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Papel moneda, oro y la teoría monetaria de Marx

En el número 42 de En defensa del marxismo se reproducen dos trabajos, uno de Karl Kautsky, de 1913, y otro de Rudolf Hilferding, de 1912 (publicados originariamente en Die Neue Zeit), dedicados a discutir el papel  del dinero y su relación con los precios. El artículo de Hilferding es una reafirmación de su tesis presentada en El capital financiero. En ese trabajo, Hilferding afirmó que cuando no existe libertad de acuñación, es válida la teoría cuantitativa del dinero (criticada por Marx en El Capital). Según Hilferding, el valor del papel moneda está determinado por el valor de las mercancías en circulación y no tiene relación con el oro. Kautsky, por su parte, critica esta concepción de Hilferding. En lo esencial, afirma que el oro es la base de medición del valor de las mercancías y que no puede ser desplazado de ese rol. Aunque, como veremos más abajo, también parece acordar con Hilferding en que el papel moneda deriva su valor de su relación cuantitativa con las mercancías.

A pesar de que los artículos tienen más de un siglo de publicados, el tema sigue estando en el centro de los debates sobre la naturaleza del dinero y la vigencia de la teoría monetaria de Marx. El objetivo de este escrito es examinar las posiciones en disputa, su relación con la teoría de Marx y, lo que es más importante, su relevancia para la comprensión de los fenómenos monetarios actuales.

La teoría cuantitativa

Empecemos con la teoría cuantitativa. En su formulación más tosca -aunque no ha desaparecido- esta teoría sostiene que la “masa de dinero” se compara con la “masa de mercancías”, y a cada parte de esa masa de mercancías le corresponde una parte del dinero. De manera que si aumenta la cantidad de dinero y la cantidad de mercancías permanece constante, los precios aumentan. Montesquieu lo expresaba así: “la fijación del precio de las cosas depende siempre, y en lo fundamental, de la proporción que existe entre el total de las cosas y el total de los signos” (citado por Marx, 1999, t. 1: 152, Nota). Hume y Ricardo también adhirieron al enfoque cuantitativo (aunque Ricardo defendía la teoría del valor trabajo) y, finalmente, la teoría adquirió su formulación clásica con Irving Fisher, a principios del siglo XX. Fisher propuso la fórmula que todavía hoy aparece en los manuales de macroeconomía para introducir a los alumnos en la teoría monetaria: MV = PT. Donde M es la masa de dinero; V es la velocidad de circulación del dinero; T son las transacciones y P el nivel de precios.

Naturalmente, esta ecuación por sí misma no dice nada acerca de las relaciones causales. O, más bien, si pensáramos que la variable dependiente está del lado izquierdo (como acostumbra suceder en cualquier ecuación), podríamos sacar la conclusión de que la masa de dinero o su velocidad dependen de los precios y las transacciones. Pero no es esto lo que quiso expresar Fisher. Es que, en la concepción cuantitativa, el nivel de transacciones está determinado por la “economía real”. Y, dado que los mercados tienden al pleno uso de los recursos, T está “dada y no se puede modificar” -por lo menos, no en el corto plazo. A su vez, y siempre según Fisher, la velocidad del dinero es estable (no rígida, sino estable), porque depende de factores institucionales. Por ejemplo, si el hábito de pago de los salarios es mensual, la velocidad del dinero será menor que si es quincenal. Por último, la masa de dinero es exógena a la economía. Esto significa que puede ampliarse “desde fuera”, el dinero “se inyecta”. Establecidas así las cosas, tenemos todos los elementos para comprender las relaciones causales de la teoría cuantitativa: si aumenta la masa monetaria, dado que V es estable y T está dada, inevitablemente aumentan los precios. Aquí un planteo central es que la función principal del dinero es ser un medio de circulación; el atesoramiento no es tomado en cuenta (en Ricardo) o es considerado estable (como sucede en la formulación de Milton Friedman, donde los hogares mantienen un encaje monetario, en términos reales, más o menos constante).

La tradición crítica y Marx

En oposición a la teoría cuantitativa, hay una larga tradición crítica que podemos remontar a James Steuart; que continuaron los partidarios de la “banking school”, como Tooke y Fullarton; que también está en Marx; luego en los poskeynesianos (Robinson, Kaldor, Davidson, Lavoie, entre otros), los regulacionistas y entre los marxistas en la actualidad.

Una idea clave en esta tradición es que la fórmula de Fisher no es en sí incorrecta, pero debe leerse de manera adecuada. Esto es: dado un volumen de transacciones (que no tiene por qué estar al nivel del pleno empleo), dados los precios de las mercancías (que en la teoría de Marx están determinados por la ley del valor trabajo), dado un cierto valor del dinero y dada una cierta velocidad del mismo, la cantidad de masa monetaria que circula está determinada. En otros términos, si se entiende que M está determinada por las otras variables, la ecuación se interpreta en un sentido contrario a la teoría cuantitativa. Es la posición de Marx. Por eso, de hecho, encontramos la ecuación de Fisher en el capítulo 3 de El Capital. En este aspecto, un argumento central de Marx dice que el dinero que no es necesario para la circulación se mantiene en reserva; lo cual implica afirmar que la función principal del dinero no es ser medio de cambio.

A fin de comprender esta cuestión es necesario repasar la secuencia teórica que sigue Marx para presentar las funciones del dinero. La primera función del dinero es ser medida del valor y deriva directamente de su concepto: el dinero es encarnación del valor (esto es, del trabajo abstracto social). Pero, por esta razón, el dinero debe tener en sí mismo valor. Y, dado que el valor no surge de la circulación sino en la producción, el equivalente general que encarna el dinero debe ser en principio una mercancía. Esto significa que no puede ser un mero signo o una simple representación mental sin anclaje en la existencia de valor (lugares comunes en la literatura neoclásica). La idea de que es imposible desvincular el dinero de una mercancía equivalente general (digamos oro) encuentra, entonces, su raíz en esta cuestión. Pero debe observarse que no se trata de una mercancía más (como pensaba Ricardo, cuando escribía que Inglaterra podía pagar su deuda en trigo u oro). El dinero mercancía, en la concepción de Marx, es una mercancía especial, ya que tiene el privilegio de encarnar valor; razón por la cual no puede considerárselo como un simple “numerario” condenado a circular.

De lo anterior también se desprende la idea, fundamental en la crítica de Marx a la teoría cuantitativa, de que el valor del dinero no puede surgir de la circulación. El dinero entra en la circulación con valor, mejor dicho, como encarnación del valor. A su vez, las mercancías llegan al mercado con un precio, que deberá realizarse, o no, en la venta. Por lo tanto, no tiene sentido decir que los precios de las mercancías se determinan en la comparación en el mercado entre la masa de mercancías y el dinero, donde el valor del dinero quedaría determinado como el recíproco de los precios. En consecuencia, también, a partir de esta primera función del dinero, ser medida de valor, se entiende la segunda, que es ser medio de circulación. Función que, a su vez, se articula y complementa con las siguientes: ser medio de atesoramiento, medio de pago y dinero internacional. Esto es, no tiene sentido considerar de manera abstracta y unilateral la función del dinero como medio de circulación; esta función sólo se comprende en el marco de las otras y no puede existir sin las otras. Esta es la razón última de la tesis de Marx sobre que, dado el valor del dinero y el valor de las mercancías, sólo circula la cantidad necesaria de dinero, como hemos adelantado, y el resto se atesora. El atesoramiento aquí se inserta lógicamente en las funciones del dinero que, a su vez, se vinculan orgánicamente con su concepto (encarnación de tiempo de trabajo directamente social). La cuestión adquiere una importancia difícil de disimular en la crítica de Marx a la ley de Say, y en su énfasis en que la posibilidad teórica de las crisis está dada a partir de que el dinero puede atesorarse; esto es, se vende pero no se compra (como contrapartida, no es casual la adhesión de Ricardo a la teoría cuantitativa, la ley de Say y su idea de que el dinero es sólo medio de cambio).

