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Catastrofismo, forma y contenido

(Frente al derrumbe teórico de un chavista)


“El desenvolvimiento de las fuerzas productivas motivado por el capital mismo en su desarrollo histórico, una vez llegado a cierto punto, anula la autovaloración del capital… A partir de cierto momento el desenvolvimiento de las fuerzas productivas se vuelve un obstáculo para el capital; por tanto la relación del capital se torna en una barrera para el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo”.1 “La afirmación de que Marx no habría instaurado una ‘teoría del derrumbe’ debe remontarse ciertamente, ante todo, a la interpretación revisionista de su obra económica”.


 


En un artículo escrito algunos meses atrás reivindicamos la filiación marxista del “catastrofismo”3 ; es decir, que el capitalismo es un modo de producción históricamente condicionado y, por lo tanto, condenado a agotarse como consecuencia de sus propias contradicciones. Es lo esencial del planteamiento de Marx y la clave para comprender lo que él mismo llamó la “ley del movimiento” de la sociedad moderna, objeto de su obra más célebre (El Capital). “Marx concibe, pues, el desarrollo capitalista como un proceso plagado inevitablemente de movimientos catastróficos”, dice literalmente un estudio reciente muy meduloso que lleva por título ni más ni menos que “Rastros del Apocalipsis” (en Marx)4 y cuya lectura atenta es extremadamente enriquecedora porque pone de relieve la tensión última, extrema y definitiva en que el capital coloca a la civilización humana. O el hombre se emancipa de la explotación secular, llevada al paroxismo por un modo de producción que ha cumplido su misión histórica, o la sobrevida del capital, más allá de sus propios límites, entraña una destrucción abismal de las condiciones de existencia de la especie y de su medio ambiente como un todo.


 


La tendencia del capitalismo a enfrentar las circunstancias de su propio colapso es el contenido original del “catastrofismo” y la base rigurosa de una política revolucionaria de transformación social. El capitalismo revela una tendencia inevitable a su derrumbe, creando así las condiciones necesarias para su superación. En nuestro anterior artículo recordábamos que la conocida corriente revisionista, encabezada por Eduard Bernstein, en el movimiento socialista de fines del siglo XIX comenzó por delimitarse del “catastrofismo”, cuestionando precisamente la señalada tendencia al derrumbe del capital. El mismo cuestionamiento se ha reiterado en el tiempo y adquirido connotaciones más negativas en la misma medida en que el agotamiento histórico del capital como metabolismo social se pone “en acto” en la evolución de la historia reciente. En la nota de marras tomamos como ejemplo una nota de Claudio Katz, asumido como ideólogo de una “nueva izquierda” que aquí y en el mundo hace gala de “aggiornamiento”. La nota repetía en forma prácticamente literal a Bernstein e impugnaba la existencia de cualquier tendencia del capitalismo al colapso para concluir con la propuesta de sustituir al socialismo obrero por una democracia adaptada a nuestros tiempos. Nuestra crítica caracterizaba este planteamiento como propio de la “economía de izquierda” porque Katz pretendía reemplazar el análisis de la catástrofe capitalista contemporánea por una disciplina dedicada a comprender por qué “el capitalismo se mantiene en pie”, sin noticias de que alguna vez vaya a derrumbarse.


 


Renegar como método 


 


El propio Katz ha asumido el desafío de responder a aquel artículo con otros dos largos trabajos de su autoría.5


A pesar de su extensión, la respuesta del líder de los llamados “economistas de izquierda” (EDI) se caracteriza, en primer lugar, por evitar la consideración de los puntos más polémicos de la crítica que les formuláramos en nuestro trabajo anterior. Nada dice sobre la propuesta de los “economistas de izquierda” de defender una política de “distribución del ingreso”, en términos similares a la burocracia sindical afín a Duhalde y posteriormente a Kirchner. Nada sobre la propuesta de una suerte de “socialismo del trueque” cuando la catástrofe capitalista de principios de esta década obligó a millones de argentinos cambiar calcetines en desuso por un plato de fideos o viceversa. Nada dice tampoco sobre la presentación de subsidios al “empleo”, miserables y en negro como ejemplo de “cultura del trabajo” y “socialismo”. Nada sobre el oportunismo de lanzar una agrupación de “economistas” en el mismo momento en que Katz, reivindicando su pasaje del socialismo a la “democracia”, se presentó como “ministro de Economía” de un personaje hoy olvidado que cosechó votos repudiando a los partidos de izquierda. Sin examinar aún el contenido de los planteos de su nuevo trabajo hay que decir que Katz procede a lo que los franceses llaman la “fuite en avant”, o lo que en criollo sería el que calla otorga.


 


Otro déficit metodológico del texto de Katz es que se trata de un ataque al Partido Obrero con un criterio muy particular. Porque nunca se refiere a la enorme literatura política del PO, su textos, su prensa, sus documentos, sus folletos, libros y resoluciones. Tampoco menciona planteamientos de sus dirigentes más reconocidos. Y esto a pesar de que Katz no deja de considerar ningún asunto político relevante. Suponemos que en su tarea de profesor Katz no admitiría nunca un trabajo de estas características, que no cita a las fuentes y que, además, las distorsiona o falsifica con completa arbitrariedad. Al tratarse de una lucha política, nuestro autor estima que puede utilizar la impostura “a piaccere” para confundir al lector sobre las posiciones de quien dice criticar. Lo mismo vale para el cometido declarado de su texto, la crítica a “dos autores – Pablo Rieznik y Luis Oviedo– ”, cuyas formulaciones no expone nunca con rigor, abusando de la cita fuera de contexto y adjudicándoles planteos que nunca formularon. Aún con este procedimiento, impropio de quien ha adoptado los modos del trabajo académico, el artículo reciente de Katz tiene el mérito de aportar a una clarificación política. Katz, como ideólogo de la “nueva izquierda”, expone ampliamente sus propios puntos de vista. Los que, además, se encuentran en las antípodas de lo que Katz sostenía algunos años atrás y de lo cual ahora reniega aunque nunca se haya dado al trabajo de explicar la metamorfosis. Por eso la crítica a sus viejos compañeros tiene la forma de una catarsis con un autor que no se sabe si se ofusca con quien polemiza, con su propio pasado o con sus contradicciones de ayer y de hoy.


 


El “nuevo” Katz, entonces, es muy claro cuando, en “oposición” a los catastrofistas afirma que es imposible hablar de una tendencia al colapso del capitalismo, dado que la “dinámica” capitalista es “cíclica” y a cada crisis sucede una ulterior recuperación. Tampoco correspondería, según Katz, hablar del imperialismo como última etapa del capitalismo y como época de catástrofes y revoluciones, lo que sería un señalamiento de Lenin, puramente coyuntural, para los años 1914-1922. Las fuerzas productivas del capital – sostiene Katz – continúan creciendo y ya no corresponde hablar de gobierno obrero y expropiación del capital porque el nacionalismo latinoamericano nos ofrece un puente privilegiado al socialismo, del cual ni siquiera Kirchner estaría excluido: es la integración que, mediante un “acuerdo regional”, plantea el gobierno venezolano por medio del llamado Alba.


Concluye, curiosamente, con una crítica a lo que considera el monolitismo del PO, para celebrar la construcción de un partido regimentado desde arriba con los recursos del aparato estatal (capitalista), manejado por funcionarios públicos e intolerante con cualquier disidencia interna. Esto es exactamente lo que han señalado los militantes socialistas que rechazaron disolverse en el partido único de la revolución que puso en pie el presidente Chávez, a quien normalmente Katz menciona según su jerarquía constitucional. Admitamos que al menos Katz no se anda con chiquitas y, cuando ahora releemos artículos de su pluma de algunos años atrás, no puede menos que concluirse que la metamorfosis de Katz es verdaderamente copernicana. 


 


El catastrofismo conservador


 


Y comienza así: según nuestro crítico, “Marx nos legó una teoría del funcionamiento y de la crisis del sistema capitalista pero no de su catástrofe”. Al revés – dice Katz– tal funcionamiento del capital, descubierto por Marx, consistiría en que el capitalismo “no se degrada (hacia su) desmoronamiento, sino que subsiste a través de espirales de crecimiento y crisis convulsivas”. Marx, entonces, no sería el teórico que puso de relieve el carácter históricamente condicionado del capitalismo y la inevitabilidad de su superación como requisito para el progreso del hombre en cuanto especie, sino exactamente, al contrario, quien explica que las “convulsiones” del capital son sólo un medio para su… “subsistencia”. El “aggiornado” crítico vuelve así muy atrás porque la intuición de que el capitalismo encontraba barreras insuperables a su propio desarrollo y como consecuencia del mismo, es previa a Marx y muy clara en el caso de uno de los exponentes de la llamada escuela “clásica” de la economía política burguesa: David Ricardo.


 


Como señaláramos en el artículo al cual pretende responder Katz, la cuestión de la tendencia al colapso, catástrofe o derrumbe del capitalismo, términos que deben ser considerados sinónimos según su denominación original en alemán, fue el debate clave que siguió a las muertes de Marx en 1883 y de Engels en 1895.


