sirve para potenciar al proletariado como abanderado de las masas oprimidas.
Aunque Quebracho señalara la vigencia de la cuestión nacional y rechazara la asimilación de Argentina a las metrópois imperialistas, lejos estuvo de comprender el significado que esto tenía en la lucha de las naciones sometidas (surgimiento de movimientos nacionalistas de masas) y en el programa político del proletariado. En 1943, Quebracho rompe con el trotskismo. Quebracho lanzará la insólita y prostalinista acusación de que “el líder de la IV9 Internacional se puso al servicio del imperialismo yanqui en México”, ofreciendo como prueba, ni más ni menos, que el análisis y las posiciones políticas de Trotsky frente a la cuestión nacional. Es decir que no había entendido nada de su propio planteo.
Quebracho sostuvo que la nacionalización del petróleo por el general Cárdenas en México, en 1938, no era más que una “lucha interimperialista” sin el menor atisbo de reivindicación nacional. Quebracho pasó a suscribir las posiciones de ciertos grupos trotskistas ultra-izquierdistas mexicanos que atacaron a Trotsky por el apoyo que éste brindó a la medida de Cárdenas. Estos grupos sostenían que la nacionalización del petróleo “sirve al imperialismo norteamericano contra el imperialismo inglés” (L.C.I., julio 1938, citado por Quebracho en: “León Trotsky y Wall Street”, pág. 97). Esto no les impedía a esos grupos y a Quebracho decir, al mismo tiempo, “que la medida de Cárdenas era progresiva y debía ser apoyada por los militantes revolucionarios”( ídem, pág 92). Sin embargo, calificaban a la nacionalización de Cárdenas como una inspiración… del imperialismo norteamericano.
Es evidente que al asimilar la nacionalización del petróleo por Cárdenas al imperialismo yanqui, los llamados “trotskistas” mexicanos se cerraban el camino hacia las masas. Para Trotsky la ubicación correcta de la lucha nacional no era más que el punto de partida para que el proletariado no quedara entrampado en el campo burgués. La burguesía mexicana, para ganarse una base de apoyo en la clase obrera y para contar con un capital político para su regimentación, llegó inclusive a proponer la participación obrera en la industria nacionalizada. Para Trotsky estaba fuera de cuestión (“sería un error desastroso, una abierta impostura”) que las nacionalizaciones y la co-dirección obrera cambiaran el carácter de clase burgués, del gobierno y que, por lo tanto, eliminaran la necesidad de la revolución proletaria. El problema era otro. En la medida que disputaba una reivindicación nacional y buscaba interesar a los obreros en ella, el peligro era que la clase obrera fuese ganada a la política burguesa nacionalista. El esfuerzo de Trotsky estuvo destinado a establecer la correlación política y programática de la lucha nacional y proletaria, cómo y en qué medida la participación obrera podía permitir el desarrollo de la oposición política al régimen burgués, desnudar sus vacilaciones, cobardía e impotencia en la disputa antiimperialista.
Quebracho, por lo tanto, aunque planteó la “liberación nacional”, no salió de la abstracción, era incapaz de reconocerla en un enfrentamiento político concreto. Tenía una caracterización insuficiente del movimiento nacionalista de contenido burgués, ni que decir de la conducta que debía adoptar el proletariado revolucionario. Trotsky supo oponer el proletariado a la burguesía en la cuestión nacional, en el caso de México, Quebracho le dio simplemente la espalda. El señalamiento de la liberación nacional no agota la necesidad de determinar las peculiaridades nacionales de un país, es muy abstracta. Las posiciones de Quebracho sobre la liberación nacional, en lugar de ser el punto de partida para la elaboración del programa y la política del proletariado en la Argentina atrasada y semicolonial no pudieron hacer frente al surgimiento en Argentina de un movimiento nacionalista de masas, el peronismo, que logrará dirigir y regimentar a la clase obrera. Los trotskistas argentinos no estaban teóricamente preparados para lo que se venía.
1945: el peronismo
Estos problemas se manifestaron con total crudeza en 1945. Coggiola señala que, con excepción de algunos núcleos de grupos trotskistas que, más bien empíricamente, reconocieron el lado progresivo del peronismo en relación a la Unión Democrática, la mayoría lo calificó de “movimiento reaccionario”, de tintes policiales, asimilable al fascismo. Entre ellos se encontraba Jorge Abelardo Ramos, entonces defensor de “las posiciones anti-liberación nacional” (Coggiola, pág 96) pero que meses después descubrirá las virtudes peronistas pasándose abiertamente al campo burgués.
En esa época hace su debut en las filas trotskistas Nahuel Moreno, quien llevará al extremo las caracterizaciones y posiciones erróneas de sus predecesores y contemporáneos. '
Moreno reconocerá el carácter atrasado y semicolonial de Argentina, entroncando en el pensamiento de Quebracho, pero negará la peculiaridad de los movimientos nacionalistas de masas de contenido burgués, pues asimilará a la burguesía nacional con el imperialismo.
“La crisis general del imperialismo en todos los terrenos, político, social, económico, colonial, acelera la unidad general del mundo capitalista y no debilita esa unidad. La burguesía de los países atrasados que forman parte del mundo capitalista están cada vez más unidos al imperialismo por motivos económicos, sociales y políticos, a pesar de que no dejan de tener roces con los países metropolitanos por el reparto de la plusvalía, como consecuencia del fortalecimiento del poderío de sectores de la burguesía de los países atrasados, lo importante es que estos roces no debilitan el frente único imperialismo-burguesía nacional sino que la crisis fortalece cada vez más ese frente único” (Moreno, “GCI, agente ideológico del peronismo en el movimiento obrero”, noviembre 1951). Como dice Silvio Frondizi (“La realidad argentina”, tomo II): “Es evidente que aquí se confunden dos cosas: la tendencia de los gobiernos de los países semicoloniales, con los límites de esa política… ”.
La tendencia de la burguesía nacional hacia el entrelazamiento con el capital financiero en modo alguno puede darse de una manera armónica. El imperialismo extiende el parasitismo, es decir que agudiza las contradicciones nacionales.
