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Detrás de la oposición histérica de Israel al Acuerdo Nuclear iraní

A la luz del hecho de que Israel está en posesión de al menos doscientas ojivas nucleares (subrepticiamente construidas), y teniendo en cuenta que, de acuerdo con dos fuentes de inteligencia, la estadounidense y la israelí, Irán no posee ni busca tener armas nucleares, la campaña histérica e implacable realizada por Israel y su lobby en contra del Acuerdo Nuclear con Irán se puede caracterizar, en forma segura, como la madre de todas las ironías, un caso claro de descaro.

Como señalé en un ensayo reciente sobre el acuerdo nuclear, el convenio establece efectivamente el control de Estados Unidos (a través de la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA) sobre toda la cadena de producción de las industrias nucleares y las relacionadas con Irán. O bien, como el presidente Obama lo planteó (el día de la conclusión del acuerdo), “los inspectores tendrán acceso a toda la cadena de suministro nuclear de Irán, las minas de uranio y los molinos, sus instalaciones de conversión, de almacenamiento y los procesos de centrifugación (…) Algunas de estas medidas de transparencia se mantendrán durante 25 años. Debido a este acuerdo, los inspectores también podrán acceder a cualquier ubicación sospechosa”.

Incluso una lectura superficial del texto del acuerdo demuestra que, si es ratificado por el Congreso de los Estados Unidos, el acuerdo, en esencia, congelaría el programa nuclear de Irán a un nivel insignificante e inútil, a un valor de sólo 3,67% de enriquecimiento de uranio. Israel y su lobby, sin duda, deben ser conscientes de esto, del hecho de que Irán no representa una “amenaza existencial para Israel”, como frecuentemente reclaman Benjamin Netanyahu y sus correligionarios.

Entonces, la pregunta es: ¿por qué todos los gritos y esos golpes en el pecho?

Existe una percepción generalizada de que el acuerdo nuclear se alcanzó a pesar de la vehemente oposición del lobby, por lo tanto, debe significar una victoria para Irán o una pérdida para Israel y sus aliados. Este es un gran error de juicio por lo que representa el acuerdo: significa una victoria, no para Irán, sino para Israel y sus aliados.

Aquí el porqué. En el marco del acuerdo, Irán tiene la obligación de:

a) rebajar sus capacidades de enriquecimiento de uranio de 20% de pureza al 3,67%;

b) congelar este nivel mínimo de 3,67% de enriquecimiento durante 15 años;

c) reducir su actual capacidad de 19.000 centrifugadoras a 6.104 (una reducción del 68%);

d) reducir su stock de uranio de grado poco enriquecido desde el nivel actual de 7.500 a 300 kilogramos (una reducción del 96%);

e) aceptar límites estrictos a sus actividades de investigación y desarrollo. Si bien se les promete que algunas restricciones a la investigación y desarrollo van a ser suavizadas después de diez años, otras permanecerán hasta un máximo de 25 años.

Además, Irán tendría que aceptar un extenso régimen de vigilancia e inspección, no sólo de los sitios nucleares declarados, sino también de instalaciones militares, y otros no declarados, donde los inspectores pueden presumir o imaginar incidencias de actividad “sospechosa”. El elaborado sistema de vigilancia e inspección fue descripto sucintamente por el presidente Obama el día de la finalización del Acuerdo en Viena (14 de julio de 2015): “en pocas palabras, la organización responsable de las inspecciones, la IAEA, tendrá acceso donde sea necesario y cuando sea necesario. Esa disposición es permanente”.

Estas son, obviamente, importantes concesiones, que no sólo vuelven ineficaz a la firme (aunque pacífica) tecnología nuclear iraní, sino que también debilitan su capacidad de defensa y socavan su soberanía nacional.

Por lo tanto, la objeción frenética del lobby para el acuerdo nuclear no puede ser debido a que el acuerdo representa una victoria para Irán o una pérdida para Israel. Muy por el contrario, el acuerdo significa un éxito histórico para Israel, ya que tiende a eliminar o debilitar drásticamente el desafío de un Irán independiente, revolucionario, que se opuso sistemáticamente a sus esquemas expansionistas en el Medio Oriente -esquemas coloniales de expansión y ocupación.

