El libro de Thomas Piketty, El Capital del siglo XXI, ha tenido una enorme repercusión mundial. Se ha transformado en un best seller, en particular en los países de habla inglesa. Publicado inicialmente en Francia, el libro pasó prácticamente inadvertido, pero cuando fue traducido al inglés todo cambió: se transformó en un boom y ocupó el primer lugar en ventas, no sólo entre los libros de economía, sino entre las obras de no ficción en Estados Unidos e Inglaterra.
Su planteo central es que la desigualdad en la distribución de la riqueza, bajo el capitalismo, tiende a incrementarse. Esa desigualdad ha crecido desde 1790 en adelante, y lo más importante de su análisis es que prevé una acentuación de esta tendencia para las próximas décadas.
El libro ha desatado una multiplicidad de comentarios, reseñas y debates, incluidos los principales diarios y analistas económicos. El libro fue elogiado por Branko Milanovic, uno de los mayores expertos en desigualdad en todo el mundo, quien lo consideró como “un libro que marcará un antes y después en el pensamiento económico”. El neokeynesiano y premio Nobel Paul Krugman escribió en el New York Review of Books que es “verdaderamente excelente”. Martin Wolf, director de Financial Times, lo llamó “extraordinariamente importante y asombroso”. Otro importante crítico, John Cassidy, en el New Yorker, señaló que “Piketty ha escrito un libro que nadie que esté interesado en los problemas clave de nuestra era se puede permitir ignorar”.
La desigualdad en los ingresos ha ido en aumento, según el autor, desde 1790 en adelante. Y hoy alcanza niveles similares a los de comienzos del siglo XX. Esta tendencia habría sufrido una reversión en las décadas posteriores a la posguerra, en la que se habría operado una atenuación de los contrastes sociales, para luego retomar nuevamente un curso ascendente. De acuerdo con este esquema, la evolución de la desigualdad durante el siglo XX y en lo que va del siglo XXI, habría adoptado la forma de una U invertida. Esto desmiente la tesis de Simon Kuznets, el economista americano más renombrado en la materia, quien afirmaba que, a medida que un país maduraba y el desarrollo capitalista se consolidaba, la desigualdad disminuía.
Marx y Piketty
La conclusión de Piketty no es nueva. Otros autores, con anterioridad, habían formulado la misma tesis. Si se le puede atribuir algo novedoso, quizá sea la amplitud de las fuentes y la extensión de la investigación, que ha sido el resultado de un arduo y paciente trabajo de recopilación de información.
Piketty se apoya en una cantidad abrumadora de datos. Además de apelar a las estadísticas de ingresos, se nutre también de registros fiscales. Su análisis recoge datos de las principales economías capitalistas.
El título del libro es sugestivo: trae a la memoria y dispara la conexión con la obra del mismo nombre de Karl Marx. Algunos autores han pretendido establecer un hilo conductor entre uno y otro, a partir de que una de las premisas que destacó Marx fue precisamente la tendencia a la polarización social que engendraba el desarrollo capitalista. Esta tesis fue objeto, como es sabido, de incesantes descalificaciones y diatribas a lo largo de la historia.
La realidad, sin embargo, es tan elocuente que hasta los más acérrimos enemigos del marxismo no han tenido más remedio que rendirse ante las evidencias y reconocer que el pronóstico de Marx se ha visto completamente confirmado.
Pero la semejanza entre Marx y Piketty termina allí. Según Piketty, Marx necesita ser corregido: si bien acertó en lo referido a que “la acumulación del capital privado puede llevar a la concentración de la riqueza en un número cada vez más reducido”, se equivocó al describir el mecanismo que conduce a este fenómeno.
Esto nos conduce a lo que Piketty enuncia como principio o ley fundamental del capitalismo: que la tasa de retorno del capital es mayor que la tasa de crecimiento del ingreso, lo cual provoca que la proporción del capital sobre el ingreso crezca hasta llegar a niveles socialmente inaceptables[1].
Mientras que Marx observó una tendencia decreciente de la tasa de ganancia y, con ello, la tendencia al colapso del capitalismo, Piketty señala, en cambio, que la rentabilidad del capital (que él denomina “tasa de retorno del capital”) tiende a aumentar o, al menos, permanece estable. El autor francés considera que el pronóstico de Marx ha sido históricamente equivocada e impugna lo que denomina su visión “apocalíptica” del desarrollo capitalista.
