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El debate acerca de la violencia y el movimiento popular en la Revolución Rusa

Una reseña literaria


Una de las grandes ironías de los escritos durante la Guerra Fría sobre la Revolución Rusa de 1917 es que las apreciaciones, a ambos lados de la Cortina de Hierro, tendían a ser imágenes espejadas una de la otra. Puesto que el régimen soviético existente sostenía su legitimidad en los acontecimientos de 1917, debía definir la esencia de la revolución en términos consistentes con su propia posición social. Así, la revolución era presentada como si hubiese sido liderada por un líder benévolo y omnisciente, que guió un partido complaciente y también omnisciente para dirigir un ejército proletario dócil en cuyo nombre se tomó el poder. En Occidente, esta apreciación fue sencillamente invertida. Aquí, el argumento fue que un líder maligno descarrió a un partido maligno, que a su vez tomó el poder mediante un golpe de estado en nombre de una clase obrera engañada. Desde 1960, este consenso esencial (que siempre había sido cuestionado por la izquierda anti-stalinista) fue atacado en Occidente por un grupo creciente de historiadores sociales inspirados en el enfoque de la historia desde abajo. Este trabajo intentó restaurar la visión de una clase obrera y un partido con mayor autonomía, e incluso, en un reducido número de casos, intentó desentramar los conflictos políticos, las decisiones e indecisiones de los líderes, tanto del bando revolucionario como del bando del orden. En tanto este enfoque era aceptado, parecía legitimar a 1917 como una revolución popular y la mayoría de los historiadores sociales se dispusieron a aceptar explícitamente esta conclusión. Mucho menos claramente, planteaban también el delicado problema de la relación entre 1917 y los acontecimientos posteriores. Si era verdad que 1917 representaba una genuina revolución, entonces ¿el surgimiento posterior del stalinismo en la URSS representaba una traición a 1917 y, en todo caso, cuán profunda era esa traición? ¿Cómo debieran ser evaluadas las afirmaciones de que la URSS era socialista? Desafortunadamente, muchos entre esta nueva generación de historiadores eludieron el tema, ya sea ignorándolo por completo o bien aceptando implícitamente alguna forma de continuidad. Para algunos en el campo de la derecha política, esto representaba el talón de Aquiles de los historiadores sociales, lo que permitía presentarlos, no sólo como justificadores de la revolución sino como historiadores apologistas, si no del stalinismo, ciertamente de los regímenes post stalinistas de Rusia.


 


Ya antes del colapso de la URSS, había, por lo tanto, espacio para dudar de la consistencia de la nueva concepción de la revolución desarrollada por la escuela de la historia desde abajo. Y aun sin los acontecimientos de Rusia posteriores a 1985, estas dudas se acentuaron por el impacto de la re-evaluación, inspirada por François Furet, del enfoque de la historia desde abajo en relación con la Revolución Francesa, así como también por los inicios del desarrollo del llamado enfoque posmoderno, y el giro hacia la lingüística (1). Cuando, por lo tanto, en 1989, comenzaron a desvanecerse las esperanzas que muchos tenían de que la perestroika y la glasnost traerían aparejada una nueva era dorada de socialismo en Rusia, y el propio estado soviético colapsó en 1991, no sorpredió que esto creara confusión entre los historiadores y realimentara una re-evaluación de 1917.


 


Los que en la izquierda consideraban a 1917 como una genuina revolución y al stalinismo como contrarrevolucionario, explicaron este retroceso de las esperanzas y aspiraciones de 1917, en términos de las circunstancias objetivas que los revolucionarios encontraron después de Octubre. Aunque los bolcheviques salieron victoriosos en la Guerra Civil, su efecto fue catastrófico en tres sentidos. Primero, los bolcheviques tuvieron que pelear la guerra civil solos. La esperada revolución mundial no ocurrió y hacia 1921 la revolución estaba aislada. Las esperanzas de una revolución permanente, por la cual la Rusia atrasada podía enlazarse con el Occidente desarrollado, fueron en principio pospuestas y luego, con el desarrollo de la doctrina del socialismo en un solo país, abandonadas. Segundo, la guerra civil destruyó a la sociedad rusa, especialmente la base proletaria del régimen revolucionario, forzando el poder hacia arriba. El partido bolchevique sustituyó a la clase obrera, no porque hubiera una lógica sustitucionista inherente en la revolución sino porque la clase obrera fue destruida por la crisis de 1918/22. Tercero, al ocurrir esta sustitución, también el ideario bolchevique comenzó a cambiar y a acomodarse a la nueva situación. Al principio, esto se dio sólo de manera sutil, como ocurrió, durante la guerra civil, cuando gran parte de la concepción emancipadora de 1917 sobrevivió conjuntamente con las prácticas más brutales, forzadas por los hechos. Pero esta brecha no podía sostenerse indefinidamente y, pese a los intentos de Trotsky y la izquierda por mantener la concepción original de la revolución de 1917, y a sus intentos por desarrollar una política revolucionaria que la ayudara a re-encaminarse, las ideas en la cima del poder se acomodaban a la realidad y Stalin y sus seguidores fueron capaces de valerse de la burocratización creciente para consolidar su dominio social, político e ideológico. La continuidad ideológica no fue, por lo tanto, una continuidad real, sino una ilusión creada por el hecho peculiar de que los organizadores de la contrarrevolución se habían desarrollado dentro mismo del partido ya degenerado, y buscaban mantener la retórica, aún cuando el contenido ideológico original era completamente desechado, después de su victoria en 1928/29. 


 


Los historiadores partidarios de la continuidad podían, por supuesto, admitir gran parte de esto, pero tenían que encontrar además, evidencias de semillas de stalinismo en la propia revolución. Tradicionalmente, la manera más obvia de hacer esto había sido enfatizar en las características ideológicas y organizacionales del bolchevismo, que se suponía, lo predisponían hacia la dictadura lo que podría llamarse la lógica del ¿Qué hacer?. Pero si los historiadores sociales habían demostrado satisfactoriamente la existencia del apoyo genuino a la revolución basado en la democratización masiva, tales relatos, entonces, no podían ser sostenidos adecuadamente por sí mismos. En lo esencial, hubo tres maneras de responder al desafío.


 


Una era sostener que, aunque la revolución bolchevique fue un levantamiento de masas, los bolcheviques lo utilizaron para sus propios intereses, ya sea deliberadamente o por error de cálculo. Esto pudo ocurrir porque, aunque la revolución reflejó un crecimiento en la conciencia de clase, el nivel alcanzado no fue suficiente como para permitirle a la clase obrera tomar el poder. Este argumento es esencialmente una variante del ofrecido por los mencheviques a fines de 1917/18. De acuerdo con esta opinión, la clase obrera no estaba realmente preparada para la revolución. Los mencheviques de centroizquierda reconocían la radicalización de la época, pero veían su alcance como un giro temporario a la izquierda, que sería difícil de sostener. Tomar el poder en esas condiciones, como hicieron los bolcheviques, era arriesgarse, por lo tanto, a perder ese apoyo, forzando de esta manera al régimen revolucionario a gobernar por sobre la clase obrera, en lugar de hacerlo a través de ella. En su versión moderna, esta crítica halló quizás su exponente más agudo en Vladimir Brovkin, quien se identifica concientemente con la posición menchevique (aunque con el tiempo su hostilidad hacia los bolcheviques se haya vuelto más estridente y generalizada) (2). Pero, en este tipo de crítica, el problema tiende a ser descargado sobre el bolchevismo más que sobre el movimiento popular, el cual es acusado básicamente de inmadurez en términos de la ortodoxia marxista (IIª Internacional).


 


Sería posible una crítica más comprometedora si se pudiera demostrar que el gusano en el capullo se encontraba no sólo en el bolchevismo sino en el propio movimiento popular. Si fuera éste el caso, el argumento sobre el carácter emancipador de la revolución podría ser completamente socavado. Una forma de hacer esto ha sido enfocar la historia sobre el movimiento organizado. Marc Ferro, por ejemplo, sostiene haber encontrado tendencias oligárquicas en los soviets y en los comités de fábrica de 1917 (3). Después de la movilización inicial de masas en febrero/marzo, la participación de las bases no se mantuvo y cayó de sus niveles originales, permitiendo a las direcciones de los comités reproducirse a sí mismas. Más recientemente, Shkliarevsky utilizó el concepto de burocracia obrera para sostener que hubo una tensión entre la burocracia electa de los soviets y de los comités de fábricas, por un lado, y las bases, por el otro. El relato de Ferro acerca de la revolución es ecléctico (aunque a veces con gran perspicacia), de modo que su discusión de este problema difícilmente pueda ser considerada estratégica. En manos de Shkliarevsky, sin embargo, tenemos casi un intento de combinar la historia social desde abajo con las perspectivas de Pareto y Michels (4). En contraste con libertarios como Brinton, Shkliarevsky parece ver a la oligarquía y a la circulación de elites como una parte virtualmente inevitable de la historia (5). El bolchevismo fue, por lo tanto, simplemente una expresión de esta ley subyacente, más que la causa de la degeneración.


 


Otra manera de abordar el problema es sostener que el propio movimiento popular fue la causa de mucha de la violencia y el terror de la época. En el campo de la derecha, este no es un argumento nuevo el populacho contemplando con aprobación cómo cae la cuchilla de la guillotina es para muchos la típica imagen de la Revolución Francesa en particular y de la revolución en general. Aun en los relatos conservadores más antiguos, el movimiento popular actua como público para los excesos sanguinarios de los protagonistas de la elite. Ahora, sin embargo, algunos que se ubicarían a sí mismos en la tradición de los historiadores sociales han comenzado a desarrollar argumentos convergentes con esta antigua concepción, pero que sitúan los excesos en el movimiento desde abajo. Aquí, la crítica al bolchevismo es que legitimó y alentó esta violencia en lugar de contenerla. Una vez más, elementos de esta concepción pueden hallarse en los primeros escritos de Ferro. Pero, especialmente a partir de fines de los 80, cuando el ataque general sobre la historiografía revolucionaria se volvió más abierto, esta crítica comenzó a destacarse cada vez más en la discusión tanto de la Revolución Francesa como de la Rusa.


 


Este artículo va a explorar este último abordaje mediante un análisis de la forma en que la vinculación entre el movimiento popular y la violencia es tratado en tres versiones que cubren el amplio espectro de escritos acerca de la revolución rusa que aparecieron tras el colapso de la Unión Soviética. Las posiciones reflejadas en estos trabajos pueden ser descriptas como de derecha, centro (o centroderecha) y aún de izquierda, aunque, como se verá, en puntos importantes convergen, lo cual entendemos que refleja menos la naturaleza de 1917 que el pesimismo acerca del potencial de cambio desde abajo, que prevalece a fines del siglo XX.