Por lo tanto, las razones para el pánico del lobby -más probablemente, protestas fingidas- deben ser buscadas en otros lugares. Se pueden identificar dos razones principales a esa vehemente oposición del lobby para el acuerdo nuclear.

La primera es mantener la presión sobre los negociadores en la búsqueda de más concesiones por parte de Irán. De hecho, el lobby ha tenido mucho éxito en la búsqueda de este objetivo. Una mirada hacia atrás en el proceso de las negociaciones indica que, bajo presión, los negociadores de Irán han hecho continuamente concesiones adicionales en el transcurso de esas largas negociaciones durante veinte meses.

Por ejemplo, cuando se iniciaron las negociaciones en Ginebra, en noviembre de 2013, la discusión sobre la inspección de las industrias iraníes o de sus instalaciones militares de defensa, se consideraron fuera de los límites de las negociaciones. Mientras que, en el acuerdo final, al que se llega veinte meses más tarde en Viena, los negociadores de Irán han acordado lamentablemente tales medidas, altamente intrusivas, otrora tabú de la soberanía nacional.

El lobby es consciente del hecho de que las 159 páginas del largo Acuerdo Nuclear está plagado de ambigüedades y lagunas, lo que deja mucho espacio para el regateo y maniobras en los muchos aspectos discutibles del acuerdo, durante su período de ejecución a lo largo de 25 años. Esto significa que, incluso ratificado por el Congreso de Estados Unidos, el acuerdo no significa el final de las negociaciones, sino su continuación durante el largo tiempo venidero.

Las estridentes voces obstruccionistas de los operativos del lobby son, por lo tanto, diseñadas para continuar la presión sobre Irán durante el largo período de ejecución con el fin de obtener concesiones adicionales más allá del acuerdo.

La segunda razón de la implacable campaña del lobby de sabotear el acuerdo nuclear es que, mientras que el acuerdo, obviamente, representa una victoria fantástica para Israel, no obstante, no está a la altura de lo que el lobby proyectó y luchó; es decir, la devastación por medios militares que lleve a un cambio de régimen, similar a lo que se hizo en Irak y Libia.

Esto no es una teoría conspirativa o una especulación ociosa. Está bien documentada la evidencia innegable de que el lobby, como un importante pilar de las fuerzas neoconservadoras en Estados Unidos y en todos lados, se propuso ya en la década de 1980 y principios de 1990 “deconstruir” y rediseñar el Medio Oriente a imagen de los campeones sionistas radicales, para la construcción del “Gran Israel” en la región, que se extienda desde el río Jordán hasta las costas mediterráneas.

De hecho, los planes sionistas radicales para balcanizar y rediseñar el Medio Oriente son tan antiguos como el Estado de Israel. Esos planes estaban, en realidad, entre los diseños esenciales de los padres fundadores de Israel para construir un Estado judío en Palestina. David Ben Gurian, uno de los fundadores principales del Estado de Israel, por ejemplo, declaró descaradamente que el acaparamiento de tierras se logra mejor con la expulsión de los nativos no judíos de su tierra y hogares, y la expansión territorial a través del lanzamiento de guerras de selección y creación de caos social, a los que llamó tiempos o circunstancias “revolucionarias”. “Lo que es inconcebible en tiempos normales, es posible en tiempos revolucionarios; y si, en este tiempo, la oportunidad se pierde, y lo que es posible en ese gran momento no se lleva a cabo, se lo pierde para todo el mundo” (citado en Finkelstein, 2003).

Mientras que los planes para fomentar la guerra y crear convulsión social en la búsqueda del “Gran Israel” comenzaron con la creación del Estado de Israel, la implementación sistemática de este tipo de planes y la agenda concomitante de cambiar regímenes “hostiles” en la región, comenzó seriamente en la década de 1990; es decir, en el período inmediatamente posterior a la caída de la Unión Soviética.

Mientras existía la Unión Soviética como superpotencia de equilibrio frente a los Estados Unidos, los responsables políticos de Estados Unidos en el Medio Oriente se vieron limitados en cierta medida a adaptarse a las ambiciones territoriales del sionismo de línea dura. Esa restricción se debió en gran parte al hecho que los regímenes que gobernaban en ese tiempo en Irak, Siria y Libia eran aliados de la Unión Soviética. Esa alianza, y de hecho el poder de contrapeso más amplio de los países del bloque soviético, sirvieron como una correa de control a los designios expansionistas de Israel y los de adaptación estadounidenses a esos diagramas. La desaparición de la Unión Soviética retiró esa fuerza compensatoria.