Panorama sombrío
Pickety señala que, en términos generales, el ingreso per cápita se ha incrementado, en promedio, un 1,6 por ciento por año desde 1700. Las tasas de crecimiento entre 3 y 4 por ciento anual sólo existieron durante períodos breves. Sólo, excepcionalmente, se salió de esos parámetros con la irrupción de Japón, China o Corea del sur. El retorno del capital, en cambio, habría crecido a un ritmo superior a esos niveles. Este principio, a veces, se ve neutralizado y compensado por contratendencias. Por ejemplo, entre 1913 y 1950, la rentabilidad cayó en forma pronunciada y así, en el período de posguerra, la tasa de crecimiento fue superior a la tasa de retorno del capital y la desigualdad se habría reducido.
Piketty sostiene que, en la actualidad, medida patrimonialmente, la riqueza (conjunto de bienes muebles e inmuebles privados netos) está concentrada de la siguiente manera: en Francia, el 1% más rico de la población posee el 22% del patrimonio; en el Reino Unido, el 30%, y en Estados Unidos, el 32%.
Si en vez del 1% se toma el decil más rico de la población, tenemos que en Francia éste posee el 60% del patrimonio, en el Reino Unido el 70%, en Estados Unidos el 70%; contra el 50% más pobre de la población de esos países, que sólo posee el 5%.
Medido el ingreso promedio anual, según Piketty, en la Unión Europea, el 50% de la población más pobre posee un patrimonio de 20.000 euros; la mal llamada “clase media”, el 40% de la población con ingresos medios, posee un patrimonio que oscila entre 100.000 y 400.000 euros; el 9% que sigue posee alrededor de 800.000 euros de patrimonio; y el 1% más rico de la población recibe desde 5 millones de euros en adelante. En Estados Unidos, desde 1980 a 2000, la participación en los ingresos del decil más alto de la población pasó del 30-35% al 45-50%, y el 1% pasó de tener el 9% en 1970 al 20% en los años 2000-2010. Entre 1977 y 2007, el 10% se apropió de las tres cuartas partes del ingreso y el 1% más rico del 60 por ciento del mismo.
En Europa, en 1810, el decil más rico de la población poseía el 80% del patrimonio, en 1910 este decil concentraba el 90% del patrimonio, para decrecer hasta 1975, cuando bajó a cerca del 60%. La tendencia empieza a cambiar en las dos últimas décadas del siglo XX y el proceso de acumulación de la riqueza en manos del decil superior vuelve a crecer hasta representar el 65% del patrimonio en 2010.
Con el mismo criterio metodológico, la situación a nivel mundial sería la siguiente: el 0,1% más rico de la población posee el 20% del patrimonio mundial; el 1%, el 50% del patrimonio; el 10%, entre el 80 y el 90%. Peor aún: tan sólo 225 personas en el mundo poseen un patrimonio medio de 15.000 millones de euros.
Pero lo más impactante es el panorama que traza hacia el futuro. Piketty calcula el ritmo de acumulación de riqueza por parte de esta minoría en un 6% anual, con lo cual advierte que, hacia el año 2043, esas 225 personas poseerán el 60% del patrimonio mundial.
Riqueza y capital
Algunos economistas o publicaciones especializadas, especialmente provenientes de los medios más conservadores, han tratado de cuestionar la solidez de los datos, su agrupamiento y su interpretación económica. De un modo general, Piketty ha salido airoso de ese tipo de cuestionamientos. Por otra parte, hay otros estudios realizados por otros autores que confirman sus conclusiones[2]. En este punto reside su fuerza y lo valioso que puede atribuirse a su trabajo.
La inconsistencia más importante reside en cuestiones conceptuales de fondo. Picketty define riqueza y capital como sinónimos. Para Marx, el capital, en cambio, es una relación social específica, inherente al modo capitalista de producción. El capital es aquella porción de la riqueza aplicada a la explotación de la mano de obra. Es la riqueza que surge del valor creado al hacer uso de la fuerza de trabajo, con el plusvalor que se halla por encima de las necesidades vitales del trabajador apropiadas por los dueños del capital.