 


En la derecha, el colapso soviético llevó a un resurgimiento de los escritos condenatorios, que afirman triunfalmente la opinión tradicional sobre la revolución, hasta cierto punto reforzados, por la crítica a lo Furet en Francia. Esto puede apreciarse en la historia general de Rusia de Martín Malia, pero más notablemente para nosotros en la enorme historia de la revolución de Richard Pipes (6). Observando la revolución de arriba a abajo, Pipes hace aparecer al desafío desde abajo como poco más que una violencia indiscriminada. La revolución de febrero fue apoyada por una revuelta de soldados, "un típico disturbio ruso, con poderosos matices anarquistas". Transcribe alegremente las impresiones que la emperatriz le escribe al Zar de que su trono estaba amenazado por un movimiento de hooligans (7) de Petrogrado, así como el ataque de Vasillii Rozanov contra la gente de abajo (8). Esta mirada hostil fue quizás mejor expresada por Shulgin en su notable comentario acerca de las masas de Febrero: "no importa cuántos fueran, todos tenían una especie de apariencia estúpida, incluso demoníaca. ¡Dios, qué horrendos parecían! Tan horrendos que apretaba mis dientes. Me sentía dolorido e indefenso, amargamente enfurecido. ¡¡Ametralladoras!! Eso es lo que quería, sentía que sólo el lenguaje de las ametralladoras podía hablarle a la muchedumbre, y que sólo las ametralladoras y la correa podían llevar nuevamente a su guarida a la terrible bestia. La bestia no era otra que Su Majestad el pueblo ruso" (9). A medida que Pipes avanza con su historia, la evaluación negativa del movimiento popular no mejora, más aún, en determinado momento recurre a Gustav Le Bon para ayudarlo en sus análisis. La culminación es, entonces, la afirmación de que "Octubre fue un típico golpe de estado", montado sobre esta ola de violencia y anarquía. Steve Smith puede definirlo con justicia como "el Hipólito Taine de la Revolución Rusa" (10). El problema con los bolcheviques no era únicamente que tomaron el poder sino que aceptaron y alentaron esta violencia desde abajo: "el resultado fue la anarquía generalizada: anarquía de la que el nuevo gobierno culpaba al antiguo régimen, pero que era, de hecho, mayormente obra suya". También el liberalismo tiene parte de la culpa, porque "la premisa tácita de que el hombre puede y debe ser reconstruido … une al liberalismo y al radicalismo, y ayuda a explicar por qué, pese a todos sus rechazos a los métodos violentos empleados por los revolucionarios, cuando se vieron forzados a elegir entre ellos y sus oponentes conservadores, los liberales pueden ser incluidos entre los que unieron su destino al de los revolucionarios" (11).


 


Más al centro, o mejor dicho, un relato liberal de derecha es el de Orlando Figes en A Peoples Tragedy: the Russian Revolution (1891/1924) ("Una tragedia popular: la revolución rusa, 1891/1924"). El trabajo anterior de Figes lo ubicaba en la escuela de la historia social, pero aquí vemos una enorme re-evaluación que se hace eco conscientemente del intento de Simon Schama de demoler la tradicional visión de la Revolución Francesa, mostrando cómo la brutalidad de abajo, más que la conciencia política, comprometieron a 1789. Para Figes, la Revolución Rusa fue un acontecimiento igualmente negativo. Fue una tragedia que no pudo ser resistida y que consumió por completo a sus participantes, una tragedia originada desde abajo en no menor medida. Aquí Figes, como Schama antes que él, trata de volver a la historia social contra sí misma, al aparentar usar sus técnicas de abajo hacia arriba para demostrar la brutalidad y violencia del movimiento popular y su complicidad en el carácter destructivo de la época.


 


En la izquierda, podemos situar una tercera nueva historia, por Christopher Read, From Tsar to Soviets: the Russian People and their Revolution, 1917/1921 ("Del Zar a los Soviets: el pueblo ruso y su revolución, 1917/1921"). Read trata conscientemente de continuar el enfoque de la historia desde abajo en la tradición establecida por E.P. Thompson de la Universidad de Warwick, donde Read trabaja. En agudo contraste tanto con Pipes como con Figes, describe su objetivo como el de "restablecer a la actividad revolucionaria autónoma de la gente común, a su legítimo sitial, en la interpretación global de la revolución". Insiste en que los obreros, soldados y campesinos comunes fueron actores racionales y que, por lo tanto, la revolución puede ser analizada racionalmente (12).


 


Nuestra intención aquí es explorar estos diferentes enfoques, concentrándonos en una preocupación que todos ellos comparten y que es central en las interpretaciones hostiles tanto de Pipes como de Figes: la cuestión de la relación entre el movimiento popular y la violencia popular. Este es un problema que ha sido ilustrado también por estudios como el de Joan Neuberger en su relato del hooliganismo de preguerra en San Peterburgo, así como en otras discusiones que envuelven a ambos bando del período revolucionario (13).


 


1. Un doble criterio


 


La cuestión acerca de qué es violencia legítima e ilegítima siempre ha sido debatida con mayor claridad en la izquierda, que entre liberales y conservadores que prefieren cerrar sus ojos acerca del alcance de todo tipo de violencia sobre el que descansan la sociedad y el Estado actuales. Tom Paine sostuvo firmememtne esta posición con firmeza en su respuesta a Edmund Burke, cuando Burke acusaba de atroces a los revolucionarios franceses: "todo lo que vemos o escuchamos como ofensivo a nuestros sentimientos, y despectivo del carácter humano, debiera llevarnos a otras reflexiones que las del reproche. Aun los seres que los cometen merecen nuestra consideración. ¿Cómo es que tan vastas clases de seres humanos, distinguidas con el adjetivo de muchedumbre vulgar o ignorante, son tan numerosas en todas las viejas naciones? Desde el momento en que nos hacemos esta pregunta, el intelecto presiente una respuesta. Ellas emergen como una consecuencia inevitable de la mala constitución de todos los viejos gobiernos de Europa. Es por exaltar distorsionadamente a algunos hombres, que otros son distorsionadamente rebajados, hasta que todos son expulsados de la naturaleza. Una vasta masa de seres humanos son arrojados hacia los abismos de la existencia humana, para destacar con más brillo, el juego de marionetas del Estado y la aristocracia. En los inicios de una revolución, esos hombres son más los seguidores del cuartel que de las normas de la libertad y deben ser instruidos aún de cómo reverenciarla … las atrocidades no son el efecto de los principios de la revolución sino de las mentes degradadas que existían antes de la revolución, y que la revolución pretende reformar. Sitúenlos en su justa causa y el reproche diríjanselo a ustedes mismos" (14). Si queremos entender la violencia popular, debemos entonces mirar no sólo a la revolución en sí misma sino a la sociedad de la cual emerge. La Rusia zarista se caracterizaba por la inmensidad de la pobreza frente a la riqueza de unos pocos. Hay muchas maneras de medir esto, pero tomemos la tasa de mortalidad infantil anual, sin mencionar siquiera las hambrunas y epidemias que estallaban periódicamente. La mortalidad infantil (primer año de vida) de pre-guerra de Rusia en su conjunto era de 260 por cada 1.000 nacimientos vivos, comparado con las 130 en Inglaterra, y los 80/90 en Suecia y Noruega. A la edad de 5 años, la mortalidad de la niñez rusa era de alrededor de 400 por 1.000. La mortalidad infantil y de la niñez es un índice terrible porque es uno de los indicadores más sensibles para medir la desigualdad entre las clases y dentro de ellas. En San Petersburgo, por ejemplo, la mortalidad infantil de familias donde el esposo ganaba 20 rublos mensuales era, en vísperas de la guerra, de 280 por 1.000. Pero allí donde los salarios eran de 50 rublos, la tasa era de sólo 110 por 1.000. La cultura era un elemento a considerar también. Donde ambos padres eran analfabetos, la mortalidad infantil era de 250 por 1.000 entre los obreros industriales urbanos, pero donde ambos padres tenían instrucción era de 160 por 1.000 (15). Por lo tanto, la pobreza material y cultural de las mayorías en el capitalismo ruso fue instalada en sus vidas diarias de la forma más desgarradora posible: a través de las posibilidades de supervivencia de sus hijos.


 


En la cúspide, por contraste, encontramos una Corte funcionando, en palabras del corresponsal de pre-guerra del Times, "en una escala pródiga y gigantesca, con un despliegue de lujo y esplendor tal, que no puede ser superada, o quizás siquiera igualada, por cualquier otra Corte en Europa" (16). Bajo el capitalismo, estos problemas aparecen como producto aparentemente de fuerzas abstractas y, por lo tanto, son a veces interpretados como ejemplos de violencia estructural. En la derecha, en sentido contrario, se sostiene a menudo que es ilegítimo denominar como violencia a tales sufrimientos, pues el daño resultante no proviene de actos humanos. Pero la distribución de los recursos y la indiferencia ante el sufrimiento, que permiten esto, involucra una elección humana y, por lo tanto, actos humanos. El sistema que crea tales inequidades no surge de la nada y su reproducción requiere políticas que acepten y perpetúen esos problemas. Lo importante, entonces, no es tanto si los problemas sociales podían o no ser eliminados por una simple redistribución, sino el hecho de que existía una relación sistemática entre la riqueza, los privilegios y el poder de unos pocos, y la pobreza de las masas urbanas y rurales. Si los historiadores han sido renuentes a ver esto, muchos por abajo lo entendieron más claramente. En marzo de 1906, por ejemplo, encontramos al Sindicato de Panaderos en San Petersburgo quejándose acerca de lo que yacía debajo del círculo de luces brillantes y fiestas de la ciudad. "La sociedad de San Petersburgo no sabe que, en los sótanos debajo de las hermosas pastelerías y atractivas panaderías, existen verdaderos trabajos forzados… ¿Dónde más trabaja la gente 18 a 20 horas diarias? En ningún lado, sólo nosotros. ¿Dónde más no hay feriados? En ningún lado, sólo entre nosotros. No conocemos ni el día de Pascua, ni de Navidad, ni de Año Nuevo. ¿Dónde más la gente duerme en casas sucias, hacinados? ¿Dónde duermen en turnos, sin tiempo para enfriar las camas? Aquí, entre nosotros los panaderos" (17). Podemos ir más lejos aún y sostener que el sistema zarista estaba basado, en gran medida, en la percepción consciente de la necesidad de mantener un despliegue de ostentación y una ostensible brecha social a cualquier costo. El Zar, por ejemplo, ha sido defendido por algunos historiadores con el argumento de que él demostraba reacciones humanas antes los desastres que ocurrían al pueblo de su reino, pero que era continuamente aconsejado para no mostrar esta cara más humana, por sus consejeros en la Corte. Pero la motivación de estos consejeros era a menudo defender precisamente la majestuosidad del régimen, para proteger lo que James C. Scott llamaría la transcripción pública de su poder; al mantener fuera de la imagen pública el despliegue de las emociones humanas normales, evitaban reducir el temor reverencial sobre el cual se mantenía el zarismo (18).