La transformación del frente único imperialismo-burguesía nacional en bloque monolítico significa que el capital financiero sería capaz de resolver las contradicciones que oponen a las naciones oprimidas con el yugo imperialista. La tendencia a la alianza no elimina sus límites y contradicciones. Trotsky señaló magistralmente que “la llamada burguesía *nacional9 tolera todo tipo de degradación nacional mientras pueda mantener su existencia privilegiada. Pero cuando el capital foráneo se propone asumir la plena dominación de toda la riqueza del país, la burguesía colonial se ve obligada a recordar sus obligaciones ‘nacionales’” (“La revolución china”).
Hay que subrayar que las teorizaciones de Moreno se hicieron en relación al peronismo — movimiento de masas burgués— que debía enfrentar al bloque reaccionario del imperialismo yanqui y la burocracia del Kremlin. Tenemos aquí un ejemplo terrible de la relación entre la insuficiencia teórica y la más completa ceguera política.
Para Moreno, Perón era un agente inglés, y “la dependencia de la burguesía nacional, su falta de ‘nacionalismo’ su rol antinacional y ‘reaccionario’… (hace que) todo gobierno burgués argentino será el agente de Inglaterra”.
Moreno no niega la progresividad del nacionalismo de un país oprimido; denuncia su “falta99 en el peronismo. Pero es indudablemente incapaz de concretizar su caracterización, al calificar a todo movimiento nacionalista de contenido burgués como reaccionario. La falla de Moreno consiste en lo siguiente: no determina el peso específico de las contradicciones nacionales en la estructura social e histórica del país; no advierte la correlación entre esas tareas pendientes concretamente definidas y el peronismo.
El peronismo —dice— “… es francamente totalitario; ha tenido y ha logrado hacer controlar serios roces con el imperialismo yanqui, por seguir siendo Argentina el tradicional baluarte del capitalismo europeo, especialmente del inglés, y no por ser antimperialista o reflejar un sector burgués nacional antimperialista” (Moreno, citado por Coggiola, pág. 99).
Pero si para Moreno esto era el peronismo, ¿qué era para él la Unión Democrática? Moreno no caracterizaba a la Unión Democrática de bloque al servicio del imperialismo yanqui. Por el contrario, era al peronismo al que caracterizaba como ‘la vanguardia de la ofensiva capitalista contra las conquistas obreras”, es decir, como el bloque burgués proimperialista por excelencia, como “un movimiento dirigido y formado por militares y marinos, curas y profesores, conservadores y sindicalistas a granel, ex-socialistas y radicales, matones y caficios, industriales y comerciantes, ganaderos y terratenientes, curas y artistas de varieté o radioteatro, agentes del imperialismo y nacionalistas trasnochados” (citado por Coggiola, pág. 98/99).
El peronismo, en síntesis, era, según Moreno, “el más grande defensor de las relaciones burguesas tradicionales del país; dominio de los exportadores, sobre todo de los ganaderos y frigoríficos y estrechas relaciones con el imperialismo inglés”. La UD, en comparación, era progresiva. Tenemos, así, por primera vez, la determinación del carácter de un movimiento burgués en una nación oprimida por su demagogia democrática-formal (U.D.), sin tener en cuenta su contenido proimperialista, en oposición al “totalitarismo d^ los movimientos nacionales.
Hasta un ciego podía ver (y estas citas son de un texto de 1949) que los representantes históricos burgueses, como el imperialismo yanqui y los de la burocracia del Kremlin, estaban en la Unión Democrática, y que en 1949 Perón estaba girando a la órbita de los Estados Unidos.
Sin lugar a dudas es propio de los movimientos nacionalistas burgueses buscar apoyarse en un imperialismo contra otro. Más aun, Perón para asegurar el mercado inglés de carnes, compró a cambio los ferrocarriles y otras propiedades, a precio de oro, como lo reclamaba la Bolsa de Londres. Esto demuestra que la burguesía nacional actúa dentro de los límites que le impone su propio carácter de clase explotadora, como una fracción de la burguesía mundial. Por esto mismo, la oposición del imperialismo yanqui a Perón no llegó hasta la invasión militar como lo reclamaba el PC. Pero los intereses del imperialismo mundial estaban en la Unión Democrática. Aunque esta realidad no entraba en su esquema, Moreno llegó a explicarla del siguiente modo: “El imperialismo inglés, sin dejar de tener muchos de sus servidores y agentes nacionales en la oposición al gobierno (de Perón) tantos que hacen mayoría, apoya decididamente a este último, como mejor forma de defenderse de la penetración del imperialismo rival”. Como bien concluye Coggiola, “Perón es, pues, un agente inglés combatido por los agentes ingleses en la Argentina, y ya es difícil saber en qué mundo vivimos… ” (pág. 99).
Los movimientos nacionalistas burgueses procuran por definición la regimentación del movimiento obrero, con la finalidad de usarlo como factor de presión frente al imperialismo (para lo cual llega, incluso, a tomar iniciativas de organización de los trabajadores), y por sobre todo, para liquidarlo como clase independiente (esto con más razón por cuanto el proletariado tiende constantemente a superar los límites a que pretende confinarlo la burguesía). El peronismo se propuso y logró una amplia regimentación y estatización del movimiento obrero, al mismo tiempo apeló a formidables concesiones a los trabajadores. El peronismo se esforzó por regimentar al movimiento obrero, pero nunca hubiera sido- un fenómeno de masas si se hubiera limitado al sometimiento policial de los sindicatos.
Para Moreno, el peronismo, al revés, se limitó a estructurar un Estado policial, de reacción política, agente inglés, el más grande defensor de los estancieros y frigoríficos. Moreno ignora la democratización que impuso el peronismo al obligar totalitariamente a los patrones (muchas veces obligado él mismo por las huelgas) a aceptar una avanzada legislación laboral y una incuestionable re-distribución de la renta nacional.