Bernstein, que había sido estrecho colaborador de este último, fue quien colocó, al finalizar el siglo XIX, el problema de la “tendencia al derrumbe” en el centro de la discusión del movimiento obrero y socialista de la época. Cualquiera sea la crítica que se pueda formular a los revisionistas e inclusive a las limitaciones de sus contradictores de la época (Kautsky y Rosa Luxemburgo), lo que importa aquí es que la polémica partía de la admisión común de que el planteamiento original de Marx era inseparable de la mentada tendencia al derrumbe o al colapso del capitalismo. Esto era absolutamente indiscutible. Bernstein, al revisar a Marx, sostenía que nuevas circunstancias en el desarrollo capitalista eliminaban ciertos presupuestos sobre los cuales Marx había formulado sus análisis respecto del derrumbe del capital. Porque, entre otras cosas, el monopolio y el crédito permitirían contener y revertir el desarrollo anárquico de la libre competencia, que estimaba como el principal factor de destrucción de la economía capitalista y de sus crisis recurrentes. Katz se coloca muy por detrás de Bernstein, porque si éste criticó la teoría del derrumbe nunca cuestionó la marcha irreversible de la sociedad burguesa hacia una etapa superior, el socialismo. Sólo que en lugar de considerarla consecuencia de las contradicciones crecientes y explosivas del capital, postuló una suerte de desarrollo armónico y planificado que sería coronado, al mismo tiempo, por una eliminación gradual de las lacras del capitalismo y un ascenso progresivo al poder de la clase obrera, mediante reformas al modo de producción existente y a su régimen político.


 


Mientras Bernstein suponía que el capital poseía los atributos de una suerte de corrección para su rumbo catastrófico, Katz nos explica que el capitalismo “subsiste” por medio de crisis cada vez más “convulsivas”. No deja de ser “catastrofista”, pero no de un modo socialista y revolucionario, sino conservador y reaccionario. Katz afirma que jamás Marx “imaginó el estallido final del sistema capitalista”. Sin embargo, es exactamente lo que el autor de El Capital planteó al coronar todo el análisis que efectuara en su trabajo cumbre. Se trata además de los párrafos finales de uno de los últimos capítulos (XXIV del Tomo I) en cuyo apartado final, titulado “Tendencia de la acumulación capitalista”, Marx describe ni más ni menos que el momento en que “suena la hora postrera del capital” y se plantea su “negación”, es decir su liquidación histórica, “se hace saltar la corteza capitalista, los expropiadores son expropiados”, algo que se impone con “la necesidad de una ley natural”. Textualmente: “El monopolio ejercido por el capital se convierte en traba al modo de producción que floreció con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Ésta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados.” Semejante definición incomodó siempre, no sólo a Katz, sino a una pléyade de sus propios seguidores (los de Marx, claro). Se les antoja que el Marx “objetivista” y naturiforme excluye así la revolución y la acción “subjetiva” del hombre. Pero la distinción es esquemática y es lo que Marx se planteó superar. Lo subjetivo está preñado por la objetividad y viceversa. El autor del Manifiesto del Partido Comunista sabía que el proletariado tenía que acabar con el capitalismo porque éste se derrumbaba y, recíprocamente, que no se derrumbaría si la acción humana no procedía a la correspondiente ejecución. La incomprensión de esta relación recíproca siempre ha dado lugar al descubrimiento de “dos Marx”. El “subjetivista”, que plantea en el inicio del citado Manifiesto que “el motor de la historia es la lucha de clases”, y el “objetivista” que indica que son las “relaciones de producción en choque con las fuerzas productivas” las que determinan “la revolución” social. Una oposición completamente ficticia, sobre la cual se han derramado ríos de tinta durante años, olvidando que lo “objetivo” y lo “subjetivo” son dos aspectos íntimamente vinculados de un todo único: “Los hombres hacen su propia historia, pero la hacen en condiciones que no han elegido sino que han heredado del pasado”, según la conocida tesis del propio Carlos Marx.


 


A pesar de que Marx es como la madre, que hay una sola, Katz también tiene sus “dos Marx”. Así, no tiene ningún problema en reconocer los planteos de Marx sobre el derrumbe, porque luego los habría desmentido. Es decir, que convierte a Marx en Katz, que pasó del catastrofismo revolucionario a su opuesto exacto sin solución de continuidad. De modo que el Marx del Tomo I sería contrariado – dice Katz– por el del Tomo III, cuando pasa del “terreno de las contradicciones genéricas” a “la explicación de cómo las tendencias más explosivas del capital están morigeradas por la acción de fuerzas opuestas (contratendencias), y distingue el análisis puramente conceptual de sus manifestaciones concretas”. Así Marx pasaría de un catastrofismo de concepto, genérico, abstracto, a un realismo anticatastrofista, “concreto”, desmintiéndose a sí mismo. Una especie de empobrecido Kant, según el cual la “cosa en sí” catastrófica del capitalismo recuperaría el lugar de una vaga condena moral inasible, mientras el capitalismo real que los economistas como Katz pueden investigar y medir en sus vicisitudes más inmediatas sería eterno en su “dinámica cíclica”. Más dialéctico es el poeta que celebra al amor, “eterno mientras dure”, consciente quizá de que “todo lo que existe merece perecer”.


 


La tendencia decreciente de la tasa de ganancia


 


Marx, por supuesto, nunca habla de “contratendencias” en el Tomo III, cuya primera parte, al revés, remata en el análisis exhaustivo de la llamada tendencia decreciente de la tasa de ganancia, que Marx reputa la “ley fundamental de la economía política”, precisamente porque pone de relieve el mecanismo íntimo y esencial que conduce al declinio irreversible, irre-ver-si-ble, del modo de producción capitalista. La acumulación del capital implica el desarrollo de las fuerzas productivas que emerge de la competencia entre los muchos capitales para sobrevivir y cuyo resultado contradictorio es que crece constantemente la proporción de capital aplicado en máquinas, herramientas, materias primas, y disminuye la correspondiente a la aplicada en el pago de salarios. Como la plusvalía o ganancia que obtiene el capital surge de la diferencia entre el valor creado por los asalariados y lo que obtienen como ingreso para subsistir, esa plusvalía o ganancia medida en relación con la totalidad del capital tiende a caer. Por lo tanto, cuanto más se desarrolla el capital, más erosiona, mina, afecta, destruye, cuestiona, dificulta, restringe… las condiciones de su propio desarrollo. Al capital le pasa lo que le pasa a Katz y a todos nosotros: cuanto más vivimos nos acercamos a la muerte y como consecuencia de las leyes de nuestro propio desarrollo; nos guste o no. Basta el sentido común en este caso, para comprender que la mentada tendencia decreciente de la tasa de ganancia no sería la ley económica fundamental de la economía política si fuera negada por “contratendencias” que, con igual fuerza y en sentido contrario, la tornaran inocua.


 


De hecho Marx nunca habló de contratendencias sino de “factores contrarrestantes” que enlentecen, frenan en diversos períodos y evitan una evolución puramente lineal o mecánica de la tendencia inmanente de la tasa de ganancia a decrecer.Algo que, en el límite, la llevaría lisa y llanamente a la desaparición en el caso de una completa automatización del proceso productivo. Este sencillo ejemplo lo planteó Ernest Mandel, a quien lamentablemente Katz rescata cuando se trata de repetir sus peores defectos políticos y sus trabajos teóricos más pobres. El ejemplo es didáctico porque pone de relieve la paradoja básica del capital: cuanto mayor es la capacidad del trabajo humano acumulado de producir riqueza (teóricamente ilimitada en el caso imaginado de la competa automatización productiva), menor es la producción de nuevo valor, cuya confiscación es la razón de ser del capital (y que termina por ser nula en caso de ausencia de trabajo totalmente reemplazado por máquinas). El valor sólo puede crearse como resultado del trabajo vivo involucrado en la producción. Pero el desarrollo de la productividad del trabajo lo torna crecientemente superfluo y sustituible por procesos automáticos. En el capitalismo, cuanto mayor es la productividad del trabajo mayor es su capacidad de producir riqueza, pero menor es el valor unitario de los productos, al mismo tiempo que disminuye la cantidad de trabajo vivo incorporado a los mismos hasta desaparecer, como acabamos de señalar, en el caso de una producción automática.


 


El vínculo entre trabajo, producción de riqueza y valor, es histórico y contradictorio. La contradicción alcanza un nivel terminal e insuperable cuando el propio trabajo inmediato en la producción es crecientemente innecesario y cesa de servir a la valorización del capital, que ha desarrollado las fuerzas productivas a un punto en que chocan con relaciones de producción que deben ser superadas. El trabajo inmediato del hombre en la producción estuvo siempre colocado como fundamento de la creación de riqueza; hasta el momento en que, en una potencia muy elevada de su desarrollo histórico, se niega a sí mismo, se desplaza y retira del proceso productivo directo. Esto en la misma medida en que logra ser sustituido por el “monstruo mecánico”, como decía Marx. Los procesos automáticos conducirán entonces al hombre del reino de la necesidad al reino de la libertad, un reino en el cual el trabajo no producirá valor porque el trabajo se transformará en una actividad vital consciente del metabolismo productivo hipertecnificado y cambiará completamente de carácter. Algo imposible de comprender si no se comprende que, a diferencia de la riqueza, el valor no es algo tangible, no es una “cosa”, sino la expresión de una relación social mediante la cual los productores de mercancías se vinculan entre sí por intermedio de sus productos, que intercambian según el tiempo socialmente necesario para producirlos. El valor está obligado a desaparecer; la riqueza, a trascender más allá de la desaparición del trabajo aplicado inmediatamente a la producción.