Billetes de banco y dinero endógeno

La crítica de Marx a la teoría cuantitativa agrega otro elemento vital a lo anterior. Sostiene que una fuente principal de creación de dinero (algunos dirán que la única) es endógena a la economía, porque está vinculada al crédito bancario. En este punto, Marx estuvo influenciado por la tradición de la banking school, que se oponía a la idea de que el dinero es “inyectado” (en términos más actuales, y como dice la conocida metáfora del helicóptero de Friedman, el Banco Central arroja dinero y determina su masa).

Para ver el asunto en su formulación moderna, recordemos que, según los neoclásicos (quienes en general adhieren a la teoría cuantitativa), el Banco Central inicia el proceso de creación de dinero al aumentar la base monetaria (conformada por los encajes de los bancos más los billetes en manos del público) mediante alguna operación exógena -por ejemplo, con la compra de títulos públicos. Luego, los bancos (también puede ser el público, pero ahora simplifico) transmiten esta inyección, al transformar la base monetaria en masa monetaria, según un cierto multiplicador que está determinado por el nivel de los encajes y de billetes requeridos por el público. Lo cual supone un mecanismo por el que esos “excesos” de encajes monetarios inyectados por el Banco Central de dinero son descargados por los bancos otorgando créditos; créditos que son aceptados por los “agentes económicos”, que a su vez los transforman en depósitos, que dan lugar a nuevos créditos, hasta agotar la cantidad de excedentes en las reservas. Es la idea de una “papa caliente”: los bancos descargan siempre sus excedentes, los agentes privados aceptan siempre el ofrecimiento del crédito, con independencia de las condiciones económicas concretas, los bancos vuelven a descargar el exceso (ahora reducido) y, de esta manera, se expande la demanda. Dado que la economía tiende a estar en pleno uso de recursos (y su oferta es inelástica, al menos en el corto plazo), todo termina en inflación.

En una visión opuesta, los teóricos del dinero endógeno sostienen que los iniciadores del proceso de creación de dinero son los capitalistas que solicitan créditos a los bancos. Los bancos otorgan los créditos y el Central genera el respaldo a estos créditos. Pues bien, influenciado por los escritos de la banking school y la expansión del crédito comercial en el siglo XIX, Marx toma esta idea de la creación endógena de dinero. En la época en que escribía, tal vez el factor central de generación de dinero endógeno consistía en el descuento de letras de cambio y otros documentos por los bancos (y, en primer lugar, por el Banco de Inglaterra).

En este punto hay que tener presente que los billetes de banco de los que habla Marx en El Capital no son los billetes de curso forzoso que conocemos hoy. Marx se preocupa por señalar esta diferencia: las leyes de circulación de ambos tipos de billetes (notas bancarias y papel de curso forzoso estatal) son distintas. El billete de banco (banknotes) que presenta Marx en el capítulo 3 surge de la circulación del capital mercancía y refluye a su emisor (incluso, originariamente, en el billete se escribía el monto descontado y la fecha de vencimiento). Se trata por eso de una forma de crédito que se monetiza -esto es, cumple una de las funciones del dinero, la de medio de circulación. Pero no es medida de valor, medio de atesoramiento, medio de pago final o medio para saldar transferencias internacionales. Este punto es clave para comprender los mecanismos monetarios: actualmente es ampliamente reconocido que el pago definitivo (settlement) debe realizarse siempre con dinero “contante y sonante”. Esto significa que, en última instancia, la pirámide de medios de circulación descansa en la confianza de que existe una reserva última de valor en que se saldan los pagos (véase más abajo, así como sus consecuencias en las crisis).

Agreguemos que, en el sistema capitalista, la generación endógena de dinero también está determinada por el otorgamiento de créditos a las empresas por parte de los bancos, a fin de ampliar o sostener el ciclo de acumulación capitalista (esta cuestión quedó tratada apenas en borradores por Marx, en el tomo 3 de El Capital, pero fue desarrollada por los poskeynesianos y teóricos del “dinero circuito”).  Lo importante es que, al conceder el crédito, los bancos abren depósitos (o permiten el giro en descubierto) y el dinero bancario así emitido refluye cuando se cancela el crédito. A su vez, y paralelamente, existen muchos tipos de créditos que se monetizan y sirven como medios de circulación: tarjetas de débito, de crédito, cheques (cuando se acepta un cheque se acepta, de hecho, un pasivo).

Encontramos así una nueva razón para rechazar la idea de que los precios de las mercancías surgen de la comparación entre la masa de dinero y la masa de mercancías. Es que no hay manera de saber qué “masa” de dinero debe compararse. ¿M1, compuesta por billetes en manos del público más depósitos transaccionales? ¿M2, que toma en cuenta (en Estados Unidos) el dinero colocado en depósitos a plazo y fondos mutuales del mercado monetario? Los propios neoclásicos no se ponen de acuerdo, o incluso se contradicen. Por ejemplo, en su conocido manual de macroeconomía, Blanchard y Enrri sostienen que los depósitos a plazo, las participaciones en el mercado de dinero y los depósitos en el mercado de dinero “no son dinero” (Blanchard y Enrri, 2000: 609; énfasis en el original), ya que no pueden utilizarse con fines transaccionales o sólo pueden hacerlo con importantes limitaciones. Lo cual no les impide, en la página siguiente, afirmar que los depósitos a plazo, así como las participaciones y depósitos en el mercado de dinero son “dinero en sentido amplio”. Y, para contribuir a la confusión general, admiten que en Argentina los plazos fijos están incluidos entre los agregados monetarios más relevantes utilizados por el Banco Central. Pero los ejemplos, y las preguntas, se pueden multiplicar. Por caso, ¿cómo se considera el sobregiro bancario? ¿Los cheques de viajero? ¿Los depósitos a plazo que pueden ser transferibles por certificados? ¿Las letras de corto plazo de alta liquidez, que también circulan? ¿De qué se habla, entonces, cuando se dice que los precios surgen por “comparación” entre masa monetaria y mercancías?

Sin embargo, desde la teoría de Marx, los créditos monetizados no ofrecen dificultad en lo que respecta a la formación de precios, ya que sólo cumplen la función de medios de circulación que se generan de manera endógena y siempre implican el reflujo hacia el emisor. De ahí que su circulación no puede “desbordar” (aunque puede haber estafas con la emisión de estos créditos, como ya sucedía con frecuencia en el siglo XIX).