La desaparición de la Unión Soviética también sirvió como una bendición para Israel por otra razón: se creó una oportunidad para una alianza más estrecha entre Israel y la facción militarista de la elite gobernante de Estados Unidos, cuyos intereses están invertidos en gran medida en el complejo industrial militar, de seguridad y de inteligencia -es decir, en la capital militar-, o de los dividendos de guerra.

Desde la lógica de que había sido la “amenaza del comunismo”, la que había originado el creciente gran aparato militar durante los años de la Guerra Fría, los ciudadanos estadounidenses celebraron la caída del Muro de Berlín como el fin del militarismo y el amanecer de los “beneficios de la paz”.

Pero, mientras la mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos celebró la perspectiva de lo que parecía ser el inminente “beneficio de la paz”, los poderosos intereses invertidos en la expansión del gasto militar-industrial-seguridad-inteligencia se sintieron amenazados. No es sorprendente que estas fuerzas influyentes se movieran con rapidez para salvaguardar sus intereses ante la “amenaza de la paz”.

Para acallar las voces que exigían los dividendos de la paz, los beneficiarios de la guerra y el militarismo comenzaron a redefinir metódicamente las “fuentes de amenaza” de la post Guerra Fría en el marco más amplio de un nuevo mundo multipolar, que supuestamente va mucho más allá de la tradicional “amenaza soviética” del mundo bipolar de la Guerra Fría. En lugar de la “amenaza comunista” de la era soviética, la “amenaza” de los “Estados canallas” del Islam radical y del “terrorismo global” aparecían como nuevos enemigos.

Del mismo modo que los beneficiarios de los dividendos de la guerra veían la paz internacional y la estabilidad como hostiles a sus intereses, también los sionistas militantes defensores del “Gran Israel”, percibían la paz entre Israel y sus vecinos árabes-palestinos como peligrosa en su meta de ganar control sobre la “tierra prometida”.

La razón de este miedo a la paz es que, de acuerdo con una serie de Resoluciones de las Naciones Unidas, la paz significaría el regreso de Israel a sus fronteras anteriores a 1967. Pero debido a que los defensores del “Gran Israel” no están dispuestos a retirarse de los territorios ocupados, miran con temor la paz y, por lo tanto, continúan con sus intentos de sabotear los esfuerzos y/o las negociaciones de paz.

Debido a que los intereses de los beneficiarios de los dividendos de la guerra y los del sionismo radical tienden a converger acerca del fomento de la guerra y de la convulsión política en el Medio Oriente, una alianza ominosamente potente se ha forjado entre ellos, ominosa porque la poderosa maquinaria de guerra estadounidense está ahora complementada con las capacidades de relaciones públicas casi incomparables de la línea dura del lobby pro-Israel en los Estados Unidos.

La alianza entre estas dos fuerzas militaristas es, en gran parte, no oficial y de facto; se forjó sutilmente a través de una elaborada red de poderosos grupos de especialistas (think tanks) neoconservadores, como: The American Enterprise Institute, Project for the New American Century, America Israel Public Affairs Committee, Middle East Media Research Institute, Washington Institute for Near East Policy, Middle East Forum, National Institute for Public Policy, Jewish Institute for National Security Affairs, y el Center for Security Policy.

En el período inmediatamente posterior a la Guerra Fría, estos grupos militaristas y sus operadores neoconservadores de línea dura publicaron una serie de documentos políticos que defendían clara y enérgicamente los planes para el cambio de fronteras, el cambio demográfico y el cambio de régimen en el Medio Oriente. Aunque el plan para cambiar regímenes “hostiles” y balcanizar la región debía comenzar con la eliminación del régimen de Saddam Hussein, como el “eslabón más débil”, el objetivo final era (y sigue siendo) un cambio de régimen en Irán.

