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El POR en la Revolución Boliviana de 1952

Dos cuestiones decisivas hacen de la experiencia boliviana de 1952 un punto insoslayable en cualquier análisis sobre la revolución contemporánea. En primer lugar es una de las expresiones más altas, si no la mayor, de la insurgencia proletaria en nuestro continente. Los mineros del Altiplano protagonizaron entonces un levantamiento revolucionario de envergadura desconocida en América Latina: enfrentaron al Ejército, se lanzaron al asalto de los cuarteles, a dinamitazo puro quebraron a una fuerza armada completamente descompuesta, derrotaron a siete regimientos y concluyeron por disolver la corporación militar y por imponer con su victoria la vigencia de las milicias obreras. Lo que fue concebido como un golpe palaciego de un sector de la FFAA vinculado al nacionalista MNR, acabó dando paso a una revolución obrera. No fue el proletariado, sin embargo, el que tomó el poder. Su lugar fue ocupado por Paz Estenssoro y Siles Suazo, representantes de la pequeña burguesía nativa. La clase obrera no pudo coronar su obra colocando al frente de la nación a sus propios hombres y a sus propias organizaciones independientes, canal de la irrupción revolucionaria de las masas. La contradicción creada será resuelta ulteriormente por el equipo nacionalista en beneficio del Estado burgués, de la reconstrucción de sus instrumentos de dominio —el Ejército, en primer lugar—y de la burocratización de las organizaciones obreras. Paz Estenssoro es aun hoy una de las expresiones vivas más acabadas de la evolución del nacionalismo que debuta como antimperialista, con ropaje obrero y aun revolucionario y acaba como comisionista del imperialismo y de la reacción política más extrema.

El Partido Obrero Revolucionario

En segundo lugar la peculiaridad de la revolución boliviana consiste en que en el Altiplano los trotskistas ocupaban un lugar preponderante entre la vanguardia obrera. Algunos años atrás el POR había impuesto en el Congreso de la Federación Sindical Minera las llamadas “tesis de Pulacayo”, un programa que por primera vez en nuestras latitudes planteaba abiertamente las limitaciones insalvables de la burguesía nacional y proclamaba la revolución social dirigida por el proletariado como la única vía para quebrar la opresión foránea. Las “tesis de Pulacayo” tradujeron en el plano de una organización de masas las consignas del “Programa de Transición” de la IV° Internacional y trazaron la ruta de lucha por el gobierno obrero-campesino. Pulacayo encarnó en su momento la perspectiva de la vanguardia minera que, pocos meses antes, en enero de 1946, había asistido a la completa bancarrota del stalinismo, transformado en tropa de choque de un golpe gorila de la oligarquía boliviana (“la rosca”) contra el gobierno nacionalista de Villaroel. La impotencia y la quiebra del nacionalismo burgués, por un lado; así como la traición del stalinismo por el otro, abrieron paso entre lo mejor del proletariado boliviano a una aguda conciencia sobre la necesidad de plantearse una estrategia propia y superar políticamente a las direcciones comprometidas con la contrarrevolución y la frustración de sus luchas históricas.

El POR no sólo impuso las “tesis de Pulacayo” sino que se transformó en el período inmediato posterior en el receptáculo de una nueva generación obrera y juvenil: “circunstancias excepcionalmente favorables nos habían colocado a la cabeza de las masas; aglutinamos la atención y la simpatía de los explotados en la política interna del país, nos convertimos en un poderoso partido… lo más inteligente de la juventud boliviana se entregó al POR, contamos con un magnifico equipo de agitadores” (1). En la misma época el POR “hacía un tiraje de 10.000 ejemplares de “Lucha Obrera”, periódico del partido que se vendía en número mayor al periódico burgués de circulación diaria, “El Diario” (2). En 1947 el POR y la FSTMB forjan un bloque político electoral por el cual diez candidatos ingresan al Parlamento (2 senadores y 8 diputados).

