La bancarrota capitalista internacional no sólo golpea con toda su fuerza a América Latina; además, pone de manifiesto los límites insuperables del nacionalismo de contenido capitalista para sacar al continente de la opresión, el atraso y la miseria social.
Durante la primera fase de la crisis internacional, que estalló con la quiebra de Lehman Brothers, el ciclo especulativo, que se había concentrado en las burbujas inmobiliarias de Estados Unidos y parte de Europa, se trasladó a la periferia del mundo. La fabulosa masa de recursos monetarios que los Estados pusieron en circulación para rescatar a la banca en quiebra recreó otra burbuja: esta vez, con la deuda pública y privada de los llamados países “emergentes” y con sus mercancías exportables.
En América Latina, las experiencias nacionalistas o ‘progresistas’, que emergieron de las crisis sociales y rebeliones contra el ‘neoliberalismo’ noventista, creyeron ver su oportunidad y alimentaron la ilusión de prolongar sus gobiernos por décadas. Mientras tanto, la contradictoria ‘bonanza’ que llegaba como producto de la crisis mundial era brutalmente dilapidada por las camarillas capitalistas locales: los beneficiarios de los altos precios de las materias primas fueron la boliburguesía venezolana, la patria contratista brasileña -hoy sentada en el banquillo del “Petroláo”-, o Cristóbal López o Lázaro Baez en la Argentina. Los fabulosos ingresos de la exportación actuaban como garantía de un nuevo ciclo de endeudamiento (con excepción del kirchnerismo, que reemplazó al mercado internacional de deuda por el saqueo de los fondos previsiona- les y los bancos estatales). Mientras invocaban al ‘modelo productivo’, las experiencias nacionalistas continentales agravaron la primarización económica y la desindutrialización. De ese boom ficticio, las masas latinoamericanas sólo recibieron la carestía alimentaria, la precarización laboral y un agravamiento de la polarización social, que los gobiernos atendieron con medidas asistenciales.
El estallido de las contradicciones de la economía china, con el desinfle de su propia burbuja inmobiliaria y su sobrecapacidad industrial, abrió paso al derrumbe de los precios de las materias primas. En ese cuadro, las ilusiones de prolongar el ciclo anterior con una nueva asociación con el capital extranjero, de la mano de la minería o de la explotación no convencional de hidrocarburos, llega a su fin. América Latina ingresa definitivamente en el vendaval de la bancarrota capitalista, de las crisis políticas y las rebeliones populares.
Venezuela, Brasil y los demás
Este es el telón de fondo de las crisis y transiciones políticas que envuelven a la región.
La descomposición del régimen venezolano no reconoce límites, al compás del derrumbe internacional del precio del petróleo, la carestía, el desabastecimiento y la fuga de capitales. La crisis está arrasando con las propias conquistas bolivarianas, desde el control nacional de PDVSA hasta las medidas sociales sobre los más explotados. La contracara de este proceso es el fabuloso enriquecimiento de la camarilla capitalista ligada al gobierno chavista, que accede privilegiadamente a las divisas que se obtienen en el mercado oficial. El boicot económico derechista que se desenvuelve contra el gobierno -y que tiene una de sus mayores expresiones en el contrabando de petróleo- es consecuencia, sin embargo, del fracaso del intervencionismo estatal, que nunca alteró la base de la gestión capitalista de la economía. Una aguda expresión de esta crisis es el conflicto fronterizo con Colombia, en el marco del intenso contrabando que explota la baratura del petróleo venezolano, de un lado, y la penuria de alimentos en ese país, del otro. La decisión de prohibir el tráfico de personas en la frontera y de deportar más de mil colombianos, por parte del régimen de Maduro, muestra el abandono de cualquier planteo bolivariano o latinoamericanista para abordar la crisis. El chavismo llega a las próximas elecciones parlamentarias de diciembre en medio de un manifiesto inmovilismo, que apenas disimula (como ocurre en Argentina) las medidas de ajuste que se preparan para el período posterior. La derecha, por su parte, aspira a una victoria que la habilite a impulsar un referéndum revocatorio del mandato presidencial. Los próximos meses, por lo tanto, serán decisivos para el desenlace de la crisis venezolana.