 


La cuestión del nivel cultural de la sociedad rusa provee una clara indicación de las prioridades de los de arriba. El censo de 1897 mostró que Rusia tenía una tasa de alfabetismo urbano del 54% para los hombres y del 35,6% para las mujeres, mientras la tasa rural era de 25,2 y 9,8, respectivamente. En cada caso, la cifra era una de los peores de Europa. Ahora conocemos que hubo una especie de revolución educativa en la tardía Rusia zarista, de manera tal que la cifra de personas con educación primaria se elevó de 1,1 millones en 1880 a 8 millones en 1914, pero aún esto representaba apenas poco más del 50% de la población en edad escolar. Así, aunque la revolución se apoyaba en una creciente instrucción y una más amplia educación formal, también llevaba la marca del rechazo a admitirle a las masas su pertenencia plena, sociocultural y política, a la sociedad rusa. Ansiosos por preservar sus privilegios, los gobernantes de Rusia vacilaban entre querer mantener sometido al populacho y tratar de elevar su nivel cultural e integrarlo (19). Stolypin respondió a un peticionante: "usted no sabe por quiénes intercede. Todos ellos son brutos, locos y sólo pueden ser gobernados a través del miedo. Si les damos libertad, nos masacrarán a todos a usted y a todos los que vistan traje". Posteriormente, Miliukov reflejará puntos de vista muy similares, "si la Revolución llegara, no será tanto un levantamiento, como un motín lleno de odio. La chusma se habrá desatado" (20).


 


Esta opinión tremendamente peyorativa del ruso común reforzó, comparativamente, el uso más abierto de la violencia física, en las relaciones sociales y políticas antes de 1917. El uso del puño por parte del amo contra el sirviente, del patrón y el capataz contra el obrero y del terrateniente contra el campesino fue algo que quizás sobrevivió en mayor grado, y era tenido como más aceptable en Rusia que en el resto de Europa. El apoyo semi-oficial a los pogroms y al antisemitismo es bien conocido, incluyendo el apoyo del Zar a los Centurias Negras. A la luz de esto, quizás debiéramos sorprendernos de la escasa reacción desde abajo, aún en tiempos de extrema tensión. En tanto que las clases bajas soportaban el peso de la brutalidad del sistema, pareciera que ellas dirigían sus reacciones violentas contra sí mismas, más que contra sus amos. Como algunos de los críticos de Pipes han señalado, por ejemplo, a pesar de su opinión hostil hacia el movimiento popular, él también se ve forzado a admitir que en el campo en 1905/6 hubo un solo caso comprobado de asesinato de un terrateniente (21).


 


Aun así, son justamente estas acciones desde abajo contra la sociedad de arriba lo que provoca la preocupación de historiadores como Pipes y Figes, antes y durante la revolución. Pero lo inadecuado de su respuesta a este problema ya fue señalada por Barrington Moore Jr., hace tres décadas: "la manera en que casi toda la historia ha sido escrita impone un prejuicio abrumador contra la violencia revolucionaria. El prejuicio se convierte en horripilante cuando uno se da cuenta de su profundidad. Igualar la violencia de los que resisten la opresión, con la violencia de los opresores, sería totalmente engañoso. Pero hay más aún. Desde los días de Espartaco, pasando por Robespierre hasta el día de hoy, el uso de la fuerza por los oprimidos contra sus antiguos amos ha sido objeto de una condena casi universal. Mientras tanto, la represión cotidiana de la sociedad normal merodea vagamente en el trasfondo de muchos libros de historia. Aun los historiadores radicales que enfatizan las injusticias de la época pre-revolucionaria, generalmente se concentran en el corto período que precede al inmediato estallido. De esta manera, ellos también distorsionan involuntariamente los registros" (22). Pero lo fundamental de este argumento no es sugerir que un tipo de violencia puede ser simplemente reemplazado por otro, sino mostrar que, tanto en términos de estructura como de política, la sociedad existente se basa en la brutalidad y la violencia, de manera tal que no sólo desvirtúa las afirmaciones de su superioridad moral sino que ayuda a explicar por qué los seres humanos actúan como actúan en circunstancias extremas. Y cuando estalló la guerra, este impulso a la violencia de la sociedad normal se tornó aún más pronunciado. La Primera Guerra Mundial fue sencillamente la mayor concentración de violencia organizada y no-organizada que el mundo haya visto hasta entonces. Un aspecto de esto, fueron los 10 millones, aproximadamente, de muertos por la guerra, y los muchos millones más de víctimas. Respecto de Rusia, Hindenburg se preguntaba a posteriori: "En el libro de la Gran Guerra, la página donde figuraban las pérdidas rusas ha sido arrancada. Nadie sabe las cifras. ¿Cinco u ocho millones? Nosotros tampoco tenemos idea. Todo lo que sabemos es que, a veces, en nuestras batallas con los rusos, debíamos remover la pila de cadáveres delante de nuestras trincheras, para tener el campo libre para disparar contra las nuevas olas de asalto. La imaginación puede intentar reconstruir la cifra de las bajas, pero un cálculo preciso quedará para siempre como algo vano" (23). Pero no se trata sólo de una cuestión de muertos y heridos sino también del círculo vicioso de brutalidad y degradación que surge de cualquier guerra. En teoría, la disciplina militar permite establecer una distinción entre uso legítimo e ilegítimo de la violencia, pero en la práctica la línea divisoria es menos clara y la tendencia de todos los ejércitos es mantener, más o menos ocultos, los registros de atrocidades, no sólo porque falla la disciplina militar sino porque la misma brutalidad de la guerra lo hace inevitable, y al menos un cierto grado de tolerancia es necesario aún en los ejércitos mejor conducidos.


 


Podemos ir más lejos aún, y sostener que cuando impulsos humanos positivos afloran, como desertar para escapar de la matanza, o fraternizar para detenerla, ellas invariablemente provocan la violencia organizada desde arriba, bajo la forma de cortes marciales y ejecuciones, o los bombardeos notoriamente deliberados de su propia artillería que reportaban las tropas rusas en el frente Oriental. El ciclo de violencia y degradación, entonces, funciona tanto abajo, con los soldados rasos, como arriba, con los oficiales y generales. Ellos deben enviar a la muerte a decenas de miles a veces en un solo día y mantener el sistema que sostiene esto. Más aún, en el caso ruso, esto significaba enviar soldados al frente con una bayoneta en una mano y una bomba en la otra. Trotsky señaló cómo las consecuencias de esto se sentían tanto arriba como abajo durante la guerra civil rusa, cuando el modelo de atrocidades continuaba: "Durante la guerra (mundial) emergieron de las filas de la burguesía grande, media y pequeña cientos de miles de oficiales, combatientes profesionales, hombres cuyo carácter se había endurecido en la batalla, y había sido liberado de cualquier restricción externa; soldados calificados, listos y capaces de defender la posición privilegiada de la burguesía que los produjo, con una ferocidad que, a su manera, rayaba el heroísmo" (24).


 


2. Teorizando la violencia popular


 


Esta necesidad de perspectiva no significa que no debamos enfrentar la cuestión de la violencia popular cuando ésta sucede. Aquí el análisis de Neuberger, tanto de la imagen como de la realidad del hooligan antes de 1914, nos ofrece varias pistas interesantes. Había comportamientos violentos de todo tipo, entre gente joven, especialmente de clases bajas. En su interpretación, Neuberger señala obviamente que lo que parecían travesuras en las clases altas, eran consideradas hooliganismo en las clases bajas, así que el doble criterio se aplicaba también aquí. Pero ella elabora su análisis del hooliganismo alrededor de un tema más sofisticado. La preocupación acerca del hooliganismo, sugiere ella, reflejaba los problemas de las clases medias y altas de Rusia de adaptarse al rápido crecimiento de San Petersburgo; la fragmentación de la intelligentsia a medida que crecía en tamaño y diversidad; dudas acerca del carácter y el propósito de la cultura rusa; y el shock de 1905. Estas fuerzas poderosas llevaron al hooliganismo como concepto a emerger "desde un simple pánico moral a incorporarse al discurso nacional ruso, como símbolo evocativo de desintegración social, diferencias culturales y decadencia" (25). El mismo hecho de que el comportamiento hooligan pareciera crecer con las crisis políticas de 1905/7 y 1912/14 ayudó a destrabar el apoyo de las clases medias a los cambios desde abajo.


 


En vísperas de la Primera Guerra Mundial, salvo una pequeña ala optimista, muchos en la sociedad rusa estaban afectados por el temor de lo que Blok llamara "el poderoso flujo de resentimiento popular, apenas contenido por los débiles diques de la civilización y de un estado decadente". Este es un útil correctivo a la opinión simplista que veía a la intelligentsia como simpatizante acrítica de las clases bajas. En cambio, Neuberger enfatiza el "generalizado desprecio hacia el pobre entre las elites rusas" (26). Las clases medias y altas en Rusia llegaron a verse a sí mismas como paradas en los márgenes de la civilización. Definirse a sí mismos como respetables contra los hooligans, los ayudaba a ubicar su propia posición de clase y les permitía ser vistos como una barrera contra Asia y como una fuerza civilizadora en Rusia ellos eran la barrera europea contra los bárbaros de adentro y de afuera.


 


Neuberger provee abundante evidencia para este enfoque en su detallado análisis de la prensa de San Petersburgo y de los llamados densas revistas de discusión. Pero el argumento puede extenderse fácilmente al campo. Mientras que autores anteriores han tendido a idealizar al campesinado, a comienzos del siglo XX, pueden hallarse en la literatura opiniones cada vez más hostiles. El famoso y descarnado cuento corto de Chejov "Campesinos" fue un caso típico de este cambio (27). Narrativas como ésta son frecuentemente consideradas como más realistas, pero lo que a menudo se olvida considerar es que también incorporan una temática particular, establecida por el observador externo, impidiéndonos comprender realmente la dinámica interna de la vida rural. Esto es aplicable también para un escritor como Gorki, quien es extensamente citado por Figes a causa de su evaluación negativa de la brutalidad de la cultura de las clases bajas, tanto urbanas como rurales, antes, durante y después de la revolución. Pero Figes lee a Gorki como si fuera un cronista objetivo de la realidad, sin ver a sus escritos como el producto de alguien que estuvo en ese medio y que ahora mira hacia atrás, una compleja amalgama de ideas revolucionarias con elementos de conservadurismo, no inusuales en escritores similares en Occidente (28).