La emisión de dinero de curso forzoso

Vayamos ahora al dinero de curso forzoso, emitido por el Estado. El cuestionamiento de Hilferding -y de muchos marxistas en la actualidad- a la vigencia de la teoría monetaria de Marx tiene por base la presencia del dinero de curso forzoso que no es convertible en oro. Empecemos, de todas maneras, con el billete emitido por el Estado, pero convertible en oro, el caso más analizado por Marx (el Banco de Inglaterra emitía billetes con respaldo oro). Aquí el signo circula como representante del oro. Por eso, en  principio, el asunto no ofrece dificultades: el planteo central de Marx es que la cantidad de papel moneda que ha de circular representando simbólicamente al oro habría de limitarse a la cantidad de oro o plata que circularían si no estuviera el billete. Pero si la cantidad de papel supera esa medida, esto es, a la cantidad de monedas de oro o plata que dice representar, inevitablemente terminará por representar simbólicamente una menor cantidad de oro o plata. La cuestión es de lógica elemental. Supongamos que el respaldo está compuesto por 1 kilogramo de oro y hay 100 billetes de un peso. Cada billete por lo tanto representa 0,01 kilogramo de oro. Supongamos ahora que el Estado duplica la cantidad de billetes (por ejemplo, para pagar sus deudas) y ahora son 200 los billetes en circulación. Cada billete pasa a representar 0,005 kilogramos de oro. De manera que, si antes el precio de una mercancía era, supongamos, $10 (= 0,1 kilogramo de oro), ahora será de $20 (= 0,1 kilogramo de oro). Esto se debe a que ahora hay que representar la misma cantidad de oro con más billetes.

Hasta aquí, Hilferding y los marxistas modernos coinciden con la posición de Marx. Sin embargo, todo parece dar un vuelco radical si el dinero no es convertible. La idea aquí es que Marx jamás previó la inconvertibilidad, que de hecho desbarata su teoría monetaria (que, digámoslo, está orgánicamente vinculada con su teoría del valor). Sin embargo, la realidad es que Marx consideró episodios de inconvertibilidad y no vio motivos para alterar, en lo sustancial, el planteo (aunque sí se alteran las formas en que opera la ley económica).

Recordemos, en primer lugar, que Inglaterra había tenido episodios de no convertibilidad (por ejemplo, entre fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX). Pero, además, ya estaba presente la experiencia del tálero de papel prusiano, que era emitido por el Estado y no era convertible, esto es, no constituía una asignación sobre la plata en cuyo lugar circulaba. Marx lo trató explícitamente. Su idea es que, al margen de las disposiciones legales, la relación entre el billete y la plata se establecía de hecho en el mercado, a través del precio de la plata. Anota: “un tálero de papel dice representar el mismo valor de un tálero de plata. En el caso de que fuera quebrantada seriamente la confianza en el gobierno o que dicho papel moneda fuera emitido en proporciones superiores a las necesidades de circulación, el tálero de papel dejaría de equivaler en la práctica al tálero de plata y se depreciaría en cuanto ha caído por debajo del valor expresado en su título” (Marx, 1989, t. 1: 56; énfasis agregado).

En lo anterior puede observarse también la importancia de que exista confianza en que la plata se puede comprar por determinada cantidad de billetes. Por eso, no es necesario que exista, en términos de valor, una masa de respaldo equivalente a los táleros billetes que circulan. Así, en Inglaterra, durante el siglo XIX, la cantidad de oro que tenía en reserva el Banco de Inglaterra era pequeña en comparación con la masa de billetes que circulaban. Pero, en la medida en que había confianza en que se podían convertir al precio oficial, la libra se mantenía estable. Sin embargo, cuando sobrevenía la crisis, se decretaba la inconvertibilidad, y el valor real del billete se establecía en el mercado no oficial del oro (donde se pagaba una prima por sobre la denominación oficial). Algo similar a lo que ocurría con el tálero. De manera que, ya en el siglo XIX, con billetes inconvertibles, su valores se establecían en relación al oro (o la plata) en cuyo lugar circulaban; no en comparación a la masa de mercancías.

De todas maneras, la introducción del papel moneda inconvertible sí da lugar a un cambio que está en el origen de muchas confusiones. Es que, debido a que su emisión por encima del metal precioso que funciona como stock de reserva lo desvaloriza, parece cumplirse la teoría cuantitativa: “…la cantidad de los billetes de papel está determinada por la cantidad de dinero de oro que los mismos representan en la circulación y, puesto que sólo son signos de valor en la medida en que lo representan, su valor está simplemente determinado por su cantidad. Por lo tanto, mientras que la cantidad del oro circulante depende de los precios de las mercancías, el valor de los billetes de papel circulante depende exclusivamente, por el contrario, de su propia cantidad” (Marx, 1980: 107-8; énfasis agregado). De aquí también se deriva el hecho de que algunos lectores de Marx terminen pensando que éste, en última instancia, habría adherido a alguna forma de la teoría cuantitativa. El tema está asociado a algunas notorias confusiones que han surgido en los últimos tiempos en Argentina en torno de la emisión monetaria, sobre las que conviene hacer algunas precisiones.

Un debate mal planteado

En los últimos años, en Argentina se ha generado un debate entre kirchneristas (y apoyos poskeynesianos varios) y monetaristas (la mayor parte del mainstream económico), que parece no tener salida. Los monetaristas sostienen que toda emisión monetaria es inflacionaria. Dado que no distinguen entre emisión de dinero vinculada con la actividad económica o al incremento de reservas (el respaldo del peso es mayormente el dólar), de la emisión destinada a financiar déficit fiscal, hacen un mal diagnóstico de las causas de la inflación. Y la realidad es que no toda emisión es necesariamente inflacionaria. Como ya hemos explicado, el crecimiento de la masa monetaria debido a la creación crediticia de dinero endógeno no es en sí un causante de la inflación (y bien puede ser una consecuencia). De la misma manera, cuando un exportador liquida divisas y el Banco Central emite pesos contra esas divisas, el crecimiento de la masa monetaria no es en sí inflacionaria. Este es el punto de verdad que tiene la posición K-poskeynesiana en crítica a los monetaristas (aunque dicho esto, no se entiende entonces la política del Banco Central, bajo dirección K, de realizar operaciones, durante años, de “esterilización” de la masa monetaria, con altos costos para el Estado y jugosos beneficios para los bancos. ¿No es que el crecimiento de la masa monetaria no podía ser inflacionario?).

Pero por otra parte, los economistas kirchneristas dan un paso más para sostener que ninguna emisión monetaria es inflacionaria y que afirmar lo contrario es “adherir al monetarismo neoliberal”. Lo cual es un error, y de proporciones. Es que si el Estado emite dinero para cubrir el déficit fiscal, ese dinero exógeno, que no tiene contrapartida en valores reales (de hecho, en el activo del Banco Central figura un título que es un “pagadiós”) constituye un aumento de la base monetaria (encajes de los bancos y billetes en manos del público) que inevitablemente desvaloriza el peso en relación a su respaldo; y, por ende, da lugar al aumento de precios. Esto no es “ortodoxia neoliberal”, sino simple comprensión de las leyes elementales de la economía.

Lo que confunde aquí es que este tipo de emisión (sin respaldo para monetizar déficits) parece dar la razón a la teoría cuantitativa y abolir la ley económica que dice que los precios de las mercancías no están determinados por la cantidad de dinero. Dado que esta tontería -“emitamos sin respaldo porque no puede tener consecuencias inflacionarias”- se ha presentado como la quintaesencia de un enfoque crítico, citando incluso a Marx (en Buenos Aires se llegaron a organizar simposios con celebridades internacionales “heterodoxo-marxistas” y de otro tipo, que vinieron a dar su aval a la tontería), puede ser conveniente explayarnos un poco en la postura de Marx (agreguemos que tampoco Keynes pretendió que el déficit fiscal podía ser financiado con emisión sin límite; pero, en aras de la brevedad, acá sólo trato el tema en Marx).

