Resumen
Al insistir en el estatus del dinero como una criatura, tanto del mercado como del Estado, este artículo desafía la noción dualística del imperialismo capitalista que implica dos lógicas fundamentalmente distintas, una capitalista, la otra territorial. En oposición a la posición dual-lógica, el artículo sostiene la peculiaridad del dinero capitalista en términos de una lógica socio-económica compleja, pero unitaria. El dinamismo social de esta lógica involucra la extensión espacio-territorial del dominio de las relaciones de valor modernas, encarnada en el dinero totalmente capitalista. Partiendo del desarrollo de la acuñación en la antigua Grecia, el artículo procede a identificar la década de 1690 en Gran Bretaña como el momento decisivo en la emergencia de una nueva y distintiva forma de dinero capitalista (internacional), basada institucionalmente en el Banco de Inglaterra (Bank of England), en el cual la deuda estatal estaba completamente integrada con los mercados financieros privados. Se demuestra que el papel decisivo del Banco de Inglaterra en este nuevo sistema monetario ha dependido de su capacidad para financiar las guerras intercoloniales británicas. Colonialismo, guerra, esclavitud y despojo subrayan la omnipresencia de “sangre y lodo” (Marx) en el desarrollo y la reproducción del poder impersonal capitalista expresado en el dinero internacional. Desvirtuar el poder impersonal característico del dinero burgués en estos términos, implica desvirtuar el despojo económico de los trabajadores pobres que forma la base de su “posesión” por el capital.
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En el prefacio a su Filosofía del Derecho, Hegel célebremente declara: “El búho de Minerva sólo levanta su vuelo al anochecer”1. La Filosofía -proclama Hegel- siempre llega post festum: la teoría siempre llega tarde a la fiesta, anunciándose sólo cuando la celebración se ha acabado2. Mientras Hegel utiliza la designación romana, búho de Minerva, su referente obvio es griego, el búho de Atenea, compañero y alter ego de la diosa griega de la sabiduría. El objetivo de Hegel aquí es situar la filosofía en el movimiento profano de la historia y engarzar sus reflexiones en la temporalidad general de la vida humana. Mi tópico se presenta aquí como considerablemente menos virtuoso: dinero antes que filosofía. En otro contexto, yo podría insistir que deberían ser pensados conjuntamente; en realidad, la emergencia de la filosofía no se puede pensar adecuadamente fuera de la historia del dinero3. Pero éste es un caso del que no puedo ocuparme aquí. Continuando con mi más bien diferente objeto de estudio, las siguientes reflexiones; sin embargo, operan dentro del protocolo de Hegel al sugerir que los desarrollos recientes en la conceptualización del dinero sólo se pueden entender como respuestas al anochecer del patrón dólar-oro. Considerado en este crepúsculo, el resurgimiento en décadas recientes de teorías sobre el dinero –una basada en el Estado (cartalista) y otra basada en la deuda (crediticia)- puede ser leído como índice de los problemas prácticos y teóricos propuestos, en 1971, por el fin de la convertibilidad formal entre el dólar y el oro. Mientras que el cartalismo asevera que el dinero comienza con el Estado y consiste en lo que el Estado designa que sea, el creditismo sostiene que el dinero comienza con la deuda y que su esencia consiste en ser una promesa de pago, una IOU (del inglés I owe you [yo te debo], una promesa informal de pago).
Desde los trascendentales eventos políticos-económicos de 1971, estos enfoques centrados en el Estado y basados en el crédito, algunas veces combinados eclécticamente, han disfrutado renovadas prórrogas de su vida útil. De cada uno puede decirse que atrapa alguna de las formas aparentes del dinero en el capitalismo tardío, un momento en el cual las monedas parecen no ser nada más que promesas de pago generadas por el Estado. Sin embargo, estos enfoques son completamente parciales y unidimensionales. Incapaces de comprender las profundas conexiones entre los aspectos aparentemente contradictorios del dinero en el capitalismo tardío, materializan uno de sus momentos, como si esto abriese la puerta a una descripción del dinero y sus funciones sin grietas ni contradicciones. En contraste, un enfoque crítico-dialéctico escoge la necesidad social de las formas y funciones antagónicas del dinero en un mundo alienado. Y en ningún lugar las deficiencias de las teorizaciones unilaterales se manifiestan más conspicuamente que con respecto al problema del dinero internacional, el cual, sostiene Marx es la más alta prueba para cualquier teoría del dinero.
Mencionar el dinero internacional es introducir mi segunda razón para comenzar con el dictum de Hegel. Porque el búho de Atenea no era simplemente un símbolo cívico-mitológico de la sabiduría, era también el nombre de la moneda más duradera de la antigua Grecia y, razonablemente, el primer dinero mundial. No solamente el búho ateniense duró por medio milenio (desde el año 510 a.C. hasta el primer siglo d.C.), sino que se convirtió en la moneda dominante de las redes de comercio del Mediterráneo oriental, tanto que fue imitado por las casas de moneda desde Egipto hasta Babilonia4.
Y aquí debemos detenernos dos veces. Primero, necesitamos recordar que el dinero no comienza con la acuñación. A través de las sociedades humanas, muchos bienes han operado como medidas o medios de intercambio, o como reservas de valor sin llevar ninguna marca de autoridad política. Lo que distingue la acuñación es la duplicidad, su significado dual que representa, a la vez, una suma de valor y la autoridad del Estado. Observemos, en segundo lugar, un ejemplo de esta moneda clásica. El lado de las “cabezas” lleva una impresión de la diosa Atenea, mientras que el reverso lleva una imagen de su búho, cercana a un ramito de olivo (quizá designando a una de las principales exportaciones de Atenas, el aceite de oliva) y tres letras griegas, alfa, theta y épsilon, con la theta semejando una “O” con un punto en el medio. La inscripción se traduce como “de los atenienses” o incluso “los hijos de Atenea”. Esta notación nos conduce a la cuestión del Estado. Después de todo, ser de los atenienses significa pertenecer a una específica ciudad-Estado, una polis. No solamente la moneda es, a la vez, económica y política, sino que simultáneamente es material y simbólica, encarna un valor metálico y éste significa un lazo político, la asociación cívica de un pueblo específico en una comunidad política basada territorialmente y constituida a través de una identidad con la diosa de la sabiduría. Como una forma monetaria específicamente política, ligada al Estado y su autoridad territorial, las monedas expresan una relación entre el pueblo, el gobierno y un espacio monetario. Aún así, la conexión entre Estados y espacios monetarios es considerablemente más compleja cuando se refiere a Estados imperiales, como era el caso del búho ateniense, que se convirtió en una moneda internacional en virtud tanto de su pureza metálica como de la extensión imperial del poder ateniense. Más abajo deberé retornar a estas cuestiones de dinero, imperio y guerra en un contexto socio-histórico muy diferente -el de la emergencia del dinero capitalista en Inglaterra durante la década de 1690. Y allí explicaré que las dimensiones políticas y económicas del dinero sufrieron una fusión transformadora en esta era, tanto es así que es una debilidad teórica identificar dos distintas “formas de gobierno” o “lógicas de poder” -una territorial, la otra capitalista- trabajando en el mundo en el que vivimos5.
En forma interesante, la presencia de la diosa Atenea en esta moneda ya insinúa la guerra y conquista de territorio. Entre otras cosas, Atenea era una doncella guerrera que lideraba batallas y simbolizaba los aspectos estratégicos de la guerra. Entonces, en las monedas-búho nos encontramos con uno de los muchos lazos entre dinero y sangre, sobre el cual deberemos retornar. Sin embargo, antes de continuar, observemos también otro rasgo decisivamente importante de la moneda-búho: su contenido de plata.
Dentro de cualquier sistema monetario, se forma una jerarquía invariable a través de los dineros y la acuñación que contiene. Y desde las economías antiguas a las modernas, la pureza metálica y la uniformidad de las monedas han figurado decisivamente en dichas jerarquías. En el comercio, a través de jurisdicciones políticas, en un espacio económico donde los Estados y soberanías no podrían imponer el dominio de su acuñación y en el cual sus símbolos cívicos tuvieran poco peso socio-cultural, el valor “intrínseco” y la confiabilidad de las monedas, su materialidad real, eran vitales para su eficacia económica. A través de todo el mundo mediterráneo, la pureza de la plata Laurium, con la cual se hacían las monedas-búho era legendaria y esta pureza ha sido confirmada por estudios modernos, así como la uniformidad de las monedas-búho en términos de peso. Durante siglos, esta sorprendente pureza y la uniformidad de los búhos atenienses fueron reconocidas por aquéllos que pesaban y verificaban monedas a través de las redes comerciales mediterráneas6. Precisamente, estas características le daban a las monedas-búho su validez social en los mercados interestatales.