 


Es difícil medir el hooliganismo ya que la misma idea incorpora una problemática particular. Neuberger hace un sensible intento por despejar la realidad, pero incluso ella puede ser criticada por la manera en que a menudo parece convertir a los hooligans en una clase, fallando en explorar en profundidad la manera en que lo que se dice de mucha gente es el comportamiento que ocasionalmente se les permite tener (29). En tanto trata de explicarlo, destaca lo que James C. Scott llama la lectura oculta de la actividad hooligan. Hooliganismo es lo que, siguiendo a Scott, podemos llamar "un arma de los débiles". Hooliganismo, dice Neuberger, "es la táctica de la gente sin mayores armas a su disposición, de manera tal que los hooliganspueden actuar sólo cuando las autoridades tradicionales ya están debilitadas", y esto la lleva a tratar de relacionar hooliganismo con crisis. Reconozcamos que esto no lo embellece, por supuesto ella, y esto no debe sorprendern, demuestra que las mujeres eran blanco de los 'hooligans' porque eran, en algún sentido, más vulnerables aún que los propios hooligans. Pero esta idea de arma de los débiles sí señala un interesante camino hacia el futuro. Requiere tanto que seamos más sensibles a los diferentes tipos de hooliganismo como que cuando vemos hechos que en cualquier sociedad serían inaceptables, reconozcamos, que en tanto surgen de debilidades, la solución reside en fortalecer en alentar a la gente a conseguir armas más fuertes y más disciplinadas. Esto apunta a un conflicto fundamental de interpretación. Para la agenda normal de los historiadores, la que está en las raíces de los relatos de Figes y Pipes, se trata del control de arriba hacia abajo de mantenerlos en línea, a través de la imposición de acciones estatales, más específicamente la policía y la ley, y a largo plazo combinarlo con el control social a través de la educación. Pero esto no toma para nada en cuenta la cuestión de las relaciones de poder y la distribución de fuerzas y debilidades en una sociedad. Por el contrario, el enfoque de arriba hacia abajo actúa para mantener las inequidades fundamentales que yacen en la raíz de esta problemática. Si esto es verdad respecto de la Rusia pre-revolucionaria, lo es más aún respecto de 1917.


 


3. Tipo, escala y oportunidad de la violencia en 1917/8


 


No es difícil contraponer una mala opinión de la revolución de 1917 con el mito heroico, y tanto Pipes como Figes a su manera lo hacen. Figes, en todo caso, intenta una crítica más descalificadora que la de Pipes. La suya es una revolución donde las mujeres son violadas en las veredas durante las manifestaciones; los objetos del odio popular arrojados a las calles; el Palacio de Invierno saqueado con sus defensores corriendo incierta fortuna y los anaqueles con vinos abiertos en un festival de ebriedad que, mucho más que la conciencia política la preservación de unos pocos representa el nivel de la mayoría. Al tope de esta sombría película, se pavonean los macho-bolcheviques, vestidos con sus camperas de cuero personificando una masculinidad muscular (ya que las mujeres bolcheviques presumiblemente no vestían cuero), una perspectiva crítica del bolchevismo que cree que le permitirá demostrar sus credenciales de historiador social capaz de atraer a lectoras feministas (30).


 


Sería tonto negar que una adecuada historia de la revolución debe reconocer que ocurrieron incidentes brutales. Pero la cuestión es su escala, su dinámica y la relación con la naturaleza general del movimiento popular. ¿Estaba en lo cierto Tom Paine cuando dijo que "las atrocidades no son el efecto de los principios de la revolución sino de las mentes degradadas que existían antes de la revolución y que la revolución pretende reformar. Sitúenlos en su justa causa y el reproche diríjanselo a ustedes mismos"?


 


Existía claramente una criminalidad básica. Parece, por ejemplo, que alrededor de 20.000 criminales fueron liberados en Petrogrado por la Revolución de Febrero. Quiénes eran estas personas es una pregunta interesante. Algunos sin duda eran víctimas atónitas e infortunadas del sistema. Quizás algunos fueron los hooligans de Neuberger, que estuvieron en el lugar incorrecto en el momento incorrecto. Algunos posiblemente eran criminales en el más legítimo sentido de la palabra, cuyas actitudes pudieran haber sido transformadas por la experiencia liberadora de la revolución. Un núcleo significativo, de todos modos, habiendo sido socializado en los márgenes de la sociedad, quizás vio a la revolución brindándole nuevas oportunidades para sus talentos y, sin duda, fueron acompañados por otros que experimentaban su fuerza contradictoria. Aun el clásico relato de John Reed llamaba la atención sobre el hecho de que en septiembre y octubre de 1917 "los robos y saqueos aumentaron. En casas de apartamentos, los hombres se turnaban toda la noche, montando guardia con rifles cargados" (31). Pero el argumento de historiadores como Pipes y Figes va más allá de esto, para condenar al más organizado movimiento popular por su brutalidad, violencia y criminalidad.


 


Parecería que una manera de tratar esto sería crear algún índice de violencia en 1917, pero, como deja claro el relato de Neuberger acerca del hooliganismo de pre-guerra, lo que se pueda contar es lo que estaba registrado, lo que a su vez refleja el prisma ideológico a través del cual eran definidos violencia y crimen. Es importante notar aquí que, mientras historiadores como Pipes y Figes enfatizan el comportamiento violento, para muchos analistas contemporáneos lo que era llamativo era precisamente su ausencia. Wilton, el notoriamente anti-semita corresponsal del Times, escribió que "la sorprendente, y para el extranjero que desconoce el carácter ruso, casi extraña, compostura y buena naturaleza de las muchedumbres de soldados y civiles a lo largo de la ciudad (Petrogrado) son quizás los hechos más sobresalientes de la gran Revolución Rusa". Nada menos que para Harold Williams, el filo-ruso comentador británico: "Es hermoso ver nacer la libertad. Con la libertad surge la hermandad, y hoy en Petrogrado hay un flujo sentimental de hermandad. Uno puede observarlo en las calles. Los tranvías aún no circulan y la gente está harta de caminar. Pero la costumbre actual es compartir el taxi con perfectos desconocidos. La policía ha desaparecido, pero la disciplina es maravillosa. Todos comparten la tarea de mantener la disciplina y el orden. Se ha formado una milicia de voluntarios… Todo el mundo está contento con este tipo de orden libre. El fuerte sentimiento de responsabilidad común por el orden, ha unido a todas las clases en un gran ejército de libertad…". Los comentarios de Williams son especialmente interesantes porque aun después de Octubre pudo escribir el 6 de noviembre (según el viejo calendario), que "no existe gobierno en Rusia, y aún así Rusia existe por la fuerza de la costumbre, por mérito de alguna creencia simple, irrefutable e irracional. Los rusos son ciertamente en el fondo un pueblo extremadamente respetuoso de las leyes, considerando las continuas oportunidades para cometer excesos". Más aún pues estaba casado con una militante del partido cadete, Adriadna Tyrkova-Williams, quien un año después, escribiría un relato de la revolución con violencia de patotas por doquier (32).


 


Lo que esto refleja es quizás menos las diferencias reales en el nivel y el carácter de la violencia que una apreciación cambiante de ella. En la primavera de 1917, la violencia era vista como una vía necesaria y legítima de deshacerse del zarismo. Era, por lo tanto, ignorada o vista con benevolencia por las clases medias y altas. Cuando más avanzaba la revolución rusa en un sentido radical, más hostiles se tornaban sus apreciaciones. Este cambio puede ser apreciado en las actitudes cambiantes de los individuos de la época. El barón Heyking, por ejemplo, estaba inicialmente contento explicándole a su audiencia británica que el rol de los soldados en la Revolución de Febrero no era más que la revuelta de Pipes, y que en particular, "los campesinos en Rusia, vestidos de color caqui, educaron a sus hermanos soldados para la llegada de la Revolución, y fueron parte en el proceso de preparar al ejército para derribar al régimen autocrático". Pero con Octubre, cambió rápidamente de posición, ahora sostenía que los nuevos gobernantes de Rusia representaban una delgada capa de cultura enfrentada a una masa de ignorancia, y para 1918 insistía que "elementos leales y bien intencionados de Rusia" debieron pedir auxilio a los Aliados para ejercer "una benevolente guardia temporaria en defensa de la civilización", tal como las potencias europeas se habían agrupado para defender la civilización contra la rebelión Boxer en China (33).


 


La brecha entre apariencia y realidad puede apreciarse en la violencia del famoso ritual del paseo, donde los odiados gerentes y capataces era atados y paseados fuera de las fábricas, en carros frente a masas burlonas de obreros. Para Paul Aurich, en uno de los primeros relatos de radicalismo clasista, "el ruido de las carretas hasta ayer, vehículos de una nueva clase de opresores se convirtió en el sonido de la revolución proletaria en las ciudades rusas". Tres cosas son de interés aquí. Primero, la interpretativa para la víctima, esto era degradante, un trato brutalmente violento; para los trabajadores era una afirmación de su propia dignidad, que ponía en su debido lugar a quienes los habían oprimido. Segundo, aunque el trato era brutal, la violencia estaba en forma de ritual, precisamente porque estaba organizada. Si bien es cierto que los obreros usaron la amenaza de violencia algo de lo cual los gerentes frecuentemente se quejaban es también importante reconocer que el lenguaje violento en el contexto de las relaciones industriales llevó muy raramente a acciones violentas. Lo que debemos analizar es cómo la acción directa rompió tanto con la pasividad anterior que permitía el abuso patronal sin restricciones como con la que aún dependía de las concepciones de legitimidad. Una tercera cuestión es la pregunta de cuán comunes fueron realmente tales acciones. Aunque nos gustara ver con Avrich, al paseo como un elemento distintivo de 1917, la evidencia sugiere que en realidad era más un símbolo de radicalización que una práctica habitual (34). Rosenberg y Koenkev sólo pudieron registrar 6 episodios de paseo en Moscú y Petrogrado. Si ésta es una evaluación realista de la escala de los paseos queda como una cuestión abierta. El análisis de la experiencia de fábricas aisladas sugiere que fueron más comunes (35). Pero lo que es importante para nosotros es que la baja cifra reportada sugiere que el paseo sería mejor considerarlo como un símbolo de radicalización, antes que como "el sonido de la revolución proletaria en las ciudades rusas (Avrich)".