Lo cierto es que Marx explicó que la intervención de Estado, cuando emite papel de curso obligatorio, “parece” abolir la ley económica, y esto genera todo tipo de ilusiones. Pero no puede suprimirla. No es una cuestión de voluntad, sino de leyes objetivas, vinculadas, en última instancia, a la generación y realización del valor. Por eso escribía: “la intervención del Estado que emite papel moneda con curso obligatorio -y sólo tratamos de esta clase de papel moneda- parece abolir la ley económica. El Estado, que en el precio monetario sólo bautizó con un nombre a un peso de oro determinado, y que al amonedar sólo estampó su sello sobre el oro, parece transformar ahora, en virtud de la magia de su cuño, el papel en oro. Puesto que los billetes de papel tienen curso obligatorio, nadie puede impedirle poner forzosamente en circulación un número tan crecido de los mismos cuando quiera e imprimir sobre ellos denominaciones monetarias deseadas, como 1 libra esterlina, 5 libras esterlinas, 20 libras esterlinas” (Marx, 1980: 108).

“Es imposible arrojar fuera de la circulación a los billetes que ya se hallan dentro de ella… Separados de su existencia funcional, se transforman en indignos colgajos de papel. Sin embargo, este poder del Estado es mera apariencia. Podrá lanzar a la circulación la cantidad de billetes de papel que quiera con la denominación monetaria que desee, pero con este acto mecánico cesa su control. Una vez que la circulación se adueña de él, el signo de valor o papel moneda sucumbe a sus leyes inmanentes” (ídem).

El pasaje es importante porque evidencia los límites que Marx veía a la posibilidad del Estado de generar, por mera emisión de billetes, poder de compra adicional en la economía. Al margen de la denominación del billete, esto es, al margen de lo que dice representar, el mismo “sucumbe a las leyes inmanentes”. ¿Cuáles son esas leyes objetivas, que algunos quisieran ver suprimidas? Pues que el valor del billete depende de la relación entre su cantidad y el respaldo en lugar del cual circula. Por eso sigue Marx:

“Si la suma del oro requerido para la circulación de las mercancías fuera de 14 millones de libras esterlinas, y el Estado lanzase a la circulación 210 millones de billetes, cada uno de ellos con la denominación de 1 libra esterlina, estos 201 millones se transmutarían en representantes de oro por un monto de 14 millones de libras esterlinas. Sería lo mismo que si el Estado hubiese convertido a los billetes de libra esterlinas en representantes de un metal 15 veces menos valioso o de una parte de peso de oro 15 veces menor que antes. (…) Puesto que ahora el nombre de libra esterlina indicaría una cantidad de oro 15 veces menor, todos los precios de las mercancías se elevarían 15 veces y, de hecho, entonces, 210 millones de billetes de libras esterlinas serían tan necesarios como antes lo eran 14 millones. En la misma medida en que se hubiese incrementado la suma global de los signos de valor, se hubiera reducido la cantidad de oro que representa cada uno de ellos. El alza de los precios sólo sería la reacción del proceso de la circulación, el cual equipara por la fuerza los signos de valor a la cantidad de oro en cuyo lugar pretenden circular” (ídem: 108-9; énfasis agregados).

Después de referirse a la falsificación monetaria, Marx vuelve con una formulación inequívocamente “cuantitativista” a los ojos del economista que no entiende la teoría de Marx (ni posiblemente la teoría cuantitativa): “La proporción en la cual el signo de valor, sea de papel o de oro y plata falsificados, representa a pesos de oro y plata calculados según el precio monetario no depende de su propio material, sino de la cantidad del mismo que se halla en circulación (ídem: 109). Y, más adelante, insiste en que el fenómeno parece contradecir la ley económica, porque las leyes de la circulación aparecen invertidas: “En la circulación de los signos de valor, todas las leyes de la circulación real de dinero aparecen invertidas y puestas cabeza abajo. Mientras que el oro circula porque tiene valor, el papel tiene valor porque circula. Mientras que, con un valor de cambio determinado de las mercancías, la cantidad del oro circulante depende de su propio valor, el valor del papel depende de su cantidad circulante. Mientras que la cantidad del oro circulante aumenta o disminuye con el aumento o la disminución de los precios de las mercancías, éstos parecen aumentar o disminuir con el cambio en la cantidad de papel circulante” (ídem: 110). En El Capital, al explicar cómo se puede desvalorizar el billete, expresa la misma idea contenida en estos pasajes. Anoto que, hasta donde alcanza mi conocimiento, estos argumentos no han sido respondidos por las celebridades internacionales “marxistas-heterodoxas” que sesionaron en Buenos Aires para aplaudir la política K.

Las ilusiones del reformismo

Subrayemos que una de las cuestiones clave es que por fuera, o al margen del trabajo productivo, es imposible generar poder de compra (esto es, valor) para acrecentar el producto de un país o sacar a una economía capitalista de una crisis. Es que si el Estado pudiera emitir billetes libremente, sin que el billete perdiera su poder de compra, se habría encontrado una forma fácil de generar riqueza haciendo funcionar a “la máquina de imprimir”. ¿Para qué preocuparse, entonces, por déficits fiscales, impuestos o cosas similares? Es por esto que Marx en El Capital hablaba de las fantasías sobre que el Estado pudiera realizar “curas milagrosas económicas” manipulando la emisión monetaria (Marx, 1999: 123-4). Y advertía contra las falacias de que “es posible superar, gracias al incremento de los medios de circulación, las contradicciones que emanan de la naturaleza de la mercancía y que, por consiguiente, se manifiestan en la circulación mercantil” (ídem: 148). La idea de que la emisión de billetes puede aumentar por encima de todo respaldo está en línea con estas ilusiones.

Volviendo a Kautsky y Hilferding

A partir de lo visto, volvamos ahora a la polémica entre Hilferding y Kautsky. Como hemos adelantado (me baso en El capital financiero, capítulo 2), Hilferding considera que “en una moneda papel pura con circulación forzosa, el valor del dinero de papel está determinado, con velocidad invariable de circulación, por la suma de los precios de las mercancías que deben entrar en la circulación. El dinero papel se independiza aquí completamente del valor del oro y refleja directamente el valor de las mercancías según la ley [que dice] que su suma total representa el mismo valor que la relación: suma de precios de las mercancías / cantidad en circulación de unidades monetarias” (p. 30; énfasis añadido). De manera que el dinero ya no entra en la circulación con valor, como sucede en la teoría de Marx, sino simplemente refleja el valor de las mercancías, de la misma manera que la luna refleja la luz solar (p. 31). Por lo tanto, la verdadera medida del valor ya no es el dinero, ya que su valor está determinado por “el valor de circulación socialmente necesario”. Por lo tanto, “en un régimen de moneda sin libre acuñación es válida la teoría cuantitativa” (p. 47).

En cuanto a Kautsky, su crítica a Hilferding parte de la teoría de Marx que hemos esbozado: las mercancías llegan al mercado provistas de un precio y, por lo tanto, han medido su valor en oro antes de entrar en la circulación. Kautsky aquí tiene un punto muy fuerte: si el valor del dinero está determinado por la suma de los precios de las mercancías, entonces “¿cómo será determinada la suma de los precios de las mercancías? Aparentemente por el valor del dinero”. Con lo que demuestra que Hilferding está cayendo en un círculo vicioso, ya que es imposible decir que una mercancía vale 10 marcos antes de saber qué valor representan esos 10 marcos (véase p. 45).