Las citas de Moreno son ilustrativas del grado a que llegó su posición antiobrera y proimperialista.
“El 17 de octubre el movimiento obrero fue movilizado no sobre consignas antimperialistas o anticapitalistas sino para asegurar el orden burgués representando por la policía y el ejército y para liberar a Perón (poco importan los gritos, Viva Perón, Muera Braden)… No se trató por lo tanto de una movilización de clase ni de u-na movilización antimperialista sino de una movilización fabricada y dirigida por la policía y los militares, y nada más… No hubo ni iniciativa del proletariado ni oposición al régimen capitalista, ni lucha o conflicto con éste… No fue por lo tanto una movilización obrera… El 17 de octubre representó al mismo tiempo el punto culminante de esta ofensiva y el debut de otra… ”
( “¿Movilización antiimperialista o movilización de clase?” Nahuel Moreno en “Revolución Permanente”, N2 1, 21/7/1949).
“Los militares… incitaban al proletariado a ir contra la burguesía. Se produjo al calor de tal demagogia todo un movimiento obrero artificial que era alentado y apoyado por funcionarios estatales y policiales. Al decir artificial queremos decir que no fue consecuencia de la situación desesperada del proletariado o de su experiencia o conciencia” (“Frente Proletario”, N- 7, agosto 1947, pág 4.) Estas eran también las posiciones de la Sociedad Rural y la Unión Industrial para quienes las demandas obreras eran excesivas y artificiales, antojadizas, y el proletariado tenía lo que necesitaba.
Ciertamente, la movilización del 17 de octubre no fue una movilización de clase (aunque la inmensa mayoría de sus protagonistas y de las organizaciones que la impulsaron fueran obreras), esto porque estaba bajo la dirección de la burguesía nacional y de una parte del aparato estatal. No es la composición social sino la dirección política lo que determina, en última instancia, el carácter de una lucha. Pero claro que fue una movilización antimperialista, y hasta cierto punto antiburguesa, pues se reclamaba contra la anulación inminente de conquistas obreras fundamentales (aguinaldo, pago de feriados, vacaciones). Todo movimiento de masas dirigido por la burguesía desnaturaliza su contenido profundo. Pero la burguesía no puede nunca crear artificialmente un movimiento obrero, debe partir de las aspiraciones e iniciativas ya contenidas en él. Actúa, no artificialmente, sino preventivamente. El planteo abusivo, extremo y unilateral de Moreno mide, por cierto, la ceguera política de quien llegó a atribuirse la representación de un trotskismo consecuente.
Es oportuno aprovechar la ocasión para señalar que, más tarde, Moreno reivindicará para el partido laborista de Gay y Cipriano Reyes, que va a surgir como consecuencia del 17 de octubre, un carácter obrero independiente. Pero el Partido Laborista sí que fue “artificial” sin raíz ni contenido. Este último fue un aparato transitorio con base en la burocracia sindical, ciento por ciento sometido al nacionalismo burgués.
Moreno consideró al peronismo “un movimiento reaccionario de derecha” y a los sindicatos surgidos en 1945 del siguiente modo: “En cuanto a su esencia son sindicatos estatizados, es decir, los sindicatos oficialistas son sindicatos fascistas o semifascistas” (“Frente Proletario”, N3 7, pág 2). Moreno terminó coincidiendo con la caracterización típica del PS y del PC: que el peronismo era nazi-fascista, es decir el nacionalismo burgués de una nación opresora, no de una oprimida.
Ahora bien, ni el caracterizar a Perón como un agente inglés, ni el negar que la Unión Democrática fuera un bloque pro-yanqui, ni el no advertir al ascenso mundial del imperialismo yanqui (todos estos, factores que tienen que ver con el análisis concreto) explican que se identificara a Perón con el fascismo. Moreno reconocía que los agentes ingleses eran mayoría en la Unión Democrática y que la rivalidad anglo yanqui no era la cuestión decisiva. El embellecimiento de la Unión Democrática por parte de Moreno tenía que ver con que en el bloque proyanqui participaban los llamados partidos obreros (PC, PS) y los de la burguesía liberal o democratizante.
Para Moreno, el peronismo era un movimiento que venía a anular las conquistas obreras, en especial, la independencia y libertad sindicales. Pero en realidad el proletariado había perdido conquistas en la década del ‘30, en tanto, que la burocratización de los sindicatos había llegado a un nivel desconocido, con la burocracia dividida entre el frente popular y la corruptela directa del Estado.
Moreno presentaba a las direcciones obreras comprometidas con los regímenes de la década infame y, luego, integrados orgánicamente en la Unión Democrática, como portadores de la independencia obrera.
La regimentación obrera por parte del nacionalismo tiene un carácter reaccionario, no importa que sea el de un país oprimido, y debe ser combatida intransigentemente por el proletariado. Pero esto sólo es posible si la vanguardia del proletariado se coloca como abanderada de la lucha antimperialista y nunca sosteniendo al bloque de fuerzas proimperialistas.
Se llegó a plantear que los sindicatos, al ser dirigidos por una burocracia nacionalista vinculada al Estado, aunque sean mayoritarios y de masas, pierden su carácter obrero y se transforman en burgueses. En cambio, los sindicatos dirigidos por una burocracia stalinista o socialistas no sólo serían obreros, sino, además, independientes de la burguesía. Lógicamente esto es una fabulosa apología de los aparatos contrarrevolucionarios del stalinismo y de la socialdemocracia, en momentos, ni más ni menos, en que estaban metidos hasta el pescuezo en la coalición política dirigida por el embajador yanqui Braden. Es así, que la corriente morenista —el GOM— afirmaba que el PC y el PS eran permeables a la presión obrera y reflejaban su evolución y conciencia políticas, rasgo que los diferenciaba de las burocracias de origen nacionalista burgués. “En cambio, la burocracia reformista contrariamente a la anterior (a la nacionalista) depende fundamentalmente de los obreros. Refleja en cierta medida su presión y diferentes estados de ánimo por los que atraviesan aquéllos… Su sumisión ideológica a la burguesía, que no la exime de roces con ella, sobre todo en las cuestiones tácticas a adoptar frente al movimiento obrero, no indica para nada sumisión a los gobiernos, sectores o partidos dominantes” (I.Rios, “El GCI y el problema sindical”, págs. 52/53, subrayado nuestro).