Piketty ignora este proceso de explotación de la fuerza de trabajo y sus relaciones sociales. La riqueza es capital. Pero la riqueza no es específica al capitalismo. Así que, para Piketty, el proceso del capital es D… D1. El dinero acumula más dinero (o riqueza). No importa cómo y, por lo tanto, no hay necesidad de definir al capital de forma diferente a la riqueza.
Esto es lo que Marx denominaba “economía vulgar”: esto es, aquella incapaz de ver el proceso de acumulación subyacente y que observa, por lo tanto, únicamente la apariencia -ciertamente, ver las cosas desde el punto de vista de quien posee la riqueza. En su libro, Piketty hace referencia a las novelas de Jane Austen y de Honoré de Balzac, donde todos los personajes son poseedores de riqueza, que viven de las rentas que ésta genera. Todo lo que les interesaba eran los réditos de la riqueza, no cómo se generaban (ya fuera por esclavos, trabajo asalariado, rentas inmobiliarias o intereses de bonos del Estado)[3].
Piketty se aparta en forma explícita del enfoque de los economistas clásicos y de Marx: “Algunas definiciones del capital sostienen que el término sólo debería aplicarse a aquellos componentes de la riqueza empleados de forma directa en el proceso de producción… esta limitación se me hace poco práctica y no deseable”. “He ignorado -agrega- la idea de excluir la propiedad inmobiliaria residencial del capital en base a que es ‘improductiva’, a diferencia del capital productivo utilizado por empresas y gobiernos (…) la verdad es que todas estas formas de riqueza son útiles y productivas y reflejan las dos funciones económicas principales del capital”.
La propiedad inmobiliaria residencial es obviamente útil para el que la disfruta -tiene valor de uso, como diría Marx. Pero esta forma de riqueza no produce nuevo valor (o beneficios), a menos que sea propiedad de una empresa que la vende o la alquila. Para el autor, en cambio, “la propiedad inmobiliaria residencial puede verse como un activo de capital que genera ‘servicios de vivienda’, cuyo valor se mide por su equivalente de alquiler”.
Como dice Harvey[4], si sacamos la vivienda y la riqueza inmobiliaria de la medida del capital, no se sostiene la previsión de Piketty de un rendimiento estable de “capital” y más elevada respecto de la tasa de crecimiento económico.
Un trabajo reciente, usando los propios datos de Piketty, confirma la ley decreciente de la tasa de ganancia -y no un retorno estable, como él sostiene. Las viviendas, en este estudio, son consideradas como bienes de consumo particulares en lugar de los medios de producción. Consideraciones similares pueden establecerse respecto de los activos financieros o de la tierra[5].
El trabajo nombrado señala que, incluso durante el último período, el retorno del capital, medido con los parámetros de Piketty, ha tendido a caer en sintonía con la tasa de ganancia marxiana, porque la tierra y la propiedad residencial se han vuelto menos significativas en comparación con las máquinas y la propiedad no residencial.
Piketty mezcla capital y riqueza incluyendo en sus estimaciones activos no productivos -como vivienda, stocks y bonos. Su tasa neta de retorno del capital se separa del proceso de producción capitalista. Por otro lado, si el capital incluyera los activos financieros, asistiríamos a una enorme volatilidad, giros bruscos y oscilaciones, lo cual se da de patadas con la tesis de la obra, la cual sostiene una tasa de retorno estable en el tiempo, que ubica en torno al 4 por ciento.
Piketty admite que la burbuja de precios de los activos financieros fue responsable de un tercio de ese incremento en el capital nacional respecto de la renta nacional durante este período. Desde 1980 en adelante, cuando se produce el gran salto en la desigualdad, es precisamente cuando los precios de los activos financieros despegaron.
Enfoque neoclásico
El capital, como destaca correctamente Harvey, es una relación social y no una cosa. Piketty hace suyo el enfoque neoclásico que domina el mundo académico y convierte al capital en un fetiche. La capacidad de generar beneficios sería el resultado de una cualidad intrínseca, un atributo propio de los objetos. La teoría del valor trabajo y la explotación no tiene cabida y es reemplazada por la teoría de los factores de producción, en la que cada uno de ellos (el trabajo y el capital) es remunerado según su aporte a la producción. De acuerdo con este enfoque, la declinación de la tasa de retorno del capital es meramente una cuestión técnica. El rendimiento del capital descendería como resultado de una productividad marginal decreciente, concebida en términos físicos (porque la productividad marginal se asocia al capital como stock físico).