No había nada especial acerca de los búhos atenienses en este sentido. Por alrededor de dos milenios, todas las monedas del mundo se respaldaban en algún tipo de conexión real con los metales preciosos, una conexión que fue completamente cortada tan sólo en 1971. En ese sentido, también el búho de Ateneas había volado. Pero -como sabía Hegel- su vuelo inscribe un sendero que une el pasado y el futuro, así como el dinero en sí mismo forma un puente a través del tiempo, hilvanando el tejido temporal de la vida económica. Hoy en día vivimos las consecuencias de una gran transformación en la estructura temporal del dinero que lo ha desenganchado del ancla en el trabajo pasado (encarnado en los metales preciosos) y hacia su funcionamiento como un índice del valor futuro capitalizado de la deuda estatal. Todavía -como Hegel hubiera apreciado- las formas del futuro estaban presentes en la revolución financiera que hizo posible el desarrollo de la banca moderna y del Estado burgués en Inglaterra en la década de 1690. Y, entonces, es allí donde focalizaré mi atención. Pero primero resultan apropiadas unas pocas y breves aclaraciones teóricas e históricas.
Guerra, esclavos y equivalencia económica: el dinero como medida de valor
Marx comienza su discusión sobre el dinero en el capítulo 3 del Volumen 1 de El capital, con su función como medida de valor. Al hacerlo, delimita radicalmente su teoría de la economía vigente en ese momento, la cual en forma flagrante ignora cómo es que las cosas pueden convertirse en conmensurables y, en consecuencia, intercambiables. Al convertir la “propensión a trocar, comerciar e intercambiar una cosa por otra”, de Adam Smith, en una característica humana innata, los economistas clásicos y neoclásicos dan por sentada la cuestión de los procesos sociales históricamente específicos necesarios para cualquiera y todas las formas del intercambio económico. Ellos ignoran cómo es que cosas cualitativamente diferentes pueden volverse cuantitativamente equivalentes una a la otra. Pero, la naturaleza no genera espontáneamente regímenes de cambio en los cuales las cosas se convierten en conmensurables la una a la otra. Viendo esto, el trabajo reciente más perceptivo sobre los orígenes del dinero ha reconocido la precedencia lógica e histórica de la relación medida de valor por sobre el problema medios de cambio7.
Después de todo, antes de que las cosas puedan ser intercambiadas deben ser equiparables una con otra. En realidad, esta reflexión es decisiva para entender la gran cantidad de unidades monetarias de cuenta que no eran medios de pago: bueyes en la Grecia homérica, metales en el Egipto faraónico, plata en la Mesopotamia, el llamado “dinero imaginario” en la Europa medieval y de principios de la modernidad8. Todos ellos sirvieron como medios para medir el valor de otros bienes, incluso si no tenían presencia física en el intercambio. Representaban, en otras palabras, los medios sociales de evaluación y las medidas que constituyen la verdadera gramática del intercambio económico. Por lo tanto, corresponde a la teoría genuinamente crítica descifrar la lógica específica de equivalencia -pero no necesariamente de equivalencia generalizada-, por la cual algunas cosas (y algunas personas) se convierten en conmensurables dentro de formaciones sociales particulares9.
Como las economías neoclásicas, las teorías del crédito acerca del dinero también evaden este problema de conmensurabilidad. Aceptemos, por el bien de la discusión, el argumento creditista de que los sistemas de deuda registrada existieron mucho antes que la acuñación10. Incluso concediendo este punto, no implica que el dinero se origine exclusivamente en la deuda y que “el crédito y sólo el crédito es dinero11. Después de todo, las deudas tienen que ser medidas, tienen que ser expresadas en algún valor métrico convenido que rija su pago, como en la deuda del pecado medida en el catolicismo por la penitencia que uno cumple. Las deudas no pueden ser canceladas por deudas de la misma forma que los pecados por pecados, requieren su transformación en un equivalente monetario12. Esto es, en realidad, por lo que la fuerza interviene si uno ofrece repetidamente meras promesas como pago por la deuda -ya sea la fuerza de Tony Soprano o la prisión por deudas. Todos los contratos de deuda especifican esta transformación del crédito en un medio reconocido de pago: granos, oro, tierra, trabajo, monedas, dineros emitidos por el banco central, el cuerpo del deudor, etcétera. En resumen, una economía de deuda requiere una base monetaria, que consiste en una medida de valor y un medio de pago elemental, y solamente puede ser construida sobre uno.
Esto no significa negar que las obligaciones de deuda hayan figurado decisivamente en el desarrollo de las medidas de valor. Considerable evidencia antropológica e histórica sugiere que, antes de que comenzara el intercambio de mercado, las medidas de valor a menudo se originaban como medidas de “endeudamiento de una naturaleza no económica”, derivado de obligaciones sociales que involucran “sucesos como el matrimonio, el asesinato, la mayoría de edad, ser desafiado a brindar un banquete, convertirse en miembro de una sociedad secreta, etcétera”, para citar a Polanyi13. De hecho, el problema de la conmensurabilidad está tan frecuentemente planteado en términos de deudas incurridas vía obligaciones comunales que éste puede considerarse el caso típico en la mayoría de las sociedades humanas. Más aún, la cuestión de la medida de la deuda parece plantearse más agudamente en términos del valor de la vida humana y sus elementos constitutivos, extendiéndose desde partes del cuerpo hasta la dignidad personal y la reputación -exactamente la clase de hechos que se incluyen bajo el fenómeno histórico de Wergeld, como se lo nombraba en las leyes anglosajonas y germánicas. Las leyes Wergeld se implementaron para prevenir la venganza personal y las represalias al establecer valores económicos en forma de multas por injurias a una persona, tales injurias abarcaban desde un insulto y robo hasta el homicidio. Los códigos legales en este área a menudo estaban muy detallados, especificando la compensación por la pérdida de un brazo, una mano o la uña de un dedo14 -nuevamente llamando nuestra atención al lazo entre sangre y dinero. En el caso de la antigua Irlanda cristiana, dichas multas estaban expresadas en dos unidades de cuenta principales: el sét, que llegó a referirse a una res, y el cumal, que significa una esclava15. Y aquí llegamos a una conjunción múltiple, dinero, ganado, esclavo, que es recurrente a lo largo de la historia de los mercados y de la trata de personas, algo que encontraremos nuevamente en los escritos de John Locke.
Eligiendo al cumal como medida de valor, permítaseme indicar que el fenómeno de la conmensurabilidad parece a menudo haber estado cercanamente ligado al precio de los esclavos, particularmente mujeres en cautiverio. Aún más, los esclavos estuvieron a menudo entre las primeras mercancías comerciadas, particularmente cuando se trataba del comercio a largas distancias16. Pero dado que las sociedades humanas han demostrado resistirse a la idea de que una cantidad de mercancías podría ser equivalente a uno de sus miembros, el intercambio humano tenía que ser construido como una suerte de no-persona17.
A lo largo de la mayoría de la historia humana, observamos una casi “renuencia universal a esclavizar a los miembros de la propia comunidad”18. Los esclavos eran, entonces, extranjeros en forma abrumadora, que habían sido capturados en la guerra o secuestrados en invasiones. Aquí estamos tratando, por lo tanto, con pagos por personas que son, en realidad, no-personas, individuos que han sido capturados, apartados de sus comunidades, despojados de memoria, identidad, lazos sociales y personalidad social. Solamente estos individuos socialmente muertos podrían ser reducidos a objetos susceptibles de compra y venta. Como acota Moises Finley: “el esclavo fue siempre un extranjero desarraigado19. Y donde la esclavitud ocurrió -a través de procesos internos dentro de una comunidad, como a través de la deuda e indigencia en el antiguo Egipto o a través de una esclavitud penal para los criminales en la antigua China-, dichos miembros eran efectivamente expulsados de forma tal que se transformaban en extranjeros, gente que no era parte de la comunidad y hacia quienes los demás no tenían obligaciones sociales ni comunales. Ser un esclavo, ser un ítem comercializable de compra y venta es ser sustraído de la humanidad20.
Entonces, observamos en la esclavitud una lógica elemental de sustracción social y conmensuración entre personas y cosas, la que anticipa la lógica totalizadora de la cosificación capitalista, a pesar de que en el trabajo asalariado es la energía creativa del cuerpo humano la que repetidamente y sistemáticamente es sustraída y convertida en una cosa, antes que la persona en su totalidad. Sin entender el considerable significado social de esta distinción, queda la idea de que la esclavitud y el trabajo asalariado comparten algunas similitudes decisivas. Como dice Orlando Patterson: “cuando uno compra o alquila el trabajo de una persona, por implicación uno compra el cuerpo de la persona por un período negociado. No existe algo como un servicio incorpóreo21.
La esclavitud, por supuesto, implica una conexión profunda e inmediata entre sangre y dinero. En su corazón están la violencia de la guerra, el secuestro, la servidumbre por deudas. De forma sugestiva, encontramos una asociación similar con la violencia y la guerra en el caso del surgimiento de la acuñación. Al contrario del punto de vista en vigencia de que el dinero surgió del crecimiento de las redes de comercio y del intercambio mercantil, la guerra bien puede haber sido más importante. Se considera el más celebrado caso de acuñación temprana, la de la monarquía lidia en Asia Menor, que fue una asombrosa sociedad agricultora sin comercio extensivo22. El dinero aquí parece haber sido una criatura del Estado; las monedas más antiguas, o protomonedas, fueron probablemente regalos o premios, como las medallas donadas por los monarcas. Su proliferación probablemente derivó de su uso como pago a soldados, como han sugerido varios historiadores, haciéndose eco de la afirmación de Herodoto de que las monedas se originaron con el rey lidio Cresos, quien las utilizaba para contratar mercenarios23. Retornamos, entonces, desde el dinero a la guerra y el Estado. Esto no solamente se vincula a los problemas que inquietaban a la Filosofía del Derecho, de Hegel, sino que es también donde comienza la historia de la banca central inglesa.