Por ejemplo, en 1996, un grupo de influyentes expertos israelíes, el Institute for Advanced Strategic and Political Studies, patrocinó y publicó un documento político, titulado “Una clara ruptura: una nueva estrategia para asegurar el reino”, que argumentaba que el gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu debería “hacer una clara ruptura” con el proceso de paz de Oslo y reafirmar el reclamo de Israel por Cisjordania y Gaza. Presentaron un plan por el cual Israel “daría forma a su entorno estratégico”, empezando por el derrocamiento de Saddam Hussein y la instalación de una monarquía hachemita en Bagdad, que serviría como un primer paso hacia la eliminación de los gobiernos anti-israelíes de Siria e Irán.

El influyente Instituto Judío para los Asuntos de Seguridad Nacional (Jinsa) ocasionalmente también emitió declaraciones y documentos políticos que abogaban fuertemente por “cambios de régimen” en el Medio Oriente. Uno de sus asesores de línea dura, Michael Ladeen, -quien también aconsejaba extraoficialmente al gobierno de George Bush en temas del Medio Oriente- habló abiertamente de la próxima era de “guerra total”, indicando que los Estados Unidos deberían ampliar su política de “cambio de régimen” en Irak hacia otros países de la región, como Irán y Siria. En su ferviente apoyo a la línea dura, a favor de los asentamientos, de las políticas antipalestinas al estilo Likud en Israel, Jinsa ha recomendado, en esencia, que “el cambio de régimen en Irak debería ser sólo el comienzo de una reacción en cascada que derribe el Medio Oriente” (Hartung, 2003).

Se desprenden de este breve esbozo de larga data los planes del lobby del cambio de régimen en Irán. Su oposición al acuerdo nuclear, como se mencionó anteriormente, no es porque el acuerdo no representa una victoria para Israel, o una pérdida para Irán, sino porque la pérdida para Irán no es tan grande como al lobby le habría gustado que fuera -es decir, un cambio de régimen a través de bombardeos devastadores y de agresión militar, como se hizo en Irak o Libia.

Lo que el lobby parece pasar por alto o, más probablemente, es incapaz de reconocer o aceptar, es que el cambio de régimen en Irán se está llevando a cabo desde adentro, y es el acuerdo nuclear el que está jugando un papel importante en ese cambio. El lobby también parece pasar por alto o negar el hecho de que el gobierno de Obama también ha optado por un cambio de régimen desde adentro -primero, a través de la llamada “revolución verde” y ahora a través del Acuerdo Nuclear- porque varios líderes estadounidense-israelíes que intentaron un cambio de régimen desde afuera fallaron. De hecho, tales intentos inútiles de cambio de régimen llevaron a Irán a construir metódicamente robustas capacidades de defensa y alianzas geopolíticas, estableciendo así un contrapeso militar y geopolítico a los planes de Estados Unidos e Israel en la región.

Por otra parte, el plan de cambio de régimen “de forma pacífica” de la administración Obama parece ser un cambio experimental o táctica de acercamiento a Irán, antes que un verdadero compromiso con la paz, ya que no se descarta la opción militar en el futuro. Si Irán lleva a cabo todas sus obligaciones en el marco del acuerdo, a lo largo de 25 años, el cambio de régimen desde dentro sería completo y la opción militar sería innecesaria en esencia, sería un retroceso sistemático gradual hacia la época del sha. Pero, si en algún momento, en el largo curso de la ejecución del acuerdo, Irán se resiste o no cumple con algunas de esas obligaciones más draconianas, Estados Unidos y sus aliados volverían a recurrir a la fuerza militar, y con más confianza también, porque las posibilidades de éxito de las operaciones militares en ese momento serían mucho mayores, ya que Irán tendría para entonces degradada enormemente sus capacidades militares y de defensa.

7 de agosto de 2015

Ismael Hossein-Zadeh es un economista y profesor universitario kurdo nacido en Irán y residente en Estados Unidos. Autor de numerosos artículos sobre cuestiones económicas y sobre el mundo musulmán, ha escrito los libros Beyond Mainstream Explanations of the Financial Crisis: Parasitic Finance Capital (Routledge 2014); The Political Economy of U.S. Militarism (Palgrave–Macmillan 2007) y Soviet Non-capitalist Development: The Case of Nasser’s Egypt (Praeger Publishers 1989).

Referencias

Finkelstein, Norman (2003): Imagen y realidad del conflicto entre Israel y Palestina, Madrid, Akal.

Hartung, William D. (2003): ¿How much are you making on the War, Daddy? Nueva York, Nación Book.

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