En Brasil, el nuevo mandato de Rousseff se abocó a contener el reflujo de capitales con medidas de ajuste contra los salarios y el gasto social. Nada de esto impidió la ascendente fuga de capitales y su consecuencia, la devaluación del real. El tobogán económico se ha conjugado con una crisis política de fondo, donde las denuncias de corrupción que apuntan al corazón del aparato estatal delataron el completo entrelazamiento de la cúpula del Partido dos Trabalhadores (PT) con la gran burguesía brasileña. El “petrolão” y sus coletazos, de todos modos, tiene como telón de fondo una disputa entre esa gran burguesía y el capital extranjero, reclamando una apertura económica y comercial que termine con las preferencias del régimen en favor de la gran burguesía. Pero las medidas del gabinete Rousseff en esa dirección no han sido suficientes. En las últimas semanas, y mientras Lula viajaba a la Argentina para expresar su apoyo al candidato oficial Scioli, en nombre de la “unidad latinoamericana”, el neoliberal ministro de Economía de Rousseff buscaba contener una nueva corrida cambiaria con mayores medidas de ajuste contra los explotados brasileños. Hasta el asistencialismo oficial, que contuvo la agudización de los antagonismos sociales del continente bajo el llamado “viento de cola”, amenaza ser desmantelado bajo el impacto de la bancarrota capitalista.
La crisis mundial ha golpeado también la base de sustentación rentista de los gobiernos de Bolivia y Ecuador. En este último país, la caída del precio del petróleo ha colocado en la picota al andamiaje económico y social del gobierno de Correa, y a su régimen monetario dolarizado. En ese cuadro se han producido importantes acciones de lucha contra las restricciones al derecho de huelga y la organización sindical, y los tarifazos en el transporte. En Uruguay, el nuevo gobierno de Tabaré Vázquez ha sido ‘recibido’ con una ola huelguística comandada por la docencia, en un cuadro de intensa delimitación y debate en las organizaciones obreras.
En Bolivia, la respuesta del gobierno de Evo Morales a la declinación económica -signada por la caída de las ventas externas de gas y de la exportación minera- han sido los despidos y jubilaciones forzosas. Las huelgas y movilizaciones en la región minera de Potosí, reclamando por las promesas incumplidas en materia de infraestructura social e industrialización, revelaron el carácter parasitario del boom extractivista que atravesó a Bolivia y a toda América Latina: la época de vacas gordas no dejó nada a sus pueblos; la crisis, en cambio, trae medidas de ajuste.
Argentina, por su parte, se acerca a una elección presidencial signada por el agotamiento del régimen de emergencia y arbitraje que caracterizó al kirchnerismo. El rescate de la deuda pública y de las privatizaciones en base al presupuesto público, los fondos previsionales y las reservas internacionales ha conducido al país a las puertas de una nueva quiebra. La burguesía reclama la vuelta al financiamiento internacional, que exige como condición un ajuste -devaluación, tarifazos, contención salarial-, cuyo alcance supere el que ya ha puesto en marcha la actual administración kirchnerista. Con sus matices, los candidatos que se disputan la sucesión presidencial -Scioli, Macri, Massa- se han comprometido con esta orientación, al igual que la seudoprogresista Stolbizer.
Fracaso de la unidad continental
Los gobiernos nacionalistas o “trabalhistas” han fracasado también en todos los planteos de unidad continental que pergeñaron en estos años. El Mercosur nunca pudo superar el marco de un conjunto de arreglos comerciales en beneficio de los monopolios capitalistas que operaban en sus propios mercados -en primer lugar, de la industria automotriz. Luego, nació la Unasur, bajo la presión bolivariana y de las contratistas brasileñas que aspiraban al desarrollo de una industria de armamentos bajo su égida. La meta más ambiciosa de esta etapa, el Banco del Sur, fue acariciada al compás del boom especulativo de las materias primas y de los flujos de capitales. Hoy, todos estos planteos se encuentran reducidos a la nada: la crisis mundial ha agravado todas las disputas comerciales al interior del Mercosur. A su vez, las burguesías regionales buscan arreglar por separado con la Unión Europea y otros bloques, para sacar a flote al hundimiento de sus exportaciones. El planteo de la integración regional sólo sirvió para reforzar al gran capital agrario (soja), la expulsión de campesinos, la expoliación minera y el reendeudamiento internacional. Finalmente, la carrera devaluatoria al interior de la región es una competencia por la mayor explotación y precarización de los obreros de sus respectivos países -en esto consiste las invocaciones a la competitividad de los economistas de Massa, Macri o Scioli en Argentina, o el llamado a reducir el “costo Brasil” por parte de sus similares en aquel país.
Derecha
Un denominador común en la declinación de los gobiernos nacionalistas o ‘progresistas’ es la emergencia de variantes derechistas, que se sirven de la crisis para promover un recambio político y un viraje decidido en favor del capital internacional. Ello está presente en la agitación derechista en Venezuela, aunque el imperialismo apuesta aún a un relevo del chavismo en el marco de los remedios institucionales. Lo mismo ocurre en Brasil, a caballo de la descomposición del PT, e incluso en la Argentina, con la tentativa de levantar una oposición a partir del derechista Mauricio Macri.