Guerra e imperio, Newton y Locke: la creación del dinero internacional capitalista
La banca central moderna nació de la financiación de la guerra. El primer Estado burgués consolidado emergió como una maquinaria de guerra basada en una nueva configuración de poder de clase. La construcción de esta maquinaria incluía, se puede decir, la más dramática reforma del sistema financiero y monetario en la historia mundial. En una década, la sección dominante de la clase gobernante inglesa reconstituyó el poder político, rehizo la acuñación, creó un banco nacional, erigió una nueva estructura de crédito y finanzas, echó las bases del papel moneda y armó el “Estado fiscal-militar” más eficiente que había visto el mundo hasta entonces. Todo esto fue moldeado en y a través de años de debate público, que incluyó intervenciones sostenidas por intelectuales de la estatura de John Locke e Isaac Newton, quienes participaron directamente en la formación del primer Estado burgués del mundo24.
“Britania domina los mares del crédito”, sostiene un historiador económico25. Aún más, el establecimiento de este sistema de crédito fue un proceso muy temido, al menos porque la comunidad mercantil y bancaria, en su mayoría liberal, tenía buenas razones para desconfiar de la capacidad de la corona como tomador de crédito26. Después de todo, en 1640, Carlos I había confiscado las reservas comerciales de oro y plata en lingotes, almacenadas por los banqueros londinenses en la Torre de Londres. Tres décadas más tarde, su hijo, Carlos II, suspendió los pagos de la deuda en la tristemente célebre suspensión de pagos de Hacienda (Stop of the Exchequer, 1672). Tan hechizados estaban los ricos por los temores de que esta clase de apropiación monárquica pudiera repetirse que, incluso John Locke, uno de sus primeros inversores, inicialmente previno contra la inversión en el Banco de Inglaterra27.
“Si el país no hubiera estado en guerra en 1694, el gobierno difícilmente hubiera estado dispuesto a otorgar una autorización favorable para operar a una compañía que se proponía prestarle dinero”, escribe un celebrado historiador del Banco de Inglaterra28. Pero el país estaba en guerra y lo estaría por los próximos 100 años. El conflicto inicial con Francia (1688-1702) indujo a triplicar el gasto público. Y durante las cinco guerras que dominaron el siglo luego de 1680, el gasto estatal creció 15 veces con los conflictos militares absorbiendo entre el 61 y 74% del gasto público total29. La financiación de la guerra era la política económica del Estado británico. En este contexto, una empresa privada que pudiera proveer financiamiento para el Estado fiscal-militar podría hacerse indispensable, demandar y remodelar los poderes públicos en el proceso.
La guerra, en algo aproximado a esta escala, simplemente no era posible en base a la reputación crediticia de la monarquía. Tan bloqueado estaba el crédito estatal que la corona inglesa pagaba un premio por riesgo sustancial sobre y por encima del máximo legal. A principios de la década de 1690, mientras el Estado desesperadamente buscaba fondos para financiar la guerra, fue obligado a ofrecer a sus prestamistas una tasa de retorno del 14%. Si efectivamente se iba a continuar la guerra y la ambición imperial, la arquitectura financiera del Estado y los mercados de capital tenían que ser revolucionadas, el crédito estatal debería ampliarse y ser considerablemente más barato. Al buscar innovaciones financieras durables, el parlamento solicitó propuestas de nuevos mecanismos de financiación estatal y el resultado más perdurable resultó ser el Banco de Inglaterra.
Inicialmente, el banco fue poco más que un fondo de inversión que prestó 1.200.000 libras a la corona y obtuvo como retorno una interesante tasa de interés del 8% y modestas comisiones por el gerenciamiento. El acuerdo financiero tomó la forma de un llamado “préstamo perpetuo”, un crédito a largo plazo, cuya cancelación podía efectuarse simplemente por medio de pagos de interés. Para garantizar estos pagos e impedir la suerte de suspensión -a la cual había recurrido Carlos II con la Suspensión de pagos de Hacienda de 1672-, el préstamo estaba asegurado contra los ingresos de la Aduana, con lo cual se comprometieron los ingresos públicos directamente a los acreedores privados30. El principal capital del banco consistía, por lo tanto, en capitalizar los ingresos futuros, por ejemplo: futuros ingresos estatales a los que se fijaba un precio como un activo con valor actual. Esto, por supuesto es lo que ahora entendemos como “capital ficticio”, derechos en papel a un flujo de ingresos futuros, un concepto que parece haber emergido durante este período en la preocupada descripción de Charles Davenant sobre la proliferación de “riqueza ficticia” encarnada en acciones, billetes y otros títulos en papel31. La institución de 1694 verdaderamente no se parecía en ningún aspecto formal a un banco central. Pero como “se presionó constantemente al banco para que solucionara los urgentes pedidos del Ejército”32 -pedidos que fueron repetidamente escuchados-, sus privilegios se acumularon, apurando su transformación. Década tras década, el banco adelantó aún más dinero, y década tras década, adquirió importantes poderes: emitir billetes como moneda de curso legal (primero en pago al Tesoro y luego en forma más general), un poder que luego le fue conferido como un monopolio, hacer que la falsificación de sus billetes se penara con la muerte, con lo cual le otorgaba la misma protección que al dinero del rey (la acuñación), hacer que su propiedad fuera exenta de impuestos, servir como agente oficial para el intercambio de letras emitidas por el Tesoro. No era más simplemente un fondo de inversión, el banco, en apenas unas pocas décadas, se convirtió en el pivote sobre el que giraban las finanzas públicas y privadas, era el principal prestador al Estado y el que suministraba liquidez al sistema financiero en su totalidad. Cuando, en 1764, 70 años después de su fundación, se amplió nuevamente su carta de constitución, se había convertido verdaderamente en “banquero del Estado y la mayoría de sus dependencias”33.
En esa época, el banco fue la piedra fundacional de un cada vez más sofisticado sistema de crédito burgués. Para comenzar, el propio banco concedía créditos, préstamos al gobierno en la persona del monarca. Luego, sobre la base de promesas del Estado de pagar interés derivado directamente de los derechos aduaneros, el banco emitió billetes circulantes, sus propias promesas de pagar a sus acreedores (depositantes, aquéllos que habían comprado acciones del banco, etcétera). De esta forma, la deuda personal del monarca se transformó no meramente en deuda pública sino que, con el tiempo, en la base de la moneda pública. A través de una serie de complejas mediaciones, cada uno de los usuarios de los billetes del Banco de Inglaterra estaba desplegando pagarés privados basados en obligaciones de deuda pública veneradas en la legislación y esos billetes se convertirían en la moneda del reino. Esto no era, debería subrayarse, un sistema acabado de crédito-dinero estatal. La acuñación metálica -plata y oro- permanecía como la base sobre la cual descansaba la superestructura del crédito en papel y lo mismo era verdadero, respecto de los lingotes de oro y plata que tenían en su poder el Estado, los banqueros joyeros, el propio banco y muchos inversores. Los billetes del Banco de Inglaterra, entonces, representaban una poderosa forma de crédito-dinero integrada con dinero metálico34. Sin embargo, la posición de la creación de dinero se había trasladado del Estado a un banco privado y esta revolución fue esencial para la constitución del dinero capitalista. Hacia fines del siglo XVIII, como la moneda en papel excedía el valor de la acuñación metálica, el Banco de Inglaterra había desplazado a la Royal Mint (Casa de la Moneda Real) como el centro institucional de la creación de dinero. “Por primera vez en la historia, el dinero estaba siendo sustancialmente creado no ostentosa y visiblemente por el poder soberano, sino en forma mundana por las fuerzas del mercado”35.
Esta transformación no hubiera sido posible sin la llamada “revolución financiera” que creó importantes mercados en acciones y deudas públicas. A comienzos del siglo XVIII, se había desarrollado en Londres un activo mercado de títulos públicos y privados. Sociedades por acciones, como la Royal African Company, que otorgaban a los inversores participación en los beneficios del comercio de los africanos esclavizados -fueron decisivas para el crecimiento de los mercados bursátiles privados. Pero las acciones de la deuda pública fueron fundamentales para el crecimiento de mercados financieros más importantes y líquidos. Para el Estado, esto fue importantísimo, porque significó que los propietarios de deuda pública que buscaban dinero en metálico podrían vender a un tercero antes que pedir el repago por parte del gobierno. A medida que estos mercados se expandieron, las dos formas de deuda ampliamente comercializadas, pública y privada, se volvieron cada vez más integradas, abarcando un sistema financiero unitario36. Más aún, la confianza del inversor en los títulos públicos y privados se correspondía con el considerable crecimiento en la cantidad de propietarios de acciones, que saltaron de alrededor de 5.000 en 1694 a doce veces esa cantidad a mediados del siglo XVIII37. Esta materialización de mercados financieros importantes y líquidos en el curso del siglo siguiente a la Revolución Gloriosa señaló una creciente aceptación entre los inversores de la credibilidad de la deuda estatal administrada por el Banco de Inglaterra. Más aún, en 1709, una suscripción adicional de más de 2 millones de libras en acciones del banco se agotó en apenas cuatro horas. Pero, ¿por qué había ocurrido? ¿Por qué, dada la larga historia de incumplimientos de pago de las deudas por parte de gobierno o de la devaluación de sus acuñaciones a fin de disminuir los pagos reales, habían llegado los ricos a confiar tan completamente en la deuda estatal?