 


La decadencia o tendencia decreciente de la tasa de ganancia es una manifestación inseparable de la decadencia de la ley del valor como principio regulador del movimiento capitalista. “A partir del momento en que el trabajo, bajo su forma inmediata, dejó de ser la fuente principal de riqueza, el tiempo de trabajo deja y debe dejar de ser la medida de valor de uso. El sobretrabajo de las grandes masas dejó de ser la condición de desarrollo de la riqueza general, tanto como el no trabajo de algunos dejó de ser la condición de desarrollo de las fuerzas generales del cerebro humano”.6 El desempleo crónico, de larga duración, que se perpetúa y crece en el último cuarto de siglo, no es el resultado necesario del progreso tecnológico en sí, sino el producto de la crisis de sobreproducción del capital; cualquier esfuerzo para salir de esta crisis de sobreproducción dentro del cuadro del capitalismo sólo puede agravar una situación ya de por sí insoportable. La salida del infierno de la desocupación perpetua no puede ser más que la ruptura del marco capitalista. A su manera, la desocupación es el índice negativo de que las condiciones están maduras, no para ‘el fin del trabajo’, anunciado por los nuevos ricos del parasitismo bursátil, sino para la abolición de la alienación del trabajo por medio de la abolición del capital. La desocupación crónica, anuncia, a su manera, la muerte de la ley del valor y del mercado.7 


 


Marx decía que la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia era un “enigma” muy simple de entender para quien resolviera el “enigma” del valor (y de la riqueza) que explicara en el Tomo I de El Capital. Como Katz no entendió el secreto del valor, lo desaprendió, no puede entender ahora la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia del capital, cuya esencia se resume, en definitiva, en la tendencia del capital a cuestionar con su propio desarrollo la ley del valor que constituye el motor mismo de su existencia, históricamente condicionada, históricamente limitada, condenada a desaparecer. Para decirlo en términos de la “reflexión teórica” a la que gusta apelar nuestro crítico: no habiendo comprendido el valor, el fetichismo de la mercancía (por el cual una relación social se manifiesta como cosa material), Katz se convierte en un adorador del “fetiche del capital”, eterno en su “dinámica cíclica”. Un economista al menos debería dominar el concepto elemental de valor que Marx sí nos legó para la comprensión de nuestra época capitalista.


 


Katz, que se jacta de su saber teórico contra la pobreza de sus críticos, nos imputa desconocer “medio siglo de discusiones sobre el tema” de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Pero parece que el supuesto seguimiento escrupuloso del tema, en su caso, terminó por perderlo en el laberinto de una enorme confusión sobre el punto. Por otra parte, no hace mucho tiempo En Defensa del Marxismo publicó un cuidado artículo que consideraba bastante más de medio siglo de discusiones, relevaba la bibliografía más reciente y explicitaba la crítica a Katz y a los autores que no entendían o distorsionaban la ley fundamental de la economía política, considerando las diversas aristas del debate contemporáneo sobre el punto.8 En ese mismo medio siglo de debates, lo que se ha destacado es una tentativa por convertir a la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia en lo opuesto a lo que Marx planteaba. De tal modo esa ley sería una especie de desafío perenne, de barrera esencial, de obstáculo inmanente, que una y otra vez el capital se vio obligado a superar y doblegar para asegurarse su existencia ilimitada como una especie de ave fénix, que siempre resurge de sus cenizas. Un cúmulo de lecturas sobre un mismo tema, en consecuencia, puede intoxicar el entendimiento; quizás es necesario leer menos y mejor, si nos permite nuestro crítico – que se solaza con páginas recorridas sin rumbo para criticar los principios y lo mejor del marxismo.


 


Sobre las herramientas


 


El razonamiento antidialéctico termina por nublarse cuando nuestro crí- tico afirma que, en definitiva, la tendencia al derrumbe carece de toda importancia porque, en la polémica original, quien la revisaba (Bernstein) llegaba a conclusiones no revolucionarias, reformistas, y quien la reivindicaba (Kautsky)… también. El mismo argumento utilizaron en la década del ’30 del siglo pasado los intelectuales norteamericanos que criticaron a Trotsky por su reivindicación de la dialéctica, en la medida en que uno y otro habían obtenido ciertos resultados políticos por caminos diversos: uno, reivindicando a la lógica hegeliana; el otro repudiándola. ¿Qué importancia tiene, entonces – insistían los Katz del momento, en la línea del empirismo anglosajón más rudimentario– , la teoría de la dialéctica, que Trotsky consideraba indispensable en la concepción materialista de la historia del hombre y de la política revolucionaria? ¿Qué importancia – dice ahora nuestro crítico– tiene la teoría del derrumbe si, apoyándola o rechazándola, se puede llegar a deducciones igualmente equivocadas? La respuesta clásica a este problema la olvidó Katz a pesar de haberla repetido hasta el cansancio, cuando ejercía una sana práctica docente como militante del Partido Obrero. ¿Qué respondería a un alumno que le cuestionara el valor de las herramientas porque un artesano hábil puede lograr un excelente producto con la peor de ellas, mientras que, con la mejor, otro colega menos dotado podría obtener un producto pésimo? ¿Que las herramientas carecen de toda importancia? La herramienta de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia es decisiva para comprender la dinámica histórica del capital… y su tendencia al colapso.


 


La ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y la tendencia al derrumbe del capital, como contribuciones definitivas a la comprensión de la dinámica del capitalismo, están indisolublemente ligadas entre sí. En lo que propios y extraños consideran uno de los mejores tratados sobre “La génesis y estructura de El Capital de Marx”, que es el título de un impresionante tratado de Roman Rosdolsky, se dedican numerosas páginas y un capítulo especial a este problema, bajo el título de “La ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y la tendencia al derrumbe del capital”. Allí leemos: “En agudas contradicciones, crisis, convulsiones, se expresa la creciente inadecuación del desarrollo productivo de la sociedad a sus relaciones de producción hasta hoy vigentes. La violenta aniquilación del capital, no por circunstancias ajenas al mismo, sino como condición de su autoconservación, es la forma más contundente en que se le da el consejo de que se vaya y deje lugar a un estadio superior de producción social”. La cita es de Marx y merece el siguiente comentario de Rosdolsky: “Con este pronóstico de derrumbe concluye, en el fondo, la tercera sección de los Grundrisse; la afirmación de que Marx no habría instaurado una “teoría del derrumbe” debe remontarse ciertamente, ante todo, a la interpretación revisionista de su obra económica”.9


 


Dinámica histórica (y cíclica)


 


La negación de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y de su vínculo con la tendencia al colapso impide a revisionistas como nuestro crítico, comprender la adecuada periodización de las diversas etapas del modo de producción capitalista que emergen de su peculiar dinámica histórica. En oposición a este concepto, plantean una “dinámica cíclica” que, al modo de una calesita, renueva las fases de crisis y ascensos que es propia de la economía del capital, girando siempre sobre un mismo eje. Toda la ciencia “anticatastrofista” se limita a identificar al capitalismo con el movimiento de ese otro simpático juego de plaza condenado perpetuamente a subir y bajar, en este caso en el pasaje sin fin de la economía capitalista de la estabilidad a la crisis, de la crisis a la expansión… y vuelta a empezar. La caracterización de las etapas del capitalismo que tienen que ver con su dinámica histórica abarca al período constitutivo original, al de su desarrollo y madurez y, finalmente, al de su descomposición y agotamiento. El análisis de esta última etapa fue un tema dominante en los análisis clásicos del marxismo de las primeras décadas del siglo pasado, con matices propios, en el caso de Rosa Luxemburgo, Nicolás Bujarin, Rudolf Hilferding, y del célebre trabajo de Lenin sobre el imperialismo. De un modo general, el catastrofismo de Marx tomó una nueva connotación que el mismo Lenin identificó con la de un capitalismo senil. Un capitalismo “agónico” que, con el monopolio y la producción a gran escala, con su asociación directa con el aparato estatal de la burguesía y con su extensión planetaria, abría una “etapa de transición” hacia un orden social superior. Era la fase terminal (“superior” y “última”) del modo de producción burgués. Lenin habla por eso del “lugar histórico” del imperialismo como el de la “reacción en toda la línea”, de catástrofes económicas y cataclismos sociales sin precedentes, etcétera, etc. Nos vemos obligados a recordar algo que es bien conocido en términos de la tradición marxista, porque Katz comete la torpeza de asignar a este planteamiento un valor meramente coyuntural que habría dejado de tener vigencia en el Tomo I de los primeros años de la década del ’20 del siglo pasado. La última etapa del capitalismo fue anticipada por Marx en el mencionado capítulo XXIV del Tomo I de El Capital, cuando explicó las tres dimensiones propias del ciclo histórico del capital: la de la acumulación primitiva, cuando al expropiar al productor precapitalista crea las premisas de su propia producción; la segunda fase, cuando procede con sus propios métodos a confiscar el valor producido por la clase obrera; la tercera, cuando esta confiscación se extiende al propio capital, revela su límite histórico y plantea que el desarrollo de las fuerzas productivas se hace incompatible con las relaciones de producción capitalistas.


 


En su tarea de revisar el pasado, Katz estigmatiza la caracterización marxista del imperialismo como etapa última o superior del modo de producción capitalista. Lo hace a su manera: “el contraste simplificado entre una época floreciente y otra decadente del capitalismo – dice – , pierde de vista los rasgos del sistema que han sido comunes a todas sus etapas”. No comprende de este modo, que los rasgos del sistema “inherentes al capitalismo” son los que conducen a su…decadencia, de la misma manera que los “rasgos comunes de la vida” (respirar, comer, defecar) conducen de la niñez a la senilidad… y siguen siendo “comunes” en ambos extremos.


¿Cómo va a ser imposible, entonces, distinguir la etapa floreciente o de decadencia de un ser vivo porque se perderían entonces los rasgos comunes de su vida? Katz supone que si el capitalismo tuvo crisis y recuperaciones ayer, hoy – como las podrá tener mañana– ¿de qué sirve detenerse en una precisión de las etapas históricas del capital? Siempre que llovió, paró; y así sucederá en “épocas” que se sucederán las unas a las otras sin que podamos hablar de una etapa final o terminal. Katz es un milenarista del capitalismo.