Desintegración política

Durante todo el período previo al ‘ 52 se desarrollan grandes batallas entre el movimiento obrero, los explotados y el gobierno rosquero-stalinista. Se sucedieron las masacres en las minas y la represión fue brutal en las ciudades y el campo. El POR fue duramente golpeado, pero, por sobre todas las cosas, fue irremediablemente desintegrado por un proceso de descomposición política. Por un lado, “la extrema debilidad del partido se expresaba en su rudimentarismo organizativo y en una especie de desprecio pequeño burgués por el trabajo político diario” (3) lo que equivale a decir que no llegó realmente a estructurarse como partido, no se empeñó en transformarse en una organización consciente, militante, centralizada, de la vanguardia obrera. El POR aparecía como una suerte de usina ideológica del MNR, cuyo “equipo sindical entrenado y templado en la lucha diaria logró aglutinar a valiosos luchadores que supieron cumplir exitosamente su misión” (4).

En estas condiciones la propia dirigencia trotskista se fue desplazando a la idea de que la materialización de la revolución obrera consistía en llevar al poder al… MNR. En 1951 la IV° Internacional, que integra el POR, sostiene abiertamente este punto de vista: ante la inminencia de un estallido revolucionario “bajo la influencia del MNR, nuestra sección apoyará al movimiento con todas sus fuerzas, no se abstendrá sino que, por el contrario, intervendrá enérgicamente en él con el propósito de impulsarlo tanto como sea posible hasta la toma del poder por el MNR” (5). La consecuencia de este proceso será catastrófica: el POR estará completamente ausente en la revolución de abril de 1952 y el MNR conseguirá confiscar de un modo acabado el heroico levantamiento del proletariado boliviano.

Una verdadera catástrofe

No hablamos apenas de su intervención práctica, concreta en los acontecimientos, del hecho de que “el POR no estuviese físicamente presente en las jornadas de abril de 1952: no estuvo presente la línea política trotskista claramente diferenciada del MNR, como una otra alternativa para las masas, con la intención de irlas ganando a lo largo del desarrollo de los acontecimientos… su dirección se quebró… resultó anonadada por lo que ocurría..”. En los abundantes escritos de Guillermo Lora —secretario general del POR desde 1946— se plantean los elementos de un balance de esta terrible catástrofe pero puede afirmarse que todo es presentado de manera parcial, unilateral e inclusive deformada por lo cual una apreciación de conjunto de la cuestión queda aún por realizarse. Todavía diez años después de los sucesos del ’ 52 en un largo y clásico trabajo titulado “La Revolución Boliviana”, Lora dedica una página, sobre cuatrocientas, al análisis de los “errores del POR” en tales acontecimientos. Algunas otras observaciones críticas se suceden con carácter disperso en el resto de la obra sin que, no obstante, resulta un balance claro y de carácter integral.

Para apreciar como un todo la actuación del POR en 1952 debe puntualizarse lo siguiente:

a) la consigna de “ocupación de las minas” fue omitida por el POR; “el que esta consigna no hubiese sido oportunamente lanzada en 1952, determinó que la nacionalización de las minas se convirtiera en un engaño al país y a la clase obrera” (6). Luego de desmoralizar a los trabajadores y nombrar una “comisión” para “estudiar” problema, el gobierno movimientista pactará una nacionalización “concertada” con la “rosca” y el imperialismo sobre la base de suculentas indemnizaciones.

b) El POR no planteó “todo el poder a la COB”, la central obrera fundada pocos días después de la revolución, con una notable influencia de dirigentes poristas y que constituía la base de un órgano de poder propio del proletariado insurgente. “En los primeros meses de la revolución solamente la COB contaba con fuerzas armadas, las milicias armadas de obreros y campesinos… Los obreros descontaban que las fábricas y las minas debían convertirse en trincheras de la revolución” (7).