 


Si miramos más allá, a otras formas de violencia popular, el cuadro es igualmente complicado. Read, en particular, sostiene firmemente que su real dimensión ha sido exagerada e insiste en que, cuando la violencia popular tuvo lugar, debe ser apreciada en el contexto de una cultura y costumbre populares y racionales. En el ejército, por ejemplo, las tomas del control desde abajo fueron "espontáneas, ordenadas y responsables". Los comités de castigo, cuando fueron usados, reflejaban una escala de valores aceptada (36). También refuta el cuadro de una anarquía campesina en el campo: "disturbios violentos, en los cuales los terratenientes y sus colaboradores fueran seriamente lastimados y muertos, fueron pocos y dispersos. Los daños a la propiedad fueron más raros que lo que la leyenda sostiene. Después de todo, los campesinos eran gente práctica, que prefería tomar y usar los bienes, antes que destruirlos sin objeto… Los campesinos actuaron rudamente y con crudeza, pero, como norma, no fueron maliciosamente destructivos". Las acciones de los campesinos fueron generalmente racionales y coordinadas, lo que refleja el sentido de legitimidad y la habitual justicia de los campesinos. Cuando tomaban la forma de ataques, usualmente tenían una clara lógica, por ejemplo la quema de una casa solariega significaba que los terratenientes no podían retornar (37). En los centros urbanos, también, aparecían fuerzas similares y puede apreciarse el desarrollo de una lucha sobre la naturaleza de la cultura popular. Tyrkova-Williams ilustró esto, con relación a los derechos de la mujer, antes que su visión de la revolución se volviera adversa. Informa cómo una activista de clase media felicitaba a una multitud de mujeres en la cola de la panadería porque ahora iban a tener "sus derechos". Era recibida con cierto desconcierto, hasta que un soldado preguntó "¿Quiere decir que no puedo golpear a mi esposa?" La multitud gritaba: "Nada de eso. Atrévete. No lo hagas. ¿Dejaremos que nos sigan golpeando? Nunca más en nuestras vidas. Nadie tiene ese derecho ahora" (38). Mucho se habla de ataques indiscriminados contra los que parecían burgueses o intelectuales, pero estos ataques eran asociados aun antes de 1914 con las actividades de las Centurias Negras (el ataque a la gente con lentes, intelectuales, en la reacción de 1905/6 es señalada por Pipes). Más aún, el lenguaje violento, que algunos seguidores del giro lingüístico ven como un indicador significativo, no es necesariamente una buena guía en la práctica. Las fotografías de las masas revolucionarias, e incluso de los Guardias Rojos, muestran personas bien vestidas. Los líderes bolcheviques no eran conocidos por vestir mal y cuando la primera estatua de Karl Marx fue instalada frente al Instituto Smolny, era difícil imaginar una imagen más burguesa que la que allí se erguía; en palabras de Arthur Ransome, con un "enorme sombrero, como la boca de un cañón de 18 pulgadas" (39).


 


Cuando se trata la cuestión de quiénes estaban involucrados, Read sostiene que "los elementos más violentos de la clase obrera eran los obreros sin oficio, los chernorabochii (40) … que frecuentemente eran los inmigrantes más recientes", pero éstos también enfrentaban las condiciones más extremas. Smith señala además que la mayor violencia popular parece haber tenido lugar después de Octubre, en el contexto de la espiral de crisis post revolucionaria, cuando el abastecimiento de alimentos y materias primas se derrumbó en el invierno de 1917/18. Pero inclusive entonces no queda claro cuán generalizado era. Arthur Ransome envió un cable a su periódico el 29 de diciembre (calendario nuevo): "los informes de desórdenes… están basados en su mayoría en distorsiones intencionadas de los periódicos de oposición. La ciudad está más calma de lo que lo ha estado (sic) durante meses antes de que los bolcheviques tomaran el control. Por primera vez desde la revolución, el gobierno de Rusia está basado en una fuerza real. La gente quizás no quiera a los bolcheviques, pero les obedece con presteza" (41). Lejos de auspiciar la violencia indiscriminada, el movimiento revolucionario se oponía a ella y la condenaba. Los obreros organizados eran especialmente hostiles a la idea de las revueltas y veían la necesidad de defenderse contra ellas. Read señala que ésta era una de las tareas de los Guardias Rojos y de las milicias obreras, y aunque su escala no debiera ser exagerada, sostiene que "constituían la evidencia incontrovertible de que el movimiento popular no era simplemente una turba" (42). Getzler va más allá, sosteniendo que la violencia era inversamente proporcional al número de obreros políticamente activos, puesto que ellos apuntaban a un enfoque más constructivo. Esta es una razón por la cual, a pesar de la creciente brecha entre el Gobierno Provisional y los activistas, aquel seguía queriendo su apoyo en 1917. Esta determinación por dar una dirección al movimiento popular se aplica por sobre todo a los bolcheviques. Es evidente, también, en uno de los casos más notorios el asesinato a manos de los marineros de dos ex ministros del gobierno provisional, Shingarev y Kokoshkin mientras estaban enfermos en el hospital. Los historiadores más hostiles señalan esto como un ejemplo de la brutalidad de las masas revolucionarias, pero pocos han notado que se llevó a cabo una campaña contra tales actos de violencia indiscriminada entre los soldados y marineros. Arthur Ransome dijo acerca de Krylenco, por ejemplo, "recuerdo escucharlo hablar en las barracas después del asesinato de Shingarev y Kokoshkin, llamando a la lucha de clase y, al mismo tiempo, explicando la diferencia entre ella y el asesinato de hombres enfermos en su lecho. Se refirió al asesinato y, mientras continuaba su discurso, hablando de otro tema, mencionó la acción de un hombre que se acercaba a una cama y mata con una pistola a una persona que duerme. Era un truco, claro, pero el efecto horrible, repugnante, sacudió a toda la audiencia con un temblor de disgusto" (43). Claro está que este tipo de argumentos no siempre eran exitosos. Shingarev y Kokoshkin fueron asesinados. Pero esto no significa que debamos ignorar la lucha que se libraba en el seno del movimiento popular por darle una dirección y mantener la línea contra las fuerzas del caos y el desorden, de arriba y de abajo (44). No es posible, entonces, contraponer simplemente modelos de comportamiento en 1917. El análisis de Getzler es especialmente interesante a este respecto, porque sostiene que lo que estaba en juego en 1917 era un enorme proceso de enseñanza democrática, que venía no de arriba hacia abajo sino de abajo hacia arriba. A pesar del encantamiento con el hecho de que la Asamblea Constituyente fue la única elección libre de la época, es probablemente cierto decir que ningún otro pueblo en la historia mundial tuvo tantas oportunidades de votar como los rusos (especialmente los obreros de la ciudad) en 1917 elecciones para los consejos locales, para los sindicatos, para las cooperativas, para distintas organizaciones locales, para los comités de fábrica y, las más famosas, para los soviets. "Los soviets rusos se convirtieron en un vasto campo de entrenamiento en prácticas electorales, procedimientos parlamentarios y pluralismo político", escribe Getzler. Relatos de la lucha por la democracia soviética a menudo parecen estar basadas en la presunción de que mientras las elecciones para la Asamblea Constituyente involucraban a muchos, las elecciones de los soviets y demás organizaciones involucraron a unos pocos. De hecho, mientras votaron cuarenta y cuatro millones en las elecciones para la Asamblea Constituyente, Getzler sostiene que alrededor de 20 millones lo hicieron para los soviets de la ciudad y 17 millones para los del campo (45).


 


Esta fue una respuesta inmensamente positiva desde abajo, especialmente cuando, en los votos otorgados a los no-rusos (incluso a los judíos), podemos apreciar el quiebre de uno de los peores legados del antiguo régimen. Lo mismo sucede con la elección de mujeres. Vale la pena recordar que las caras populares del bolchevismo en 1917 eran Trotsky y Kollontai. Seguramente debe tenerse en cuenta también las políticas que se llevaban adelante en el interior de la democracia revolucionaria y la manera en la que trataban de cambiar creencias y costumbres. Esto coloca a historiadores como Figes y Pipes en una especie de dilema. En la medida en que se oponen y desacreditan a la democracia popular, se oponen a las fuerzas creadoras de 1917. Aunque se empeñen en negarlo (especialmente en el caso de Figes, más liberal), se alinean efectivamente detrás del orden desde arriba, legitimando la imposición del gobierno de arriba hacia abajo, a través de lo que imaginan son las benévolas tendencias civilizadoras de los que dirigían la sociedad rusa.


 


4. La conformación de clase y las cuestiones políticas


 


¿Significa esto que debiéramos preferir un relato como el de Read, al de Pipes y Figes? Si ésta fuera la alternativa, la respuesta debería ser un sí inequívoco su relato es mucho más balanceado, mucho más matizado y muestra un mejor entendimiento de todos los aspectos de la revolución. Pero esto no significa que su enfoque pueda ser avalado de manera acrítica, porque puede decirse que fracasa en superar las debilidades claves del enfoque de la historia desde abajo; y esto no sólo lo deja vulnerable a los ataques de los Figes y Pipes sino que, en cuestiones claves, le hace llegar a conclusiones que parecen el eco de las posiciones de aquéllos.


 


Read, por ejemplo, comparte la opinión de que la clase obrera estaba incompletamente formada en 1917. Esto por dos razones, relacionadas con la sociología del movimiento popular. La primera, es la opinión de que el proceso subyacente de constitución de clase era aún débil. "El proletariado no era tanto una clase estable, sino una estación de paso con una corriente constante de gente, que venía desde las aldeas y que volvía a ellas en las épocas malas o, en el caso de la mujer, para tener familia". Sugiere que esto llevaba a una mayor importancia del narod, del pueblo, que de la clase, llevándolo a la conclusión de que, en lo que denomina el sentido thompsoniano, la clase obrera rusa en 1917 era "una clase obrera incompleta, o una clase obrera en formación". Luego hace una segunda observación, en el sentido de que cuando los obreros viraron hacia el bolchevismo, lo hicieron de manera defensiva, en busca del programa original de Febrero, que los demás partidos fracasaron en alcanzar. Así, "lejos de una marea creciente de entusiasmo revolucionario a los trabajadores a medida que la revolución se desataba, la atmósfera en la que vivían era de crecientes amenazas a su subsistencia". La consigna todo el poder a los soviets fue un "último recurso defensivo"; "el programa popular un mejor trato para los obreros, la redistribución de tierras, la protección ante la crisis económica, una mayor democracia directa y un justo fin a la guerra permaneció como un programa relativamente estable que buscaba ser implementado". "El movimiento popular no viró hacia el bolchevismo porque se haya convertido a su filosofía básica". Los bolcheviques fueron apoyados porque eran los "mejores mencheviques", afirma irónicamente.


 


La dificultad aquí es que deja de lado por entero la cuestión política. La conciencia popular en 1917 implicaba opciones políticas, como sostuvo John Marot (46). No es cuestión de introducir la política desde afuera, o verla, como hacen los posmodernos, como una fuerza autónoma. Se trata de ver las elecciones que el pueblo realiza como elecciones políticas, que requieren argumentos políticos. El hecho de que los trabajadores hayan sido llevados defensivamente a rechazar a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios (de derecha), no significa que esto no implicara una transformación política de sus ideas. Lo que Read hace, sin embargo, es inclinarse hacia la tendencia de la historia social a suprimir una comprensión política del movimiento popular, concibiendo al estómago como al que gobierna la mente de la gente que protesta, más que explorando la relación entre ambos. Esto tiene un efecto doble. En lugar de que la conciencia de clase esté relacionada con la situación material de los trabajadores en un proceso que es, a la vez, social y político se la convierte en algo que es más crudamente social y, por lo tanto, más crudamente determinista. También lleva a la opinión de que lo que sucedió en 1917 sólo fue una convergencia temporaria entre el movimiento popular y una política bolchevique que existía independientemente del movimiento, en el aire, para decirlo de alguna manera, y condenada a quedar aún más en el aire cuando las mismas fuerzas sociales que levantaron al movimiento popular antes de 1917 volvieron sobre sus pasos y la arrastren hacia abajo después de octubre, creando una situación en la cual los bolcheviques (y los socialistas revolucionarios de izquierda) inevitablemente iban a gobernar en nombre de la clase obrera, más que a través de ella. Esto también lleva a Read al conocido argumento de que hay una contradicción entre la visión emancipadora de Marx y la de Lenin en 1917, a pesar de lo que Victor Serge llamaría posteriormente el comunismo libertario de la época.