Hay cuatro razones clave (y están interrelacionadas) para el rápido establecimiento de la confianza burguesa en el banco y la deuda gubernamental que éste administraba, todas las cuales involucran la evolución del “poder impersonal” que está en el corazón de la forma de Estado capitalista. Pero la consolidación de esta forma de Estado requería que el poder autónomo del dinero, la prominente encarnación social del poder despersonalizado llegara a gobernar las tareas internas de las finanzas estatales38. Y central para estas transformaciones fueron las intervenciones del “Partido de Locke” que jugó un decisivo papel intelectual y práctico en la remodelación del Estado británico.
La primera condición de la confianza burguesa en el banco es la repetida en los libros de texto de Historia inglesa: la consolidación del control parlamentario sobre las finanzas. Es seguro que fueron esenciales las limitaciones impuestas al poder monárquico por la Declaración de Derechos (1689) y la Ley de Sucesión (1701), y la consecuente ampliación de los poderes del Parlamento fueron vitales. Pero el poder está siempre ligado a los recursos materiales. Y la fuerza efectiva de esas leyes giró en torno del Acuerdo financiero de 1690, que le hizo imposible al rey de allí en más “vivir con sus propios recursos”. Al votar alrededor de la mitad de los ingresos del rey por apenas cuatro años, en vez de -como lo indicaba la tradición- entregar todos los ingresos reales de por vida, el parlamento obligó a la corona a convocar a sesiones a fin de adquirir los ingresos necesarios39. En efecto, el nuevo rey que asumió al tronó en 1689 recibió un salario del Parlamento.
Guillermo III sólo podría obtener fondos en y a través del parlamento, y lo que es igualmente importante, la deuda del rey fue constitucionalizada al ser asegurada contra impuestos específicos, que sometían legalmente los ingresos públicos a los acreedores privados. Como resultado, la deuda pública se entrelazó con las finanzas privadas en una forma radicalmente nueva, tanto que el Estado tenía que dar cuenta de su manejo financiero a los mercados privados, que juzgaban la solvencia de su deuda (y disciplinaban las finanzas públicas) por medio de las tasas de interés que los inversores demandaban para comprarla. La deuda estatal, de esta forma, se había “entrelazado” con todas las otras formas de propiedad y sujetado al régimen disciplinario de los mercados privados. Bajo estas circunstancias, incumplir el pago de la deuda pública, como los monarcas habían hecho tan a menudo en el pasado, hubiera sido socavar las bases sociales y materiales del Estado. A mediados del siglo XVII, un comentarista podía argüir con buenas razones que “Las deudas del público eran parte de la Constitución, entrelazadas con todos los tipos de propiedad y… no podían ser separadas, sin subvertir la Constitución40. Es decir que el Estado había ahora internalizado los imperativos y el régimen disciplinario de los mercados financieros, un punto al que retornaremos. Tan decisivas como fueron estas dos condiciones, sin embargo, podrían no haber sido suficientes, al menos en los primeros estadíos para establecer la confianza de la burguesía en la deuda nacional sin otras dos condiciones que involucraban las intervenciones directas de Locke y Newton: una operación policial y judicial contra los limadores y falsificadores, y la reacuñación de la moneda inglesa.
Alrededor de 1695, el lamentable estado de la acuñación británica combinado con la suba desmesurada de los costos de la guerra (y los resultantes problemas con la balanza de pagos) impulsaban las finanzas estatales hacia un total desmadejamiento. Este fue el contexto para la tercera condición crucial a fin de asegurar el crédito estatal: la Gran Re-acuñación de 1696-9 y la batalla contra los limadores y falsificadores. Desde fines de la década de 1680, la oferta de dinero en Inglaterra había comenzado a deteriorarse rápidamente en cantidad y en calidad. Con la moneda de plata inglesa subvaluada en relación con el precio de la plata en el mercado internacional, se podían obtener sustanciales ganancias fundiéndolas y exportándolas al continente europeo u otros lugares, donde podían ser compensadas por más oro que el que se podía pedir en el país. Los joyeros de Londres estimaron en 1690 que la plata estaba siendo embarcada desde Londres a los comerciantes de metales de Holanda y Francia a un ritmo de cerca de 50.000 onzas por mes41. Cuanta mayor cantidad de plata contenía una moneda, era más probable que fuera atesorada y/o fundida para su exportación.
En consecuencia, sólo las monedas más gastadas y viejas tendían a continuar en circulación. Y la calidad degradada de la moneda que circulaba sólo estimulaba el limado de las mejores monedas a fin de extraerles algo de la plata que contenían. Para 1695, las monedas inglesas podían haber perdido la mitad de su contenido en plata debido al limado y el uso prolongado42. El resultado combinado de la exportación y el limado de la plata fue un desabastecimiento crónico de moneda, acompañado por una inflación de precios43.
El Parlamento había estado investigando y debatiendo estos problemas monetarios desde 1691. Finalmente, a principios de 1696 tomó en sus manos la política del “Partido de Locke”: rescatar por etapas todas las monedas inglesas y reacuñarlas completamente para restaurar su contenido metálico legal. Locke y compañía desafiaron, entonces, la posición esgrimida por William Lowndes, secretario del Tesoro por más de un cuarto de siglo, quien abogaba por la devaluación de la moneda mediante su reacuñación a un contenido de plata más bajo, mientras mantenía su valor nominal. Retornaré a los argumentos teóricos de Locke contra la devaluación. Pero primero necesitamos considerar el papel de su amigo, Isaac Newton, en la remodelación del sistema monetario inglés.
En medio de un furor parlamentario acerca del limado y la falsificación, y en las primeras etapas de la reacuñación, Locke tuvo éxito en hacer nombrar a Newton como director de la Casa de la Moneda de Londres. A principios de 1696. Si bien éste era un nombramiento con prebendas que implicaba poco servicio, Newton asumió sus deberes gustosamente, en particular la responsabilidad de identificar y procesar a los culpables de falsificar y limar monedas, ambos delitos punibles con la muerte. Si el patrón de plata podía ser amenazado desde arriba, por las maquinaciones arbitrarias del gobierno, también podían ser puestos en peligro desde abajo, por las trasgresiones de la turba criminal de limadores y falsificadores. Con respecto a este elemento criminal, Newton podría utilizar la pena de muerte en su propio beneficio. Con este fin, el gran científico naturalista construyó una red de espías mientras viajaba personalmente a los hostales, tabernas y prisiones, a menudo disfrazado para perseguir a las bandas de falsificadores. “Durante los tres primeros años de Newton en la Casa de la Moneda, encarceló a más de cien sospechosos de ser limadores y falsificadores.
En su primer año completo, hubo al menos 15 ejecuciones en Tyburn por delitos vinculados con las monedas en Londres solamente…44 En su uso entusiasta de la pena capital como política monetaria, Newton -como concede un estudioso proclive a la disculpa- “era poco inclinado al perdón”45. Sin embargo, el terror no fue suficiente para reformar la moneda. Esta debía ser retirada de circulación y reacuñada. Y esto, la “Gran Reacuñación” es la cuarta condición involucrada en la reconstrucción del sistema financiero46. Aquí también Newton fue ferviente, revolucionando la tecnología de la acuñación y elevando notablemente la pureza y uniformidad de la moneda47.
La filosofía económica que apuntala la reacuñación había sido enunciada sistemáticamente por Locke48. A menudo se ha imaginado que la campaña de Locke para restaurar todo el contenido de plata de la moneda representaba una clase de fetichismo hacia los metales preciosos, lo cual le impidió al filósofo entender que el valor nominal de, digamos, un chelín no necesitaba necesariamente corresponder perfectamente a una cantidad específica de plata. Pero esto es malinterpretar la base social del argumento de Locke, que gira en torno de la necesidad de una medida estable de valor para sostener todos los contratos y transacciones económicas. El argumentaba que cualquiera que participe en un contrato económico, ya sea un rico terrateniente o un jornalero, lo hace en la creencia de que las sumas monetarias estipuladas no serán alteradas caprichosa y arbitrariamente por el gobierno. Corregir el valor de la moneda, como proponía hacer el secretario del Tesoro, William Lowndes, al recomendar una reducción del 20%
del contenido en plata de las monedas inglesas, “no tiene más efecto que si la Casa de la Moneda emitiera dinero limado”49. Cualquier alteración, sea por un artificio del gobierno o por el limado ilícito “defrauda” a los individuos y siembra “confusión” en el mundo de las transacciones económicas al desestabilizar las relaciones de precio. Lo que es más importante, al socavar la medida de valor constituye “una injuria a la fe pública”, por ejemplo, a la confianza de los agentes económicos en la solidez de las valuaciones monetarias de los bienes, propiedades y contratos50. Nótese que aquí ha convertido en decisiva la medida de “la función valor”, insiste en la función crucial del dinero para establecer los valores relativos (relaciones de precios) entre las mercancías de una forma que se le había escapado a muchos de sus contemporáneos. Es verdad, concede Locke, que la cantidad real de plata designada con la palabra “libra” o “chelín” es una convención, no algo dado por la naturaleza. Pero, este “valor imaginario” es establecido “por el consentimiento general”, la confianza en lo que “es el gran vínculo de la sociedad”51. Alterar en forma arbitraria un valor establecido de manera consensuada es, entonces, romper un vínculo social. El problema no yace, sin embargo, en la convencionalidad de las denominaciones específicas, el daño resulta “por el cambio” introducido por el Estado o por el limador, que daña materialmente a muchos y perturba la “aritmética” establecida que gobierna la vida económica. Como la encarnación social de la riqueza, el dinero debe ser defendido, como todas las formas de propiedad, contra los ataques desde arriba o desde abajo. Preservar el estándar metálico de la acuñación constituye una declaración de que el gobierno acepta los valores intrínsecos establecidos por consentimiento, que deberán ser independientes de los caprichos de monarcas y hombres de Estado y que ellos deben apoyarse en el poder impersonal del mercado.