c) el POR sí planteó, en cambio, el cogobierno con el MNR, con lo cual de entrada se ubicó como ala izquierda de la democracia burguesa montada en la revolución proletaria y no como expresión de ésta en su enfrentamiento irreconciliable con el gobierno burgués que pretendía contener primero —y destruir después— los elementos autónomos del poder proletario. Exactamente lo contrario a la táctica de Lenin, a su combate por llevar “todo el poder a los soviets” a partir de la delimitación sistemática respecto al gobierno pequeño burgués que tendía la soga democrática al cuello de la revolución proletaria (el lugar del MNR era ocupado por los mencheviques y socialrrevolucionarios en el octubre ruso).

Menchevismo

El carácter inacabado del análisis de Lora se verifica en dos puntos fundamentales.

Primero. Luego de criticar como un “error” el haber evitado plantear “todo el poder a la COB”, Lora defenderá en su misma obra el punto de vista contrario: esta consigna sólo puede plantearse — dirá— cuando el partido revolucionario conquista la mayoría en los soviets (“La Revolución Boliviana”, págs. 364/6). El planteamiento es incorrecto y doblemente cuando se afirma que tal fue la táctica de los bolcheviques en 1917. La oportunidad del reclamo de “todo el poder a los soviets” es pertinente desde el momento en que son un canal de las masas insurrectas y se encuentran bajo su presión directa. En este caso son la materialización del poder obrero frente al poder burgués y al luchar por el gobierno soviético, gobierno obrero-campesino, el partido revolucionario se coloca en el terreno de su propio desarrollo en el seno de la organización de las masas para desplazar a los elementos conciliadores con la burguesía, imponer su propio liderazgo y la conquista de la dictadura del proletariado. Después de 1953 la consigna “todo el poder a la COB” no era correcta, no porque el POR no tuviera la mayoría, sino porque el MNR la había trasnsformado en una particular dependencia estatal en manos de la burocracia movimientista. En cualquier caso y luego de afirmaciones formalmente contradictorias, sobre esta consigna clave, el propio Lora reivindicará, aún un cuarto de siglo luego de 1952, el planteo del POR de exigir “más ministros obreros” en el gobierno del MNR.

Segundo. Todavía en 1953 el propio Lora sostuvo un punto de vista menchevique en las tesis de la “X° Conferencia del POR”, las cuales aún hoy son consideradas como una petición de principios en favor del trotskismo ortodoxo contra lo que el dirigente boliviano considera desviaciones nacionalistas de otros sectores del partido. Pero es en estas tesis donde se plantea —una vez más— que ‘la tarea inmediata del POR no es gritar ‘abajo el gobierno’ sino exigir que realice las reivindicaciones fundamentales de la revolución”. No es lo único: se formula aquí además, la hipótesis de una hegemonía del ala izquierda del MNR sobre el gobierno, en cuyo caso “se podría plantear la eventualidad de un gobierno de coalición del POR y del MNR, que sería una manera de realizar la formula “gobierno obrero-campesino’ que, a su turno, constituiría la etapa transitoria hacia la dictadura del proletariado”. Es decir, se postula la variante de una ejecución por parte del MNR, de las “reivindicaciones fundamentales de la revolución” y de la alternativa de un gobierno obrero-campesino que no sería la dictadura del proletariado, que no emergería como fruto de un desplazamiento del poder hacia las organizaciones soviéticas de las masas, sino como resultado de una combinación del POR y el MNR. De conjunto esto significa que el desarrollo concreto de la revolución se plantea en los marcos del Estado burgués, lo que constituye la esencia menchevique de la formulación.

En estas condiciones una parte entera del grupo de Lora sacó todas las conclusiones del caso y pocos meses después se pasó… al MNR. Si la tarea era exigir que el movimiento ejecutara la revolución y alimentar el desarrollo de su ala izquierda, altos dirigentes poristas juzgaron que la defensa de la construcción del partido revolucionario era abstracta y debían integrarse al movimientismo. Otro grupo del POR propugnó entonces también que “no había tiempo” para la construcción del partido revolucionario en Bolivia (la escisión de esta fracción se producirá, sin embargo, recién en 1956).