Sin embargo, y a pesar de este argumento, en el escenario de la emisión de papel dinero estatal sin convertibilidad, Kautsky parece retroceder a la posición de Hilferding. Escribe: “Marx no puso en debate que el valor del papel moneda en circulación está determinado por la suma de los precios de las mercancías” (p. 42). Y luego: “Las notas de papel no tienen en sí mismas valor; éstas adquieren su valor a través del monopolio que el Estado les reconoce para la circulación de las mercancías. El valor de cada nota está determinado por el valor de las mercancías que tienen que circular” (p. 43).

Estas afirmaciones son desconcertantes. ¿No era ésta la posición de Hilferding? La única diferencia es que, según Kautsky, las mercancías previamente dieron un rodeo por el oro, con el que fijaron su valor. Pero… ¿cómo es esto, si en los hechos las mercancías no se comparan con el oro, sino con una masa de papeles que, según el mismo Kautsky, cambian de valor en relación a su proporción con los precios de las mercancías? Kautsky es conciente de que no puede haber validación de los trabajos privados si la mercancía no se enfrenta con un equivalente, y en este sentido, su crítica apunta en la dirección correcta. Sin embargo, ante la aparición del papel moneda inconvertible, parece perder el rumbo y cae en el razonamiento tautológico que critica a Hilferding. Establece una relación directa ente el valor de las mercancías y el valor del oro, pero sin explicar la mediación del dinero papel. Este último queda entonces desvinculado del oro y pasa a reflejar directamente el valor de las mercancías. De hecho, estamos ante la teoría cuantitativa: una masa de mercancías que se compara con una masa de dinero, y si crece esta última, permaneciendo igual la primera, suben los precios. En este contexto, además, es imposible distinguir los tipos de dinero en circulación, que distinguía muy bien Hilferding en El capital financiero; distinción que es vital en la crítica marxista de la teoría cuantitativa.


La actualidad de la discusión

La cuestión planteada por Hilferding está lejos de ser una discusión del pasado. Marxistas y autores influenciados por Marx han sostenido que a partir de la introducción del dinero papel inconvertible, la tesis de Marx sobre que el dinero tiene que tener una referencia última en una mercancía dinero, deja de tener vigencia. En la sociedad moderna, se afirma, el billete dinero no es legalmente convertible al oro; por lo tanto, es una creación “ex nihilo” del Estado y su valor ha cortado así todo vínculo con el metal; el dinero se ha desmaterializado y el oro, considerado como activo monetario, es sólo una “bárbara reliquia”, para utilizar la conocida expresión de Keynes. Esta posición la encontramos en Aglietta (1979) y Lipietz (1979), ambos de la escuela de la regulación. Por ejemplo, Lipietz:  “Si ahora en un país, el Banco Central declara que la moneda simbólica que emite (bajo la forma de billetes impresos o de cuentas abiertas a la banca privada), dando garantías de que es tan buena como el oro [étant garantie bonne comme l’or], no es cambiable por la banca central contra éste, es el curso forzoso de la moneda de la banca central. Cuando hay curso forzoso, la emisión de moneda banca central crea tanta realidad, al menos sobre el mercado interno, como la extracción de oro de una mina” (Lipietz, 1979: 109).


Pero si sólo dijera esto, estaríamos ante una simple repetición de la tradicional explicación neoclásica o keynesiana sobre la naturaleza del dinero, por “confianza”. Por eso, los regulacionistas (en su época más “marxista”) relacionaron esa creación ex nihilo con las relaciones sociales de producción y de cambio, más precisamente con el valor y el trabajo humano que lo genera. Plantearon que el valor del dinero es el reflejo directo del trabajo abstracto global. La idea es que cuando todas las mercancías han realizado sus valores en la venta, “el trabajo abstracto se ha convertido en dinero” (Aglietta, 1979: 27). Por lo tanto, el volumen en dinero definido de esta manera es la renta global de la sociedad, y el valor del dinero se determina dividiendo la renta global por el tiempo de trabajo empleado. De esta manera, el dinero queda definido como la unidad monetaria de la hora de trabajo (ídem). El mismo planteo encontramos en los marxistas del llamado nuevo enfoque; por ejemplo, en Foley (1983). La división entre valor monetario añadido y tiempo de trabajo total daría la expresión monetaria del tiempo de trabajo. Y en un escrito reciente, Moseley también deduce el valor del dinero emitido por el gobierno directamente de la relación MV/L, donde M es la cantidad de dinero, V su velocidad de circulación y L el total del trabajo. Aquí el valor del dinero no depende en absoluto del tiempo de trabajo contenido en el oro. Su valor surge “por reflejo”. Si se duplica M, manteniéndose constante V, la expresión monetaria del valor se duplica.


Realización del valor y regulación del mercado

Con algunas variantes, estamos ante el planteo de Hilferding: el dinero adquiere su valor como reflejo del valor de las mercancías. Así, en Aglietta, el valor del dinero deriva directamente del trabajo global, y los billetes son así “átomos ideales de valor”. Lo cual supone que el trabajo humano debe estar validado antes de que la mercancía llegue al mercado, a los efectos de que el dinero tome el valor de la mercancía. Por eso aquí se opera una inversión teórica clave con respecto a las tesis de Marx. En Marx, al ser el dinero (el polo equivalente) la encarnación material del valor en que se validan los trabajos privados, es la mercancía (la forma relativa) la que debe encontrar validado el trabajo privado que contiene a través de la venta contra el equivalente. Esto significa que los trabajos privados son “sancionados” como trabajos socialmente necesarios en la venta de la mercancía, no antes. Precisamente por eso, Marx identifica la venta con “el salto mortal de la mercancía”, digamos, el momento de la verdad. Y por eso el dinero, encarnación del valor, no necesita validarse como trabajo social, porque lo encarna directamente antes de que se produzca la venta. Por eso también, sea dinero mercancía o signo de valor, en la concepción de Marx, el equivalente corporiza valor.


Pero si decimos ahora que el valor del equivalente deriva del trabajo social general, hay que razonar exactamente al revés de lo que lo hace Marx; esto es, hay que suponer que el trabajo invertido en la producción de las mercancías está validado antes de que la mercancía llegue al mercado. Kautsky apunta su crítica a Hilferding en esta dirección cuando este último reemplaza la fórmula mercancía – dinero – mercancía por la fórmula 5 millones de marcos en mercancías – 5 millones de marcos en dinero – 5 millones de marcos en mercancías (Kautsky: 42). En ese punto, Hilferding parece olvidar que los 5 millones de marcos son precios, no valores; y, en realidad, son precios que deben realizarse en la venta. Y se validan precisamente a través de la metamorfosis mercancía – dinero, donde éste último es la encarnación del valor. Pero si se considera a los 5 millones de marcos en mercancías como expresión de valores realizados, la venta deja de ser el momento de la validación del valor.

Aunque formulado de manera más moderna y sofisticada, Aglietta sostiene el mismo enfoque de forma incluso más explícita: “Cada comerciante dispone de un valor materializado en el producto del trabajo, y ha de encontrar en la circulación general de mercancías, por medio de la operación del intercambio, una mercancía (o varias) que le produzca utilidad” (Aglietta, 1979: 26). Pero si el comerciante dispone de un “valor materializado” con anterioridad al intercambio, este último se transforma en un acto meramente formal. Véase el siguiente pasaje: “La ley del valor, o ley general de las equivalencias, es la representación formal del proceso de homogeinización de los objetos económicos; se manifiesta en la circulación general de las mercancías, que es el espacio social homogéneo del trabajo abstracto” (ibídem: 24; énfasis añadido). Se trata de un acto inesencial en lo que respecta a la homogeinización de los trabajos, ya que no es el intercambio el que homogeneiza los trabajos humanos, sino el trabajo abstracto el que transforma los productos del trabajo en un espacio homogeneizado.