El stalinismo y la socialdemocracia, defensores por excelencia del orden burgués, serían los reflejos de la conciencia e independencia o-breras. El “trotskismo” concluía, por la vía de la negación de las cuestiones nacionales, en el campo del imperialismo y en la más abyecta apología del stalinismo y la socialdemocracia.
Para Moreno, la CGT y los sindicatos peronistas habían dejado de ser sindicatos en el sentido más elemental de la palabra, o sea, un canal de lucha por el salario. A partir de aquí, la perspectiva que se va a trazar es la de la destrucción de la CGT y los sindicatos y no va a tener ningún planteo en favor de la democracia sindical, de la independencia de los sindicatos del Estado y por una nueva dirección del movimiento obrero. Las consignas del GOM eran: “Frente Único contra la CGT”, “Por la destrucción de la CGT” (Frente Proletario, N9 60, 18/8/51).
Durante todos esos años se produjeron luchas muy importantes contra la burocracia sindical y la estatización impulsada por Perón que ofrecían un terreno favorable para emancipar a las masas peronistas de su dirección. A espaldas de las enseñanzas de la II9 y III9 Internacional que planteaban el trabajo en los sindicatos reformistas, reaccionarios e inclusive fascistas, Moreno consideraba inadmisible realizar esa tarea en los sindicatos peronistas.
“Querer que proceda de otra forma (la CGT) es utópico. Lo reprochable no es que la CGT actúe de tal o cual forma, pues ello está consustanciado con su naturaleza misma: lo realmente peligroso es que compañeros que se dicen marxistas reprueben dicha actividad, con la ilusoria esperanza de que se puede modificar y entrar por el buen camino. La CGT como agente estatal-patronal está en todo su derecho de actuar así o peor si ello es posible; en cambio nosotros no tenemos el mismo derecho al lloriqueo blandengue o al reproche ofendido” (I. Rios, ídem).
En esta frase se resume el entierro de la posición morenista. La lucha en los sindicatos reaccionarios o burocráticos, para conquistas a las masas, es interpretada como una política para modificar la naturaleza de la burocracia o de los sindicatos burocráticos. El morenismo expresaba con esto un analfabetismo teórico descomunal. En su cabeza, la experiencia de cuatro internacionales había quedado reducida a un agujero negro.
Ramos
También el grupo nucleado en torno de la revista “Octubre” se había ubicado en el campo del antiperonismo. Uno de sus animadores era Jorge Abelardo Ramos, quien actuaba bajo el seudónimo de Victor Guerrero.
En el primer número de esta autodenomina-da “revista mensual del trotskismo”, que a-pareció en noviembre de 1945, Ramos sostenía con relación al desenlace político de la jornada del 17 de octubre:
“El coronel Perón explota en su provecho esa política traidora del stalinismo y consigue arrastrar a algunos sectores o-breros políticamente atrasados detrás de su aventura demagógica. Cuando finalmente es expulsado del poder por Campo de Mayo, cuya oficialidad comprende que la situación del Ejército se ha vuelto difícil, Perón moviliza a esos sectores obreros, incluidos los trabajadores de la carne (que dan la espalda al stalinismo por sus reiteradas traiciones) y con la ayuda de la burocracia estatal y la policía los lanza a la calle en una demostración de fuerza. El e-jército, impresionado por el gabinete oligárquico proyectado por el doctor Alvarez y por las demostraciones peronistas, teme represalias y un regreso directo al 3 de junio… Mientras las fracciones militares se tiran el poder entre ellas como una pelota, el proletariado permanece quieto y callado y, como quería el coronel, “va del trabajo a casa”…” (Octubre, N9 1, pág. 17).
Para Ramos el conflicto entre Perón y la Unión Democrática está vacío de contenido, no ve su carácter nacional, y por eso se limita a describir la crisis en la cúpula del Estado.
Ramos negaba por ese entonces hasta la posibilidad del surgimiento de movimientos nacionalistas de masas en los países semicoloniales e identificaba en forma absoluta a la burguesía nacional con el imperialismo. Luego de afirmar que “la burguesía desnuda crudamente su impotencia para luchar consecuentemente con el imperialismo”, lo que supone diferenciar a una del otro, Ramos ponía un signo igual entre ambos.
Para “Octubre”, ‘los sucesos del 17 y de octubre…’son) un forcejeo por el gobierno dentro de las clases poseedoras de nuestros país, forcejeo dentro del cual actuó dividido el proletariado” (N9 1, pág. 6). De ahí la conclusión de Ramos de que el proletariado debía ser prescindente, es decir que no debía tener una política propia en este conflicto, pues de lo contrario “continuará siendo girado por los distintos sectores de la burguesía nacional y del imperialismo para servir los intereses de las clases enemigas” (ídem, pág. 4).
Al proclamar su neutralidad, Ramos estaba llamando al proletariado a no explotar en su beneficio la crisis política del Estado. No se entiende entonces cómo pretendía evitar que la clase obrera dejara de girar en tomo a la burguesía. Ramos se hará luego peronista, cuando comprueba que es la única vía de una carrera política personal.
Ramos primero negó la lucha nacional y le contrapuso en abstracto la lucha de clases; inmediatamente después eliminó a la lucha de clases y proclamó la vigencia exclusiva de la lucha nacional. Era la posición clásica del menchevismo y del stalinismo. La lucha nacional no cancela la lucha de clases —¡no lo hizo, sino que la destacó, en las revoluciones inglesa y francesa de los siglos XVII y XVIII! La lucha de clases en el interior de la nación oprimida —entre el proletariado y la burguesía— se potencia con la lucha nacional: arranca al proletariado de su estrecho círculo corporativo y le plantea los grandes problemas políticos e incluso internacionales. La revista “Octubre” denunció al anti-yanquismo de Perón como demagogia, lo mismo que el PC y el PS, sin comprender que aún si esto era cierto, la cuestión de la lucha contra el imperialismo yanqui, contra la intervención de Braden y contra el “nuevo orden internacional” de Roosevelt, Churchill y Stalin, estaba de todos modos planteada. Al tomar como referencia las posiciones de Perón, y no las contradicciones nacionales de Argentina, Ramos ya era sin saberlo un seguidista, quizás ciego, de la burguesía.