 


Nuestro crítico, entonces, nos brinda una visión alternativa: “El contraste entre una época de reformas sociales (1880-1914) y otra de atropellos capitalistas (1914-1940) fue establecida – dice– para distinguir la expansión de la socialdemocracia de la ascensión del fascismo”. Katz no nos informa quién “estableció” el contraste que desplaza el eje del problema a un plano político igualmente interesante, al diferenciar entre un período “socialdemócrata” hasta el ’14, y otro de ascenso del fascismo hasta 1940. En el medio desapareció octubre del ’17, el punto de partida de la era de la revolución socialista. No hay imperialismo, no hay “última etapa”, no hay etapa de transición, no hay revolución. Y no sólo eso, porque luego de la etapa del fascismo, nos indica que siguió “otra de avances sociales durante el Estado de Bienestar” (1950-1970). Socialdemocracia, fascismo, democracia, esta sería la periodización del siglo XX en términos que reproducen las banalidades de un manual de las agencias educativas de cualquier gobierno capitalista. ¡Estado de Bienestar! Nada de catástrofe, nada de revolución, nada de decadencia.


 


Repasemos con un mínimo de realismo la época del “bienestar”, los famosos “años gloriosos” del capitalismo de posguerra del siglo XX: la revolución china, la guerra de Corea, la revolución cubana, los levantamientos del ’60 en el mundo entero. El eufemismo “avances sociales en el capitalismo” es absolutamente engañoso: en la posguerra, con la revolución china, la mitad de territorio del planeta quedó bajo el dominio de los regímenes que expropiaron al capital; a partir de 1959, con Fidel y el Che, la ola revolucionaria debutó en América Latina. En 1962, con la crisis de los misiles, asistimos a la posibilidad cierta de una hecatombe nuclear. En el ’68, los levantamientos obreros, estudiantiles y populares recorrieron el globo, de París a Praga, de las luchas en el corazón del imperialismo yanqui al continente latinoamericano. La ofensiva del Vietcong iniciaba la cuenta regresiva para los invasores en el sudeste asiático. En las metrópolis, la clase obrera, merced a la colaboración contrarrevolucionaria de la burocracia moscovita, era integrada al régimen burgués a costa de importantes conquistas, luego de la carnicería espantosa de la Segunda Guerra en el medio del siglo. ¿Catástrofes y revoluciones? No, responde Katz,“avances sociales” que superaron el período de la descomposición capitalista y nos condujeron al Estado (burgués) del bienestar. Es la repetición de dogma y del discurso oficial urbi et orbi sobre nuestra época. Katz puede postularse al Ministerio de Educación.


 


Kondratieff y el perpetuo renacer 


 


En honor a la polémica digamos que el esquema-dogma de Katz reitera un antiguo planteamiento del economista ruso Kondratieff, que hace muchos años retomaran algunos “economistas de izquierda” anteriores a Katz. En el debate original, Kondratieff cuestionaba el punto de vista de los bolcheviques sobre la crisis planteada en el final de la Primera Guerra y en el debut de la Revolución Rusa. Kondratieff sostuvo entonces que no se trataba de una crisis única ni excepcional, y que su función histórica no era anunciar el colapso del capitalismo sino facilitar el reestablecimiento del equilibrio de su metabolismo productivo.


 


Según Kondratieff, las oscilaciones de largo plazo del capitalismo eran semejantes a las planteadas por Marx para períodos del orden de los siete a diez años en que la curva de la actividad capitalista desembocaba sistemáticamente en interrupciones violentas de todo el proceso económico. Estas crisis eran un resultado de las contradicciones del mecanismo propio de la economía capitalista y de la competencia entre los diversos capitales y, en ese contexto, también un mecanismo de salida para la continuidad de la acumulación capitalista. Esto último en la medida en que la quiebra y desvalorización de capitales, el desempleo y la baja de salarios creaban las condiciones para recuperar la tasa de ganancia, cuya tendencia a la caída se encuentra detrás de toda crisis. En consecuencia, estos ciclos obedecían a una regularidad impuesta por el propio movimiento del capital, cuyo motor es siempre la producción para obtener ganancias.


 


La misma regularidad, sin embargo, no puede extrapolarse para explicar los movimientos más amplios, en períodos más extensos, del propio desarrollo capitalista. Esto fue precisamente lo que Trotsky criticó de Kondratieff y de manera muy explícita: “Por lo que se refiere a las fases largas (de cincuenta años) en la tendencia de la evolución capitalista, para las cuales el profesor Kondratieff sugiere, infundadamente, el uso del término “ciclos”, debemos destacar que su carácter y duración está determinada, no por la dinámica interna de la economía capitalista, sino por las condiciones externas que constituyen la estructura de la evolución capitalista” (entre los cuales Trotsky cita textualmente el caso de las “guerras y revoluciones”)10. Por lo tanto, al indagar sobre el proceso de acumulación de capital en un sentido histórico general no se puede proceder con el enfoque propio de la regularidad de los ciclos determinados por factores recurrentes sino, de un modo más decisivo, por los elementos no periódicos que, como se señala en la crítica de Trotsky, no pertenecen a su “dinámica interna” sino que la condicionan en última instancia.


 


El énfasis polémico de Trotsky, en cambio, se vinculaba con la incapacidad del “modelo de Kondratieff” para dar cuenta del cambio operado en las condiciones generales de la evolución del capitalismo; es decir, no del ciclo del capital sino del momento histórico en que ese ciclo se desenvuelve. Los bolcheviques y Trotsky tenían precisamente en cuenta que el capitalismo había encontrado un límite histórico con la emergencia del imperialismo, una época de “guerras y revoluciones”, de catástrofes económicas y sociales y de reacción en toda la línea. Esta era la cuestión decisiva y la que Kondratieff cuestionaba.


 


Al desarrollar su punto de vista Trotsky recurrió en forma reiterada a la analogía de la vitalidad del capitalismo con la del propio corazón humano. Este último siempre late, como los latidos en el metabolismo de la economía capitalista que son los ciclos. Pero en la juventud y en la madurez el corazón late con vigor y regularidad mientas que, con la senilidad, el latido pierde fuerza, se hace irregular y está sometido a arritmias y accidentes diversos. Es lo que corresponde a la “última etapa” o “fase superior” de un metabolismo viviente. Y eso es el imperialismo respecto de las etapas de ascenso y plenitud del modo de producción capitalista. “En estos términos, la senilidad del capitalismo de posguerra – según el propio Trotsky– podría detectarse por la transformación de los ciclos regulares en “espasmos” convulsivos del tipo de los experimentados en 1920-21”.


 


La preocupación de Trotsky en la época consistía precisamente en indagar cómo se correlacionaban en los “espasmos” de aquel momento dos fenómenos de naturaleza diferente: una eventual recuperación coyuntural del ciclo económico (la revolución no se había extendido victoriosamente, había fracasado en Alemania) con la curva básica del capitalismo, que mostraba las evidencias de una decrepitud histórica. Trotsky se delimitaba entonces de las tendencias ultraizquierdistas de la III Internacional y del partido bolchevique, que se negaban a considerar los ritmos cambiantes de la agonía capitalista. Como ahora, no había que confundir una cosa con la otra. Por eso mismo, reaccionó vigorosamente cuando Kondratieff pasó de hecho a cuestionar la teoría del derrumbe y del agotamiento histórico del capital, para postular la reconstitución inevitable del “equilibrio” capitalista a partir de su “descubrimiento” de los ciclos largos.


 


Original y copia


 


“Trotsky – dice Richard Day en un extenso trabajo sobre este punto– rechazaba la idea de grandes ciclos porque Kondratieff había oscurecido la diferencia entre ciclos periódicos y períodos históricos independientes”. Eso es. Por eso mismo, cuando Kondratieff insistió con sus puntos de vista en 1926, “Sujanov intervino en el debate con los argumentos de Trotsky mostrando que Kondratieff había ignorado las diferentes etapas del capitalismo. De acuerdo con Sujanov, Kondratieff estudiaba la economía de la misma forma en que un astrónomo podía investigar las órbitas inmutables de los cuerpos celestes. Sería precisa una aproximación más racional para considerar la juventud, madurez y decrepitud del capitalismo, e incluso la proximidad de su muerte. Tomando prestada la analogía de Trotsky de los latidos del corazón, Sujanov clamaba que el capitalismo había perdido su fuerza creativa y se volvía senil”.11


 


En realidad, el asunto es tan sencillo que las tesis de Kondratieff no habrían trascendido luego del debate de la década del ’20 si no fuera por dos acontecimientos que tienen alcance y perspectiva distinta. Primero: quien rescató a Kondratieff del olvido fue el austríaco Joseph Schumpeter, un economista burgués relativamente heterodoxo, que se declaraba admirador de Marx y de los economistas “neoclásicos” y enemigo declarado del socialismo. Schumpeter, como muchos otros economistas burgueses, vio en Kondratieff la posibilidad de una teoría de los ciclos compatible con una visión del capitalismo como mecanismo inevitable de ascensos y caídas, que constituían la forma natural e ilimitada de su reproducción económica, “a lo Katz”. Como extravagancia digamos que, ahora, el ideó- logo del menemismo en Argentina – Jorge Castro– pronostica, a partir de esta misma apreciación, que ya se ha iniciado un ciclo largo de ascenso capitalista que durará décadas, impulsado por la restauración capitalista en China y por el imperialismo norteamericano.


 


El segundo acontecimiento que tiene que ver con el reflotamiento contemporáneo de Kondratieff fue la tentativa del citado Ernest Mandel, quien trató de conciliarlo con el marxismo. Una misión imposible porque, como dice Richard Clay, “o el capitalismo se desarrolla según una pauta evolutiva continua, en cuyo caso puede hablarse de ciclos, o esa teoría oculta el desarrollo irregular del capitalismo, tal como Trotsky sostenía. Toda la sutileza del mundo será incapaz de superar el hecho básico de que, en la opinión de Trotsky, las ondas largas – o los grandes ciclos– son incompatibles con una periodización marxista de la historia del capitalismo. Mandel, en cambio, está de acuerdo con Trotsky y con Kondratieff, algo que es lógicamente imposible”.12


 


Claro que el problema de Mandel no era “lógico” sino político, porque expresaba la adaptación a las presiones derivadas del imperialismo y el stalinismo luego de que contuvieran la revolución en el final de la Segunda Guerra Mundial. Sobre la misma base y confusión de Kondratieff, Mandel caracterizó que con la posguerra se iniciaba una “onda larga” de crecimiento capitalista o “neocapitalista”; así como identificó al stalinismo, en el nuevo contexto, como un factor objetivo de impulso a la revolución, primero, y a la renovación democrática más tarde (con Gorbachov y la denominada perestroika). 