Este poder impersonal del mercado está representado en forma más decisiva a nivel mundial. Locke escribe: “con seguridad, el dinero limado puede funcionar dentro de las fronteras del territorio nacional, como cuando el rey lo acepta por el pago de impuestos o el propietario por la renta (…) Y esto quizás estaría bastante bien si nuestro dinero y comercio fuera a circular entre nosotros y no tuviéramos comercio con el resto del mundo52”. En una economía cerrada, autárquica, el nominalismo -el conferir el nombre “chelín” o “libra” a cualquier suma de plata que elijamos puede ser viable. Pero no hay razón, insiste Locke, para creer que los actores económicos en los mercados extranjeros aceptarán menos plata de nuestra parte por su “sal, vino, aceite, seda” y demás simplemente porque renombremos nuestra moneda a un valor más alto que en el pasado53. Para cualquier economía “que haya abierto el comercio con el resto del mundo” lo que gobierna el valor del dinero es “el comercio universal del mundo”54. Al afirmar que las relaciones de mercado internacionales ejercen influencia dominante sobre las naciones y Estados, Locke había afirmado la prioridad del dinero internacional sobre el orden político de la sociedad civil (una prioridad demostrada prácticamente en la realidad ya que el dinero internacional generalmente consistía de la más alta calidad de dinero metálico disponible)55. La premisa tácita de Locke era que los gobiernos no tienen más derecho a interferir con las leyes naturales del dinero que el que tienen con mi inherente derecho a la propiedad. En esos escritos político-económicos de la década de 1690, Locke entonces colocó “en la universalidad del dinero (no en las pretensiones de “gestores” domésticos o “monarcas divinos”) el impulso lógico y la fuerza social de su época56.
Al identificar la “universalidad del dinero” o lo que Marx llamará dinero internacional como un orden superior al Estado, Locke implícitamente identificó al mercado capitalista mundial como la piedra angular de la modernidad. Al hacerlo, fue más allá de la identificación de Hobbes del dinero con el espacio territorial de la Nación-Estado. En Leviatán, Hobbes definió que el dinero, sin embargo, debe ser “acuñado por el soberano del Estado” como “la medida del valor de todas las demás cosas, entre los sujetos de ese Estado57. Pero en sus escritos económicos de la década de 1690, Locke se aparta de este marco conceptual del dinero como criatura de la nación-Estado, insistiendo en que el dinero es gobernado por “el comercio universal del mundo”. Si la posición de Hobbes continúa en la tradición de identificar el dinero como la sangre del Estado -y la analogía entre circulación económica y el sistema circulatorio del cuerpo humano que esto implica-, Locke lo identificó como la sangre del comercio internacional58. Al hacerlo, Locke intuyó que la sociedad burguesa debe fundamentalmente ser entendida como una totalidad mundial, y que el dinero internacional y el mercado mundial como sus encarnaciones universales más concretas.
Es este discernimiento el que define al “Partido de Locke” de la dé- cada de 1690, un partido que incluía a Isaac Newton, quien se convirtió en miembro del Parlamento por el Partido Liberal (Whig), como consecuencia inmediata de la Revolución Gloriosa de 1688-959. Por supuesto, el cosmopolitismo del campo liberal es completamente burgués. En realidad, fue definido por un decidido apoyo al colonialismo inglés y a la trata de esclavos. El joven Locke, por ejemplo, estuvo entre los primeros inversores en la primera compañía inglesa dedicada a la trata de esclavos, la Royal Aventures into Africa, a la que le fue concedido el monopolio inglés de la trata de esclavos. Luego, cuando la Aventurers continuó en 1672 en la Royal African Company, Locke compró 400 libras en acciones, una inversión que aumentó en otras 200 libras tres años más tarde. Newton, que se había enriquecido durante sus años en la Casa de la Moneda, seguiría el liderazgo de su amigo, convirtiéndose en un inversor considerable en la South Sea Company, fundada en 1713 en base al famoso monopolio, el asiento dedicado a la venta y transporte de esclavos africanos a las nuevas colonias de España en el Nuevo Mundo. Cuando la compañía colapsó unos siete años después, Newton perdió 20.000 libras, una suma enorme en esa época60.
Si la esclavitud no perturbaba a esos grandes liberales ingleses, tampoco lo hacía el colonialismo, como se manifiesta con el nombramiento de Locke en 1696 por parte del Parlamento al nuevo Concejo de Comercio y Plantaciones, en el cual rápidamente se convirtió en la fuerza impulsora61. Para consternación de un estudioso eminente, Locke promovió entusiastamente la dominación colonial (la negación al derecho a gobernarse) en las colonias inglesas en América y en Irlanda62. De hecho, el compromiso de Locke con el colonialismo y la esclavitud se extendía desde principios de la década de 1670, cuando prestó servicios como secretario del Lord Propietors de Carolina, en cuya calidad recomendó fervientemente la esclavitud para la nueva colonia, lo cual quizá no es sorprendente a la luz de sus inversiones personales en la trata de africanos esclavizados63. Los miembros del partido de Locke también estaban entre los más fervientes sostenedores de las guerras de Inglaterra por el poder imperial -las guerras cuyo financiamiento eran la verdadera raison d’etre del Banco de Inglaterra, una institución verdaderamente liberal y en la cual Locke era, como hemos visto, un temprano inversor64. Aquí retornamos a la conexión intrínseca entre dinero y sangre. Si el capital realmente viene al mundo “chorreando sangre y lodo”, como sostenía Marx, entonces también lo hizo su compañero intelectual, el liberalismo, en la forma de su más famoso exponente inglés.
Quiero insistir en que la posición de Locke captura los rasgos esenciales de la lógica social inherente a la construcción del Estado burgués. Y que esa lógica define además el espíritu en el cual se construyó en la década de 1690 una arquitectura monetaria y financiera completamente nueva. Como observa un historiador económico “la notable fertilidad de la década de 1690 se puede medir en la superposición de la “adopción de préstamos a largo plazo, la fundación de un gran banco, la reacuñación de la moneda metálica y la creación del papel moneda”65. Pero todas estas transformaciones en los instrumentos financieros y las instituciones giraron en torno de la integración de las finanzas estatales en el mercado y de las fuerzas del mercado en el Estado. Más aún, estos desarrollos estaban imbricados con cambios más profundos en toda la cultura económico-social a tal grado, de hecho, que podemos hablar razonablemente de monetización de la vida diaria. Permítaseme ofrecer unas pocas reflexiones acerca de este viraje de la fenomenología social del dinero, antes de volver a algunas observaciones concluyentes.
Individuos “poseídos” en la era del dinero capitalista
Como hemos visto, la década de 1690 representa el amanecer de una revolución financiera centrada en la deuda pública, el Banco de Inglaterra y la Bolsa de Valores -que profundizó y extendió la red de transacciones monetarias. Para el pobre, esto coincidió con la cada vez más extendida monetización de la vida diaria que acompañó el aumento de confianza en los salarios, empujada por el retroceso de las fuentes alternativas de subsistencia desde parcelas cultivables hasta los adicionales industriales66. Más aún, la monetización de la vida del pobre en sí misma hizo surgir una serie de problemas desde el punto de vista de la estabilización de las relaciones del mercado capitalista. El pobre, después de todo, podía recurrir al robo, al limado y la falsificación de la moneda, y a varias formas de vida violentas que la clase gobernante agrupaba bajo el nombre de “vagancia”. Este es el contexto para la “alarma creciente debida al delito en 1699”, que llevó a una nueva ley que imponía la pena de muerte por el robo de más de cinco chelines”67. Semejante utilización de la justicia criminal se corresponde con la guerra que inició Newton contra los limadores y falsificadores. Al mismo tiempo que las violaciones al mercado por parte de los pobres eran reprimidas salvajemente, las cruzadas morales buscaban transformarlos en miembros educados de un nuevo orden civil en y a través del nexo del dinero en efectivo. Para este fin, surgió en Londres, en 1691, la primera “Sociedad para la reforma de las costumbres” con el propósito expreso de alejar a los pobres del robo, la blasfemia, la promiscuidad y la prostitución.