“La secretaría de Trabajo y Previsión fue ideada como un mecanismo gigantesco de domesticación y control sobre el movimiento obrero independiente” —decía Ramos en “Octubre”. Perón afirmó constantemente que encabezaba un movimiento de renovación en los métodos de la lucha económica de la clase obrera. Hasta qué punto puede ser ello exacto lo demuestra el hecho de que su principal apoyo lo encontró en los sindicatos más infectados de reformismo, es decir, de colaboración con la burguesía (la Federación de Empleados de Comercio, por ejemplo) y en los líderes más corrompidos, como Borlenghi, Domenech y Almarza, o en viejos elementos desplazados, como Cipriano Reyes. Se adaptó a su servicio al ala derecha del movimiento sindical, pactó con algunos sindicatos más o menos neutros y persiguió despiadadamente al movimiento sindical que, por sus vinculaciones políticas (el caso de los sindicatos stalinistas) se pusieron abiertamente en contra suya”(ídem, pág.4). Al “nacional” Ramos se le escapaba que las “vinculaciones políticas” del stalinismo y del PS que “molestaban” a Perón eran el gobierno norteamericano y la Unión Industrial antiperonista. Cuando Ramos se pasa luego al peronismo presentará como progresiva la estatización de los sindicatos a través de “los líderes más corrompidos”, umás infectados de reformismos” y del “ala derecha del movimiento sindical”, etc., etc.
En un trabajo sobre la izquierda nacional (“Lo Izquierda Nacional y el FIP”, de Norberto Galasso) se reivindican los análisis políticos de “Octubre”, con la única salvedad — dice el autor— de que “no acierta aún en la caracterización correcta del 17 de octubre’' (pág 61). Como puede apreciarse, el historiador tiene poco apego al rigor histórico.]
Las posiciones de “Octubre” estaban sustentadas en una caracterización más amplia, histórica del país. Para Ramos, la acción del imperialismo universalizaba el modo de producción capitalista, y cualquier oposición a ello significaba pretender trabar la libre circulación del capital.
“La naciente burguesía criolla —decía— iba a entrar a partir de la emancipación política, en un largo período de guerras civiles, fruto directo del atraso feudal y bajo nivel productivo. Los caudillos se convertirían en los jefes de los distintos sectores-económicos regionales empeñados en predominar o simplemente subsistir”.
"El más fuerte de todos, Rosas, toma el poder en Buenos Aires en nombre de los ganaderos y lo retiene durante cerca de veinte años, aislando al país y acentuando su atraso…”
“La caída de Rosas implica la liquidación del caudillaje provincial, condición preliminar para la unificación nacional y la organización política del Estado burgués. La supresión de las aduanas interiores y las restricciones regionales caracterizan económicamente el período que se abre en Caseros. Desde un punto de vista más general, la victoria de Urquiza sobre Rosas, con todas sus consecuencias, cumple fines democrático-burgueses”
(Víctor Guerrero, Octubre N2 1, págs. 11 y 12). Burgueses, sí, ¿pero democráticos? El imperio esclavista de Brasil y el capital comercial británico, eran los introductores de la democracia, y Mitre, en definitiva, su despachante de aduana. La formación del Estado burgués “argentino” anunciará la próxima destrucción de Paraguay y la definitiva balcanización de América del Sur. Esta vía de universalización del capitalismo se adapta a los estrechos horizontes de la libre circulación del capital inglés, es decir, se opone a una amplia circulación libre de los capitales. El aislamiento de los estados del norte de Estados Unidos y la poderosa formación de un mercado interior en el espacio norteamericano, favorecieron infinitamente más la libre circulación de capital que la temprana integración en América del Sur.
El número 2 de “Octubre” recién salió al año siguiente, en noviembre de 1946, como vocero de la LCR (Liga Comunista Revolucionaria), ahora con la colaboración de Niceto Andrés, como resultado de un acuerdo político con el grupo nucleado en torno del periódico “Frente Obrero”.
Sin pestañar, Víctor Guerrero dice aquí que “nuestra posición antes de las elecciones” había consistido en “apoyar críticamente a la burguesía del país semicolonial; (un) apoyo condicional (que) no significaba en modo alguno sembrar ilusiones sobre el ‘antimperialismo’ de Perón, sino ayudar a las masas con el ritmo de su propia experiencia…” (Octubre n2 2, pág. 3). Justificaba estas mentiras en que “la inexistencia de un partido revolucionario y las medidas obreristas y ‘antimperialistas* de Perón habían movilizado a la clase obrera en su apoyo, despertándola de un letargo político de años; que en u-na lucha en la cual intervenían desnudamente el imperialismo yanqui y la burguesía nacional industrial de un país semicolonial, con el apoyo de amplias masas, era deber de los revolucionarios” ese “apoyo crítico.
Ramos descubría el “antimpenalismo de Perón cuando el choque más serio con el imperialismo yanqui había pasado — y no retornaría hasta 1954/55. Con el triunfo electoral de Perón el 24 de febrero de 1946 se había cerrado la cusís del régimen político y terminó el breve peí iodo movilizador del peronismo. Perón, de inmediato, se empeñó en recomponer sus relaciones con los explotadores nativos y foráneos y en regimentar a fondo al movimiento obrero. El 24 de febrero de 1946 no se inauguró una fase antiimperialista sino la recomposición política en la burguesía y la decidida estatización y totalitarización de los sindicatos.
Mientras existió una disputa con el imperialismo, Ramos se declaró prescindente, y cuando esta disputa amenguó se emblocó con el peronismo.