La idea de la validación ex ante de los trabajos privados también es registrada por Saad-Filho en un trabajo sobre el nuevo enfoque: “Otra limitación de este concepto es que el valor del dinero es meramente un reflejo ex post de la relación entre el trabajo ejecutado y el valor monetario agregado en el período… En este respecto, tiene un alcance diferente que el concepto marxiano del valor de la mercancía dinero, que es determinado en forma previa a la circulación y a la venta de las mercancías producidas” (1996: 127). Pero si esto es así, se disuelve la anarquía de la sociedad productora de mercancías. Hilferding lo expresa: “la eliminación del régimen de la producción anárquica proviene de la posibilidad de sustituir el oro por signos de valor” (1963: 29). Las especulaciones de los regulacionistas sobre la posibilidad de “pseudo validación” de los valores por parte del Estado emitiendo dinero tienen la misma raíz. Por ejemplo, Lipietz (1983) sostiene que en el capitalismo contemporáneo existe un proceso de reproducción regular en el cual los trabajos privados son validados “casi con seguridad” en forma previa a la venta; “ahora hay casi certeza de conservar los valores en proceso o aumentarlos” (p. 141).


Billete y oro, relación simbólica compleja

Por encima de estos desarrollos teóricos, el problema central, entonces, sigue siendo determinar la raíz última del valor del dinero, sin caer en las tesis neoclásicas del “valor del dinero por mera confianza”. Después de todo, cuando se dice que el billete inconvertible es un pasivo del Banco Central, habría que agregar que es un pasivo muy particular, ya que el Banco Central no debe nada por su emisión. En este respecto, es significativo que Foley (2005) parece tomar distancia de la determinación directa del valor del dinero a partir del trabajo social. Admite que la división entre valor añadido y tiempo de trabajo total no provee una explicación teórica de cómo se determina el valor del dinero; simplemente da una estimación empírica. Con lo cual queda pendiente cuál es el reservorio último del valor; en particular, del dólar americano. Admite que no es cierto que un billete de Banco Central sea un papel sin valor inconvertible en algo de valor. Y por eso adelanta la hipótesis de que, en contrapartida de ese pasivo, el Banco Central posee activos constituidos por propiedad inmobiliaria o capital ficticio. Sin embargo, las propiedades inmobiliarias, de hecho, nunca pudieron convertirse en activos de respaldo monetario (el fracaso de la experiencia de los asignados franceses lo demuestra); y los títulos estatales de capital ficticio no pueden ser verdaderos garantes últimos del valor (el activo del Banco Central de Argentina hoy está lleno de estos títulos, en los que nadie confía).

En contraste con la tesis de la desmaterialización del dinero, algunos marxistas sostenemos que el billete de curso forzoso sigue teniendo una relación, si bien indirecta y compleja, con el oro. En este punto, los datos históricos y de la realidad bancaria contemporánea deberían llamar a la reflexión. Desde el punto de vista histórico, porque jamás existió la división tajante que pretenden los teóricos de la desmaterialización del dinero entre dinero convertible e inconvertible. Incluso mucho antes del siglo XIX, circulaban monedas metálicas que “pasaban” por valores superiores a su valor como objeto-mercancía, en tanto el público confiaba en la capacidad de reembolso de la entidad emisora (véase Vilar, 1982: 26). Marx registra el hecho diciendo que ya en la circulación metálica se produce una escisión creciente entre signo y contenido. Por eso sostiene que en la circulación se produce una escisión entre la existencia real y la existencia funcional del dinero. Esto es, el dinero adquiere una “idealización del medio de circulación”, que avanza hasta que la moneda “resulta idealizada por la práctica, transformada en una mera existencia aparente de su cuerpo de oro y plata” (1980: 96).

Por eso también la moneda adquiere un carácter político (Marx, 1999, t. 1: 95), que se acentúa con el billete. El signo se separa de aquello que significa, el oro. Ahora es un “mero signo de valor”. El papel de curso forzoso es signo de oro o de dinero. Este proceso explica entonces por qué, a pesar de que el papel es signo de oro, no todo el papel moneda puede ser cambiado por el metal. Precisamente, la existencia ideal del dinero en el proceso de circulación, el que sea un símbolo y que en ese carácter incida la instancia legal y política, hace que la masa de signos no coincida con la masa de oro que lo respalda. En consecuencia, el Estado emisor podía “violar mecánicamente desde afuera” (Marx) las leyes de la circulación simple de las mercancías. Se trata, entonces, de una relación simbólica y compleja. Pero esto no corta el vínculo con el dinero mercancía, ya que el mismo persiste en el hecho de que en el mercado del oro se establece esa relación. Por eso hoy, cuando se habla de la “cotización del oro”, no se la debe considerar con el mismo status que tiene la cotización de cualquier otro metal en los mercados internacionales, sino como la expresión mistificada del contenido oro del billete. Como ya lo había señalado Mandel, el precio del oro es una expresión del valor del dólar: “el precio del oro es… el recíproco del papel moneda. En el régimen actual de intercambio de oro, el precio del oro representa el valor del dólar fijado por la Reserva Federal de Estados Unidos con relación al oro” (Mandel, 1976: 179, nota). Así, por ejemplo, si desde principios de octubre de 2002 a marzo de 2005, el oro subió su precio de 320 a 425 dólares, según este criterio, el dólar pasó de valer 0,003125 a 0,0023529 onzas de oro.

Esto no significa que el valor del billete se modifique al cambiar los costos de extracción del oro. En este punto, los partidarios de la tesis de la desmaterialización del dinero tienen razón cuando argumentan que los precios de las mercancías no cambian al modificarse los costos de producción del oro. Sostener esto último sería negar el proceso de idealización que se ha operado con respecto al dinero mercancía, y el hecho de que el equivalente ha adquirido una “existencia funcional”, que se profundiza en la circulación de mercancías y adquiere su plenitud en el billete donde el signo se separa de aquello que significa. Recuérdese, además, que las instancias legales y políticas sobredeterminan este desarrollo. De ahí la autonomización del signo con respecto al oro,  y las largas divergencias que pueden producirse entre el precio del oro en los mercados (= valor del billete) y sus costos de producción. Esta posibilidad de divergencia todavía se potencia porque el oro, en cuanto reserva de valor, permanece atesorado en su mayor parte. Esto explica, además, las fluctuaciones de su precio, ligadas a desatesoramientos o atesoramientos, cualitativamente distintas de lo que sucede con cualquier otra mercancía. Por eso, y como señala Loranger, “el precio de una onza de oro no expresa su costo de producción, sino que corresponde a la definición de la unidad monetaria internacional; esto es, que un dólar americano es una cierta fracción de una onza de oro. Que esta definición se acerque o aleje de su costo de producción es otra cuestión” (Loranger, 1982: 130-131).