 


5. Degeneración revolucionaria y violencia, organizada y no organizada


 


Una vez que Read se aleja de Octubre, encontramos un conjunto de dificultades más que familiares. En su raíz, está su ambigüedad frente a la relación entre las políticas de la época y el posterior desarrollo del stalinismo. Esta es la cuestión clave de la relación Lenin-Stalin. Decimos relación Lenin-Stalin, porque sostener una disputa entre el leninismo y el stalinismo, es prejuzgar a favor de Stalin, puesto que el leninismo, como un ismo, fue sobre todo una creación del período inmediatamente posterior a la muerte de Lenin, de la lucha faccional de la época. Para Read, sin embargo, como para muchos historiadores, el post Octubre y aun el clima de Octubre están cargados de presagios de lo que estaba por venir y esto se trasluce en su lenguaje. Así, en el proceso de rechazar el modelo monolítico del bolchevismo, lo describe como un montón de "sectas en riña", con Lenin como un Ayatollah y a los leninistas como "archi-fundamentalistas, temerosos del contacto potencialmente contaminante con los infieles". Su propia aceptación de las opiniones convencionales acerca de lo que es y no es el socialismo, se refleja también en un par de referencias, fuera de contexto, respecto de Mao y hasta de Pol Pot. Al final, tenemos un elogio al fallido programa de reformas de Gorbachov, cuyos mejores aspectos, sugiere Read, "representaban el sano ideal de las experiencias post-revolucionarias rusas, abriéndose paso a través de los restos dilapidados, y totalmente desacreditados, de la dictadura stalinista" (47).


 


Con esta perspectiva, Read se aleja inevitablemente del argumento de que la revolución fue desviada de su sendero original por las horrendas circunstancias de la guerra civil, hacia la concepción de Furet de que las revoluciones (ya sea la francesa o la rusa) construyen su propio porvenir. Como sostiene Read: "Uno ya no puede esgrimir consideraciones de este tipo para relevar al bolchevismo de su parte de responsabilidad por el resultado. Irónicamente, una y quizas la principal razón del fracaso de este sueño no residía en los enemigos de la revolución desde la derecha que fueron derrotados con sorprendente facilidad y nunca parecieron acumular poder como para revertir la revolución social sino de sus amigos bolcheviques". Es cierto que, a diferencia de Figes y Pipes, Read percibe que había algunas opciones disponibles al terminar la Guerra Civil ("aun en 1921 varios futuros quedaron abiertos. El proto-stalinismo había ciertamente ganado terreno, pero su posterior evolución no era inevitable, aunque Lenin apareció impulsando una línea fundamentalista intransigente en el Xº Congreso de aquel año"). Pero con éste énfasis aún sigue al Furet de la Revolución Francesa, por lo menos por el hecho de poner el acento en la dinámica ideológica interna más que en las circunstancias externas.


 


Para concluir nuestra discusión, llamaremos la atención sobre dos de las muchas dificultades que surgen con esta argumentación. La primera es la manera en que conduce a una mala interpretación de las primeras medidas de auto-defensa revolucionaria. Read no es indiferente a los dilemas generales del nuevo estado revolucionario, en el área de la ley y la auto-defensa. Señala, por ejemplo, el problema acerca de qué ley debe hacerse cumplir. Pero el peso del futuro pesa tanto en sus análisis de 1917/18, que ilegítimamente hace a la historia de la época prefigurar los hechos posteriores y, por lo tanto, reducir el significado del cambio que ocurrió posteriormente. Las contradicciones que esto produce están fielmente ilustradas en el comentario de Read del arresto, en Octubre, a cargo de Antonov-Ovseenko, de los ministros del gobierno provisional: "en un gesto lleno de presagios del sistema burocrático que nacía aquella noche, la primera cosa que Antonov-Ovseenko hizo cuando arrestó a los ministros (del gobierno provisional) fue redactar un acta y hacérselo firmar a todos los presentes". Este es un típico ejemplo de la actitud que los historiadores adoptan ante los bolcheviques y sus seguidores durante este periodo y que no les deja ninguna opción ganadora. Si los ministros hubieran sido amordazados, golpeados y quizás fusilados, esto habría sido interpretado como una manifestación de revuelta, pero como se intentó darle alguna formalidad al arresto, esto prefigura el futuro burocrático del sistema. De hecho, visto en términos de 1917, la actitud de Antonov-Ovseenko adquiere todo su sentido. Se trataba de un momento de alcance histórico la supremacía de lo nuevo sobre lo viejo, un momento que necesitaba ser documentado, tanto para registrarlo como para legitimarlo, un documento que registrara la transferencia "de facto" del poder, para luego ser acompañado de documentos constitucionales de "jure". Requería de ello, más aún, precisamente, porque éste era un acto político consciente y no una revuelta sin conciencia política. Es difícil concebir cómo una revolución genuina hubiera requerido otra cosa y, por lo tanto, no tiene sentido considerarlo como una expresión de degeneración burocrática.


 


Claro está que finalmente la revolución no pudo estar a la altura de sus ideales de 1917. Para explicar esto, de todos modos, debe considerarse la espiral de crisis que los revolucionarios enfrentaron después de Octubre. Aquí la promesa del enfoque de la historia social no se ha cumplido, en parte porque sus seguidores no prestaron la atención suficiente a la cronología de la crisis. Roxa Luxemburgo puso esto en claro: "todo cuanto ocurre en Rusia es comprensible y representa una inevitable cadena de causas y efectos, de la cual el punto de partida y el término final son: el fracaso del proletariado alemán y la ocupación de Rusia por parte del imperialismo alemán" (48).


 


La idea crucial aquí es la de "una inevitable cadena de causas y efectos". Si pensamos en términos de una espiral de crisis, es fácil comprobar cómo es posible conectar ciertos puntos de la espiral para obtener una línea recta o generalizar en forma simplista a través de la senda descendente. La historia social más analítica de Read cae en esta trampa al generalizar a través de la espiral, en vez de seguir sus idas y vueltas. Pipes y Figes, por otra parte, con un mayor énfasis en la narrativa, tienen algún sentido del movimiento, pero están demasiado concentrados en encontrar la línea recta, en vez de analizar la complejidad de las perspectivas cambiantes. Este enfoque es acompañado por más detallados estudios acerca de la Guerra Civil, que tienden a disolverla en un conjunto de guerras civiles separadas. Que la oposición a los bolcheviques no era monolítica, hace rato que se sabe; se ha prestado mucha atención, por ejemplo, a la oposición de los campesinos y de las denominadas fuerzas verdes. Pero esto no significa que la guerra no tuviera una unidad básica. Más aún, está en la naturaleza de la guerra que se reduzcan las opciones, a menudo en forma sencillamente brutal, a la alternativa de "a favor o en contra". Esto es así en parte por lo que Clausewitz llamaba la "niebla de la guerra" la confusión, tanto política como militar, que llega con el humo de la batalla y que es parte de la labor del historiador recrear. Pero también reduce las opciones porque está en la naturaleza de la guerra reducir lo que podemos llamar la "estructura de opciones". Como consecuencia de tan terribles acontecimientos, a menudo es tentador ir hacia atrás en el tiempo y re-escribir la historia como si hubiese habido terceras vías. La historia militar está llena de este tipo de especulaciones. Pero si se pierde de vista el carácter punzante de las opciones reales de la época, se deja de trasmitir convicción, y mucho de los más recientes escritos acerca de la Guerra Civil hacen precisamente esto.


 


De manera similar, los tres relatos de la revolución examinados aquí, tienden a evitar consideraciones serias acerca de la "estructura de opciones". Fallan en comprender el grado en que el proceso general de decadencia social afectaba a la clase obrera y, por lo tanto, socavaba las bases del régimen posterior a 1917. Mientras todos reconocen la descomposición de la población urbana en gran parte de Rusia, tienden sin embargo a considerar a la clase obrera como un ente estático, especialmente cuando se trata de contrastar las políticas del régimen con los intereses de la clase obrera durante la Guerra Civil. Pero esto es minimizar el dilema de los bolcheviques y quebrar la cadena de causa y efecto que señalaba Rosa Luxemburgo. Una vez hecho esto, es fácil entonces atacar a los bolcheviques por gobernar sobre la clase obrera, en vez de a través de ella.


 


La dimensión real del dilema de la época puede ser percibido si incorporamos el concepto de causa y efecto al relato de 1918/1921. La crisis, por ejemplo, puede ser percibida en su mayor profundidad en Petrogrado, y en la medida en que ésta era el crisol de la revolución, su colapso fue quizás el indicador socio-político más serio de la magnitud del desastre de la Guerra Civil (49). Mientras la población de Petrogrado cayó de 2,4 millones en 1917 a 740 mil en 1920 (una caída del 70%), las cifras de la clase obrera industrial cayeron aún más. Entre enero de 1914 y enero de 1917, el número de obreros fabriles creció de 242.600 a 384.600, un aumento neto de 142.000 y un aumento bruto cercano a 180.000, cuando se toma en cuenta la movilización del 15-17% de la fuerza de trabajo, para alistarse en la guerra. En 1917, las cifras se mantuvieron más o menos estables hasta Octubre. Pero, para esa época, la economía ya estaba en los inicios del círculo vicioso del colapso, frente al cual, en algún sentido, la revolución fue un intento desesperado por detenerlo. A pesar de los mejores esfuerzos del nuevo gobierno revolucionario, dos sucesivas oleadas de crisis aplastaron a la clase obrera de la ciudad. La primera ola, desde octubre del 17 hasta el verano de 1918, implicó el primer reclutamiento para el Ejército Rojo, el envío de trabajadores para extender la revolución a las provincias, intentos apresurados por lograr una desgarradora conversión fabril hacia el esfuerzo bélico y, más importante, el impacto de la desesperante falta de alimentos y la carencia de materias primas. El impacto combinado de todo esto hizo caer el número de obreros industriales activos a 293.000 en enero de 1918, 159.000 en abril y 115.000 en octubre de 1918. En este mes, una segunda ola de crisis, esta vez directamente inducida por la Guerra Civil, devastó la ciudad. En los próximos dos años, otros 40.000 trabajadores se incorporaron al Ejército Rojo, 20.000 fueron transferidos a la órbita estatal y quizás otros 20 mil murieron, cuando la tasa de mortalidad llegó en determinado momento a un 80 por mil. En su punto más bajo, el número de obreros fabriles se redujo a cerca de 80.000 un 20% del nivel de 1917. Pero esta cifra era tanta porque muchos nuevos obreros fueron arrastrados a la fuerza laboral en 1919 y 1920, a menudo desde otras clases sociales. De los que estaban en las fábricas de Petrogrado en 1917 quizás sólo quedaban 50.000 en 1920 el 12,5% de la cifra de 1917.