Ramos se “peronizó” con el argumento del apoyo crítico o condicional a la burguesía nacional cuando ésta emprende una disputa antimperialista y pretendió que esta posición era un gran aporte de Trotsky en sus escrito sobre América Latina. En verdad, Trotsky nunca planteó el apoyo “crítico” a la burguesía nacional. Lo que planteó fue que la clase obrera debe ocupar su lugar en el campo de lucha contra el imperialismo —y esto de manera incondicional, es decir, con independencia de la dirección de esa lucha nacional— no que debe apoyar a la conducción burguesa de la lucha nacional y que los revolucionarios deben criticar permanentemente sus vacilaciones e inevitables capitulaciones, en especial en el curso de la lucha antimperialista y desenmascararla, con el fin de independizar al proletariado de la burguesía y conquistar la dirección obrera de la revolución nacional, que se convierte así en permanente.
A partir de aquí, Ramos pasará a defender a rajatablas el liderazgo histórico de la burguesía nacional.
“Pero la historia traza originales caminos —dice Víctor Guerrero (RamosXen el número 3 de “Octubre”). El crecimiento industrial argentino, el surgimiento consiguiente de su proletariado, la estrechez de su mercado nacional la desnuda hostilidad del imperialismo yanqui, la madurez política de la burguesía nativa, fueron los cinco factores que transformaron a la Argentina en la conductora del movimiento nacional en América Latina. Perón ha realizado con métodos “plebeyos” el reajuste político necesario a la burguesía nacional. Pero las fronteras argentinas resultan demasiado estrechas para el desarrollo actual de las fuerzas productivas. La “conciencia continental” de la burguesía nace, como ya hemos afirmado, de la inexorable necesidad de un mercado…
“El Plan Quinquenal y la Unión Aduanera con Chile limpiarán el camino de la clase obrera de las escorias feudales (chau universalización del capital logrado en 1853, JM), harán retroceder al imperialismo de sus puestos de control de la economía argentina y continental restringiendo así sus mercados y agravando su crisis y proveerán una escena histórica más amplia para la futura gran lucha entre la propia burguesía latinoamericana y el proletariado del continente "(Octubre n9 3, enero/febrero 1947, pág. 5).
“Octubre” se dedica en los números siguientes a la tarea de revalorizar a la burguesía nacional y proclamar la vigencia del peronismo. “El triunfo de Estados Unidos sobre Inglaterra en su vieja lucha — sostenía Jacinto Almada (Ramos) en “Octubre” N9 5— coincide con otro acontecimiento no menos notable: el nacimiento de la burguesía industrial argentina (sic). Cuando Wall Street se disponía a tomar posesión de la herencia colonial inglesa en el continente, la nueva burguesía argentina se cruzó en su camino levantando a su paso un vasto movimiento nacional en América Latina (increíble, JM). Aunque su política es una amalgama de atrevimiento, doblez y cobardía, propios de la burguesía colonial contemporánea, conmovió a millones de hombres, despertándolos a una nueva vida política. Tal es el caso del proletariado argentino, brasileño, boliviano, venezolano, chileno. Recíprocamente, la clase obrera se transformó, en el curso de la lucha, en la protagonista del movimiento nacional”. Ramos no dejaba de ser pomposo para adornar la estatización de los sindicatos.
“La crisis del imperialismo —proseguía Ramos— creó para la Argentina la posibilidad de la industrialización. Las oleadas revolucionarias de la posguerra transformaron a nuestro proletariado, por la inexistencia de un poderoso partido obrero, en la fuerza combatiente del movimiento nacional conducido por la burguesía. Esos dos hechos ofrecieron a la burguesía argentina el singular privilegio de iniciar los primeros pasos de la unificación nacional, es decir, de liquidar el yugo imperialista mediante la fusión económica y política de los 20 Estados actuales en una gran nación…”
Evidentemente se trataba de una pura fantasía; Perón por esa época (1950) estaba buscando desesperado un préstamo del Eximbank.
La revista Octubre, estuvo siempre autocolocada “bajo la bandera de la IV9 Internacional” pero después de su número 5, dejó de aparecer. Ramos rompió con la IV9, se despojó de la calificación de trotskista y se convirtió en un funcionario del gobierno.
Coggiola sigue analizando las posiciones posteriores de Ramos en su historia del trotskismo pero éste ya no tiene nada que ver con el trotskismo.
U.O.R. (Unión Obrera Revolucionaria)
La UOR, dice Coggiola (pág. 92) “parece haber sido el grupo (trotskista) más numeroso, al menos entre 1943 y 1946”. La UOR sostenía que “Por su desarrollo económico, la existencia de un proletariado numeroso y concentrado (más de un millón de obreros urbanos y de medio millón de trabajadores rurales) y las formas de relaciones de propiedad existentes en el campo, la Argentina debe ser considerada como un país netamente capitalista” (“La burguesía, el imperialismo y la clase obrera”, Tesis de Oscar — UOR— en el Boletín interno de discusión del movimiento cuarta-internacionalista argentino N91, marzo de 1947).
Oscar negaba la existencia de una explotación económica imperialista y de una opresión nacional. Afirmaba que las tareas de la revolución planteada eran directamente socialistas. “Por el desarrollo del país, decía, por el peso del proletariado urbano y por la existencia de un fuerte proletariado rural, la clase obrera argentina subirá al poder en base a un programa fundamentalmente socialista. Esto no significa que no busque el apoyo del campesinado o de la pequeña burguesía urbana. En este sentido la lucha por la revolución agraria y contra el imperialismo deben ocupar la atención de todo partido que se proclame revolucionario (ídem).
El planteo de Oscar deja claro que no negaba al imperialismo, sino que otorgaba un peso específico reducido a la dominación que podía ejercer. En cierto modo, reflejaba la coyuntura estatizante del peronismo, que había disminuido enormemente el peso del capital extranjero. Oscar no se preguntaba sobre el porvenir de esta coyuntura y por lo tanto no tuvo en cuenta la posibilidad de una ofensiva del capital financiero para re-colonizar el país. Debemos suponer que dejaba de lado el carácter de la economía mundial en la época imperialista.