Sin embargo, la noción del pobre como ciudadano del mercado contrastaba con las realidades de los reclamos burgueses de propiedad sobre las personas. Esto es algo a lo que los marxistas demasiado a menudo no han estado atentos, en parte por no haber sabido leer la ironía dialéctica presente en juego en la descripción de Marx del ostensible “trabajador libre” característico del capitalismo. El trabajo “libre” ha sido repetidamente tomado como algo afín a un tipo ideal weberiano, antes que como un encuentro dialéctico entre modalidades de libertad y servidumbre. El capitalismo temprano en Gran Bretaña vio una proliferación de prácticas que transformaban a las personas en propiedad, comprendiendo a esclavos, trabajadores con contratos de servidumbre temporal, esposas, aprendices y niños68. Incluso en forma ostensible, el trabajo “libre” fue significativamente criminalizado, sujeto a una plétora de restricciones legales y formas de dependencia inscriptas en las leyes que gobernaban a los aprendices, trabajadores con contrato de servidumbre temporal, obreros, inmigrantes “industriales” y jornaleros69. A ellas podemos agregar las leyes sobre vagancia, que realmente criminalizaban a los pobres urbanos y a los trabajadores migrantes que se movían a través de Inglaterra en busca tanto de empleo como medios de supervivencia no asalariados70. En las colonias inglesas, la servidumbre por deudas con frecuencia asumía incluso formas más rigurosas, funcionalmente similares a la esclavitud, durante el período de servidumbre71. Como escribe Deborah Valenze acerca de los trabajadores contratados, “Los patrones adquirían algunos sirvientes a crédito o los intercambiaban, como propiedad con otros patrones. Los primeros inventarios coloniales se podían referir a los sirvientes junto al ganado, su valor traducido en el valor corriente del mercado de mercancías como el algodón72.
Las formas de la cosificación humana inherentes al trabajo asalariado, entonces, estaban ligadas a prácticas sociales, relaciones legales y estructuras de pensamiento en las cuales las personas podían ser vistas y tratadas como propiedad. Si bien estaban legalmente diferenciadas, la esclavitud de las plantaciones modernas y el trabajo asalariado fueron un fenómeno socio-históricamente interconectado, que comprendía puntos en una continuidad de servidumbre capitalista. Marx bien puede haber tenido en mente esas continuidades cuando subrayó que el capital “puede existir solamente en base a trabajo forzado directo, la esclavitud, o trabajo forzado indirecto, el trabajo asalariado73. Dadas las líneas borrosas entre modalidades diferentes de trabajo forzado, no hay nada particularmente anómalo en que Locke creara una teoría política preeminentemente burguesa en la que da por hecho la propiedad sobre las personas, no obstante su construcción como un vocero de la libertad y los derechos naturales. En su Primer tratado de gobierno, por ejemplo, Locke argumenta sobre el poder de los plantadores de las Indias Occidentales sobre sus esclavos, explicando a sus lectores que “el título del poder… ya sea sobre esclavos o caballos” deriva “de su compra”. Los derechos del dinero confieren poder sobre la propiedad, ya sea esta de animales o trabajadores esclavos74.
Si bien involucró un proceso impersonal definido por la mercantilización de objetos a distancia, la cosificación fue experimentada más íntimamente en la fijación del precio de las personas y/o de su fuerza de trabajo, por ejemplo, en su reducción a mercancías, total o parcialmente. No sorprende que este impulso de la forma mercancía para someter al cuerpo humano bajo sus imperativos produjera una fenomenología corpórea del capital que se observa en la pobreza del lenguaje de la monstruosidad de mercado75. Podemos verlo en acción en la cultura popular de Inglaterra en la década de 1690 y las inmediatamente siguientes, particularmente en el género de cuentos de monedas parlantes y mercancías que hablan, historias que realzan la extraña fusión de personas con mercancías y dinero que distinguen al modo de producción capitalista. Los éxitos populares de A Hue and Cry After Money (“Un alboroto sobre el dinero”) del almanaque Poor Robin (1689), Los milagros que hace el dinero, de Ned Ward (1692), y el anónimo “Un himno al dinero” hablaban del temor plebeyo y la fascinación con el nuevo orden financiero y presagiaban un género de historias del siglo XVIII narradas por monedas viajeras y objetos parlantes, incluyendo “El espía dorado” (1709), en el cual el cuento es narrado por un puñado de monedas de oro buscapleitos76. Estas encarnaciones ficcionales de los fetichismos hacia las mercancías y el dinero expresaban las profundas transformaciones asociadas con el aumento de la monetización de la vida diaria. Así como los moralistas de la clase media buscaban cultivar una cultura de “individualismo posesivo”, las verdaderas prácticas del capitalismo estaban impulsando una cultura de “individuos poseídos” apuntalada por una multitud de experiencias de cosificación y esclavitud al dinero y a los patrones.77 Junto con el despojo económico, la separación del pobre de los medios de producción y subsistencia existió un proceso paralelo de re-posesión, de subordinación y de incorporación a los circuitos monetarios del capital, personificado en y a través de la dominación de amos y empleadores.
La década de 1690 representó, por ende, un momento decisivo en la constitución de nuevas formas de dinero. Con seguridad, el Estado jugó un papel central en este sentido, refundiendo la moneda y desarrollando nuevos instrumentos de papel moneda. Pero nada de esto hubiera producido un nuevo sistema monetario-financiero sin la fusión de la deuda estatal con los mercados financieros privados. Esta es la razón por lo cual la observación de los cartalistas de que el dinero es una criatura del Estado es, a la vez, trivial y radicalmente incompleta (dado que los bancos también emiten dinero). Porque la viabilidad del crédito-dinero estatal depende de su validación en los mercados financieros. Y esto ocurre hasta el grado en que los actores del mercado son convencidos de que la lógica de las finanzas capitalistas ha sido internalizados por el Estado y que sus imperativos gobiernan toda la trayectoria de la política fiscal, impositiva y monetaria. Históricamente, esto requirió que la deuda estatal fuera manejada por una institución privada, cuyo crédito fuera extendido solamente a condición que la deuda estatal estuviera legalmente garantizada por los ingresos por impuestos. De esta forma, a través de su integración en los mercados financieros, los Estados fueron inscriptos por la “lógica capitalista” del poder y su espacio territorial se convirtió en monetario.
El dinero capitalista está, entonces, constituido simultáneamente en y a través de una integración -históricamente única en su género- entre el Estado y el capital. Cuando digo esto, quiero desafiar la noción de que imperialismo capitalista puede ser entendido como el producto de dos lógicas de poder diferentes, la “capitalista” y la “territorial”, esta última identificada con el Estado o, en realidad, por David Harvey con “la política” que “opera en un espacio territorial”78. Esta perspectiva de lógica dual evade la dinámica social del poder impersonal que he estado describiendo. Dejemos de lado el problema de comenzar desde el punto de vista de políticos individuales antes que de la forma capitalista de poder impersonal. Lo que aquí es especialmente debilitante es la idea de un espacio “territorial” en el mundo moderno que no sea el espacio del dinero internacional, un espacio hiper-complejo, para tomar prestado un término de Lefebre, que reside dentro del propio Estado y entonces opera como un poder interno, antes que meramente como una coacción externa. La producción de este espacio hiper-complejo es inherentemente contradictoria79. Pero esto tiene que ver con las contradicciones que involucran las relaciones internas entre los fenómenos antes que las colisiones externas entre ellos. La integración dialéctica del Estado y el capital en un proceso social unificado y complejo -que ocurrió en la esfera monetaria vía una fusión de la deuda estatal con las finanzas privadas no elimina las múltiples formas de antagonismo entre los elementos que constituyen el todo orgánico. Pero estas contradicciones se despliegan dentro de la unidad alienada de un sistema multidimensional. Vemos algunas de estas dinámicas contradictorias trabajando en nuestra época de austeridad neoliberal, cuando las instituciones financieras internacionales se movilizan para imponer las disciplinas de los mercados financieros dentro de los mismos aparatos de la Nación-Estado.
Permítaseme retornar, finalmente, a los tres comentarios en relación a Marx y la agenda de investigación en marcha que nos dejó.
Primero, me parece que la teoría debe aún ponerse al día con la provocadora exposición de Marx acerca del papel de la deuda nacional en la “acumulación primitiva” del capital. En la Parte 8 del Volumen I de El capital, Marx escribió “la deuda nacional, por ejemplo, la alienación (Veräusserung) del Estado… marcó la era capitalista con su estampa… El crédito público se convierte en el credo del capital… La deuda pública se convierte en una de las más poderosas palancas de la acumulación primitiva”. Luego de elaborar brevemente las conexiones entre la deuda nacional, colonización, impuestos y despojo, Marx ofrece una fórmula muy comprimida: “el sistema colonial, deudas públicas, altos impuestos, proteccionismo, guerras comerciales”80. Podría haber agregado la esclavitud en el Nuevo Mundo, que describió en un pasaje relacionado como “el pedestal” sobre el cual descansaba el moderno trabajo asalariado81. Marx aquí toma la deuda nacional como un arma en la lucha por las colonias y el control de los mercados internacionales. Si bien las modalidades del imperio han cambiado hoy en día, pienso que esta construcción continúa, siendo tan válida como siempre y todavía no suficientemente teorizada. Superar este subdesarrollo teórico requerirá elaborar la teoría del dinero internacional en términos de los poderes y privilegios acumulados en aquellos Estados cuyos instrumentos de deuda operan como la base las finanzas mundiales82. Pero, igualmente esto vinculará profundamente el análisis del dinero internacional como medio del proceso de acumulación primitiva y de la imposición del sistema mundial de valores a través del cual el desarrollo capitalista desigual se produce y reproduce83.