Las salidas derechistas o de ajuste, sin embargo, tropiezan con los límites de la actual situación internacional, caracterizada por las crisis nacionales, las rebeliones populares y los bruscos desplazamientos políticos. En este cuadro debe consignarse la victoria de la izquierda en Grecia, los traspiés experimentados por la Unión Europea y Estados Unidos en sus intentos por quedarse con Ucrania y la actual catástrofe humanitaria de los refugiados, que agudizó la crisis al interior de la Unión Europea y trasladó a su geografía las consecuencias lacerantes de las guerras de ocupación imperialistas sobre Medio Oriente. Por eso mismo, y por el cuadro internacional que enfrenta, el imperialismo no tiene hoy a la vertiente derechista como su variante principal. En cambio, la orientación central del Departamento de Estado pasa por la política de contención y de acuerdos, como se expresa en el diálogo con Cuba y en el acuerdo con las Farc. La reciente gira del Papa buscó apuntalar esta política. La tentativa de una integración plena de Cuba al mercado mundial capitalista choca, sin embargo, con las tendencias de la propia bancarrota internacional. El imperialismo le exige al régimen cubano el levantamiento de todas las barreras a su penetración y la liquidación de conquistas históricas de sus explotados. Pero tiene muy poco para ofrecerle, en el marco de su propia crisis. La transición que enfrenta Cuba, por lo tanto, debe apreciarse en el conjunto del escenario internacional y del propio continente.
La inviabilidad de las salidas derechistas se adivina en las propias medidas de ajuste que están adoptando los nacionalistas o progresistas en respuesta a la crisis, como ocurre en Brasil y otros países de la región, y que han dado lugar a fuertes respuestas populares.
El fantasma de la derecha, de todos modos, no deja de ser invocado por los nacionalistas o ‘progresistas’, no para oponerles una orientación antagónica, sino como extorsión contra la clase obrera y los explotados del continente: según ellos, los que viven de su trabajo deberían estrechar filas con los Maduro, Rousseff, Evo o CFK- Scioli, para evitar un nuevo despojo de sus condiciones de vida. El chantaje, sin embargo, no tiene otro propósito que crear las condiciones de ese despojo… a manos de los supuestos ‘progresistas’. Es lo que ocurrió en Brasil, cuando Rousseff ganó su reelección, agitando el fantasma de la derecha para poner en marcha un ajuste feroz apenas asumió.
El lugar de la izquierda revolucionaria
La crisis continental y el descalabro bolivariano o centroizquierdista abre, por lo tanto, un inmenso campo de intervención política para la izquierda revolucionaria. “A nuestra izquierda está la pared”, una de las frases características de Cristina Kirchner, retrata el esfuerzo del nacionalismo burgués para contener dentro de sus límites a los explotados argentinos.
Pero el desarrollo del Partido Obrero y del Frente de Izquierda, como expresión política independiente de los trabajadores, ha desafiado esa pretensión. Como nunca, la crisis mundial -y su desembarco brutal en la región- pone en el orden del día la lucha por partidos revolucionarios, en la perspectiva de la unidad socialista de América Latina.
Marcelo Ramal es economista y profesor en la UBA y en la Universidad de Quilmes. Dirigente del Partido Obrero, es actualmente legislador en la Ciudad de Buenos Aires y candidato a diputado del Parlasur por el Frente de Izquierda.
Referencias
Sobre América Latina y la crisis mundial
Osvaldo Coggiola: “América Latina entra en escena”. En defensa del marxismo N° 44, julio de 2015.
Entrevista a Marcelo Ramal: “El Parlasur nonato”. Prensa Obrera N° 1.377, 20 de agosto de 2015.
Venezuela
Jorge Altamira: “Golpismo crónico”. Prensa Obrera N° 1.353, 5 de marzo de 2015.
—.—: “Venezuela: crisis bolivariana, crisis continental”. Prensa Obrera N° 1.378, 27 de agosto de 2015.
Gustavo Montenegro: “Venezuela-Colombia: unidad de los trabajadores”, Prensa Obrera digital, 30 de agosto de 2015.
Bolivia
Mila Matías: “Hostia y circo para continuar con el ajuste”. Prensa Obrera N° 1.374, 29 de julio de 2015.
Gustavo Montenegro: “El levantamiento de Potosí”. Prensa Obrera N° 1.374, 29 de julio de 2015.
Uruguay
Rafael Fernández: “Masivo paro general contra el ajuste del FMI”. Prensa Obrera N° 1.376, 13 de agosto de 2015.
Lucía S.: “Tabaré Vázquez prohíbe huelgas”. Prensa Obrera N° 1.378, 27 de agosto de 2015.
Brasil
Jorge Altamira: “Una crisis de elefante”. Prensa Obrera N° 1.377, 19 de agosto de 2015.