 


Fuerzas productivas


 


Es también de Mandel que Katz copia la crítica a la afirmación muy conocida de Trotsky (en El Programa de Transición de 1938) cuando dice que “las fuerzas productivas han cesado de crecer”. Una caracterización, por otra parte, inseparable del análisis sobre el carácter de la etapa superior y última de la sociedad capitalista y la realidad catastrófica de su tiempo que es el tiempo, claro, que nos toca vivir. ¿Cómo va a frenarse el desarrollo de las fuerzas productivas, se interroga Katz, si las técnicas de producción siguen mejorando, aparecen nuevos inventos, progresa la ciencia aplicada en el mundo de los negocios, etcétera? Pero Trotsky no negaba esto sino que lo incluía en su propia caracterización: “La premisa económica de la revolución proletaria ha llegado hace mucho tiempo al punto más alto que le sea dado alcanzar bajo el capitalismo. Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer. Las nuevas invenciones y los nuevos progresos técnicos no conducen a un acrecentamiento de la riqueza material. Las crisis de coyuntura, en las condiciones de la crisis social de todo el sistema capitalista, aportan a las masas privaciones y sufrimientos siempre mayores”. Y agregaba, pensando en los Katz de la época, encandilados con la recuperación de las fuerzas productivas del capital luego de la catástrofe de 1929:“Las charlatanerías de toda especie según las cuales las condiciones históricas no estarían todavía “maduras” para el socialismo no son sino el producto de la ignorancia o de un engaño consciente”. No necesitamos señalar que Trotsky hablaba del socialismo revolucionario, no de la democracia “socializante” que pregona nuestro crítico.


 


No hay que ser Trotsky, de todos modos, para comprender que si, por ejemplo, los descubrimientos de la ciencia atómica se aplican a la elaboración limpia, consciente y adecuada de alternativas energéticas, no es lo mismo que si se utilizan para liquidar miles o millones de seres humanos en una guerra nuclear. La creación de una usina eléctrica, abastecida por uranio, puede hacer crecer el PBI como una fábrica de bombas de hidrógeno.


Pero la “medida” de la actividad económica del capital no permite deducir el significado cualitativo, el lugar que ocupa en la evolución del capital el predominio de una u otra cosa. Es la apología del capital y no su tendencia a revolucionar las técnicas de producción lo que enceguece a Katz, incapaz de comprender que es esa misma revolución la que lo condena a llevarnos a un retroceso civilizatorio o a dar paso a un orden social superior.


 


Marx afirmó que una “era de revolución social” queda abierta cuando las relaciones de producción se convierten en una traba al desarrollo de las fuerzas productivas. Una “era del socialismo”, entonces, era la que los revolucionarios de Octubre consideraron abierta con el imperialismo como manifestación de la época signada por el agotamiento histórico de la civilización capitalista. El planteo de que las fuerzas productivas han cesado de crecer es muy concreto: son las relaciones de producción las que deben ser revolucionadas para abrir una nueva época del progreso humano. El clásico señalamiento de Marx tiene un sentido muy preciso respecto de la etapa en la cual esas mismas relaciones de producción eran, al revés, un estímulo a la capacidad del hombre de transformar la naturaleza (fuerzas productivas) y planteaban un desarrollo histórico progresivo del capitalismo en relación con los modos de producción precapitalistas. La referencia al cese del crecimiento de las fuerzas productivas es muy específica e inequívoca para designar la época histórica cuyo debut está marcado por la guerra imperialista de la segunda década de siglo XX y la revolución rusa del ’17.


 


El “cese” del desarrollo de las fuerzas productivas toma una forma absoluta, por otra parte, cuando su carácter crecientemente destructivo (la expresión es de Marx) se manifiesta en una depredación humana y ambiental sin precedentes, con crisis cada vez más profundas, más extendidas y más duraderas, con el predominio de las formas más parasitarias del capital (mercados monopólicos y capital financiero) y una pauperización creciente de las masas de alcance planetario. Cuando la pauperización relativa y absoluta de las masas alcanza las dimensiones gigantescas que hoy conocemos, ¿cómo es posible insistir tozudamente con el cuento de que las fuerzas productivas no cesan de crecer porque la tendencia a la “autoexpansión” es la característica distintiva de su modo de producción? Olvidó Katz que “el desenvolvimiento de las fuerzas productivas motivado por el capital mismo en su desarrollo histórico, una vez llegado a cierto punto, anula la autovaloración del capital y a partir de cierto momento el desenvolvimiento de las fuerzas productivas se vuelve un obstáculo para el capital; por tanto la relación del capital se torna en una barrera para el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo”. Es lo que dice Marx en los Grundrisse, según reza el epígrafe de esta misma nota.


 


Katz ha hecho del crecimiento del PBI un fetiche y no importa si mide la expansión de la civilización mercantil y capitalista o el contrabando de armas, drogas y personas convertido en pilar del negocio capitalista en su etapa de descomposición más acentuada; si mide la expansión del capital industrial (históricamente progresivo) o la de las formas parasitarias del capital monopólico y financiero, sin cuya distinción es imposible dar cuenta del período de descomposición capitalista. Como para Katz todos los gatos son pardos no puede considerar la cuestión decisiva, que “ningún índice de producción industrial puede suplantar a las condiciones históricas en que se desenvuelve la acumulación del capital. La producción debe ser analizada a la luz del proceso de la acumulación capitalista, de ningún modo al revés; los ‘datos’ no pueden suplantar al análisis, tienen que ser explicados a la luz de éste. En realidad, la economía de los países desarrollados crece en el último cuarto de siglo, medida tanto en valores reales como ficticios (las armas que se destruyen en una guerra; las operaciones de limpieza de un derrame de petróleo, incluido el petróleo derramado; los gastos que corresponden a un déficit fiscal, etcétera, se computan como valor agregado en el sistema de contabilidad nacional) a una tasa del 2 por ciento anual, no solamente bien por debajo de la mitad de los 20 primeros años de la última posguerra sino fundamentalmente bien por debajo del potencial productivo existente”.13


 


Los dogmáticos, dice nuestro crítico, hemos modificado el concepto de fuerzas productivas desplazándolo del campo de la ciencia económica al de la filosofía. Esto porque habríamos inventado la especie de que el “hombre es la principal fuerza productiva”, algo que sería ajeno a la economía y al marxismo ya que no puede “medirse” como la producción, el consumo o el ahorro. Algunos años atrás Katz celebraba un artículo de un colega del EDI que en largas páginas había probado que nunca Marx había usado semejante concepto. Leyó mal: porque “de todos los instrumentos productivos el mayor poder productivo es la clase revolucionaria misma”, creyó conveniente aclarar el mismo Marx al concluir la que se considera su primera obra integral de crítica a la economía política.14 En lenguaje “katziano” se podría decir que Marx era sin duda un pésimo economista y un gran filósofo.


 


Dogmatismo, ciencia, axiomas


 


La crítica al “dogmatismo”, título del largo texto de Katz que aquí consideramos, es, por lo tanto, engañosa. Su función es presentar como un supuesto “marxismo abierto” lo que no es otra cosa que el cuestionamiento de los fundamentos del socialismo revolucionario y de las lecciones de un siglo y medio de desarrollo político del movimiento obrero y su vanguardia. En este terreno la crítica al dogmatismo es completamente improcedente.


Porque no se trata de cuestionar el desarrollo eventualmente unilateral y cristalizado de una herencia y un patrimonio común, sino de revisarlo por completo. No por casualidad el artículo de nuestra autoría que Katz critica, comenzaba señalando que Katz copiaba de manera literal el planteo de Bernstein muy tardíamente, sin la altura del original y en un período histórico distinto. Su crítica, entonces, no es una crítica al “dogmatismo marxista” sino al marxismo. “La dialéctica de la historia es tal – señaló Lenin en su oportunidad– que el triunfo teórico del marxismo obliga a sus enemigos a disfrazarse de marxistas”. Como sabemos, la historia, cuando se repite, se presenta como farsa.


 


El marxismo, como toda ciencia, nació y se desarrolló en oposición a las verdades absolutas y eternas propias de todo dogma. Pero, como en cualquier ciencia, el marxismo encuentra en ciertos principios y axiomas su fundamento distintivo, exactamente lo que Katz tira por la borda. El carácter histórico (y por eso relativo) del hombre y del mundo no autoriza a un “relativismo” gnoseológico, según la cual “todo vale” y la provisoriedad o la incertidumbre pueden ser generalizadas sin ton ni son. Katz llega a afirmar que es inútil hacer “pronósticos” porque el futuro es “impredecible”, con lo cual liquida de un plumazo un atributo clave de todo conocimiento científico, que consiste en demostrar su terrenalidad práctica en la capacidad predictiva que surge de la “ley del movimiento” del fenómeno que busca indagar. Nuestro crítico pasa así del embellecimiento del capitalismo que nunca se derrumba al oscurantismo anticientífico, lo cual no deja de tener su propia lógica.