Segundo, quiero subrayar que en la medida en la que la crítica de Marx de la economía política radicaliza la concepción de Locke del espacio monetario mundial. Si bien Marx reconoce el papel del Estado en la constitución del capital, él insiste en la subordinación de los Estados al mercado internacional. En este sentido, como Locke, sostiene que los Estados inmersos en los mercados mundiales no pueden determinar en forma caprichosa el valor de su dinero y que es este mercado internacional el que lo hace. Este pensamiento es consistente con el original plan de seis libros para El capital, en cuyo Libro 3 se hubiera focalizado en el trabajo asalariado, el Libro 4 en el Estado, el Libro 5 en el comercio exterior y el Libro 6 en el mercado internacional y las crisis mundiales. En esta estructura dialéctica, en la cual el todo tiene prioridad sobre sus partes, la totalidad capitalista se realiza sólo en y a través del mercado mundial (entendido como una unidad de producción y circulación). “Pero es sólo el comercio exterior, el desarrollo del mercado en un mercado internacional el que hace que el dinero se desarrolle en dinero internacional y el trabajo abstracto en trabajo social”84. Tanto como necesitamos prestar atención al papel activo de los Estados en la constitución del capitalismo mundial, debemos también comprender su subordinación a la ley del valor, cuyo espacio fundamental es el del mercado internacional.
Y tercero, este espacio del mercado internacional es, a la vez, complejo y desigual: es un espacio de intensas rivalidades, jerarquías y dominación imperial. Está claro desde el argumento que Marx ofrece en la Parte 8 de El capital, como resulta de su interés creciente y apoyo a las luchas anticolonialistas desde principios de la década de 1850 en adelante85. Sin embargo, la centralidad de este impulso anticolonial fue poco teorizada dentro de El capital, no obstante la conclusión del libro con un capítulo sobre la colonización86. La lógica del argumento de Marx, sin embargo, indica que la colonización debiera haber figurado en forma decisiva en los últimos libros dedicados a la dinámica del comercio exterior, el mercado internacional y las crisis internacionales. Mientras que una descripción adecuada de las nuevas formas del imperialismo actual no puede operar simplemente sobre la base de las ideas de Marx sobre el funcionamiento del sistema durante el tercer cuarto del siglo XVIII, tampoco se puede permitir dilapidar ideas esenciales sobre la expansión global del modo de producción capitalista, vía los modelos de dominación imperial expresados a través del dinero internacional y del funcionamiento internacional de la ley del valor. El capital -nos dice Marx- está desde el principio constituido internacionalmente por medio de los procesos violentos de despojo que incluyen la guerra, la esclavitud, la colonización y el exterminio de los pueblos originarios, todo lo cual está ligado con las maquinarias del dinero internacional y la deuda de los Estados imperiales. Nada de esto, por supuesto, sorprendería a los millones de pueblos originarios, trabajadores y campesinos que hoy en día sufren un tratamiento similar a manos de las disciplinas monetarias impuestas por las instituciones financieras internacionales. El capitalismo mundial está constituido a través de una tenaz compulsión a la repetición en la cual sus crímenes originales son vueltos a realizar en una escala aún más internacional87. Para romper este modelo se requerirá de una alternativa igualmente internacional, una que no niegue simplemente la dominación del dinero y el mercado, sino una que trascienda la dominación del dinero internacional y el mercado internacional. Seguro que, al menos en parte, es lo que significa para los trabajadores tener un mundo por conquistar.
David McNally es profesor de Ciencia Política en la York University de Toronto, Ontario y miembro del New Socialist Group. Ha publicado varios libros, entre ellos, Monsters of the Market: Zombies, Vampires and Global Capitalism (2011), Global Slump: The Economics and Politics of Crisis and Resistance (2010), Another World is Possible: Globalization and AntiCapitalism (2005), Bodies of Meaning: Studies on Language, Labor, and Liberation (2000) y Against the Market: Political Economy, Market Socialism and the Marxist Critique (1993)
NOTAS
1. Hegel, 1991, p. 23.
2. Para Hegel, sin embargo, esta llegada tarde es, a la vez, principio y fin, el retorno de lo finito al infinito.
3. Como se argumentó fuertemente en Seaford, 2004.
4. Howgego, 1995, p.p. 47-8, 97; Krasy, 1976, p.p. 73-4. Búhos “arcaicos” se produjeron por primera vez alrededor del año 525 a.C., la variante “clásica” emergió alrededor de 50 años más tarde.
5. La posición acerca de dos lógicas fue enunciada por primera vez por Giovanni Arrighi (Arrighi, 1994, p.p. 33-4),
luego elaborada por David Harvey (Harvey, 2003, p.p. 26- 36). Si bien no critico sistemáticamente aquí su posición, el arco de mi argumentación debería indicar cuán significativamente me aparto de ella. Retornaré brevemente sobre este tema hacia el final de este artículo.
6. Existe considerable evidencia que sugiere que los verificadores atenienses y otros verificadores de dinero examinaban la pureza y el peso de las monedas por medio de balanzas, así como mirando, tocando y escuchando el sonido que hacía la moneda cuando caía sobre una mesa, una práctica todavía utilizada por los verificadores de dinero de hoy en día. Otra evidencia, esta vez contemporánea, está en la obra “Los Sapos”, de Aristófanes, del año 405 a.C., en la cual el dramaturgo describe “monedas que suenan verdaderas, bien estampadas y que valen su peso” (Aristófanes, 1964, línea 740, p. 183). Sobre la pureza de las monedas atenienses, ver también Kurke, 1999, pp. 300-3.
7. Grierson, 1977, p. 16; Ingham, 2004, p. 4, insiste en comenzar con la función “unidad de cuenta” del dinero. Mientras que esto se refiere a las operaciones del dinero como una medida de valor, su descripción es formalista y nominalista, teniendo que ver con cómo un estándar específico de medida (unidad de cuenta) se selecciona, antes que con las condiciones sociales que establecen las relaciones de conmensuración e intercambiabilidad en primer lugar.
8. Grierson, 1977, p.p. 16-17. Sobre la Grecia arcaica, ver Finley, 1965, p. 67. Para la Europa medieval y de principios de la modernidad, ver Einaudi, 1953.
9. Diferencio la lógica de equivalencia de la equivalencia generalizada, porque muchas sociedades permitieron relaciones de intercambio restringidas, que explícitamente excluían objetos sagrados, personas, tierra y otros de las economías de equivalencia.
10. Como argumentó clásicamente Innes, 2004, y, más recientemente, Graeber, 2011, p. 18.
11. Innes, 2004, p. 31.
12. Por supuesto, los obligaciones de los bancos centrales se pueden utilizar para cancelar deudas, pero deben ser ganadas o pagadas de alguna manera.
13. Polanyi, 1963, p. 198.
14. Grierson, 1977, p.p. 21-2. Algunos sistemas de multas también estaban gobernados por el rango social o el estatus de individuo agraviado.
15. Geriets, 1985, p.p. 333-5. De forma interesante, el cumal se convirtió en una unidad de cuenta pura alrededor del siglo VIII, cuando las esclavas parecen no utilizarse más como medios de pago, si bien la unidad cumal fue utilizada para medir las multas, que luego serían traducidas en cantidades de plata, grano o ganado.
16. Patterson, 1982, p. 148.
17. Pedidos de regalos concedidos a la familia de una mujer en ocasión de la celebración de un “matrimonio”, como una especie de precio por la novia, están ahora ampliamente desacreditados entre los antropólogos. Ver, por ejemplo Goody, 1970, p. 40.
18. Patterson, 1982, p. 178.
19. Finley, 1983, p. 75.
20. De manera no poco frecuente, las esclavas tenían un camino para renacer en la sociedad, al menos parcialmente: dar a luz un niño de sus dueños. Si bien no necesariamente adquirían la calidad plena de miembros de la comunidad, el dar a luz un descendiente de sus dueños frecuentemente traía consigo un mayor respeto y ayuda comunal. Ver Miller, 2007, p.p.
21, 26. 21. Patterson, 1982, p.p. 25-6. Ver también McNally, 2006.
22. Colin M. Krasay sostiene que la mayoría de las monedas lidias fueron utilizadas localmente y en denominaciones demasiado grandes para las transacciones cotidianas del mercado. Ver Kraay, 1964, p.p. 76-91. Leslie Kurke ha expuesto importantes limitaciones al argumento de Kraay pero, como ella reconoce, ellas no refutan la interpretación de Kraay tanto como para modificarla. Ver Kurke, 1999, p.p. 8-9.
23. Melville-Jones, 2005; Kraay, 1964; Cook, 1958, p. 261, Herótodo, 200e, Libro 1, capítulos 26-94.
24. Por “Estado burgués consolidado, entiendo no a un Estado ocupado por miembros de la burguesía, sino uno en el cual las dinámicas de la acumulación de capital, constituidas en y a través de mercados “privados”, han sido inscriptos en forma sistemática en los propios mecanismos del poder político.