Esto significa que el oro, una “sustancia de valor”, se escinde del signo que lo simboliza al establecerse un precio de los stocks de oro acumulados. Por lo tanto, el precio al que se realiza la conversión dólar-oro no tiene relación directa ni expresa el precio de producción. Por el contrario, el precio se establece siguiendo una lógica monetaria. Esto lo evidencia el hecho que en la refinación, comercialización y establecimiento del precio del oro intervienen los bullion bank; y es en base a ese precio que la industria del oro amplía o contrae la producción. Por eso debe insistirse en que la demanda y oferta actual del oro es un fenómeno monetario, vinculado con su función de medio de atesoramiento y respaldo de la base monetaria


La realidad del oro como activo monetario

Si bien el metal no cumple actualmente un rol como medio de pago, sí lo hace como medio de atesoramiento y encarnación de valor (reserva última de valor) en el sistema monetario internacional. Es una realidad que el oro no es demandado como un simple metal, sino en cuanto equivalente general, por su existencia económica como dinero mercancía. Más precisamente, su valor de uso es conservar valor, encarnación del tiempo de trabajo directamente social. Los propios directores de los bancos centrales reconocen que es necesario tener reservas de oro, porque, después de todo, “es el único activo que no es pasivo de ningún gobierno”.

Según el Consejo Mundial del Oro (World Gold Council), las reservas oficiales de oro (incluyen al Fondo Monetario Internacional y al Banco de Pagos Internacionales (Bank of International Settlements -BIS)- en 2010 alcanzaban las 27.069 toneladas; en 2009 eran 26.356 toneladas. El país con mayor stock de oro acumulado como reserva era Estados Unidos, con 8.133,5 toneladas. Representaban el 68,7% de sus reservas totales. Dado que el precio del oro en ese momento era 1.230 dólares la onza, ese stock debía valuarse en unos 321.640 millones de dólares. Equivalía a la tercera parte de los billetes en circulación (en julio de 2010 era de 903.000 millones de dólares); y al 16% de la base monetaria (en términos redondos, dos billones de dólares en agosto de 2010; datos de la Reserva Federal). Alemania, por su parte, tenía, a fines de 2009, 3.407 toneladas, que equivalían al 54,6% de sus reservas. Las tenencias de oro también representaban porcentajes considerables de las reservas de muchos otros países europeos. El 83,8% en Portugal; 63,4% en Italia; 64,2% en Francia; 51,7% en los Países Bajos; 42,5% en España. El Banco Central Europeo tenía ese año el 19,5% de sus reservas en oro. El FMI poseía poco más de 3.000 toneladas. Es imposible explicar esta persistencia del oro como activo de los bancos centrales con la tesis de la desmaterialización del dinero. La cantidad de oro que conserva hoy la Reserva Federal es, en términos relativos, por lo menos igual a la que conservaba el Banco de Inglaterra en el siglo XIX. Además, a medida que se desarrolló la crisis capitalista, el oro fue tomado como refugio último de valor (véase el siguiente punto). Y cada vez más se reconoce en los mercados financieros que es un activo monetario.


Sistema jerárquico y oro

A partir de lo anterior se puede comprender al sistema monetario moderno como un sistema jerárquico, cuestión que han subrayado los regulacionistas, en particular Aglietta. Pero en la concepción que presentamos, la referencia última del valor no está dada por el billete de curso forzoso y nacional, sino por la restricción que impone su relación con el dinero mundial y, en última instancia, con el oro. A su vez, el dinero bancario y los créditos monetizados remiten siempre a algún signo de valor “tangible” al que sean convertibles bajo demanda. Toda la superestructura de dinero bancario en circulación se asienta sobre la confianza de esa posibilidad. El billete, en su coseidad de billete y signo, expresa valor, tiempo de trabajo socialmente necesario y es insustituible en tanto referencia del sistema monetario que se eleva por encima de él.

Por ejemplo, cuando alguien acepta que se le pague (payment) con un cheque girado contra una cuenta bancaria, está aceptando la deuda del banco a cambio de lo que está vendiendo. Cuando ese cheque se deposita en una cuenta, para el sistema bancario la operación representa un cambio en los asientos contables (entre cuentas del mismo banco o entre bancos distintos). El cheque es acreditado y sólo entonces se produce el settlement último. Esto opera normalmente en tanto y en cuanto existe una referencia central de valor con el cual la moneda bancaria (esto es, el depósito que circula bajo la forma de cheque) mantiene una convertibilidad a la par. Esa referencia última de valor es la moneda de la banca central. Por eso, si bien los pasivos de los bancos representan la mayor cantidad del stock monetario, la confianza en la moneda reside en la capacidad de los bancos comerciales de convertir sus pasivos en dinero de otro banco comercial y/o en dinero del Banco Central cuando se lo demanden los clientes. Hay confianza del público debido a la convertibilidad a la par, esto es, “que un dólar es un dólar, cualquiera sea la forma que tome, sea en billete o en una cuenta” (BIS, 2003). El sistema de pagos se sustenta en la confianza en que finalmente los mismos se “saldan” en moneda de banca central.

Cuando los bancos emiten dinero descontando letras y documentos, la cuestión es del mismo tipo. Al descontar el documento, el banco emite dinero bancario -aumenta su pasivo al permitir al prestatario girar sobre su cuenta por el monto descontado- a la par que suma el valor del título en su activo. Existe aquí confianza en que el documento será pagado a su vencimiento y en que los cheques que el prestatario gira contra su cuenta son convertibles a la par en dinero del Banco Central. Esto implica que el banco tiene los fondos suficientes en su cuenta en el Banco Central, de manera que podrá satisfacer el pago a otros bancos. En última instancia, en el Banco Central se realiza un intercambio de pasivos entre bancos, y estos depósitos en la banca central son aceptados como dinero por todos los participantes en el sistema. Pero esto sucede en la medida en que se mantenga la confianza en la posibilidad de transformar a la par estos pasivos en billetes: “La conversión entre dinero bancario y dinero del Banco Central tiene lugar de una manera tangible cuando el depositante de un banco comercial retira billetes de su cuenta. La conversión entre las diferentes monedas de los bancos comerciales tiene lugar a través de los sistemas de pagos cuando el cliente de un banco realiza un pago al cliente de otro banco, usando el dinero del Banco Central como puente” (BIS, 2003: 8).

Es un hecho, sin embargo, que con el crecimiento del dinero crediticio se desarrolla la ilusión de que el dinero es mero signo, y que todo crédito monetizado es dinero en el sentido pleno. Por eso, cuando las cosas funcionan sobre rieles, aparecen invariablemente las especulaciones sobre el “dinero virtual”, el “dinero plástico”, etcétera. Esta ilusión tiene su razón de ser en que la circulación del dinero crediticio adquiere independencia de la base dineraria. Letras de cambio, cheques, acciones, títulos del Estado, tarjetas de crédito o de débito parecen ser tan buen dinero como el dinero del Banco Central. Se piensa, entonces, como hacen algunos neoclásicos, que es posible reemplazar completamente al billete físico por una mera unidad de cuenta ficticia, por sofisticados sistemas contables de intercambio. Pero esta idea sólo es posible al costo de confundir los signos de valor con el dinero crediticio. En tanto, el papel estatal de curso forzoso deriva de la función del dinero como medio de circulación, el dinero crediticio estará sujeto a una exigencia permanente de validación última del pago.  La instancia de “saldar” los pagos en dinero del Banco Central sigue siendo crucial para el sistema.