 


Es posible que la palabra axioma suene fuerte al intelectual sensible; porque axioma equivale al planteo de algunas formulaciones que se toman como pilares incuestionables de un edificio teórico más elevado sin que tales puntos de partida necesiten demostración. Esto no significa que no sean verdaderos y/o que no puedan ser cuestionados porque, en definitiva, todo axioma o principio es siempre el resultado de una experiencia humana en el desarrollo de la especie. Pero los principios y axiomas no pueden ser “demostrados” porque ellos mismos constituyen el punto de partida, la base, el inicio de toda disciplina. El caso más conocido y paradigmático es el de la geometría, cuyos axiomas sobre el punto, la recta y el plano constituyeron la base de un perdurable edificio milenario.


 


¿Es posible trazar una analogía entre este concepto de principio o axioma en la ciencia matemática y el marxismo considerado como ciencia? Absolutamente. Es Marx mismo quien en La Ideología Alemana afirma textualmente que en su análisis “la premisa no precisa ser demostrada”, porque su concepción de la historia no parte del ser humano “pensado, predicado o representado” sino del hombre de carne y hueso, viviente y real. Ya la realidad es un axioma, “no puede ser demostrada”, existe en cuanto tal. Marx recurre a un axioma también cuando indica que su materialismo reposa en la “prioridad de la naturaleza” o en el momento en que cita los descubrimientos de Darwin como “fundamento histórico natural” de su propia concepción. Los axiomas pueden ser muy sencillos y muy simples aunque no por eso el recurso a ellos deja de ser revolucionario. Es lo que señaló Engels, ni más ni menos que en su oración fúnebre en ocasión de la muerte de Marx, cuando indicó que el abordaje científico de la historia de la sociedad humana a partir de indagar las condiciones de producción de la vida del propio hombre es un principio extremadamente sencillo; en definitiva, entender al hombre no por lo que dice sino por lo que hace. Un planteamiento – agregó el compañero de Marx– que, oculto por siglos de prejuicios y mistificaciones, permitió fundar un pensamiento riguroso, teórico y práctico, para la transformación del mundo en que vivimos. No pretendemos el rigor metodológico en este breve comentario para distinguir entre los axiomas y los postulados básicos o reglas que siguen aquéllos, en orden a formular enunciados o teorías científicas. Pero todo estudiante sabe que entre los planteos fundantes del marxismo se encuentran precisamente los que Claudio Katz impugna, como veremos enseguida.


 


Juicios de valor 


 


En la primera línea de su crítica a los “dogmáticos” Katz sostiene que “defienden el catastrofismo sin registrar el carácter valorativo que hacen de esa noción”. Se equivoca desde un principio: lo registramos absolutamente. Katz excluye los “valores” del tratamiento riguroso o científico de la realidad porque retoma una vieja concepción del pensamiento positivista, en su versión más primitiva y grotesca. Nuestro “economista” repite así los manuales de su materia más vulgares, que distinguen entre, primero, una economía de “valores” (normativa) y, luego, otra positiva (reglas, técnica, cálculo, etcétera), y que excluyen a la primera del terreno de la ciencia para relegarla al terreno supuesto de la metafísica o del pensamiento especulativo. Según este criterio, un científico de la economía no podría establecer con criterio propio si corresponde producir, por ejemplo, cañones o caramelos (es una controversia de “valores”): lo único que puede hacer es explicar mediante qué procedimientos es más eficiente su producción. Claro que esta división arbitraria entre “valores” y ciencia tenía y tiene como función santificar el orden existente… o la producción de cañones, para decirlo metafóricamente. El economista Katz se cocina en su propia salsa.


 


Toda la obra de Marx comienza con una enorme cantidad de planteamientos de “carácter valorativo” y es difícil encontrar otro punto de arranque para cualquier ciencia, a condición, claro está, de que “los valores” hundan sus raíces en la realidad y en una intuición profunda sobre la estructura del universo que aborda. Los positivistas más sofisticados – no es el caso de nuestro crítico– , no desconocen el status difícil de precisar de lo intuitivo y de la inducción, pero buscan integrarlo y no apartarlo del campo de la ciencia. La intuición del joven Marx sobre el carácter “catastrófico” del capitalismo como fuente de enajenación y explotación humana no queda en absoluto disminuida por su posterior y metódica investigación sobre las leyes del capital, en la cual abundan asimismo las consideraciones “valorativas” que Katz excluye del campo del conocimiento más elevado, pero a las cuales apela sistemáticamente para polemizar con los “dogmáticos”. Katz no respeta el “valor” de la coherencia, que es un principio insoslayable de toda ciencia.


 


El punto de partida de Marx fue la consideración “valorativa” sobre la alienación y la miseria existencial, que dominaba al trabajador o productor asalariado en la sociedad capitalista, en la cual, contradictoriamente, la potencia del trabajo humano se revelaba, como nunca en la historia, en la creación de un mundo de riquezas y desarrollo de fuerzas productivas sin precedentes. Mucho antes de descubrir la plusvalía y las leyes específicas de la explotación capitalista, en una investigación rigurosa sobre el surgimiento, funcionamiento y posibilidades del modo de producción correspondiente a la sociedad burguesa; antes, entonces, de proceder a su trabajo científico más conocido, Marx intuyó la contradicción básica que marca la historia contemporánea. Cuando escribió sus Manuscritos – tenía algo más de veinte años– su visión sobre el “trabajo alienado” moderno brilla todavía con alcance profético. Un trabajo preñado de contenidos “valorativos” donde late, sin embargo, la génesis de toda su labor posterior, que ganó en profundidad, método y sistematicidad. ¿Cómo se “miden”, en la ciencia “positiva” de Katz, las caracterizaciones de aquellos Manuscritos sobre la negación del hombre en el trabajo, sobre la devaluación del mundo humano mientras más se valoriza el mundo de las cosas, los aforismos de estilo hegeliano sobre el hombre convertido en animal por la explotación capitalista y la mutilación del alcance universal de su trabajo como especie consciente? Pero inclusive el elemento “valorativo” que Katz desprecia es una constante en toda obra de Marx y, por supuesto, en su texto científico más elevado. Al concluir El Capital, Marx dirá que el capitalismo ha venido al mundo chorreando lodo y sangre por todos sus poros.


Los “valores” que Katz desprecia no son de modo alguno ajenos al escrutinio científico. La propia ciencia y aún los metodólogos más creativos han eliminado la barrera absoluta que distinguía los “juicios de valor” de los “juicios de hecho”. Un interesante trabajo reciente de Hillary Putnam retoma esta controversia para señalar que la verdad o la falsedad de los juicios es un campo que remite tanto a los juicios de “hechos” como de “valor”.Y agrega que, por eso mismo, valores como simplicidad y coherencia son presupuestos del conocimiento científico. Putnam impugna que se pueda hablar de “objetividad” en los términos de lo que sería una mera descripción de objetos y dice que así como es una dura tarea establecer la verdad o falsedad de juicios de hecho, no puede dejar de serlo respecto de los juicios de valor. Los propios juicios de valor, que ciertos “objetivistas” dejan al margen de la ciencia, pueden, entonces, también ser objetivos. Precisamente porque existen diversos tipos de afirmaciones que, aunque no sean descripciones de objetos, están bajo el control de la racionalidad. Por ejemplo, “cruel”, “elegante”, “vulgar”, etcétera, no son conceptos susceptibles de encasillarse con la etiqueta de lo descriptivo o de lo valorativo de un modo excluyente, del modo que pretenden ciertos epistemólogos positivistas. El título del trabajo que citamos es de por sí una definición: “El colapso de la distinción entre hechos y valores” y fue publicado por Oxford University Press.15


 


Principios y valores en Marx 


 


En los estudios básicos respecto de la estructura del pensamiento científico, los mentados valores y/o axiomas se plantean una y otra vez como principios fundantes de toda arquitectura teórica posterior. Valores o axiomas son normalmente entendidos en la teoría del conocimiento como sinónimos. Inclusive en las variantes más especulativas y no científicas (en este sentido, filosóficas) la cuestión ha dado lugar a una disciplina particular: la “axiología”. Los ya citados axiomas o “valores” de Euclides han dado lugar a uno de los planteamientos más perdurables de la aventura humana del pensamiento racional. Tuvieron que pasar prácticamente dos milenios para que uno de esos axiomas fuera cuestionado (el propio Euclides dudaba de su eficacia como tal) y esto dio lugar a las geometrías no euclidianas, tan fértiles en la exploración científica del siglo XX, si se tiene en cuenta que la célebre teoría de la relatividad de Einstein se funda en esta suerte de redespliegue de la matemática moderna. Ni siquiera los axiomas son verdades eternas. Tampoco los de Marx porque son atinentes a la historia humana, que siempre – no sólo la del hombre sino también la de la naturaleza– es una historia creadora y cambiante, de continuidad y ruptura. Marx tomó en ese sentido el planteo hegeliano. El filósofo alemán consideró a la “razón”, que desde Descartes se había convertido en un axioma o valor atemporal y demiurgo del pensamiento científico, en un hecho precisamente histórico. No hay una y sola “razón” sino un desenvolvimiento de lo “racional” histórico y contradictorio. Por eso, según la célebre aseveración de Hegel, todo lo real es racional y todo lo racional es real. Pero es claro que cualquiera sean los límites de los axiomas y valores, estos se “validan” en contextos determinados y sobre esta base son absolutos, hasta que se demuestre lo contrario. Como puede ver nuestro crítico, y contra lo que supone, somos plenamente conscientes del carácter “valorativo” de nuestros juicios.