25. Dickson, 1967. Parafrasea a una canción patriótica inglesa llamada “Rule Britannia!”, que dice: “Britannia rule the waves, Britons never will be slaves” (Britania domina los mares y los británicos nunca seremos esclavos) (N. de T.).
26. Los mercaderes de Londres generalmente daban por descontada “la insegura condición de un banco bajo un monarca”, como le expresó sir Richard Ford a Samuel Pepys en 1666, según cita Roseveare, 1991, p.p. 18-19.
27. John Locke: “Diálogos sobre bancos”, manuscrito de 1694, no publicado, citado en Horsefield, 1960, p.p. 128-9. Locke, sin embargo, procedió a invertir 500 libras en el banco.
28. Clapham, 1966, p. 1.
29. Brewer, 1989, pp. 29, 38, 114, 40, 137. Ver también Jones, 1988.
30. Esta no es la primera vez que se había intentado una innovación. En 1693, un año antes de que se creara el banco. Una “Tontine” había sido atada a los impuestos aduaneros. De aquí en adelante, la tendencia fue hacia el préstamo consolidado. Ver Carruthers, 1996. pp. 73, 84 (N. del T.: “Tontine” es una fórmula mixta de ahorro y préstamo).
31. Charles Davenant: “Informe concerniente a la Moneda de Inglaterra en el cual se tratan esos cuatro temas”, extractado en Li, 1963, p.p. 197, 206.
32. Clapham, 1966, p. 26.
33. Clapham, 1966, p. 101.
34. Existe una interesante discusión sobre este tema en Ingham, 2004, p.p. 126-9, que concluye que “los billetes emitidos por el banco estaban a la cabeza de la jerarquía del dinero” (Ingham, 2004, p. 129). En realidad, el oro y la plata aún estaban a la cabeza de la jerarquía, si bien los billetes del banco ocupaban un papel crucial y cada vez más fundamental, a diferencia de cualquier papel moneda anterior en Inglaterra.
35. Davis, 2002, p. 282.
36. Especialmente en el caso del mercado de valores de Londres que, a principios del siglo XVII, estaba dominado por tres sociedades por acciones: el Banco de Inglaterra, La Compañía de las Indias Orientales y la Compañía de los Mares del Sur, todas ellas poseedoras de importantes porciones de su capital corporativo en la forma de obligaciones de deuda gubernamental. Por lo que al comprar acciones en una de esas grandes compañías, el comprador está, en realidad, adquiriendo una acción de la deuda nacional. Sobre este punto, ver Carruther, 1996, p. 80.
37. Dickson, 1967, p.p. 254, 260, 273, 285.
38. Ver Gestenberger, 2007, quien tiende, sin embargo a subestimar la centralidad de lo que he llamado “el poder autónomo del dinero” en el surgimiento de la forma de Estado burguesa impersonal.
39. Ver Roberts, 1977, pp. 59-76, y Roseveare, 1991 p. 47.
40. “Un ensayo sobre el crédito público, en una carta a un amigo debida a la caída en las acciones (Londres, 1748) p. 5, citada por Brewer, 1989, p. 210.
41. Li, 1963, p. 53.
42. Li, 1963, p. 51; Horsefield, 1960, p. 26.
43. La inflación tenía otras causas, además de las puramente monetarias, incluyendo los efectos económicos de la guerra.
44. Wennerlind, 2004, p. 147. Tan entusiasta era Newton en la causa de la pena de muerte como de la política monetaria que se hizo nombrar juez de Paz para supervisar personalmente los procesos.
45. Craig, 1963, p. 129. Ver también Gleick, 2004, p.p. 160-1, y Levenson, 2009.
46. Se sostuvo a menudo que la reacuñación contenía torpezas en varios aspectos y que dañaba a los pobres. Todo lo cual es indudablemente cierto, pero causó poca preocupación a la clase gobernante. Con todas sus falencias, la reacuñación sirvió para reconstruir la confianza en el sistema monetario, sin el cual la nueva arquitectura financiera podría haber estado en peligro.
47. Para detalles ver Levenson, 2009, p.p. 140-3.
48. Los economistas modernos han sido decididamente hostiles a los argumentos de Locke, particularmente su noción de que el valor nominal de la moneda debería corresponderse con su “valor intrínseco”. En cambio, confortablemente asentados en forma dogmática en las nociones subjetivo-utilitarias que apuntalan la economía neoclásica, ellos han defendido la posición del desarrollador inmobiliario y especulador financiero Nicholas Barbo, cuyo “Discurso concerniente a la acuñación de moneda dinero más liviano” (1696) proclamaba: “Las cosas no tienen valor en sí mismas, son la opinión y la moda las que les dan un valor”. Para ver los respaldos de los economistas a los puntos de vista de Barbon, por ejemplo, Appleby, 1978, p.p. 222-39; Li, 1963, p.p. 106-7.
49. Locke, 1824b, p. 84. Esta edición de las obras de Locke se puede hallar online en http://oll.libertyfund.org/people/john-locke.
50. Locke, 1824b, p.p. 191-2, 169-70, 158, 144.
51. Locke, 1824a, p.p. 22, 6.
52. Locke, 1824b, p. 195.
53. Locke, 1824b, p. 169.
54. Locke, 1824ª, p.p. 49, 50.
55. Vilar, 1984, p. 205.
56. Caffentzis, 1989, p. 119, en un libro que merece ser mucho más leído en la literatura sobre Locke “La economía política clásica y el surgimiento del capitalismo”.
57. Hobbes, 1968, p. 300.
58. En una interesante discusión, Geoff Mann (Mann, 2013) también permanece dentro del espacio de la concepción de Hobbes y no consigue entender las formas en las cuales Marx teoriza el mercado internacional como el espacio monetario fundamental.
59. Gleick, 2004, p.p. 142-5.
60. Thomas, 1997, p.p. 199-201, 235-41.
61. El título completo del cuerpo era “Los comisionados de su majestad para la promoción del comercio de su reino y para la inspección y mejora de sus plantaciones en América y otros lugares”.
62. Ver Laslett, 1957, quien describe el colonialismo de Locke como “una sorprendente paradoja” (Laslett, 1957, p. 371) Para el argumento de que la posición de Locke no era para nada paradójica, ver McNally, 1989, p.p. 17-40.
63. Trato la participación de Locke en la redacción de su Constitución semifeudal para Carolina que también permitía la esclavitud, en McNally, 1989, p.p. 22-3. El documento está disponible en Wootton (ed.) 1993, p.p. 186-209. Ver también Hinshelwood, 2013, p.p. 562-90.
64. Sobre los liberales en el Banco de Inglaterra y sus asociaciones con el “republicanismo”, ver Clapham, 1966, p.10; Dickson, 1967, p.p. 55-6; Brewer, 1989, p.p. 153, 207, y Stasavage, 2007, p.p. 123-53. Acerca de la inversión de Locke en el Banco de Inglaterra, ver Laslett, 1957, p. 395, n. 64.
65. Rosereare, 1991, p. 47.
66. McNally, 1993, Cap. 1.
67. Beattie, 2001, p.p. 328-9.
68. Valenze, 2006, p. 234.
69. Craven y Hay, 1994, p.p.71-101.
70. Rogers, 1994, p.p. 102-13.
71. Jordan, 1968, p.p. 47-8.
72. Valenze, 2006, p. 240.
73. Marx, 1973, p. 326. Patterson, 1982, pp. 24-6, explora estas relaciones superpuestas de esclavitud y trabajo asalariado. La intervención crucial en estos puntos está en Banaji, 1977, ahora reimpreso en Banaji, 2010.
74. Kocke, 1963, 1130.
75. McNally, 2012, Cap. 1.
76. Ver Valenze, 2006, p.p. 72-88, 161, y Flint, 1998, p. 212.
77. Valenze, 2006, p. 202.
78. Harvey, 2003, p. 27.
79. Lefebre, 1991, p.p. 86-8.
80. Marx, 1976, p.p. 919, 922.
81. Marx, 1976, p. 925.
82. Para consideraciones teóricas en este sentido, ver Foley, 2005, p.p. 44-6. Sobre alguna de las tendencias empíricas, ver Aquanno, 2009, pp. 119-34, y Panitch y Gindin, 2012, para una aproximación más centrada en el Estado (y marcadamente menos valor teórico) que las mías propias.
83. Textos clave en este sentido continúan siendo Shaikh, 1979 y 1980.
84. Marx, 1971, p. 253.
85. Anderson, 2010.
86. Lucia Pradella ha argumentado recientemente que la dimensión internacional del modo de producción capitalista y su construcción en y a través del colonialismo fue parte de la estructura del Volumen I de El capital (ver Pradella, 2013). Existen importantes elaboraciones sobre este tema, pero me parece que Marx sostuvo mucho de este “implícito” en el corazón de las secciones teóricas del texto, si bien regularmente fue más allá de los límites que había fijado para el Volumen, como uno puede esperar en una exposición dialéctica.
87. “Una vez que existe el capital, el modo de producción capitalista en sí mismo evoluciona en una forma que mantiene y reproduce esa separación en una escala constantemente creciente (Marx, 1976, p.p. 271-2).