Piketty considera que esta tendencia declinante, sin embargo, estaría neutralizada por un progreso tecnológico sostenido de largo aliento y que eso, hasta cierto punto, contrarrestaría la concentración del capital. Esa posibilidad -señala- no fue considerada por Marx, quien se aferró a su teoría de una declinación en términos históricos de la tasa de beneficio. Esta afirmación de Piketty revela un completo desconocimiento de la obra de Marx (habría que darle crédito a sus propias declaraciones, en las que admite no haber leído El Capital). Marx, precisamente, demuestra que la declinación de la tasa de ganancia va de la mano del progreso tecnológico; es decir, el capital se vuelve más productivo y no menos productivo. El trabajo muerto, pasado, desplaza relativamente al trabajo presente, vivo (la fuerza de trabajo, que es la fuente generadora de mayor valor) en el proceso de producción capitalista.
Para los marxistas, la desigualdad se deriva -y es un producto inevitable- de la propia acumulación capitalista. Es un proceso endógeno, intrínseco a la dinámica del capitalismo, el cual es, en esencia, un régimen de explotación del trabajo asalariado. La acumulación capitalista no amortigua la distancia entre explotadores y explotados; por el contrario, la agudiza. El trabajo ajeno apropiado por el capital lo habilita a perpetuar y reproducir, en el futuro, el mismo proceso en una escala ampliada, acrecentando el abismo que lo separa de los trabajadores.
Eso es lo que Marx denominaba tendencia a la pauperización, cuyas premisas han sido frecuentemente tergiversadas. Marx no descartó la posibilidad de una mejora de las condiciones de vida de la clase obrera. A diferencia de los clásicos, que suscribían la llamada “ley de bronce del salario” (los salarios tienden a una línea de subsistencia), Marx hizo hincapié en que la fuerza de trabajo no es un objeto, una mercancía más, sino que es un sujeto actuante capaz de incidir en su propio destino. Es lo que se denominó el “componente histórico moral”, que incidía en la determinación del valor de la fuerza de trabajo. Los socialistas siempre han valorado la lucha reivindicativa y la batalla por poner en pie sindicatos y, por esa vía, incrementar la capacidad adquisitiva de los salarios.
Pero, aún cuando se arranquen mejoras en el poder de compra, el salario, en términos relativos, cae. Se produce más pero, en realidad, se gana menos en relación con el conjunto de lo producido. Esta tendencia a la caída del salario relativo constituye una ley del capitalismo, el cual se caracteriza por la concentración de la riqueza en un polo y la miseria social en el otro: “La distribución de la riqueza entre el capital y el trabajo se ha vuelto aún menos equitativa. El poder del capitalista sobre la clase obrera ha crecido, la posición social del trabajador ha empeorado, ha descendido un peldaño más por debajo de la del capitalista”[6].
El marxismo sostiene que el empobrecimiento es “relativo”, aunque eso no excluye que, en tiempos de crisis y, con más razón, en una etapa de declinación histórica del capitalismo, ese empobrecimiento se convierta en absoluto. En las últimas décadas, el fenómeno relevante en las propias metrópolis es el descenso del salario real y el aumento de la precariedad en las condiciones de trabajo. Esto se ha acentuado en la actual bancarrota. Previo al estallido de la crisis de 2008, el consumo se sostuvo e incluso aumentó, pero a expensas del endeudamiento de los hogares, que llegó a cifras récord. La demanda se mantuvo parasitariamente sobre la base de esos niveles enormes de endeudamiento, lo que concluyó explotando. De ser un atenuante de la crisis, se transformó en un factor de aceleración y agravante de la ella. Esta tendencia se replica, aún en forma más agravada, en la periferia oprimida y atrasada.
Un régimen vital… pero injusto
Picketty, en cambio, nos exhibe un régimen social con una tasa de retorno del capital estable y hasta en ascenso. Si tenemos en cuenta que la rentabilidad es el motor y el corazón del capitalismo, cuyo objetivo principal es la maximización de los beneficios, aquél, de acuerdo con la visión del autor, gozaría de buena salud. Lejos de una declinación histórica, el orden social seguiría latiendo con fuerza y mantendría su vitalidad. El crecimiento de la producción sería, según su óptica, incluso un factor contrarrestante de la desigualdad. Una torta más amplia permitiría mejorar la tajada de los asalariados y de los sectores de menores ingresos. En otras palabras, se produciría una suerte de efecto “derrame”. Piketty termina haciendo suyo el libreto de los neoliberales.