Para el dirigente de la UOR, en 1945 se había producido en el país un choque interburgués; existía una camarilla militar que, para perpetuarse en el poder apelaba a la demagogia; y no existían diferencias sustanciales entre el peronismo y la Unión Democrática. Así sostenía que “… los marxistas debemos insistir en la afirmación de que tanto la UD como el peronismo son los ejecutores —pese a sus diferencias secundarias— de una misma política burguesa, tanto en lo que se refiere al proletariado como en lo que atañe al imperialismo”(ídem), Por ello aseguraba que no había diferencia entre un triunfo del peronismo o la Unión Democrática —pues ambos hubieran sido gobiernos burgueses.
Oscar centraba, no obstante, el fuego contra el peronismo. “La movilización peronista del proletariado tuvo un sentido profundamente reaccionario. La dictadura llevó hasta lo último la corrupción del movimiento obrero al que dio como salida de sus problemas la supuesta acción bienhechora del estado burgués. Los marxistas rechazamos de plano todo intento de presentar al peronismo o a su ala izquierda, el laborismo, como un movimiento de avanzada. Sólo un cambio profundo, en programa, métodos de acción y objetivos, puede hacer que ciertas ramas del peronismo —y desprendidas de éste o que puedan desprenderse en el futuro— se constituyan en organismos más o menos revolucionarios” (ídem).
Dice Coggiola, que la UOR se negó a militar en los sindicatos peronistas hasta 1948 (Coggiola, pág 105). Tendrá una existencia errática y en 1951 se disolverá, “con la resolución del III9 Congreso Mundial de la IV9 Internacional sobre la sección argentina”(i-dem, pág 105), que reconoce a la organización dirigida por Posadas.
“Frente Obrero”
Como señala Coggiola, el grupo nucleado en torno al periódico “Frente Obrero” fue el único que “a contramano de la casi totalidad de la izquierda de la época” señaló “el papel del imperialismo como orquestador de la oposición ‘democrática’ al gobierno junia-no y el carácter progresivo de las movilizaciones contra el semigolpe de estado que derribó a Perón el 10 de octubre de ese año” (Pág. 95).
“Los que se engañaron —sostenía Frente Obrero— tomando la movilización de estudiantes, burgueses y damas perfumadas por los preludios de la ‘revolución’ (se refiere a la manifestación antiperonista del 19 de setiembre de 1945) juzgan a la huelga general del 17 y 18 de octubre como una especie de aberración, que echa al suelo todas sus teorías. La aberración estaría en todo caso, en que individuos que se denominan a sí mismos marxistas, se pongan del lado del imperialismo en sus escaramuzas (!) con sectores de nuestra burguesía semicolonial” (N- 2, 29 de octubre de 1945, pág. 3).
Como se puede apreciar, “Frente Obrero” caracterizó el carácter relativamente antimperialista del 17 de octubre, pero luego pretendió que el peronismo intervenía en los sindicatos para liberarlos de los agentes yanquis.
“Al proletariado argentino —decía “Frente Obrero” n2 2— la política peronista en los sindicatos le ofreció un inesperado apoyo para librarse, en parte, del abrazo asfixiante de los partidos socialista y comunista que querían utilizar las fuerzas de la clase obrera para remachar las cadenas de la explotación imperialista” (pág. 1)- El objetivo de la estatización de los sindicatos no fue éste, sino acabar con el proletariado como clase. Los objetivos “nacionales” de la burguesía son, al mismo tiempo, disminuir la presión del capitalismo extranjero y ampliar la explotación de la clase obrera — dos aspectos indisolubles del reforzamiento de la burguesía nacional como clase. Los trotskistas simplemente no conseguían caracterizar a la burguesía nacional y a los movimientos policlasistas que se derivan de la correlación de clases en un país dependiente.
“Frente Obrero” tuvo una vida efímera; salieron solamente dos números (setiembre y octubre de 1945). A fines de 1946 se unificó con Ramos en torno de la revista “Octubre”, sobre la base del apoyo “crítico” a Perón.
Grupo Cuarta Internacional
El “Grupo Cuarta Internacional” (GCI) hizo su irrupción política a fines de 1945 dirigido por Posadas. Después de editar unos boletines mimeografiados, publicó, a partir de junio de 1947, el periódico “Voz Proletaria”.
Este grupo reconoció el carácter semicolonial del país y la existencia de los movimientos nacionales de orden burgués en las colonias y semi-colonias.
“Estamos perfectamente de acuerdo con los compañeros que afirman que una burguesía nacional es impotente históricamente para liberarse de la coyunda imperialista. Bien. Pero el hecho de su impotencia histórica —que el proceso ulterior de los aconteciminetos irá a descubrir— no autoriza a afirmar de ninguna manera que una burguesía nacional no intente o promueva esa liberación, porque ello sería negar la existencia de los movimientos nacionalistas en las colonias y semicolonias” (Boletín N9 2, marzo 1946, GCI, pág. 3).
El GCI atribuía la condición semicolonial de Argentina, básicamente, al carácter a-gropecuario de la producción. “Argentina, a pesar del desarrollo de la economía y de la industria, es aún una semicolonia, porque depende en su base económica de la producción agrícola-ganadera y de la exportación de materias primas y porque está sometida a la gran industria y finanzas del mercado mundial imperialista” (Voz Proletaria, Ns 1, pág. 1, junio 1947).