¿Podía el POR tomar el poder?

En este punto cabe considerar una de las posicionarlas tajantes y de carácter general que formula Lora en su obra de 1963. “¿Podía el POR —se pregunta– llegar al poder en el lapso comprendido entre 1946 y 1952? Tiene que responderse categóricamente que no. Dos de los factores que hacían no viable tal perspectiva: los obstáculos insalvables que se oponían a los esfuerzos hechos para conquistar a las masas y la evidencia que el programa partidista no estaba acabadamente estructurado (añadiremos que las masas no habían madurado aún suficientemente para comprender este programa), este último factor tenía necesariamente que traducirse en una debilidad organizativa de la vanguardia proletaria” (9).

La apelación a los obstáculos insalvables no tiene ninguna importancia puesto que si éstos tienen una entidad propia, la mención sobre el programa “no acabadamente estructurado” es superflua y si esto último es cierto, lo primero es completamente secundario. Pero lo peligroso de esta última apreciación es la dilución en una generalidad autojustificadora de los desastres de 1952. No es verdad que la quiebra del POR tenga que ver con una “insuficiencia programática”. El POR se quebró bajo las presiones de la clase enemiga y se transformó en apéndice del MNR, es decir, del nacionalismo burgués. El trotskismo abandonó posiciones ya conquistadas, convirtió a las tesis de Pulacayo en una referencia literaria y las dejó de lado cuando podía basarse en las mismas como punto de partida de una acción revolucionaria. El programa “acabadamente estructurado” es una entelequia. Un partido que reniega precisamente de la acción revolucionaria —¡en una revolución!— (ocupación de las minas), que se omite al momento de orientar a esta última hacia una forma de poder propio del proletariado (todo el poder a la COB) y siembra ilusiones en el cogobierno con la pequeña burguesía no debería siquiera insinuar que las masas “no han madurado” para comprender sus posiciones. En este caso el balance toma la forma de un procedimiento completamente fraudulento.

Balance

En 1952 se abandonaron de un modo integral las posiciones del bolcehvismo, lo que equivale a decir, del marxismo y la revolución. El trotskismo boliviano reveló particularmente una notable incapacidad para comprender que el partido revolucionario es una cabeza sin cuerpo si no concibe su construcción en estrecha vinculación con las organizaciones propias de las masas, de sus instrumentos de poder y de su estructuración autónoma. El análisis y el trabajo para la construcción de una organización soviética de las masas fue sustituido por las ilusiones en el MNR. La emancipación de los trabajadores es obra de los trabajadores mismos y los órganos de su emancipación son los consejos, los soviets, los canales de su estructuración revolucionaria de masas, sobre los cuales debe cabalgar el partido revolucionario. La revolución es el partido más los soviets, el cerebro y sus instrumentos de acción en un desarrollo común. El POR no asimiló esta cuestión y ha tendido a presentar de un modo unilateral y abstracto la construcción del partido. Todavía en 1971, en relación a la Asamblea Popular, Lora se opondrá a levantar la consigna de “todo el poder a la Asamblea Popular”.


Notas:

(*) Pablo Rieznik es dirigente del Partido Obrero

(1) G. Lora — “La crisis del POR boliviano”, Buenos Aires, 1950 (citado por Liborio Justo).
(2) G. Lora—“Bosquejo de la historia del POR boliviano”, San Pablo, 1986 (en “Estudos” del Centro de Estudos do Terceiro Mundo)
(3) G.Lora — “La revolución boliviana”, La Paz, 1963
(4) ídem.
(5) “Fourth International”, New York, 1951 (citado por Liborio Justo)
(6) G. Lora — “La Revolución Boliviana”
(7) ídem
(8) G. Lora “Contribución a la historia política de Bolivia”, La Paz, 1978.

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