Y cuando se desata la crisis -o sea, cuando los trabajos privados no se validan-, todo el sistema de pagos y de crédito, que aparentemente se había independizado de su base monetaria, manifiesta violenta y bruscamente su dependencia de la base monetaria. La crisis sigue entonces una secuencia jerárquica. Primero son cuestionadas las letras de cambio, los títulos sobre capitales fijos o en circulación, o del Estado (obsérvese que por esto no pueden ser reserva última y tangible de “valor”), que tratan de convertirse simultáneamente en líquido. Si esto conduce a una caída de los precios de los títulos, los activos de los bancos se desvalorizan y empieza a ponerse en duda tanto la liquidez como la solvencia del sistema bancario. En un punto extremo se desata la corrida y los depósitos quieren ser cobrados en billetes, como ocurrió en la crisis argentina de 2001. Alternativamente, puede producirse la “implosión” (venta masiva de los accionistas) debido al deterioro del activo del banco y la liquidación del capital propio para cubrir las pérdidas; es el escenario de Lehmans en 2008.

En cualquier caso, durante la crisis, por todos lados sólo se reclama liquidez, dinero como activo tangible, reserva última de valor. Por eso, en esa situación se cae el pretendido “multiplicador monetario” y la actividad sigue en espiral descendente, a pesar de las inyecciones de dinero de la banca central al sistema (cuando la Reserva Federal -FED- en 2008 inyectaba dinero para apagar el incendio, el mismo refluía a la FED bajo la forma de las reservas de los bancos, reacios a prestar; y la masa monetaria entonces no crecía, a pesar del aumento de la base).

 

Se pone aquí en evidencia la contradicción insuperable entre el dinero como medio de cambio (reemplazable por meros “signos” evanescentes, por promesas) y la necesaria realidad del dinero como medio de pago y forma de atesoramiento (que necesita anclaje real en el valor y en activos que lo encarnen): “La función del dinero como medio de pago trae consigo una contradicción no mediada. En la medida en que se compensan los pagos, el dinero funciona sólo idealmente como dinero de cuenta o medida de valores. En la medida en que los pagos se efectúan realmente, el dinero ya no entra en escena como medio de circulación. sino como la encarnación individual del trabajo social, como la existencia autónoma del valor de cambio, como mercancía absoluta. Dicha contradicción estalla en esa fase de las crisis de producción y comerciales que se denomina crisis dineraria” (Marx, 1999, t. 1: 168). Por eso, durante las crisis se revela también, y con toda crudeza, que el sistema de crédito no puede cortar amarras con ese “dinero externo” emitido por el Banco Central. Marx pone especial énfasis en este proceso, señalando que en la crisis se demandan en términos absolutos medios de pagos; es una “demanda de convertibilidad en dinero” (Marx, 1999, t. 3: 664). Por eso, describe este proceso como “transmutación repentina del sistema crediticio en sistema dinerario” (1999, t. 1: 169, nota). De ahí también la importancia de la moneda última en que se saldan los pagos. “La moneda en que se saldan los pagos no debe acarrear ningún riesgo de crédito ni de liquidez” (BIS, 2003: 2). Pero esa dialéctica contradictoria -dinero como medio de cambio, reemplazado por sustitutos crediticios y dinero como medio último de pago y reserva de valor- es imposible de comprender si se pierde de vista la estructura jerárquica del sistema monetario (esto es, sin entender la vinculación orgánica entre las funciones del dinero). Es imposible de captar si se sostiene, lisa y llanamente, que el dinero toma su valor de los valores realizados de las mercancías. Un “valor reflejo” nunca puede ser instancia última de validación, “encarnación individual del trabajo social”. Por eso no veo manera de dar cuenta acerca de la explosividad de las crisis bancarias y monetarias capitalistas (agreguemos, cambiarias) con la tesis de la desmaterialización del dinero y su creación “de la nada”.

 

Por último, pero no menos importante, durante la corrida hacia la liquidez no se detiene necesariamente en el dinero del Banco Central. Así, en los países subdesarrollados es común que la crisis no sólo lleve al intento de convertir los títulos en dinero del Banco Central, sino a su vez a éste en dinero mundial (dólar, euro). Finalmente, y en la medida en que estas monedas fuertes -o los títulos nominados en estas monedas- entren en danza, la corrida no se detendrá en esos billetes -como piensa la tesis de la desmaterialización del dinero- porque el último recurso será, una vez más, el intento de reducir esos pasivos al equivalente general, dinero mercancía. De ahí, el aumento de la demanda de oro en los mercados internacionales cuando aumenta la desconfianza en el billete encarnación de valor mundial. Sucedió con la crisis de 2008, y la posibilidad siempre está latente en el sistema monetario. De nuevo, parece imposible entender esta dialéctica de las crisis monetarias y cambiarias desde la noción del dinero como simple “creación de la nada” o tratando de derivar su valor directamente de los valores “realizados”, por fuera de las constricciones que imponen las contradicciones -explosivas y acumulativas- vinculadas con la producción de mercancías y a la acumulación.


Octubre de 2014





Rolando Astarita es economista y docente en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Quilmes. Ha publicado varios libros, entre ellos Valor, mercado mundial y globalización; Keynes, poskeynesianos y keynesianos neoclásicos; Monopolio, imperialismo e intercambio desigual y Economía política de la dependencia y el subdesarrollo. Tipo de cambio y renta agraria en la Argentina.


Textos citados



Aglietta, M. (1979): Regulación y crisis del capitalismo, Madrid, Siglo XXI.BIS (2003): “The role of central bank in money payment systems”, Comittee on Payment and Settlement Systems, August. Blanchard, O. y D. Pérez Enrri (2000): Macroeconomía. Teoría y política económica con aplicaciones a América Latina, Prentice Hall.

Foley, D. (2005): “Marx’s Theory of Money in Historical Perspective”, pp. 36-49, Marx’s Theory of Money. Modern Appraisals, F Moseley (ed.), New York, Palgrave Macmillan.

Foley, D. 1982: “The Value of Money, the Value of Labor Power and the Marxian Transformation Problem, Review of Radical Political Economics, vol. 14, 37-47.

Hilferding, R. (1963): El capital financiero, Madrid, Tecnos. Hilferding, R. (2014): “Dinero y mercancías”, En defensa del marxismo, N° 42, setiembre, pp. 63-74.

Kautsky, K. (2014): “Oro, papel moneda y mercancía”, En defensa del marxismo, N° 42, setiembre, pp. 35-61 (con presentación de Daniel Gaido, pp. 31-35).

Lipietz, A. (1979): Crise, inflation, pourquoi? París, Maspero.

Lipietz, A. (1983): Le monde enchanté, Paris, La Découverte/Maspero.

Loranger, J. C. (1982): “Le rapport entre la pseudo-monnaie et la monnaie: de la possibilité à la réalité des crises”, Critiques de I’Economie Politique N° 18.

Mandel, E. (1976): El dólar y la crisis del imperialismo, México, Era. Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.

Marx, K. (1989): Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), 1857-1858, México, Siglo XXI.

Marx, K. (1980): Contribución a la crítica de la economía política, México, Siglo XXI.

Moseley, F. (2011): “The Determination of the ‘Monetary Expression of Labor Time’ (MELT) in the Case of Non-Commodity Money, Review of Radical Political Economics, vol. 43, pp. 95-105.

Saad-Filho (1996): “The value of money, the value of labour power and the net product: an appraisal of the ‘New Approach’ to the transformation problem” en A. Freeman y G. Carchedi (eds.), Marx and non-equilibrium economics, Cheltenham, Gran Bretaña y Vermont, Estados Unidos.

Vilar, P (1982): Oro y moneda en la historia (1450-1920), Barcelona, Ariel.

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