 


Como valores y axiomas, los principios de la investigación marxiana están presentes, en primer lugar, en el Prefacio de la Contribución a la crítica de la economía política. Allí Marx establece de qué se trata el “hilo conductor” de toda su obra ulterior: que para estudiar al hombre importa estudiar las condiciones en que se produce y reproduce su vida, que la existencia determina la consciencia, que las relaciones de producción condicionan las fuerzas productivas de modo tal que siendo originalmente un impulso a su desarrollo se transforman con el tiempo en un obstáculo insalvable para su ulterior evolución, que cuando esto último sucede se abre un período de revolución social, etc. La relatividad de los axiomas en el marxismo y en toda ciencia (ya vimos el caso de la más abstracta y “perfecta”, la matemática) no consiste en postularla de un modo genérico en nombre de que los valores o principios fundantes del conocimiento son siempre transitorios. Es preciso demostrar la inviabilidad de uno de los fundamentos de cualquier teoría de un modo concreto. Katz puede cuestionar y cuestiona a Marx. Lo que no corresponde es que lo haga en nombre de Marx y de su oposición a los “dogmas”. El marxismo no es un dogma pero sí una doctrina en los términos en que puede ser concebida cualquier teoría científica: su capacidad de develar la estructura contradictoria y autodestructiva del capital, en relación con los mecanismos de su propio desarrollo, ha soportado la prueba de la práctica y de su fecundidad en el pensamiento y en la acción, a condición, claro está, de entenderla correctamente y de respetar los procedimientos correspondientes a la crítica ¿O pretende Katz, como algunos críticos que retoman su método, que discutamos si “colapso” implica una suerte de “fecha de vencimiento” como la de un cartón de leche en el supermercado, como día hipotético de un “estallido final”, o acaso la especie de que el mismo “colapso” implica automáticamente la inminencia de un revolución “a la vuelta de la esquina”? 


 


Valor en la economía


 


Tanto desprecio por el “contenido valorativo”, es decir, cualitativo y no cuantitativo de los conceptos y categorías del análisis revela, además, la “miseria del economista”; es decir, la ausencia de todo abordaje crítico de la economía política burguesa. Fue Hegel antes de Marx quien advirtió el aspecto “cualitativo” del valor en la economía clásica. Designaba así la “cualidad” de los productos del trabajo de mediar la satisfacción de una necesidad del hombre por la vía de su vínculo con la naturaleza. La dimensión cualitativa era para el gran filósofo alemán indisociable de la cuantitativa, que permitía intercambiar esos mismos productos del trabajo como valores para dar a esa capacidad de satisfacer necesidades humanas un alcance universal. Para Hegel, dice el muy interesante trabajo de un joven economista soviético de la década del ’20, rescatado recientemente del olvido, el valor era la “unidad dialéctica” de sus dimensiones cualitativas y cuantitativas.16


 


Marx fue aún más allá porque vio en el “aspecto cualitativo” del valor –en lo que llamó la forma valor– la alienación del carácter social del trabajo, que los propietarios privados independientes negaban al momento de producir y que sólo se expresaba de un modo indirecto a posteriori, mediante el intercambio “cuantitativo” de los resultados de su trabajo. Los productos del trabajo humano se transforman en mercancías, en valores, como resultado de la ausencia de toda regulación social de la división del trabajo. Si esta última existiera, si la producción fuera inmediatamente social, no habría necesidad de mercancías, valores y precios para asignar el trabajo a las distintas ramas de la producción.17 Donde la economía clásica veía en el valor apenas una “medición” – diría Katz– de la riqueza, Marx puso de relieve el carácter contradictorio de la sociedad capitalista que universaliza la circulación de valores, es decir, de mercancías. A punto tal que la crisis y el derrumbe del capital se expresa en un conflicto que se torna recurrente y crecientemente insoluble porque chocan, se enfrentan y se oponen, de modo irreconciliable, la capacidad de los productos de satisfacer necesidades y la definitiva incapacidad de los consumidores humanos por realizar su dimensión cuantitativa; es decir, comprarlos. ¿No dijo Marx, en definitiva, que “la razón última” de todas las crisis es la pobreza provocada por el mismo capital?


 


La cuestión decisiva del valor, la forma social específica del producto del trabajo en una sociedad mercantil, es la que Marx tuvo en cuenta cuando tuvo que responder a la crítica sobre la dificultad que presentaba la lectura de El Capital, particularmente en su inicio, cuando se tratan los “enigmas” del valor y las apariencias nebulosas y hasta místicas de la mercancía. Marx respondió entonces que era imposible abordar científicamente el movimiento del capital sin comprender los problemas clave del valor. Nuestro crítico supone, sin embargo, que la evaluación del destino histórico del capital, la producción del valor y los límites de la universalización de la circulación mercantil, se resumen en medir el PBI, el consumo, el ahorro, con los métodos, además, de la contabilidad mistificada de la economía burguesa, que suma, como si fuera la misma cosa, la producción de valor y aquella que no lo es. En el citado texto del economista soviético se revela al menos que casi cien años atrás este problema ya había sido destacado frente a los Katz del momento: “La economía burguesa se caracteriza por un empirismo superficial que intenta formular leyes económicas abstractas con relación a lo que aparecen como datos concretos, tales como el volumen de producción, el nivel del empleo, las tasas de interés, los precios de las acciones, etcétera. Para Maksakovsky, sin embargo, tales indicadores superficiales no son sino la manifestación fenoménica de un movimiento dialéctico esencial que no puede ser captado por la simple observación y medición… Las leyes que gobiernan el capitalismo como un todo no pueden ser encontradas simplemente por la abstracción de lo empírico; al revés, lo empírico tiene que ser primero conceptualmente aprehendido, comenzando por la lógica interna que determina y forma la superficie del fenómeno económico”.18 


 


Final provisorio


 


Katz ha abandonado la teoría y la práctica revolucionaria para seguir empíricamente las visicitudes del “capitalismo que se mantiene en pie a pesar de los pronósticos de los catastrofistas dogmáticos”. Confirma aquello de que sin teoría revolucionaria no hay política revolucionaria y el teorema recíproco: una teoría anticatastrofista del capitalismo culmina en una apología del capital: “ni las guerras, ni los genocidios, la explotación y la destrucción del medio ambiente, que se han multiplicado, ni el creciente auxilio estatal para asegurar la continuidad de su reproducción…, ninguna de estas modificaciones (sic) eliminan el sustento objetivo del capital en la competencia por la ganancia, que se dirime en crecimiento, innovación y ampliación de los mercados”. Este es el capitalismo para Katz, la sociedad que no se derrumba, “crecimiento, innovación y ampliación de los mercados”, antes, ahora y siempre. ¿Qué catástrofe?: “La crisis nunca es una fase perdurable, porque sólo existe en función de su par simétrico que es la estabilidad”, “la propia reproducción del capital requiere una expansión significativa del consumo”, etcétera.


 


En resumen: Katz y la “nueva izquierda” que representa, se caracterizan, en primer lugar, por entregar las posiciones conquistadas en un siglo y medio de experiencia socialista consciente y revolucionaria. Llegado este punto correspondería abordar los planteamientos políticos de nuestro crítico. Se diría inclusive que para Katz el socialismo ha sido realizado en Venezuela o al menos que está “a la vuelta de la esquina” si mejora la distribución de la renta petrolera, como afirma, palabras más, palabras menos, en la segunda parte de su texto de respuesta “al dogmatismo”. Un cuasi-socialismo que además se completaría, como lo señaláramos al principio de este mismo artículo, con un acuerdo de “integración” con los gobiernos y las economías capitalistas y fondomonetaristas del Cono Sur. Queda pendiente, entonces, analizar los meandros que conducen a nuestro crítico de la catástrofe teórica al derrumbe político de quien supo ser militante socialista. Las cosas, finalmente, tienen su propia lógica. 


 


A modo de cierre corresponde ahora un pequeño apéndice referido a unos insospechados seguidores de Katz. 


Apéndice sobre la catástrofe teórica (o el PTS)


 


“El capitalismo no se caracteriza por una decadencia crónica e irresoluble” dice una nota reciente dedicada a criticar el “catastrofismo” del PO, en la línea de Katz. Pero lo notable, en este caso, es que la afirmación pertenece a dos jóvenes que se jactan de dominar la “teoría marxista” desde una revista que publica el Partido de Trabajadores por el Socialismo.19 La nota respectiva está concebida con una evidente mala fe. Desde el propio título, en el cual señala que su objeto es la crítica del catastrofismo…“inminente”. Algo que no se plantea en ningún lugar del artículo que pretenden criticar, el citado “En defensa del catastrofismo”. Hubieran acertado los noveles petesistas si hablaran del catastrofismo “inmanente” (no sólo hay que saber algo de marxismo, también hace falta conocer la lengua española), algo que es propio del capitalismo. Inclusive podrían haber hecho un aporte al artículo original. Porque el signo catastrófico del capitalismo no es apenas un atributo de su época de decadencia sino inclusive una propiedad genética de todo su desarrollo.


 


Los teóricos nos adjudican de manera fraudulenta el concepto de “catastrofismo inminente” y lo convierten, además, en sinónimo de “revolución a la vuelta de la esquina”; algo explícitamente negado en el texto que impugnan que dice textualmente: “No existe automatismo entre la descomposición capitalista y la revolución llamada a superarla… se trata de la caracterización de una época y negar la primera significa formalmente tornar innecesaria la segunda, en términos del proceso histórico contemporáneo”.20 La cita vale para nuestros críticos del PTS, precisamente porque su negación de la época capitalista como catastrófica revela que, detrás de su fraseología revolucionaria, campea la misma versión del momento histórico de Katz. El capitalismo, según el PTS, sería un fenómeno “complejo” y “contradictorio” en la medida en que “la mecánica interna del desarrollo capitalista (se da) a través de la incesante alternancia de crisis y boom”. Por lo tanto, se preguntan, si luego de la depresión económica sigue la recuperación “porque ninguna crisis se extiende de forma indefinida”, ¿cómo hablar de “catástrofe”?