La renovación permanente de los métodos de reproducción y de la productividad del trabajo (un rasgo inherente al capitalismo sometido a la presión compulsiva de la competencia, la cual se recrea a una escala superior entre las corporaciones y grandes empresas) habría ayudado a atenuar históricamente las tendencias a la polarización social.
No es casualidad que en su modelo teórico no figuren las crisis. No deja de ser llamativo que, en medio de la actual bancarrota capitalista, en el transcurso de la cual escribió su libro, el autor no se interroga sobre las tendencias a una recesión -y más aún la amenaza de una depresión-, el desempleo masivo que ha superado en algunas naciones los niveles de la crisis del ’30, las rebajas salariales y pérdidas brutales del poder de compra de los asalariados. Todos estos factores brillan por su ausencia, pese a que han trastocado en forma violenta y brusca las condiciones de existencia de la población y sus niveles de ingreso.
Según Piketty, las crisis son un accidente, fenómenos pasajeros. No obedecen a una ley interior inherente a la acumulación capitalista, sino a factores exteriores que perturban la ley fundamental del capitalismo, caracterizado, de acuerdo con el texto, por la expansión a largo plazo de la productividad y el crecimiento económico. El capitalismo sería una fuente inagotable de desarrollo de las fuerzas productivas. Esa premisa ni siquiera es puesta en tela de juicio ahora, ante la crisis actual.
Economía y política
Las guerras, las revoluciones y los acontecimientos políticos en general son abordados con el mismo enfoque. La lucha de clases es concebida como un compartimento estanco, independiente de los cambios, oscilaciones y tendencias que se constatan en la economía capitalista y de la época histórica en que se registran.
Piketty sostiene que la concentración de la riqueza en Europa, que era altamente desigual en el siglo XIX, tendió a moderarse a lo largo del siglo XX gracias a la Revolución Rusa, las dos guerras mundiales y la crisis capitalista que derivó en la política keynesiana (Estado benefactor) como respuesta económica frente a la revolución social que amenazaba al sistema capitalista global.
El autor destaca que, partir de 1980, comienza un punto de inflexión. Piketty pone de relieve que se pasa a transitar un camino inverso gracias al Consenso de Washington, que impuso el “modelo de globalización neoliberal” que hemos descripto antes, reforzado, en la década de 1990, con la desaparición de la Unión Soviética y su bloque.
En este punto, lo político y cultural irrumpe en la obra, pero sin conexión con las leyes que invoca. Dichas variables habrían prevalecido sobre las leyes que el autor formula, sin que se explique por qué prosperaron y se constituyeron en una “excepción” a la regla.
Del mismo modo, es un misterio la razón por la cual esos mismos factores políticos y culturales no gravitaron de la misma manera en otras etapas dentro de la historia contemporánea.
La lucha de clases tiene cierta autonomía pero responde, en último término, a una necesidad histórica que se abre paso, como no podía ser de otra forma, a través de episodios particulares y fortuitos. Las dos guerras mundiales, más allá de su propia dinámica interna, fueron la expresión de un profundo impasse capitalista y una tentativa por salir de ese impasse. Las guerras son un mecanismo extremo para restablecer nuevamente la tasa de ganancia por medio de una gigantesca destrucción de las fuerzas productivas y la desaparición del capital sobrante. La revolución, a su turno, expresa, en forma también extrema, el agotamiento del sistema social y la necesidad imperiosa de las fuerzas productivas de liberarse de su envoltura capitalista. Eso está fuera del radar de Piketty, quien le asigna al capitalismo la capacidad de un progreso económico de largo aliento.