 


Esta crisis se sintió también en el partido, ya que los obreros dejaban el trabajo para pelear, en otras formas, por la revolución. Si en octubre del 17, el partido tenía 45 mil miembros en la ciudad, para marzo del 18 tenía 36 mil y para agosto del 18 sólo 15.500. Una encuesta, en octubre de 1918, mostraba que sólo el 41,2% de los miembros había ingresado antes de Octubre, con lo que en el curso de un año quizás el 80% del partido de Octubre del 17 había dejado la ciudad para pelear y ayudar a la revolución a propagarse en otros lados (50).


 


Estas cifras demuestran dos cosas. Primero, muestran claramente cómo la descomposición de la clase obrera significó que el partido debió sustituir a la clase, pero también cómo, dentro del partido, el poder inevitablemente se desplazó hacia arriba. Segundo, muestran cuán equivocado es imaginar que uno puede sencillamente contraponer el partido a la "clase" durante la Guerra Civil, o en los tensos días de comienzos de 1921 durante las huelgas de Petrogrado y la revuelta de Kronstadt. En este punto, la "clase obrera" sencillamente ya no era una entidad significativa. Esto explica la gran paradoja que nunca ha sido plenamente considerada por los críticos de los bolcheviques; que aun sus críticos obreristas de la época se encolumnaron en los períodos de crisis política detrás de ellos, más que de la clase obrera, porque agitar las banderas de la clase obrera para ese entonces era invocar a un ente retórico más que una fuerza realmente existente.


 


El problema fue, entonces, que, durante la Guerra Civil, los bolcheviques tuvieron que reaccionar burocráticamente porque no había otro camino. Por supuesto, Rosa Luxemburgo señaló en su relato los problemas de esta situación, como los percibió en sus primeras etapas: "el peligro sólo comienza cuando se hace de la necesidad una virtud, forzados por circunstancias adversas". Pero para entender esto es necesario apreciar el cambio ideológico que se produjo en este período, en que las necesidades se convirtieron en virtudes. Pero precisamente porque Pipes, y otros como él, consideran a la historia como una línea más o menos recta, son incapaces también de medir plenamente el cambio ideológico que se produjo. Esta es una cuestión decisiva porque, quizás con excepción de El Estado y la Revolución de Lenin, no hay un solo trabajo escrito en 1917 que codifique la esencia de la democratización desde abajo tal como era vista en esa época. Por el contrario, cuando los contemporáneos fijaron sus opiniones acerca de lo que fue 1917, estaban influidos por las medidas de la Guerra Civil, aunque los escritos más sensibles de esa época, como la obra de Victor Serge, permiten casi palpar la cambiante re-definición de la revolución que estaba desarrollándose y las tensiones que producía (51).


 


Conclusiones


 


Recordando las muertes durante el Terror jacobino, Thomas Jefferson escribió que "las deploro tanto como cualquiera y algunas las deploraré hasta el día de mi muerte. Pero las deploraría como debiera, si hubieran ocurrido en combate. Fue necesario usar el brazo del pueblo, una máquina no tan ciega como las balas y las bombas, pero también hasta un cierto punto ciega" (52). Este es un juicio que aún conserva su poder tanto respecto de la Revolución Francesa como de la Revolución Rusa, aunque recientemente hasta Jefferson se haya ganado el oprobio de un escritor como Conor Cruise OBrien.


 


Pero "usar el brazo del pueblo" no es popular hoy, ni en el Este ni en Occidente. Cuando los historiadores lo rechazan, sin embargo, deben tener cuidado con la tendencia a alinearse en apoyo al orden establecido. Nada es más fácil que crear lo que podemos llamar la tiranía de las dos alternativas la opción es "de Lenin a Stalin" o "democracia y mercado". ¿Pero qué pasaría si éstas no fueran las opciones? ¿Qué pasaría si Lenin no derivara en Stalin y si la "democracia y mercado" no fuesen el fin de la historia? A su manera, los trabajos de Pipes y Figes son colaboraciones políticas directas. Pipes ha estado involucrado activamente en política en EE.UU. y en Rusia, y el relato de Figes se acomoda perfectamente a las perspectiva de la intelligentsia liberal de Occidente y al sector de Yeltsin en el Este (53). Pero Rusia está sufriendo el trauma de un cambio cuyo costo humano es enorme y montado en él está la clase que se benefició con la degeneración de la revolución, la clase que llegó al poder en su nombre pero sobre sus muertos, robándole la memoria para sus propios intereses. Ahora, vestidos con nuevas ropas, proclaman sus nuevos compromisos y están felices porque 1917 sigue siendo asociado con el régimen que alguna vez dirigieron, o con los restos de los PCs stalinistas que ocasionalmente marchan en la Plaza Roja como parte de la alianza Roja-Marrón. Los historiadores, sin embargo, deberían cuidarse de caer en la trampa de alinearse demasiado fácilmente con estas opciones. Cuando E. P. Thompson hablaba de rescatar el pasado de "la enorme condescendencia de la posteridad" no se trataba sólo de una cuestión de tratar de entender las actitudes de pequeñas sectas del pasado sino de tratar de rescatar la naturaleza de las verdaderas opciones que se presentaban entonces. Hacerlo no es sólo hacer justicia con el pasado sino también es hacer justicia en el presente, en un mundo en que existe todavía demasiada poca justicia verdadera y demasiada gente cuyo bienestar y posición social depende de mantener en las sombras el pasado.


 


 


Notas:


1. Francois Furet, Interpretando la Revolución Francesa, Cambridge, 1981.


2. Comparar a Vladimir Broukin, Los mencheviques después de Octubre. La oposición Socialista y el surgimiento de la dictadura Bolchevique, Cornell, 1997 con sus otras obras. Detrás del frente durante la Guerra Civil, partidos políticos y movimientos sociales de Rusia (Princeton, 1994) y Los bolcheviques en la sociedad rusa (Yale, 1994).


3. Marc Ferro, La Revolución bolchevique. Historia social de la Revolución rusa, Londres, 1985.


4. Germady Schkliarevsky, El movimiento obrero en la Revolución rusa. Comités de fábrica y sindicatos, 1917-1918, Nueva York, 1993.


5. Maurice Brinton, Los bolcheviques y el control obrero, Londres, 1970.


6. Ver: Martín Malia, La tragedia soviética: la historia del socialismo en Rusia, Nueva York, 1994; Richard Pipes, La Revolución Rusa, 1899-1919, Londres, 1992; y también de Richard Pipes, Rusia bajo el régimen bolchevique, 1919-1924, Londres, 1995.


7. Hooligans en el original. Término que hoy se utiliza para los barrabravas violentos de Inglaterra. Más en general se usa para las barras violentas marginales, para las patotas o pequeños matones [nota del traductor].


8. R. Pipes, La Revolución Rusa, op.cit., pág. 281.


9. Christopher Read, Del Zar a los soviets: el pueblo ruso y su revolución, Londres, 1966, pág. 62.


10. Steven Smith, "Una reseña: Richar Pipes. La Revolución Rusa " (1990), revista Social History, 1992, pág. 332.


11. R. Pipes, La Revolución Rusa, op. cit; págs. 281, 298, 386, y 398. Tal como han señalado ciertos cantidad de críticos, Pipes ofrece una concepción muy inexacta del liberalismo, que se volvió crecientemente hostíl a la izquierda después de 1905.


12. C. Read, op. cit., pág 5.


13. Joan Neuberger, Hooliganismo: crimen, cultura y poder en San Petersburgo, 1900-1914, California, 1993. Veáse también Laura Phillips "Mensaje en una botella: la cultura de la clase obrera y la lucha por la legitimación revolucionaria", Revista Rusa, 1997.


14. Thomas Paine, Los derechos del hombre, Londres, págs. 22 y 23.


15. N. A. Vigdorchik, Destkaya Smertnost sredi petersburgskikh rabochikh, San Petersburgo, 1914.


16. G. Dobson, San Petersburgo. Londres, 1910, pág. 106.


17. Citado por Geoffrey Freeze, en De la súplica a la revolución. Historia social documentada de la Rusia Imperial, Nueva York. 1988, págs. 265-6.


18. Ver Robert Massie, Nicolás y Alejandra, Londres, 1968, para la familia zarista; también James C. Scott, La dominación y el Arte de la resisistencia, Yale, 1990.


19. Jeffrey Brooks, Cuando Rusia aprendió a leer: alfabetismo y literatura popular, 1861-1917, Princeton, 1985. Durante la revolución de 1905, un crítico liberal del zarismo decía que "el analfabetismo de los campesino era atesorado como la más preciosa de las joyas de la Corona Imperial" (citado por A. Meyendorff, Los antecedentes de la Revolución Rusa, Nueva York, 1919, pág. 95). Laura Phillips, op.cit., señala que los trabajadores instruídos, cultos, eran tratados frecuentemente como sospechosos por las autoridades y una buena manera para un activista obrero de evitar ser descubierto era fingir ser un borracho inculto.


20. Citado por Marcel Leibman, en La Revolución Rusa: orígenes, fases y significados de la victoria bolchevique, Londres, 1970, págs. 23 y 82.


21. Orlando Figes, La tragedia de un pueblo: la Revolución Rusa, 1891-1924, Londres, 1996, pág. 138, ofrece un juicio no menos sorprendente. Citando la estimación de 17.000 muertos y heridos por el terrorismo en la Rusia zarista, dice que esto representa "más de cinco veces el número de muertos en Irlanda del Norte durante los 25 años de disturbios…". La comparación intenta mostrar claramente la desventaja de la Rusia zarista, mostrando el grado en que el movimiento revolucionarios estaba preparado para el terror, augurando el posterior modelo de la revolución. Pero la comparación es completamente falaz. Notemos en primer lugar que compara "muertos y heridos" contra "muertos". Segundo, no brinda ninguna indicación de la composición de las víctimas (en Irlanda del Norte, la comunidad nacionalista, los leales a la corona, el ejército y la policía, etc., la composición de la cifra rusa no es clara). Tercero, y más importante, mientras el Imperio Ruso tenía una población de más de 160 millones en 1914, la población de Irlanda del Norte es de apenas 1,5 millones. Aplicando crudamente la tasa de muertes por terrorismode Irlanda del Norte a Rusia, nos daría más de 300.000 muertos. Igualmente, aplicando la tasa de muertos y heridos por el terrorismo a Irlanda del Norte daría no 3.000 muertos sino apénas 160 muertos y heridos. En otras palabras, el nivel de terror es enormemente mayor en Irlanda del Norte que en la Rusia zarista.