Para el GCI la industrialización estaba en contradicción con la dominación del imperialismo, por lo cual la burguesía industrial tenía un carácter objetivamente antimperialista. “Lo que menos interés tiene el imperialismo anglo-yanqui es que se desarrolle la industria de estos países. Al contrario: el imperialismo yanqui como el inglés necesitan, más que nunca, que América Latina — Argentina entre ellas— sean mercados compradores para sus artículos industrializados y para invertir capitales —el inglés, en la medida que pueda invertirlos— en industrias accesorias a las suyas, manteniendo a América Latina como productora de materias primas” (Voz Proletaria, n2 4, agosto 1948, pág. 6). En este punto el GCI coincidía con “Octubre”, ninguno de los dos veía que las necesidades de la reproducción ampliada del capital obligaba al capital financiero a industrializar parcialmente a la periferia. Los trotskistas parecían desconocer las leyes de la evolución y reproducción del capital, o en todo caso eran luxemburguistas, que precisamente caracterizaba que el esquema de reproducción de Marx “reo cerraba”
Para el GCI Argentina “es aún una semicolonia”, es decir que estaba dejando de serlo, debido al desarrollo industrial y a las nacionalizaciones.
Para el GCI, el golpe de junio de 1943 había producido una revolución antimperialista, en la que la burguesía industrial nacionalista había desalojado del poder a la oligarquía. “El gobierno se apoya, para su política de oposición al imperialismo, sobre ese movimiento de masas y no sobre la policía y el Ejército” (GCI, citado por Coggiola, pág. 102). La clase trabajadora apoyaba ese movimiento nacionalista “por su instinto de clase anticapitalista y antimperialista”.
Para el GCI Perón se apoyaba exclusivamente en los obreros y para nada en el Estado!
El GCI despliega una intensa labor en el movimiento obrero. Silvio Frondizi sostiene que el GCI se encontraba “bajo la influencia ideológica de Octubre”, pero que a diferencia de éste “no permanece en su posición de apoyo incondicional” (La Realidad Argentina, Tomo II, pág. 96).
En 1951, el GCI será reconocido como la sección argentina por el III- Congreso de la Internacional. El III2 Congreso plantea la unificación de las fuerzas trotskistas (el GCI y el POR dirigido por Nahuel Moreno), para lo cual se aprueba una resolución de compromiso que intenta amalgamar las posiciones. “En lo que concierne más particularmente a Argentina, nuestras fuerzas unificadas se empeñarán en desarrollar desde ahora su enraizamiento en la clase obrera del país, en plena evolución, y en crear una corriente de clase entre los obreros organizados influenciados por el peronismo, a fin de que ese gobierno reaccionario de la burguesía industrial que se opone a la dominación del imperialismo, sea aislado de su principal apoyo en las masas”( Revista Cuarta Internacional, Agosto/octubre 1951, pág 39).
La resolución revela dos cosas: la debilidad teórica de la dirección de la IV2 (“gobierno antimperialista reaccionario”) y su incapacidad para actuar como partido, al sustituir las caracterizaciones políticas por las maniobras.
La unificación no se produce por razones de aparato, ya que Moreno no quiere ingresar al GCI. Luego aprovechará en forma oportunista una escisión internacional para embanderarse, sin principios, con el sector antagónico al apoya-de por Posadas.
El P.O.R. (Nahuel Moreno)
El GOM de Moreno se transformó en POR, a partir de entender que había crecido en forma sustancial (nada cambia… ). En las elecciones de 1948 y 1951 llama a votar por el PC y el PS.
“El PC levanta un programa que exceptuando su concepción oportunista plantea una solución a los problemas del momento. Desde este punto de vista, en sus principales formulaciones coincide con el POR… La lucha antimperialista, la lucha por las libertades y contra la carestía están contenidas en su programa… El stalinismo es, de todos los partidos legales en la actualidad, el único partido obrero que se opone al imperialismo, que agita un programa que encara las soluciones del momento y el único que reflejando las necesidades de la clase obrera significa una garantía aunque momentánea” (Frente Proletario, n9 67„ 15/10/51, citado por Coggiola).
“Nuestro partido debe utilizar las elecciones para propugnar las soluciones clasistas contra la ofensiva gubernamental. La única salida que da satisfacción a todos los problemas planteados es el apoyar al PS y al PC…” (Resolución del POR ante las elecciones de marzo de 1950 en la Provincia de Buenos Aires).
Estas posiciones se fundamentan en la estrategia del “frente único proletario”.
El voto por el PC declara una coincidencia con el programa del stalinismo, en lo referente a la “oposición al imperialismo”, “programa que encara las soluciones del momento”, “único que refleja las necesidades de la clase obrera” (35 años después el Mas volvió a descubrir que lo une al PC un objetivo histórico al proponerse un “frente socialista”).
Se planteaba un frente “único” proletario dirigido al PC, que debía dejar afuera al 99% de la clase obrera que seguía al peronismo. Singular frente único. Pero el frente único con el PC tenía un definido carácter contrarrevolucionario porque, de conjunto, el PC era una oposición proimperialista al peronismo, ni que decir del PS.
El golpe de 1951 (quienes supieron luchar contra él)
El desarrrollo de la crisis económica comenzó a erosionar la estabilidad política del peronismo. Perón, como cualquier movimiento nacionalista burgués, comenzó a girar a la órbita del imperialismo yanqui y a acentuar la presión sobre el movimiento obrero (firma del tratado militar de Río de Janeiro, Misión Eisenhower, acuerdo con el Banco Mundial, plan de austeridad, Congreso de productividad, etc.)
La expectativa de un descontento popular como consecuencia de la crisis, hizo levantar cabeza al golpismo antiperonista .
Enl951 se produjo la primera intentona golpista, encabezada por el General Menéndez. El morenismo no llamó a luchar contra el golpe. “Contra el peronismo, el putsch, la oposición burguesa”, tituló el periódico morenista, Frente Proletario N2 66, 8/10/51). Moreno se levantaba contra todo el mundo, es decir contra nadie. Ni la conducta de Lenin frente al golpe de Kornilov, ni la de Trotsky frente al golpe de Sanjurjo, en 1932, contra la República española, le sirvieron de nada. Pero esta posición reflejaba indudablemente la expectativa de que la victoria de un golpe “liberal” democratizaría la situación política y a los sindicatos. El morenismo estaba empeñado, en este plano, en ganar al PC y al PS para organizar un paralelismo sindical.