Reforma impositiva
Siguiendo el razonamiento de Piketty, el problema no reside en la producción sino en la distribución. Partiendo de la premisa de que la contradicción fundamental es la divergencia entre el rendimiento del capital y el crecimiento del ingreso, el autor propone reducir el primero por medio de la política impositiva. Según el economista francés, el problema reside en la gran concentración patrimonial. Piketty hace hincapié, en especial, en la herencia, por la cual los patrimonios de las personas crecen parasitariamente sin que ese crecimiento sea la consecuencia de una inversión productiva. Cada vez habría más rentistas respecto de quienes invierten en la producción. Piketty recomienda aplicar impuestos progresivos y un impuesto global sobre la riqueza para “corregir” la desigualdad capitalista. Su propuesta llega al extremo de promover un gravamen del 80 por ciento a los ingresos superiores al millón de dólares anuales. En sus palabras, “es el ideal socialdemócrata de la posguerra: los beneficios financian la inversión y no el ritmo de vida de los accionistas”.
Pero el mismo Piketty reconoce que es utópico esperar que los ricos (que controlan el gobierno) accedan a esta reducción de su propia riqueza a fin de evitar que el capitalismo quede sometido a tensiones sociales cada vez más intolerables. De modo que, en la práctica, su propuesta quedaría reducida, a lo sumo, a la aplicación de una tasa mínima, inocua, como la tasa Tobin, ya aprobada por la Unión Europea, pero cuya implementación fue postergada hasta 2016.
Sin embargo, el problema no proviene de la supuesta oposición entre los consumos “productivos” y “rentísticos”. Ambos son dos caras de la misma moneda: tienen por común denominador la crisis de sobreproducción -una gran ausente en la obra de Piketty. Estamos frente a una masa de recursos que no encuentra una colocación redituable en la esfera de la producción y se traslada a la especulación o al consumo rentístico. Estas actividades improductivas, al inflar la demanda, actuaron inicialmente como un factor contrastante de la crisis, postergando su estallido. Economía “productiva” e “improductiva” son, bajo el capitalismo, una suerte de hermanos siameses: se necesitan el uno al otro.
Si la obra de Piketty ha alcanzado la repercusión que tuvo, ello obedece al hecho de que empalma con el debate que, hoy, envuelve a la burguesía en torno a la crisis actual y las posibles alternativas para salir de ella. Esto es lo que explica la acogida favorable que ha recibido entre representantes del mundo económico, neokeynesianos y hasta liberales. La política de aumentar los gravámenes está en el ojo de la tormenta. Su propuesta de impuestos progresivos trae a la memoria el intervencionismo estatal puesto en marcha por Roosevelt. El paquete del New Deal incluyó, entre otras cosas, altos y progresivos tipos impositivos marginales, especialmente a las rentas distribuidas. Las empresas utilizaron sus ingresos no distribuidos para reinvertirlos productivamente. Esto despierta el entusiasmo nostálgico de los círculos de la izquierda progresista yanqui, que sueñan con una reedición de esos años gloriosos.
Pero la analogía termina allí. No hay que olvidar que “el gran keynesiano” terminó siendo la guerra. Por lo tanto, es menester colocar en su justo lugar al New Deal. La guerra cumplió la doble función de destruir capitales, por un lado, y recrear, por ese medio, un campo favorable para un nuevo ciclo de inversiones, por el otro. La crisis actual todavía debe pasar por el purgatorio. Por más alharaca que se haga, la recuperación económica norteamericana tiene un carácter precario y se ha basado en el armado de un nuevo ciclo especulativo, el cual, como tal, tiene patas cortas. Mientras tanto, Europa sigue su derrumbe, Japón no despega y hay una inversión de tendencias en los países emergentes. Las tendencias deflacionarias que, ahora, se extienden a las materias primas, son un indicador de que el mundo no podrá eludir una depresión, lo cual va unido a grandes crisis y convulsiones sociales.
Desigualdad y deuda
Piketty hace propuestas atrevidas en materia impositiva, pero es absolutamente conservador respecto de la deuda. Rechaza las anulaciones de deuda debido a que los acreedores serían en su mayoría pequeños ahorristas, mientras los más ricos sólo habrían invertido una pequeña parte de su patrimonio en esos títulos.
El economista francés ni siquiera acepta una investigación de la deuda, previa suspensión del pago, lo que permitiría identificar precisamente a los tenedores de esos créditos. Sería una forma de saber quién posee y qué posee, puesto que los tenedores de los títulos se verían forzados a salir del anonimato.