 


Ni inminente ni inmanente – dice el PTS– , el catastrofismo es extra- ño a toda caracterización del capital, simplemente porque su ciclo económico se caracterizaría por altas y bajas de la actividad económica. En un alarde de aparente sutileza nos imputan desconocer la diferencia entre “las crisis parciales que acompañan permanentemente el devenir del capital” y “las crisis generalizadas que desnudan todas las miserias del capitalismo” las cuales aun así, “no son más que un momento dentro del movimiento de la economía capitalista”. En resumen: se podría hablar de catástrofe capitalista cuando se produce una crisis, y no cualquiera sino una generalizada, pero, como aun así se trata de un fenómeno pasajero, “momentáneo”, la asociación entre catástrofe y capitalismo sería inadecuada.


 


Para el PTS, en cambio, la teoría de la tendencia al derrumbe no es de Marx sino que se trata de una versión posterior del asunto que adjudican a Rosa Luxemburgo o a Kautsky y que no respondería, otra vez, al “complejo” y “contradictorio” análisis de Marx. Además, objetan que el autor que critican no diga a cuál de las dos versiones del “derrumbe” se refiere, suponiendo que ignora de lo que habla. Es al revés, porque resulta propio de ignorantes proclamarse marxista y desconocer o negar la teoría del colapso o el derrumbe formulada por el autor del Manifiesto Comunista. Para el PTS la teoría del derrumbe debe ser desechada como una “teoría unilateral desmentida por los acontecimientos históricos”. Es decir el PTS es una expresión de lo que podemos llamar el revisionismo tardío, una versión francamente empeorada del original.


 


Para nuestros críticos, como para una serie de corrientes revisionistas modernas, la señalada “ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia” es un gran descubrimiento de Marx si se le quita precisamente su carácter catastrofista y se la entiende apenas como el hilo conductor para comprender el carácter cíclico que reviste la economía capitalista en su desarrollo, pasando de la crisis a la euforia y viceversa. La teoría del derrumbe sería “unilateral” por señalar la marcha al colapso sin entender que cada caída es seguida por un ascenso ulterior. Lo cierto es que, en su movimiento cíclico, el capitalismo se encuentra con límites absolutos que no puede superar y en esto consiste su tendencia inevitable a la descomposición. Ambas dimensiones – la que explica la sinuosa dinámica de la economía capitalista y la que revela su “irresoluble” agotamiento– deben ser integradas. Entenderlas como fenómenos antagónicos es propio del revisionismo que asegura, como el PTS, que el movimiento “complejo”, “contradictorio” y “cíclico” del capitalismo desautoriza cualquier conclusión respecto de su irreversible marcha al colapso o al derrumbe.


 


Para que no haya dudas sobre nuestra interpretación, agreguemos que el PTS afirma literalmente que “en las crisis no se expresan las tendencias del capitalismo a su disolución”, exactamente lo opuesto a los planteos más elementales de Marx. Hasta en el Manifiesto se dice que “las crisis plantean de forma cada vez más amenazante la existencia de la burguesía”; es decir, las tendencias autodestructivas del capital. Si las crisis, cuando la sociedad capitalista se hunde porque produce demasiado para la capacidad del propio capital de acumular ganancias, y mata de hambre porque sobran mercancías que no pueden consumir los millones de explotados; si estas crisis de sobreproducción no expresan las tendencias del capitalismo a su disolución, ¿qué es lo que expresan? Para el PTS lo único que se puede decir es que “las crisis son producto de las contradicciones del sistema y que por ello son inevitables”; una vulgaridad que no tendría problema en sostener cualquier economista, no necesariamente de izquierda. 


 


A la derecha de Bernstein


 


La tesis de que el capitalismo marcha a un agotamiento inevitable para dar paso a un orden social superior es patrimonio común de todas las corrientes del movimiento obrero, incluso de las revisionistas de finales del sigo XIX. Estos últimos sostenían que, en lugar de un derrumbe y del agravamiento de sus contradicciones, la evolución del capital permitiría superar de manera pacífica y en forma relativamente armoniosa los antagonismos propios de su desarrollo y abrir paso a una sociedad socialista. Tal era el planteo de Bernstein.


Para el revisionismo moderno, en cambio, el capitalismo no acarrea las condiciones de su superación. Al negar la tendencia al colapso, niegan también el socialismo. Pero en este caso, se quita a la clase obrera todo fundamento objetivo para su acción. No es extraño que la mayoría de estas corrientes revisionistas hayan concluido por proponer, apenas, una corrección de rumbo al capitalismo con la pretensión de darle un carácter más “social”; por ejemplo, en la vana y reiterada empresa de “distribuir la riqueza”, que es el dogma de Katz y los “economistas de izquierda”. Al negar la tendencia al colapso, el PTS se coloca a la derecha de Bernstein. El revisionista alemán de fines del siglo XIX pretendía entonces avanzar al socialismo mediante “reformas”, en una época en la que no pudo reconocer la catástrofe capitalista en el momento histórico de su máximo desarrollo; el PTS desconoce la catástrofe del capital en su período de agonía y descomposición.


 


En una manifestación de macaneo y barbarie, que no deja de provocar alguna sonrisa por su sencillez pueril, el PTS se anima a oponer a Trotsky a… Marx: el primero no habla, dicen, de catástrofe capitalista, sino de “declinación” del capital, de “momentos” de crisis y, de conjunto, de un “equilibrio inestable”. Un verdadero brulote que concluye con la afirmación de que en el artículo “Rieznik revela su miseria de método frente a la noción (trotskista) de equilibrio inestable”. La “riqueza de método” sería, entonces, sustituir la apreciación sobre el destino histórico del capital al derrumbe, por la pavada de que el capitalismo no flota ni se hunde porque sube y baja y lo que hoy se encuentra arriba mañana estará abajo y viceversa, ciertamente un “equilibrio inestable”. Y esto se lo adjudican a Trotsky, transformado en una versión degradada de Keynes que ellos mismos han adoptado.


 


De conjunto, la crítica del PTS es un verdadero despropósito. Adjudica a quien critica sus propias limitaciones y de un modo burdo. Como no puede entender de qué se trata la “defensa del catastrofismo” y la identifica con una suerte de “inminencia de la revolución”, adjudica al PO la supuesta tesis de que nos encontramos ante una situación revolucionaria desde… 1848. Cuando los autores del escrito seguramente tenían dientes de leche, el PO publicó una larga serie de artículos criticando la puerilidad de semejante tesis y negando la existencia de una situación revolucionaria en la Argentina que entonces sostenía el MAS, cuando lo integraban los actuales dirigentes del PTS. No hay tiempo ni espacio para entrar ahora en materia, pero vale la pena apuntar que conviene siempre saber de qué se está hablando y que la confusión deliberada como “método”, eso sí es una “miseria”. No es posible ahora detenernos en este tema con el cuidado que merece. Mientras tanto, éstos, nuestros nuevos críticos, pueden muy bien recorrer las páginas indicadas, publicadas en un extenso y profundo trabajo de Jorge Altamira.21 Finalmente, el valor de toda la polémica es aportar a la formación política y teórica de la nueva generación.


 


NOTAS


 


1. Marx, Karl: Grundrisse, citado en el capítulo “La ley de la baja de la tasa de ganancia y la tendencia del capitalismo al derrumbe”, de Roman Rosdolsky; Génesis y Estructura de El Capital de Marx, Siglo XXI, México, 1978, pág. 422. 


2. Rosdolsky, Roman: Op. cit., pág. 423. 


3. Rieznik, Pablo: “En defensa del catastrofismo; miseria de la economía política de izquierda”, En defensa del marxismo N° 34, Buenos Aires, diciembre 2006. 


4. Mesa, Ciro: Emancipación frustrada – La concepción de la Historia en Marx, Biblioteca Nueva, Madrid, 2004.


5. Katz, Claudio: “Los efectos del dogmatismo” (paper).


6. Marx, Karl: Grundrisse, citado por Rosdolsky, Op. cit. 


7. Michael Savas-Matsas: “La mundialización como espectro del capitalismo”, En Defensa del Marxismo N° 21, Buenos Aires, octubre 1998.


8. Pablo Heller: “Sobre la tendencia decreciente de la tasa de ganancia”, En Defensa del Marxismo N° 30, Buenos Aires, mayo de 2003.


9. Rosdolski, Roman: Op. cit., pág. 423.


10. Trotsky, León: Una escuela de estrategia revolucionaria, Ed. Del Siglo, Buenos Aires, 1973.


11. Day, Richard: Teoría de los grandes ciclos, Akal, Madrid, 1979.


12. Day, Richard: Op. cit.


13. Altamira, Jorge: “El alcance de la actual crisis mundial”, En Defensa del Marxismo Nº 23, Buenos Aires, marzo 1999. 


14. Marx, Karl: Miseria de la Filosofía, Global, San Pablo, 1989.


15. Citado por Marina Rieznik en “Sobre la objetividad científica y su historia en el siglo XX”; en Rieznik, Pablo: El mundo no empezó en el 4004 antes de Cristo – Marx, Darwin y la ciencia moderna, Biblos, Buenos Aires, 2005.


16. Day, Richard: Pavel V. Maksakovsky: The Capitalist Cycle. An Essay on the Marxist Theory of the Cycle, Leiden, Boston, 2006. 


17. Rieznik, Pablo: Las formas del trabajo y la historia – Una Introducción a la economía política, Biblos, Buenos Aires, 2007, capítulo 3.


18. Day, Richard: Pavel Maksakovsky…, Op. cit. 


19. Mercatante, Esteban y Noda, Martín: “Entre el escepticismo y la catástrofe inminente”, Lucha de Clases N° 7, Buenos Aires, Segunda época, junio de 2007.


20. Rieznik, Pablo: “En defensa del catastrofismo…”, Op. cit.


21. Altamira, Jorge: La estrategia de la izquierda en la Argentina, Ediciones del Partido Obrero, Buenos Aires, 1990.


 

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