22. Barrington Moore Jr., Orígenes sociales de la dictaura y la democracia, Hardmondsworth, 1966, pág. 505.


23. Las cifras reconocidas por parte de Rusia en la Primera Guerra Mundial son de 15,7 millones de hombres movilizados, de los cuales 13,7 millones cumplieron servicio activo. Unos dos millones fueron muertos o fallecieron por heridas recibidas. Unos 0,7 millones fueron muertos o fallecieron por las heridas en el frente. Unos 5,1 millones fueron heridos o cayeron enfermos, de los cuales 1,1 millones murieron; unos 3,2 millones volvieron a pelear y el resto quedó inválido; unos 5,1 millones de soldados desaparecieron en acción o fueron tomados prisioneros (de los cuales 118 mil están registrados como muertos). Además, la lucha en el sector ruso del Frente Oriental creó unos 10 millones de refugiados cuya condición es comparable a las tragedias de refugiados posteriores durante este siglo. Debe tomarse en consideración el impacto de la guerra en la mortalidad civil en el frente interno. Véase R. W. Davies (ed), La transformación económica de la Unión Soviética, 1913-1945, Cambridge, 1994, págs. 60 a 62.


24. León Trotsky, Terrorismo y Comunismo. Una respuesta a Karl Kautsky, pág. 67.


25. J. Neuberger, op. cit, pág. 4.


26. Idem, pág. 277. Esta es una evidencia adicional que refuta la opinión de Pipes de que forzados a elegir entre la izquierda y la derecha, los liberales elegirían la izquierda.


27. Anton Chejov, "Campesinos", incluido en El amo ruso y otras historias, Oxford.


28. Richard Hare, Máximo Gorky. Reslista romántico o Revolucionario conservador, Londres, 1962.


29. Esto lleva a un planteo más amplio en la discusión sobre la cultura popular. Puede señalarse que la idea de respetabilidad, tan utilizada frecuentemente por los historiadores sociales, era un concepto que los trabajadores usaban social y políticamente, dependiendo de las circunstancias que enfrentaran.


30. Cuando se trata de demostrar sus credenciales feministas, sin embargo, Figes cae en el rídiculo en su relato de Alejandra Kollontai, quien no había sido tratada tan misóginamente por muchas décadas. Así, la encontramos (pág. 480) saliendo con Dybenko, cuando ella era "tan vieja como para ser su madre", (él tenía 28, y ¡ella 45!); practicando su "filosofía del amor libre con una larga serie de amantes antes de convertirse, en boca de todos, en la amante del rey de Suecia, cuando fue embajadora soviética, después de 1930". Figes, transcribe el chisme infantil de los años 30 como evidencia. Si se hubiera esmerado un poco más, podría haber agregado el cargo de roba abuelos al de roba cunas, puesto que, en 1930, (el respetable) Rey Gustavo tenía 72 y Kollontai 58. Luego acentúa su tarea arrojando el viejo bolazo de que la revolución decretó, en algunas zonas, la nacionalización de las mujeres, cayendo en uno de los mayores ejemplos de la propaganda negra de la época, y aparentemente ciego a la larga discusión sobre ésta cuestión. Véase, por ejemplo, a Alexei Velidov, El decreto de nacionalización de la mujer: la historia de una mistificación, en Novedades de Moscú, Nº 8-9, 1990.


31. John Reed, Diez días que conmovieron al mundo, Londres, pág. 37.


32. Véase Harvey Pitcher, Testigos de la Revolución Rusa, Londres, 1994, págs. 44, 61 y 252/3; también Adriadna Tyrkova-Williams, De la libertad a Brest-Litovsk. El primer año de la Revolución Rusa, Londres, 1919, capítulo 10 passim.


33. A. Heyking, Los problemas que enfrenta Rusa, Londres, 1918, págs. 26, 51, 60 y 81. Cómo era difícil defender el derecho de propiedad contra el prejuicio clasista del bolchevismo, Heyking sostenía que el ataque a las riquezas no era sino un medio para alcanzar el fin principal, aplastar a las clases educadas de Rusia.


34. Paul Avrich, "Los comités de fábrica rusos en 1917", en Anuarios de Historia de Europa del Este Nº 11, 1963, pág. 172. También W. Rosemberg & D. Koenkev, en Amercian Historial Review Nº92, "Los límites de la protesta formal: El activismo obrero y la polarización social en Petrogrado y Moscú, de marzo a octubre de 1917", 1992, pág 304.


35. Esta sección se ha visto enriquecida por los comentarios de Kevin Murphy, quien ha estado investigando la historia de la fábrica Guzhom. Las opiniones, en cambio, son mías.


36. Ver Read, op. cit, págs. 123 y 130.


37. Idem, págs. 114, 115 y 117.


38. Citado por Rosalind Marsch, "Nacimiento, muerte y renacimiento de la literatura feminista en Rusia" del libro Liberación Textual. Escritos del feminismo europeo del Siglo XX, Londres, 1991, pág 136.


39. Arthur Ransome, Seis semanas en Rusia, Londres, 1992, pág. 66.


40. En ruso en el original [nota del traductor].


41. H. Pitcher, op. cit. pág. 266.


42. C. Read, op. cit., pág. 88.


43. Arthur Ransome, op. cit., pág 117.


44. Figes aporta un caso ejemplo de la manera en que este tipo de contradicciones es ignorado, lo que ilustra tristemente el enfoque ingenuo en el tratamiento de los problemas y las evidencias, lo que arruina todo su relato. Se trata de la expropiación del oro, de las cajas de seguridad de los bancos en San Petersburgo en 1918. No era sólo un intento de expropiar los bienes de los ricos, sino de obtener las divisas internacionales que se necesitaban desesperadamente. Para Figes, de todos modos, lo que realmente importa es la forma de la expropiación. Cita en un relato de la época, una vívida descripción de un marinero, frotándose las manos ante la montaña del botín, interesado sólo en el oro, y aparentemente atolondrado, dejando de lado las joyas, incluyendo un huevo Fabergé. La autobiografía de la cual saca esta evidencia, de todas maneras usa este episodio para señalar lo contrario. Las memorias de la condesa Mershcherskaya enfatizan la necesidad de divisas, y la oposición de los propietarios que rehusaban entregar el oro diciendo "¡Dejen que entren los bastardos! Dejen que reduzcan el edificio a escombros!" La madre de Meshcherskaya fue una de las pocas que entregó volutariamente el oro de la familia. Era deber del marinero tomar sólo el oro, y dejar las joyas a su dueño original. Lo hizo registrando con cuidado qué era de lo que se estaba apoderando y luego entregándole un recibo a Meshcherskaya. "Que pena que yo, siendo aún una adolescente tonta … no tomé el recaudo de preservar el recibo. Sólo después de varios años me dí cuenta del valor de aquel documento histórico fascinante". Para Figes, no menos que para la "adolescente tonta", el significado del episodio está ausente o, peor aún, es deliberadamente atenuado en su relato para demostrar la violencia irracional de las masas de la época. Aquí tenemos al marinero revolucionario cargando en el episodio todos sus sentimientos y conciencia contradictorios, incluyendo parte de los desechos del viejo orden, como cuando reacciónó con hostilidad ante un collar de Otelo dentro de la caja fuerte: "¡Esto demuestra qué desvergonzadas eran las mujeres de las clases altas! ¡Yendo por la calle con imágenes de negros colgando de sus cuellos!". Pero en vez de robarse la joya, en vez de meterse en el bolsillo el huevo de Fabergé, tomó cuidadosamente lo que el estado revolucionario requería, redactó el recibo, y le devolvió el resto a sus dueños. En otras palabras, el punto central de esta historia es exactamente el contrario del que le atribuye Figes. Véase Figes, op. cit., pág. 527.


45. Israel Getzler, "Richard Pipes, historia revisionista de la Revolución Rusa", en Slavonic and East European Review, 1992.


46. John Marot, revista Revolutionary Russia, "Conflicto de clase, competencia política y transformación social: perspectiva crítica en la historia social de la Revolución Rusa", 7:2, 1994.


47. Read, op. cit., pág. 294.


48. Rosa Luxemburgo, "La Revolución Rusa" en Habla Rosa Luxemburgo, Path Finder Press, Nueva York, pág. 394.


49. Las muertes de la Guerra Civil son horrorosas, pero incluyen cuatro categorías. Primero, un estimado de 0,8 a 1,2 millones de muertos en combate (incluyendo enfermedades y atrocidades de ambos lados); segundo, hubo ejecuciones detrás del frente cuya escala permanece aún en discusión; tercero, hubo muertes por hambre y enfermedad que quizás sumen 2 millones para 1918-21; cuarto, hubo de 5 a 6 millones de muertes en la horrible hambruna de 1920-21 en la región del Volga. En total, unos 8-10 millones dependiendo de estimacions precisas en cada categoría. Estas cifras, a diferencia de las de los años 30, nunca fueron secretas. Fueron publicadas y ampliamente debatidas en los años 20 en Rusia, cuando la opinión oficial era que, dado que muchas podían ser imputadas a la contrarrevolución, las cifras eran una trágica consecuencia de la intervención extranjera y la actividad de los Blancos. La categoría clave, en términos del debate acerca de violencia revolucionaria en la Guerra Civil, se refiere a las ejecuciones "detrás del frente", y a las ejecuciones y atrocidades, al compás de los cambios del frente de batalla en que las regiones eran capturadas y recapturadas. La Cheka dió una cifra de sus propias ejecuciones, unas 13 mil, pero ésta excluye las muertes en combate y las producidas fuera de Rusia Central. William Chamberlin, el mejor observador neutral sugería que llevando estas cifras a un nivel más realista, nos daría unas 50 mil (William Henry Chamberlin, La Revolución Rusa, tomo 2, 1918/1921, "De la guerra civil a la civilización del poder", Pinceton, 1987). Graham Leggett, en su historia de la Cheka, más que duplicó esta cifra, lo que puede ser justificable pero es dificil de comprobar sobre la base de las evidencias que ofrece, y legitima infortunadamente su nueva estimación, llamando la atención del lector a su similitud con la de Robert Conquest, a la cual consideraba correcta para los períodos posteriores de la historia soviética (George Leggett, La Checa, la policía política de Lenin, la Comisión Extraordinaria de toda Rusia, Oxford, 1981). De hecho, ahora es ampliamente aceptado (aunque no por Conquest) que sus cifras posteriores, tanto de muertes como de campos de concentración, eran más o menos el doble de las reales. Otros autores han inflado las cifras aún más. Menor atención se le prestó al bando de los Blancos. Chamberlin no ofreció una estimación de esas muertes, tampoco lo hace Leggett, pero los autores que prestaron atención a esto sugieren cifras tan altas como las dadas por Leggett para el Terror Rojo, si no mayores aún. Mucho depende de la evaluación y clasificación de las muertes de judios en el sur. El terror de la denominada tercera fuerza también fue extendido; Read toma de Makhno aquéllo de que "los que se resitían eran tratados sin piedad" (Read, op. cit, pág. 259).


50. O. I. Shkaratan, revista Istoriya SSSR, 1959.


51. Victor Serge, La revolución en peligro. Escritos desde Rusia, 1919-1921, Londres, 1997.


52. Citado por M. Liebman, op. cit, pág. 338.


53. En un debate en la Radio de la BBC, para recordar el 80º aniversario de la Revolución, el historiador Boris Kolonitskii describió la obra de Figes como una que Yeltsin aprobaría.


 

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