Según el Banco de Francia, en abril de 2013, la deuda negociable del Estado francés estaba en un 61,9% en manos de no residentes, esencialmente inversores institucionales (bancos, compañías de seguros, fondos de pensión, fondos mutuales…). El 38,1% restante estaba en manos de residentes, aunque la mayor parte correspondía a los bancos (que poseían el 14% de la deuda pública francesa), a las aseguradoras y a otros gestores de activos. Los pequeños tenedores de deuda (que gestionan directamente su cartera de títulos) sólo representan una ínfima parte de los tenedores de deuda pública. De modo que lo de los pequeños ahorristas es un cuento y un pretexto. Piketty es partidario incondicional del rescate del capital; no se le escapa que retirar ese sostén llevaría a la quiebra a la banca y a innumerables corporaciones. La política distributiva de Picketty termina cuando empieza el interés de los banqueros y la defensa, como sea, del sistema financiero internacional.
Rescatando al capital
La deuda pública y la privada, sin embargo, son uno de los mecanismos principales -sino el principal- de transferencia de ingresos de los trabajadores y de la clase media en favor de la clase capitalista. El pago de la deuda constituye -apelando a la propia terminología que utiliza Piketty en su obra- el “consumo rentístico y parasitario” más nocivo y nefasto de todos, cualquiera sea el lado por el que se lo mire: ya sea por su magnitud, por su origen fraudulento y por su carácter usurario. La deuda fue pagada varias veces, con intereses de intereses (anatocismo). Y nace de autopréstamos (el capital reingresa los fondos que evade o fuga del exterior) y acaba, en muchos casos, absorbida por el Estado. La deuda es un gran subsidio al capital, que debe ser asumido y soportado por el conjunto de la sociedad. El rescate mismo es un gran factor regresivo en la distribución de los ingresos, pues está condicionado a ajustes, recortes de los gastos sociales y salariales, aumento de tarifas de los servicios y despidos.
Todo el edificio teórico de Piketty se desmorona desde el momento en que, después de tanto batir el parche sobre la desigualdad creciente de los ingresos, resulta que la fuerte imposición que propone a la renta y a los patrimonios iría a parar al bolsillo de los capitalistas y no de los sectores más necesitados. La política fiscal, en manos de Piketty, es una fuente complementaria de la política monetaria para el salvataje del capital en crisis. Cuestión que adquiere extrema actualidad en momentos en que la Reserva Federal ha dejado de inyectar dinero mediante la compra de bonos, y se discute febrilmente cuáles son las opciones para enfrentar la crisis en curso. Las recomendaciones de Piketty forman parte de este debate.
Reflexión final
Las inconsistencias del modelo Piketty son manifiestas. Además, contiene contradicciones que, como acabamos de exponer, lo desacreditan. Las desigualdades sólo se pueden extirpar con la abolición del régimen de explotación capitalista, procediendo a una reorganización integral de la economía sobre nuevas bases sociales. La primera y principal fuente de desigualdad es la concentración en pocas manos de la propiedad de los medios de producción, los cuales deberían pasar al dominio público y su uso, en el marco de una gestión colectiva de la economía, redireccionado y puesto al servicio de la sociedad. Esta tarea está reservada a la clase trabajadora.
Si algo merece ser destacado de la obra de Piketty es que nos traza, a través de una información copiosa y hasta abrumadora, un panorama nefasto y concluyente del capitalismo, así como sus tendencias irreprimibles a aumentar los antagonismos sociales. Ese escenario es el combustible que alimenta la caldera de la revolución social.
NOTAS
[1]. Algebraicamente, la fórmula que resume la ley que Piketty plantea es la siguiente: r mayor a g, donde “r” simboliza la tasa de retorno del capital y “g” representa el crecimiento del producto.
[2]. Emmanuel Saez y Gabriel Zucman: “Wealth Inequality in the United States since 1913: Evidence from Capitalized Income Tax Data”, working paper, octubre de 2014. Los trabajos de Saez y Zucman son reivindicados por el propio Piketty ya que, utilizando otros métodos, llegan a idénticos resultados.
[3]. Michael Roberts: “Unpicking Piketty”, Weekly Worker 1013, 5 de junio de 2014. Londres.
[4]. David Harvey: “Consideraciones sobre el Capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty”, mayo de 2014. Versión en español en rotekeil.com.
[5]. Esteban Maito: “The historical transience of capital, the downward trend in the rate profit since the 19 th Century”. En www.cor.to/emaito.
[6]. Karl Marx; Trabajo asalariado y capital.